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La empleada

en Confesiones

La empleada

Hace algunos años, cuando la vida nos sonreía un poco más a mi familia y a mí, teníamos una tienda pequeña, en la que habíamos puesto todo nuestro tiempo y nuestra dedicación. Como soy hijo único, y por ese entonces iba a estudiar a la universidad por las tardes, hacía falta alguien que se quedara en ella el tiempo que yo no estaba; bueno, al principio se quedaba mi madre, pero por sus múltiples ocupaciones cristianas, abandonó a algunos meses de iniciarla. Al principio, mi padre continuó como empleado, trabajando desde la mañana hasta entrada la noche. Llegaba sólo a dormir y cuando teníamos tiempo de vernos era los domingos. Mi madre empezó a ayudarme por las tardes, pero como cambió de religión, descuidó el negocio y la tienda permanecía cerrada por las tardes.

Platicando en familia un domingo por la mañana, mi madre nos comentó que vendría su ahijada a trabajar a la ciudad, y que qué nos parecía que mientras encontraba un empleo, se quedara en la casa y apoyara con la atención del negocio por las tardes, cuando yo me iba a la escuela. Al principio me negué, porque según yo, qué iba a saber una escuincla de despachar una tienda, tal vez va a dar kilos de a kilo y medio, le dije a mi padre. Me respondió que probablemente le echaría ganas, porque la gente de pueblo es muy luchona. Total, que después de una larga plática acepté, con la condición de revisarle sus cuentas todos los días cuando regresara de la Universidad.

Y dos días después, nos estaba presentando a Juana, la ahijada. Con sus ropas tan sencillas y las partes blancas que mas bien eran grises se veía una buena muchacha, tenía 18 años, pero la vida y el trabajo de su rancho no le gustaban, ya sabes, queriendo salir del agujero donde a cada uno nos toca vivir. Recuerdo la primera plática a solas que tuvimos:

A partir de ahora tendrás que ser muy buena para las cuentas ¿Qué tal aprendiste en tu pueblo?

Muy bien, patrón. Terminé la primaria y ya no seguí estudiando porque teníamos que trabajar y éramos siete hermanos. Por eso vengo a trabajar a la ciudad.

Todas las noches, antes de que te vayas a dormir, me esperas a que venga de la escuela para que te revide las cuentas del día.

Si patrón, como Usted mande. Me respondió.

Pues al menos es obediente la paisana, pensé. Transcurrieron tres días sin novedad, regresaba de la escuela y no había problema, Juana me entregaba las cuentas perfectamente, no le faltaba ni le sobraba un peso. Y además, se había ofrecido para calentarme l comida por la noche, porque regresaba pasado de las diez y mis padres ya se encontraban durmiendo, porque mi padre se levantaba temprano para ir a trabajar y mi madre también para atenderlo. ¡Qué bien! Así no me dormiré sin cenar. Y Juana dormía en un cuartito que estaba en la azotea de la casa. Total que las cosas marchaban muy bien. Hasta que llegó el cuarto día y al hacer cuentas me di cuenta de un gran error de la muchacha:

¿Qué estuvo la venta de hoy? Pregunté.

Muy bien, patrón. Como habrá partido de fútbol me compraron harta cerveza.

¡Qué bueno! Mientras hacemos cuentas, dejaremos abierto por si viene alguien más a comprar. Le dije. Al revisar la caja me di cuente de un faltante de $300. y sin pensarlo solté un grito de sorpresa:

¿Qué? Aquí hace falta dinero.

No puede ser patrón, yo cobré todo.

No me quieras engañar Juana, sé que estás necesitada, pero no tienes que robar ni quererme ver la cara de pendejo.

Le juro por la virgencita que no he tomado ni un peso patrón.

Pues entonces explícame que chingados pasó aquí y donde está el dinero que falta, porque yo no quiero tener en mi casa a una ratera, y si querías ganarte la confianza de todos para chingarnos, estás muy equivocada Juana.

La pobre Juana solo escuchaba y agachaba la cabeza, cuando entró a la tienda Felipe, un amigo que me iba a invitar a ver el partido en su casa y me tranquilizó:

Aguanta, no te pases con la pobre chamaca, me dijo al verme encendido.

Es que la pinche escuincla se tranzó 300 varos we, y eso es pasarse de riata, porque le dimos confianza como para que muy pronto quiera pasarse de pistola.

Pero la estás cagoteando de más we, mira, casi la haces chillar. Me dijo.

Pues me vale madre, a ver que dice mi mamá, ella que nos recomendó su trabajo y tantas cosas como para que saliera con sus mamadas.

Cálmate, quiero platicar contigo. Vamos a ver el partido y nos echamos unas cheves mientras te comento algo interesante.

De acuerdo. Y tú Juana, cierra el changarro y luego platicamos acerca de esto. Le dije un poco más tranquilizado.

Me llevé un six y nos pusimos a ver el fútbol y a comentar las acciones del encuentro durante los primeros 45 minutos. Al llegar al medio tiempo, le pregunté al Felipón que era eso tan interesante que me quería comentar, me contestó:

Pues primero quería distraerte, porque estabas muy acelerado regañando a la pobre muchacha por los benditos trescientos pesos que le faltaron, tanto encabronamiento por dinero, no se me hace necesario.

Tal vez, pero no me gusta que me quieran ver la cara de pendejo, a veces me hago, pero no soy, contesté.

Bueno, bueno, no es positivo enojarse por nada, y menos por dinero. Además, la paisanita no está tan mal, tiene lo suyo.

¿Lo suyo? Pero si está bien jodida la pobre, no tiene ni de donde agarrarla está plana y bien mugrosa.

Es cuestión de trabajarla, un buen baño, y ropa más o menos que le haga dar el gatazo. Ahí tengo ropa de mi hermana, la que se fue a Estados Unidos, y ves que ella se vestía bien, es cuestión de darle un cambio, platícaselo.

Me agrada la idea, pero con las mañas que tiene de agarrar lo que no es suyo, no creo que sea buena idea ayudarla en algo.

La muy mensa ha de haber confundido un billete de $200 con uno de $500. Además de que se parecen, ¿cuándo en su vida crees que haya visto unos billetes de esa cantidad? En su rancho los más grandes deben ser los de $20. Además, puedes divertirte con ella, me dijo con una sonrisa que entendí a la perfección.

Cuando regresé a la tienda, luego de haber saboreado el triunfo de mi equipo y con las ideas calientitas que el felipón me propuso, me dirigí a la cocina y ahí estaba Juana, calentando la comida y preparándome café. Me senté y le pedí que se acercara, le dije:

Ya me imagino lo que debe haber pasado Juana, tal vez confundiste un billete de $200 con uno de $500.

Dispénseme patrón, es que en mi pueblo casi no hay de esos y me confundí.

Ni una palabra de esto a mis padres -le dije-. No les digas nada porque te van a correr, y a mí me gusta que estés aquí, además de que eres de mucha ayuda.

Gracias patrón, es usted muy bueno. Pero entonces ¿cómo le voy a hacer con el dinero que me estafaron?

No te preocupes, no diremos nada y este será un secreto que yo te guardaré, pero nunca vayas a decir nada de esto, ¿estamos?

Si patrón, como usted diga.

Perfecto, pensé, ya está cayendo… Así pasaron los días, y como a la semana, le hice una pequeña trampa, hice mal las cuentas y se repitió la operación, solo que ahora ya no reaccioné de forma agresiva, sino paciente y le dije nada más que no se fuera a repetir, pero no hice aspavientos como la ocasión anterior, y ella se esmeraba cada vez más al momento de llevarme la cena; ¡porque ya le había pedido que me llevara la cena a mi cuarto!

En cierta ocasión, sólo pasé por la tienda y le dije que al otro día haría cuentas, porque me sentía muy cansado, y le pedí que me llevara un café caliente a mi cuarto. Cuando subí, me quité el uniforma y me quedé solo en bañador, que después de unas cachetadas a mi miembro, éste reaccionó formando un buen bulto que se marcaba a través de la delgada tela y se veía bastante bien, digo, no tengo un monstruo como de película porno, pero a más de una ha hecho sudar…

Cuando entró, como a los quince minutos, me recosté fingiendo que dormía y pasó… Se quedó mirando al volumen que ocupaba lugar entre mis piernas, y no despegaba la mirada, por un momento pensé que se quedaría ahí toda la noche… Dejó el café en el buró y al darse la vuelta para irse, "me desperté" y le dije:

Juana, no te vayas, me siento un poco mal y quiero que me des una talladita, ¿puedes?

¿Se sientes mal? ¿Qué le duele, patrón? Me dijo con un poco de inocencia en su voz.

Aquí. Le dije, señalando mi bulto entre las piernas.

Pero no puedo tallarle ahí, me dijo. En mi pueblo dicen que esa parte no la pueden tocar las mujeres.

Tonterías, ideas de pueblo, pero no vas a hacer nada malo Juana. Sólo quiero que me ayudes a quitarme este dolor que trigo desde la tarde, ¿puedes ayudarme?

Bueno patrón, si es para que se sienta mejor. Lo ayudo.

Gracias Juana, no cabe duda que eres una buena chica

Y manos a la obra… que me empieza a sobar el pene por encima del bañador, pero con la fricción, mi erección empezó a aumentar, de manera que se me marcaba mucho el glande, a diferencia del tronco.

- ¿Es aquí donde le duele patrón? Me preguntó sobándome el pene.

- Sí, le contesté. Pero donde siento más dolor es en la cabecita.

- ¿Aquí? Me preguntó, al momento que aceleraba el movimiento en la cabeza de mi verga, haciéndome obtener una erección brutal.

- ¿Por qué no me quitas el calzón? Así se me quitará más rápido el dolor.

- ¡Ay patrón! Cómo cree. Si su mamá me cacha, me corre de la casa.

- ¡Cómo crees Juana! Después de que me vas a ayudar a aliviarme, no le diré nada.

- Bueno, pero rapidito ¿eh?

- Me lo sacó y cuando lo vio, puso una cara de sorpresa y abrió la boca como no creyendo lo que tenía enfrente.

- ¿No habías visto uno? Le pregunté.

- Pues sí, los pitos de mis hermanos cuando los bañaba, pero no eran de ese tamañote, me respondió con asombro.

- Puedes decirle pito, pero aquí en la ciudad, le llamamos verga. Y si es muy grande le llamamos vergón o vergota, como te guste más. Pero sigue acariciándola, que ya se me está quitando el dolor, pero necesito que también me sobres los huevos, porque ahí es donde nace el dolor que tengo.

- ¡Ay patrón! Está empezando a sudar y está rete agitado.

- Abrázalo con tu mano y jálalo para arriba y para abajo, chaquetéame con ganas Juana, que ya va a salir mi malestar. Sigue, sigue, sigue… Le agarré la mano y apuré el movimiento para eyacular ya, mi erección era algo poco soportable. Apriétame la verga Juana, que así siento más rico…

Y con un grito empecé a venirme. Uno, dos, tres chorros de semen que fueron a dar al piso y Juana quitó su mano, pero se la volví a poner en el tronco de mi aparato. Tienes que sacarme todo, le dije, hasta exprimirlo… y así lo hizo.

Al final, me preguntó si me sentía mejor, a lo que le respondí que sí, que era una muy buena persona por ayudarme a aliviarme y que no sabía como agradecerle el favor que me había hecho.

No es nada patrón. Que bueno que pude ayudarle a sentirse mejor. Pero, ¿qué era eso que le salió del pito?

Se llama semen, hay algunos que le dicen mocos o leche, pero el nombre correcto es semen.

¿Y hace mucho daño?

Claro que no Juana, pero si pasas mucho tiempo sin sacarlo, te pueden crecer los huevos y salirte una hernia. Pero ten mucho cuidado, porque si el semen te entra aquí, le dije pasando una mano por su entrepierna, puedes quedar embarazada y tener un hijo. Estaba tan entrada en la plática que cuando quiso alejarse al sentir mi mano en su cosita, ya la había pasado. Le pregunté: ¿a poco no te gusta que te acaricien tu puchita?

¿Cómo dice que se llama?

También tiene muchos nombres: pucha, puchita, panocha, verija, y otros.

En mi pueblo le decimos la verija, pero esa palabra casi no se dice.

Ven, acércate, déjame acariciarte y conocerla…

No, eso no es bueno.

Déjame hacerlo y si n te gusta me dices y ya no lo hago. Tal vez le ganó el sentimiento de culpa provocado por las veces que, para ella, me había entregado la caja incompleta.

Bueno, pero solo un poquito.

La acerqué con mi brazo derecho tomándola por la cintura y con la mano izquierda empecé a hacerle círculos en su pelambrera, que se sentía por encima de su faldota. Le quité la falta larga y quedaron ante mí dos piernas morenas, firmes, aunque un poco flacas, pero se antojaban; lástima que ese calzón grisáceo eran para bajarle la erección a cualquiera, pero era tal mi situación que me calentaron más, y seguí jugando con su partecita.

De vez en cuando, metía un dedo por un ladito de su calzón para rozarle sus labios, y cada vez que hacía esto, daba un pequeño brinquito, la senté en mi pierna izquierda y era esta vez mi mano derecha la que hurgaba entre sus calzones. Le pregunté si la lastimaba, no me contestó, sólo empezaba a dar unos suspiros que me querían decir que mi trabajo no era malo. Después, el contacto fue directamente a los labios menores y al clítoris, moviendo mis dedos como una amiga dice que sólo yo sé hacerlo. Se empezó a mojar y los suspiros se volvieron en gemidos:

Ah, ah, aaaaaahhhhhhh……..

¿Te gusta? Pero estaba tan centrada en lo que le estaba haciendo que ni me respondió.

¿Te gusta Juana? Dime que te gusta, que lo siga haciendo, que quieres que siga haciendo que te mojes, dímelo.

Sí patrón, me gusta mucho lo que me hace oooohhhh…

Sácame la verga otra vez, se me volvió a parar y hace falta que me saques la lechita otra vez. Me volvió a acariciar el miembro que se marcaba sobre el bañador, y me lo sacó, empezó a manejarlo de una manera un poco torpe, pero yo aceleré el movimiento en su panochita, de tal manera que esa misma vibración hiciera que me moviera el miembro más rápido y más acompasada.

Sigue así, más Juana, hazlo más rápido. Te gusta lo que te estoy haciendo ¿verdad? Dime que te encanta jugar con mi verga, dímelo… Pero estaba como en otro mundo, como si no me escuchara, no me decía nada, sólo movía su mano y la apretaba más, haciendo que la cabeza de mi pene tomara un color purpuresco…

Dejó de hacerlo y nada más temblaba, creo que se empezaba a venir, porque parecía que tuviera un arroyo entre las piernas, se mojaba cada vez mas… seguí en mi labor, descuidándome un poco de lo que me estaba haciendo, pero concentrándome en hacerla disfrutar en ese momento que duró como dos minutos, y cuando paró de temblar, quedó como si hubiera despertado de un sueño o algo así, como que no reaccionaba, pero mi calentura fue mayor y le dije:

Ándale Juana, muéveme la verga, que tienes que sacarle más moquitos…

Continuó chaqueteándome y tardé un poquito más, pero me la apretada como queriéndole sacar todo el semen que tenía en los huevos, así que fue cuestión de unos instantes, que empecé a lanzar mis chorros de leche, que al llegar al segundo, me lo apretaba como que no quería que me saliera, o no sé, pero eso hacía que diera los últimos bufidos que mi aliento permitía.

Después de eso me dijo, discúlpeme patrón, y se fue a su cuarto. Limpié con papel higiénico el semen que había en el piso y fui tras ella. Como mis papás estaban durmiendo y el cuarto de Juana quedaba casi junto al mío, nomás nos dividía el baño, me fui encuerado y toqué, al principio no me abría y fue cuando me dije: en la madre, si me ven mis jefes así no me la voy a acabar. Pero afortunadamente abrió y le dije que no había pasado nada. Noté un poco de lágrimas en sus ojos, pero la abracé y le repetí que no había pasado nada, se abrazó a mí como lo hace una niña con su padre, hasta me sentí extraño. Me vio a la cara y me dijo: es que nadie me había tocado así, así tan bonito. Y me volvió a abrazar. Pensé para mí, ojalá no se vaya a encular esta vieja, ya mañana se verá.

Luego del largo abrazo y todo deslechado, me fui a dormir, con la esperanza de que al otro día todo estuviera olvidado. Cosa que no sucedió, pero esa será otra historia que les contaré después, si es que les interesa.

Saludos.

Gustavo.