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Amor de madre 08

en Lésbicos

Amor de madre 08

Carmen abrió los ojos sobresaltada, el teléfono estaba sonando desde no sabía cuando. Se giró y vio que eran más de las doce del mediodía. Sorprendida por la hora tomó el auricular.

—¿Si?, ¿quién es?, —preguntó tratando de parecer más despierta de lo que realmente estaba y levantándose de la cama donde su hija continuaba durmiendo desnuda.

—¡Ya era hora!, creía que os había pasado algo.

Era Carolina, que había estado llamando desde hacía más de una hora.

—Lo siento, es que me he dormido y no he oído el teléfono, —respondió mientras se quitaba el arnés y lo depositaba en el bidé del baño.

—Bueno, te llamaba para pedirte perdón por lo que pasó ayer, no debí de ir tan lejos.

Carmen estaba sentada en el inodoro orinando, y recordó lo que había ocurrido con su amiga.

—No te preocupes, yo ya... ya lo había olvidado, —mintió, mientras se limpiaba, notando como tenía el vello púbico enredado y pringoso de las corridas de anoche.

Un silencio incomodo se interpuso entre ellas, hasta que Carmen decidió que le contaría a su amiga lo que había ocurrido aquella noche.

—Anoche, lo hice, me acosté con mi Pilar, —dijo de un tirón.

Un nuevo silencio, hasta que.

—Por fin, pensaba que nunca lo harías, y ¿qué tal?, ¿habéis disfrutado?, ¿qué dijo Pilar?.

Una sonrisa iluminó la cara de Carmen que sabía que su amiga se alegraba sinceramente de lo que había ocurrido.

—Fue estupendo, no tengo palabras para describirte lo que sentimos. Acabamos rendidas las dos, y por eso no he oído el teléfono esta mañana.

—Bueno, no te preocupes, había una buena razón, pero... cuéntame, quiero saberlo todo.

Durante más de media hora Carmen relató a su amiga todo lo que habían hecho, obviando que su hija las había visto enrollándose aquella misma tarde. Eso se lo contaría otro día.

—¿Sabes una cosa? que me alegro mucho de que te hayas decidido.

—Yo también me alegro de haberlo hecho, sólo me arrepiento de no haberme lanzado antes. Solo Dios sabe lo que habrá sufrido Pilar por mi mojigatería.

—Bueno, eso ya pasó, ahora solo piensa en disfrutar y en recupera el tiempo perdido.

—Tienes razón, —contestó mientras contemplaba a su hija desnuda sobre las sábanas de su cama, durmiendo placidamente como cualquier chica de su edad después de haber disfrutado de una noche de sexo. Solo que quien le había proporcionado esa noche de sexo era ella, su madre.

Las dos se despidieron, agradeciendo en su interior tener una confidente a la que poder contar lo que estaban viviendo. Porque Carolina, a pesar de su apariencia de normalidad y de echada hacia delante, había sufrido mucho cuando empezó a satisfacer sexualmente a su hija. Sin embargo ahora sabía que no era un bicho raro, sino que su secreto era compartido por al menos otra persona, aunque empezaba a sospechar que lo que ella y su amiga hacían no era tan extraño entre las familias con uno de su miembros en la situación en la que estaban sus hijas.

—Con quién hablabas mamá, —preguntó Pilar bostezando y parpadeando rápidamente para tratar de despejarse.

—Buenos días dormilona —contestó su madre que permanecía en la puerta de la habitación cubierta con el albornoz que se había echado por encima para tapar su desnudez, —estaba hablando con Carolina.

Las dos se miraron a los ojos produciéndose un incómodo silencio. Las dos había sobrepasado una línea que sabían que no estaba permitido sobrepasarla en el código moral por el que se regían. No había sido fácil sobreponerse a una moral que les había sido inculcada desde la infancia, en el colegio, sus padres, la televisión, la religión... todo lo que las había conformado como personas estaba en contra de lo hacían. Sin embargo, ninguna de las dos estaba ya dispuesta a volver atrás, si los demás no lo entendían, no tendrían porque saberlo, crearían su propio código moral y por él se regirían, lo importante, a partir de este momento sería el bienestar de Pilar.

—Hija, tenemos que hablar.

—Lo sé mamá, —contestó un tanto cohibida, a pesar de lo que había ocurrido anoche.

Carmen se sentó en la cama de su hija, cubriéndola con una sábana, apartando de su vista aquel cuerpo que la había hecho perder la cabeza.

—Lo de anoche fue estupendo, —se lanzó Pilar, antes de que su madre dijera nada.

—Si, lo sé, a mi también.... me gustó mucho lo que hicimos.

Nuevamente el silencio.

—Te quiero pedir disculpas, mi amor, —dijo al tiempo que acariciaba con suavidad el sedoso pelo de su hija.

—¿Por qué mamá?, tú... tú no has hecho nada malo..., —empezaba a sospechar que su madre se arrepentía de lo que había ocurrido, y eso...eso sería terrible para ella. Sin embargo...

—Chisstt cariño, ya sé que no he hemos hecho nada malo, —dijo mientras que con su mano acariciaba la carita de su hija, —te pido perdón por no haberlo hecho antes, por no haberme dado de cuanto lo necesitabas, por haberte hecho sufrir tanto. Pero quiero que sepas —dijo mientras los ojos de las dos se inundaban en lágrimas, —que eso no va a volver a pasar. A partir de este momento haremos todo lo que te apetezca, sin importarnos lo que piensen o digan los demás, sólo importará lo que nosotras pensemos.

Ninguna de las dos podía evitar las lágrimas mientras Carmen abrazaba a su hija. Así estuvieron un buen rato hasta que poco a poco se fueron separando. Las dos se miraron a los ojos y ninguna tuvo que decir nada.

Carmen se reincorporó de la cama y sin ningún pudor, deshizo el nudo que cerraba el albornoz y lo dejó caer a sus pies mostrándole su cuerpo desnudo a su hija, que no apartaba la mirada de él.

—Gracias mamá, muchas gracias, —dijo mientras su madre retiraba la sábana que cubría el cuerpo de su hija y se disponía a satisfacer sus deseos.

Nuevamente el teléfono sonó mientras Pilar y Carmen tomaban un reconfortante baño, después de la sesión de sexo mañanero, que había reavivado las ascuas de la noche anterior. Carmen cogió el inalámbrico que había dejado en el baño antes, era Carolina de nuevo.

Después de una corta conversación colgó.

—Te apetece ir a comer con María Dolores y su madre.

—Bueno, está bien.

Carolina había pensado que las dos estarían muy ocupadas para cocinar y decidió invitarlas a comer a casa. De este modo celebrarían lo que había ocurrido.

Después de la primera conversación con su amiga, Carolina no había podido evitar excitarse, pensando en Carmen y su hija, notaba como sus bragas se humedecían. Sin ningún pudor se dirigió a la habitación de su hija y la besó apasionadamente, respondiendo esta inmediatamente a la acción de su madre. Las dos gozaron de un sesión de sexo extraordinaria, en la que sin embargo Carolina no podía de dejar de imaginarse que con quien estaba era con Carmen y, esto era lo más increíble con su hija.

Carmen y Pilar llegaron a casa sobre las dos, y las ambas entraron en casa. Se les notaba en las caras lo que había sucedido, no lo podían ocultar, las dos estaban resplandecientes y mostraban una gran sonrisa de satisfacción en sus rostros. A pesar de que ninguna dijo nada las cuatro lo sabían, las cuatro estaban ya en el secreto que ambas familias compartían, y aunque ninguna de ellas hizo ningún comentario, todas sabían lo que el resto hacía.

La comida transcurrió con total normalidad, no se hizo ningún comentario ni ninguna insinuación. Estuvieron hablando sobre el viaje a la playa, ya que Carmen había traído unos catálogos para enseñarle a su amiga cómo era el hotel y la playa en donde dentro de un par de semanas se tomarían un merecido descanso.

—Es muy bonito.

—Si, y además muy cómodo. Como ya te dije el otro día es un hotel adaptado para las niñas, y no vamos a tener ningún problema en él.

—¿Y está muy lejos la playa?—, preguntó María Dolores, a la que le gustaba mucho bañarse en el mar. Le gustaba mucho la sensación de ingravidez que le proporcionaba el agua.

—¡Qué va!, —respondió Pilar— está al lado, a un paso vamos, ja, ja, ja.

Las dos rieron por la gracia de esta.

—Además hay unos cuidadores muy guapos, ya verás, —continuó Carmen, sonriendo a las dos chicas que se pusieron rojas de la vergüenza.

La sobremesa transcurrió sin novedad, hasta que el móvil de Carmen sonó. Está pidió disculpas y se fue a la otra habitación por él.

—Era Paloma de madre de Adrián.

—Y ¿qué tal está?.

—Bien, bien, —Paloma era una de las fundadoras del centro. Lo hizo cuando su hijo tuvo un accidente en una piscina quedando tetrapléjico. Se había gastado una fortuna buscando tratamientos para tratar de curarle, pero ninguno había dado resultado. Ahora ya había desistido y se centraba en el centro de rehabilitación y en una fundación que daba becas a chicos minusválidos para que pudiesen estudiar y valerse, por lo menos económicamente por su cuenta.

Carmen tenía mucha relación con ella, porque sus padres son unos de los protectores del centro y de la fundación, pero Carolina apenas la había tratado, le parecía que era un poco estirada.

—Me ha dicho que es el cumpleaños de Adrián, y que ha invitado a los chicos del centro.

—¿Y ella se atreve con todos?, —preguntó extrañada Carolina.

—No te preocupes, su casa tiene más auxiliares que un hospital, además, conociéndola, seguro que ha contratado a personal extra para el cumpleaños..

—No sé, no sé.

—Por favor mamá, déjame ir, porfa...

—Si Carolina déjala ir, se lo pasarán muy bien. Pilar ya ha estado varias veces con ella y estará muy bien cuidada.

Todo el mundo en el centro sabía que Paloma era muy rica, y sus fiestas eran muy comentadas. Carolina no había ido nunca, aunque debía reconocer que la habían invitado en un par de ocasiones.

—Bueno, está bien.

—De acuerdo, voy a llamarla para que vengan a buscar a las niñas.

Carolina no las tenía todas consigo, pero transigió por las garantías que le daba su amiga, y por las ganas que tenía su hija de ir a una fiesta. Y es que en su situación son pocas las ocasiones en las que puede disfrutar de un momento de esparcimiento.

Al rato se presentó una furgoneta blanca, de la cual bajaron dos enfermeros que se encargaron de las niñas. La furgoneta estaba totalmente adaptada para gente en sillas de ruedas, así que no hubo ningún problemas para el acomodo de las dos chicas.

Se despidieron, y Carmen y Carolina volvieron a entrar en la casa de esta, a donde las volverían a traer dentro de unos tres ó cuatro horas.

Lo cierto es que Carolina no sabía muy bien que hacer cuando su hija no estaba, se había acostumbrado a estar siempre pendiente de ella, que cuando ella no estaba se sentía extraña.

Carolina preparó café para las dos, y lo tomaron en silencio en el salón. Una vez que las niñas habían salido por la puerta se había producido una especie de vacío, que solo se rompía esporádicamente con algún comentario intrascendente o con observaciones de lo más obvio. Se había creado una cierta tensión y ambas sabían el por qué de aquello, pero ninguna se atrevía a dar el paso, hasta que Carolina tomó la iniciativa.

—Carmen, —dijo dejando la taza de café sobre la mesa y girándose hacia su amiga—, tenemos que hablar de lo que ocurrió ayer.

Aquello, aunque no la sorprendió si la pilló por sorpresa. No sabía que decir, así que Carolina siguió.

—Ayer, no sé lo que pasó. No sé si fue la situación, la solidaridad por lo que hacemos, o si realmente el inconsciente afloró a la superficie. Pero..., —dudó antes de continuar, —pero sentí algo, —continuó apartado la mirada de su amiga.

El silencio volvió a invadir aquella habitación.

—Yo..., yo también sentí algo, no sé como explicarlo, pero... . No he podido quitarme de la cabeza las sensaciones que experimenté cuando nos besamos y nos tocamos.

Mientras hablaba un escalofrío recorrió su espalda, haciendo que la taza que sostenía en sus manos temblara ligeramente. Aquello no pasó desapercibido para Carolina que se alegraba de que su amiga le confesara aquello.

—Yo también, incluso, —dudó un instante antes de continuar, —cuando estaba con María Dolores no he podido dejar de imaginarme que con quien yacía en la cama, no era con mi hija sino contigo.

Aquello fue la gota que colmó el vaso, durante un instante ambas se miraron, y al alimón se abalanzaron la una sobre la otra besándose apasionadamente. Fue un beso largo y profundo, el tiempo pareció detenerse para ambas mientras sus lenguas pugnaban la una con la otra para tomar posesión de la boca de su rival. Instintivamente las manos de cada una empezaron a recorrer el cuerpo de la otra. Desde la nuca al final de la espalda, haciendo que la excitación las invadiera irremisiblemente. En el mundo ahora no había nadie más, sólo ellas y sus deseos. Deseos insatisfechos durante mucho tiempo, pero que no estaban dispuestas a dejar que lo estuvieran durante más tiempo.

Carolina separando su boca de la de su amiga comenzó a quitarle la blusa que llevaba. Le desabrochó los botones, viendo como las manos le temblaban de la emoción y la excitación. Por fin la blusa dejó al descubierto el sostén que ocultaba los grandes pechos de una Carmen que respiraba con dificultad, haciendo que sus tetas se movieran de arriba debajo de una manera acelerada, y notaba como los pezones se le endurecían.

Sin decir una palabra Carolina las liberó de su cárcel de tela, provocando una avalancha de carne blanca y firme. Era increíble, que a pesar de su tamaño y de la edad de Carmen, aquellos dos globos mantuvieran aquella firmeza. No sin cierta envidia Carolina agarró una de las tetas con sus temblorosas manos comprobando su tersura y firmeza.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhh, —gimió Carmen ante el tratamiento que su amiga estaba dándole a su pecho.

Carolina se desprendió ella misma de la camiseta que llevaba puesta, mostrando ante su amante un pecho algo caído, pero aún deseable. Carmen con indecisión cubrió con sus manos aquellas dos montañas de carne, provocando que los pezones que las remataban se endurecieran como si un trozo de hielo los estuviera recorriendo. El gemido de Carolina no se hizo esperar.

Las dos estaban extasiadas, ninguna de las dos hubiese nunca imaginado encontrarse en aquella situación, pero lo cierto es que allí estaban y, lo mejor de todo es que estaban disfrutándolo.

Ambas, a pesar de los desahogos que conseguían bien masturbándose o bien follando con sus hijas, agradecían que otra persona les provocase placer, lo necesitaban, necesitaban el mantener una relación fuera de la familia y sentir que otra persona les proporciona placer.

—Vamos a mi habitación, —dijo Carolina besando a su amiga nuevamente.

Las dos se dirigieron sin dilación al cuarto de Carolina donde, de pie delante de la cama continuaron besándose. Las manos de ambas recorrían el cuerpo de la otra sin ningún pudor, las tetas, la espalda y el culo eran sobados como si fuesen el de la pareja de cada una. Carmen tomó esta vez la iniciativa e introdujo su mano en el pantalón de su amiga acariciando las nalgas de esta.

—¡Uhmmmmmmmmmmmmmmmmm!, —gimió al notar como la mano de Carmen agarraba un trozo de su carne. Al tiempo que, bajando sus manos, desabrochó el botón del pantalón bermuda de Carmen dejándolo caer al suelo, mostrando esta su peludo pubis cubierto por una braguita blanca.

Carolina se separó de su amiga para contemplar su cuerpo casi desnudo. Destacaban aquel pecho grande y firme. Ella misma se quitó el pantalón que aún la cubría y dejó a la vista su cuerpo totalmente desnudo. Desde que había empezado a follar con su hija, no usaba ropa interior cuando estaba en casa, así era más rápido.

Carmen imitando a su amiga, y sin apartar la mirada de ella, se desprendió de las bragas arrojándolas a un lado, mostrando sin pudor, su desnudez a su amiga. Su pubis cubierto por una densa mata de vello negro, contrastaba con la blancura de su cuerpo, en el que destacaban dos inhiestos pezones de un color carmesí.

Carolina avanzó hacia ella, y besándola se dejaron caer sobre la cama, que emitió un chirrido de protesta ante la brusca llegada de aquellos dos cuerpos desnudos entrelazados. El beso fue largo y provocó que la entrepierna de ambas se humedeciese.

La pierna de Carolina se introdujo entre las de su amiga y con el muslo rozó el peludo coño de esta, notando su humedad. Las dos se revolcaron en la cama sin dejar de besarse apasionadamente, haciendo que sus cuerpos, ya sudorosos, se frotasen el uno contra el otro, haciendo que la excitación creciera exponencialmente. La pierna que Carolina restregaba contra la intimidad de su amante, provocó que esta gimiera de placer interrumpiendo el beso.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh, me voy a correr.

Carolina aprovechó para dirigir su boca a los pezones de su amiga, que se endurecieron aún más al contacto con los labios de aquella, provocando que los gemidos de placer de Carmen se multiplicaran.

Carolina siguió frotándose con nuevos bríos notando como su pierna se humedecía por los fluidos que emanaban del interior de Carmen, y alentada por los suspiros y gemidos que esta prorrumpía ya sin ningún recato.

Carmen no pudo aguantar más y estalló en un grandioso orgasmo acompañado de una corrida más que generosa.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, me corro, ya no puedo más, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, —gritó mientras su coño se inundaba, con un manantial de fluido que fue a depositarse en el muslo de su amiga.

Sin dejar que se recuperase, Carolina se incorporó dejando un rastro de saliva, que durante un instante unió su boca con el pecho de su amiga, y tomó el vibrador que guardaba en el cajón de su mesilla situándose entra las piernas de esta, y sin dudarlo apartó los pelos que cubrían la entrada de aquella húmeda y caliente grieta y comenzó a dar lengüetazos, saboreando los restos de la corrida de su amiga.

—Uhmmmmm, ahhhhhhhh, ahhhhhhh, —gemía Carmen incapaz de poder controlar las sacudidas de placer que la sacudían cada vez que la lengua de su amiga impactaba contra su receptivo clítoris.

El apéndice de Carolina se introducía en la vagina de su amiga al tiempo que esta la mantenía abierta con su mano derecha, frotándose con autentica delectación el clítoris, lo que provocaba que se encontrara en un estado de orgasmo continuo.

Al tiempo Carolina se introducía el vibrador en su hambriento coño, que rogaba porque le prestaran alguna atención.

—Uhmmmmmmm, —gimió apartando momentáneamente la boca de su labor, al notar como aquel trozo de plástico se introducía en su interior y la vibración de este hacía que su clítoris se hinchase por momentos, permitiendo que el placer se multiplicara.

—Por favor no te detengas, —protestó Carmen ante la interrupción del contacto de la lengua con su clítoris.

Carmen sonrió y continuó comiéndose aquel húmedo y caliente conejo. Con suavidad comenzó a introducir el dedo corazón de la mano que tenía libre en el coño de su amiga. Entró con total facilidad debido a la dilatación y la lubricación.

¡Uhmmmmmmmmmmmmmmmm!, qué bien, —gimió al notar como un segundo dedo se introducía en su interior y se movía junto con el primero.

La habitación se llenó de gemidos y suspiros de placer de ambas. El olor de sus sexos impregnó todo el ambiente. Y el calor que desprendían sus cuerpos caldeó el ambiente. Así estuvieron por un rato hasta que la excitación llegó a su cumbre.

Carolina ya no podía aguantar más y se separó de la peluda gruta de su amiga, sin extraer los dedos de su interior continuando con un mete saca que incrementaba el placer que Carmen se proporcionaba con sus propios dedos.

—Ahhhhhhhhhhhh, ya no puedo más, me voy a correr, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhh, —gemía mientras introducía con más fuerza el vibrador en su interior haciendo que su excitado clítoris se hinchase aún más, y provocando que se corriera en un pequeño manantial delante de su amiga que no pudo aguantar más tampoco.

Los gritos de placer de Carolina y la visión de esta corriéndose con el vibrador en su interior, hicieron que Carmen alcanzara también el orgasmo y las paredes de su coño se contrajeron apretando los dedos de la primera entre ellas.

—Ahhhhhhhhhhhhh, yo también me corro, ahhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhh, noto como me corro, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, —chillaba mientras su mano derecha restregaba con locura su clítoris haciendo que el placer se multiplicara.

—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!, ya no puedo más, ¡ahhhhhhhhh!, ahhhhhhhhhhh, ahhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

Hacía años que Carmen no se corría de aquella manera, notaba como de su conejo, ya libre de los dedos de su amiga, escurría la corrida hacia las sábanas, era como si se hubiera orinado.

Debía reconocer que con su hija disfrutaba mucho, pero nada comparado con lo que acababa de experimentar con Carolina.

Esta a su vez había extraído los dedos del interior de Carmen y el vibrador de su coño. Se había echado a su lado en la cama, y trataba de recuperar la respiración mientras con su mano derecha jugueteaba distraídamente con el ensortijado vello púbico del coño de su amiga.

Las dos permanecieron calladas durante un instante, sin embargo querían más. Carmen deseaba devolver el favor a su amiga, y esta esperaba poder correrse al menos otro par de veces más antes de que llegaran las niñas.

Las dos se giraron casi a la par quedando enfrentadas la una contra la otra.

—Ha sido increíble, el mejor orgasmo en años, —dijo Carmen inclinando su cabeza hacía la de Carolina y besándose como un para de enamorados.

—Siempre he oído que quien más placer puede proporcionar a una mujer era otra mujer.

—Pues es verdad, me he corrido como nunca, ni con mi marido me corría de esta manera, y eso que él tenía una buena polla, —respondió riéndose, al darse cuenta de que estaba comparando a su marido con su amiga en el sexo.

—Muchas gracias —respondió con un falso orgullo—, pero lo de la polla se puede arreglar...—dijo al tiempo que se levantaba de la cama y tomaba el arnés que guardaba en la mesilla junto con los consoladores.

Carmen la contempló sin decir una sola palabra mientras se colocaba el arnés. Inconscientemente llevó su mano a su pubis y comenzó rozar de nuevo su clítoris comprobando que su vagina estaba totalmente húmeda y lista para ser penetrada.

Carolina permanecía de pie, al lado de la cama donde su amiga se masturbaba, convertida temporalmente en un hombre de cuya entrepierna surgía un pene de plástico de unos dieciocho centímentros.

Con decisión, Carmen, se inclinó hacia su amiga y se introdujo el dildo en la boca como si estuviese haciendo una felación a un hombre. El consolador entraba y salía de su boca, dejando en toda su extensión un rastro de saliva.

Su marido le decía que hacía las mejores mamadas, era capaz de introducirse el consolador en su totalidad en su boca, y eso a pesar que hacía muchos años que no practicaba. Carolina estaba asombrada por las capacidades bucales de su amiga, pero no dijo nada, estaba demasiado entretenida con las tetas que esta le ofrecía.

—Quiero cabalgarte.

—Está bien —respondió apartando a su amiga y echándose en la cama con el pene en un ángulo de noventa grados.

Carmen se puso encima de su amiga y mientras con una mano abría su raja, con la otra guiaba el consolador a su interior.

—¡Uhmmmmmmmmmm! —gimió al notar como este entraba con total suavidad y comenzaba a horadar su interior, adaptándose las paredes de su vagina al intruso.

Hacía mucho tiempo que no sentía algo así. Con su hija aún no había llegado a esto, la noche anterior se había centrado en su placer, y la única que fue penetrada fue esta.

El consolador se introdujo en toda su extensión en el cálido y húmedo interior de Carmen que notaba como el arnés chocaba con pubis almohadillado por el vello púbico.

Sin más dilación comenzó a moverse arriba y abajo, cabalgando a su amiga como si fuera un hombre.

—¡Ahhh!, ahh, ahhh, ahhh —gemidos y suspiros de placer se entremezclaban mientras ella se movía sobre el consolador.

Esta no perdía el tiempo y manoseaba aquellas grandes tetas que tenía delante. Carmen inclinó su cuerpo hacia ella dejando el pecho al alcance de su boca, la cual no tardó en ocuparse de los duros pezones que lo coronaban.

—Así, así, fóllame, así, no paressssss ahhhhhhh, no pares, así, asssssí, —gemía, mientras se inclinaba totalmente sobre Carmen y la besaba en la boca.

Carolina era ahora la que se follaba a su amiga. Sus caderas se movían arriba y abajo rítmicamente entrando y salido de su interior. Con sus manos agarraba las nalgas de carmen dándole cachetes al tiempo que la penetraba profundamente, en un vagina cada vez más encharcada. Carolina se había convertido en un experta en follar con un dildo entre las piernas, casi podía decirse que, desde que follaba con su hija, se había convertido en una prolongación de su cuerpo, y esto lo agradecía Carmen con gemidos de placer que no paraba de emanar por la boca, cuando esta no estaba ocupada besando a Carolina.

Carmen estaba a punto de estalla cuando su amiga en un movimiento rápido se puso encima de ella sin sacar el consolador de su interior. Carmen no se quejó y a punto estuvo de estallar en un orgasmo.

—¿Te gusta? —le preguntaba de manera entrecortada mientras comenzaba con el mete saca.

—Siii, siii, es increíble, ahhhhhhhhhhh, ahhhhh, no pares fóllame así, así, lo noto muy dentro de mí, ahhh, ahhhhhhhh, no paresssssss.

El sonido de chapoteo en la entrepierna de Carmen era un indicador de que esta ya no podría aguantar mucho más.

—Ya no puedo mássssss, me voy a correr —gemía mientras su amiga continuaba penetrándola.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, me corro —estalló por fin en un prodigioso orgasmo—, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, Diooooooos es increíble, ahhhhhhhhhhhhhh.

Los gritos de placer vinieron acompañados de un espasmo que le recorrió todo su cuerpo, y de una emisión increíble de fluido a través de su chocho, en el cual seguía entrando y saliendo aquel objeto que le proporcionaba tanto placer.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhh, me corro otra vez, ahhhhhhhhhhhhhhhhh, aahhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

Los orgasmos se sucedieron en una cada vez más agotada Carmen que no podía dejar de correrse y de gritar de placer, con su amiga encima suya penetrándola sin compasión.

Por fin después de varios minutos, y después de otro prodigioso orgasmo, Carolina se bajó de encima de su amiga, y esta pudo por fin calmarse.

Carolina sonreía viendo como su amiga, con los ojos cerrados, toda sudorosa, trataba de controlar su respiración y volver a la normalidad.

Por fin después de un rato pareció recuperarse.

—Ha sido increíble, no me corría así..., bueno no me había corrido así nunca, —dijo mirando a su risueña compañera de lecho, notando como de su entrepierna escurría la prueba de su placer.

—Me alegro.

Carmen sabía que su amiga lo decía con toda sinceridad, y la abrazó, no de manera lujuriosa sino como amiga. Una amiga con la que podía compartir el secreto de lo que su hija y ella hacían sin miedo a que la juzgara.

—Espera que me recupere un poco y te compensaré por esto.

—No te preocupes —dijo con la boca pequeña esperando que Carmen se recuperara cuanto antes y calmara la calentura que tenía.

—No te hagas la dura, que se nota que estás deseando... ja, ja, ja.

Las dos rieron de buena gana.

—Cuando lo hice con María Dolores por primera vez, ¿sabes lo qué me preguntó después? —le dijo a su amiga que negaba con la cabeza—, qué cómo había sido mi primera vez. Al principio me sorprendió que me lo preguntase pero luego comprendí que era una forma de que las dos compartiéramos nuestra primera vez.

—¡Qué bonito!, y qué pasó después.

—Pues..., que nos pusimos cachondas las dos y volvimos a follar.

Las dos volvieron a reír a carcajadas. Entre ellas ya no había pudor y sabían que podían confiar en la otra para contarle cualquier cosa.

—Pues —empezó a decir Carmen—, mi primera vez fue un tanto desastrosa. Fue en el instituto, en el primer curso —empezó a contar.

—Yo no es que fuera muy popular, es más hubiera pasado desapercibida sino llega a ser por estas dos —dijo agarrándose las tetas con las dos manos.

—No me extraña, son bastante grandes.

—El caso es que las tetas se me desarrollaron en el colegio, y los chicos, ya sabes con las hormonas alborotadas, pues eso, que no me quitaban la vista de encima.

—Yo trataba de disimularlas, la verdad es que estaba un poco acomplejada.

—¡Con lo bonitas que son! —exclamó Carolina acercándolas a su boca para lamerlas y poner los pezones erectos de nuevo.

—El caso es que un chico de un curso por delante me invitó a salir. ¡Imagínate! un chico mayor interesándose por mi, yo estaba encantada. Pronto me di cuenta de que lo que le interesaba de mi eran mis tetas, y aunque al principio me resistía al final me cameló con promesas y demás y dejé que me sobara.

—¿Y te gustaba? —pregunto Carolina mientras recorría con su dedo el contorno de uno de los pezones de su amiga.

—Yo era muy tonta, sólo me preocupaba que no nos pillaran, y la verdad es que Carmelo, que era como se llamaba, no es que fuera muy delicado.

—Así estuvimos todo el curso, yo me resistía pero él iba avanzando, primero me tocaba por encima de la ropa, luego metió la mano por debajo del jersey, luego le permití que atravesara el sostén, y sus manos recorrieran mis pechos, uhmmmmmm —gimió al sentir como su amiga le tocaba las tetas.

—Un día en su casa, en su habitación nos estábamos besando mientras sus padres estaban en el salón. Yo estaba incomodísima son Carmelo metiéndome la lengua hasta la campanilla y sus manos dentro de mi sujetador magreándome las tetas, pensando en que sus padres nos podían pillar en cualquier momento, y se lo contarían a mi madre.

—Carmelo, déjalo, déjalo, que nos van a pillar tus padres —susurraba.

—No te... preocupes, nunca entran en mi habitación.

—Aquellas palabras no me tranquilizaban nada, pero me callé para que no pensase que era una niñata.

—Enséñamelas.

—Me dijo sin más retirándose de mi. Yo me quedé muda, no sabía que hacer.

—Venga, mi amor, no te preocupes. Si quieres cierro la puerta con cerrojo —dijo al tiempo que se levantaba para atrancar la puerta.

—No.... no puedo, están tus padres... y además...

—Yo estaba abochornada, no sabía que decir, la proposición de Carmelo me había pillado totalmente por sorpresa.

—Venga, yo te quiero, tú me quieres. No hay nada de malo en esto.

—Yo sabía que aquello era una excusa para verme las tetas, pero caí en la trampa. Él se acercó a mi y comenzó a besarme nuevamente, y con tranquilidad logró sacarme el jersey que llevaba sin que yo dijera nada, aunque tenía un nudo en la garganta que me hubiese impedido emitir cualquier tipo de sonido. Siguió besándome y me desabrochó la camisa hasta que mostré mi sujetador blanco.

—No, no te tapes, son preciosos.

—Me dijo cuando instintivamente me cubrí mis pechos con los brazos. Yo los retiré y él los miró con gula.

—Finalmente me quitó el sujetador, sin que yo me resistiera, pero no podía dejar de pensar que en la habitación de al lado estaban sus padres.

—Guau, son enormes.

—Venga, ya vale, ya los has visto devuélveme el sujetador, que nos van a pillar tus padres.

—No, espera un poco más —contestó mientras se acercaba a la pobre Carmen que no sabía por qué se había dejado convencer.

—El se echó encima mío y comenzó a besarme los pechos, yo le pedía que parara pero él no hacía caso,

—Que cabrón —dijo Carolina que a pesar de lo que le estaba contando su amiga se estaba excitando.

—Por suerte oímos un ruido en el pasillo y por fin pude convencerle de que me dejara. Me vestí rápidamente, sin que él dejara de mirarme. Yo me fijé en su entrepierna y pude apreciar que estaba como una tienda de campaña. En aquella época aquello era poco menos que el demonio, y aparté la vista enseguida, pero yo creó que él se dio cuenta.

—Y cuándo lo hicisteis...

—Bueno el caso es que el estuvo un poco frío en los siguientes días, yo sabía que era porque no le dejaba ir más allá de los besos y magreos.

—Debía tener un buen dolor de huevos, el cabrón, ja, ja, ja.

Las dos rieron ante la gracia de Carolina.

—Si y el hijo de puta, para aliviarse empezó a tontear con Adriana, la más puta de la clase.

—Qué cabrón —respondió mientras con su dedo índice recorría el contorno del enorme pecho de Carmen.

—Yo se lo eché en cara, pero el decía que sólo era una amiga, y que si además estaba celosa era porque sabía que podría ir a buscar a la calle lo que no tenía en casa.

—Aquello me dejó muerta, no sabía que hacer. Si no le dejaba ir más allá me abandonaría por la guarra de Adriana, pero tampoco quería convertirme en una cualquiera.

—¿Y qué hicistes...?.

—Pues que iba a hacer, como una tonta cedí a sus pretensiones. Al final del curso se hacía una fiesta en el instituto y no sé como logró meter unas cervezas en el salón de actos donde era el baile. Yo por no parecer una cría bebí un poco.

—Y te emborrachó.

—No, que va, vomité antes. Era la primera vez que probaba el alcohol y no me gustó nada. El caso es que me acompañó a casa en su moto, el aire me espabiló y cuando llegamos a mi casa ya estaba totalmente recuperada. En el portal antes de despedirnos nos empezamos a besar.

—Vamos dentro —dijo él sin dejar de besar a Carmen.

—Yo abrí la puerta del portal y entramos. Allí a oscuras seguimos besándonos y él me sobaba. Yo estaba acojonada, por si entraba alguien así que nos metimos en el hueco de la escalera. Allí empezó a decirme lo mucho que me quería, que yo era la única a la que quería.

—Que zalamero.

—Si, pero el caso es que la cosa fue a más. El metió la mano por debajo de mi falda y empezó a subir tocando mis muslos. Yo había decidido antes de ir al baile que le dejaría hacer, pero aquello me pilló por sorpresa e instintivamente cerré las piernas.

—No por favor...

—Venga, que no pasa nada —decía mientras poco a poco vencía su resistencia hasta poder tocar la tela de sus bragas.

—Estaba a punto de llorar, pero él no se dio o mejor dicho no quiso darse cuenta. Yo solo podía pensar en que si no le dejaba hacer se iría con la guarra de Adriana, así que traté de relajarme. Él notó esto y se lanzó definitivamente. Mientras me besaba introdujo su mano dentro de mis bragas y empezó a tocarme ya sin ningún pudor.

—Y tú ¿qué hiciste? —preguntó una Carolina cada vez más excitada por el relato de su amiga, se había quitado el arnés y se masturbaba.

—Por favor Carmelo... no sigas, esto no está bien.

—Pero él no hacía caso, continuaba acariciándome y besándome, aquello debía excitarme, pero yo no era capaz de concentrarme en lo que estábamos haciendo. Solo podía pensar en que alguien nos pillara, en que se enterara mi madre... .

—Te quiero, te quiero cariño, eres la chica más guapa del mundo.

—Me decía mientras no paraba de besarme y meterme mano. Él se dio cuenta de que empecé a mojarme, era inevitable, a pesar de que estaba muy nerviosa y que en realidad no quería, sus tocamientos hicieron que mi coño se humedeciera. Yo estaba abochornada, pero no decía nada, espera a ver si se cansaba y lo dejaba.

—En un momento dado él paró de tocarme y de besarme. ¡Por fin! pensé aliviada, pero...

—Vamos a hacerlo —dijo mirando a una asustada Carmen a los ojos.

—No era una pregunta era una afirmación, yo no sabía que hacer. Por una parte sabía que si le decía que no, se iría con Adriana. Pero si le decía que sí me convertiría en una guarra como ella.

—Carmelo por favor, no, esto no esta bien...

—Por qué no mi amor, yo te quiero y tú me quieres a mi, qué puede haber de malo en ello.

—Es que esto solo lo hacen las... ya sabes, las pilinguis

—¿Pilinguis?, mira que eras cursi, ja, ja, ja —se burlaba Carolina de la inocencia de su amiga.

—Pero nadie lo sabrá, mi amor, solo tú y yo. O es qué no me quieres.

—Ahí estaba, era lo que más temía que dijera. Me estaba haciendo chantaje emocional, él sabía que yo estaba loca por él.

—No dije nada, y él lo tomó como una afirmación, me levantó el jersey y retiró mi sostén, sin que yo opusiese ninguna resistencia. Sus manos enseguida cubrieron mis pechos desnudos de caricias, aunque yo no podía disfrutarlas, estaba asustadísima. A esa edad yo apenas sabía nada sobre el sexo, ni que decir tiene que mis padres no me había hablado de ello, y solo mi madre me había prevenido sobre las intenciones de los chicos.

—Que tetas, que tetas, —decía mientras acercaba su boca a aquellas masas de carne blanca.

—Sin apenas darme cuenta me dio la vuelta e hizo que me inclinara hacia delante, poniendo mi culo en su entrepierna que noté dura. Aquello me asustó aún más. Yo no había vista nunca una polla y temía que aquello me lastimara.

—Carmelo por favor, déjalo por favor.

—Chisttt mi amor, no pasa nada —decía mientras izaba mi falda dejando al descubierto unas bragas blancas que cubrían las nalgas. Tiene un culo preciso, —dijo al tiempo que con ansia agarraba uno de los cachetes que se le mostraban tan a mano.

—Carmelo, por favor, no sigas —decía sin atreverse a girar la cabeza para que no viera que estaba apunto de echarse a llorar.

Él no hizo caso y continuó con su trabajo. Con nervios, bajó las bragas de su novia, y ante él se mostró un culo perfecto, unos cachetes blancos y firmes, que estaban apretados debido a la tensión y evitaban que Carmelo viera el ano.

—Es precioso.

—Yo en ese momento ya no podía hablar, apoyaba las manos en la pared para evitar caerme y lloraba en silencio, pero no decía nada, le dejaba hacer. Al cabo de un rato de estar tocándome, sentí como él se desabrochaba el pantalón y lo dejaba caer. Por poco me meo del miedo que en ese momento sentí.

—Por favor, Carmelo, —dijo, dándose la vuelta enderezándose y mostrando sus ojos llenos de lagrimas.

—No me seas cría, ¿eh? —respondió, obligándola a darse la vuelta de nuevo de manera brusca y subiendo la falda que había cubierto su cuerpo.

—¡Qué cabrón! —se solidarizo Carolina que la historia había empezado a dejar de excitarla, debido a que debía de haber sufrido su amiga.

—Con malos modos se obligó a que abriera las piernas todo lo que daban de sí las bragas que se había quedado por las rodillas. Se escupió en la mano y la pasó por mi coño extendiendo la saliva por él, aunque aún quedaban resto de humedad de cuando me estuvo tocando. Sin decir una sola palabra se bajó es calzoncillo y noté como su polla se apoyaba contra mi coño. La restregó varias veces por los pelos y por el exterior de los labios.

—Notaba su humedad, como aquella cosa se restregaba por mi más profunda intimidad, yo ahogaba el llanto en mi mano evitando que nadie nos oyera y bajara a ver que ocurría. Estaba todo oscuro, en silencio solo roto por los ruidos que producía mi sofocón, tenía los sentidos a flor de piel y entonces lo noté.

—¡Ayyyyyyyy!.

—Grite antes de que la mano de Carmelo tapase mi boca. Me había desvirgado, de una sola estocada, sin ninguna delicadeza. Notaba como me ardía el coño. Yo movía mi cintura tratando de sacar aquella barra de carne de mi interior, pero con la mano que tenía libre me sujetaba firmemente.

—Chiitsss, calla, o quieres que baje alguien.

—Nos mantuvimos callados, silencio solo roto por los gemidos que se dejaban escapar la mano de Carmelo. Después de un rato que se me hizo eterno Carmelo retiró su mano de mi boca y la apoyó en mi cadera junto con la otra y empezó a follarme.

—Por favor Carmelo, para, me duele mucho, para por farvor —le suplicaba entre lágrimas y casi cuchicheando para evitar que alguien los oyera.

—Por supuesto él no paró siguió follándome mientras yo notaba como me ardía el coño, era como si me arañasen en el interior.

—No sé el tiempo que pasó cuando sentí que Carmelo empujó hasta dentro su polla y la mantuvo allí mientras ahogaba un gemido. El muy hijo de puta se estaba corriendo dentro de mí. Yo sólo quería que aquello acabase y cuando me di cuenta de lo que estaba pasando ya era demasiado tarde, se había corrido dentro de mi y notaba como su lefa se deslizaba por mis piernas incapaz de retenerla en mi interior.

—Se retiró de mi interior, haciendo que una gran parte de su corrida siguiera el mismo camino descendente hasta el suelo del portal.

—Yo no podía moverme, me dolía todo, mientras él se limpiaba la polla en mis bragas.

—¡Qué hijo de puta!, prácticamente te violó y luego te trató como una vulgar puta.

—Cuando me incorporé él se ya se había vestido y yo sin mirarle a los ojos me dispuse a recomponer mi vestuario.

—Toma —dijo tendiéndome un pañuelo de papel.

—Lo cogí sin mirarle a la cara y me limpié como pude y ahí lo vi estaba sangrando.

—No te preocupes se te pasará en un rato, fue lo único que dijo.

Yo estaba asustadísima, pero terminé de limpiarme la lefa que escurría por mis piernas y me quité las bragas y las guardé en el bolso para que no se manchasen de sangre. En un gesto de caballerosidad él se giró mientras me limpiaba, no haciendo que aquello fuera menos humillante.

—Cuando llegues a caso límpiate bien por dentro para sacar todo el semen...

—Cabrón, y si me quedo embarazada, hijo de puta, —le dijo mientras le soltaba golpes contra el pecho, que apenas le afectaban.

—Mi enfado era más bien por como me había follado, yo sabía que no estaba en los días fértiles, y en aquella época el sida aún no era una epidemia.

—No seas cría, si llego a saber que te ibas a comportar como una niña, hubiese ido al baile con Adriana, que a ella no le importa follar siempre que me apetece

—Aquello fue más doloroso que la peor de las bofetadas, después de todo lo que había hecho por él resulta que me estaba engañando con Adriana.

—Hemos acabado, no te quiero volver a ver, cabrón.

—Y me encaminé hacia mi casa subiendo por la escalera con los ojos arrasados en lágrimas. El dolor físico remitía, pero yo sentía un dolor más profundo. Le había entregado mi virginidad y él me había engañado con la guarra oficial del instituto, no lo podía haber hecho peor.

A Carolina se le habían saltado las lágrimas con la historia de su amiga, que también tenía los ojos llorosos.

—Y qué pasó con ese cabrón.

—Hace como cuatro o cinco años me dijeron que se casó con Adriana pero que se habían divorciado porque ella le había engañado. Ahora no tengo ni idea de donde está, ni quiero saberlo.

Las dos guardaron silencio durante un rato hasta que Carmen rompió el hielo.

—Y bien, ¿te has puesto cachonda?

Las dos se miraron y tras un segundo se echaron a reir abrazándose, hasta que Carmen se colocó encima de su amiga y la besó en los labios apasionadamente.

—Ahora te toca a ti —dijo al tiempo que agarraba el arnés que Carolina había dejado entre ellas mientras le contaba la historia de su primera vez.

Carmen se incorporó y se colocó el arnés bajo la atenta mirada de una excitada Carolina que estaba deseando sentir aquel trozo de plástico en su interior.

—Fóllarme a lo perrito —pidió al tiempo que se colocaba a cuatro patas y se daba unos cachetes en su nalga derecha.

Aquello las hizo reir nuevamente. Carmen se colocó detrás de su amiga y se agacho deslizando su mano por el trasero de su amiga hasta llegar a su arreglado pubis.

—Uhmmmmmm, —gimió al sentir como era acariciada en su ya de por si excitado clítoris.

—¡Qué arreglado tienes el felpudito!.

—Siii, si quieres luego te lo arreglo a ti, pero ahora dame placer.

Carmen se agachó y acercó su boca a la entrepierna que se le ofrecía en todo su esplendor y comenzó a lamer aquel objeto de deseo en que se había convertido el coño de su amiga desde hacía unas horas.

Su lengua se deslizaba suavemente por los interior de los abiertos y húmedos labios vaginales de su amiga, que respondía con suspiros y gemidos al trabajo que le estaba haciendo. Pronto la lengua empezó a ser ayudada por un dedo que frotaba el clítoris que asomaba deseoso de recibir más atención.

—Ahhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhh, que gusto, sigue, sigue no pares.

La excitación era muy grande, no aguantaría mucho sin correrse. La follada de antes, la historia que le había contado y el morbo de la situación hacían que Carolina estuviese a punto de llegar al climax.

—Ahhhhhh, me voy a correr, no pares, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhh, asi, ahí, ahí, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, me corro, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

Carolina estalló en un orgasmo explosivo que regó la boca de su amiga que a pesar de esto, no cejaba en su empeño y continuaba lamiendo e introduciendo uno de sus dedos en la caliente y chorreante vagina de su amiga que continuaba gimiendo y corriéndose.

—Fooollame, por favor, ahhhhhhhhhhhhhh, fóllame yaaaaaa —rogaba una cada vez más descontrolada Carolina que notaba como los orgasmos se agolpaban uno tras de otro sin que ella pudiera, ni quisiera retenerlos.

Carmen no se hizo más de rogar y se arrodilló detrás de su amiga. Con una mano agarró el falo de plástico que surgía de su entrepierna y comenzó a refregarlo por el escaso vello que cubría la vulva de su amiga, que estaba ansiosa por sentirlo en su interior.

Por fin, después de lo que le pareció una eternidad, notó como la punta del vibrador se abría paso a través de su húmeda raja sin que encontrase ninguna resistencia.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh —gimió al sentir como era llenada completamente por aquel trozo de plástico, notando el suave arnés de cuero en sus glúteos.

Con algo de torpeza al principio, por su escasa experiencia, Carmen comenzó a realizar el movimiento de vaivén que provocaba que el consolador se deslizara suavemente en el interior del coño de su amiga, que con ansia frotaba su propio clítoris aumentando el placer que estaba experimentando.

Sin saber muy bien por qué lo hizo Carmen se chupó un dedo y con delicadeza lo introdujo en el ano de su amiga, que no pudo contener un orgasmo al notar como era penetrada por delante y por detrás.

—Ahhhhhhhhhhhhh, si, si, no pares, no pares, ahhhhhhhhhhhhh —gemía mientras su amiga continuaba penetrándola al tiempo que notaba como ella también estaba a punto de correrse debido a la fricción que la parte trasera del consolador ejercía sobre su clítoris.

No pasó mucho tiempo hasta que las dos, en una coordinación casi perfecta, estallaron en sendos orgasmos.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, me voy a correr, ya lo noto, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, —gritó Carolina notando como el consolador y dedo de su amiga la penetraban y la conducían a cotas de placer que ya casi había olvidado.

—Yo también, ahhhhhhhhhhhhhhhhh, yo también —gimió al tiempo que extraía el dedo del esfínter de su amiga y lo usaba junto con el resto de su mano para apretarse los pechos en el momento en que las dos estallaron en un orgasmo simultáneo.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.......

Carolina no pudo aguantar más tiempo y se orinó de placer con el consolador aún en su interior. Nunca le había pasado aquello, no podía contener la catarata en la que se había convertido su vagina. Estaba asombrada al tiempo que el orgasmo se prolongaba mientras continuaba meándose encima.

Carmen estaba boquiabierta viendo lo que hacía su amiga, y extrajo el vibrador de su interior lo que hizo que la riada aumentase de caudal. Fueron unos segundos, en los cuales Carolina no pudo controlar su vejiga y en los que el placer se multiplicó por mil, hasta tal punto que notó como un calor la invadía haciendo aumentar la temperatura de su cuerpo hasta cotas insospechadas, e impedía que pudiera reaccionar.

—Increíble —dijo una asombrada Carmen, que sí sabía lo que había pasado, su amiga se había corrido, una corrida que solo podía ser fruto de la excitación del punto G.

—Lo siento —respondió Carolina al tiempo que se levantaba de la cama y se dirigía corriendo al baño, aunque cuando llegó al inodoro no fue capaz de expulsar nada.

—No sabía que nadie pudiera correrse de esa manera —le dijo cuando regresó del baño.

—¿Correrme?, me he meado encima.

—Que va, te has corrido de esa manera porque te he encontrado el punto g.

Aquello dejó a Carolina boquiabierta mientras contemplaba como había quedado la cama. No se podía creer lo que le decía su amiga.

—Mira, —le dijo mientras señalaba con el dedo el charco que se había formado en un pliegue de la sábana—, ves como no es orina, que es más denso y de color blancuzco.

Era cierto, Carolina no podía explicar lo que le había pasado.

—Ha sido algo... no sé no puedo explicarlo, era como un río que se deslizaba desde mi interior y que no podía detener, y que hacía que el placer aumentara continuamente.

Las dos permanecieron un rato en silencio contemplando de pie el humedal en el que se había convertido la cama de Carolina.

—Espero que la próxima vez me toque a mí.

Las dos rieron por la ocurrencia de una Carmen que permanecía de pie al lado de su amiga aún con el arnés puesto.

—Si, yo también lo espero, es algo increíble, no se puede describir, y es la primera vez que me pasa, y me alegro de que haya sido contigo.

Las dos se abrazaron juntando sus sudoroso cuerpos, y se besaron con pasión, haciendo que la calentura que apenas las había abandonado empezara a subir grados.

Así estaban las dos, a punto de volver a tirarse encima de la cama, cuando Carolina se dio cuenta de la hora que era.

—Por Dios —dijo al tiempo que se separaba casi con brusquedad de una asombrada Carmen, —has visto la hora qué es.

Carmen miró su reloj de pulsera y se sobresaltó al ver que hacía más de tres horas que estaban allí, las niñas debían estar a punto de llegar.

Con rapidez recogieron todo, y cambiaron las sábanas de la cama, que afortunadamente tenía una sábana impermeable protegiendo el colchón. Esta la había puesto Carolina hacía unos meses cuando María del Carmen empezó a quedarse a dormir y lo que no era dormir en su cama.

Las dos tomaron una ducha y poco después de tenerlo todo recogido llamaron al timbre, eran las niñas que volvían del cumpleaños de Adrián.

Continuará Aquilexx.