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Mi encuentro con un demonio de dientes perfectos

en Fantasías Eróticas

Me gustaría advertirles a los lectores que soy argentina y que este relato está escrito en la forma en la que nosotros hablamos, es decir, tratándonos de "vos". Espero que no les impida y ojalá ayude a disfrutarlo.

Es el segundo relato que envío. Espero sus comentarios y críticas.

Pásenla bien.

Mientras me abrazaba a su cuerpo con mis brazos y piernas, apretada contra un árbol en medio de la noche intenté entrar en razón y escapar de allí pronto. Esta situación se estaba descontrolando y yo estaba perdiendo los estribos en manos de ese muchacho.

Yo era pulcra, cuidada, bien educada y decente. Una niña que había ido a un recital de rock a escondidas de sus padres y se había encontrado con esta bestia que estaba por mostrarle lo que se había ganado por portarse mal.

Él era alto, grande, tenía tatuajes en todo su cuerpo. El pelo, con incontables rastas, estaba recogido en un rodete en la parte superior de la cabeza. Vestía una camiseta del "Che" Guevara abierta a los lados del cuerpo, dejando ver su pecho y su abdomen. Despedía un olor a transpiración reciente, marihuana y vino de tercera, pero lejos de desagradarme eso me atraía, me volvía loca.

Nos vimos en el ómnibus que nos llevaba hacia el evento. Él clavó sus grandes ojos en mí y me sonrió con una boca de dientes perfectos. Me llamó la atención desde el principio, pero, fiel a las instrucciones de mi madre, no hablaba con extraños. Además, su aspecto era de temer y era mucho mayor que yo.

No sé en qué momento del recital sus manos me llevaron alzando hacia los bosques cercanos sin que yo pudiera hacer nada. Mientras que con una de ellas me tapaba la boca con la otra me alejaba alzada en vilo de donde estaban mis amigos, que no se percataron de lo que pasaba.

El bosque era oscuro y con yuyos tan altos que me cubrían entera. Me dejó en el suelo sin soltarme ni el cuerpo ni la boca. Me miró directo a los ojos.

- Voy a enseñarte un jueguito, nenita… Te aseguro que te va a encantar.- Dicho esto liberó mis labios de su mano pero inmediatamente los cubrió con su boca. No pude reaccionar. Sentí su mezcla de olores, sus manos sujetándome firmemente, su lengua entrando en mi boca. Abrí la mía, sin saber qué hacer y lo mordí en el labio inferior. Me empujó hacia atrás, tirándome al suelo.

- ¡No soy una nenita!!! – Me quejé apenas pude hablar, incorporándome lo más rápido que pude. Pero sin escapar. Me observó de arriba abajo con la mirada más lasciva que había visto.

- No, eso está claro – Rió mientras se relamía los labios sangrantes. – Igual supongo que te gustarán los juegos, ¿no? – Al ver que no le respondía pero que tampoco gritaba ni huía, se acercó como un felino y me alzó como si fuera una pluma, aprisionándome contra el tronco de un árbol cercano.

Mientras me abrazaba a su cuerpo con mis brazos y piernas, apretada contra un árbol en medio de la noche intenté entrar en razón y escapar de allí pronto. Esta situación se estaba descontrolando y yo estaba perdiendo los estribos en manos de ese muchacho. Era otra, una persona completamente distinta, salvaje, descontrolada, incendiada.

Me tomó de la nuca con fiereza y lamió mis labios como si fuera un animal. Sonreí lascivamente, no pude evitarlo… tampoco quise hacerlo, siendo sincera. Me besó entonces con más ímpetu, haciéndome sentir hasta la garganta el sabor amargo de su lengua, su boca aprisionando la mía. Moví mis caderas hacia arriba, tomando contacto con su bulto ya bastante endurecido. Me agité, imaginando ya sus dimensiones y se me llenó la boca de saliva.

- ¿Querés un caramelo? Acá tengo uno para la nena – se desabrochó los pantalones con una mano mientras que con la otra me tomaba del pelo con prepotencia y me guiaba la cabeza hacia su entrepierna. – Abra bien grande la bocota, quiero que se lo trague todo.

Me resistí lo más que pude. Sentí en mi nariz el golpe de su olor a sudor y excitación. No me dejó ni mojarme los labios y de pronto me sentí invadida hasta la garganta por un miembro bastante impresionante. Me atraganté y empecé a toser y lagrimear. Con un giro de su mano me obligó a mirarlo, con mis ojos entrecerrados por el esfuerzo de volver a respirar normalmente.

- A ver, a ver. Te voy a enseñar: Juntá mucha saliva en la boca. ¡Eso es! Llená esos cachetes de baba… - Me apretó las mejillas y las masajeó, haciendo que cada vez se llenaran de más líquido. Me obligó a abrir los labios y mostrarle la cantidad que tenía dentro.- Bien. Ahora quiero que escupas eso acá, en la cabeza. ¡Vamos! Quiero que lo hagas…

El glande se cubrió entonces del líquido espeso que salía torpemente de mi boca. Me tomó una mano y me obligó a distribuirlo por todo el tronco, para humedecerlo bien. Metió dos dedos en mi boca y me forzó a abrirla hasta un punto que empecé a quejarme del dolor y entonces guió mi cabeza para que engulla por completo su aparato. Logré que entrara más que antes pero todavía me faltaba un trecho para tocar la piel de su pubis. Me esforcé al máximo, sintiendo mis mejillas empapadas de lágrimas y mi boca deliciosamente penetrada por la carne suave, húmeda y caliente de su sexo.

Cuando cerré mi boca sobre la base de su pene sentí un placer exquisito que bajaba en correntadas desde mi boca hasta mi entrepierna, dejándome extasiada. Comencé el regreso hacia la punta y de nuevo hacia abajo. Adelante y atrás. Me estaba poniendo loca de placer. Mientras más iba y volvía, más se amoldaba mi boca y más fácil resultaba que me llenara entera. Aceleré mis movimientos, sentía que si seguía así un tiempo más iba a llegar al orgasmo con sólo chupar su miembro. Comencé a gemir, a mover mis piernas para hacerlas rozar con mi clítoris. Cada vez más rápido, más bruto, más ansiosa.

Entonces tiró de mi nuca hacia atrás, dejándome con ganas de seguir probando de ese caramelo.

-¡Ah no!!! Todavía no, putita… Vos vas a gozar cuando yo lo diga y no antes – dijo con sorna al tiempo que se masturbaba él mismo, con mis ojos clavados en su miembro, dejándome hipnotizada, observando cómo ese trozo de carne rosada y suave aparecía y desaparecía por entre sus manos. Al verme así de golosa soltó una carcajada burlona – Hay que verla a la burguesita, ¡cómo te gusta la pija!!! ¿eh? ¿Tenés ganas de comértela, bebita? – Asentí con cara de niña buena - ¿Querés sentirla toda dentro? – Seguí asintiendo a cada pregunta suya, mirando alternativamente a su miembro y a su cara. -¡Hum! Pero yo ahora quiero cojerte esa conchita tuya que debe estar como un volcán. Así que ¡vamos! Quiero que te saques la ropita. Dale.

Me levanté a regañadientes y me desnudé frente a esta bestia que no se perdía detalle mientras seguía con su sube y baja rítmico. Cuando estuve sólo en tanga se abalanzó sobre mí y mientras con un brazo me tomaba de la cintura, me elevaba por encima del suelo para poder alcanzar con su boca uno de mis pezones, al que le dedicó los besos más dulces de los que debe haber sido capaz, llevándome hasta las nubes. Mis gemidos comenzaron a elevarse al tiempo que, con su mano libre, comenzaba a explorar mi zona sur, rozando despacio mis labios exteriores y llegando más profundamente dentro de mí, metiendo su dedo índice en mis entrañas. Dejaba entrar sólo la primera falange y luego volvía a salir, cosa que me volvía loca. Moví mis caderas para lograr que entrara por completo, pero él se alejó para evitarlo, siguiendo con su ritmo desesperante. Un par de veces siguió así, haciendo que me revolviera en su abrazo y jadeara como una gata en celo. Cuando consideró que me había hecho sufrir lo suficiente apuntó con dos dedos la entrada y los hundió tan profundo y tan rápido que me hizo daño. Creo que es justo lo que buscaba, que me doliera.

- ¡Bruto! ¿Por qué hacés eso? – Dije en medio de jadeos, mirándolo con reproche.

- Porque te lo merecés, putita. ¡Tomá! ¡Así! – Y al ritmo de sus palabras volvía a embestirme – Quiero que llegues en mis manos. Quiero ver tu cara de placer. ¡Vamos!

Y entonces, con sus dedos todavía dentro, comenzó a moverlos haciendo círculos y ochos en mi ya por demás excitada vagina. Se me nubló la vista y me abandoné a la ola de calor que me abrasó desde adentro. Tiré mi cabeza hacia atrás y emití un grito grave que se perdió en el ruido de la multitud, todo mi cuerpo se contrajo y volvió a relajarse en una convulsión involuntaria.

- ¡Ah!! ¡Dios!! ¡Si!! – suspiré con los ojos cerrados. Cuando volví a abrirlos me encontré con la visión, desde el suelo, del cielo estrellado entre los árboles del bosquecito. – ¡Mmmhh!! – Me estiré como una gatita satisfecha y sonreí feliz.

- ¡Qué belleza! – Dijo mi rockero a mis pies. Estaba parado, desnudo y me miraba repantigarme en el césped con una expresión extasiada. Hizo que me ruborizara por primera vez en la noche, y es que no era precisamente una cita romántica, ¿verdad?

Se arrodilló a mis pies y comenzó a acariciarme las piernas, desde los tobillos hasta las rodillas, con mimos lentos y delicados. Me sorprendió sobremanera su cambio de actitud, pero la verdad me gustó que lo hiciera. Siguió en su ascenso por mi cuerpo esquivando mi pelvis y llegando a mi ombligo, sobre el que se inclinó para darle un beso suave y así continuar con labios y manos hacia mis pechos. Repartió caricias por mi clavícula, mi cuello, detrás de mis orejas, mi frente, mi nariz.

Abrí la boca, tomando aire. Él a su vez también abrió la suya para hacerme juego, inclinó su cabeza, sacó la lengua y con ella lamió mis labios. Cerré los ojos y sonreí, disfrutando. Nunca me imaginaría una caricia tan dulce por parte de aquél que recién me dañaba sin mostrar un ápice de piedad. Me dio un beso corto con los labios cerrados y los mordió levemente. Y entonces sentí su miembro en la entrada de mi vagina y abrí los ojos: de nuevo su mirada tenía un brillo de violencia. Sin darme tiempo a reaccionar me penetró con tanta fuerza que mi cuerpo se deslizó hacia arriba impulsado por el suyo. Solté un grito de dolor y de placer… más de placer que dolor.

- ¿Te gusta, bonita? – Sus palabras dulces se contradecían con el ritmo de sus embestidas.

- Me encanta – dije entrecortada – Seguí así, por favor, no pares. ¡No pares!! – Supliqué

No tuve que decírselo dos veces. Aumentó la velocidad de las penetraciones hasta el vértigo. Comenzó a jadear y a gemir, soltando palabras inteligibles. Yo sentía cómo su miembro latía en mi interior y eso hacía que me acercara peligrosamente hacia el orgasmo; me solté y me dejé llevar, sintiendo en mi cuerpo la elevación celestial del clímax. Llegué antes, emitiendo sonoros gritos de placer y rasguñando sus brazos. Pero entonces él salió de mi interior y agitando la mano sobre su pene, se derramó sobre mi vientre, llenándome el cuerpo con su leche y salpicando mi cara. Con un suspiro cayó a mi lado pesadamente, respirando agitado. Cerré los ojos, sintiendo mis latidos descontrolados en el pecho, dejándome llevar por la resaca del placer.

Entonces un sonido cercano casi hace saltar mi corazón. Me incorporé justo para ver llegar a un muy joven policía que nos observaba con una expresión indescifrable.

- ¡Levántense ahora mismo!!! – ordenó gritando. Cosa que hicimos enseguida, totalmente atemorizados, perdidos por completo los deliciosos minutos post-orgasmo. - ¿Qué está pasando acá? – Pregunta tonta, viendo lo visto.

Cuando observó mi cuerpo y mi cara, su mirada se dirigió rápidamente al joven a mi lado, y no necesitó ni medio segundo para asumir lo que había pasado. Desenfundó la pistola y con ella apuntó a mi rockero, quien levantó los brazos por encima de su cabeza, lo cual era totalmente innecesario puesto que no sé de dónde iba a sacar un arma para atacar siendo que estaba completamente desnudo. La cara del hombre había cambiado por completo, no quedaba nada ya de su gesto de suficiencia o de violencia y en su lugar se leían susto y temor.

El oficial se acercó, tomó la ropa que había en el suelo y me la dio para que me visitera, mientras mantenía fijo el ojo de la pistola en mi atacante. Yo recibí la ropa pero no quería mancharla, siendo que estaba toda sucia. Por mi mente pasó la peor idea de toda la noche, o quizás la mejor: tomé con dos dedos el semen todavía caliente que bañaba mi estómago y me lo llevé a la boca, saboreando con fruición el líquido espeso y pringoso. Los dos hombres a mi lado abrieron los ojos desmesuradamente. ¡Cómo me encantó el efecto que tuvo ese pequeño acto sobre ellos! Nuevamente unté un poco y volví a llevarlo a mi boca. El policía tragó sonoramente y el otro bajó los brazos, anonadado. Levanté mis ojos y los miré con mi cara más inocente.

- ¡Tengo que limpiarme! ¿O esperan que me ponga la ropa así de manchada como estoy? – esgrimí.

La reacción del más joven no se hizo esperar. Sin bajar la pistola, recogió con un enguantado dedo de la mano libre más líquido y con él mojó abundantemente mis labios. Con mis ojos fijos en los suyos saqué la lengua, relamiéndome como una gata golosa. Sonrió de lado y volvió a darme de beber, una y otra vez, cada oportunidad con más cantidad de leche. Yo tragaba cada gota extasiada, excitándome cada vez más con las expresiones de él, imaginando su pene cada vez más duro dentro de su uniforme. Entonces me vino otra ocurrencia: tomé el arma de la mano del policía y la apunté hacia mí.

- ¿Cómo se descarga esto? – pregunté. El oficial tiró de una palanquita y el cartucho con las balas cayó al suelo, luego sacó una última que quedaba todavía en la cámara y volvió a apuntarme, siguiendo mi juego perverso. Con mis dos manos guié la suya haciendo que la pistola acariciara mi estómago, subiendo hacia mis pechos. El frío del metal hizo que mis pezones se irguieran y que se me erizara la piel. Siseé ruidosamente y emití un suspiro quedo, casi un ronroneo. El no frenó en lo más mínimo, sino que continuó recorriendo mi cuello, mis hombros, el contorno de mi torso y mi cintura, bajó hasta mis caderas y se acercó a mi pubis. Allí se detuvo, dudoso de seguir.

- No pares – le rogué, tomando nuevamente el control y guiándolo hasta mis labios inferiores y masturbándome con el caño del arma, el cual se iba humedeciendo a causa de los flujos que ya empapaban mi sexo. Gemí complacida cuando él siguió solo, torciendo la pistola hacia arriba, haciendo que el ojo rozara mi clítoris. Comenzó entonces a moverla en círculos suaves sobre el delicioso botón, acercándose a mi cuerpo para sostenerme, puesto que mis rodillas empezaron a aflojarse. Volvió a frotar mis labios con el caño, moviéndolo hacia delante y hacia atrás, haciendo que el metal se moje abundantemente. De esa forma siguió masturbando alternativamente mi clítoris y la entrada de mi vagina, que cada vez tenía ganas de más. Lo miré con ansias y me abracé a él, moviendo mis caderas para hacer que entrara un poco más profundo.

De inmediato entendió y, torciendo un poco más el nuevo juguete hizo que se hundiera en mi carne un par de centímetros. Mi humedecida vagina no ofreció resistencia y recibió con gran placer al nuevo intruso, el cual cada vez iba ingresando más adentro. Abrí un poco más las piernas y apoyé mi peso en el hombre frente a mí y me dediqué a sentir cómo era penetrada por el arma. El joven la giró de manera que el gatillo quedó hacia arriba, y así el caño se metía aún más dentro de mí rozando esa pared de piel tan sensible.

¡No podía creer mi excitación! La pistola estaba ya muy húmeda producto de mis fluidos que la bañaban por completo. Bajé la mirada y observé cómo ésta entraba hasta pocos centímetros antes de la culata. Gemí como loca, la situación me estaba matando. Y entonces el policía comenzó a acariciar mi clítoris al tiempo que me penetraba pausadamente.

Una ola de calor subió y mi cuerpo tembló de arriba abajo. Me sostuve con desesperación de su espalda al tiempo que arqueaba la mía. Me sentí flotando en un abismo. Mi vagina se abrió como una bolsa, mis glúteos que contrajeron, cerré los ojos con fuerza al tiempo que mis caderas se movían sin control como si sufriera una convulsión. Sentí que todo mi cuerpo se quemaba, mis mejillas ardían y no sentía mi cabeza. De pronto todo el calor bajó justo hacia el punto mínimo en mi entrepierna y sentí cómo una gran cantidad de líquido caliente como el fuego salía de mi interior. Grité sin poder evitarlo, soltando un sonido quejumbroso y constante, grave. El orgasmo me dejó al borde de la consciencia, con los ojos blancos y los labios abiertos boqueando por un poco de aire.

Sentí su respiración agitada en mi cuello al tiempo que el mundo giraba sobre su eje y de pronto me encontré tirada en el suelo. Sin darme tiempo a reaccionar, hundió su cabeza entre mis piernas y le dio un lametón ancho a mi conchita, saboreando mis líquidos. Todo mi cuerpo volvió a contraerse, como lo hizo con cada lamida que siguió. A cada sorbida le correspondía un resabio de clímax, y por cada clímax el sorbía sus jugos, entrando en un círculo vicioso que me hacía sufrir de placer, aunque sea una contradicción.

- ¡Basta! Por favor – supliqué llorosa. Por toda respuesta él endureció la lengua y me penetró con ella; aullé. Volvió a sacarla y atacó de nuevo. - ¡Dios!!! ¡Me vas a matar!!! – Y entonces al fin se detuvo. Desapareció sin más dejándome tranquila al fin.

Ni se tomó la molestia de bajarse los pantalones, y con apenas la bragueta abierta sacó su miembro de sus calzoncillos. Sin miramientos se abalanzó sobre mí y me penetró hacia el fondo con toda la fuerza de la que fue capaz. Grité, lo golpeé, lo arañé y traté de sacármelo de encima. Sentía que me iban a partir al medio. Pero por más que luché el siguió allí, inmóvil. Esperando.

Una vez que me calmé comenzó a moverse lentamente, dejando que todo se humedezca. Y luego cada vez con más ímpetu.

¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf! Cada embestida hacía que me sumiera más en la inconsciencia. Dejé de sentir su duro miembro en mi interior. No me percaté cuando sus ataques aumentaron de velocidad, ni cuando sus manos tomaron mis pechos con fuerza y estrujaron mis glúteos. No sentí cuando comenzó a jadear, cuando tomó mi cuerpo y lo elevó para sentarlo sobre él.

Sí sentí su cachetada, que hizo que volviera a la realidad. No me gustó para nada y le pegué. Tomó mis manos y las apartó. Metió un dedo en mi boca y lo pasó por toda mi lengua, haciéndome cosquillas. Le mordí levemente y lo chupé con ansias. Y entonces él dejó caer su cabeza en mi cuello y abrazándome con fuerza empujó mi cuerpo hacia abajo.

Sí sentí el latido de su miembro. Sí sentí su cuerpo contraerse y sus dientes clavarse en la piel de mi cuello. Me hizo daño, pero no me importó, de hecho, hasta sentí placer. Me concentré en lo que pasaba ahí abajo: Sus huevos bamboleaban entre mis piernas, su miembro completamente dentro mío se encandeció y se hinchó, haciendo fuerza sobre las paredes de mi vagina. ¡Qué placer!! Sentir cómo de pronto todo convulsionó y su cabeza estalló inundando mi interior con su leche caliente. Sentir cómo él elevaba sus caderas tratando de ir más adentro, dejando que su ser expulsara todo su semen dentro de mí. Una vez más sentí los dedos del orgasmo moverse raudos por mis piernas, mis brazos, mi abdomen y tomar mi cabeza para dejarla caer en ese estado casi divino, difuso y narcotizado al que ya me tenían acostumbrada en esa noche.

Y ya no supe más nada.

Al abrir los ojos estaba en la patrulla de la policía. Vestida con mis ropas pero abrigada con las de mi último amante. En otro auto, no muy lejos, estaba mi roquerito, esposado. Había intentado escapar en el momento en el que mi oficial descargó el arma, pero lo apresaron otros oficiales a los pocos metros. Se veía apesadumbrado.

Yo no tenía ninguna atadura, abrí la puerta de mi coche y corrí hacia el otro. Al verme me sonrió con esa boca de dientes perfectos. En el bolsillo de la chaqueta de policía tenía un manojo pequeño de llavecitas. Tras varios intentos con manos temblorosas liberé las manos del hombre que me miraba anonadado y agradecido.

- Adiós princesita, gracias. – Fueron las tres últimas palabras que le oí decir tras haberme dado un fuerte beso y después salió corriendo hacia la multitud que ya se dirigía a la salida del predio. Sus rastas al viento y su camiseta desprolija como último recuerdo.

Y entonces miré hacia atrás y no necesité dos segundos para tomar la decisión de deshacerme del abrigo y correr tras él. Deslicé mi manita entre las suyas y le besé el hombro poniéndome de puntitas.

Me miró con la sorpresa tatuada en los ojos.

- ¿Aceptás una burguesita?… Ya no quiero volver a casa