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Pasiones Ocultas

en Hetero: Primera vez

                A través de la sombría habitación su mirada la atravesó como una oleada de puro fuego.

                Tan solo los débiles rayos de luna se atrevían a filtrarse por las delicadas cristaleras, simulando sus formas sobre la madera pulida del suelo o los elegantes muebles que poblaban el espacio. El silencio se mantenía uniforme en su caótica cadencia de soledad. Únicamente el liviano sonido de sus respiraciones, el roce casual de la tela al efectuar un movimiento.

                Él siempre había sido frío, tan distante como un témpano de hielo. Ahora, mientras avanzaba hacia ella con esa arrogancia que le caracterizaba, le resultó mucho más humano, como si algo se hubiese desvanecido en su interior para dejar paso al calor. Aún así, cuando la luz argenta incidió directamente sobre él, volvió a pensar, como tantas otras veces, que aquella perfección parecía cincelada sobre mármol, no sobre carne, sangre y huesos. Su atractivo rostro, lo armónico de sus formas, el cabello perfectamente ordenado, rubio como el mismo sol… aquellos ojos grises que parecían los de un ángel. Pero él no se parecía en nada a estas criaturas. Era como un demonio, cargado de belleza y maldad a partes iguales. ¿Qué podía hacer ella más que caer en sus dulces garras?

                Se detuvo a la mitad del camino entre ambos, extendiendo una de sus manos pálidas hacia ella. Apenas pudo resistirse a obedecer, sometiéndose a su voluntad. La siguió con la mirada, analizando las curvas de su cuerpo, el movimiento de sus caderas al bambolear el vestido que la cubría, de un blanco inmaculado. Cuando llegó a su altura, cediéndole su mano casi sin haberlo pensado, él la atrajo hacia sí de un firme tirón ante el que ella trastabilló, apoyándose en su pecho para poder estabilizarse. Al percatarse de esto trató de alejarse, asustada por su propio atrevimiento, pero su ángel la tenía bien sujeta. Le sonrió tranquilizadoramente, disfrutando del rubor en las mejillas morenas de la joven.

-Eres muy hermosa.- le murmuró, dejando que su aliento acariciase la piel de la mujer, erizándola durante un instante. La acarició con lentitud.- Muy hermosa…

                No podía creer sus palabras. Ella no se consideraba ni mínimamente tan bella como él. Aún así los ojos grises del hombre veían mucho más. Había dulzura en ella, candidez. Su cuerpo resultaba increíblemente apetecible, así como su rostro, ligeramente aniñado. Su cabello le acariciaba los hombros, siendo de un castaño cercano al tono del chocolate, que contrastaba con el verde esmeralda de sus ojos, flanqueados por largas pestañas negras que le hipnotizaban cada vez que parpadeaba. Sin quererlo, su mirada se perdió por el sinuoso abismo de sus senos.

                La rodeó lentamente, impacientándola de un modo cruel. Sus manos le acariciaron los brazos desde la espalda para después recrearse por esta, buscando la cremallera con que podría deshacerse de la tela que separaba su piel de la de él. Cuando ella sintió que comenzaba a desvestirla se puso tensa.

-¿Qué está haciendo?- trató de desasirse, sin luchar realmente con convicción.- Esto no está bien…

-Tranquila.- murmuró con un tono bajo antes de besar su cuello. Pudo sentir como se estremecía y la amó por ello.

                Dejó que sus manos paseasen por su recta espalda, deshaciéndose del leve velo para acariciar la suavidad de sus formas mientras su lengua recorría los delicados tendones de su cuello, mordiéndolos suave, aunque firmemente, cuando no podía contenerse. Le excitaba increíblemente que ella estuviese dejando que todo pasase con tanta facilidad. Un pequeño corderito en las manos de un lobo. Rodeó su cintura, situando una mano abierta sobre su vientre, y la apretó bruscamente contra para dedicarse la lóbulo de su oreja. El trasero de la mujer tocaba por completo la creciente entrepierna del hombre que la estaba devorando. Sintió desenfreno al tenerla contra sí, tanto que, no pudo evitar que una de sus manos alcanzase uno de los pechos de ella para apretarlo con delicadeza. Ella gimió, casi como un quejido, pero él continuó masajeándola, aumentando el ritmo de su respiración al presionar la sensible zona que comenzaba a endurecerse en su pecho.

                La pobre muchacha era incapaz de moverse o reaccionar de algún modo. Cuando le gustaba jugar a este juego. La soltó de pronto para volver a colocarse frente a ella. Había lascivia en su mirada esmeralda, ese febril brillo de pasión que aún no sabía controlar. Se mordió el labio inferior sin saber porque lo hacía. Estimulado por esto, él sostuvo su rostro con firmeza para besarle los labios lentamente primero, sintiendo la suavidad de estos, el tacto húmedo que le indicaba su deseo, para después incrementar el poder de sus besos. Ella le respondía con cierta torpeza, tratando de complacerle en lo que le era posible. Se sentía tan extraña. Entre sus piernas el calor era intenso, palpitante, y parecía desear que la tocasen. Entreabrió un tanto los labios, dejando que la lengua de él la inundase con sus agradables juegos con los que la incitó para que enzarzarse en una batalla hermosa de sensaciones que ninguno de los dos ganaría. Cuando él se distanció un tanto la dejó con la miel en los labios, lamiéndoselos pero sin dejar que rozase los suyos otra vez.

-Quítame la camisa.- le ordenó él, cargado de amabilidad.

                Ella dudó un momento, sintiendo una fuerte vergüenza ante la perspectiva de desnudar a un hombre. Él se limitaba a mirarla, esperando que obedeciese su mandato con paciencia. Debía darle espacio, no forzarla. Con las manos temblorosas, se atrevió a desabrochar un botón lentamente, pues le costaba coordinar sus movimientos de puro nerviosismo, para después ceder el segundo, el tercero… Pareció tomar cierta soltura, deshaciéndose de la camisa rápidamente pasta dejarla entreabierta, mostrando el cuidado torso de su compañero. Hasta ahí llegó su atrevimiento, deteniéndose en la tesitura de si continuar o mantener la compostura. Al ver la duda en ella, el hombre tomó su mano para internarla él mismo en la calidez de su pecho, dirigiéndola para que recorriese sus pectorales, bajando lentamente. Ella tragó saliva, casi extasiada.

                La soltó para dejar que explorase por sí misma, retirándose por completo la camisa, y llevó sus dedos a la tela que aún la cubría, retirándola con gran maestría para dejar que cayese al suelo, descubriendo el cuerpo de su presa. Una sonrisa lobuna se dibujó en su rostro al comprobar que ella se encogía, tratando de cubrir, con vergüenza, sus grandes senos de pezones oscuros, acordes con su propia piel. Le apartó los brazos delicadamente, aunque con firmeza, y la contempló un instante para después pasear las yemas de sus dedos sobre aquellos montes, sin llegar a abrazarlos por completo, tan solo rozándoles, provocándoles escalofríos que le endurecían aquellos hermosos puntos morenos. Rozó uno con sus dedos, causándole un breve espasmo.

                Continuó su juego con los pechos de ella que, mientras se acostumbraba a esta nueva normalidad, dejó que su deseo por tocarle a él se hiciese real. Ambos exploraron sus torsos, maravillándose el uno con el otro, acostumbrándose a sus respectivos cuerpos. El placer que aquello le producía a nuestro ángel iba en aumento, apretándole ya en los pantalones. Se aproximó a ella cuanto pudo, rozando su pecho con el de ella, sintiendo el agradable calor sobre su piel. La muchacha retrocedió un tanto, intimidada, pero él continuó aproximándose, como si se tratase de un juego del que él era el dueño. Recorrieron de este modo gran parte del espacio hasta que el trasero de ella se topó con una mesa de despacho repleta de papeles, una elegante pluma con tintero… Estaba atrapada, a su merced.

                Aproximó sus labios a los de ella para besarla una vez, tranquilizadoramente, y después comenzó a descender por su cuello, recreándose en sus intenciones, para llegar hasta su pecho. Aquí se detuvo un tanto, acompañándose con las manos para apretarla, lamerle, desesperarla… Rodeaba sus pezones con la lengua despacio, creando círculos concéntricos que parecían no llegar nunca al punto exacto donde se creaba una explosión que se dirigía directamente hacia su húmeda intimidad. Sus gemidos apagados, contenidos, le excitaban mucho, tanto que no pudo evitar morderle un pezón hasta hacer gritar. Después de este arranque lo besó a modo de cura antes de continuar descendiendo. Atravesó su vientre dejando un camino de saliva a su paso sobre el que su aliento se convertía en una delicia estremecedora. Sobrepasó su tierno ombligo para llegar a una zona que la puso realmente tensa. Besó la zona superior de su pubis para atrapar entre sus dientes las pulcras braguitas blancas de encaje. Las bajó de este modo, describiendo un tesoro completamente suave, libre de cualquier vello que pudiese molestarle. Terminó de retirarle la prenda antes de mirarla, complaciéndose en sus tímidas reacciones.

                Se irguió por completo para que sus manos descendiesen por la curva anterior su trasero respingón, que apretó con fuerza antes de palmearlo sonoramente. Ella de nuevo se quejó pero, en lugar de ser más suave, decidió darle una nueva cachetada más fuerte que la anterior. Sonrió con fuerza al ver que ella trataba de contener un grito. Decidió golpearla una última vez, tan fuerte como pudo, para que gritase de verdad. La silueta rojiza de su mano quedaría impresa en aquel trasero de piel oscura. Deslizó sus manos hacia sus muslos para levantarla entonces como una muñeca, dejándola sobre la mesa, tirando varios objetos. La tinta roja cayó al suelo y comenzó a crear un charlo similar a la sangre.

                Acarició sus piernas antes de separarlas. La muchacha trató de hacer fuerza para mantenerlas juntas pero su voluntad no le pertenecía, de manera que cedió ante los deseos de aquel ángel de cabellos perfectamente rubios. Sintió vergüenza al dejar al descubierto su rosada vagina, deseosa de ser tocada de todos los modos posibles. Finalmente él la rozó con sus dedos limpios, haciendo que ella se estremeciese de un modo que le fascinó. Sí, era suya, completamente suya. Le sorprendió encontrarla tan húmeda como estaba, con el tacto tan suave como pura seda. Recorría sus pliegues como si fuese su dueño mientras en ella la respiración se le aceleraba. Tocó su clítoris directamente, haciéndola saltar, para después descender al extremo contrario he introducir un tanto su dedo índice, que cedió sin dificultades. Aquí la chica se llenó de nervios.

-Espere… Yo no…

-Shhh.- puso un dedo sobre sus labios para mantenerla callada.

                Sí, ya lo sabía, aquella criatura era virgen, por eso la había elegido. Deseaba ser él quien penetrase por primera vez en aquel cuerpo tierno que se le ofrecía casi como un sacrificio. Decidió hacer que gozase antes de entrar en ella, de manera que se arrodilló frente a la mesa, entre sus largas piernas. La rojez del rostro de ella en este momento era inmensa. ¿Él  iba a…? Su pensamiento se vio interrumpido por un tremendo placer que la hizo gritar. La lengua de este hombre parecía únicamente interesada en su hinchado clítoris, acariciándolo tanto de arriba a abajo como en círculos. Lo apretaba entre sus labios, lo absorbía e, incluso, se alejaba de él unos angustiosos segundos en los que dejaba escapar su aliento sobre él, haciendo que se estremeciese. Quería ver como aquella tierna joven alcanzaba el mayor placer, el modo en que reaccionaba su cuerpo a él. Sus dedos no pudieron resistirse, acariciando la entrada a su intimidad durante algún tiempo antes de introducir un primer dedo. Ella gimió como no lo había hecho antes, llevando una mano hasta el cabello rubio del hombre, agarrándoselo con fuerza, como si acabase de ser poseída. Introdujo inmediatamente un segundo dedo con el que comenzó a entrar y salir o, simplemente, a trazar círculos en su interior. Podría notar con las yemas de los dedos donde se encontraba su intacto himen, esperando a que su pene lo destrozase. Sabía que ella estaba cerca del orgasmo, así que introdujo sus dedos tan lejos como pudo para agarrarla por esa pequeña curva dentro del cuerpo de una mujer, sosteniéndola desde ahí, para dedicarse enteramente al botoncito rosado, tan sensible que la hacía gritar de puro placer. La jovencita, aún con el rostro colorado, retuvo todo el aire que pudo en sus pulmones antes de dejarlo escapar todo en un grito intenso mientras sentía la sensación más poderosa que había experimentado nunca. Su mano agarró aún con más fuerza el cabello de su amante, apretándolo contra su vagina, que comenzó a contraerse sobre los dedos de él.

                Aquello había sido muy superior a lo que había experimentado nunca antes. Le avergonzaba reconocer que se había masturbado varias veces pero el placer que encontraba cuando terminaba no tenía nada que ver con lo que él le había hecho. Permanecía con los ojos cerrados, disfrutando de la reminiscencia de la gran explosión que sufrido su cuerpo, moviendo las caderas suavemente en busca de más de aquella adictiva sensación. Apenas fue consciente de que él se había puesto en pie y se había desabrochado el pantalón. De pronto sintió como algo le rozaba el estimulado clítoris, haciéndola saltar, y cuando abrió los ojos encontró que aquello había sido el erecto miembro de su compañero. Jamás había visto un pene pero le resultó mucho más apetecible de lo que había imaginado. De hecho deseó poder lamerlo, sentirlo entre sus manos, pero le daba demasiada vergüenza actuar como una cualquiera.

-No me haga daño.- le pidió, deseando realmente, aún por encima del temor, que introdujese eso dentro de ella. Era como si su cuerpo le estuviese pidiendo tenerla.

-Seré cuidadoso.- le aseguró él, sonriente, mientras continuaba acariciando su glande con el clítoris de ella.

                Esa trémula jovencita que había visto en un principio ahora mostraba una cara oculta, una lujuria que sus ojos mostraban. Era como todas las demás.

                Buscó su entrada, agarrándola con fuerza por las caderas para entrar pausadamente. Estaba tan mojada que no le costaba avanzar, pues las paredes le abrían paso en señal de saludo. Sin embargo, llegó a un punto en el que no pudo continuar, dejando parte de su pene fuera. Entonces, antes de que ella incluso pudiese protestar, retrocedió para embestirla con fuerza, sintiendo como su himen se rompía. Ella gritó de dolor, retorciéndose un tanto. Él no continuó inmediatamente al ver como un hilillo de sangre carmesí escapada del interior de la muchacha. Le dio un espacio para respirar antes de mover las caderas despacio, asegurándose de hacerle sentir todo su miembro dentro. La chica protestaba de dolor cada vez más débilmente hasta el punto en que dejó que fuese el placer lo que la envolviese. Se sintió extraña, repleta de ese miembro que era capaz de sentir dentro de ella en toda su magnitud. Continuaba sangrando, manchando parte de la mesa con algunas gotas dispersas, pero ya no le importaba. Deseaba que él volviese a hacerla tan feliz como antes. Sintió una mano del hombre colocándose sobre su vientre, apretándolo con firmeza.

-Mírame.- le ordenó él al ver que cerraba los ojos, dejándose llevar. No se atrevió a contradecirle, así que centró sus ojos verdes en los de él, mirándose el uno al otro con intensidad mientras las embestidas subían de categoría.

                Dominación, eso había conseguido de una jovencita tan fácilmente como si la hubiese embrujado. Ella mantenía aquellos labios deliciosos entreabiertos, gimiendo paulatinamente pero sin atreverse a cerrar los ojos. Cada vez que la penetraba, sus generosos pechos se movían al compás. Los agarró entre sus manos, acariciándolos cada vez con más fuerza conforme la brutalidad se hacía posesora de su cuerpo. Él solí se frío, solía pensar todo cuanto hacía, pero cuando alcanzaba un placer como el que sentía ahora resultaba incapaz de controlarse. El animal que llevaba dentro le ordenaba que la embistiese con todas sus fuerza, tan rápidamente que no le dejase respirar. Apretó los pechos de ella, pinzando sus pezones con los dedos para escucharla chillar antes de volver a agarrarla de las caderas, sintiendo que iba a descargar en breve.

                Ella gemía en una pose tan seductora que cualquiera se hubiese vuelto loco de lascivia el verla, con los brazos extendidos como una pobre muñequita desprotegida que no dejaba de gemir pero mantenía su mirada en la de él. El propio rubio se acercó a sus labios para besarlos con una pasión desenfrenada, mordiéndolos en ocasiones, saboreando su lengua sin el control que había impreso antes a sus pasos. Estaba prácticamente tumbado sobre su cuerpo, de manera que podía sentir sus duros pezones arañándole la piel mientras la agarraba con más fuerza, dejando sus nudillos blancos por la presión.

                Sus gemidos incontrolados, incluso mientras la besaba, le parecían tan excitantes, tan inspiradores. Él respiraba como una auténtica bestia que deseaba desfogarse en aquel cuerpo virginal. El sonido de sus cuerpos la chochar rompía el pulcro silencio que habían mantenido más o menos vivo. Se distanció de sus labios, pues quería disfrutar de las últimas penetraciones en libertad. Ahora que la boca de la joven estaba sola, comenzó a gritar sin control alguno. Aún cuando a él ya lo le importaba que le buscase con la mirada, ella continuaba siendo obediente, continuaba manteniendo sus ojos tan fijos en él como el inmenso ardor de sus entrañas le permitía. Ella estuvo a un paso de alcanzar de nuevo el orgasmo cuando sintió una explosión de algo caliente en su interior, acompañado de un brutal grito de victoria de su amante. Este sufrió varias descargas que le llevaban de placer, tanto que llegó a poner los ojos en blanco. Se dejó caer sobre el cuerpo de la joven sin separar su sexo del de ella, exhausto.

                La jovencita había estado a punto de llegar. Tan solo un poco más. Sus dedos descendieron a su botoncito para acariciarlo rápidamente, con efusividad, mientras sentía la respiración desacompasada del rubio sobre ella, produciéndole aún más gusto. Rememoró el momento en que él se había colmado de placer como el mayor erógeno que podía imaginar y, sin poder controlarse, curvó la espalda para sentir de nuevo espasmos en sus vagina, envolviendo ahora el pene, ahora menos erecto, del hombre. Al hacer esto consiguió relajarse por completo, cerrando los ojos, sonriendo del propio gusto. Su vagina continuaba empapada en sangre pero eso no le importaba lo más mínimo. Le miró a él, agotada, y se apartó el cabello de la cara para ver mejor la expresión relajada de su rostro, más angelical de lo que hubiese imaginado. Parecía tan bueno así, casi dormido. Le acarició los rubios cabellos lentamente, recreándose en sus recuerdos de lo que acababa de suceder y no pudo evitar sonreír.

                Y así el dominante quedó dominado por su propia pasión.