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Mi compi Ainoa (1: Juegos manuales)

en Hetero: General

Ainoa es mi compañera de trabajo. Tiene 30 años, uno menos que yo. Es alta, delgada y morena. Tiene buen tipo, aunque ni sus pechos son demasiado grandes ni su culo muy respingón. De cara es normal. Ni mucho menos una belleza. Lleva gafas, tiene el pelo largo, recogido siempre en una coleta, la nariz un poco larga y una boca enorme, de amplios labios carnosos.

En mi oficina no hay demasiadas mujeres, aunque he de reconocer que hay varias mucho más exuberantes que Ainoa. Por ejemplo, María. Es, de todas, la que más fascina a los tíos. Tiene unas tetas enormes y un culo redondito y muy respingón. Quizás un pelín grande, para mi gusto. Pero reconozco que es todo un pibón, de esos a los que apetece follarse una y otra vez hasta decir basta.

No obstante, Ainoa es especial. No es que esté enamorado de ella. En absoluto. No es especial en ese sentido. Lo que quiero decir es que es de ese tipo de tías con las que se puede hablar de todo, como si fuera un tío. De hecho, a veces nos reímos con eso, cuando le digo que es más hombre que cualquiera de mis amigos. Quizás sea por eso por lo que me pone tan cachondo.

Llevamos bastante tiempo trabajando juntos y hemos desarrollado una amistad bastante profunda, en la que intercambiamos multitud de intimidades y confesiones de todo tipo. Así, por ejemplo, un día que habíamos salido a comer me pilló mirando a una mujer guapísima que estaba sentada unas mesas más allá.

- ¡Qué miras tanto! ¡Que te vas a quedar bizco!

- Quita, joder. Déjame que me alegre un poco la vista, ¿no?

- ¿Con quién? ¿Con esa? Pero si no vale nada. Es una vieja pelleja.

- Bueno, ¿y qué? A mí me gustan mayores. ¿No sabes que gallina vieja hace buen caldo?

- Pues anda que sí. Si además, esa para lo único que vale es para chupar pollas.

Ya comenté que teníamos mucha confianza. Este tipo de comentarios eran los habituales. No obstante, en esta ocasión me fijé en ella cuando lo dijo. Estaba medio girada para poder ver a la mujer en cuestión, con lo que su boca quedaba entreabierta. No pude evitar fijarme en el tamaño de su boca y el grosor de sus labios. Pensando en su frase, imaginé por un instante lo que sería tener mi polla en esa boca, apresada entre aquellos labios. Inevitablemente, mi entrepierna respondió al pensamiento con un ligero abultamiento. Decidí seguir con la conversación.

- Vaya, veo que eres una entendida en el tema.

- Hombre, es que con esa boca tú me dirás. Seguro que tiene al marido contento. Eso es lo que se llama boca de chupapollas.

- Ah. ¿Y eso por qué?

- Pues porque mira qué labios y qué tamaño de boca.

Tenía razón. La verdad es que tenía, al igual que ella, una boca enorme y unos labios muy amplios y carnosos, resaltados por un pintalabios rojo brillante.

- Coño, Ainoa, pues como la tuya.

- Sí, ya. Seguro. No me vayas a comparar.

- Ajá. ¿Es que tú no tienes contento a tu novio o qué?

- Tendrá queja él. Si los tíos sois muy simples. Es muy fácil teneros contentos. Basta con haceros una buena mamada para haceros felices.

Sería puta la tía. Lo mejor de todo es que tenía razón. La imagen de mi polla entrando y saliendo de su boca volvió a mi mente, provocando que mi bulto fuese en aumento, convirtiéndose en una erección en toda regla. Seguí un poco más.

- ¿Ves como en el fondo tú eres un tío? Nos conoces mejor que nosotros mismos.

- Anda ya. Como que un tío te iba a hacer una mamada como las que yo hago. Ni de coña, vamos.

- Oye, pues tanto que presumes, a ver cuándo me demuestras tus habilidades.

- Yo por mí encantada, pero no sé tu novia y mi novio qué iban a pensar.

- No tendrían por qué enterarse.

Mi tono debió cambiar y puede que notase que se lo decía en broma, pero no del todo. Era de este tipo de cosas que dices medio en serio medio en broma, de manera que si acepta perfecto y, si no, pues queda como que estabas de coña. Ella no quiso seguir jugando y me cortó.

- Quita, quita. Mejor lo dejamos. Que después de probar una mamada mía ya no ibas a apreciar las de tu novia.

- Vale. Si, de todas formas, de poco me iba a servir que me pusieras como una moto si después me iba a quedar a medias porque no te iba a poder echar un polvo. Porque como eres un tío...

Y le guiñé el ojo, pensando que había encajado perfectamente su negativa y había ganado al no sentir el golpe.

- Hombre, hay más agujeros. Y, ya que estás dentro de uno, no hace falta que te salgas de él para correrte. No sé si me entiendes.

Claro que la entendí. Hija de puta. Mi erección era completa. Ahora me imaginaba soltando mi leche en su boca y mi excitación era máxima. Suerte que en ese momento apareció el camarero y me permitió salir de la situación, puesto que estaba tan cachondo que no se me ocurría qué decir. Y no sé qué me jodía más, si que me hubiera ganado el duelo dialéctico o que pudiera notar lo cachondo que me había puesto.

Ese día, al volver a la oficina, le dije que tenía que ir al baño a soltar lastre tras la comida y fui corriendo al baño a masturbarme. Al volver a mi sitio me mandó una nota:

- Joder, no has tardado nada. Si que aguantas poco.

- Hombre, es que pensé en nuestra conversación de la comida, y en lo bien que debes chuparla y, con lo cachondo que me pones, pues acabé enseguida.

- Jajaja. Pero qué marrano eres.

Ella pensaba que era broma, claro. Lo cual me dio una pequeña victoria moral que me resarció de la derrota en la comida.

Pasados unos días, estaba trabajando cuando me llegó una nota de Ainoa:

- Marcos. Hoy has venido en coche, ¿verdad?

Normalmente yo iba a trabajar en metro, pero ese día llevé el coche porque tuve que ir al banco a primera hora y en metro tardaba mucho en ir al banco y luego a trabajar.

- Sí. ¿Por qué?

- Porque podías acercarme a casa, si no te importa. Es que no me apetece coger el autobús, que está lloviendo.

Era la primera vez que me lo pedía en todo el tiempo que llevábamos trabajando juntos. Yo me había ofrecido varias veces a llevarla, puesto que dejarla en su casa no me suponía desviarme demasiado, pero nunca aceptó. Decía que era mucha molestia y que no le importaba coger el autobús.

- Claro. Me avisas cuando quieras y nos vamos. Si ya te he dicho mil veces que casi me pilla de paso.

- Genial.

Ainoa siempre venía a trabajar con vaqueros. La verdad es que no le quedaban nada bien. Como dije, no tenía casi culo, y además solía usar pantalones muy anchos, por lo que le colgaban arrugados por la parte donde debía estar el culo. Pero ese día, al ir a comer, vi que llevaba falda. No era minifalda, pero era ligeramente más corta que una falda normal. Le llegaba como un palmo por encima de la rodilla. Me sorprendió mucho, así que se lo comenté:

- Coño, ¿y eso?

- ¿El qué?

- La falda, joder. Tú que siempre llevas vaqueros.

- Bueno, también es vaquera.

- Sí, claro. Pero es que ya casi pensaba que no tenías piernas.

- Pues ya ves que sí. Es que, con esta lluvia, se me mojaron todos los pantalones y no tenía otra cosa. ¿Te gusta?

- Hombre, todo lo que sea enseñar carne me gusta. Aunque las prefiero más cortas.

- Sí, claro. Pero es que entonces lo mismo me asoma la polla por debajo, no te jode.

Ambos nos reímos y dejamos el tema. La verdad es que verla con falda me sorprendió muy gratamente. No era muy corta, pero sí estrecha. Así que marcaba perfectamente su culo y sus muslos. Descubrí que su culo era, efectivamente, pequeño. Pero muy bien formado, redondito y prieto. Los muslos eran, como las piernas, largos, delgados y ligeramente musculosos. Desde luego, Ainoa tenía un tipazo. Se había puesto unas medias de red y unos botines, lo que le daba un aspecto muy sensual.

Volvimos de comer y seguimos a lo nuestro, hasta que me llegó una nueva nota de Ainoa.

- ¿Te queda mucho? Yo ya terminé.

- No, qué va. Dame un minuto y nos piramos.

- Vale, voy cerrando.

De camino al coche fui cediendo siempre el paso a Ainoa en todas las puertas y los estrechamientos de la acera. Este gesto, además de ser muy caballeroso, me permitía disfrutar de la visión de su culo. No podía quitar mis ojos de él. No era perfecto, pero me tenía hipnotizado. Descubrir que estaba ahí, y que era hasta bonito, me había producido una especie de shock.

Cuando llegamos al coche, Ainoa me dijo:

- ¿Qué? ¿Has disfrutado de la vista?

Creo que me debí poner incluso colorado. Me pilló totalmente desprevenido. Habíamos venido todo el rato hablando de cosas triviales, especialmente de qué tal nos había ido el día.

- ¿Cómo dices?

- Pues eso, que me has estado mirando el culo todo el camino hasta el coche.

- ¿Pero qué dices? Además, ¿tú cómo lo ibas a saber?

- Coño, pues porque ya sabes que pienso como un tío. Y es lo que yo habría hecho si estuviera en tu lugar.

- ¡Qué hija de puta eres! Pues sí, sí. Te miraba el culo. Y claro que lo he disfrutado, joder. No sé por qué no lo enseñas más si es muy bonito.

- ¿Tanto como el de María?

- Hombre, es que eso ya son palabras mayores.

Seguimos charlando sobre el cuerpo de María durante el viaje. Esto fue derivando y terminamos por hacer un repaso por todas las tías de la oficina. Como ya dije, hablar con ella era casi como hablar con un tío, por lo que nos dedicamos a alabar las tetas de una, el culo de otra,... A mí me ponía mucho hablar de estos temas con ella, y estando en coche sentado a su lado, aún más. Comencé otra vez a excitarme, como aquél día en la comida. Lo cual me dio una idea: derivar el tema al mismo que aquella vez. Le dije:

- Sí, bueno, esto está muy bien. Ya sabemos que hay mucha tía buena en la oficina. ¿Pero cuántas crees que harás felices a sus parejas?

- ¿A qué te refieres?

- ¿No te acuerdas? A la conversación del otro día en la comida. El día de la chupapollas.

- ¡Ah, es verdad! Pues no sé. Yo creo que María puede chuparla bien. Con ese cuerpo no le pega hacerlo mal.

- Pues es verdad. Aunque seguro que ninguna es tan buena como tú, ¿eh?

- Eso seguro. Yo soy una profesional de la felación.

Recordar el tema y retomar la conversación me hizo excitarme un poquito más. Mi polla comenzó a abultarse bajo mis pantalones. No sabía si se notaría, pero recé para que no. Intenté fijar la mirada en la carretera, pero de vez en cuando tenía que girar la cabeza para hablar con Ainoa. Y en estas ocasiones no podía evitar fijarme en sus labios, con lo que automáticamente bajaba la vista para evitar pensamientos que me excitaran aún más.

Pero esto me llevaba, inevitablemente, a mirar sus piernas. Al sentarse, la falda se le había subido ligeramente, dejando a la vista una gran parte de sus muslos. Eran, efectivamente, largos y delgados, aunque musculosos. Tenía las piernas juntas y podía ver claramente marcados sus abductores. Esto siempre me ha puesto muchísimo. Creo que unas piernas de mujer bonita son de lo más excitantes.

Esa visión, junto con la conversación, provocaron un ligero aumento del bulto de mi entrepierna. Pude notar cómo crecía ese poquito más y me revolví en mi asiento, tratando de disimular la erección moviendo las piernas para recolocarme la polla. Afortunadamente, ya casi habíamos llegado a su casa. Así podría acariciarme de camino a la mía y masturbarme nada más llegar pensando en esos muslos y esos labios. Pero Ainoa debió notar algo.

- ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?

- Sí, sí. No pasa nada. Es que se me fue la cabeza un poco.

- Ya, claro. ¿No será que me estabas mirando las piernas?

- Qué dices, tía. Qué va.

- Vamos, hombre. Pero si te he visto. ¿Te gustan?

- Pues sí, la verdad. No sé por qué te empeñas en usar esos vaqueros tan anchos, si esa falda te queda de muerte.

- Los vaqueros los uso para trabajar. Cuando salgo suelo ir con faldas, normalmente más cortas que esta.

- Pues tendremos que salir juntos un día. Y nos dejamos a los novios en casa, claro.

- Jajaja. Seguro que te pasabas toda la noche empalmado.

- ¿Cómo? ¿Por qué lo dices?

- Pues por esto, hombre. Que aunque intentes disimularlo, lo he visto.

Dirigió una mano hacia mi entrepierna y me agarró la polla por encima del pantalón, apretándola. Fueron sólo unos segundos, pero lo suficiente como para que mi polla diera un brinco en mis pantalones. Se endureció por completo de repente y el bulto se hizo más patente todavía.

- Vaya, parece que le ha gustado que la toque.

- A ella no sé, pero te aseguro que a mí me ha encantado.

- Seguro que ahora se te ha puesto como una piedra.

- Ni te lo imaginas.

- Bueno, ¿para qué imaginarlo, si puedo comprobarlo por mí misma?

Y, dicho esto, volvió a poner su mano en mi entrepierna. Pero esta vez colocó la palma de su mano sobre mi polla y comenzó a acariciarla, comprobando su dureza.

- Pues sí que está dura, sí. Vaya, no sabía que te ponía tanto.

- Pues ya lo ves.

No se me ocurría qué otra cosa decir. Trataba de dirigir la mirada hacia abajo, aunque tenía que seguir conduciendo. Vi su mano, blanca, larga y huesuda, posada sobre mi polla, acariciándola por encima del pantalón en movimientos circulares. Mi polla empezó a temblar, excitada al máximo. Ella la agarró suavemente y comenzó a recorrerla con la palma de la mano de arriba hacia abajo.

- Vaya cara se te ha puesto. Jajaja.

- Calla, joder, no te rías. ¿Qué quieres, si me estás poniendo a mil?

- ¿Quieres que pare?

- ¡No! Ni se te ocurra. Lo que quiero es llegar ya.

Los minutos que pasaron hasta que llegamos a su casa me resultaron interminables. Ella siguió acariciándome la polla del mismo modo. Ninguno de los dos habló hasta que llegamos. Yo seguí con la mirada fija en la carretera, tratando de concentrarme en la conducción. Ella miraba al frente mientras me tocaba, desviando de vez en cuando la mirada a mi paquete.

Cuando estuvimos frente a su portal, paré el coche, aunque sin echar el freno de mano para no obligarle a apartar la mano, y giré la cabeza hacia ella.

- Bueno, pues ya hemos llegado.

- Sí, eso parece.

- ¿Y ahora qué?

Ella seguía acariciándome la polla. Miró hacia mi entrepierna, luego levantó la mirada y observó alrededor, y me dijo.

- ¿Por qué no aparcas por aquí, y así charlamos un rato? Mira, allí hay un sitio.

Rápidamente me dirigí a donde me indicaba y aparqué. Esta vez sí eché el freno de mano, aunque ella apartó el brazo para permitirme la maniobra, sin necesidad de quitar su mano. Me quité el cinturón de seguridad y me giré ligeramente en el asiento, para quedar frente a ella. Tuve que levantar la rodilla derecha y apoyarla en el asiento, mientras que el pie izquierdo permanecía apoyado en el suelo. En esa postura mis piernas quedaron abiertas y el bulto de mi paquete se veía clarísimamente.

Ainoa recolocó su mano, cogiéndome esta vez la polla por la parte de abajo del capullo. Mi postura le permitía acariciarme mucho mejor y agarrármela por completo. Y así lo hizo, pajeándome lentamente, apretando con sus dedos y deslizándolos a todo lo largo de mi polla. Podía sentir el roce de los calzoncillos y el pantalón, sumados a la presión de sus dedos. Mi polla luchaba por salir de lo dura y tiesa que estaba. Tragué saliva, intentando recomponerme, y miré a Ainoa a los ojos. Al hablarle notaba mi voz entrecortada:

- Bueno, ¿Y de qué querías hablar?

- ¿Tú qué crees?

- Pues no lo sé. Por eso te lo pregunto.

- De verdad, que no sé por qué me gustas tanto. A veces pareces gilipollas. ¿En serio te crees que te he pedido que aparques para hablar?

Soltó mi polla y dirigió también la otra mano a mi entrepierna. Me desabrochó la bragueta e introdujo una mano por ella. Repitió los mismos movimientos que antes había realizado por encima del pantalón, pero ahora tan solo mis calzoncillos separaban su mano de mi polla. Yo seguía mirándola a los ojos y ella mantenía mi mirada. Ninguno de los dos decía nada. Yo no sabía qué decir. Me limitaba a disfrutar de sus caricias y no quería que aquello terminara.

Ella bajó mis calzoncillos y agarró mi polla directamente, sin obstáculos. Sus manos estaban un poco frías, pero sentir su tacto era maravilloso. Empezó a masturbarme aumentando un poco el ritmo de sus caricias. Apretaba mi polla con demasiada fuerza y me hacía un poco de daño, pero me negaba a decirle nada porque no quería que parara por nada del mundo. Y ese ligero dolor que me producía con sus caricias me resultaba incluso excitante. Comencé a acariciar el brazo con el que me estaba masturbando y no pude evitar que se me escapara un gemido de placer.

- ¿Te gusta?

- Me encanta. No pares.

Bajé la mirada y pude ver cómo su mano se perdía dentro de mis pantalones. Veía cómo se movía arriba y abajo, lentamente. Mi excitación era terrible. No podría aguantar mucho más. El placer me recorría el cuerpo y me producía espasmos. Ella fue aumentando el ritmo al notar cómo mi excitación crecía y se acercaba el clímax. Cuando vi que estaba a punto de correrme, cerré los ojos y cedí al placer, gimiendo y jadeando sin disimulo. Ella entonces sacó fuera mi polla y, ahora sí, la frotó rápidamente. Con la otra mano me agarró los huevos y comenzó a estrujarlos y masajearlos. Sus movimientos eran ya tan rápidos que no tardé ni unos segundos en escupir toda mi leche.

Eché la cabeza hacia atrás y me agarré al asiento. Abrí la boca y empecé a gritar de placer. Unos espasmos recorrieron mi cuerpo entero y mis caderas se convulsionaron. Mi polla se tensó. Ella vio estos movimientos y soltó mis huevos, poniendo esa mano libre frente a mi capullo. Con la otra me apretó fuertemente la polla, impidiendo que brotara mi descarga de leche. Mantuvo la presión hasta que las sacudidas de mi cadera comenzaron a disminuir, momento en el cual soltó la mano y pude ver cómo mi leche salía a borbotones y caía en su mano.

Cuando mi polla dejó de escupir, bajó la mano que aún me la agarraba hasta la base de la misma y, apretando, fue subiendo hasta el capullo. Repitió este movimiento varias veces ordeñándome y sacándome hasta la última gota. Cuando hubo terminado me miró y me dijo:

- Bueno, pues ya está. ¿Tienes un kleenex o algo para limpiarme esto?

- Joder, le quitas todo el encanto.

- ¿Y qué encanto quieres que tenga una paja? Si al final, mira en lo que se queda.

Y levantó la mano para enseñarme mi corrida. Sin pensarlo, agarré su muñeca y acerqué la cara a su mano. Recogí un poco de mi propia leche con la punta de la lengua y luego le planté un beso de tornillo, agarrando su cabeza con las manos para evitar que pudiera echarse hacia atrás y liberarse.

Ella se resistió al principio, pero finalmente conseguí abrir sus labios con mi lengua y la introduje dentro de su boca. Rápidamente nuestras lenguas se encontraron y se entrelazaron. Esparcí la corrida que aún tenía en mi propia lengua sobre la suya y la fui lamiendo entera. Nos besamos un rato, hasta que al final ella se apartó.

- Bueno, ¿pero tienes un kleenex o no?

- Que sí, coño. Toma tu puto kleenex.

Se limpió la mano y se giró para bajarse del coche. Pero, justo antes de hacerlo, se volvió hacia mí y me plantó un beso en los labios.

- No seas tonto, joder. Que me ha gustado mucho. En serio.

Y, bajándose del coche, se metió en el portal de su casa.