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Ojalá...

en Sexo Oral

OJALÁ…

En aquella lujosa casa solo se oía aquella canción de Pimpinela. Pista 11 del disco "Pimpinela Gold". Ojalá que no pase nada. La escuchaba una y otra vez. Sus lágrimas no paraban de recorrer su angelical rostro.

Se tuvo que deshacer de sus, siempre compañeras, gafas. El agua de las lágrimas empañaban los cristales como las primeras gotas de lluvia mojan e impiden la visión del parabrisas. Ahora no las necesitaría. Nadie estaba en casa. A nadie tenía que ver. Ahora estaba sola y abandonada. Eso sí, en un gran jacuzzi.

El dolor de su alma se reflejaba en su blanca cara. Estaba acostumbrada a vivir diariamente el dolor y la desesperación por su trabajo. Sin embargo, ahora habitaba en ella la desgarradora preocupación de perder a la persona más importante de su vida.

Las lágrimas viajaban por su rostro velozmente. Brotaban de sus ojos sin cesar una tras otra. El estribillo de la canción sonaba de fondo.

Ojalá, ojalá que no pase nada,
Que yo siga en tu pensamiento
Cuando estés con ella en la cama,
Ojalá no puedas hacerlo, ojalá que no pase nada. . .

Su corazón y su mente gritaban ese estribillo. Rezaba e imploraba a Dios, a Buda y Alá que no pasara nada. Sólo un deseo en una vida rodeada de lujos: "ojalá que no pase nada".

Estaba desnuda. Sus sinuosas curvas y su elegancia, la hacían una mujer deseable por todos los hombres que pasaban a su lado. Se adentró en el enorme jacuzzi. Se sumergió en sus aguas burbujeantes y miró hacia la piscina con la visión empañada. Aquella habitación había sido idea de él. No suya.

La tristeza de aquella mujer era patente. No podía refrenar las lágrimas que florecían en sus ojos. Impotencia y resignación. Lo habían acordado. Su situación no tenía semejanza alguna con la canción. Sin embargo, sentía lo mismo. Otra vez el estribillo.

Ojalá, ojalá que no pase nada,
Que yo siga en tu pensamiento
Cuando estés con ella en la cama,
Ojalá no puedas hacerlo, ojalá que no pase nada. . .

No escuchaba ningún otro fragmento de la canción. Sólo el comienzo del estribillo. Era su deseo materializado. Su mayor anhelo en aquellos momentos. No obstante, aquella situación había sido propuesta por ella. Era la solución a sus problemas de pareja. El sexo.

Recordó la conversación con su marido mientras sus largos cabellos dorados se introdujeron en el agua…

Oli, tenemos que hacer algo… Esto es insostenible –expuso su marido con pesadumbre. El dolor cruzó su cara.

Lo siento. Lo siento. No puedo –lloraba Olivia desconsolada cubriéndose su cara con las manos.

Estaban desnudos dentro de la cama. Olivia, una vez más, no había sido capaz de alcanzar el orgasmo. Sentía placer cuando las delicadas manos de su marido habían recorrido su piel, mas no era capaz de tocar el cielo. Ulises ya no sabía qué hacer. Llevaban un año entero sin terminar de consumar su amor. Cuando parecía que todo se desarrollaba adecuadamente, Olivia rompía a llorar.

Habían probado mil y un remedios para que lo alcanzara. Sin embargo, ella no podía.

Lo sé, Olivia. Pero… Necesito … -le decía Ulises titubeando.

Sí. Lo comprendo –le contestó Olivia secamente.

El silencio se hizo en la habitación, como las otras veces. Unos segundos después, Ulises, sintiéndose el ser más ruin y perverso del universo, se comenzó a masturbar a solas hasta terminar. Estaba cansado de aquella situación. Eran un matrimonio bien avenido. Se amaban, se querían y se adoraban. No obstante, hace un año, Olivia no consiguió terminar cuando se estaban demostrando su amor. Aquello fue el principio del fin. Después de ese 15 de febrero, el sexo se había vuelto insulso y triste. Temían que, al comenzar, ella no pudiera alcanzar ese placer intenso. Lo anhelaba. Lo ansiaba. Y si no lo conseguía se frustraba. Lloraba. Lloraba mucho.

Otra vez el estribillo interrumpió su ensoñación.

Ojalá, ojalá que no pase nada,
Que yo siga en tu pensamiento
Cuando estés con ella en la cama,
Ojalá no puedas hacerlo, ojalá que no pase nada. . .

El estribillo finalizó y rememoró sus recuerdos.

Ulises… No sé qué me ocurre… Sé que tú tienes tus necesidades… A lo mejor si fuéramos una pareja abierta de ésas y probásemos con otras personas, podríamos quedar satisfechos. Tú podrías tener sexo completo y yo a lo mejor descubro qué me ocurre –le propuso tristemente Olivia.

El silencio se hizo en la habitación tras su proposición. A Ulises no le agradaba la idea en absoluto. Su cara reflejaba su decepción. Había dejado de confiar en él y quería buscar fuera lo que él no podía darle.

Sus recuerdos se entremezclaron con la canción que se repetía una y otra vez. Había estado horas y horas convenciéndolo para que fuera a buscar a alguna mujer que pudiera satisfacerlo sexualmente.

El calendario marcaba el 10 de febrero. La había encontrado. Hacía un mes de aquella conversación entre el matrimonio. Olivia le había insistido hasta la saciedad. Realmente, él no quería. Odiaba aquella propuesta. Se odiaba a sí mismo por no poder arrancarle gemidos y jadeos tan intensos que la permitieran correrse.

Olivia había contactado con una ex novia de Ulises que había perdido al novio hacía unos meses en un accidente de tráfico. Habían concertado la cita. Todo había sido preparado y calculado por Olivia, a expensas de Ulises. Sin embargo, ante su insistencia día tras día, había conseguido que Ulises cediera a sus deseos.

Ahora se encontraba allí. Sola. Se sentía abandonada. En su jacuzzi. En esa habitación ideada y decorada a su gusto. Miraba absorta las columnas corintias y a la cristalera que permitía ver en la oscuridad de la noche el jardín.

Las lágrimas brotaban de sus ojos. Viajaban rápidamente desde sus ojos hasta el agua del jacuzzi. Hacía dos horas que había partido. Ella vivía a media hora de su casa. El estribillo expresaba lo que sentía, lo que anhelaba.

Ojalá, ojalá que no pase nada,
Que yo siga en tu pensamiento
Cuando estés con ella en la cama,
Ojalá no puedas hacerlo, ojalá que no pase nada. . .

De repente, la canción cesó. El equipo se apagó y unos pasos decididos se acercaron a ella. Olivia, de espaldas a la puerta de acceso y sumergida hasta la nariz en el jacuzzi, estaba abstraída de la habitación. No escuchaba la música y no le extrañó.

Hundió su cabeza dentro del agua. Le faltaba el aire, la respiración. Creyó ahogarse. La angustia y la desazón se entremezclaron. Pensó que era su fin cuando alguien se introdujo rápidamente en el jacuzzi y la tomó por los hombros.

Allí estaba ante ella. Vestido con sus mejores galas. Venía de disfrutar con otra mujer porque la suya no podía ofrecerle lo que ansiaba. Bajó su cara y las lágrimas nacieron en sus ojos.

La cara de Ulises se compungió. La abrazó fuertemente y le susurró:

No pasó nada. Buscaremos una solución, princesa.

Un beso en la frente y la soltó suavemente. Olivia se sentó en el jacuzzi, disfrutando de las burbujas. Su piel estaba arrugada. Miraba a Ulises con curiosidad. Estaba confundida.

Ulises sonreía con ilusión. Estaba decidido. Pase lo que pase, siempre con ella. Se quitó la chaqueta primero. Se deshizo de la corbata y seguidamente de aquella camisa que tanto odiaba. Pronto, llegó el turno de los pantalones. Los bóxer no tardaron en desaparecer.

Un amago de sonrisa apareció en la cara de Olivia. Estaba allí, con ella. No había hecho nada con esa mujer. Ulises se acercó a su esposa y la colmó de atenciones. Un reguero de besos por los brazos fue el comienzo.

Pronto, exploró su delicado cuello. Lo lamió y lo recorrió con la lengua desde el cuello hasta sus mejillas sonrojadas. El ardiente y prepotente miembro se le acercaba a su cueva. Olivia comenzaba a humedecerse.

Ulises quería transmitirle cariño y serenidad. Estaba seguro que si se tranquilizaba y conseguía que olvidara todo, alcanzaría el orgasmo. Recorrería con sus labios cada parte de su cuerpo.

Conocía cada gesto que estremecía a Olivia. Empezaría por dedicar sus atenciones a sus orejillas pequeñas y tan hermosas que adoraba. Se deleitaba viendo cómo su mujer se retorcía. Sabía que aquello la encendía de manera extraordinaria. Le provocaba además escalofríos. Aquello era divertido.

Poco a poco fue bajando con su lengua por su terso y arrugado cuerpo. Había estado demasiado tiempo en el jacuzzi. Cuando vio su piel arrugada, la sacó con ternura de sus aguas y la sentó en la esquina.

De su cuello bajó hacia sus pechos, en los que se entretuvo sopesándolos con suavidad. Los agarró con ternura y le pellizcó los pezones. Los primeros gemidos salían de la boca de Olivia. Aquello funcionaba.

Normalmente, en aquel momento, Olivia le suplicaba que la penetrara. Sin embargo, hoy no sería así. Se lo pidió, mas Ulises se negó a ello. La obligó a abrir bien las piernas. Estaba dispuesto a hacerla alcanzar el orgasmo con su lengua y sus dedos. Se dedicaría a ella en cuerpo y alma. Siempre era ella quien se ocupaba de él. Siempre preocupada por sus necesidades. Hoy sería él quien se aseguraría que ella obtuviera el placer.

Presto, Ulises acercó la boca al sexo de su mujer. Quería y ansiaba mandarla a la luna. Quería que rozara la locura. Todo debía de ser muy lento. Debía de desproveerla de cualquier pensamiento ajeno a sus sensaciones. Necesitaba que alcanzara la libertad mental.

Su lengua reconocía cada pliegue de su concha. No iba a permitir que aquello les afectara ni un minuto más. Se dedicó fervientemente al sexo de su mujer. Recorría su raja del clítoris con parsimonia. Sin prisas. Tenían toda la noche. Toda la mañana. El resto de sus vidas incluso.

La liberaría por fin. Sin miedo de sus sentimientos y sus sensaciones. Cada vez, los gemidos eran más audibles. Apenas podía acallarlos. Olivia sudaba. Quería no gritar, pero ese tratamiento era increíble. Sentía el cariño y el amor de su pareja. Pronto, sentiría el primer dedo. Después otro se introdujo en su interior.

Aquello era demasiado. Las súplicas y los ruegos para que la penetrara eran cada vez constantes. Ulises la ignoraba. Por alguna razón, nunca había probado eso. Ella odiaba el sexo oral.

Gemidos. Más gemidos. Se transformaron en jadeos. Unos tras otros. Sin cesar. La respiración se le entrecortaba. Olivia apenas tenía fuerzas ya para implorar a su marido que la empalara. Estaba cerca del cielo.

Jadeos… Los movimientos de los dedos encharcados en su interior eran certeros. Su lengua se dedicaba en atender delicadamente a su clítoris.

Gemidos y más gemidos. Tornaron en grititos cada vez más altos. El orgasmo estaba cerca. Apenas recordaba su nombre. Olivia lo iba a conseguir. No pensaba. Sólo sentía. Sentía más y más. El placer la embargaba inexorablemente.

Nada lo impediría. Ulises proseguía con una sonrisa triunfal. Su idea parecía funcionar. Gemidos, más gemidos…

El ansiado orgasmo llegó