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Descubrimiéndome a mí misma

en Sexo Virtual

DESCUBRIMIÉNDOME A MÍ MISMA

  • Sevilla –Barcelona – leí mentalmente mientras miraba fijamente a la pantalla del aeropuerto de Sevilla.

Allí estaba. ¡Quién lo hubiese pensado hacía unos meses…! Estaba esperando entrar en un avión, medio de transporte que nunca había utilizado antes de aquel momento. Estaba sola, embelesada y dubitativa mirando aquel panel. La verdad es que cualquiera que me observara en aquella situación pensaría que estaba desorientada.

Por fin recobré mi poca cordura y me puse en la cola para facturar las maletas o, al menos, creía que era para eso. No estaba siquiera segura de eso. Andaba por allí sola porque nadie sabía dónde estaba. Supuestamente me había ido a pasar unos días con una amiga que vivía en Granada y no estaba allí esperando un avión hacia Barcelona, ciudad que desconocía completamente. Y todo… Por un chico… ¡Pero si estaba demasiado confundida! Acababa de romper con el hombre de mi vida, con aquél que alumbró el camino de aquella vida oscura y sin sentido que había vivido hasta que lo conocí, pero todo se truncó. No había pasado nada: ni cuernos, ni mentiras ni nada. Simplemente se nos acabó el amor o necesitábamos despejarnos el uno del otro. Sin embargo, yo esperaba que aquello fuera sólo temporal.

Sentada en el asiento del avión, buscaba el móvil en el interior de aquel bolso grande y hondo. Como odio esos bolsos, pero era precioso y muy práctico en aquella ocasión. Tras varios minutos rebuscando encontré mi teléfono móvil para apagarlo. Sin embargo, me abstuve de hacerlo cuando vi en la pantalla del mismo el aviso de un nuevo mensaje de correo.

"¡Hola Sara! Espero que estés bien en el avión tú sola. Estaré esperándote en la salida. Besos en la parte del cuerpo que prefieras. Enric"

Cuando lo leí, me ruboricé y con gran nerviosismo acabé pasando el móvil de una mano a otra sin atinar a las teclas a que debía de presionar para apagarlo. Así estaba yo, una mujer de 22 años con el pelo ondulado y castaño, no demasiado alta, no demasiado esbelta, que no sabía qué me pasaba con ese hombre. No era ni demasiado alto, ni demasiado guapo, ni demasiado atractivo. Simplemente me atraía sin razón, pero sólo y exclusivamente en el plano sexual. Nunca quise que consumáramos porque tenía pareja y no quería romper esa preciosa relación. No obstante, siempre deseé hacerlo. Lo habría hecho si alguien me hubiese asegurado que no habría consecuencias negativas. Sin embargo, ahí estaba. En aquel avión con destino a la ciudad condal, una ciudad desconocida donde me encontraría con aquel hombre que protagonizaba mis fantasías eróticas más oscuras. Sentía que sólo con él podría descubrir hasta dónde sería capaz de descubrir hasta dónde era capaz de llegar en eso que llaman "dominación". Yo no me conocía en ese terreno, era una completa desconocida para mí misma.

Por el contrario, en nuestras innumerables citas por internet, él parecía saber cómo tratarme para excitarme. Era con la única persona que provocaba que con su simple entrada en el msn me humedeciera, me pusiera nerviosa y estuviera dispuesta a todo. Sentía por él algo así como una atracción fatal. Pero nuestra relación no se basaba únicamente en una relación sexual sino en una relación de amistad. Nos contábamos nuestros problemas tanto amorosos como no amorosos y parecíamos compenetrarnos bastante bien, pero no llegaba a la altura de mi ex -novio. Sabía que con él no tendría en principio una relación seria, pero sí una relación de dominación muy seria y formal. Yo sería su sumisa y él mi amo, aunque me repugnara esa situación.

El tiempo del vuelo se me hizo corto entre mis desvaríos. Recordaba nuestros encuentros virtuales y mis fantasías con él, de las cuales nunca le había hablado. Nunca quise que su ego aumentara. Me traía de cabeza sentir esa atracción sexual por una persona que nunca había visto en persona, me excitaba con tan solo saludar. No hacía falta que pusiera de su parte, ya me encontraba húmeda cuando llevábamos apenas unos minutos de conversación. Impresionante, lo sé. Y no era un George Cloony.

El avión aterrizó a su hora en el aeropuerto de Barcelona. Cuando nos avisaron por megafonía que podíamos desembarcar, las dudas me embargaron: ¿debía ir allí? ¿Estaba haciendo lo correcto? Bueno, no iba a acostarme con él. Sólo iba a estar unos días con un amigo. Hacía ya unos meses que mi pareja y yo habíamos roto y necesitaba salir de nuestra ciudad. Despejarme un poco. Se lo había dejado bien claro: "Enric no haremos nada. Nada de nada. Sólo quiero estar contigo como amigos".

Hacía unos años que nos conocíamos. Él sabía mi situación amorosa en aquel momento y no iba a atreverse a intentar nada conmigo, pero ¿era lo que realmente quería? ¿Buscaba tan solo un hombro en el que llorar o algo más? ¿O tal vez quería probar cómo era estar al lado de aquel hombre que me ponía nerviosa y excitada con tan solo ver su ventana de "Enric ha iniciado sesión"? ¿O, quizás, quería sentirme sucia junto a él y probar ese tipo de sexo que tanto me excitaba? ¿Me atrevería con alguien tan experimentado?

Andaba por el aeropuerto ensimismada en mis propios pensamientos, desorientada porque no sabía hacia dónde dirigirme. Inmersa en un batallón de preguntas retóricas y sinsentido.

  • ¡Sara! –exclamó una figura alejada a la cual no podía observar porque la luz del sol me cegaba.

Esa voz que me llamaba me resultaba totalmente desconocida y apenas podía vislumbrar de dónde provenía. Se trataba de un joven alto, fornido y bastante atractivo. La figura llevaba unos vaqueros y una camiseta bastante sueltecita bajo una cazadora de cuero negro. Sin duda, era él. No obstante, algo había cambiado de nuestras charlas a la realidad. ¡¡Se había cortado el pelo!! Era impresionante. Estaba estupefacta. Siempre decía que no se cortaría el pelo y sin embargo…

  • ¡¿Sara?! ¿Estás bien? – me zarandeó suavemente mientras me besaba en la mejilla.
  • Emmm… Sí, claro. Perdona, estaba en otro mundo, Enric – dije espabilándome e intentando aparentar que no estaba tan nerviosa como lo estaba. Me puse de puntillas para alcanzar a su mejilla derecha y saludarle como él había hecho conmigo, pero no obstante sus labios se interpusieron en mi trayectoria recibiendo un beso en la boca.
  • Te he traído un regalo. Pero… No lo abras ahora. Ve al servicio y te echas un poco de agua en la cara estás demasiado ruborizada. Yo llevaré tu maleta al coche, ¿vale? – me comentó como si fuera un plan que ya había trazado y como si el beso que me robó no tuviera la menor importancia.

Yo asentí mientras sin saber muy bien cómo comportarme ni qué hacer lo vi alejarse lentamente de mí. De repente, sin pensar demasiado en ello, me dirigí mecánicamente al servicio. Una vez en la puerta de entrada del servicio, dos chicas jóvenes, más o menos de mi edad, salieron de allí hablando animadamente. Luego, me dispuse a entrar sin demasiada confianza. Iba como sonámbula y me dirigí directamente al tocador donde había un espejo. Allí, frente al espejo, me encontraba mirándome a mí misma, no viendo más que una mirada perdida en un abismo. De pronto reparé en que llevaba una bolsa con su regalo y me desperté de la ensoñación.

  • ¿Qué será? – pensé.

Me fui a uno de los cubículos donde había un wáter, cerré la puerta con el cerrojo y me senté en la taza cerrada mientras reparaba en el interior de aquella bolsa. Entonces, lo vi ilusionada. Era un vestido rojo de punto bastante escotado y con mucha clase. Me encantó. Sin embargo, cuando estaba desplegando el vestido para verlo en su majestuosidad se me cayó la bolsa. La recogí y entonces lo vi: había una nota escrita a mano en una cartulina.

Espero que te guste el vestido. Póntelo para mí, seguro que te sienta como un guante. Eso sí regálame la visión de verte el vestido puesto sin nada debajo (ni bragas ni sujetador).

Tu amo, Enric

Entonces, me sonrojé sin poder evitarlo. Me estaba diciendo que me quitara toda mi ropa y me pusiera ese vestido porque él lo deseaba. Y no sólo eso sino que me pedía que fuera con tan solo ese vestido por aquel aeropuerto. ¡Y sola! Porque él estaba en el parking, esperándome.

Tras varios minutos dubitativa, decidí probarme aquel vestido. Después de todo era un regalo. Salí de aquel cubículo y me miré en aquellos espejos. Era impresionante que me quedara tan bien. Se notaba que había adelgazado. Entonces, en el espejo me descubrí con una mirada pícara, pensando en hacer aquello que tan amablemente me había pedido Enric. Primero, con el vestido puesto y a la vista de cualquier chica que entrara en aquel momento, me levanté todo el vestido y me deshice del sujetador lentamente.

"Con esto será suficiente" Pensé que de esa forma lo complacería y no iría tan expuesta. En cambio, colocándome el vestido miré como se me notaban los pezones y lo excitada que estaba. Entonces, lo decidí. "¿Y si hago lo que quiere? ¿Qué podría pasar?" Así fue como me dirigí otra vez al interior de aquel cuartito con la única compañía de un wáter y una triste papelera abarrotada de papeles y me despojé de mi culotte. Lo guardé todo lo que me sobraba en aquella amplia bolsa y me dispuse a salir de aquel servicio bastante descuidado, vestida con aquel vestido rojo de mangas largas que apenas cubría algo más que mis glúteos, con las medias negras y los zapatos de poco tacón que llevaba. En realidad, antes de colocarme aquel atuendo iba bastante informal, con unos vaqueros y una camisa de cuello cisne color verde.

Caminaba por aquel sitio desconocido preocupada al principio por la posible visibilidad de mis zonas íntimas y el balanceo de mis pechos liberados. Sin embargo, poco a poco, me fui despreocupando de esos "pequeños" detalles y concentrando en encontrar el parking donde "mi amo" me esperaba.

  • Sara, has tardado mucho. ¿Todo va bien? – me preguntó preocupado por mi tardanza una vez que alcancé su altura en el parking junto a su Citroen Xantia 1.8i Prestige de color verde metalizado.
  • Sí, no te preocupes –dije divertida por su preocupación.
  • Veo que te has puesto el vestido, espero que te haya gustado mi regalo –expresó mientras acercaba su mano a la mía en busca de la bolsa donde me había entregado su regalo.

Entonces, abrió el maletero y se dispuso con gran parsimonia a descubrir el contenido de la bolsa: primero sacó mis pantalones, después la camisa de cuello cisne y, a continuación, mi ropa íntima. En ese momento, su sonrisa le delató. No dijo nada sobre aquello que había descubierto. Enric procedió a cerrar el maletero sin darle mayor importancia a lo que acababa de ver para mi desilusión y se dirigía a montarse en el asiento del conductor. Yo le imité y me senté en el asiento del copiloto.

  • Sara –me llamó antes de colocarse el cinturón- Me imagino que ir así como vas será incómodo a la par que excitante, quiero que abras las piernas todo lo que puedas.
  • Sí –dije con un hilo de voz inaudible que salía de mis cuerdas vocales mientras él mismo me guiaba estableciendo la separación justa de las piernas con sus propias manos.
  • Así mejor. No las cierres, ¿vale? – me pidió con tanta amabilidad que ni siquiera me atreví a negarme.

De esta forma, comenzamos el trayecto hacia su apartamento en la playa de uno de esos pueblos costeros de Barcelona. Mientras realizábamos el camino hacia allí, conversábamos de temas triviales, como hubiese podido hacerlo con cualquier otro amigo, sólo que éste no era un amigo cualquiera sino mi "amo" y estaba con un vestido sin ninguna prenda interior con las piernas abiertas y exponiendo mi sexo.

  • Mmmm… Estás mojadita, ¿eh? A ti también te excita esto – comentó con aire triunfal mientras que me restregaba sus expertos dedos en mi clítoris.

En ese momento me quedé estupefacta. No sabía qué decir. Estábamos parados en un semáforo en rojo en la entrada de un pueblo costero. Allí, me dispuse a cerrar las piernas durante el tiempo de la conversación amena y sin contenido sexual porque los glúteos se estaban durmiendo ya. Enric lo notó y, sin ningún atisbo de duda, dirigió su mano derecha hacia mi clítoris. En aquel momento, me sonrojé. No me lo podía creer, me estaba intentando masturbar allí en medio mientras por el cristal un hombre de color nos ofrecía pañuelos, quedando atónito ante el espectáculo. Ese hombre no se alejaba de la ventana mientras mi "amo" sonreía complacido.

  • Mira zorrita, tienes admiradores… Es excitante, ¿verdad? Ya te dije que te divertirías conmigo y descubrirías si realmente eres o no una sumisa – me dijo divertido por el interés de aquel hombre en el tratamiento manual que mi "amo" me aplicaba ante su atenta mirada.

Yo no decía nada, tan solo callaba. Miraba a aquel "amigo-amante-amo" en busca de una respuesta que contestara a las múltiples preguntas que invadían mi mente: ¿qué hacía en Barcelona?, ¿qué había ido a buscar?, ¿sexo?, ¿apoyo? ó ¿a mí misma?, ¿por qué permitía que ese hombre que me masturbaba lo hiciera?, ¿por qué?, ¡y delante de otro!

El coche proseguía su camino después de aquel episodio lleno de excitación y morbo. No podía quitarme de la cabeza, la cara de Enric mientras miraba al hombre fornido negro con soberbia y orgulloso de mostrarme como su "sumisa". Me sentía bien. Abrumada, excitada, avergonzada, pero sin culpas.

  • Ya hemos llegado, Sara. Aquí estaremos estos días, los que tú quieras. He pedido unos días en el trabajo. Así podré estar contigo – me informó mientras entrábamos en un parking subterráneo donde tenía una plaza de aparcamiento reservada por ser el propietario de aquel piso en la playa.

Nos apeamos del Citroen Xantia, colocándome bien el vestido y buscando mi maleta en su maletero. A continuación, nos dirigimos hacia el ascensor que nos llevaría hacia su piso. Al contrario de lo que pensé, en el ascensor no ocurrió nada, absolutamente nada por imposible que parezca. Se comportaba normal, como un amigo cualquiera. Me confundía ese modo tan extraño de comportamiento. Se me antojaba que quería marcar que las cosas se hacían cuándo y cómo él quería. Yo le seguía la conversación lo mejor que podía mientras mi excitación iba in crescendo.

Pronto, el ascensor llegó a su destino: al piso de Enric, donde pasaríamos unos días juntos. Luego, abrió la puerta a aquel piso con una decoración bastante moderna, teniendo en cuenta que el piso y sus muebles tenían como mínimo diez años. Nada más entrar, nos encontramos una amplia sala de estar con dos sofás de color naranja oscuro con un aspecto bastante cómodo que, en aquel lugar, se me antojaba reposar; una mesa pequeña y baja de cristal donde había un bonito jarrón ovalado con un preparado ornamental de gran belleza y elegancia acompañado a ambos lados por un cenicero. Al lado de los sofás, pude observar dos sillas a tono con la decoración representada por varios cuadros pintados al óleo o con láminas enmarcadas con motivos paisajísticos entre un mueble-bar, dónde se encontraba incrustada una televisión de las antiguas junto a su TDT correspondiente, y varios muebles de menor envergadura de color marrón oscuro en una madera que no sabría decir cuál era. Detrás del sofá que estaba frente a la televisión se encontraba situadas dos puertas a lo que parecían ser dos habitaciones mientras que al fondo del salón se encontraba una puerta que se dirigía hacia la cocina.

  • Bueno, esta habitación será la nuestra –me comentó mientras se dirigió a la puerta que quedaba más a la izquierda de las que estaban detrás del sofá. Se trataba de una habitación amplia con una cama de matrimonio con barrotes que parecían ser de hierro en color blanco pero que no llegaban más allá de mi cintura, dos mesillas de noche de madera de color blanco al lado de una de las cuales se encontraba un armario con puertas correderas que reflejaban nuestros cuerpos en sus espejos y una pequeña cómoda de madera en color blanco. Me encantaba aquella habitación blanca, con aquellos muebles que compartían el color de la pureza, de lo inmaculado.

Dejé mi maleta en una banqueta que había delante de la cama y la procedí a abrir para que la ropa que llevaba no se arrugara aún más de lo que estaba. De hecho, Enric me lo propuso. Mientras me indicaba qué parte del armario podría utilizar, yo me dedicaba a sacar delicadamente la ropa que con tanto esmero había elegido para aquella ocasión. Poco después, me afanaba en terminar lo antes posible la tarea de deshacer la maleta y colocar cada prenda en su sitio, incluida mi ropa íntima. Enric, cansado y aburrido por la monotonía, imagino, desapareció de la habitación sin apenas percibirlo. Cuando me di cuenta, me relajé. Necesitaba hacerlo. Por ello, como los pies me ardían con los zapatos y él no estaba delante, me descalcé mientras ordenaba el desastre organizado por mi maleta.

  • ¡Vaya! Ya veo que te has relajado, Sara. Me alegro. No me gustaba verte tan tensa – exclamó aliviado mientras se inclinaba para coger mis zapatos y se dirigió hacia el armario para colocarlos en su lugar – Ven conmigo a la salita y hablemos.
  • Sí, claro – afirmé mientras le seguía en dirección de la salita descalza y con la misma ropa.
  • ¿Qué te apetece beber? –dijo mientras sacaba dos vasos largos, la cubitera y una botella de alcohol que no pude divisar demasiado bien y los ponía encima en la bandeja de cristal más alta del carrito.
  • Pues… No sé… Un refresco –titubeé mientras lo veía con un aire de seguridad y dominio de aquella situación. Seguro que había utilizado aquel truco con muchas antes que yo, yo no sería especial para él sólo una más.
  • No, no, no. Eres una mujer ya, te digo algo alcohólico, sino no te vas a desinhibir en la vida y quiero que me cuentes tus impresiones. Así que piensa –dijo mientras sacaba más vasos y de todos los tamaños- ¿No decías que nunca te habías emborrachado? Pues si quieres probarlo, creo… Que tengo bebida suficiente, aunque no creo que te haga falta más de dos o tres vasos bien cargados…
  • Yo, esto… No me apetece… Es tarde…
  • Mejor. Ya veo que no te decides, entonces tomaremos unos chupitos de ¿tequila? –me preguntó expectante por mi reacción, puesto que me conocía lo suficiente para saber que no le permitiría que me sirviera un tequila…
  • ¡No, no y no! ¡Ni hablar! –exclamé sobresaltada, acercándome a él e intentando evitar que procediera a verter ese líquido en el pequeño vaso sujetándole el brazo y sintiendo su cuerpo cerca del mío.

De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, Enric soltó la botella de tequila y el vaso y me cogió ambas manos con sus fuertes brazos, mientras conseguía vencerme en fuerza y controlar mis brazos a su antojo. Entonces, colocó mis brazos a la espalda y me los sujetó con una de las manos ejerciendo gran presión sobre las mismas y tirando de mis brazos hacia abajo con la única finalidad de ponerme bien derecha. Así me encontraba yo, dominada por su brazo izquierdo. No tenía movilidad alguna en los brazos y no sabía que pensaba en aquel momento, ya que no podía averiguar sus intenciones mirándole a los ojos porque me encontraba de espaldas a él.

  • ¡shhhhh! –me silenció con un tono de voz muy bajo mientras me revolvía nerviosa para liberarme de su presión- tranquila, no vamos a hacer nada que no quieras
  • Peroooo…
  • ¡Ni peros ni nada! Tranquilízate, Sara –me ordenó con una voz dulce mientras de su pantalón sacaba las esposas de las que tanto habíamos hablado en nuestras conversaciones por msn.

Acto seguido, me las colocó en mis brazos y me sentó en el sofá. Con una acaricia dulce y suave su mano recorrió mi mejilla izquierda, lo cual me hizo estremecer.

  • ¿Estás más tranquila, querida zorrita? –me preguntó con sorna mientras ahora sí llenaba una fila de vasos de chupitos. Creí contar seis.
  • Esto… Sí, supongo… Tampoco puedo moverme demasiado…
  • De eso se trataba. Sabía que no me dejarías hacer las cosas como quiero, suelta por ahí. Eres demasiado rebelde y controladora y eso es negativo para una zorrita como tú – dijo mientras se acercaba a mí portando dos vasos de chupitos llenos de tequila.
  • Quizás… -dije con desdén.
  • Anda, sé buena y bébete un chupito… -me pidió con gentileza mientras acercaba el vaso a mis labios.
  • Yo… Esto… -dije intentando buscar las palabras para negarme.

Entonces dejó uno de los vasos en la mesa baja que estaba delante del sofá de tres plazas y se quedó con uno de ellos en la mano, volviéndomelo a poner en los labios. Intuyendo que no iba a ceder tan fácilmente, desplazó una de sus manos hacia mi clítoris y otra se mantenía con el vaso frente a mis labios.

  • Vamos a ponernos serios, zorrita. Estás empapada porque adoras que te ordene cosas y solo quieres que te dé más y más placer. Notarás que mientras te digo estas palabras tu coño no para de segregar jugos y tu cuerpo se estremece por mi presencia. Así que ahora vas a sacar la lengua como la perrita que eres y vas a lamer el chupito –me ordenaba mientras me aplicaba un tratamiento infernal en mi clítoris. Sentía como mi excitación crecía por segundos cuando la anterior aún no se había disipado por el episodio del coche y del aeropuerto.
  • Yo… sí… lo haré… -dije entrecortadamente a causa de los primeros gemidos de placer que muy a mi pesar se me escapaban de mis labios.
  • Sabes hacerlo mejor –dijo en un tono extremadamente serio que una corriente me recorrió todo el cuerpo.
  • Lo haré amo –afirmé alto y claro, con seguridad en mí misma y en aquello que acababa de comenzar mientras no sacaba mi lengua sino que mis labios se posaban en el vaso y le instaban a que vertiera su contenido en mi boca.
  • Ya veo que la zorrita que hay en ti ya está despertando… -afirmó complacido

En esos momentos seguía bebiendo el tequila a lametazos igual que si fuera una gatita desvalida con ganas de beber su cuenco de leche. No obstante, lo único que buscaba Enric con aquellos actos es que comenzara a saborear las mieles de la sumisión. Me conocía bastante bien, sabía cuándo debía exigirme más y cuando aflojar. Y en esta fase me exigiría más…

  • Bueno… Sé que has gozado mientras veníamos en el coche, lo sé. No te molestes en negarlo. Sin embargo, quiero que seas tú quien me suplique que te folle –me comentaba mientras se afanaba en frotar mi clítoris y me pasaba su mano por toda mi raja.
  • Yo… Yo… Sí, me encantó lo que experimenté en el coche… Me sentí una guarra… ufff… -afirmé entrecortada por mis propios gemidos.
  • Ya veo que no mientes, estás abierta… Estás hecha toda una putita, gimiendo… Te sientes indefensa atada, ¿eh? –me preguntaba divertido por mis gemidos al tiempo que me lamía toda la cara e iba introduciendo un dedo en mi vagina.
  • Mmm… Amo… Estoy muy caliente… Sigue así…

Así continuaba con mi masturbación un tiempo más. Quería tenerme en el punto justo. Quería que le rogara, que le implorara su polla en mi coño. Yo lo sabía pero no quería ceder. Por el contrario, mis fuerzas flaqueaban con cada acaricia en mi clítoris y cada dedo en mi vagina. Comenzaba a dejarme llevar por el placer, ya no me importaba nada que el placer. Poco le quedaba para hacerme ceder.

  • Mi querida Sara, eres demasiado testaruda. Deberías dejarte llevar por la zorra que hay en ti. Sé que te apetece que te recorra con mi lengua por todo tu cuerpo, que te coma el coño, que te haga mi esclava… ¡vamos dilo!
  • Enric…
  • No, no … Así no vas bien… -dijo enfurecido por no dejarme conducir por sus pautas.

En ese momento, me levantó del sofá, se sentó en él y con los pechos aplastados en sus piernas, me colocó para darme unos cachetes en el culo. Al principio, fueron lentos acompañados por mis quejas ante dicha situación. ¡Cómo osaba en pegarme! ¡Ése no era el trato! Así se lo hice saber en varias ocasiones, ¡no podía ser! Yo miraba al suelo o al sofá que había detrás del carrito de las bebidas. Ofuscada, molesta e indignada por el trato vejatorio. Mi cariño hacia aquel espécimen humano había desaparecido, lo odiaba. ¿Por qué me pegaba? Cuanto más me quejaba, menores eran los intervalos entre cachetada y cachetada en mi culito, que se encontraba ya con un color rojizo. Menores los intervalos, pero con mayor intensidad.

  • ¡Enric! ¡Para! –le exclamé enfadada varias veces mientras me revolvía entre sus piernas.

Ese estúpido hombre en el que había confiado, no paraba con su tratamiento infernal, mientras yo me debatía conmigo misma porqué estaba allí recibiendo una serie de tortas en mi culo redondo y prieto. Debatiéndome por no derramar ni una lágrima y evitar que ese hombre fuera feliz por ello.

De repente, cuando estaba en el punto álgido de furia por lo indefensa que me encontraba ante esa situación, Enric pareció volver en sí.

  • Te estás poniendo demasiado rebelde… Y sabes que eso no me gusta… Además… mmm… mira… -me dijo mientras paseaba su mano por mi raja con gran lentitud y parsimonia y me mostraba la mano llena de mis jugos ante mis ojos.

Estaba estupefacta. Atónita. Estaba excitada después de la sesión de golpes, unos suaves y otros más intensos que me había ofrecido. Mis ojos se abrieron como platos, quedando satisfecho ante mi reacción, como imaginaba.

  • ¿Ves cómo los nalgazos te ponen mi zorrita? Lame tus jugos. Sé que no te gusta, pero es una orden zorrita.
  • ¡Que no! ¡Qué hablas! – protesté indignada por esa revelación que sin duda sabía que era cierta.

De inmediato, no se hizo esperar su reacción. Procedió a aplicarme el mismo tratamiento de "nalgazos" como él los llamaba mientras seguía con la mano delante de mi boca. Yo seguía impasible, luchando por no someterme. Pero entonces lo hizo: comenzó a frotar mi clítoris extasiado por tanta excitación, por tantas atenciones.

  • Sí amo. Haré lo que quiera, pero no pare. Quiero su polla dentro –dije sin pensar en lo que decía. Yo no hablaba, estaba hablando aquella excitación. Así fue como comencé a lamer de su mano los jugos que contenía hasta que estuvieron bien limpias.

A continuación, me tomó del pelo haciendo una cola y con sus dos manos me colocó en el suelo de rodillas. Quería humillarme aún más. No me lo podía creer. Pero me estaba gustando.

Fue entonces cuando abrió su bragueta y descubrió su gran falo izado, con una dureza y esplendor sin igual. Lo miré obnubilada y sin ser necesaria una palabra suya, se lo supliqué yo:

  • Señor, por favor. Déjeme paladear su polla. Por favor

Mientras me rebajaba por el simple y mero hecho de tocar una polla con mi lengua sedienta de esa herramienta, mi lengua estaba fuera de mi boca intentando acercarse a su polla, pero él me lo impedía con una mano en mi hombro.

  • Pero… ¿Seguro que la quieres? ¿Estás segura, zorrita? – me decía mientras dejaba que le lamiera su verga y después me separaba.
  • Sí, la quiero lamer, me la quiero comer. Quiero su leche esparcida por todos los rincones de mi cuerpo amo –le rogué expresándole todos mis deseos ocultos.

Entonces, ya no ejerció su presión en mi hombro y me dejó a mi libre albedrío comerle aquella espléndida herramienta. Primero le lamí desde el tallo hasta la punta. Después, le comencé a dar mordisquitos a lo largo del tronco de su polla al mismo tiempo que le miraba con una cara descompuesta por la excitación. Cuando me lo ordenó, me la metí entera en la boca y me comí la polla con gran pasión, metiéndome y sacándomela de mi boca. Pronto se cansó de mis desvelos por su verga y tomó Enric el control follándome literalmente la boca.

De improviso, paró de follarme la boca. Se levantó y sacó algo de debajo del sofá de al lado que no pude ver. Me recogió el pelo y algo me aprisionó el cuello sin hacerme mayor daño mientras me lamía la parte de atrás de mis orejas. Sus brazos bajaron de mi cuello por mis hombros para dirigirse por medio de mis brazos a las esposas que me mantenían prisionera de sus deseos. Una vez allí, noté como me liberó de ellas para después levantarse y ponerse delante de mí. Entonces, noté un jalón hacia la izquierda y tuve que apoyar mis manos en el suelo, caminando en el ritmo que ese indeseable hombre me marcaba. Lo odiaba, lo admiraba y lo deseaba. Todo en uno. No entendía esos sentimientos. Eran incomprensibles. Veía la cadena que me obligaba a gatear en dirección a su cuarto, a aquel que designaba como nuestro dormitorio. Lo odiaba por tratarme así, pero lo deseaba como nunca había deseado a nadie porque mi excitación era inconmensurable. Increíble. Me transportaba con el collar y yo no me sentía humillada. Tan solo extasiada por tanto placer.

  • Bueno gatita, sube a la cama guapa –me pidió con la amabilidad que le caracterizaba y no con esa arrogancia que mostraba antes.
  • Sí, mi amo –contesté como una autómata.

Enric, me notó ida. Evadida por el placer que desprendía. Entonces, se desnudó mientras me dejaba bocarriba en la cama. Cuando se desnudó, sin previo aviso comenzó a lamerme el clítoris y comencé a berrear por el placer que sentía. Estaba a punto de estallar, me había enfriado. He de reconocerlo. Pero su aplicación en revivirme fue exitosa.

  • Sara, ¿qué sentías mientras aquel hombre te miraba por el cristal? –me inquirió cuando sin previo aviso paró de ofrecerme su placer oral y frotaba su polla contra mi clítoris.
  • Yo… Yo… -decía entrecortadamente no pudiendo articular apenas palabras, abandonada al placer- me sentí tuya, dominada… Me sentí una zorra…
  • ¿Y en ese momento qué querrías que hubiese pasado? ¿Qué te apetecía? ¿Qué te apetece ahora, mi zorrita? –me preguntó con prepotencia y arrogancia.
  • Me… Apetecía… Que me follaras amo… Fóllame amo… Fóllame….

Fue en ese momento cuando me pidió que me pusiera a cuatro patas y me clavó aquella herramienta en mi vagina. Comenzó con un ritmo lento mientras me hacía ponerme con la espalda arqueada en esa posición. Pronto, comencé a escucharme decir que me taladrara, que era suya, que hiciera conmigo lo que quisiera. Era suya. Su sumisa, su zorra o como quisiera llamarme.

No lo comprendí, ni lo comprenderé jamás. No sé cómo pude someterme a sus deseos. A todos y cuantos antojos quiso. Lo único que sé es que jamás me sentí tan sucia, tan deseada y tan dominada como ese día.

En la cama era su sumisa mientras en la calle era su amiga. Se volvieron a repetir nuestros encuentros sexuales en aquellos días, tan apasionados y tan intensos como éste. Fuera de ellos, éramos dos buenos amigos que se divertían juntos. Dos, situaciones. Dos roles.

Tan solo ahora comprendo lo que buscaba en él, en aquellos días en la ciudad condal: saber hasta qué punto podría llegar.