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Fui infiel a mi mujer por culpa de la crisis

en Hetero: Infidelidad

Si aunque parezca mentira o una excusa fui infiel a mi mujer por culpa de la crisis. Sin la crisis yo no hubiera estado en paro y por tanto en casa a aquellas horas, sin la crisis aquella preciosa mujer no iría puerta a puerta vendiendo no se qué. Pero me estoy avanzando, vayamos al principio.

Me llamo Luís y tengo 40 años. Estoy casado desde hace 15 años, tengo 2 hijos y soy feliz en mi matrimonio.

Siempre he creído en la fidelidad y nunca me había planteado tener una aventura o usar los servicios de una prostituta. Eso no quiere decir que no mire a otras mujeres, o incluso me haga una "manualidad" dedicada a alguna de ellas. Aunque en alguna ocasión haya pensado que alguna compañera de trabajo o alguna amiga se ponían a tiro nunca he intentado nada sino más bien lo contrario.

Y aquí aparece Carmen.

La primera vez que la vi tendría unos 16 años pero ya era una hermosura. Era alta, 1’75 o más, con el cabello largo y negro ligeramente rizado. Ojos negros y profundos, y boca enmarcada en unos labios carnosos. Delgada, pero no demasiado. Sus pechos eran aún pequeños y las caderas ya prometían un culazo impresionante.

Con el tiempo, descubrí su nombre, Carmen, donde vivía (a 2 pasos de mi casa) y la vi con su familia, sus amigas y hasta algún novio.

Cuando cumplió los 18 años era una mujer de bandera capaz de hacer girar la cabeza a todos los hombres con los que se cruzaba.

Pero entonces llegó la crisis y me quedé en el paro. Llevaba un par de meses en casa, mi mujer por suerte aún trabajaba y yo me encargada de las cosas de la casa.

Era un día laborable cualquiera sobre las 10 de la mañana y estaba mirando por la ventana y la vi pasar a ella. Iba vestida con formal traje de chaqueta y pantalón. En las manos llevaba una carpeta y un maletín y estaba a la puerta del bloque de pisos de enfrente del mío. Miró algo de los papeles y entró.

Me quedé mirando mientras especulaba. Parecía una comercial de venta a domicilio. Entonces seguramente, vendría también a mi bloque de pisos y llamaría a mi puerta, …

Empecé a fantasear, "tengo que hacerla entrar a casa como sea, entonces me insinuaré…" ¿Y como se insinúa un hombre de 40 años que hace veinte que no intenta ligar a un bombón de 18?

Mientras, ella salió del bloque de pisos, cruzó la calle y se dirigió al mió. Corrí a la puerta, en cuanto llamó al portero automático, abrí. Ya estaba en mi edificio. Yo estaba en el tercero, tenía que esperar a que subiera piso a piso. No os haré esperar tanto como espere yo.

Finalmente llego a mi puerta y llamó. Me miré en el espejo: no era más que un cuarentón, calvo, con barriguita y vestido con un chándal viejo, ¿y qué? ¿Qué podía perder?

Abrí la puerta y allí estaba ella, sencillamente impresionante.

El pelo recogido dejando libre la cara. Esta ligeramente maquillada. Labios carnosos y boca ligeramente abierta. El cuello despejado hasta una camisa blanca y una chaqueta gris. El escote mínimo, no dejaba ver nada. Pantalón a juego de la chaqueta y zapatos con un ligero tacón.

Volví a mirarla a los ojos y aguanté un poco la mirada. Me había reconocido. Durante los 2 últimos años la había estado repasando de arriba abajo cada vez cuando la veía por la calle.

Cuando nos cruzábamos, yo siempre, después de apreciar su bello cuerpo, la miraba a los ojos en el momento de cruzarnos. Ella nunca aguantaba la mirada, siempre la bajaba pudorosa mientras se ruborizaba.

Y ahora estaba en mi puerta, como otras veces, se había ruborizado y bajado la mirada ligeramente, pero esta vez no había dejado de mirarme.

Aguantamos unos segundos de tenso silencio. Carmen pareció recordar de golpe el motivo de su visita y miró la carpeta. Leyó algo, cogió aire y levanto su mirada al tiempo que empezó su monólogo de vendedora.

Buenas tardes, Sr. …

Eso me lanzó.

-No se que quieres vender y me da igual. Tienes un cuerpo precioso y ahora mismo me muero de ganas de follarte.- ya esta lo había dicho. Esperaba una bofetada o insultos pero continúo en silencio y bajó aún más la mirada.

Me acerqué y puse mi mano en su antebrazo. Al sentir el contacto se estremeció. Me acerqué aún más. Acerqué mis labios a los suyos y la besé suavemente. Noté su respiración acelerada, levantó los ojos y me miró.

Increíble- pensé- mientras veía deseo en sus ojos.

La volví a besar pero ahora apasionadamente. Nuestras lenguas se buscaron.

La cogí de la mano y la lleve hacia el interior de mi piso.

Cerré la puerta y me abalancé sobre ella. La besé de nuevo en la boca.

Mis manos no estaban quietas. La derecha se coló dentro de la chaqueta y apretaba el pecho por encima de la blusa. La izquierda no se quiso quedar atrás y acarició el otro pecho.

Ella aún llevaba el maletín y la carpeta en sus manos. Los dejó caer y me abrazó.

La empecé a desnudar. Le quité la chaqueta, mientras le besaba el cuello le fui desabrochando la blusa. Fui bajando hasta llegar a su escote.

Llevaba un sujetador negro con encaje, aparté las copas y sus senos quedaron al descubierto. Una aureola pequeña y oscuro rodeaba a unos pezones que ya estaban duros. Me lancé a por sus senos.

Con mis manos los estrujaba, con mi boca los besaba, los chupaba, mordía sus pezones. Continué bajando por su barriga.

Mientras besaba su ombligo, desabroché el botón del pantalón y lo bajé un poco. Apareció una braguita negra a juego con el sujetador. Besé su pubis por encima de la tela. Acabé de bajar el pantalón y de un tirón baje la braga y besé su coño.

Tenía las piernas ligeramente abiertas y aproveché para introducir un dedo entre sus labios. En cuanto encontré su clítoris empecé a masajearlo.

Ella no paraba de retorcerse. Parecía a punto de tener un orgasmo.

Para, para – dijo de repente.

A pesar de sus súplicas, se sentó como pudo en el mueble del recibidor y abrió al máximo las piernas.

Tenía su sexo ante mí en todo su esplendor. Llevaba el pubis recortado dejando sólo un pequeño triángulo delante. Me lance al ataque con decisión. Primero lamí los labios, después busqué su clítoris. Lo chupaba, lo mordía, lo succionaba. Estuve un buen rato comiéndole el coño hasta que sus suspiros me indicaban estaba al máximo.

Entonces, de golpe le introduje dos dedos en su coño. Carmen respondió con un grito que debió escuchar toda la escalera, pero no era un grito de dolor, sino de placer, se corrió mientras iniciaba el mete-saca con mis dedos.

Para, para – insistió.

¿Estás segura? – le pregunté mientras sacaba mis dedos de su interior.

En ese momento, ella tiro de mí y se dirigió al interior de la vivienda.

Ahora déjame a mí – fueron sus palabras.

La primera habitación era el comedor, y el primer mueble el sofá, y allí me empujó.

Se sentó delante del sofá y me bajó de un tirón pantalón y ropa interior. Mi pene no parecía mi pene. Nunca lo había visto aparecer con una erección así.

Una gota de líquido seminal destacaba en la punta.

Sus manos subieron por mis muslos y se dirigieron al pene. Mientras una iniciaba un lento sube-baja, la otra acariciaba mis testículos. Estaba malísimo, a punto de reventar.

La miré a los ojos, me sonrió, ahora si aguantaba la mirada. Se fue agachando sin dejar de mirarme con una mirada llena de lujuria.

Bajó hasta la entrepierna y sacó la lengua y dio un lametón al glande. Se relamió, volvió a mirarme. Entonces bajó aun más metiéndose casi todo mi pene en su boca.

Subió lentamente, bajó otra vez, y subió y bajó. No se cuantas veces, pero muy lentamente y apretando con sus labios. Parecía quisiera exprimirme.

Cuando notó me tensaba, indicando mi corrida, aumento el ritmo. Ahora introducía el pene hasta el fondo.

Ya no podía aguantar más y tampoco lo intenté. Me corrí como nunca viendo cómo mi vecina, hasta ahora objeto de mis fantasías se bebía toda mi leche.

Dedico este relato a mi vecina para ver si se decide a hacer realidad esta fantasía.