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Los pies de Elena (12)

en Fetichismo

CAMINO A CASA

Afuera no llovía, al menos en estos momentos, pero si había estado lloviendo hasta hace bien poco, pues el suelo estaba mojado. Nada más salir, Fran sonrió a Elena mirando el suelo y esta le devolvió la sonrisa y le guiñó el ojo susurrando "no me importa, es más, me excita mucho más aún". Bajando las escaleras del local rápidamente y deslizando sus pies gracilmente por el asfalto húmedo mientras Fran miraba divertido y excitado desde la entrada del local como Elena, sin llegar a pensar en un momento en lo sucias que se pondrían las plantas de sus pies, en como acabarían esas medias, o en que mañana estuviera con cuarenta de fiebre en la cama y un catarro de mil demonios, bailaba descalza sobre el suelo húmedo de Madrid.

Fran bajó las escaleras y fue junto a ella, que se detuvo sonriéndole y le agarró del cuello besándole en los labios.

-- Eres maravillosa Elena.

>> No tienes porque hacer esto, puedes calzarte cuando quieras.

-- Pero es que no quiero.

Fran sonrió.

-- Pues gracias.

-- No, gracias a ti, por enseñarme el enorme placer y la gran excitación que es el descubrir el mundo a través de los pies descalzos.

Fran sonrió, la volvió a besar, y juntos se fueron alejando de allí andando lentamente calle abajo, como si fueran una pareja normal, a pesar de que ambos sabían que eran mucho más que eso, y no solo por la peculiaridad de que Elena fuera descalza, sino, sobretodo, porque ellos se creían únicos.

 

A medida que andaban por la acera, Elena notaba la humedad en sus pies calarse poco a poco en los mismos a través de la tela de las medias, y como sus pies se mojaban más y más a cada paso. Mañana podría tener un catarro de aupa, pero merecía la pena, se dijo, por ver de vez en cuando la mirada de felicidad, y deseo de Fran.

Después de cinco minutos andando por la Gran Vía de Madrid, cinco minutos en los que Fran admiraba cada pocos segundos los pies de Elena y se centraba en ellos, y en el suelo por el que pisaban, prestando atención a cualquier objeto extraño en el camino y evitar así que al joven lo pisara, llegaron a la calle Alcalá y se detuvieron a la altura de la Cibeles.

Había poca gente en la calle, y los coches que pasaban no se fijaban en ellos. No había motivo, además, aunque así lo hicieran, les daba igual lo que pensaran de ellos y del hecho de que Elena anduviera descalza por la calle en esa fría y húmeda noche. Elena se giró de cara a Francisco y poniéndose de puntillas sobre sus pies descalzos le besó en la boca mientras soltaba la mano y dejaba caer sus zapatos al suelo. Fran la abrazó y la atrajo hacia si, alargando el apasionado beso. Cuando sus labios y cuerpos se separaron Elena le sonrió, y soltándose de él ando hacia atrás sin dejar de mirarle. Fran fue a agacharse a por el calzado de la joven pero esta le detuvo.

-- Déjalos ahí, no los voy a necesitar.

-- ¿Segura? – volvió a insistir Fran, que aunque excitado y feliz por admirar a su preciosa chica andar de esa forma tan sensual, solo por el echo de estar descalza estaba sensual, y hubiera dado igual que estuviera en vaqueros que con ese elegante vestido, por las calles de Madrid, se preocupaba por ella -- Cojeras una pulmonía. No tienes que hacer esto por mi.

-- Pero quiero.

Y la chica se volvió y cruzó corriendo al otro lado de la calle antes de que se pusiera el semáforo en rojo. Desde allí sonrió a Fran, este, meneando la cabeza esperó a que el semáforo volviera a ponerse verde para él, mientras veía a Elena apoyada en la pared del Banco de España.

Vio a una pareja y a un grupo de cuatro o cinco chicos que miraban a Elena y la decían algo, ella sonreía y les contestó, y a la vez señaló a Fran. Los chicos le miraron y siguieron calle Alcalá hacia arriba.

El semáforo se puso verde finalmente, y Fran fue hacia ella, cuando llego, la joven le sonreía.

-- ¿Qué te han dicho esos chicos?

-- Uno que tenia los pies bonitos.

-- Más que eso -- dijo Fran mirándolos y sonriendo – Son preciosos y únicos.

-- Y el otro que si tenia frío me calentaba, empezando por los pies. A este le he dicho que ya lo hacías tú, y te he señalado.

-- ¿Y quieres que lo haga?

-- Por supuesto.

Fran miró a ambos lados, y observó que no había nadie cerca. Se acercó a la joven, la abrazó y la besó, mientras la subía el vestido hasta al cintura y acariciaba sus nalgas a través de la tela de las medias. Mientras se besaban, mientras sus bocas y lenguas experimentaban nuevamente el placer del otro, del uno, del todo, Una mano de Fran se deslizó por la nalga hasta el muslo, después subió, y llegó hasta el pubis. Entonces, sorprendido se separó y admiró el bello espectáculo que Elena había ofrecido antes al espejo. Su pubis desnudo, con la anilla de las bolas chinas sobre él, a través de la tela de las medias.

-- Sorpresa.

Fran acercó su cara al pubis de la joven, y lo beso. Elena sintió un escalofrío, y Fran la humedad de la entrepierna de la joven.

-- Me he corrido por lo menos cinco veces esta noche. HE encogido los dedos de los pies tantas veces aguantando gemidos, que voy a hacer músculos en ellos.

Fran sonrió, y Elena se metió la mano por dentro de las medias y se pasó un dedo por toda la abertura de su sexo húmedo. La joven gimió. Fran, sin dudarlo, asió las medias por el borde y empezó a bajarlas, pero Elena le detuvo.

-- Tendrás que esperar – dijo sonriéndole – Es parte del juego.

Y se bajó el vestido, subiéndose antes las medias lo poco que Fran había podio deslizarlas, par a continuación salir corriendo y riéndose hacia el edificio de correos, con Fran siguiéndola los pasos excitado de ver a su chica, descalza, hermosa, valiente, correr sobre el pavimento húmedo de Madrid con unas bolas chinas dentro de su sexo, sin ropa interior y las medias húmedas de excitación en su entrepierna.

 

Fran dejó a Elena seguir a su aire un par de minutos y finalmente la dio alcance en mitad del Paseo de Recoletos. La agarró del brazo, la atrajo hacia él y la besó en la boca mientras su mano buscaba la entrepierna de la joven y presionaba por sobre la superficie de la tela de las medias, la unión de los labios vaginales de la joven, hurgando en esa pequeña hendidura con ardiente pasión y loco deseo, haciendo a Elena tener un espasmo y alzar sus piernas encerrándolas en la cintura de Francisco, quien la apoyó en la pared del edificio cercano sin soltarla, asiéndola ahora por las nalgas, apretándolas bien, haciendo a al joven gruñir al notar el escozor que aun sentía levemente en sus posaderas tras la azotaina recibida.

Elena se aferró a Fran por el cuello y deshizo el nudo de sus piernas, dejándolas caer y apoyando sus pies descalzos sobre los de Fran, Este volvió entonces a llevar su mano a la entrepierna de la chica y después subió la mano hasta la cintura, con cuidado metió la mano por dentro de la tela de las medias y presionó, ahora si, su clítoris directamente haciendo a Elena gemir de placer y notando como su dedo se humedecía.

-- Voy a morir de gozo… -- gimió Elena cerrando los ojos y arqueando su espalda lo que le permitía la pared del edificio mientras los dedos de sus pies se volvían a encoger dentro de sus medias. --- Fóllameeeeeee…. Fóllame, fóllame aquí, ahora Fran, por el amor de dios, fóllame o me moriré.

Elena gemía de pasión, de autentica pasión, y su voz, sus temblores, así lo demostraban,

Fran miró alrededor. Había alguien paseando por el otro lado de la calle, cruzando el Boulevard, y no se veía a nadie acercarse por ningún lado de la calle en la que estaban. Sin dudarlo un segundo, se desabrochó el pantalón y se sacó el pene duro como una roca. A continuación sacó la mano del interior de Elena, y con un rápido movimiento bajó las medias de Elena hasta la cintura y después llevó su mano hasta la anilla de las bolas chinas y fue tirando lentamente de ellas, dejando salir cada bola, una a una, despacio y excitantemente para el húmedo sexo de Elena, que al notar cada bola deslizarse suavemente por entre sus húmedos labios hacia fuera de su sexo, gemía incontrolablemente de placer y gozo. Cuando la última bola hubo salido, Fran las dejó caer sobre las medias caídas de Elena, justo bajo sus rodillas y acercó la unta de su pene al sexo de Elena. Rozo la abertura con la punta de su miembro y Elena gimió retorciendo su espalda hacia atrás.

-- Métemela, métemela ya, hasta el fondo… Párteme en dos…. ¡FO-LLA-MEEEEEE!

Excitado hasta la extenuación, Fran comenzó a introducir su pene en el interior de Elena hasta la mitad entre gemidos de ambos. Finalmente, acercó a ella el rostro y la beso, y mientras se fundían en el beso, hundió hasta el fondo su miembro en el interior de Elena que gimió, abriendo mucho los ojos y agarrando fuertemente a Fran, presa de una excitación, una pasión, un ardor y un dolor tan gozoso y placentero, que no le importó correrse casi al momento, ni que sintiera como Fran lo hacía casi al instante igualmente en su interior.

Se quedó dentro de ella, muy quieto, exhausto, deseoso de más, y notando como su pene no bajaba su tamaño. Elena se froto contra él, deseosa de más, y el, sin dudarlo un momento, volvió a iniciar el movimiento de cadera y pelvis que tanto gustaba a Elena y que hacia que su pene se moviera frenéticamente en el interior del sexo de la joven. Elena gimió, agarró fuertemente a Fran con las manos y hundió su cara en el cuello de este. Con gran esfuerzo, la joven sacó una pierna del todo de sus medias, dejando caer las bolas chinas al suelo, y con las medias colgando de la otra pierna, encerró sus piernas por los tobillos alrededor de la cintura de Fran y empujó hacia él, haciendo que el pene de su amante, su amo, su amado, entrara mucho más adentro de ella. La joven gimió, abrió los ojos por la excitación y susurró al oído de Fran que quería más.

-- Sigue, sigue mi campeón, sigueeee….

Fran continuo con su frenético movimiento. Desde el boulevard, una apreja les miraba y les señalaba entre risas y diversión. Algunos coches, un par de ellos taxistas, que pasaban por la calle, les pitaban y gritaban desde el interior, pero ya les daba igual, todo les daba igual, su pasión había sido desatada tan salvaje y brutalmente que no podían contenerse, y deseaban seguir así follandose salvaje, violenta y apasionadamente en las calles mojadas de Madrid, el tiempo que fuera necesario, hasta que se agotaran, hasta que sus cuerpos se fundiesen de verdad en uno para siempre, hasta que se deshicieran, se desintegraran, se convirtieran en liquido, en polvo, en aire. Hasta sus cuerpos exhaustos cayeran sobre la acera mojada o hasta que les detuvieran por exhibicionismo. Lo que llegase antes.

Y con ese salvaje pensamiento, los dos volvieron a correrse entre gemidos de placer y espasmos de excitación.