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Los pies de Elena (11)

en Fetichismo

DESEADA

A mitad de la cena, Elena saco sus pies de debajo de los bajos de los pantalones de Fran, donde habían estado en casi todo momento. En dos rápidos movimientos, la joven puso en pie sus zapatos de tacón, que yacían tumbados sobre los laterales donde los había dejado al descalzarse nada más sentarse en al silla, y se levantó de la mesa con una sonrisa. Fran la miró algo sorprendido, pero la joven hizo caso omiso y le besó en los labios acercándose a él.

-- Vengo enseguida – le susurró la joven – Tengo que ir al baño un momento.

Fran asintió y al sonrió, y la mucha se alejó sonriendo, mientras sus tacones de quince centímetros repicaban en el suelo de mármol del elegante restaurante en el que ella y Fran estaban cenando.

Entró en los servicios y se miró en el espejo que había frente a los lavabos. Se alejó para poder contemplar su cuerpo casi entero.

Elena se había puesto un vestido negro de una sola pieza, sin tirantes, palabra de honor, y de falda corta que llegaba por la mitad e sus muslos.

Se había enfundado sus piernas en unas medias de color carne que daban a sus piernas un aspecto moreno, y calzaba unos zapatos de tacón con la puntera abierta, que mostraban sus dedos a través de la tela de las medias con las uñas lacadas de color negro.

Elena había decidido que era hora de empezar a poner en marcha la segunda parte de su plan, la primera la había puesto poco antes de salir de casa.

Sonrió a su figura en el espejo y se metió en uno de los cuartos con inodoro cerrando por dentro. Una vez dentro, la joven se subió la falda del vestido hasta dejar al aire su cuerpo de cintura para abajo. Si alguien la hubiera visto en ese momento habría podido observar la belleza del hermoso pubis depilado de la joven a través de la tela de las medias, ya que Elena había decidió no llevar ropa interior esa noche, y las medias descansaban directamente sobre los labios depilados de su coñito. Pero si ese alguien fuer además un observador nato, habría la anilla que tenia Elena sobre su pubis y como de esta salía un cordel que se introducía en el interior de su sexo. La joven llevaba las bolas chinas en su interior desde que hubiera salido de casa esa noche para su cena con Fran, esa era la primera parte de su plan, y por supuesto, como eso no era lo único que tenia en mente para excitar a su amado, su amante, su amo, a lo largo de la velada, era hora de poner en marcha, ya, la segunda parte

La muchacha se descalzó suavemente, apoyando después sus pies en el frío suelo, sintiendo el alivio que eso la producía, pues los tacones la estaban matando, y a continuación se bajó las medias hasta las rodillas y se sacó las bolas suspirando de placer al hacerlo. Estas salieron casi solas debido a lo lubricadas que se encontraban. Elena se había corrido ya varias veces esa noche, y estuvo tentada de masturbarse ahí, mientras se sentaba en el inodoro para orinar, pero se contuvo, y tras terminar de orinar, al joven se limpió con un pedazo de papel higiénico y volvió a introducir las bolas en su interior, subiéndose de nuevo las medias a continuación. Se bajó el vestido hasta colocarlo en su sitio y tras bajar la tapa del inodoro se sentó en el y cogiendo un zapato de tacón, agarró el tacón y de un fuerte tirón, sin arrepentirse de desperdiciar de semejante manera unos zapatos de 100 euros, arrancó el afilado y largo adminículo sujeto al zapato y martirizador de pies. Después, con una sonrisa de satisfacción, cogió ambos zapatos con su mano derecha y el tacón roto con la izquierda y salió del aseo. Dejó sus zapatos encima del lavabo y se lavo las manos. En eso, entro en el baño una mujer, algo mayor que ella, pero que aun no llegaría a los cuarenta, elegantemente vestida con un traje largo. La mujer la miró, la sonrió y se fijo en que Elena estaba descalza, después vio los zapatos encima del lavabo y el estado del roto. La mujer chasqueó la lengua-.

-- Es una rabia cuando ocurre eso. Una prefiere morir.

Elena sonrió, a modo de agradecimiento por las palabras de la mujer, pero ella hubiera preferido haber estado descalza todo el tiempo, solo que para entrar en el restaurante, hubiera sido imposible. Ahora, dudando que eso fuera motivo para echarla, saldría descalza con una excusa y así permanecería toda la velada.

-- Si – dijo Elena mintiendo y agradeciendo la sensación de frescor que sus pies descalzos recibían del suelo a través de las plantas de sus pies, únicamente protegidas por la tela de las medias de nylon – Es un fastidio.

La mujer sonrió y se acercó a ella.

-- A mi me pasó una vez, en una fiesta, y desde entonces, siempre llevo en el coche un juego de zapatos de repuesto por si me ocurre.

Elena la sonrió. Ella aunque pudiera llevar una zapatería entera a cuestas, no lo haría. Adoraba la sensación que le transmitían sus pies cuando estaba descalza, cada vez adoraba más estarlo.

-- Bueno, quizás la próxima vez sea más precavida.

Elena sonrió a la mujer y se despidió de ella, cogiendo sus zapatos en una mano y el tacón roto en la otra, para salir por la puerta del baño y andar con decisión segura por el suelo de mármol blanco del restaurante.

 

Mientras Elena se fijaba en que Fran la miraba asombrado y no quitaba ojos de sus pies descalzos y de cómo estos se deslizaban suavemente por el suelo del restaurante, la joven notaba como varias personas se giraban para verla mejor al pasar ante ellos, hermosa y descalza, con sus preciosos y suaves pies deslizarse silenciosa y grácilmente por el suelo blanco del restaurante.

Algunos murmuraron, con desaprobación, semejante falta de decoro en un restaurante de esa categoría, pero otros, y también después, algunos de los que murmuraron malhumorados, que fueron reprobados, comprendieron la situación al ver las manos de la joven y los zapatos en una, sujetando el tacón roto en la otra.

Un camarero la termino de acompañar a su mesa y la separó la silla de la misma ayudándola a sentar y a acercarse después. Elena agradeció el gesto y dejó los zapatos en el suelo, junto a ella, tapándolos con los bajos del mantel que ocultaban, como habían hecho el resto de la noche, sus pies descalzos al resto de comensales y camareros.

-- Si la señorita desea algo, o desea que intentemos reparar su calzado.

Elena miró al camarero y negó con la cabeza sonriendo.

-- Esta bien así, gracias.

Elena sonrió y miró a Fran que la miraba asombrado.

-- ¿Has venido descalza desde el baño? – dijo sonriendo.

Elena asintió mientras deslizaba de nuevo su pie hacia los bajos del pantalón de Fran, como tanto la gustaba hacer, y como sabia que a él le gustaba que ella hiciera.

--- He tenido un pequeño percance con mis zapatos.

Fran sonrió.

-- Percance que, seguro – dijo irónico – habrá sido fortuito.

Elena le sonrió mientras se llevaba un trozo de carne asada en su jugo a la boca.

-- ¿Eso piensas? – dijo la chica.

Fran sonrió abiertamente.

-- Si.

Elena arrastró sus pies varias veces por el suelo de mármol, adelante y atrás, y sonrió a Fran.

-- Pues aciertas.

Fran sonrió y la miro fijamente. Estaba locamente enamorado de Elena, y adoraba su forma de llevar su fetichismo. Jamás se hubiera imagino estas situaciones, y cada vez deseaba más y más una sorpresa por parte de la chica y de sus pies. Esta, sin duda, había sido una de ellas, y además, grata.

-- Afuera hace frío, -- dijo Fran algo serio pero sonriendo levemente, imaginándose esos preciosos pies descalzos pisar el suelo de la calle mojado por la lluvia o como se hundirían en los charcos del camino -- y tal vez llueva.

Elena sonrió, ella también pensaba en sus pies bajo la lluvia, pisando la mojada acera, los charcos, el barro de algún parque, el césped húmedo de algún jardín, las miles y maravillosas sensaciones que eso la transmitiría, y todo eso la excitó, notando como estaba a punto de correrse, por la excitación, el deseo, la imaginación, y la presión de las bolas chinas y la anilla en su coñito, en su rajita.

-- Por ti, si te complace, -- dijo la chica sonriendo y aguantando las irrefrenables ganas de llevarse la mano a su clítoris y pulsarlo para gemir de placer ante Fran -- te gusta, te excita y satisface, andaría incluso sobre brasas o cristales, solo si después tus besos y manos acarician mis pies.

Fran bebió un largo trago de vino antes de contestar. Notaba como la excitación y el ansia por poseer a Elena y sus pies iba creciendo en él.

-- Por ti, te masajearía los pies con la lengua incluso sin haberlos lavado antes, si eso te excita y satisface a ti.

Elena sonrió, esa imagen la volvió a sacudir su espina dorsal como una corriente eléctrica, y noto como su coñito se humedecía más y más. La joven notaba que las medias estaban empezando a humedecerse de la brutal excitación que tenia, y que había sentido a lo largo de la noche debido a las bolas chinas, a sus pies, a Fran, a los pensamientos que tenia y a las palabras de ambos. Deseosa de ser poseída por Fran, de que este la follara y lamiera su coñito, sus tetas, sus pies, Elena cogió su copa de vino y la alzó, Fran la imitó y ambos brindaron.

-- Entonces, aunque al salir este nevando, o hayan extendido un capo de brasas y cristales por Madrid, mis pies andarán descalzos esta noche para ti por todas partes.

Y ambos bebieron de sus copas sin dejar de mirarse fijamente a los ojos, deseándose mutuamente.

Nada más pagar, y tras tomarse la copa de coñac que les habían ofrecido los del restaurante, a las doce y media de la noche, cuando aun quedaban bastante gente dentro del elegante restaurante del centro de Madrid, Fran se levantó y ayudó a Elena a levantarse. La muchacha se había agachado antes a recoger sus zapatos rotos que habían estado ocultos, al igual que sus preciosos pies descalzos y los juegos que con estos había hecho en los bajos de los pantalones de Fran, o su continuo arrastre en el suelo, para seguir sintiendo las diferentes y sensacionales impresiones que sus pies descalzos recibían de cualquier superficie.

Los dos se dirigieron con paso seguro hacia la salida y saludaron a los camareros que les daban las gracias y las buenas noches. Muchas personas se fijaban en la desnudez erótica que los pies de Elena reflejaban. En la sensual emoción impúdica que esa nota de erotismo, tan sutilmente velado, que significa el estar descalza en público conllevaba, con esos preciosos pies descalzos envueltos en las suaves medias, dejando ver las uñas lacadas en el color negro, como el cuero de la vestimenta del erotismo más salvaje.

Elena sentía las miradas clavarse en ella, en sus pies, y como muchas la traspasaban la ropa, sintiéndose desnuda, deseada, adorada, amada por los ojos de hombres y mujeres. Hombres que la deseaban, deseaban ser ese afortunado joven que la acompañaba agarrado del brazo, hombres que desearían poder ver, tocar, acariciar esos pies, la continuación de los mismos, subiendo desde los dedos por el empeine y los tobillos, sintiendo la suavidad posterior de las piernas, los gemelos, los muslos antecedidos por las rodillas, y que desembocaban en la unión perfecta, en una cueva de misterios insondables, profunda, sensual, húmeda, sabrosa. Todo ello sintiendo esa doble sensualidad, esa doble suavidad, primero por encima de las medias de nylon, y después, una vez despojada de ellas, con la mayor tranquilidad, la mayor sensualidad, el mayor cuidado o el mayor salvajismo, a mordiscos, tirones, desgarrándola, sintiendo esa suavidad de una piel joven, blanca, suave, casi como de seda, desde la suavidad de unas hermosas plantas del pie que habrán sido adecuadamente acariciadas, limpiadas de toda suciedad, hasta la entrada de la cueva del placer, agarrando firmemente las dos nalgas que son, al fin y al cabo, la verdadera desembocadura de lo que al principio eran unos hermosos y gráciles pies descalzos.

También sentía la mirada de mujeres, mujeres que sentían envidia porque ellas deseaban ser miradas y deseadas de igual forma, mujeres que admiraban también la belleza de esos pies descalzos y se preguntaban que sentiría esa chica, que sensaciones retransmitirá el suelo a ese cuerpo a través de esos hermosos pies. También, por que no, se sentía deseada por alguna mujer, que ansiaba poder sentir la misma doble suavidad que un hombre podía ansiar, ansiaba hasta poder sentir uno de esos pies dentro de su propia boca igual que lo desearía un hombre, o de poder sentirlo con sus propias manos, sus propios pies incluso, Mujeres que ansiaban sentir esos pies recorrer su cuerpo, acariciar su propia cueva del placer, incuso ahondar en ella mientras ellas mismas ahondaban en la cueva del, pacer en al que desembocaban los dos hermosos pies descalzos que abandonaban el restaurante en ese mismo momento para seguir su camino, seguros, ligeros, hermosos, descalzos, suaves, por la noche de Madrid. Mujeres que a buen seguro, deseaban también andar igual de descalzas por Madrid, por la noche, y eso, sin saber, como sabia Elena, lo terriblemente maravilloso, sensual y erótico que aquello podría llegar a resultar.

Así, sintiéndose terriblemente deseada, sintiéndose observada, sintiendo como sus preciosos pies y su cuerpo eran objeto del brutal deseo de hombre y mujeres, Elena salió tranquilamente del restaurante acompañada por Fran, dispuesta a seguir su camino hacia donde sus pies la llevasen, descalza por la noche de Madrid.