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Mi lado de la historia, la practicante

en Hetero: Primera vez

Hola, mi nombre es Ana. Lo que les voy a platicar lo viví hace casi dos años y marcó definitivamente mi vida. La razón por la que lo he escrito es para recordarme que es posible.

Actualmente tengo 22 años y me estoy graduando de la Universidad. Todos dicen que me veo más joven de lo que soy, será por mi cuerpo delgado, además de que río mucho, no uso maquillaje y me visto casual. Estoy estudiando educación, ustedes saben, para ser profesora. Digo esto porque es central en esta historia, sobretodo porque en mi segundo año, en mi grupo se organizaron unas prácticas profesionales en las que fuimos cuatro semanas a dar clase (dos horas por día) a varias escuelas. A mi me tocó una secundaria particular con un grupo se chicos y chicas adorables, alegres y entusiastas, aunque no precisamente estudiosos ni con buen comportamiento durante las sesiones. Pero no me quejo, ha sido una de las experiencias de mi vida.

Por aquel entonces yo soñaba ya con una primera vez romántica, llena de amor y ternura. Tenía novio, se llamaba Pepín y era dos años mayor que yo. Nuestra relación era normal, parecida a la de mis amigas con sus novios, salíamos al cine y a fiestas. En este momento debo decir que algunas de mis amigas ya estaban teniendo relaciones con sus novios y otras no. Lo que me gustaba de todos esos casos, menos el mío como se verá mas adelante, era que los que tenían relaciones lo llevaban con naturalidad y los que no tenían relaciones también, quiero decir sin presiones. Mi caso era diferente, mi novio continuamente trataba de meterme mano a todas horas, a mí me gustaba que nos besáramos pero no en cualquier lugar, por ejemplo en el baño de la casa de una de mis amigas mientras estábamos en una fiesta.

Las cosas se estaban poniendo cada vez más tensas, Pepín en ocasiones inesperadas y sin previo aviso me empezaba a masajear las tetas por arriba de la ropa e incluso me desfajaba la blusa y metía sus manos galopantes por todo mi cuerpo. Yo le decía que se detuviera, y él, enfadado, me decía que realmente yo no lo quería como decía, que no le demostraba mi amor, que los novios deben hacer eso, que él sólo quería amarme completamente, y toda una serie de cosas que me hacían sentir mal y también ponerme a dudar si ya sería el momento. Recuerdo que en más de una ocasión me dijo que conocía chicos que cuando sus novias les negaban sexo, iban a buscar amiguitas o incluso pirujas, lo cual me pareció asqueroso, aunque debo confesar que me hizo nuevamente dudar sí ya sería el momento.

El problema era que con esta relación, cuando pensaba en sexo no era ya romántico y para disfrutar, sino para evitar que Pepín se enojara o peor aún, fuera a buscarlo en otro lado.

Empecé a pensar en decirle que estaba lista y pedirle que planeáramos la ocasión. Recuerdo que fue un sábado por la mañana mientras me bañaba que decidí tener sexo con él. Planeé para esa tarde darle la noticia y quedar para hacerlo en una situación y lugar propicio una semana después.

Pero esa mañana fui a jugar tenis con mis amigas y una de ellas, Sofía, me miraba con recelo y estaba muy callada conmigo. En un momento le pregunté que pasaba y ella dudó:

- no se, -me dijo, - si deba decírtelo.

- somos amigas-, le dije, -dime lo que sea.

- es que…

Sus ojos se humedecieron e hizo una mueca de vergüenza mientras bajaba la mirada.

- es Pepín…-, me dijo.

Por un momento me asusté mucho y pensé que algo malo le había pasado a mi novio, incluso pensé, la muy tonta de mí, que podría estar mal herido o quizá aún muerto. Abrí los ojos y también se me arrasaron de lágrimas. Sofía no lo notó porque estaba mirando hacia el suelo.

- …y Susana-, me dijo.

Ahora si estaba yo perdida,¿de qué estaba hablando? ¿también habría muerto la pobre?. ¿cuál Susana?. No entendía nada. Yo tenía una amiga Susana que en este momento ni venía al caso, Sofía tenía una hermana que se llamaba Susana, dos años mayor que nosotras y que tampoco venía al caso, ¿o sí? ¿qué era todo eso?. Sofía continuó:

- mi hermana Susana me dijo que después de la fiesta del sábado pasado en mi casa se acostó con Pepín.

Eso sí que fue un balde de agua fría…

¿sería cierto? …Esa tarde decidía averiguarlo. Quizá mi novio lo negaría. Si yo encontrara una forma de que el pensara que diciendo la verdad se beneficiaría… Convencí a mis padres para que esa tarde salieran de casa para esperar sola a mi novio, y cuando llegó y después de ponernos cómodos en un sillón y acariciarle un rato el cabello le dije:

- Pepín, si tú y yo tuviéramos sexo esta tarde, aprovechando que mis padres no llegarán, ya no te a acostarías con ninguna otra mujer?

- no…-, me dijo. Sin embargo yo todavía no estaba segura de que eso fuera una confesión.

- entiendo que conmigo te has quedado con las ganas, pero si lo hacemos ya no lo volverías a hacer con Susana la hermana de Sofía.

- no…-, repitió. Ahora ya estaba casi segura, pero lo tenía que rematar.

- ¿porqué estás tan seguro?

En este momento, quizá en parte porque yo le seguía acariciando el cabello, él estaba pensando más en acostarse conmigo que en la confesión que estaba haciendo, me dijo un poco amoscado pero ya más natural:

- ya habíamos tomado algo, y la cosa se puso caliente-, y trató de corregir –yo estaba un poco dolido porque tú habías rechazado mis besos, realmente te quería hacer el amor a ti… pero si tu y yo lo hacemos, pues ya…

Mi decisión estaba tomada: mi primera vez sería con un chico que para el también fuera su primera vez. Después de la conversación con mi novio abrí los ojos y me di cuenta que yo no había querido ver que el salía con otras mujeres después que me dejaba en mi casa. Innumerables veces había sido claro… simplemente yo no lo había querido ver. Repentinamente se me vinieron a la cabeza mis estudiantes de tercero de secundaria. Ellos sí tenían una mirada limpia, como la mía, sus sonrisas tenían la ternura que yo había soñado siempre para una noche de amor. Y claramente de entre ellos se iluminó en mi mente la cara sonriente y los ojos brillantes de Manuelín.

Manuelín era un muchacho delgado, bien parecido, simpático e inteligente, aunque algo tímido. ¿Cómo podría yo tener sexo con él? ¿Sería buen sexo? ¿él querría conmigo?. Me dí cuenta que la razón por la que pensé en él era, además de por lo que ya dije, porque él no me quitaba la vista de encima. Mientras yo hablaba el abría mucho los ojos, se quedaba sin habla y si yo le sonreía el se ponía rojo y devolvía una sonrisa que me hacía sentir la persona más importante del mundo.

Esto podía tomar forma. En las siguientes clases me puse ropa lo más juvenil que pude, jeans, blusas entalladas, y todo lo que se ponían las compañeras de clase de Manuelín. Yo lo miraba de frente y le sonreía, le preguntaba en clases y le hacía alguna pregunta casual fuera de ellas. No había duda, el chaval no me quitaba la vista. Lo mejor de todo es que yo lo estaba disfrutando también mucho. El era, ya lo dije, aunque tímido, agradable. Y me empezó a atraer también, incluso físicamente. Un día en el receso, aprovechando que el estaba sólo comiendo unas galletas, me acerqué:

- qué hambre tengo no desayuné-. El más parecería que se espantó, pero reflexivamente me acercó la bolsa de galletas, donde sólo quedaban dos. La tomé. Fui directamente al grano:

- tienes novia?-, le dije, intentando ser suave y con una sonrisa coqueta.

- no…-, me dijo, como esperando que yo se lo propusiera.

Tomé sin preguntar la otra galleta que le quedaba, comí la mitad de un mordisco y le acerqué la otra mitad.

- me acabé tus galletas, que pena, pero se me quita si tú te comes la última mitad.

Lo miré a los ojos y acerqué la galleta a su boca hasta casi rozarla… El momento fue mágico, él abrió su boca y yo introduje la galleta lentamente, él la mordió suavemente y con sus labios rozó mis dedos. La sensación me electrizó y espero que me crean y no me consideren vulgar si digo que sentí un cosquilleo en mis órganos femeninos. Me quedé muda durante unos segundos viéndole a los ojos, igualito que él…

Ese mismo viernes se acababan mis prácticas en la escuela de Manuelín. Pero para fortuna mía, la directora de la secundaria solicitó que, dado que se acercaban los exámenes, las practicantes diéramos asesorías adicionales para los muchachos que no iban muy bien. En cuanto me enteré hablé con la coordinadora de mi escuela y no me fue difícil convencerla de ayudarla generando la lista de muchachos que necesitaban ayuda y la asignación de la asesora: Imaginen qué estudiante necesitaba ayuda y quién iba a ser su asesora.

Las listas se publicaron y estuve esperando que Manuelín se acercara a verlas, y fui detrás de él. Leyó su nombre y el de su asesora y cuando se volteó, se encontró justo de frente conmigo, que, fingiendo que también acababa de enterarme, le dije:

- parece que tú y yo seremos pareja-, se puso pálido. Y cargué antes que reaccionara:

- ¿te parece bien si empezamos hoy mismo? ¿en tu casa o en la mía?

No quería presionarlo demasiado, porque la verdad las asesorías se supone deberían ser en la escuela al finalizar el horario de clase, pero obviamente eso para mí no funcionaba.

- en mi casa… si quiere-, titubeó. Y se quedó callado para no hablar más.

- ¿me vas a decir dónde vives? ¿y me vas a hablar de tú ahora que seremos socios?, dime Ana, ¿si?-, le dije sonriendo y tratando de aligerar la conversación, que sorprendentemente también a mí me había puesto nerviosa. ¿Cómo podía ponerme nerviosa? ¿sería que realmente me gustaba?¿me estaba dando un poco de miedo?

Antes de ir a su casa pensé en lo que estaba haciendo y debía hacer. Me sentía mucho mejor que cuando veía a ese tonto de Pepín, a quien por cierto había terminado hace casi dos semanas. No puede evitar pensar en manos por mis senos, que la verdad muchas veces me había gustado con mi ex-novio, besos en el cuello, caricias en mi vientre… la verdad es que me humedecí un poco así que fui a cambiarme de ropa. Me sorprendí cuando elegía calzoncitos muy blancos y sexys, que hicieran juego con el bra… ¡cómo si los fuera a ver Manuelín! ¿qué estaba haciendo?!. Proseguí con mi selección de ropa y elegí pantalones entallados y blancos que transparentaban ligeramente mis calzoncitos y una blusa a rayas entallada (con una chamarra grande arriba para que no se espantara nadie en casa de Manuelín, excepto él, y a solas, claro…. je).

Cuando llegué a su casa el estaba muy bien arreglado, bañado, peinado y muy formal. Al inicio los dos estábamos muy cortados, como si fuera una cita muy extraña, así que sin saber qué hacer empezamos directamente a abrir libros. La verdad es que la sesión no tuvo nada de erótica, sino más bien le ayudé bastante con sus materiales para los exámenes. Nos la pasamos muy bien e incluso a ratos reíamos por algún comentario. Cuando dieron las siete de la tarde le dije:

- bueno, es hora de irme-, y me dio un poco de tristeza como si todo estuviera acabando, la verdad es que él había avanzado bastante en el materia. A él se le descompuso la cara como de angustia:

- ¿vas a venir el lunes?, dijo con una voz ahogada como de quien agoniza.

- claro-, le dije. Esa simple palabra nos devolvió el alma al cuerpo. Los dos sonreímos y nos acercamos para darnos un beso de despedida. Algo extraño ocurrió. Nunca nos habíamos despedido de beso, pero a los dos nos vino a la mente el momento de la galleta en su boca y sus labios en mis dedos. En el momento del beso nuestros labios se rozaron, levemente y estuvieron así por un par de segundos. Puedo decirles que eso fue mucho más íntimo que cualquier apretón de tetas que me hubiera dado aquel caliente trasnochado de Pepín. Este roce, porque no puedo decir propiamente que fue beso, fue intenso y nuevamente desató el cosquilleo aquel en mi sexo. Al separarnos nos miramos a los ojos y sin hablarlo, simultáneamente volvimos a hacer lo mismo… mismo roce, misma pausa, sólo que esta vez yo puse mis manos en sus hombros y el sus dos manos apenas rozando mi cintura.

-adiós

-nos vemos el lunes

Sólo duró dos segundos y me dejó tontita todo el regreso caminando a mi casa. ¿Sería que ahora si?

La cita del lunes no fue muy diferente, excepto por el cruce de 4 mil miradas coquetas y 6 mil sonrisas en ambos sentidos y algunas preguntas un poco más personales al final de la sesión. Ese lunes por la noche recordé dos semanas atrás, cuando pensaba entregarme a Pepín por primera vez. Me dí cuenta que el momento con Manuelín estaba siendo mágico y no podría prolongarse mucho, principalmente por la diferencia de etapas en la vida: el en tercero de secundaria y yo en segundo de universidad. Si iba a ser, o sea nuestra primera vez, tendría que ser pronto.

El martes las cosas empezaron a caminar de otra manera. Esta vez, a diferencia de las anteriores, en el comedor de su casa no sería cómodo estudiar porque su hermanito tenía invitados y estaban haciendo mucho ruido. Yo sabía por conversaciones anteriores que él en su recámara tenía su escritorio donde solía estudiar, Así que con un poco de miedo le propuse:

- ¿y si nos vamos a tu cuarto?,- ¡lo dije!. Se escuchó como una propuesta para, al menos, una revolcada en la cama!. Los dos nos quedamos mudos y espantados por varios segundos, así que corregí como pude:

- en tu escritorio habrá menos ruido y podremos concentrarnos en estudiar-. No había caso: los dos sabíamos perfectamente que ambos habíamos pensado en el otro sentido, así que sin contestar empezamos a caminar titubeantes hacia las escaleras: Caminábamos en silencio como quien sabe que va a algo completamente desconocido y peligroso.

Su cuarto estaba muy limpio y olía a hombre, me sentí sobrecogida de estar sola con él ahí. Por un momento, y por primera vez, el se adueño de la situación y con mucho aplomo, y mirándome fijamente a los ojos, esta vez sin ningún temor y con una sonrisa encantadora me dijo:

- aquí estaremos mucho más cómodos.

Ahora me di cuenta que estaba con un hombre, y que si quería llegar a algo más con él tendría que ser muy mujer, y poner atención de alguna manera de su hombría. Ahora sí estaba jugando en un terreno parejo, como se dice: "en cancha reglamentaria".

Repasamos un rato matemáticas. En un momento, mientras él resolvía unos problemas del cuaderno, sentado en la silla frente a su escritorio, yo lo miraba desde atrás. Su cabello era más ondulado de lo que me había fijado, su espalda realmente no era estrecha, incluso sus nalgas se veían muy firmes... y ese olor. Camine con temor hacia la silla, me detuve justo detrás de él y con un miedo espantoso que me costó casi una lágrima vencer, recargué ligerísimamente mis dos manos en su pecho. El estaba sentado, dándome la espalda viendo al frente y yo paralizada sin saber que hacer con mis dos manos en su pecho. Me dio un repentino terror a un reclamo por su parte, me moriría de vergüenza, por lo que traté rápidamente de hacerlo parecer natural y se me ocurrió mover mis manos en círculos como si estuviera dando un masaje a alguien muy cansado. ¡obviamente no funcionó! ¡qué locura! ¡El masaje se da en la espalda, no en el pecho! Me di cuenta que había empeorado la situación, le estaba haciendo caricias evidentemente estimulantes, y no sabía si lo estaba haciendo por accidente o con la intención… y si podía ser peor todavía: ¿cómo iba a detenerme? ¿hablaría? ¿hablaríamos?. Pero ya lo estaba haciendo, así que continué unos segundos más y me retiré a donde estaba previamente. El no dijo nada durante un buen rato, creo que no hizo nada de matemáticas. Y después de un rato sin saber cómo, nos despedimos.

Esa noche no podía dormir: Había acariciado intensamente a Manuelín. Traté de recordar si pude sentir sus pezones varoniles, traté de recordar si cambió su ritmo de respiración, lo que sí pude recordar es que yo había dejado de respirar durante ese momento. Pero por primera vez, reflexioné en lo que él podría estar pensando. ¿Estaría molesto? ¿o quizá indiferente viendo la televisión mientras yo estaba en mi cama viendo el techo y pensando en él? ¿estaría confundido?... ¿o quizá estaría pensando en mí… acariciándose suavemente el pecho como yo lo había hecho o quizá… ¡!. ¡Estaría pensando en mí acariciándose su sexo como yo lo estaba haciendo!. ¡Qué placer me dio esa noche el pensar que Manuelín se masturbaba pensando en mí… Esa noche, después del primer orgasmo de mi vida, entonces pude dormir.

El miércoles me sorprendí nuevamente eligiendo cuidadosamente mi ropa interior. Seleccioné algo que a él pudiera gustarle: femenino, muy blanco, nada vulgar, que combine. Me perfumé, no solamente en el cuello. Salí de mi casa caminando cadenciosamente, con la cabeza alta y el pecho erguido. La tarde era preciosa, olía a flores y la gente sonreía en la calle. Yo estaba atractivísima, iba al encuentro. Ahora quería compartir mi intimidad, no como cuando aquel gamberro de Pepín me la quería arrebatar. Por un momento titubeé: ¿y como compartiríamos intimidad sin experiencia?. Recordé cuando una vez mi ex-novio me pidió que le chupara su miembro mientras me enseñaba el bulto bajo su pantalón producto obviamente de una erección. ¿lo haría con Manuelín?¿qué estaba pensando?. Mientras yo pensaba en nubes de terciopelo y música celestial de arpas, llegué sin darme cuenta hasta la puerta de su casa. Tímidamente, ahora yo, toqué el timbre, cuando la puerta se abrió sentí una horrible decepción: Manuelín estaba frente a mí, pero en ropa muy "fachosa". ¿cómo era posible que el no estuviera muy arreglado, perfumado y combinado para recibirme esta tarde?. El vestía unos shorts deportivos y una camiseta tipo basketball, que le quedaba un poco grande y probablemente estaría sudada. Con mucha naturalidad me dijo:

- Hola Ana, pasa,- eso sí con una sonrisa limpia y encantadora como siempre. –vamos a mi cuarto.

Caminé delante de él y en las escaleras me pregunté si estaría viendo mis calzoncitos que se transparentaban ligeramente bajo mi pantalón. Decidí ir con todo y me concentré en balancear mis caderas de manera que el tuviera que notarlas. Me detuve a media escalera sin voltear para provocarlo y verificar que tan cerca de mí caminaba. Sin escuchar sonido, sentí que una mano se posó suavemente en mi cintura invitándome a continuar caminando, de alguna manera como "casual". Me cautivó la seguridad con que se –me- manejaba.

La habitación lucía igual que los días anteriores, excepto que ahora había unos calcetines en el suelo y el resto de la ropa que, pensé, habría llevado a la escuela esa mañana.

Después de algunas lecciones de matemáticas. En un momento la escena del día anterior se repitió: el sentado al escritorio, haciendo unos problemas y yo parada dos metros detrás de él. Volví a caminar hacia él, esta vez me acerqué aún más hasta tocar con mi vientre la silla. Así estuve un par de minutos sin decir nada. Sentía mi respiración acelerarse y mi corazón palpitar más fuertemente ante la expectativa de lanzarme con todo y volver a acariciarlo. Lo deseaba, no había duda. Pero el miedo a que me rechazara, o no se qué, me tenía paralizada. No sé en que momento fue, pero de pronto yo ya tenía nuevamente mis manos sobre el pecho de Manuelín, él nuevamente sin moverse ni producir ningún sonido. Empecé a acariciarlo igual que el día anterior, pero esta vez la camiseta deportiva, que le llegaba casi a medio pecho se sentía incómoda, de manera que tampoco se como me atreví, pero ya lo estaba acariciando directamente sobre la piel, por debajo de la playera.

Esto no podía ser confundido con un masaje relajante, después de unos segundos de acariciar suavemente, alternando con masajear su pecho, ahora si sentí distintivamente sus pezones. Me empezó a dar fiebre… sentí calor en mi sexo y empecé a jugar con sus pezones, estirándolos un poco y rolándolos entre mis dedos pulgar e índice. ¡estaba echada a andar como locomotora!. Sin dejar de jugar con mis manos en su pecho y hasta su estómago, me incliné un poco hasta rozar mis labios con su cabello… empecé a olerlo, primero por encima, luego con más fuerza escarbaba su cabello con mi nariz y hacia la aspiración un poco ruidosa. En ese frenético roce, por momentos mi mejilla, presionaba y rozaba, ahora si con vehemencia, su cuero cabelludo, o mis labios o nariz rozaban igualmente sus orejas. Ahora sí, de casual, no tenía nada. Me incliné aún más casi acariciando su frente con mi mejilla y fue cuando lo ví: al mirar hacia abajo, sin intención por cierto, su pene erguido estaba asomándose por un lado del short. Se veía solamente la punta o un poco más… no solamente era la visión, ese olor a Manuelín que había percibido en ocasiones anteriores era ahora mucho más distintivo, y comprendí de donde venía… no lo soporté, solté un quejido involuntario con mi garganta al tiempo que sentía, por tercera vez en las últimas dos semanas (y en mi vida) cosquilleo en mi sexo. Pero esta vez no fue cualquier cosquilleo, a la vista de su miembro, mi vagina se contrajo con fuerza y una descarga de electricidad llegó desde todas partes de mi cuerpo hasta la parte más sensible de mi intimidad. Volví a experimentar sensaciones similares a las de la noche anterior, solitaria en mi cama.

Me pareció que mis brazos invitaban a Manuelín a levantarse, porque lo sujetaron entre el pecho y las axilas con una ligera presión hacia arriba. El se levantó lentamente, y sin voltearse se movió hacia un lado para quedar junto a la silla que había quedado entre nosotros. Yo me moví junto con él y lo rodee con mis brazos, mi pecho tocaba su espalda y mis latidos se marcaban, teníamos la misma estatura, en eso momento lo sentí más poderoso que yo y sentí un estremecimiento que me nublaba la razón. Desde atrás, acaricié un poco más su pecho y estómago sobre la ropa y mi mano derecha empezó a deslizarse hacia abajo. Mi mano buscaba con voluntad propia lo que mis ojos habían visto unos momentos antes. Mi mano se preguntaba si todavía estaría ahí. Parecía que fuera un imán, llegó justo y directamente, envolvió el miembro. Estaba caliente, grueso, se sentía el palpitar de su corazón, ahí estaba. Mi mano no lo podía soltar, lo aprisionaba fuertemente como si fuera suyo. Aflojé un poco la presión para sentir su textura, era suave… muy suave… era realmente delicioso, parecía delicado a la vez que fuerte. Mi mano lo envolvió nuevamente ahora ejerciendo más presión, definitivamente era muy fuerte. Sin soltarlo, recargué mi cara en el hombro de Manuelín y empecé a acariciar su cuello con mis labios, nuevamente aspirando con fuerza su aroma que era francamente delicioso. En ese momento lo supe: era mi hombre… era nuestro momento.

Manuelín se dio vuelta lentamente por su derecha, de manera que me dio tiempo de cambiar la empuñadura y cuando estuvo de frente a mí, yo seguía con mi mano derecha en su miembro, sin presionar. Los dos mirábamos hacia abajo, creo que los dos estábamos maravillados de estar en ese contacto tan personal, tan primero, tan íntimo. No sabía yo, ni creo que él tampoco, si esto iba a terminar hasta ahí. En ese momento recordé cuando mi ex-novio me pidió que lo chupara. Voltee a ver sus ojos y el también me miró. Con la mirada le pedí permiso y el me respondió, también con la mirada, que cualquier cosa que yo decidiera hacer en ese momento estaría bien con él. Con ese voto de confianza de mi hombre, lo dirigí a la silla que estaba junto a él, se sentó y me incliné lentamente: de cerca me pareció interesante, incluso bonito. Al acercarme aún mas y casi juntar mis labios con su cabecita, volví a percibir ese olor tan suyo… wow! fue por reflejos que lo introduje a mi boca para probarlo. Qué suave era, y de alguna manera sabroso. Estaba ligeramente húmedo, saladito y a la vez dulce. La textura de su miembro era tierna y su piel podía ser movida de una forma muy chistosa.

Estoy seguro que no lo mordí, en ese momento el lanzó un gritito ahogado y dijo mi nombre:

-Ana, Ana

Su rostro se veía azorado, su boca permanecía abierta y sus ojos desorbitados me miraban fijamente mientras me imploraban. Su boca no me lo dijo, pero los ojos lo gritaron.

Con mucho cuidado para no lastimar aquello tan delicado, bajé su short junto con sus calzoncillos y los dejé en sus tobillos. El estaba completamente petrificado y no levantó los pies para que yo los sacara. Me levanté y el verlo así me pareció totalmente incompleto, me dio la sensación de que él estaría mucho mejor si hacía el trabajo completo. Me acerqué y tiré lentamente de su camiseta hacia arriba, fue hasta que fue imposible subir más que el reaccionó un poco y levantó los brazos. Al subir yo su camiseta por sus brazos levantados, ésta tapó su cara y aproveché, dado lo cerca que estaba de dar unos breves pero sentidos y lentos besos muy húmedos en sus pezones. Nuevamente oí su gritito ahogado, que me hizo consiente de que estaba excitadísimo ¡y también yo!. Quité rápidamente el resto de su camiseta, bajé hasta sus pies y levantándolos le quité, aunque con delicadeza, rápidamente zapatos y calcetines. Me levanté y la escena era preciosa, y es que realmente su cuerpo era precioso. Su cabello rizado, cuerpo esbelto aunque fuerte, si no fuera por el miembro tan erguido parecería escultura renacentista. Me recree de verlo así, recorrí todo su cuerpo muy despacio como bebiéndolo con la mirada. Al llegar a sus ojos noté que ellos también me recorrieron pidiendo auxilio. El estaba completamente desnudo, inmóvil, y yo completamente vestida.

Fue entonces que me di cuenta del calor que hacía en aquella habitación, o sería la excitación que me tenía sudando. Pensé además que la diferencia en ropa no era apropiada así que me quité rápidamente la blusa y lo miré nuevamente a él, que de inmediato se acercó y levantó su mano hacia mi pecho, todo esto alternando su vista de mis ojos a mis senos y de regreso. Por mi mirada supo que podía hacerlo, por lo que empezó a acariciarme primero superficialmente y después con más decisión por encima de mi bra. Con su contacto noté que mis pezones estaban durísimos e incluso el roce a través de la ropa me incomodaba de lo sensibles que estaban. Nuevamente, sin decir palabras llevé mis manos en ademán de quitar mi sostén y Manuelín asintió en señal de aprobación mientras retiraba un poco sus manos. Dejé caer mi sostén al suelo y al ver la cara de atontado que puso al ver mis pechos me sentí la mujer más bella del mundo. Mi hombre estaba embobado en mi contemplación, esa es una experiencia que les deseo a todas las mujeres.

Manuelín seguía contemplando mis senos y levantaba tímidamente sus manos, sin animarse a tocarme. Yo seguía sintiendo calor en todas partes de mi cuerpo por lo que rompí el prolongadísimo silencio con una voz que apenas fue un susurro:

- si quieres puedes tocarlas… o besarlas

Su mirada desbordaba al mismo tiempo agradecimiento y un encantador entusiasmo desbordado. Me acarició con un poco de torpeza, aunque muy delicadamente, lo que hizo, si era posible, incrementar aún mas mi excitación, al mismo tiempo alternaba con besos y chupetones, yo podía percibir lo mucho que él estaba gozando con ese primer encuentro con senos de mujer. Yo la verdad es que estaba pensando en más. La excitación en mis partes íntimas podía sentirla apretándose contra mis calzoncitos. La humedad e hinchazón allá en lo calientito estaban empezando a reclamar, cuando menos, que lo liberaran. Sentía palpitaciones que coincidían con mi bajar la vista hasta su miembro: ahí estaba paradísimo, desafiante y tentador… definitivamente tenía que sentirlo otra vez.

Mientras Manuelín se daba, literalmente, un festín con mis pechos, pues ya besaba, lamía, masajeaba, yo por encima de su cara vi la cama. Mis piernas me estaban flaqueando, la sensación de mis pechos por la atención que estaban recibiendo se estaba extendiendo hacia abajo. Nunca me había pasado y quizá dirán que se oye vulgar, pero la verdad es que en ese momento lo que quería, no se si por instinto o por calentura, era acostarme boca arriba y abrir las piernas, nada más.

Lo llevé hacia la cama y se sentó, mientras veía azorado como me quitaba yo el pantalón, quedando sólo mis pantaletitas puestas. Así como estaba sentado lo recosté en la cama y me subí arriba de él. Nos abrazamos y acariciamos tiernamente, y la verdad por momentos apasionadamente, durante un rato, los dos estábamos jadeando y mi sexo yo lo seguía sintiendo, por decir, ansioso y reclamando contacto más directo y me parecía, mas interno. Me pareció más cómodo estar sin ropa así que sin pensarlo que quité lo último que me quedaba, al soltarlo al suelo, nos miramos e hicimos consiente que ya no quedaba nada más… nada más, mas que…

Los dos estábamos obviamente excitados sexualmente, pero además era un sentimiento muy compartido de ansiedad y de temor. El estaba recostado de espaldas, yo sobre él… Nos miramos a los ojos, nuevamente, sólo con la mirada, le pregunté si estaba bien. La respuesta de sus ojos fue inequivocamente la misma: "lo que tú quieras". Después de eso, las cartas estaban echadas. Me senté a horcajadas sobre él, rodillas flexionadas, mis pies hacia atrás, me levanté, tomé discretamente su pene con dos dedos, sólo para dirigirlo…y descendí sobre él… … ¡qué maravillosa sensación!, dolió un poco, pero fue la sensación de estar llena fue igualmente intensa. Nos empezamos a mover un poco y todo empezó a ser placer. El cosquilleo de ocasiones anteriores llegaba a ser terremoto, yo jadeaba y murmuraba cosas sin sentido mientras él jadeaba y murmuraba expresiones de placer. Sus manos volaban por mis piernas, por mis senos. Por momentos levantaba su cara y chupaba mis senos y rozaba mis pezones con la lengua. Me recosté sobre él y sus caricias continuaron por mis nalgas y por mi espalda con una cercanía que me hacía pensar que en todo el mundo sólo existíamos nosotros dos y que aquello sería para siempre. Cuando sentí la tensión inminente que antecede al placer total, me levanté un poco sobre mis brazos y pude ver en su rostro el orgasmo que el también estaba viviendo… mi espalda se arqueó, gemí… se me acabó el aire… y me desplomé sobre él, que, aunque extenuado, tiernamente me abrazó contra su pecho.

Después de no se cuánto tiempo, nos vestimos… sin hablar. Al caminar, escuché a mis espaldas:

- te quiero

- yo también-, me escuché mientras sentía una lágrima correr por mi mejilla.

Y cerré la puerta tras de mí.

¿El final? Esto todavía no acaba, nuestras vidas continúan. Ciertamente aquella noche fue la última vez que nos vimos…

no podía ser… Me alegro infinitamente que haya sido con él.

-o-

Agradezco su paciencia para leer mi relato y los comentarios que sobre él hagan.