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De vacaciones por el sur de Francia

en Voyerismo

Fuimos en coche y sin niños con la clara intención de hacer turismo de sol y playa.

El coche es un lugar que permite todo tipo de caricias con una cierta intimidad. Me gusta masturbar a Ana mientras conduzco, que me acaricie y observar como ella se masturba a mi lado. Le costó mucho acceder a que yo la observara en estos menesteres, le daba una vergüenza atroz. Tuve que pedírselo un sinfín de veces.

En nuestras salidas de verano ella acostumbra a llevar un pareo y un tanga, a veces solo un pareo. Los pareos pueden ajustarse de formas muy atrevidas y resultan muy cómodos. Así los viajes son mucho más entretenidos. Nos divierte jugar con los camioneros cuando se percatan del pareo abierto de Ana, con los empleados de los peajes cuando observan la mano de Ana dentro de mis pantalones cortos y con los transeúntes que nos ayudan a encontrar alguna dirección cuando su mirada se pierde en las redondeces y en las poco recatadas piernas de Ana. En esta ocasión, el cansancio impidió que nos prodigáramos en esas labores.

Llegamos al hotel bien entrada la tarde. Después de examinar la habitación, descorrer las cortinas y deshacer el equipaje decidimos tomar juntos una ducha para aliviar la pesadez del viaje.

Nos gusta hacer el amor en la ducha, rociar nuestros cuerpos con agua templada y enjabonarnos como preludio de una penetración vaginal seguida con la ayuda del jabón a modo de lubricante de una profunda penetración anal. Así fue también esta vez.

Después de una reparadora y relajante ducha nos echamos desnudos y abrazados sobre la cama dejando que el tiempo transcurriera plácidamente hasta la hora de cenar.

Una hora después mi mujer se levantó y empezó a acicalarse para la cena bajo mi atenta mirada. Me gusta admirar su cuerpo y observarla mientras se viste, contemplar sus pequeñas peleas con el espejo, sus contorsiones, como se quita una y otra vez las prendas recién puestas intentando elegir las más adecuadas para cada ocasión. Como siempre mantuvimos las cortinas descorridas, en ocasiones no soy el único que goza del tórrido espectáculo.

Esta vez Ana acabó por ponerse un ligero vestido negro, corto, abrochado por detrás del cuello, sin espalda y con un generoso escote. Lo complementó con un tanga rojo, un cinturón plateado y unos zapatos negros de tacón alto. Un atisbo de erección me indicó que Ana había acertado plenamente en su elección y sobre todo en la forma de llegar hasta ella.

Me levanté, me calcé unos pantalones tejanos sin nada debajo, un jersey amarillo y unos mocasines y acudí al espejo del baño para darme cuatro toques rápidos. Aproveché la ocasión para acariciar los flancos de mi mujer y para deslizar mi paquete entre sus nalgas, recorriendo una y otra vez el surco realzado por su ajustado tanga.

Salimos a cenar. Después de pasear un poco, elegimos un restaurante típico con mesas en el exterior, velas y mantelería de papel. Estaba bastante lleno así que el camarero, muy profesional, no dudó en convertir al instante una mesa para cuatro en dos mesas para dos.

La otra mesa, mejor dicho la otra mitad de la mesa, estaba ocupada por dos chicos de unos treinta y pocos años bien parecidos. Tras un educado "bonsoir", nos acomodamos, leímos la carta y decidimos pedir uno de los menús.

Nos dio la sensación que nuestros vecinos eran pareja. Esta circunstancia contribuyó a que los cuatro nos enzarzáramos rápidamente en una especie de conversación mientras atendíamos la llegada de nuestro primer plato.

Mi mujer y yo nos defendemos bastante bien con el francés aunque en cada visita precisamos de cierto tiempo para desinhibirnos.

Con palabras, gestos y alguna que otra palabra en inglés continuamos con la conversación aún después de la llegada del primer plato.

Nuestros vecinos halagaron la belleza y el vestido de mi mujer. Yo, lejos de sentirme molesto, hice ademán de coincidir plenamente con sus apreciaciones y de estar muy orgulloso de ella.

Mi complacencia animó a todos a continuar la conversión en un tono más relajado y personal y así, después de una presentación más formal, llegamos a conocer algunos detalles de la vida de nuestros vecinos.

Eran de Lyon y no eran pareja. Eran muy buenos amigos y tras la ruptura sentimental de uno de ellos con su novia decidieron tomarse unos días de vacaciones en la riviera francesa.

En el tono que iba tomando la conversación influyó decisivamente el vestido corto y escotado de mi mujer que dejaba sus mulos casi al descubierto, permitía una excelente visión de buena parte de sus pechos, de todo su canalillo y aún ocasionalmente de sus siempre erectos pezones.

Me gusta que mi mujer exhiba sus encantos ante desconocidos. Me pone mucho ver los esfuerzos de algunos para contemplar su canalillo, sus pezones o su tanga. Al principio a ella le daba cierta vergüenza pero con el tiempo ha llegado a disfrutar de este tipo de situaciones.

Hablamos de playas. Nos dijeron que ellos al igual que nosotros preferían las nudistas y nos indicaron como llegar hasta una pequeña playa nudista cercana, bonita y poco frecuentada.

Después del vino y los postres la conversación subió de tono. Louis, el chico que estaba sentado junto a mi mujer, después de halagar su piel bronceada, decidió comprobar su suavidad acariciando su brazo y ocasionalmente el flanco de su pecho. Ana me miró con una sonrisa. Sentí el inicio de una erección. Para sorpresa de Louis y su amigo reaccioné sin sobresaltos y como si tal cosa le dije a Louis que la piel de su brazo era sin duda muy suave pero que la piel de sus muslos era más suave aún. Sin dudarlo Louis aceptó la velada invitación y desplazo su mano hasta alcanzar los muslos de mi mujer. Ella permitió con agrado sus suaves caricias que, según más tarde me comentó, se desplazaron hacia el interior de sus muslos y llegaron hasta su entrepierna. En aquel preciso instante el camarero que nos había acomodado nos trajo la cuenta. Pagué sin prisas al percatarme de la mirada perdida del camarero en la mano de Louis y en los muslos de mi mujer. Todos sonreímos, Louis retiró su mano y continuamos con la conversación animadamente.

Al principio Ana era muy reacia a dejarse sobar por desconocidos pero ahora siente una gran excitación con estos escarceos. En el cine, en el metro, en el tren, en el autobús y en aglomeraciones de todo tipo suele ser habitual que algún desconocido la sobe o roce su paquete en sus nalgas. Ella solo se deja hacer cuando va conmigo para evitar que la situación pueda resultar embarazosa.

Después de pagar nos levantamos, nos despedimos educadamente y nos marchamos. Paseamos por las calles abarrotadas de gente. Las tiendas estaban aún abiertas. Entramos en varias a curiosear. No detuvimos en una tienda de bañadores. Aunque los usamos poco nos gusta comprar alguno cada año. Atendía una chica joven que en aquel momento se limitaba a vigilar a los curiosos que iban entrando y saliendo.

Ana cogió dos slips y me los dio para que me los probara. Me dirigí al probador. Mi mujer me acompañó y se apoyó en la cortina impidiendo que pudiera cerrarla del todo. Comprendí sus intenciones. Me quité toda la ropa y me calcé uno de los slips. Ana llamó a la chica y le dijo que el bañador me quedaba demasiado ajustado. Ante la atenta mirada de la chica, mi mujer empezó a tirar de la cinturilla por delante y por detrás, agarró mi paquete, introdujo su mano dentro y colocó mi pene hacia uno de los lados. Con tanto toqueteo la chica pudo observar perfectamente buena parte de mis nalgas y hasta de mi pene. Noté una cierta erección. La chica se fue y al poco volvió con una talla mayor del mismo modelo. Mientras Ana hablaba con la chica me dijo que me lo probara. Me giré hacia el espejo y me lo probé a la vista de ambas. Coloqué mi pene ladeado. La chica de la tienda, muy profesional, no pareció muy sorprendida aunque no se perdió detalle. Ana tiró otra vez de la cinturilla, comprobó mi paquete y con su mano recorrió mi polla. Hizo ademán de que le gustaba y me dio el otro slip. Sin volverme y sin intentar disimular mi creciente erección me quité el slip y me calcé el otro sin más. Era de diseño aún más minúsculo. Todos empezamos a reír. Esta vez mi polla casi erecta resultaba demasiado aparente. Ana introdujo otra vez su mano en mi paquete e intentó acomodarla. El efecto no fue el deseado, sobresalía por todas partes. Ana dijo que nos quedábamos el otro y se le dio a la chica para que lo envolviera. Me quité el slip y volví a vestirme. Pagamos y nos fuimos.

Entramos en un pub. Las pocas mesas del lugar estaban llenas, así que nos sentamos en la barra y pedimos dos combinados.

Hablamos de los dos chicos que acabábamos de conocer. Ana, con cierta reticencia al principio, acabó admitiendo que Louis era muy simpático y que tenía un cuerpo atractivo. Se había excitado mucho con sus caricias, sabía acariciar, pero le parecía un tanto extraño que un chico de poco más de treinta años se interesara tanto por una mujer de su edad. Yo le dije que estaba muy buena y que no era de extrañar.

Bailamos un rato. La pista era pequeña y estaba abarrotada de gente de nuestra edad y más joven. Cuando bailamos me gusta acariciar su cuerpo, sobarlo con mis manos y mi paquete, sobretodo sus nalgas, apretar mi pierna en su entrepierna e introducir mis manos por las sisas de su vestido. Esta vez las circunstancias permitieron prodigarme. Nos calentamos mucho. Al poco volvimos al hotel y nada más entrar en la habitación Ana me desnudó y me folló con gran pasión. Gritó mucho al correrse.

Dormimos plácidamente el resto de la noche. Nos despertó la chica del servicio de habitaciones al traernos el desayuno. Después de llamar varias veces sin resultado alguno, entró, dijo "bonjour" y dejó la bandeja sobre la mesa. Observó nuestros cuerpos desnudos e inmóviles y se fue.

Nos gusta jugar un poco con el servicio de habitaciones aunque en esta ocasión el sueño impidió mayores iniciativas.

Desayunamos desnudos en la cama. Jugué un poco con el coño de Ana. Después de acariciarlo adecuadamente, introduje alternativamente los dos cuernos de mi croissant en su coño para aderezarlos con sus flujos. Solícito, disolví con mi polla erecta el azúcar de su café con leche y se lo serví.

Nos calzamos los pareos, sin nada debajo, preparamos la bolsa de la playa y nos fuimos. Tras conducir unos minutos encontramos sin demasiados problemas la playa que nos habían indicado Louis y su amigo la noche anterior. Había muy poca gente y era ciertamente bonita. Escogimos un lugar apartado cerca del mar y nos dispusimos a tomar el sol.

Cuando ya estábamos casi dormidos nos despertaron las voces de Louis y su amigo. Les saludamos efusivamente invitándolos a acompañarnos. Louis colocó su toalla junto a la de mi mujer y su amigo junto a la de Louis. Se desnudaron. Sus cuerpos eran ciertamente atractivos y parecían haber frecuentado algún gimnasio aunque sin demasiada asiduidad. Sentados, continuamos hablando del encuentro de la noche anterior y de los pubs en los que unos y otros habíamos acabado la noche.

El sol empezó a dejarse notar. Ana cogió su protector solar y ante la atenta mirada de todos lo distribuyó uniformemente por su cara, sus pechos, su vientre, su vulva y sus piernas. Siguió como de costumbre con mis hombros. Le indiqué que, como siempre, continuara con mis huevos y, dándome la vuelta, con mis nalgas. Aunque practicamos el nudismo habitualmente estas zonas siempre requieren de una mayor atención. Al terminar le dije que nuestros amigos, de piel muy clara, también precisaban de una aplicación de protector solar. Ana comprendió al instante mis intenciones y aceptó la insinuación. Louis se dio la vuelta para que ella pudiera aplicar protector a lo largo de su espalda y en sus nalgas. Casi sin darle tiempo a terminar, Louis se dio la vuelta, dobló sus rodillas y se abrió de piernas. Ella comprendió enseguida su propuesta y sin prisas aplicó crema en sus huevos y como casi sin querer en su pene. Al terminar Ana me dirigió una mirada pícara que devolví con gesto de aprobación, puso su mano izquierda entre las toallas de Louis y su amigo y repitió la operación con nuestro otro amigo por encima del cuerpo de Louis, que pudo disfrutar a muy corta distancia del vaivén de sus pechos. Al terminar Ana me entregó el frasco de protector solar, como si me pasara el testigo, y se dio la vuelta.

Le dirigí una mirada de complicidad y sin dudarlo vertí protector por toda su espalda y en sus nalgas. Requerí la solícita ayuda de Louis y su amigo para su correcta aplicación y así los tres masajeamos sin prisas la espalda, culotas nalgas y las piernas de Ana llegando furtivamente hasta los rasurados labios de su vulva.

Después, permanecimos largo rato casi inmóviles, medio dormidos y bronceando nuestras espaldas.

Me desperté, encendí un cigarrillo y observé el entorno. La playa seguía casi tan solitaria como al principio. Acaricié la espalda de Ana para comprobar los efectos de los rayos solares. Ana se incorporó somnolienta buscando su reloj. Les dije a todos que debíamos de tomar un baño. Nos levantamos los cuatro perezosamente y nos dirigimos hacia el mar.

El agua nos pareció muy fría al principio. Las aureolas de Ana se contrajeron bruscamente realzando aún más sus siempre erectos pezones. Mi mujer esbozó una sonrisa pícara al observar como los penes y los escrotos empequeñecían hasta su mínima expresión.

Al poco nos acostumbramos a la temperatura del agua y empezamos a salpicarnos y a juguetear. Una larga sucesión de roces y toqueteos aparentemente accidentales e inocentes incrementó la temperatura de nuestros cuerpos. Los penes empezaron a recuperar buena parte de su tamaño.

Me acerqué a Ana, la abracé, doblé mis rodillas y la senté sobre mis piernas. Empecé a rozar mi pene en su vulva rítmicamente. Se abrazó a mi espalda con fuerza. Agarré firmemente sus duras y suaves nalgas. Tuve una fuerte erección y decidí penetrar su vagina sin más ante la atónita mirada de nuestros amigos. Ana, presa del placer, empezó a cabalgarme sin el menor recato. Louis y su amigo se fueron acercando con las manos en el pene hasta situarse justo detrás de mi mujer. Les animé a masturbarse con los vaivenes de su espalda.

La excitación de todos iba en aumento. Louis cogió la mano derecha de Ana y la dirigió hacia su polla. Mi mujer dudó por un momento pero dejó que Louis se masturbara apretando y penetrando su mano. El amigo de Louis bajó el brazo izquierdo de Ana, penetró su axila izquierda y se masturbó con su pecho. Mi mujer se sintió abrumada pero decidió colaborar.

Ana, penetrada por tres pollas, no tardó en empezar a correrse. Sus gritos y espasmos provocaron que los demás incrementáramos frenéticamente nuestras embestidas. Nos corrimos casi al unísono. Ana continuó corriéndose. Mi semen invadió su coño y el de nuestros amigos se esparció sobre las aguas circundantes.

Ana se levantó y se dirigió decidida hacia las toallas sin mediar palabra. Los demás la seguimos perezosamente.

Recogimos nuestras cosas, nos despedimos casi furtivamente y volvimos en silencio a la habitación del hotel.

Nada más entrar abracé a Ana, la besé y le dije que la quería muchísimo. Ella asintió y me confesó que se sentía muy confundida, que había tenido un magnífico orgasmo pero que le parecía preocupante que yo hubiera provocado una situación tan morbosa. Que le gustaban mis juegos pero que hoy había llegado demasiado lejos, que desde que estaba conmigo nunca había masturbado otra polla. O sea, me dijo que me había pasado un montón. Le contesté que era mi mujer pero también mi amiga, que para mí era muy importante que ella gozara y sintiera todo el placer posible, que yo también había sentido mucho placer al verla gozar tanto y que no me había sentido celoso ni cornudo en ningún momento.

La acaricié, la besé con ternura por todo el cuerpo y la penetré apasionadamente pensando en lo sucedido.

Salimos a comer. Continuamos hablando de lo mismo pero de otra forma, quitando un poco de importancia a lo sucedido. Acaricié su cuerpo mientras comíamos. Le dije que era lógico que un cuerpo tan bello y deseable pudiera dar placer a tres hombres a la vez, que incluso tres hombres me parecían poco. Conseguí que Ana recuperara su linda sonrisa.

Volvimos a la habitación del hotel y dormimos profundamente.

Nos despertamos. Como aún era temprano para cenar, decidimos calzarnos los pareos sin nada debajo y bajar a la piscina del hotel. Ana su puso la minúscula braga de su bikini y yo el slip que acabábamos de comprar. Nos quitamos los pareos y nos tendimos en las tumbonas. Había poca gente. Ana se tumbó de espaldas. Aproveché para poner protector solar en su espalda y para empequeñecer aun más su braga enrollándola como si fuera un tanga.

Tomamos el sol y nos bañamos. Yo aproveché para sobarla y para masajear disimuladamente mis genitales con las toberas de la piscina.

Nos enrollamos las toallas, nos quitamos los bañadores y nos fuimos a la sauna. Dentro había otra pareja en bañador. Les saludamos, nos quitamos las toallas, las colocamos sobre el asiento de madera y nos sentamos reclinados. Siempre tomamos la sauna desnudos. La otra pareja pareció sorprendida al principio pero al poco ella se quitó el sujetador. Tenía unos pechos muy bonitos.

Después de tomar una rápida ducha para quitar el sudor volvimos a nuestra habitación. Ana empezó a vestirse para la cena. Esta vez acabó por elegir una blusa negra, ajustada, corta y semitransparente con unos detalles a modo de encaje en el contorno del pecho y una falda negra, corta y con un poco de vuelo. Lo complementó con un tanga verde y sus zapatos negros de tacón alto. Le gusta usar tangas de colores diversos y llamativos. Sus pezones se dibujaban perfectamente en la blusa y al menor movimiento sobresalían por los detalles a modo de encaje. Noté como mi polla agradecía nuevamente su acertada elección.

Me calcé mis tejanos negros, una camisa azul y mis mocasines y salimos a cenar.

Elegimos otro restaurante parecido al de la noche anterior aunque esta vez los vecinos estaban realmente en otra mesa. Después de cenar fuimos otra vez a pasear por las animadas calles del centro de la villa dejando que el tiempo transcurriera pausadamente.

Durante el paseo acaricié varias veces sus pechos y sus pezones por encima de la blusa y jugueteé con la llamativa tira de su tanga haciendo que sobresaliera un poco por detrás y por los lados.

Decidimos entrar en uno de los pubs. No era el mismo de la noche anterior pero parecía agradable y estaba abarrotado de gente. Nos quedamos de pié en la barra y pedimos dos combinados. Nos besamos y acariciamos. Buscamos y permitimos ciertos roces aparentemente involuntarios con otros clientes.

Al terminar la bebida nos dirigimos hacia la pequeña pista de baile. Conseguimos a base de más roces llegar y hacernos con un pequeño espacio. Aunque la música era para bailar separados, bailamos agarrados la mayor parte del tiempo por cuestiones de espacio, prodigándonos caricias y besos.

Pedimos dos combinados más. Fuimos a los lavabos. Estaban también abarrotados de gente. Entramos en el de hombres porqué el de mujeres estaba imposible y otras mujeres hacían lo mismo. Las mujeres aún podían encerrarse dentro de los urinarios pero los hombre meaban todos de pié, contra la pared, rodeados de gente haciendo cola. Desde algunos puntos de la cola, justo en el mismo lateral del urinario colectivo, se podía observar más de media docena de pollas meando. Observé como alguno se la iba meneando mientras orinaba excitado por la situación. Todo un espectáculo.

Después de mear subimos a la parte de arriba del local por una escalera central muy transitada y de laterales acristalados. Sin duda ofrecía a los de abajo un magnífico espectáculo visual de las piernas y los culos de las chicas con minifalda y tanga que subían y bajaban.

Por la escalera se accedía a un espacio exterior, una terraza, medio cubierta, con un sinfín de rincones donde sentarse y cuya única iluminación era la luz de la luna y las luces de la calle. Encontramos nuestro rincón.

Justo a nuestro lado había otra pareja de unos treinta y tantos años pegándose un buen lote. Nosotros hicimos lo propio. Yo estaba sentado al lado de él. Al poco la pareja vecina entró en acción. Ella le desabrochó los pantalones, le sacó la polla, se arrodilló encima de él y se lo folló. Él lamía sus tetas, succionaba sus pezones y agarraba con fuerza sus nalgas por debajo de la falda. La rodilla de mi vecina iba rozando mi muslo a cada cabalgada. La situación nos excitó tanto que me desabroché los pantalones y me la saqué. Ana empezó a chupármela. La vecina se percató de nuestra actividad y empezó a acariciar el pelo de mi mujer. Ana también estaba excitadísima, se levantó, se arrodilló encima de mí, apartó su tanga y me folló. Mi polla entró hasta el fondo de su chorreante coño de un solo embiste. Le levanté la falda por detrás y le agarré las nalgas. La vista de los dos culos manoseados desde el otro lado debía de ser magnífica. La vecina empezó a acariciar por detrás los pechos de mi mujer, primero por encima de la blusa y luego por debajo, prosiguió hacia la entrepierna de Ana y acarició su clítoris. La mano del vecino se unió a la fiesta acariciando los pechos de mi mujer. Yo perplejo con tanta caricia introduje mi mano debajo de la blusa de mi vecina hasta llegar a sus pechos y a sus pezones, donde encontré la mano de mi mujer ocupada en los mismos quehaceres. Mientras, iba introduciendo rítmicamente el anular en el esfínter de Ana. Bajé mi mano hasta el clítoris de la vecina. Por indicación de mi vecino, uní mi otro anular a su polla dentro del coño de ella. La mano del vecino también se unió a la mano de la vecina en el clítoris de mi mujer. Ellas empezaron a morrearse. La mano de Ana se unió a la mía en el coño de la vecina. Ambos masturbábamos el mismo coño ajeno. Los suspiros se hicieron incesantes y al poco ellas empezaron a correrse. Los orgasmos de todos se sucedieron hasta que dejaron de cabalgar.

Ana se levantó, se quitó el tanga y con él limpió mi semen mientras nos besábamos. A ella le gusta sentir sus bragas mojadas de flujos y semen. Nos vestimos y tras un simple "aurevoir" a nuestros vecinos nos fuimos.

Por la calle hablamos de lo sucedido. Yo sin más le dije que me había encantado, sobre todo cuando se lo montó con la vecina. Ella me confesó que, a pesar de haber tenido pequeñas experiencias con amigas del colegio, se consideraba muy hetero. Que no había vivido nunca una situación así y que se había puesto a mil. Sonreímos. Le dije que me había gustado verla tan excitada.

Volvimos al hotel y dormimos plácidamente el resto de la noche. Nos despertó otra vez la misma chica del servicio de habitaciones al traernos el desayuno. Después de llamar varias veces sin resultado alguno entró, dijo "bonjour" y dejó la bandeja sobre la mesa. Nuevamente observó nuestros cuerpos desnudos e inmóviles pero esta vez fijó su atención en mi erección matutina que ni tan solo intenté disimular. Se fue.

Decidí aprovechar mi erección. Me arrodillé sobre los flancos de Ana y empecé a chuparle las nalgas y el ano, masturbando mi polla en su espalda. Le gusta despertarse con caricias suaves. Sentí sus ligeros gemidos. Se despertó. Continué penetrando su ano con mi lengua. Abrí un poco más sus piernas para llegar a su coño. Empezó a mojarse. Se dio la vuelta. Proseguí comiendo su coño y ella empezó a chuparme la polla y a comerme el culo. Me introdujo un dedo por el ano mientras mi polla penetraba su boca. Después un segundo dedo. Me folló a placer. Nos corrimos en nuestras bocas. Me di la vuelta, nos besamos y compartimos mi semen.

Desayunamos. Esta vez los cuernos del croissant se humedecieron aún más con sus fluidos y mi semen.

Fuimos a la misma playa, almorzamos en el hotel y después de la siesta fuimos a la piscina y a la sauna.

Cenamos en otro típico restaurante del lugar.

Después de pasear por las calles y curiosear tiendas entramos en otro pub. La decoración era muy vanguardista y estaba tan lleno como los otros que ya habíamos visitado. Después de la primera consumición bailamos un rato junto barra pues todo el local era una enorme pista de baile.

Mientras estábamos enfrascados en nuestras habituales caricias una mano se apoyó sobre mi hombro. Eran Louis y su amigo. A pesar de nuestros dos encuentros anteriores ya casi ni nos acordábamos de ellos. Nos saludamos muy efusivamente y nos enzarzamos en una conversación a cuatro. Con la música era casi imposible seguir la conversación. Ana acabó conversando con Louis y yo con su amigo. Le conté casi todo lo que habíamos hecho y que nos gustaba mucho el lugar. La conversación de Ana con Louis se fue estrechando y al poco observé como la mano de Louis se posaba sobre la cintura de Ana y se desplazaba hacia sus nalgas, abriéndose paso furtivamente por debajo de su falda. Por un momento, me sentí celoso, quizás al ver que mi mujer también podía gozar de la conversación de Louis. Así que en un pequeño arrebato de celos rodeé con mi brazo la cintura de Ana para llamar su atención, con la esperanza de que cesara la conversación a dos. Mi mujer, sólo con mirarme, comprendió al instante lo que me estaba sucediendo. Me pegó un soberbio morreo y me dijo al oído que no me preocupara, que sólo me quería a mí. Que Louis, aunque la estaba poniendo caliente en aquel momento porqué era simpático, deseable y sabía acariciar, era simplemente un amigo ocasional. Comprendí que en realidad no tenía ningún motivo para sentirme celoso. Ana me era del todo fiel, de eso no cabía ninguna duda. Su mirada era siempre limpia y sincera y por ende era yo el que había provocado aquella situación con mis jueguecitos. Le devolví el morreo y le susurré al oído que quería verla bailar con Louis como si bailara conmigo. Me morreó otra vez. Agarró a Louis y empezó a bailar con él. No se quedó corta ni mucho menos. Louis tampoco, animado por los movimientos, caricias y roces constantes de Ana.

Me fui al lavabo con el amigo de Louis, arrepentido por mi ataque de celos sin fundamento real. Les deje solos en la pista. Solo podía pensar en los cuerpos de mi mujer y Louis gozando entre el anonimato de la multitud. Mientras meábamos le conté al amigo de Louis lo que pasaba por mi cabeza, que me había dado un ataque de celos pero que me excitaba sobremanera pensar en ellos, en lo que estarían haciendo lejos de mi vista. Me sentí excitado. Mientras meaba, mi polla experimentó una ligera erección. El amigo de Louis se percató y sin mediar palabra agarró mi polla y empezó a masturbarme. Me dijo que aunque no era gay había tenido alguna experiencia con otros hombres. Me quedé atónito pero me excité mucho. Acabé de mear y guardé mi polla aún erecta. Volvimos a la pista. Me agradó ver como Ana estaba intranquila al haberme perdido de vista. Como su frente estaba ya ocupado, me acerqué por detrás, le dije que había ido al lavabo con el amigo de Louis y que él me había masturbado. Me preguntó si me había gustado. Le respondí que no estaba del todo seguro pero que la situación me había excitado. Apreté mi paquete contra su nalga derecha. La izquierda estaba ocupada por la mano de Louis. Me dijo que la próxima vez que fuéramos al lavabo ella también nos acompañaría. Me excitó oír eso. Al ver como se iba calentando, le dije que si quería podía ir al lavabo a masturbarse con Louis. Me morreó. Le agarré los pechos con fuerza desde atrás. Cogió a Louis de la mano y se fueron al lavabo. Continué hablando con el amigo de Louis. Pedimos cuatro combinados más. Estaba tan excitado que le dije que me gustaría que me chupara la polla delante de Ana. Me dijo que lo haría encantado.

Al cabo de un rato, Ana y Louis volvieron del lavabo con rostros sonrientes y agarrados de la mano. Agarré a Ana i bailé con ella. Me contó que habían entrado en el lavabo de tíos, que se habían encerrado en un reservado, que Louis le había comido el coño, que ella le había chupado la polla, que se habían corrido los dos y que ella le había regalado su tanga como recuerdo pero que no había pasado nada más. La creí, le metí mano intensamente, me saqué la polla con disimulo y me masturbé rozándola contra su vientre. Le comenté que el amigo de Louis estaba dispuesto a chuparme la polla delante de ella y le pregunté si nos quería acompañar al mismo reservado donde se había corrido con Louis. Me dijo que nunca había visto tíos hetero comiéndose la polla y que le ponía mucho pensar en una cosa así. Me cogió de la mano y nos indicó al amigo de Louis y a mí que la siguiéramos. Entramos en un reservado. Se me hacía extraño pensar que allí mismo, pocos minutos antes, mi mujer se la había chupado a otro tío y ese otro tío le había estado comido el coño. Ana me bajó los pantalones y le dijo al amigo de Louis que se sentara sobre la taza. Él me la chupaba mientras ella, agachada, iba masturbando su clítoris y la polla del amigo de Louis. Después, Ana ocupó su sitio. Yo me corrí en su boca y el amigo de Louis en su mano. Ella también se corrió gimiendo intensamente. Al volver a la pista, me dijo que se había puesto a cien mil y que el amigo de Louis la chupaba muy bien.

Después de tomar el último combinado, los cuatro nos fuimos del local para tomar un poco el aire. A poca distancia, frente al mar, había un jardín público acondicionado con diversos bancos. Nos sentamos los cuatro en uno de ellos. Éramos los únicos usuarios. A esas horas, la gente estaba de fiesta o durmiendo plácidamente. Los tres tíos nos levantamos y nos pusimos a mear delante de Ana meneando cada uno su pene a placer. Ella también se meó pero sin levantarse y con solo levantar la parte trasera de su falda. Bromeamos sobre las ventajas de unas y otras meadas. Nos sentamos todos otra vez con los penes por fuera. Le pedí a Ana que se sentara sobre mí, dándome la espalda, que me rozara y me cabalgara. Ella accedió al instante, deseosa de sentir por fin una polla que la penetrara después de tanta comida. Mientras ella me cabalgaba, Louis y su amigo, uno a cada lado, sobaban sus pechos. Se levantaron y le ofrecieron sus ya erectas pollas situándolas a escasos centímetros de su rostro. Ana aceptó el ofrecimiento masturbando y chupando los dos miembros alternativamente. Introduje un dedo mojado en saliva hasta las profanidades de su esfínter. Luego dos. Sus gemidos se incrementaron al sentir sus estrecheces penetradas. Sustituí los dos dedos por mi polla. Su ano se dejó penetrar casi sin resistencia. Levanté sus piernas por las rodillas y las abrí para que nuestros dos amigos pudieran chupar el coño de Ana. La degustaron alternativamente durante un buen rato. Le susurre al oído que quería ver la polla de Louis penetrándole el coño. Me miró, dudó pero respondió que solo si yo realmente lo quería. Comprendí que su respuesta era un sí rotundo. Le dije a Louis que se pusiera un preservativo y que se follara a Ana. Louis se calzó la funda al instante, se arrodilló y con gran ímpetu embistió el coño de Ana y lo penetró con su enrojecida e hinchada polla. Yo, desde el esfínter de Ana, con menor libertad de movimientos, percibía las constantes embestidas de la polla de Louis. A cada embiste mi placer era mayor al sentirme masturbado por la polla de Louis. El amigo de Louis se subió al banco y colocó su polla frente al rostro de mi mujer. Penetró su boca una y otra vez ahogando sus gemidos. Primero se corrió mi mujer, luego el amigo de Louis, llenando de semen la boca de Ana, después yo y al poco Louis. Ana, por los espasmos de su esfínter, no dejaba de correrse una y otra vez. Tuvo un orgasmo larguísimo y muy intenso. Exhausta, se tumbó sobre mi regazo con la boca y el culo llenos de semen. Se los limpié con mi pañuelo, le acaricié el pelo y la besé con ternura.

Nos despedimos. Llegamos al hotel. La desnudé, la bañé, le puse crema de noche por todo el cuerpo, la acosté y la llené de tiernos besos. Le dije una y otra vez cuanto la quería.

Al día siguiente volvimos a casa.

Aquellas cortas vacaciones cambiaron nuestra relación. Desde entonces no solo somos una pareja convencional sino que somos los mejores amigos, deseosos de satisfacernos mutuamente y de compartir nuestros deseos e inquietudes abiertamente, sin tapujos, celos ni malos rollos. Aprendimos mucho sobre nosotros mismos gracias a nuestros amigos.

Espero que os haya gustado este relato que, aunque pueda sorprender, es real y sin exageraciones. Leedlo con vuestra pareja. Ya me contaréis.

Besos.