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La cantante descalza

en Fetichismo

NUEVA EN LA CIUDAD

La joven no debía de tener más de dieciocho años, si acaso llegaba.

Carlos la había visto desde hacia ya largo rato en el local, con su grupo de amigas, moverse por entre la gente ágilmente y bailar en la pista.

El grupo de cinco chicas estaba solo, y hacia ya quince minutos que se habían quedado en cuatro chicas, ya que una se había marchado.

Hacia ya por lo menos media hora que las cuatro chicas se habían sentado en un rincón del local, sobre un saliente decorativo de una tarima de piedra del local, donde se hacían actuaciones en directo entre semana, y se habían descalzado sus enormes tacones mientras apuraban sus copas apoyando sus pies descalzos en el suelo del local. Aquella imagen le cautivo y maravillo. Ocho hermosos pies descalzos a la vista, y tan cerca suya que casi podía tocarlos. Sus ojos se pararon en los cuatro pares de pies, y deseo tenerlos entre sus manos, apoyados en sus piernas, sobre su entrepierna, encerrando cu polla entre ellos, sentir como le masturban hasta empaparlos con su semen.

Con gran esfuerzo apartó su mirada de ellas el tiempo justo para no parecer insolente con sus amigos y sonrió sus gracias.

Finalmente, sobre las dos de la mañana, pudo ver como las chicas dejaban sus copas y cogían sus zapatos sin calzarse, salvo una de ellas, que si lo hizo, y andaban hasta el ropero donde estaban sus bolsos. Carlos, sin dudarlo, sacó de su cartera un billete de cincuenta euros y pagó sus copas, despidiéndose de sus amigos. Sin parecer apresurado salió del local antes que las cuatro chicas y a tiempo para ver como una de ellas, la más guapa, la que más le había gustado y llamado la atención a pesar de no ser la más despampanante de todas, se despedía de las otras tres y se alejaba en dirección contraria. Para su suerte, esta chica seguía descalza, y andaba sobre el suelo de cemento sin hacer emitir ni siquiera un leve tap tap tap al andar, con su brazo derecho estirado y los zapatos colgando de los dedos índice y corazón de esa mano.

La muchacha vestía un vestido negro de una pieza que la llegaba por los muslos y estilizaba su cintura. Su espalda, desnuda, salvo los tirantes del vestido que la cruzaba de lado a lado, blanca, de piel suave, estaba al aire en esa templada madrugada de septiembre. Sus pies descalzos estaban cubiertos por la suave y fina tela de unas medias color transparente que cubrían sus piernas y se perdían por dentro de su vestido oprimiéndole en la cintura.

La joven estaba sola, y Carlos se detuvo junto a ella en el semáforo, sonrió mirando los pies descalzos de la chica y con la voz clara y lo suficientemente alta para que aquella joven la escuchara, esperando no meter la pata y que la chica le pegara, o saliera corriendo, algo que ya le había ocurrido alguna otra vez, cuando había tenido la misma, y lamentablemente poca, suerte de cruzarse con una chica que anda sola y descalza por la calle, dijo las dos palabras que más le gustaba decir a una chica.

-- Bonitos pies.

La joven, ruborizada, se giró, sonrió mirando a Carlos, y antes de contestarle, asintió levemente con un suave movimiento de agradecimiento en su cabeza mientras encogía los diez deditos de sus pies, viéndolo Carlos perfectamente tras la suave tela de las medias transparentes.

-- Vaya – la voz de la chica sonaba pastosa, estaba algo bebida. – Gracias.

-- No tienes porque. Es verdad, tienes unos pies preciosos.

-- Y terriblemente doloridos – dijo la chica.

Carlos sonrió.

-- En ese caso, se merecen todas las atenciones del mundo – la chica doblo ambos pies hacia fuera, apoyándolos en el lado del dedo meñique por unos segundos preciosos en los que Carlos pudo adivinar parte de la suciedad en sus hermosas plantas. Empezaba a excitarse y a tener la polla dura bajo los vaqueros. La chica apoyo de nuevo ambos pies en el suelo sobre sus plantas y de nuevo encogió los dedos. El semáforo se puso verde pero ninguno de los dos ando.

-- Supongo que un baño caliente y un suave masaje les vendrían bien – dijo la chica sonriendo, y bajando un pie de la acera para cruzar. Carlos la siguió cuando la chica empezó a cruzar la calzada.

-- Si lo deseas, yo te lo puedo dar.

Al llegar al otro lado de la calle la chica se detuvo y miró a Carlos, que miraba a los pies de la joven sin cesar. De nuevo, esos diez deditos se encogieron y volvieron a estirarse tan sensualmente bajo las medias que Carlos deseo chuparlos de inmediato.

-- ¿Me darías un masaje de pies?

-- Si – dijo Carlos sin quitar ojo a los pies – Esos pies tan hermosos se lo merecen. Te lo daría, aquí, ahora mismo, con las medias, sin ellas, estén limpios o sucios, me da igual.

La chica miró la hora. Sonrió.

-- ¿Por qué no me invitas a una copa y los discutimos?

-- ¿En tu casa o en la mía?

La chica sonrió

-- ¿Porque no en un pub?

Carlos sonrió y asintió.

-- Conozco una terraza cercana que esta abierta toda la noche, es en un ático, así podrás estar descalza fuera y con los pies en alto en mi regazo si quieres ir recibiendo ese masaje.

La chica sonrió y asintió.

-- ¿Cómo te llamas? – pregunto inocentemente mirándole divertida

-- Carlos. ¿tu?

-- Laura.

>> ¿Qué edad tienes?

-- Veintiséis – dijo Carlos.

-- Cumplí dieciocho la semana pasada.

Carlos sonrió y asintió. Ocho años era una diferencia salvable, sobretodo siendo ella ya mayor de edad.

-- ¿Entras a todas las chicas admirando sus pies? – preguntó Laura

Carlos se ruborizó.

-- Solo a las que veo descalzas y tiene verdaderamente sus pies bonitos.

-- ¿Lo has hecho antes?

Carlos asintió.

-- ¿Y te funciono?

-- No. – dijo sincero recordando de nuevo alas otras tres o cuatro veces que lo había intentado.

Laura sonrió, sin pensarlo más, se acercó a él y le cogió de la mano.

-- Pues estas de enhorabuena. Hoy si te ha funcionado.

>> Llévame a ese sitio.

--¿Iras descalza todo el camino? – pregunto Carlos feliz, alterado, excitado, y sorprendido. Casi parecía un niño. La chica sonrió y le miró con diversión y ternura.

-- Llevo más de media hora descalza. Tengo los pies algo más hinchados que cuando me calce estos malditos zapatos a las ocho de la noche. – sonrió divertida y volvió a encoger los dedos de sus pies, Carlos los miraba fascinado y deseoso de tocarlos. Tanto que a punto estuvo de agacharse y besarlos allí mismo -- No creo que me entren, y aunque me entraran, seis horas con ellos son ya más que suficientes.

>> Si, estaré ya descalza hasta que me acueste.

-- Entonces, vamos. Una vez estemos allí, nos sentaremos, y te daré ese masaje, el tiempo que sea necesario.

-- Como te he dicho – susurró Elena en el oído de Carlos – estaré descalza hasta que me acueste. – guardo un breve instante de silencio. A pesar de ser una chica guapa y atractiva, debido a sus padres, jamás había ligado, jamás había tenido suerte con los chicos, hasta era virgen, y creía que esa era su oportunidad, ahora que estaba lejos de sus padres y estaría durante una larga temporada --Y no tengo prisa por hacerlo, ni decidido donde hacerlo.

Y los dos comenzaron a andar juntos, agarrados de la mano, como si se conocieran de toda la vida, sorprendidos cada uno por como había transcurrido todo. Carlos, por lo bien que le había salido todo, y Laura por haber encontrado a tan curioso personaje que la había fascinado, y del que pensaba, podría disfrutar mucho, si es que no se echaba atrás al enterarse de su virginidad.

Prefiriendo no pensar en eso, la chica se concentró en el momento, en la mano agarrada a la suya, en sus zapatos en a otra, en cada paso, en la sensación áspera, rugosa, agradable y fascinante que el andar descalza sobre el asfalto la transmitía a su cuerpo a través de sus pies descalzos.

El ático que decía Carlos estaba en un elegante edificio de oficinas cuya recepción no cerraba en todo el día.

El suelo de mármol, frío como el hielo, hizo sentir un escalofrío a Laura cuando entró y empezó a andar con sus pies descalzos por el mismo. Ambos saludaron al conserje, que les miró escépticos, sobretodo fijándose en los pies de la chica y en el calzado que esta tenia en su mano.

-- Al ático – dijo Carlos sonriendo, acercándose y entregándole dos tarjetas de visita que eran sendas invitaciones/entrada para el local.

El conserje asintió, se las devolvió y los dos fueron hasta los ascensores. Dentro, Laura volvió a encoger los dedos de los pies por el frío que sentía. Por suerte, el suelo del ascensor, de goma con relieve, no estaba tan frío. La joven se miró en el espejo y se rió de su aspecto, aunque le gusto lo que vio.

-- Una chica descalza, siempre es hermosa. – susurró Carlos a su oído. Laura se ruborizó – Y tú eres muy hermosa.

El ascensor se detuvo finalmente en el piso catorce. Nada mas salir, lo hicieron directamente a una terraza, donde una caseta de madera en el centro de la misma servia de barra de bar. Alrededor, sobre un manto verde de césped artificial, se disponían varias mesas, muchas de ellas ocupadas. Una agradable música en sonido ambiento de pop de los ochenta sonaba por los altavoces dispersos. Varias camareras vestidas todas con pantalones negros ajustados, tacones, camiseta de tirantes ajustadas que marcaban sus pezones de los pechos sin llevar sujetador, se movían de un lado a otro de la terraza. Carlos indicó a Laura que pasara, y esta comenzó a andar sobre el césped artificial notando las hojas clavársele en la planta de sus pies.

Se sentaron tranquilamente en las sillas de una de las mesas libres, y enseguida una camarera fue a tomarles nota.

Pidieron dos copas, Carlos whiskey con soda y ella ron con naranja, y la camarera se fue. En ese momento, Laura acercó la silla en al que estaba a la de Carlos y estirando las piernas apoyó los pies en el regazo de este, dejando sus zapatos bajo la mesa. Carlos acarició con el dedo índice ambas plantas del pie, notando el frió y al suciedad, sin importarle y sonrió. Después cogió el pie derecho con ambas manos, y empezó a presionar suavemente en la planta con los pulgares, agarrando el pie por el empeine con los otros ocho dedos, subiendo y bajando por toda la superficie de la planta del pie de la chica que se mordió el labio.

-- Jamás me habían tocado los pies.

-- Ojala te guste y me llames alguna otra vez para hacerlo.

La chica sonrió.

-- No dudes que así lo haré.

Carlos la sonrió y siguió con el suave masaje. Las copas llegaron y al camarera miró la escena y se quedó mirando fijamente por unos segundos los pies de Laura sobre las piernas de Carlos y como las manos de este masajeaban suavemente uno de esos pies cubiertos por medias sin importarle la suciedad que pudiera tener, la cual parecía notable. Sintiendo una mezcla de asco, por el echo de tocar esos pies, pero de envidia por ese masaje que ella deseaba también, la chica se alejó.

Carlos dejó el masaje unos segundos y se sirvió la copa echándose le refresco en el vaso de tubo con el whiskey hasta la mitad y hielos hasta arriba. Laura hizo lo mismo en su vaso, los dos se sonrieron y chocaron los vasos en un brindis.

-- Por ti. – dijo Laura – y por este delicioso masaje, que ojala no acabes nunca.

-- Por tus pies. – contestó Carlos divertido – Que espero masajear toda la noche y siempre que me lo pidas.

Se volvieron a sonreír y ambos bebieron. Después, Carlos dejó la copa en la mesa y siguió el masaje pero con una sola mano, apoyando parte de la palma y el pulgar en la superficie de la planta del pie de la chica y amarrándolo por el empeine con el resto de dedos, presionando ahora tanto con el pulgar como con la palma, subiendo y bajando por todo el pie de la chica, que cerraba los ojos y sonreía mordiéndose el labio inferior.

-- Esto es maravilloso. No me puedo creer que haya tenido esta suerte de conocerte.

Carlos la miró y al sonrió abiertamente.

-- Ni yo de conocerte a ti. Si hubieras sido una chica normal, me habrías mandado a la mierda cuando te hubiera dicho lo de tus pies, pero eres algo más que una chica normal, eres exótica, fantástica, maravillosa.

Laura bebió otro sorbo de su bebida.

-- ¿Vives solo?

Carlos asintió, sin dejar de mirar a Laura. Bebió un trago y tras dejar la bebida en la mesa cogió el pie que estaba masajeando con ambas manos y se lo llevó a los labios, dándole un beso justo en la parte de debajo de los dedos y antes del comienzo del arco, sin importarle la suciedad, que aunque era poca, pues mucha estaba ya en su mano, aun tenia la joven en las mismas.

-- Si.

>> ¿Tú?

-- Soy nueva en la ciudad. Llevo en Madrid desde el domingo, y estoy aquí estudiando en una universidad privada. Vivo en un piso de alquiler con tres chicas más.

Carlos sonrió.

-- ¿De donde eres?

-- Santander.

Carlos la miró fijamente y cambio de pie, empezando a masajear el pie izquierdo, primero igual que hizo con el derecho con ambas manos.

-- ¿Por qué querías saber si vivía solo?

-- Por si podía ir contigo esta noche a tu casa a dormir.

Carlos se llevo el pie izquierdo a la cara y de nuevo a los labios besándolo, con un beso más largo que el anterior. No le importó que varias personas le observaran, sonriendo divertidas, burlándose de él, y repitió el gesto dos veces más, con ambos pies antes de seguir masajeando el pie izquierdo de la chica.

-- Con una condición.

Laura le miró ávida de deseo.

-- La que sea.

-- Que vayas descalza todo el camino hacia mi casa.

-- Y siempre que quieras. -- le contestó sonriendo y presionando en su entrepierna con el pie derecho, que estaba libre de las suaves y sabias manos de Carlos que masajeaban ahora su pie izquierdo. – De ahora en adelante – siguió sin dejar de presionar en el bulto creciente de la entrepierna de Carlos que se mordía el labio superior aguantando el deseo de coger ambos pies y pajearse con ellos – siempre que quieras.

Y sin poder remediarlo, mientras sentía esa presión en su entrepierna, mientras sentía aun el tacto de los pies de Laura en sus manos, de las medias, de esos preciosos, hermosos y fascinantes pies, Carlos se corrió en silencio, apretando fuertemente el pie de la chica como única muestra del tremendo placer que había sentido en ese momento, viendo en la cara de Laura, que había aguantado el dolor en su pie al ser apretado, una expresión de comprensión y satisfacción, al saber que había conseguido hacer que Carlos se corriera.

Dos horas después, tras varias copas, Laura, de pie frente a una parada de autobús, volvió a apoyarse en el lateral de sus pies y después de nuevo se quedó sobre ellos, encogió nuevamente los dedos, los volvió a estirar, y sonrió, se acercó a Carlos y cogiéndole de la mano le llevo hasta el banco de la marquesina, le hizo sentarse y ella se sentó a su lado, después subió las piernas y apoyó los pies descalzos en el regazo de Carlos nuevamente. Este, excitado hasta la medula, los cogió y admiró la hermosa suciedad de la planta de esos pies tan hermosos, que se había vuelto a acumular a pesar de que su masaje había transferido gran parte de la suciedad de los mismos a sus manos y pantalones vaqueros, que tenían además una mancha oscura en su entrepierna, y no de orina, como más de uno habrá pensado al fijarse en ella.

Divertido, ansiosos por quitarle las medias y acariciar la suave piel de esos pies, Carlos adivinó algún pequeño roto en las medias, y sin dudarlo, sin ningún pudor ni asco, beso ambas plantas, y al hacerlo, cogió la tela con os dientes y tiró de ella desgarrándola. Cuando soltó, Laura, divertida, le ayudó a desgarrar la tela en ambos pies, quedándose con las medias rotas por los tobillos.

-- Espera – dijo la chica. Y levantándose, se subió el vestido y se bajo las medias mostrándole a Carlos las braguitas negras que llevaba y resto de vello púbico moreno que impúdicamente trataba de escaparse de la prisión de esas bragas negras.

Después se sentó de nuevo y Carlos volvió a besar ambos pies, ahora desnudos por completo, sintiendo la suave piel de esos pies en sus labios.

-- ¿Cómo quieres que siga con el masaje, con las manos o la boca?

La chica, sonriendo bajó los pies y se acercó a Carlos.

-- ¿Esta lejos tu casa? – dijo la chica

-- No. ¿Por?

-- Para irnos ya.

-- Podemos ir andando y llegar en media hora, así tus pies estarán más cansados y más sucios, y recibirán mejores atenciones que agradecerás más.

La joven se mordió el labio y sonrió.

-- No se que me pasa, si es que me has hechizado, o es que me he vuelto loca, pero creo que te seguiría descalza hasta el fin del mundo con tal de ese masaje y de un polvo después.

Carlos tragó saliva. La chica se le acercó y le besó en la boca. Mientras lo hacia, había llevado su mano a la entrepierna de Carlos y descubrió el bulto de este, duro y aumentando por segundos bajo el pantalón. Si uno de esos pies volviera a rozarlo, sin duda se correría otra vez, y era algo que deseaba hacer, pero encima de ellos, y después dentro de esa chica.

Tras unos preciosos y sensuales segundos más, la chica se separó, apartó la mano y sonrió a Carlos.

-- Mis padres me mataran si se enteran de esto, y mis compañeras de piso se cabrearan si no las aviso. Aunque supongo que podría decirles que he dormido en casa de una amiga.

-- Llama desde casa mañana.

La chica sonrió.

Los dos comenzaron a andar, ella ya totalmente descalza, manchando las suaves plantas de sus pies aun mucho más, y el, fijándose en al belleza de esos pies, que ansiaba ya poseer, besar, adorar, y usar para encerrar su polla entre ellos.