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Una femdom amateur

en Dominación

Mi mujer es guapa. Morena, estatura mediana, pechos no muy grandes pero redondeados y turgentes, culo firme y muy femenino. Su cuerpo está muy bien proporcionado. Tiene un rostro bello y es muy simpática. Nos queremos y nos disfrutamos mucho.

La historia que os voy a contar sucedió hace unos quince años en uno de nuestros discretos encuentros en la habitación de un hotel. Aún no estábamos casados pero salíamos juntos desde hacia poco más de un año. Hubo un antes y un después de aquel encuentro.

El día anterior me había comentado por teléfono que tenía ganas de hacer el amor conmigo de una forma un poco diferente. Que quería darme más placer y que quería ser ella la que dirigiera de principio a fin nuestro próximo encuentro.

Le dije que me parecía bien. Después de todo siempre era yo el que llevaba la iniciativa en nuestros encuentros.

Nada más entrar en la habitación me dio una nalgada que me dejó perplejo.

Después de encender todas las luces me cogió el paquete y sin soltarlo me dijo que me deseaba mucho, que abriera la persiana y las cortinas y que me desnudara completamente mientras ella iba un momento al baño.

Sus magreos y su forma de dar órdenes me sorprendieron. Siempre se había mostrado cariñosa y sumisa conmigo. Era yo el que procuraba meterle mano a la menor oportunidad. Era la primera vez que me metía mano de esa forma y me hablaba en ese tono. Sentí incertidumbre al no comprender sus propósitos pero la situación me excitó mucho.

Hice lo que me ordenó. Sin prisas. Abrí totalmente la persiana y las cortinas. Miré el edificio situada al otro lado de la calle. Me quité toda la ropa y me tumbé pensativo sobre la cama.

Al cabo de pocos minutos salió del baño vestida de negro. Medias con liguero, sujetador y bragas totalmente transparentes, guantes largos y botas altas. Llevaba también unos pendientes de aro con colgantes, un collar metálico con cuentas de varias, unas cintas anchas de cuero en cada brazo y un látigo de esos de varias colas en la mano.

Se dio la vuelta, abrió la entrepierna de sus bragas y me regaló la visión de sus nalgas y de los poblados labios de su coño desde detrás. Antes las chicas se arreglaban el coño pero no se lo rasuraban del todo o casi del todo como ahora.

Sacó de su bolsa unas medias y un liguero de color carne y me ordenó que me los pusiera. Nunca antes me había vestido de mujer pero fue tal mi sorpresa que obedecí con toda la rapidez que pude sin rechistar.

Dejó su látigo sobre la mesa y cogió una botella de agua del minibar. Mientras bebía agua apoyando su pié derecho sobre una silla me comunicó que intercambiaríamos nuestros papeles y que esta vez ella me haría sentir a mí como a una mujer. Arqueé mis cejas.

Se sentó en el borde inferior de la cama y me ordenó que me reclinara sobre sus rodillas, con las piernas abiertas y con las manos y los pies apoyados en el suelo. Colocó mi pene entre sus muslos y mi culo quedó completamente expuesto. Empezó a azotarme las nalgas con su mano derecha. Cada vez imprimió más fuerza a sus azotes hasta que sentí calentura y dolor en mis nalgas a la vez que mi polla agradecía el roce constante de sus muslos con una erección.

Dejó de azotarme. Permanecí inmóvil. Se quitó el guante derecho. Tras escupir varias veces en mi ano empezó a introducirme su dedo índice poco a poco hasta que entró totalmente. Sentí dolor y placer a la vez. Noté su dedo acariciando mi próstata. Lo sacó pero continuó escupiendo y penetrando mi ano con varias cuentas de su collar.

Me ordenó que me tendiera sobre la cama con los brazos y las piernas abiertos en cruz, boca arriba y con la cabeza en el borde inferior de la cama.

Sacó de su bolsa cuatro cuerdas con las que ató mis muñecas y mis tobillos firmemente a los extremos de la cama. Mientras me ataba me dijo que para ser un hombre me abría muy bien de piernas.

Se quitó las bragas y sentó su coño sobre mi rostro. Así permaneció durante varios minutos restregando su culo, su coño y su ano contra mi boca y mi nariz. Yo respiraba con dificultad aprovechando el menor movimiento liberador pero ella en lugar de facilitar mi labor me ordenaba una y otra vez que lamiera sus nalgas, su coño y su ano y que los penetrara con mi lengua bien adentro, que siguiera comiendo y chupando.

Se levantó y me puso sus bragas en la cabeza de forma que el protector cubría mi nariz y mi boca completamente. Me dijo que las había llevado todo el día y que estaban llenas de sus jugos porqué se había masturbado y se había corrido llevándolas puestas. Introducía el protector en mi boca y me obligaba a olerlo y lamerlo una y otra vez mientras me decía que era un buen chupaculos, chupacoños y chupabragassucias.

Cogió su látigo y sin sacar sus bragas de mi cara empezó a acariciar mi pecho, mis piernas, mi polla y mis huevos. Las caricias se convirtieron en ligeros latigazos y luego en latigazos no tan ligeros.

Fue al baño a por una toalla grande que colocó plegada debajo de mis huevos.

Cogió de su bolsa varias pinzas de tender ropa que colocó en mis pezones y en mis huevos.

Se arrodilló encima de mí con sus manos sobre mi pecho. Penetró su coño y cabalgó mi polla erecta con fuertes nalgadas. Con sus manos apretaba y tiraba de las pinzas de mis pezones. Las pinzas de mis huevos se apretaban solas con las embestidas de su culo.

Se arrodilló al revés, me cogió de los huevos con una mano y continuó cabalgándome con la misma intensidad.

Noté en mis huevos unas gotas de orina caliente resbalando que ella iba dirigiendo con su otra mano hacia mi ano.

Me dijo que las hembras tienen que marcar a sus machos para que las demás hembras se mantengan alejadas.

Se incorporó y apretó su coño contra mi boca para que sorbiera las gotas sobrantes de su orina aún calientes.

Se levantó. Me desató. Me ordenó que me colocara en la misma posición pero bocabajo. Volvió a atarme igual que antes. Tiró de mi polla y de mis huevos hacia atrás.

Acarició mi espalda, mis nalgas, mi polla, mis huevos y mis piernas con su látigo hasta que las caricias se convirtieron en latigazos cada vez más fuertes dirigidos contra mi espalda y mi culo.

Recorrió varias veces el canalillo de mis nalgas con el mango de su látigo. Se detuvo en mi ano en cada ocasión penetrándome ligeramente. Me dolió. Me llamó nenaza.

Se arrodilló sobre mis nalgas, las abrió con sus manos tanto como pudo y las mantuvo así abiertas con sus muslos. Noté un pequeño caudal de orina caliente surcando mi canalillo hasta mi ano, que se llenó enseguida, e inundando mis huevos.

Se levantó. Buscó en su bolsa y sacó dos penes, uno pequeño y grueso y otro más largo y más delgado, y un arnés.

Introdujo el pene pequeño en su coño y el pene más largo por el orificio del arnés. Se lo ciñó a la cintura muy apretado.

Se sentó delante de mí. Me mostró como masturbaba su pene frenéticamente como si fuera un hombre. Me dijo que a los hombres les gustaba mucho ver a una mujer pajeándose. Introdujo su polla en mi boca hasta el fondo sujetándome por la cabeza. Me obligó a hacerle una interminable felación. Me llamó chupapollas.

Se puso tras de mí. Colocó su polla sobre la mía y las masturbó las dos a la vez con ambas manos como si se tratara de una gruesa y única polla.

Me dijo que le gustaba tener una buena polla.

Colocó dos cojines bajo mi vientre para elevar mi culo. Mi ano quedó totalmente abierto y a merced de sus antojos. Me dijo que me iba a sodomizar. Que quería romper mi culo como yo había hecho con ella. Y así fue.

Rompió mi ano virgen con su polla de una sola embestida y hasta el fondo. Presionó y arrancó las pinzas de mis pezones. Siguió dándome mientras me llamaba mariconazo y pellizcaba y tiraba con fuerza de mis pezones. Su arnés iba embistiendo sin piedad mis huevos pinzados una y otra vez.

Al poco oí como lanzaba un largo y sostenido grito. Se estaba corriendo como una loca.

Esa melodía hizo que yo también me corriera casi al unísono. Fue mi primer orgasmo anal, una combinación de dolor y placer.

Fue recogiendo con su mano parte del semen mientras iba saliendo de mis huevos a borbotones. Me ordenó que limpiara su mano, que tragara mi semen como ella ha hecho en muchas ocasiones. Nunca había saboreado directamente mi propio semen hasta entonces.

Me desató. Me dijo que le había gustado mucho. Me preguntó si a mí también me había gustado.

Esa pregunta sí me hizo sentir como una mujer.

Le pregunté donde había aprendido todo eso.

Me contestó que había leído cosas y que se había masturbado muchas veces mientras lo planeaba pero que era la primera vez que lo llevaba a la práctica.

La miré a los ojos y la creí. Le dije que siguiera leyendo. Que de vez en cuando sería su puta.

Y siguió leyendo. Ya os contaré.