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Sextasis

en Sexo Oral

SÉXTASIS

La miró a los ojos, embelesado, hipnotizado ante ese azul cielo y esa mirada soñadora y expectante ante lo que estaba a punto de ocurrir. Sin perderlos de vista, desabrochó lentamente su sujetador blanco de encaje, dejando libres unos pechos más bien pequeños, pero firmes, enhiestos, coronados por 2 pezones rosados que pedían a gritos ser mimados y atendidos. No había cosa que más deseara él, y bajando con besos rápidos por su cuello, llegó ante su busto, lanzándose con gran voracidad a alimentarse de ellos. Chupó y succionó con avidez, con fruición, como un bebé, deleitándose con su suavidad y su sabor, disfrutando tanto o más que ella, que había comenzado a emitir suaves gemidos que iban aumentando en intensidad a medida que él aumentaba sus caricias bucales sobre sus senos. Él habría podido pasarse así horas, pero ella separó su cabeza de su pecho para darle un largo beso en la boca y a continuación empujarle suavemente hacia abajo, hasta los pliegues de su falda, donde también quería sentir los labios de su amado. Él lo entendió con rapidez, y sonrió complacido. Tenía hambre de ella, y deseaba volver a alimentarse de su sexo, como había hecho tantas y tantas veces. Le desabrochó sensualmente la falda, acariciando a continuación su vulva, ya humedecida por la excitación, sobre la suave tela de su ropa interior. No podía esperar más, y, bajando sus bragas de un movimiento tal vez algo brusco para lo excitante de la situación, abrió sus piernas e introdujo su lengua en el rincón más íntimo de ella, succionando con avidez como un momento antes había hecho con sus pechos. Localizó su fuente de placer y comenzó a titilarlo velozmente con la lengua. Apenas había vello púbico, lo cuál le excitó aún más, ya que pensaba que realizar un cunnilingus a un sexo femenino rasurado era uno de los grandes placeres de la vida y el sexo. Sujetó con fuerza las nalgas de ella, ya que en el sumun de la excitación ella acercaba su vulva aún más a su boca con movimientos bruscos, pidiendo más. Los suspiros de placer de ambos se mezclaban, y al acentuarse sus movimientos de cadera, él supo que ella se encontraba al borde del orgasmo. Incrustó aún más fuertemente su boca en su  vagina, deseando beber de su placer, y en unos segundos, ella se dejó llevar: se relajó, se contrajo, se volvió a relajar y explotó en un brutal orgasmo que hizo que le zumbaran los oídos, gritando y gimiendo sin parar. Él recibió en su boca el cáliz del placer femenino, pero, para su disgusto, tuvo que separar su boca de la deliciosa vulva para evitar atragantarse ante la cantidad de flujo que caía sobre sus piernas. Ella se dejó caer, temblando aún ante la violencia del orgasmo que acababa de experimentar. Él tenía una erección brutal que necesitaba ser atendida. Sabía que en cuanto se tocara, se correría irremisiblemente. Ella, agotada ante los últimos estertores del orgasmo, le pidió que se acercara, y acercando una mano a su pene erecto, comenzó a masturbarlo lentamente, subiendo y bajando la piel sobre su enrojecido glande. Él se apresuró a acercar nuevamente su boca a su pezón derecho, para acelerar su propio orgasmo, y justo en ese momento sintió que un espasmo tan brutal como el de ella subía por su espina dorsal. Intentó torpemente succionar el pezón de ella, para aumentar el placer que le estaba sobreviniendo, mientras ella aceleraba el movimiento de su mano sobre su pene. Cuando comenzó a correrse se dejó caer sobre la alfombra, poniendo los ojos en blanco y pensando que, como muchos escritores asociaban el orgasmo con la muerte, no le importaría morir en ese momento si era eso lo que realmente se sentía en el último instante. Su sexo, ya sin la mano de ella sobre él, continuó dando cabezadas, a cada cual expulsaba pequeños chorros de su simiente. Terminó el de masturbarse con su propia mano, pensando en lo maravillosa que había sido esa sesión de sexo oral que ambos habían disfrutado tanto. Cerró los ojos y se relamió los labios, pegajosos al igual que buena parte de su rostro por los jugos de ella. Ella se sentía feliz y realizada como mujer, al ver que él disfrutaba de igual manera cuando literalmente la devoraba. Él le decía que su goce era también el suyo. Y se lo demostraba, día tras día.

Pero ella quería más, necesitaba más, necesitaba sentirlo dentro de sí. Amaba sentir la boca de él en su sexo, pero ahora anhelaba sentir su vigoroso pene en sus entrañas. Él se tumbó y ella se sentó a horcajadas sobre él. La penetró suavemente, y ella se inclinó sobre él para que pudiera alcanzar sus pechos con su boca. Su pene dentro de ella, su boca una vez más sobre sus pechos, y la sensibilidad de su vulva tras el reciente orgasmo hicieron que ella no tuviera más que volver a dejarse llevar. Tras unos instantes, separó sus pechos de su ávida boca y se balanceó suavemente hacia adelante y hacia atrás, hasta que le sobrevino un nuevo orgasmo, que coincidió con el de él, en el éxtasis de la fantasía sexual. Cayó de espaldas sobre la cama, mientras la simiente de él bajaba por sus muslos. Una vez separados sus cuerpos, cayeron en el más dulce de los sueños…

Cuando se despertaron, se fundieron en un abrazo. Él quería repetir la sesión anterior, pero esta vez fue ella la que bajó sobre su pecho, besó y mordisqueó suavemente sus pezones, y enseguida llegó hasta su pene. Sopló suavemente sobre el glande, que comenzaba a despertar ante la expectación de lo que se avecinaba. Estaba circundado, y ella posó suavemente la lengua sobre el glande, dando un lametón rápido que hizo que él se estremeciera. Sujetó el pene con una mano mientras pasó a besar los testículos, metiéndose uno en la boca y sintiendo el vello erizado acariciar suavemente sus mejillas. Los gemidos de él eran cada vez más audibles, lo que la excitaba sobremanera. Él quiso darse la vuelta sobre ella, para poder volver a beber de su sexo, pero ella lo rechazó con un movimiento sin dejar de chupar su pene. Era su momento. Ahora le tocaba a ella. Él pareció contrariado, pero no dijo nada y se dejó llevar. Ella lamió el poste por los lados, como si fuera un helado, y tras unos instantes engulló directamente la cabeza de su sexo, succionando con fuerza y haciéndole estremecerse. Movía la cabeza arriba y abajo, cada vez con más rapidez, mientras él ponía las manos sobre su cabeza, sin presionarla, simplemente acompañando sus movimientos. Al notar que sus piernas se ponían tensas, preludio del inminente orgasmo, ella aceleró su movimiento, y cuando sintió el semen subiendo por el pene, apretó fuertemente los labios sobre su glande, muy excitada ante sus gemidos, para no dejar escapar ni una sola gota de su esperma. Él la oyó, y la sintió, tragar con avidez, como él había hecho antes con ella, y cerró los ojos, extasiado de placer. Una vez hubo terminado de correrse, ella no soltó su presa, realizando breves succiones ante los últimos espasmos de su sexo, que le proporcionaban las últimas gotas de su esperma. A continuación, se separó de él y le pidió que se acercara, guiando su mano hasta su vulva. Él lo entendió y la masturbó lentamente, sin prisa, introduciendo dos dedos en ella. Cuando comenzó a gemir, él aumentó la velocidad de sus caricias hasta que sintió cómo ella se contraía y dejaba escapar un largo suspiro. Retiró la mano y se la introdujo en la boca, probando de nuevo ese sabor que tanto conocía y amaba, para a continuación darle un largo beso en la frente y echarse a su lado, agotado como lo estaba ella, y sintiendo que la amaba, que se amaban.