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La primera vez de Ana

en Hetero: Primera vez

Cuando Ana nació, era la muñequita de su padre. Fue el primer hombre al que sedujo, ¡y de qué manera! El hombre estaba loco por su niña, un querubín rubito de ojos claros y piel de melocotón. Lo que el hombre sentía era auténtica pasión por su niña, tanta que el destino que le vaticinaba era un camino de éxitos y fama. El pobre hombre no se imaginaba los quebraderos de cabeza que iba a sufrir con una belleza por hija.

Cuando Ana contaba doce años se hizo mujer, y su padre lloró de tristeza en un rincón de la habitación al ver lo rápido que ella crecía, mientras su madre se afanaba en explicar a una atenta hija los procedimientos a seguir a partir de entonces, además de prevenirla de los chicos, pues eran "peligrosos y siempre se aprovechan de la inocencia de una".

Ana asentía muy seria, pensando en que sus amigos no le parecían peligrosos, pero que si su madre lo decía, pues sería verdad, pero… Aún así, le quedó una pequeña punzada de curiosidad.

Para cuando contaba dieciséis años, su cuerpo había pasado de ser un palillo de dientes, a ser una carretera con todas sus curvas y prominencias en su lugar, y por supuesto, su orgulloso padre la lucía siempre que podía, pero recatadamente, y nunca la dejaba salir sola a partir de las ocho de la tarde, no fuera que a la pobre la fueran a desgastar a base de miradas.

Pero a pesar del control al que la sometía su progenitor, como le sucede a todo el mundo, ella conoció a un chico, y éste era mayor.

Trabajaba en el supermercado, y la situación de su encuentro fue la típica de "ay, que no llego al estante de arriba (caída de ojos), ¿me ayudas? (sonrisa tímida y leve sonrojo)". Por supuesto, él la ayudó con sumo gusto y correspondió al lenguaje corporal de ella, coqueteó como experto en la materia ("y tú guapa, ¿estudias o trabajas?"), y ella, como novata en el tema del cortejo, aceptó la propuesta del empleado, un joven de unos veinte años con el carnet de conducir nuevecito en la cartera, de dar una vuelta aquella tarde.

De camino a casa, ella se acordó de las palabras de su madre, y sintió un placentero cosquilleo de excitación, presintiendo que por fin iba a saber qué narices tiene un hombre de peligroso.

Cuando bajó al encuentro del chico, vestida con lo más provocativo que encontró (camiseta con escote y pantaloncitos cortos), él ya la esperaba en su Ford fiesta destartalado de quince años de antigüedad, flamante regalo de cumpleaños de su padre.

Fueron a tomar un helado y a pasear. Más tarde, sentados en un parque lleno de gente, se atrevió a darle un suave beso en los labios.

-Me gustas mucho Ana, eres tan tierna…- dijo mientras le acariciaba la cara, que enrojecía por momentos. Volvió a besarla, y ésta vez, ella notó algo que quería entrar en su boca, algo que nunca había notado en ninguno de sus novios de clase. Abrió la boca, y algo húmedo y grande rozó la suya. Pensó "¡Madre mía qué asco, me está metiendo la lengua!" Sin embargo, no se apartó. Por no hacer que él se sintiera mal por un lado, y de todas maneras, y pensándolo bien, no estaba tan mal, era suave. No, definitivamente no era tan asqueroso como había pensado en un principio. De hecho, no sabía qué ocurría, pero de repente sintió elevarse su temperatura corporal de manera exponencial. Se olvidó de todo lo que había a su alrededor.

Bueno, lo olvidó hasta que una abuela se acercó y les dijo que se fueran a hacer guarradas a otro lado porque allí había niños jugando.

Hicieron caso a la buena señora, se montaron en el coche, y él preguntó si quería que la llevara a casa. Por supuesto que Ana dijo que no ¡Con lo bien que se lo estaba pasando! Sentía que estaba cerca del dichoso "peligro", y eso la excitó aún más. Notó, por primera vez, cómo una humedad nueva surgía de su interior y humedecía las braguitas. Se sintió avergonzada, pero era una chica valiente y no se iba a acobardar por algo así, y le dijo a él que la llevara a algún sitio para poder seguir besándose.

Él no se hizo de rogar, y en menos de diez minutos estaban en un picadero que quedaba entre los dos pueblos, un lugar apartado donde nadie les molestaría. Eso le bastó a Ana, que se lanzó ansiosa a los labios de aquel chico, aquella boca que besaba tan bien y le daba tanto gustito.

Al cabo de unos minutos de besos apasionados en que la incipiente barba de él amenazaba con lacerar seriamente la piel de melocotón de la chica, él susurró con voz entrecortada:

-Ana, cariño, mira cómo me tienes…- y cogiendo la mano de ella, la dirigió al tremendo bulto que se le había formado en los pantalones. Ana no cabía en sí de la sorpresa, ¡estaba tocando un pene! Y vaya pene. Grande, duro como una roca. Sintió que su vulva se comunicaba con ella a través de oleadas de flujo y una hipersensibilidad nunca percibida hasta entonces.

-¿Puedo verlo?-dijo tímidamente, sin haber retirado aún la mano.

-Ay, Ana, que no respondo.- dijo él con voz pastosa. Pero tampoco le dio tiempo a la contestación, en cuestión de segundos tenía el pantalón y los calzoncillos a la altura de los tobillos, dejando libre un más que respetable miembro que, enhiesto como una farola, apuntaba directamente a una atónita y excitada Ana. –Tócala- pidió él. Ella alargó un dedo y rozó la punta.

-Es suave.- murmuró mordiéndose el labio.

-Cógela…-ella lo miró dudosa, y percibió que estaba muy excitado, algo que le dio mucho morbo. La cogió con sus pequeños deditos, arrancándole un suspiro de ¿placer? ¿anticipación?

-No se qué hacer ahora.- dijo ella, con el falo firmemente cogido, pero sin mover la mano.

Sólo tienes que mover la mano hacia arriba y hacia abajo, suave.- ella seguía todas las indicaciones, y veía el efecto producido en él. Era muy excitante, pero sabía (era inocente, no tonta) que si continuaba con aquello, ella se iba a quedar con más ganas que un borracho a la puerta del bar cerrado, así que retiró la mano y se quitó la camiseta. Cuando el chico la vio en sujetador, sus pechos firmes apretados por la fina tela, fue como si alguien hubiera dado un pistoletazo de salida. Se echó encima de ella, besando su boca, su cuello, el inicio del virginal busto, haciendo que la cabeza de Ana girara en un torbellino de sensaciones. En un momento se vio desprovista del sujetador, y al momento siguiente de sus pantaloncitos. Se asustó un poco, y se dispuso a protestar enérgicamente cuando una mano se deslizó por entre sus bragas y llegó hasta su vulva. Dio un respingo y lo miró a los ojos, Estaba sonriendo.

-Tranquila, déjame hacer y verás cuánto te gusta.- dijo él con su ronca voz mientras acariciaba el clítoris de ella haciendo círculos suaves con los dedos. Ella calló y se dejó hacer, entre otras cosas porque de su garganta no habría salido ningún sonido que no fuera suspiro.

"Madre mía, qué gusto… ¡Y mi madre diciendo que era peligroso!" pensaba ella mientras intentaba no jadear. Él seguía acariciándola mientras la besaba por todas partes, y cuando ya creía que iba a estallar de gusto, él se detuvo.

-¿Pero por qué paras?- protestó sin apenas voz.

-Espera, vamos a hacer algo que te va a gustar más.- dijo él mientras se quitaba la camiseta y se echaba sobre ella en la parte trasera de aquella carraca.

Entonces fue cuando el pene subió hacia la tierra prometida, y poco a poco, con delicadeza, fue abriéndose paso. A ella le dolía mucho, pero estaba relajada, sabía que no sería tan placentero si no se dejaba llevar, así que colaboró abriendo sus piernas todo lo posible.

El falo entraba y salía poco a poco, abriendo camino, hasta que él creyó que ya era suficiente y empujó con fuerza, introduciendo de golpe todo el miembro en el interior de ella, arrancándola un grito de sorpresa y dolor. Se detuvo para ver cómo estaba, pero ella no le dio tiempo a preguntar, pues empezó a mover sus caderas bajo él, evitando que se detuviera el movimiento. Sí señor, aquello le estaba gustando. Tanto, que el movimiento rítmico pronto aumentó la velocidad, suspirando ambos, jadeando por el esfuerzo, sudando y empañando los cristales. Con aquella velocidad, él no aguantó más de unos minutos, y de repente arrugó la frente, exhaló un fuerte jadeo y se echó encima de ella, luchando por respirar.

Ella recuperó la conciencia en ese momento, cuando sintió que algo se estrellaba en su interior, la excitación se cortó de golpe.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué has parado?- dijo entrecortadamente, tratando también de recuperar el aliento.

-Porque ya he terminado, cariño.- contestó él mientras se recostaba sobre su pecho.

-Ya, pero… Bueno, no se, es que yo me he quedado igual.- espetó ella, notando cómo la indignación ganaba terreno, presintiendo que él no tenía ningunas ganas de acabar lo empezado.

-Uff, déjame que recupere el aliento, anda.- susurró sin moverse.

-Ya, pero es que se me está pasando el arroz.- subió su tono dos octavas. Él pareció notar cierto malestar, porque levantó la cabeza para verle los ojos. Ella aguantó la mirada, casi echando chispas, así que, de mala gana se incorporó.

-Está bien, has sido buena chica y te mereces un premio.- dijo con una sonrisa pícara de medio lado. A ella se le esfumó la ira de golpe y le devolvió la sonrisa mientras él metía su cabeza entre las piernas bien abiertas de Ana.

Tenía la vulva dolorida de la penetración, así que notar la suavidad y frescura de la lengua sobre su clítoris la transportó en tiempo récord a un estado de excitación tan grande que volvió a notar cómo un río se escapaba de su interior. Él movía la lengua en círculos, y de vez en cuando daba algún lametón, alternando con succiones, y a ese ritmo, en muy poco tiempo ella estaba gimiendo de placer, por fin conocedora de lo que era un Orgasmo (con O mayúscula), agarrando la cabeza de él, casi ahogándolo en sus jugos hasta que quedó exhausta y le permitió subir hasta una posición más cómoda (todo lo que permitía aquel cochecito).

Cuando aparcó enfrente de la portería de Ana, se giró hacia ella y le dio un pico suave, apenas un roce. – Quiero repetirlo.- dijo mirándola a los ojos. Ella lo miró tiernamente, le acarició la cara.

-Gracias, yo te llamaré.- y se bajó del coche, pensando que si su madre de verdad creía que lo que ella acababa de hacer era peligroso, era que no tenía ni idea de lo que era un orgasmo. No veía ningún peligro que no se pudiera evitar en todo aquello, y en clase habían dado algo de educación sexual. Tendría que hablar seriamente con su madre, en algún momento futuro, claro. Y sí que quería repetirlo, sí. Al entrar en el edificio se cruzó con su vecino, el del sexto, un chico de unos veintitantos años que se pasaba la vida haciendo deporte y tenía un cuerpazo de no te menees. Se miraron de apreciativamente, observaron sus cuerpos, y en ese momento, ella decidió que él iba a ser el próximo. Y como lo hiciera bien, iba a ser el próximo de una bonita lista que pensaba elaborar.

Mientras tanto, en el pequeño Ford, el chico estaba contento. "Me llamará" pensó ilusionado. Entonces se le borró la sonrisa y se dio un manotazo en la frente.

-¡Mierda, pero si no tiene mi teléfono!