Cuando terminó de perfilarse los labios, se miró en el
espejo. Queria estar perfecta aquella tarde. El sucinto examen visual le sirvió
para encontrar un par de pequeñas imperfecciones en su piel, que se apresuró a
ocultar con maquillaje. Se miró de nuevo; de la cabeza a los pies. Se hubiera
besado en aquel momento. Tendria que haberse atrevido antes a vestir con
minifalda, aunque la blusa semitransparente y los tacones de aguja le daban un
aspecto de...
- Parezco una zorrita- sonrió para sí.
La alarma de su reloj comenzó a sonar. Debia salir ya de casa si queria estar
puntual. Él le habia insistido mucho en eso. Como no conocia muy bien la casa a
la que tenia que ir, habia llamado a un taxi, pero se estaba retrasando. Los
nervios se apoderaron de ella. Cada movimiento del minutero era como una daga
que se clavaba en su corazón. Pensaba en lo hortera de la metáfora, cuando
escuchó un claxón. ¡¡Al fin!!
Sintió cómo la mirada del taxista se clavaba, esta vez sin horteradas, en los
pezones que despuntaban duros por el frio de la calle, bajo la blusa, pues él
habia insistido también en que no llevara sujetador.
Durante todo el trayecto, el conductor dirigió miradas furtivas a su
entrepierna, con la esperanza de ver algo más jugoso que la lasciva insinuación
de sus pechos. Más de una vez pensó en abrir levemente las piernas para que se
deleitara con la carnosidad de su sexo; sólo pensarlo humedecia su ser, pero no
llevaba ropa interior, así que el recato pudo más que el deseo por exhibirse.
El taxi la dejó frente a la puerta. Miró su reloj, nerviosa, pero había llegado
con cinco minutos de adelanto. Suspiró aliviada y llamó al timbre. Tomó aire con
fuerza para relajarse. Nadie abrió. Volvió a llamar con el mismo resultado. Echó
un vistazo por la ventana de al lado, pero las cortinas estaban echadas. Miró de
nuevo la hora. Habia quedado con él ese día, deberia estar allí.
Sin saber muy bien qué hacer, esperó. Finalmente, a la hora exacta a la que
habian quedado, la puerta se abrió a sus espaldas. Al darse la vuelta, le vió de
pie en la entrada. Su expresión dura, la mirada congelada y los brazos cruzados
sobre su pecho.
- Pasa - le dijo antes de darle la espalda y adentrarse en el salón.
Le siguió desconcertada, preguntándose si aquella frialdad era normal. Cuando le
conoció semanas atrás, le habia parecido una persona encantadora, amable en el
trato y de verbo fácil; en sus numerosas citas no habia cambiado lo más mínimo y
sin embargo ahora... incluso percibia algo de enfado en su actitud.
Cerró la puerta con cuidado y se dirigió hacia el centro de la amplia
habitación, donde él la esperaba.
- Me has desobedecido - le espetó sin más.
- ¿Yo?, pero si incluso he llegado antes de lo que me dijiste - replicó
sorprendida.
- Punto número uno, a partir de ahora me hablarás de usted. Me tratarás como tu
Amo y señor siempre que yo te dé permiso para hablar. ¿Lo has entendido?
- S-s-si Amo - respondió nerviosa. Habian hablado de lo que seria aquella
sesión, pero una cosa era hablar y otra sentir la dureza que despedia su voz.
- Punto número dos, cuando te ordene algo, lo harás a rajatabla. Si te digo que
te pongas de cara a la pared, lo harás sin rechistar; y si te digo que vengas a
las doce en punto, quiero que vengas a las doce en punto, ni un minuto más, ni
un minuto menos.
Se sintió desfallecer. Le habia fallado a la primera. Al menos, se consoló,
habia sido en algo sin apenas importancia. Algo le decia que de haber llegado
tarde, si que hubiera tenido "problemas".
- Punto tres, cada falta tendrá su castigo. El tuyo comienza ahora. Ponte a
cuatro patas.
El corazón se le aceleró, mientras su mente se debatia a medio camino entre el
incipiente deseo que surgia en su bajo vientre y el miedo a lo desconocido, que
se acentuó aún más cuando le dijo que le siguiera al sotano, sin abandonar la
posición en la que se encontraba.
Al bajar las escaleras, en lugar de una lavadora, trastos viejos y ropa
repartida por un suelo polvoriento, encontró una cuidada... sí, podria definirla
como una mazmorra que bien podria haber formado parte de un castillo francés del
siglo XV.
Las petreas paredes estaban cubiertas por todo tipo de extraños artilugios,
entre los que pudo reconocer, consoladores de todo tipo, fustas, antifaces,
esposas... aquel despliegue de fetichismo la sobrecogió, pero el calor que
sentia en su interior iba creciendo a medida que los minutos pasaban y no
preciamente por el ambiente de la mazmorra, tan frio como se lo habia imaginado
al verlas en las peliculas, y que hacia que el bello de su piel se erizara hasta
dolerle.
En una de las paredes, se erguia una enorme cruz con una extraña forma que le
resultaba familiar. Recordó sus noches en vela buscando información por internet,
poseida por el ansia de conocerse a si misma y desarrollar su condición; las
descorazonadoras fotos de jóvenes a las que no se veia disfrutar,los frios
manuales de dominación, los estimulantes relatos que habian provocado que más de
una vez terminará la velada explorando sus entrañas con apasionada furia...
- Esto es una cruz de San Andrés. -dijo él, como si le hubiera leido el
pensamiento.
Su Amo se encontraba junto a ella. En sus manos sostenia una fina venda negra; a
juzgar por su textura, de seda.
- Desnúdate. Puedes ponerte de pie si quieres.
Lentamente se fue deshaciendo de las prendas que cubrian su cuerpo, y
colocandolas en una pequeña mesa que su Amo habia colocado para ello. Una vez
estuvo desnuda, se dispuso en posición de examen: piernas abiertas, manos a la
espalda y la mirada apuntando al suelo, tal y como habia visto en más de un
video.
Le pareció sentir cómo su Amo sonreia satisfecho. Puede que fuera producto de su
deseo por agradarle, pero eso no le importó. La euforia por saberse haciendo
algo que llenaba su existencia, la inundó, acrecentando aún más el deseo que
crecia en su interior y que amenazaba con desbordarse ante la mirada
impertérrita de él.
Con un gesto seco, la cogió por el antebrazo y la dirigió a la cruz, donde la
ató fuertemente, lo que generó un movimiento automático de pequeña resistencia,
que su Amo aplacó con un beso largo y profundo, donde su lengua degustó la
dulzura de sus labios.
Aún jadeante por el prolongado beso, la privó de su visión, con la venda negra
que sostenia minutos antes.
No veia nada. Apenas podia oir el aliento de su Amo cerca de su cuerpo pues la
venda tapaba sus orejas; además, el contacto con la fria madera, la habia
insensibilizado ligeramente; por lo que pasados los minutos, le pareció que se
encontraba en una burbuja sensorial.
Puesto que no podia percibir nada, su imaginación tomó el relevo de su
conciencia. Estaba desnuda, atada a la pared, totalmente a merced del hombre que
habia conquistado su voluntad en apenas unos días, que habia iluminado las
partes oscuras de su alma y que, esperaba, la guiaria a traves de ellas.
Se preguntó qué le haria a continuación. Por sus piernas abiertas comenzaba a
deslizarse el jugo de las pasiones vividas hasta el instante. Sintió algo de
pudor e intentó juntar sus muslos sin éxito. Imaginó uno de los muchos
consoladores de la estancia, llamando a las puertas de su sexo, echandolas abajo
en caso de no recibir respuesta, y penetrando hasta lo más profundo de la
carnosa sala hasta alcanzar el trono del placer y aplastarlo con frenesí para
arrancar oleadas de placer de su cuerpo y hacerla gritar de placer suplicando
más de aquella deliciosa tortura.
Pero pasaban los minutos y no llegaba aquél ataque de pasión por el que su
cuerpo se retorcia en aquella fria cruz, que poco a poco iba siendo calentada
por el furor de su entrepierna, que habia descubierto que la incógnita menos
deseada puede ser más placentera que el encuentro carnal menos querido.
¿Estaria su Amo examinandola con detenimiento, deleitándose con el terso cuerpo
que se le ofrecía, para elegir qué parte de él hacer suyo? o ¿acaso estaria
preparando un escenario más propicio para dar rienda suelta a su lujuria,
mientras contemplaba gustoso su cuerpo entregado?
No, eso no. Le pareció sentir la lengua juguetona de su Amo, delineando sus
piernas, de los finos tobillos a los suculentos muslos aliñados con la abundante
esencia que expelia su sexo al sentir cada lametón, cada roce de los labios de
su señor contra su piel, sugestionada para amplificar la más mínima sensación de
placer.
Pero la sensación resultó falsa, no así las palpitaciones de
su sexo, que a esas alturas ya actuaba como si estuviera siendo horadada por el
carnoso ariete que tanto deseaba sentir vibrar dentro de ella, compartiendo su
pasión, mientras sus senos fueran cubiertos por los delicados besos de su Amo.
Comenzó a gemir sin cesar, mientras sus piernas se retorcian lejos del control
de su mente, intentando sacar mayor provecho al orgasmo que habia nacido en su
imaginación, para ir a morir en su vagina, hinchada y húmeda como la lengua de
su Amo, que, ¡¡esa vez si!! se apoderaba de su clítoris para beber hasta la
última gota de lujuria que desprendia.
Sus violentos espamos a punto estuvieron de tumbar la pesada cruz, pero esta
estaba bien sujeta, así que lo único que ocurrió, fue que se magulló
levemente las muñecas, sobre las que descargó el peso de su cuerpo, al
abandonarle las fuerzas y la fuerza arrolladora del clímax.
Su Amo la apoyó sobre él, mientras la desataba. La sentó en una silla y dejó que
se recuperara mientras él subía en busca de algo que queria mostrarle.
Permaneció allí sentada diez largos minutos, en los que reflexionó sobre lo que
le habia ocurrido. Pese a ser joven, su experiencia sexual era dilatada, pero
jamás se habia corrido sólo con imaginarse una situación excitante. Puede que
fuera la ambientación o su recien descubierto papel...
En ese momento volvió su Amo. La hizo ponerse en pie. Delicadamente rodeó su
cuello con sus fuertes brazos, y le colocó un bonito collar de tela esmeralda,
con su nombre bordado en oro.
- Llevarás este collar siempre que estés conmigo. Te has portado muy bien hoy.
Ponte de rodillas.
Lo hizo sin rechistar, henchida de orgullo por el obsequio recibido. No se
limitaria a llevarlo ante su presencia, lo usaria siempre. Con la entrepierna de
su Amo frente a su cara, no hizo falta que este le ordenara nada, para bajar su
cremallera y dejar en libertad el anhelado falo, hinchado en espera de las
atenciones que en breve recibiria de los deliciosos labios de su sumisa.
Comenzó lamiendo desde la base hasta la punta, lentamente, disfrutando de las
sensaciones que causaban en su Amo. Sin esperarlo, este agarró fuerte su cabeza,
e introdujo su pene en su boca hasta el fondo de su garganta. Como pudo, acomodó
su lengua a la situación y comenzó a lamer el tronco sin cesar, mientras este se
deslizaba en su boca con un ritmo tan frenético que no tardó en descargar toda
su simiente sobre su cara.
- ¿Ves esa puerta de allí? - le preguntó su Amo mientras señalaba la pared de su
derecha - ahí tienes una ducha. Cuando te vistas, vete. Ya te llamaré.
Dicho lo cual, subió las escaleras, dejandola desnuda, cubierta de semen y algo
decepcionada por cómo habia terminado todo. Se aseó y se vistió rápidamente pues
debia atender otros asuntos, y al salir de casa no miró hacia atras; de haberlo
hecho, podria haber visto a su Amo, asomado a la ventana sonriendo satisfecho.