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Rebeca; momentos estelares anales (cap. II)

en Sexo Anal

         Como segundo momento estelar anal con Rebeca, ha venido poderoso y sugerente a mi memoria un episodio estival –el verano la volvía aún más ardiente si eso era posible-.

         Por aquella época yo tenía una mierda de trabajo con una mierda de sueldecillo que, sin embargo, nos daba la posibilidad de ser felices gastándolo juntos en diversiones inocentes y en pensiones baratas donde dar rienda suelta a nuestra eterna calentura, cosas de la juventud, divina juventud.

         En verano, no obstante, teníamos la posibilidad de ahorrar un poco en pensiones aprovechando una casita familiar que poseíamos en una playa cercana a nuestra ciudad. El sábado a mediodía, nada más que el fenicio de mi jefe me concedía la libertad provisional, la recogía con mi vetusto cochecito y nos encaminábamos hacia la playa. Aquel utilitario era tan venerable que gastaba más agua para refrigerarse que gasolina para la combustión de su motor, pero el caso es que despacito e ilusionados siempre nos llevaba a destino… y sus asientos y amortiguadores también soportaban fantásticos polvos en los que los poníamos a prueba desaforadamente.

         Aquel sábado, por imposición materna nos acompañaban mi hermano menor y un amigo suyo, ambos adolescentes, aunque yo sabía que eso no sería ningún problema, pues tal y como llegásemos a la playa y les abriese la jaula que era mi coche, volarían raudos al encuentro de su pandilla y nos dejarían a solas a Rebeca y a mi durante tres horas, hasta que mi padre pudiera emprender también él camino hacia la playa.

         Rebeca llevaba un pantaloncito vaquero muy, pero que muy cortito, que al sentarse en el coche se le retraía hasta sus ingles, dejando al descubierto sus apetitosos muslos de carnes suaves y firmes, que yo no dejé de acariciar durante todo el trayecto cada vez que la conducción me lo permitía, deslizando disimuladamente mis dedos hasta el inicio de su ingle izquierda, donde algunos vellos púbicos me anunciaban la proximidad de su insaciable coño.

         He de explicar llegado a este punto, que por aquellos años Rebeca, por su edad y por que aún no era algo habitual como hoy en día, no depilaba su coño, a lo sumo lo normal era recortar el vello y depilar las ingles, aunque aquel verano, por expresa petición mía, dejó su coño y contornos auténticamente salvaje y frondoso.

        Esta petición era fruto de una experiencia que tuvimos en una barca, en la que una pasajera se sentó frente a nosotros y no sé si descuidadamente realizó el viaje con las piernas abiertas y vestida sólo con su bikini, cuya parte inferior nos dejó contemplar sin dificultades un abultado paquete de vello púbico y dos frondosos mostachos negros que sobresalían a ambos lados de la tela. Aunque en principio aquella visión nos resultó divertida, yo terminé excitándome como un venado en septiembre, por lo que pedí a mi complaciente Rebeca que ese verano me regalase un tupido bosquecillo como antesala de su apetitoso coño. Como Rebeca era de natural complaciente en todo lo relacionado con el sexo, transigió divertida con mi petición. Aún hoy recuerdo excitado cómo accedía, pícara y libidinosa, a abrir su entrepierna mientras estaba tumbada bocarriba en su toalla de playa, mostrándome su entrepierna en la que la braguita de su bikini se mostraba incapaz de contener el abundante vello que poblaba su pubis e ingles. Yo contemplaba extasiado aquellos voluminosos labios vaginales bajo la tela de su bikini y toda aquella pelambrera desbordando su ropa de baño, mientras ella sonreía excitada, pensando, con razón, que como canta Raimundo Amador, mi horizonte era el muro de su entrepierna.

         Finalizada esta necesaria digresión sobre el felpudo de Rebeca, vuelvo al núcleo del relato, que había dejado en mis caricias a sus muslos, que contribuían a ponerla más cachonda aún. En una parada técnica que hubimos de realizar a mitad de camino para repostar –de agua- a mi pobre coche, que competía en recalentamiento con Rebeca y conmigo, aproveché para hacerle unos arrumacos y decirle al oído, mientras besaba su orejita, que estaba deseando llegar a la playa para follarla como era debido, a lo que Rebeca respondía simplemente con el brillo excitado de sus ojos y una peculiar sonrisa en la que su boca hacía una mueca que invariablemente afloraba cuando el tema era gastronómico o sexual.

         Reanudamos el camino y pudimos llegar a la playa en medio de una espectacular canícula que nos tenía sofocados de calor, pues mi paupérrimo utilitario no tenía ni sombra de aire acondicionado, sólo la turbina de aire caliente que entraba en el habitáculo por las ventanas abiertas y que contribuía a achicharrarnos aún más.

         Como era de esperar, mi hermano y su amigo tiraron sus equipajes en su habitación, cogieron sus toallas y salieron disparados hacia la playa, por lo que Rebeca y yo nos miramos, miramos el reloj, cerramos la puerta de la casa y comenzamos a devorarnos a besos, húmedos, ensalivados, profundos, en los que nuestras lenguas se enlazaban, mientras nuestras manos apartaban la poca ropa que nos cubría y acariciaban ansiosas nuestros sudorosos cuerpos. No habría tregua para una ducha refrescante, nuestros cuerpos y mentes demandaban sexo y habría que dárselo.

         Nos encaminamos al dormitorio en la planta alta de la casa. Como siempre, cedí el paso a Rebeca, caballeroso y procaz, pues así podía ir sobando su redondo y apetitoso culo mientras subíamos. Ella no se cortó un pelo e introdujo la tela de su bikini en la raja de su culo a modo de tanga, lo que me permitió una espléndida visión de sus carnosos cachetitos ondulando a ambos lados a cada escalón que subía, mientras yo babeaba hipnotizado ante aquel culito que tanto gusto me daba y que en ese instante decidí follarle convenientemente para responder a tanta provocación.

         Entramos en uno de los dormitorios y nos despojamos de nuestras ropa de baño, permitiéndome acariciar y chupar las tetitas de Rebeca, pequeñitas pero enhiestas y coronadas por dos espectaculares pezones que sólo a ella  disgustaban, pues a mi me encantaban, a pesar de que Rebeca se quejaba de que el poco tamaño de sus tetas le impedía proporcionarme magníficas cubanas tal y como hubiera sido su deseo.

         Tras desnudarnos completamente, nuestras ávida manos se encaminaron a masturbar frenéticamente nuestros sexos, era todo el preámbulo amatorio que nuestra calentura nos permitía, no estábamos con temperamento para otras caricias y prólogos, esclavos del deseo mutuo, por lo que tomé a Rebeca de la cintura y la giré, comprendiendo ella inmediatamente que deseaba que se pusiera de rodillas con su torso apoyado sobre la cama, completamente expuestos ante mi su apetitoso culo y su chorreante y peludo coño, palpitante y ansioso por ser penetrado.

         Antes de lanzarme al asalto y penetrarla, acaricié con dos dedos toda la extensión de su encharcada vagina, separando sus labios y aspirando el fuerte olor que desprendía su entrepierna, un olor almizclado a sexo en celo, sudoroso pero limpio, excitante y embriagador efluvio de la hembra que con esta artimaña encadena al macho a su entrepierna para ser inseminada desde la noche de los tiempos.

         Así con una mano mi durísimo miembro y rocé mi prepucio por toda la encharcada zona exterior del coño de Rebeca, separando los húmedos pelos que estorbaban mi penetración, golpeando su clítoris para aumentar aún más su deseo de ser follada, para a continuación enviarle de golpe mi polla hasta lo más profundo de su coño, pues Rebeca había acudido impaciente a su encuentro, ansiosa por ser penetrada. Pronto mis huevos chocaban rítmicamente contra su coño, al mismo tiempo que mis caderas palmeaban contra los cachetes de su apetitoso culito, mientras mis manos se aferraban a sus delicadas caderas, apenas cubiertas de magra carne, propias aún de una adolescente.

         Merced a lo delgadita que siempre ha sido Rebeca, podía contemplar perfectamente cómo mi polla hendía poderosa su vagina, separando sus labios húmedos y saliendo completamente embadurnada de sus flujos vaginales, que impregnaban de olor a sexo toda la habitación, musicalizada por el sonido de nuestros jadeos y gemidos de placer.

         Pasado el primer momento de ímpetu, no puede evitar deleitarme en la contemplación del culo de Rebeca, contorneado en tres tonalidades: bronceado en la zona externa que el bikini no cubría, blanco donde el sol no se posaba y parduzco alrededor de su recién estrenado ojete, circundado por algunos rizados vellos negros que se extendían desde la fronda principal de su tupido coño.

         Mientras bombeaba inclemente el tórrido coño de Rebeca, mi vista permanecía hipnotizada en la contemplación del anillo parduzco de su culo, que permanecía al descubierto merced al agarre que mis manos ejercían sobre los cachetes de sus nalgas. Pronto mi polla se endureció y creció aún más al hacerse firme la idea de follarme nuevamente el culito de Rebeca, por lo que salí de mi concentrado silencio, espetándole de momento a mi resoplante novia:

-         Voy a follarte por el culo.

-         Nooooooooo, sigue por el coño, que me encanta.

-         De eso nada, me tienes muy burro y tengo que petarte el culo, lo está pidiendo a gritos.

-         Nooooooo… es que… hoy no creo que podamos…

       Rebeca no terminaba de explicarse, pero como dijo Julio César al cruzar el Rubicón: “Alea jacta est”, y la suerte de su culo esa tarde también estaba echada: iba a ser follado.

         Nuestras primeras experiencias anales –excepto la primera- habían sido ayudadas por la socorrida vaselina, aunque terminamos recurriendo a la saliva, pues la vaselina nos pringaba demasiado y para el gusto de ambos lubricaba demasiado la zona, minimizando el gustoso roce del esfínter de Rebeca en mi polla, lo que disminuía el placer de ambos. Cuando Rebeca, en medio de una de nuestras habituales cabalgadas perrunas a cuatro patas, sentía un certero golpe de mi saliva sobre su ano, sabía que era el preludio a una divina enculada que ambos disfrutaríamos al máximo, aunque ella, como un juego aceptado por ambos, comenzaba siempre con una pantomima de lloriqueos y ruegos para no ser enculada, que no hacía sino aumentar mis deseos de poseerla analmente.

    A pesar de sus objeciones, dejé caer una generosa cantidad de saliva sobre el prieto y parduzco anillo trasero de Rebeca, que en ese momento se supo irremediablemente follada por el culo, por lo que paciente a la vez que excitada me dejó hacer, al tiempo que seguía follándola sin descanso por su ardiente coño que amenazaba con cocinar a fuego lento mi polla. Tras ensalivar generosamente su culo, comencé a introducirle un dedo, que fue aceptado sin problemas por su elástico esfínter.

     Comprobar que su culo cedía a mis indagaciones y sustituirlo por mi polla fue todo uno, impaciente por horadar aquel prieto culito que tanto gusto me proporcionaba desde que lo desvirgué en fechas no muy pretéritas.

     Rebeca se me ofrecía completamente abierta de piernas, poniendo su culo a la altura exacta para que yo pudiera administrarle mi polla sin forzar la postura y que los avances fueran lo más controlados posibles. Siempre comenzaba con una labor de barrena circular que terminaba de dilatarle el esfínter, en principio resistente a tolerar mi invasión, pero que terminaba siendo vencido por la combinación de la lubricadora saliva y el empuje de mi durísima polla, que poco a poco terminaba introduciendo su pertinaz prepucio en aquel acogedor anillo, que lo apretaba y tanto placer le proporcionaba.

     Tras introducirle el prepucio, Rebeca había descubierto que la forma más eficaz de lograr la completa sodomización sin dañarla demasiado era un bombeo veloz pero de milimétrico avance, introduciendo tan sólo una pequeña porción de polla en su recto a mucha velocidad y sacándola inmediatamente, hasta que su anillo se dilataba adaptándose al grosor de mi polla. En ese momento, lo peor había pasado y Rebeca pedía polla hasta el fondo de su culo y sin miramientos, ella misma se agarraba a donde pudiera para poder hacer más fuerza y reculaba hasta ensartarse de polla hasta el fondo de su culito pequeño pero tragón. A partir de ese momento la follada de culo era espectacular, ofreciéndose Rebeca con su culo entregado y abierto, animándome a que se lo follara a fondo y sin ambages, empleando ambos un lenguaje sucio que nos ponía aún más cachondos.

     Aquel día era algo diferente, pues Rebeca estaba un poco sumida en sí misma, concentrada, con los ojos cerrados, sudorosa, con la cabeza reclinada de lado sobre el colchón y resoplando con cada envión de polla que yo le recetaba hasta el fondo de sus intestinos. Parecía que no lo estaba disfrutando como en otras ocasiones y eso me preocupaba a pesar de mi calentura.

-         ¿Qué te pasa, no te gusta cómo te estoy follando el culo?

-         Siiiiii, pero… pero córrete ya, por favor…

-         De eso nada, primero quiero que te corras tú –respondí mientras redoblaba mis pollazos en su maltratado esfínter, que seguía soportándolos a duras penas-.

-         Nooooo… hoy no… córrete ya, por favor…

      Me tenía desconcertado, pues la notaba muy caliente y excitada, pero por otro lado manifestaba estar dispuesta a renunciar a su orgasmo y a no dilatar en exceso nuestra follada anal. Desoyendo sus recomendaciones me negué a precipitar mi orgasmo –había descubierto que cuando ella ya se había corrido y comenzaba a dolerle, bastaba con sacarle mi polla casi por completo y follarla sólo introduciendo mi prepucio en el culo para así estimular la zona más sensible de mi miembro y precipitar de esta manera mi orgasmo-, por lo que procuré ahondar en sus entrañas, cuidando muy mucho de sacarla hasta el punto en que mi punta se rozara con su dilatado esfínter, lo que retardaba mi orgasmo, al tiempo que multiplicaba el castigo a su maltrecho ano, que se veía dilatado por la base de mi polla, más ancha que el resto.

     Rebeca, avergonzada por lo que estaba sucediendo en su interior y no se atrevía a confesarme, no pudo seguir conteniendo el normal transcurrir de la naturaleza, pues hacía rato que ya no era dueña de la contención de su maltrecho esfínter anal, por lo que en uno de mis bombeos un fuerte olor invadió la habitación. Mi primera reacción fue mirar mi polla, que salía embadurnada de una sustancia marrón del prieto culito de Rebeca, que tenía el intestino lleno y su pudor le había impedido declarármelo, entregándome complaciente su ofrenda anal a pesar del riesgo que aquello entrañaba.

     Lejos de detener aquel imprevisto mi frenesí, no hizo sino incrementarlo, sorprendentemente hasta para mí, que me encontré empujando nuevamente hasta el fondo del culo de Rebeca, sabedor de que enterraba mi miembro entre los excrementos de su intestino, que poco a poco afloraban al exterior cubriendo mi polla. No pude resistir aquella extraña y morbosa situación ni un minuto, corriéndome como un verdadero animal mientras intentaba introducirme en el culo de Rebeca hasta que mis huevos me avisaron, golpeando contra su encharcado coño, de que ya no me quedaba más polla por introducir en aquel dilatado y sucio culo, que sin embargo me estaba matando de placer. Seguía soltando chorros de leche en el intestino de Rebeca mientras ella se ruborizaba avergonzada de estar materialmente cagándose sobre mi polla. La situación era bastante inusual y bizarra, pero yo no podía negar que me estaba vaciando de lo lindo a cuenta de ella, continuaba empujando el culo de Rebeca, pues mi polla no cesaba de escupir leche en el fondo de sus intestinos, signo inequívoco de lo gratificante de aquella hedionda práctica sexual que había sucedido inesperadamente.

     Rebeca pugnaba por safarse de mi enculada para levantarse, pero yo me negaba a soltar sus caderas, mientras mis pulgares abrían sus nalgas para poder seguir contemplando cómo la raja de su culo estaba impregnada de sus heces, así como mi vello púbico y la exigua porción de polla que yo consentía en sacar de su culo para prolongar mi orgasmo y seguir escupiéndole en sus intestinos los estertores de mi abundante corrida.

     Finalmente Rebeca notó que yo aflojaba, por fin satisfecho, la presión sobre sus caderas, liberándola de la presión que la mantenía presa entre mi polla y la cama, al tiempo que mi miembro decrecía en su interior, lo que aumentaba el peligro al liberar del tapón de carne que lo mantenía cerrado a presión, a su maltrecho esfínter, lo que sin duda precipitaría al exterior todo el contenido de semen y excrementos del culo de mi complaciente Rebeca. Esta saltó ágilmente y se precipitó corriendo hacia el cuarto de baño. Yo la imité y me dirigí al baño de la planta inferior. Ambos nos aseamos durante un rato y ya duchados –y convenientemente vaciados y limpios los intestinos de Rebeca- nos acostamos juntos para acariciarnos y disfrutar el relajamiento posterior a la sesión de sexo. Ella estaba muy avergonzada por la situación, pretendía disculparse por el discurrir de la naturaleza, mientras que yo a mi vez me encontraba confuso y reacio a compartir con ella que la experiencia había sido inesperada, sucia… pero enormemente gratificante, por lo que ambos decidimos correr un tupido velo sobre la experiencia y no volvimos a hablar de ella, ya que no se volvió a repetir, a pesar de que ambos continuamos practicando el sexo anal frecuentemente y con inusitado ardor.

     Años después pude comprender que no estaba solo; en mi anarquía de formación literaria –como cantaban en el programa de Dragó: “todo está en los libros”-, cayó en mis manos una de las obras capitales del Marqués de Sade: “Filosofia en el tocador”. En este volumen uno de sus personajes, el caballero de Dolmançé explicaba sucinta y perversamente el motivo del multiplicado goce que aquella tarde me había producido penetrar el cargado culo de Rebeca. No sé si mi mente estaba enferma, pero al menos no estaba sola en el laberinto de mi deseo sexual, había alguien –al que condenaron a morir en un manicomio, eso sí- que siglos antes de que yo enculara a Rebeca, había abierto la senda por la que transitaba mi perversión, indicándome que todo estaba ya inventado:

Fragmento del libro “Filosofia en el tocador” del Marqués de Sade.


En él, Dolmancé y la Sra. de Saint-Ange instruyen a Eugenia, una joven señorita, sobre los placeres del libertinaje. Dolmancé es un gran experimentado que tiene gran predilección por los culos. Aunque prefiere penetrar culos de apuestos señoritos, los culos de las hembras también despiertan su pasión. Él es quien nos explica aquí el procedimiento para iniciar a una persona inexperta:

 

SRA. DE SAINT-ANGE: Permitid un momento que sea alumna a mi vez y que os pregunte, Dolmancé, en què estado debe encontrarse, para complemento de los placeres del agente, el culo del paciente.

 

DOLMANCÉ: Lleno, por supuesto; es esencial que el objeto que sirve tenga entonces las mayores ganas de cagar, a fin que la punta de la polla del jodedor, al alcanzar el mojón, se hunda en él y deposite más cálida y blandamente la leche que lo irrita y enardece.

 

      Espero que no les haya importunado en demasía lo escatológico y bizarro de este nuevo capítulo de mis momentos estelares anales con Rebeca, pues no hago más que transcribir lo realmente sucedido, sin quitar ni añadir una sola coma a la realidad.

     Un beso para Rebeca, allá donde esté, pues su inolvidable y ardiente culo aún sigue excitando mis pensamientos con su solo recuerdo; que su culito fogoso y tragón siga dando y recibiendo placer por siempre.