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Parada y fonda

en Fetichismo

Parada y fonda

Desde hace años siempre durante el mes de mayo, mi esposa y yo nos regalamos unas mini-vacaciones. Cogemos el coche y nos vamos a descansar unos días. Este año no iba a ser una excepción y así, un viernes, cogimos el coche en dirección a una zona de playa muy alejada de las zonas más turísticas. Llegamos a media tarde a un pequeño pueblo de costa y tras recorrerlo, encontramos en las afueras, asomado a la playa, un pequeño hostal. Nos bajamos del coche y tras preguntar disponibilidad y precios, decidimos quedarnos unos días.

El hostal estaba regentado por dos mujeronas; Sara y Vero. Según nos contaron, eran amigas y hacía dos años que lo regentaban, desde que decidieron abandonar la ciudad. Sara debería tener unos 35 años, pelirroja, pelo corto y con un cuerpo que Rubens lo hubiera deseado para inmortalizar. Todo en ella era abundancia sin ser obesa. Tenía unas tetazas de impresión, anchas caderas y sus piernotas se coronaban por un tremendo culo con forma de pera que se desparramaba por sus muslos. Vero era algo más joven y no tan exuberante como su amiga, aunque tampoco tenía desperdicio. Algo más baja, era morena y también lleva el pelo corto. Sus tetas, aunque de buen tamaño, no eran como las de su amiga. Su respingón y redondo culo era espectacular y más puesto que llevaba unas mallas ajustadas que lo ensalzaban en todo su esplendor. Otro elemento que no pasaba desapercibido de su cuerpo era que debería ser muy peluda; sus patillas y brazos así lo delataban y se me confirmó al ver sus axilas que una camiseta de tirantes no escondía y que me permitieron ver una brillante mata de pelo. La verdad, se me prometían unos días increíbles puesto que mis caseras me estaban alegrando la vista desde que llegue. No hay nada que me guste más de una mujer que tenga un buen culo y que no se rinda a la moda de eliminar el máximo de vello de su cuerpo. Así es mi mujer, Berta tiene 37 años, es rubia y tiene un culazo de infarto, blanco, redondo y grande sin un ápice de celulitis. Talla 100 de sujetador, tiene los pezones pequeñitos pero con una gran aureola. Como ya conoce mis gustos no pone reparo en depilarse lo mínimo. Su chocho siempre está adornado con una buena pelambrera para alegrar nuestros encuentros sexuales.

Tras dejar las maletas, mi mujer Berta y yo decidimos bajar a tomar una copa con ellas antes de cenar. Así empezó nuestra relación con esa encantadora parejita de amigas. Estuvimos un buen rato charlando de todo y entre cerveza y cerveza el tema fue derivando hacia lo sexual. Al cabo de un rato ya nos estábamos contando nuestras vidas y preferencias. Ellas nos dijeron que eran pareja y que habían buscado una vida más tranquila en este lugar. Mi esposa, que es abiertamente bisexual, les preguntó si eran lesbianas y ellas respondieron que era bisexuales, que anteriormente habían estado casadas las dos, que se conocieron e hicieron hincapié en el hecho que como coincidieron sus gustos, decidieron irse a vivir juntas. Nosotros les contamos que hacía 5 años que estábamos casados y que teníamos una relación algo abierta, pues la bisexualidad de Berta nos había proporcionado algunos maravillosos tríos con alguna que otra amiga suya. No sé si Berta se dio cuenta pero tanto los ojos de Sara como los de Vero brillaron ante esta afirmación.

Cuando ya llevábamos unas cuantas cervezas decidimos cenar. Estábamos solos en el hostal así que les sugerimos que cenaran con nosotros y así poder seguir hablando. Después de cenar seguimos tomando unas copas y no sé si por el alcohol o el terrible calor que hacía que provocaba que todos estuviéramos acalorados fue Berta la primera que se lanzó. Les preguntó a qué se referían cuando nos habían dicho que coincidieron en sus gustos. El rostro de Sara se enrojeció al instante, Vero, más pausada, le dijo a Berta, acercando su silla a mi mujer:

“Creo que somos unas marranas pues no encanta el sexo, digamos, algo sucio”.

Yo, ante tales palabras ya estaba como una moto. La picarona de mi mujer les dijo que nosotros tampoco éramos unos santos. Señalándome les dijo que:

“Mi marido no deja que me depile, le encanta que lleve chocho peludo, se pasa horas lamiéndolo y oliéndolo”.

Tras decir eso, se puso en pié y levantó el corto vestidito de verano que llevaba puesto enseñándonos a todos como el pelo le sobresalía de su diminuto tanga blanco, cuando aun no nos habíamos repuesto de la visión, se dio la vuelta y nos ofreció una inmemorable panorámica de su culazo, agachándose un poco para que lo admirásemos todos.

“Mirad, que pelambrera llevo también por detrás”.

La cosa estaba poniéndose muy caliente. Berta agachada enseñándonos sus nalgas separadas con esfuerzo por una tira blanca adornada con pelo en ambos lados. El inconfundible olor del culo de Berta estaba trepando por mis fosas nasales y supongo que no era el único porque automáticamente Vero acercó su cara al culo de mi mujer y le dijo si podía olerlo. No hizo falta que Berta asintiese que ya le estaba separando las nalgas con sus manos, incrustando su nariz en el culo de mi caliente mujercita. Tras olerlo unos segundos dijo:

“Berta, eres una perrita caliente. Tu culo huele de maravilla”

A lo que Berta respondió:

“Otra cosa que le gusta al cerdo de mi marido es oler mis tangas usados, se pone como una moto oliendo y lamiendo mis prendas íntimas y cuanto más sucias mejor”

Ahora fui yo el que me puso rojo como un tomate. Berta les preguntó que les parecía que las tres se quitaran sus tangas y me los daban a oler. Entre risas las dos amigas aceptaron. Berta fue la primera en desprenderse de su ajustado tanga blanco, y enseñándoselo a sus nuevas amigas dijo:

“Mirad que sucio está, lo llevo incrustado en mi culo todo el día y con este calor se ha puesto perdido”

La verdad estaba muy sucio y desprendía el característico olor de los tangas usados de mi esposa.  La parte que cubre su peludo coño tenía una gran mancha  que delataba lo caliente que estaba. Lo mejor pero era la tira que tapa su agujero anal que por el sudor y los pedos que se había marcado durante todo el día era de color marrón clarito. Antes de ofrecérmelo se puso la tira bajo su nariz e inspirando fuertemente dijo:

“Mmmm ... huele a culo que tumba”

Vero y Sara explotaron a reír y le pidieron a Berta si lo podían oler ellas primero. Yo accedí gustosamente y las dos amigas se turnaron en oler detalladamente el tanga sucio de Berta.

Ahora fue Sara quien tomó la iniciativa diciendo que el culo de mi mujer era caviar del bueno a la vez que decía que ahora le tocaba a ella. Se desprendió del ajustado pantalón que llevaba y ante nosotros apreció un recio y robusto culo blanco que engullía un tanga de hilo dental rosa. Como mi mujer se inclinó hacia delante, dejándonos a la vista todo su trasero. Lentamente se bajó el tanga y directamente se lo ofreció a Berta, a la vez que le decía que a ver si le gustaba el olor de su culo. Berta, golosamente cogió la prenda, y colocándose la tira del tanga hilo dental a modo de bigote, abrió sus fosas nasales al máximo y dijo:

“Uffff ... Sara, por dios! que pestazo, estoy deseando meter mi lengua en tu esfínter”

La siguiente fue Vero quien sin perder tiempo se bajo con esfuerzo sus ajustadas mallas mostrándonos su culazo. A ver quien se atreve con el mío, dijo mientras se desprendía de su tanga blanco. Antes de dárselo a mi mujer, lo estiró al máximo enseñando su parte interior.

“Mirad que mancha ha dejado mi húmedo coño”

La verdad su flujo había dejado un rastro que se podía seguir a dos metros de distancia. Luego nos enseño la tira que se incrustaba en su ano que estaba completamente manchada de un color marrón fuerte que delataba su procedencia, mientras le preguntaba a Beta si también quería oler su caca. Berta asintió y cogiendo la sucia prenda aspiró todo su aroma exclamando:

“Joder Vero, no sé que me gusta más, si el pestazo de tu coño o el de tu culo”.

Ahora era mi turno y las tres, denudas de cintura para abajo, me ofrecieron por turnos sus tangas. Empecé con el de Vero, mi nariz pasaba velozmente de su mancha de flujo a la suciedad que su trasero había impregnado. Después cogí el de Sara y repetí la operación. El olor de ambas era fuerte pero muy agradable y la excitación se iba adueñando de mi miembro. Berta lo vio y les dijo que me estaba poniendo caliente como un perro. Yo respondía que cómo querían que estuviera antes tres hembras tan jamonas, y tan cerdas. Las tres rieron mientras Berta me ofrecía su tanga. Su olor me era muy familiar pese al impacto en mis fosas del olor de los coños y culos de nuestras nuevas amigas.

Yo también me despojé de mi slip mostrándoles mi polla goteando de tanta excitación. Sara dijo que tenía la polla muy rica mientras Vero cogió mi slip y lo olió con fruición. Dijo que pese a que le gustaba más el olor de coño y culo de mujer, mi slip no olía nada mal, mientras repasaba con su nariz las manchas que un largo y caluroso día habían dejado en la prenda.

Sara y Berta se empezaron a besar en la boca y a manosearse por todos lados. Vi como mi mujer le separaba las nalgas y le introducía un dedo en el ano. A este punto Sara no propuso que cerráramos y nos fuéramos a su habitación.

No hizo falta que nadie dijera nada, a los pocos segundos ya estábamos los cuatro en su habitación.

Nada más llegar, Vero se abalanzó sobre Berta que en cuestión de segundos perdió el vestido. Sara le ayudaba y entre las dos la pusieron a cuatro patas en la cama. Ahora era el turno de Sara, se puso justo detrás de Berta y le separó las nalgas introduciendo su cara entre ellas. Vero, en un santiamén, se deslizó bajo el cuerpo de Berta para acoplarse en un tórrido 69 que mi mujer no despreció. Yo decidí tomármelo con calma y contemplar el panorama. La imagen era espléndida; Vero tumbada en la cama, con las piernas completamente separadas, luciendo una espléndida mata de pelo negro en su pubis, comiéndole el coño a Berta que a su vez se inclinó al máximo para comérselo a su nueva amiga, mientras Sara no paraba de oler y comer el culo de mi mujer. Los ruidos de tantas lenguas en acción chapoteaban por la habitación a la vez que el olor a hembra se iba apoderando de todo el ambiente.

Mientras Vero y Berta se comían una a otra, Sara aprovechó para desnudarse. Ante mis ojos apareció un rollizo cuerpo de hembra en celo. Mientras lo hacía sus tetas se bamboleaban temblando ante el esfuerzo que hacían para mantenerse erguidas. Enseguida volvió a su postura a cuatro patas detrás del culo de mi mujer que Vero se encargaba de abrir al máximo mientras deslizaba su lengua por el peludo coño de Berta que ya estaba reluciente de tanta lamida y de sus jugos. Sara volvió a la tarea de degustar el culo de Berta mientras le decía: “vaya culazo más apestoso tienes, te voy a sacar todos los pedos que llevas dentro”. Yo no sé si fueron estas palabras o la presión que ejercía Sara con su lengua en el ano de Berta, el caso es que a Berta se le escapó un sonoro y largo pedo que nos hizo reír a los cuatro a la par que por la habitación se esparcía el inconfundible aroma del culo de mi mujer.

En más de una ocasión en nuestros juegos sexuales se abrían paso prácticas de este tipo. Me encanta oler el culo de mi mujer, verlo como se dilata al máximo para expulsar después un pedo en mi cara, a veces limpio, otras no tanto. Ella tampoco no hace reparos a que yo se lo haga a ella mientras me come el culo o me lo folla con un dedo o con un vibrador.

Sara le empezó a decir que quería más pedos que su culo olía a gloria y que quería degustar su caca. Berta le respondió que siguiera comiéndole el ano que en breve tendría su premio. Sara seguía lamiéndole el ojete con deleite a mi mujer. En esta postura, me ofrecía una visión única de su gran culo contorneándose por el gusto que experimentaba al degustar los aromas del intestino de Berta y las flatulencias que periódicamente expulsaba en su cara, a veces firmes y secas, otras húmedas y prolongadas. Eso ya fue imposible de resistir y me coloqué detrás de Sara, formando una gran cadena y empecé a acariciar su culo. Era enorme pero firme, con algo de celulitis, cosa que no me desagrada pero suave y terso. Le separé las nalgas y entre sus dos enromes nalgas apareció ante mí un surco lleno de débil y fino vello pelirrojo que sombreaba un perfecto y redondo ano rosadito del cual se podían contar todos sus pliegues. Acerqué mi nariz a ese maravilloso ano y me quedé embriagado por el fantástico olor que desprendía. Era una combinación de olores que ni el más sagaz perfumista hubiera podido componer. Un fondo de sudor no rancio, acompañado del ocre olor a culo de mujer y adornado por un toque de notas que su coño y sus flujos se encargaban de emitir. Le dije que su culo olía muy bien y que ahora quería oler un pedo suyo. Sara le preguntó a Berta en voz alta si yo era tan cerdo como ellas y Berta le respondió que podía usarme a su antojo que no la defraudaría. Ante estas palabras Sara empezó a contraer repetidamente su ano que se abría y cerraba antes mis ojos espasmódicamente hasta que en el momento más inesperado de su interior surgió como una exhalación un estruendoso y largo pedo que vario de tono de más a menos a medida que su esfínter lo iba expulsando. La verdad es que su pedo apestaba e inundó con su pesado aroma todo el ambiente. A este le siguieron tres o cuatro más de menor intensidad hasta que en un último esfuerzo su ano emitió un largo sonido estridente, como si de una corneta desafinada se tratara, que rubricó su actuación dejando escapar un sonoro “plof” al expulsar un pequeño pedazo de grueso y marrón excremento. El olor era inconfundible y Vero, que hacía rato que sólo la escuchaba jadear por la comida de coño que mi mujer le estaba dando dijo:

“Sara, eres una cerda! ya te has cagado sin avisar” ... “entiendes ahora Berta a lo que me refería”

Berta respondió que ahora lo entendía todo y que nosotros encajábamos perfectamente en sus preferencias, que las íbamos a satisfacer en todo.

El paso del chorizó en su recorrido desde lo más hondo de las entrañas de Sara hasta el exterior le había dejado el culo completamente abierto. Los bordes de su ano se habían ensuciado así como algún que otro pelo que lo bordeaba. Yo ya no podía más y mi polla estaba pidiendo a gritos taladrar ese agujero. Sara me espetaba a que le comiera ahora el culo que ahora sí que olía bien. No me hice rogar y acerqué mi boca a ese colosal ano sucio y en breves minutos se lo limpié completamente, dejando un regusto especial en mi boca. Berta que se había percatado me dijo que le dejara probar el culo de Sara.  Y como estaba imposibilitada para maniobrar, opté por introducir lenta pero inflexiblemente mi dedo anular en todo el culo de Sara. Mi dedo se abrió paso con facilidad en sus entrañas, casi que podría decir que verdaderamente lo succionó hasta que mis nudillos se hundieron en las blancas carnes de sus nalgas. Así estuve un rato removiendo el dedo hasta que, de golpe, lo extraje de su culo. Salió con pena de tan amable cobijo pero contento por la misión que tenía encargada. Lo miré y estaba bastante sucio del excremento que se había fijado en las paredes de su recto. Lo olí y el grado de apestosidad había subido enteros. Me acerqué a la dulce cara de Berta y le dije:

“No querías probar el culo de Sara, aquí lo tienes”

Separándole la cabeza del coño de Vero, le puse el dedo bajo sus fosas nasales y Berta inspiró como si le fuera la vida todo el aroma que el dedo embadurnado desprendía. Prácticamente chillando dijo que estaba muy caliente, que quería comerse todos los coños, pollas y culos de la habitación y que quería que nos la follásemos por todos los lados. Me cogió de la mano y se introdujo mi dedo sucio del culo de Sara en su boca, chupándolo como si fuera una polla hasta que lo dejó bien limpio. Vero, que seguía bajo el coño de mi mujer, me dijo que ella también quería comer del culo de Sara y, sin hacerme rogar, volví a repetir la misa maniobrar enfilando con mi lubricado dedo el camino a través de recto hasta el excremento de Sara. Cuando deduje que debía estar bien ensuciado, lo saqué con cuidado de no perder tan valiosa carga y, tras olerlo, se lo di a comer a Vero, que no paraba de decir que Sara era la zorra que más le apestaba el culo del mundo.

Berta, completamente desinhibida, y que parecía que se encontraba perfectamente en el papel de líder me dijo que porqué no repetía la operación pero que ahora lo hiciera con mi polla que al ser más ancha y larga que el dedo saldría más cargada de los tesoros de Sara. Vero aprobó la idea rogándome que le petara el culo a su novia que lo tenía entrenado. Sara enseguida levantó algo más su esplendoroso y sucio culo diciéndome:

“No has oído, venga párteme el culo, méteme tu polla hasta las entrañas que saldrá con premio”

Mi polla ya estaba a tope y reluciente por las gotas de líquido seminal que surcaban mi capullo. Apunté el glande en el centro de su ano y mi polla se deslizó sin mucho esfuerzo por todo su recto hasta tocar con mi pubis sus grandes globos blancos. Se la había tragado toda. Empecé un movimiento lento y rítmico de penetración. Apretaba hasta el final para después, lentamente sacarla completamente de su culo, regocijándome con la visión de su ano completamente abierto. Cada vez que la extraía, un ligero “flop” acompañaba dicha maniobra, era como si abrieras algún envase sellado al vacío. A cada embestida, mi polla se iba manchando de su mierda, cada vez que la sacaba estaba más marrón y cada vez olía peor la habitación. Cuando ya estaba cerca de correrme, pues Berta y Vero ya lo habían hecho entre gritos por el salvaje 69 que se estaban regalando. Le pregunte a Berta si ya estaba preparada. Me dijo que sí y aceleré el mete-saca en el culo de Sara, mientras me decía que se estaba corriendo, que se iba a cagar. Le ordené que lo hiciera y cuando noté en la punta del capullo la presión de su excremento, le saqué la polla del culo velozmente. Salió completamente marrón de su interior. Aun no me había retirado ni un par de palmos cuando su culo empezó a emitir varias ráfagas de pedos. Su ano parecía que estuviera guiñándome el ojo hasta que de repente expulsó como si de una fuente se tratara de una inconstante cagada que se iba depositando encima de las sábanas. Primero expulsó 3 o 4 trozos grandes y anchos de su morcilla natural, a estos le siguieron 6 o 7 pedazitos más finos y largos hasta que tras contraer su agujero del culo varias veces terminó la fiesta con una sonora flatulencia que recordó el ruido de una piula. Solté un “bravo” como si estuviera en la ópera, era la más cerda y espectacular cagada que había visto nunca. Berta y Vero se deshicieron del placentero 69 y vinieron a ver el resultado de todo el trabajo de Sara. Las dos, cogidas de la mano se acercaron al culo de Sara, abriéndole las nalgas, acercando su nariz a su culo para no perderse detalle. Una detrás de otra lo olieron y lo chuparon mientras Sara gimoteaba por el esfuerzo y el placer. A esto, el único que no se había corrido era yo, así que me puse en medio de las dos y les dije:

“Quien quiere el regalo”

Mostrándoles mi erecta y sucia polla recién extraída del caliente del culo Sara. La moví ante sus ojos y ya no sé cual de las dos la cogió primero. El caso es que entre Vero y mujer me dedicaron una maravillosa chupada, gozando las dos de todos los jugos y olores del culo de Sara. Eso ya era inaguantable y cuando mi mujer notó que estaba a punto de correrme, le ofreció mi polla a Vero diciéndole que era para ella que ella me tenía siempre a mano. Vera le guiño un ojo y se introdujo mi miembro hasta el fondo de su garganta a la vez que Berta me separaba las nalgas y me sodomizaba con su largo dedo anular. Eso ya fue demasiado y, entre contracciones, derramaba en esa sedosa boca todo el semen acumulado. No me dejó que la sacara y se tragó hasta la última gota de mi leche. Al final, se rebaño los labios y nos tendimos los cuatro rendidos y excitados en la cama. La habitación olía a mil demonios, pero olía sobre todo a sexo. Sólo deciros que al cabo de un cuarto de hora ya estábamos otra vez a lo nuestro.

Lo que pasó después ya os lo contaré más adelante.

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