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Séxito

en Sexo Oral

SÉXITO

Temblando de excitación, bajó por su cuello, posando suavemente los labios en cada centímetro de su piel perlada por el sudor. Ella respiraba entrecortadamente, tan excitada como él, quien, al llegar por fin a sus pechos, separó un poco la vista para poder deleitarse con su visión, previo a deleitarse con su sabor. Eran pequeños, como a él le gustaban, con dos pezones grandes y rosados. Se relamió los labios mirando alternativamente a uno y otro. Ella sintió que él estaba admirando sus senos, y esa sensación de sentirse deseada, junto a los besos que él  le había ido prodigando lentamente, hicieron que sus pezones se endurecieran con rapidez, hasta el punto de sentir una mezcla de dolor y placer al mismo tiempo. Él deseaba fervientemente succionar los deliciosos pezones, pero quería que su propia excitación siguiera aumentando paulatinamente y no de golpe, con lo que pasó a besar todo el pecho y darle pequeños lametones, obviando por el momento las sabrosas puntas del placer, lo que hizo que ella se revolviera incómoda. Era una de esas mujeres, que, para goce y deleite de los hombres, sentían mucho placer cuando sus pechos eran trabajados concienzudamente. De hecho, en infinidad de ocasiones había alcanzado el orgasmo cuando él la había besado ahí. Cuando eran novios, de adolescentes,  sus primeros escarceos sexuales se habían limitado a que ella le masturbara a él mientras él succionaba sus pechos. Ella notaba cuando él iba a llegar al orgasmo porque chupaba con más fuerza, y trataban de alcanzar el clímax al mismo tiempo.

De la misma manera, a ambos les apasionaba el sexo oral, y disfrutaban tanto dándolo como recibiéndolo, como buenos amantes. Dormían siempre desnudos, tanto en invierno como en verano, ya que su deseo sexual era constante y no querían perder un tiempo precioso en el cual el momento de la excitación pudiera desaparecer tan pronto como había llegado. Cuando él se despertaba antes que ella observaba su esbelto cuerpo,  y  esa simple visión le provocaba una rápida erección. Podía disponer de ese cuerpo sin límites, sin barreras, sin fronteras. Y eso era exactamente lo que pensaba hacer una vez más en ese momento. Cuidadosamente, para que no despertarla todavía, abrió sus piernas y besó muy suavemente la parte interior de sus muslos, muy cerca de la fuente de su placer. Ella tenía poco vello púbico, básicamente porque sabía que a él le gustaba así. Se moría de ganas por hacerle de todo a esa vagina, pero se aguantó. Reprimiendo su cada vez más acuciante deseo de lanzarse a su sexo, subió hasta sus pechos con besos muy suaves, y observó, sorprendido, que sus pezones estaban duros como piedras. La miró y vio como ella esbozaba una sonrisa, aún con lo ojos cerrados. Estaba despierta, y no había querido que él se enterara. Sin que ninguno dijera una sola palabra, le dio un suave beso en la boca, y empezó a bajar hasta sus pechos, que succionó con avidez y fuerza, dejando en ambos un hilillo de saliva. Ella sabía que él disfrutaba enormemente con sus pequeños pechos, pero quería que él continuara lo que tenía intención de hacer en un principio, así que tras unos instantes, le empujó suavemente, con mucho amor, la cabeza hacia abajo. Pese a ello, él se entretuvo un poco más jugando con sus pechos, mordisqueando y chupando con suma delicadeza ambos pezones. Finalmente dio un suave y lento lametón a cada pezón, y con besos acompasados y deliberadamente pausados comenzó a recorrer el excitante camino hasta su vulva. Ella abrió las piernas para facilitarle aún más las cosas, mientras se acomodaba en la cama y ponía las manos detrás de la cabeza, cerrando los ojos, y presta a disfrutar de las habilidades orales de él. No se hizo de rogar. Con  dos dedos abrió su sexo y metió la nariz, disfrutando de su olor. Olía a sexo, a excitación, a hembra, y ya estaba humedecida. Lamió suavemente los labios externos, cerrando los ojos en el movimiento y deleitándose con ese sabor que le era tan familiar. Excitado, introdujo la lengua en la vagina, ante lo cuál ella dio un pequeño respingo. Era la señal convenida. Sin más dilación, introdujo toda su boca ocupando la práctica totalidad del sexo de ella, mientras su lengua, ávida, conseguía encontrar el clítoris y lo golpeaba velozmente. Ella comenzó a gemir descontroladamente, y en apenas unos segundos los gemidos se convirtieron en gritos de placer. Literalmente la estaba devorando. De repente, y tan bruscamente como había empezado, el placer se detuvo cuando él apartó de mala gana su boca de la vagina de ella. Ella levantó la cabeza para mirarlo, desconcertada, y supo la razón. Él estaba tan excitado que, al convertirse su erección en algo insoportable,  la presión de su pene sobre las sábanas le resultaba dolorosa.  Tuvo que aguantar su propio deseo de masturbarse mientras le practicaba sexo oral, ya que probablemente se correría antes que ella y él quería que fuese al revés. O al menos, que fuera al mismo tiempo, lo que sería maravilloso. Finalmente decidió que cuando ella empezara a correrse él se masturbaría con rapidez para coincidir ambos orgasmos. Más excitado si cabe ante la idea, se lanzó nuevamente, y de forma directa, hacia su vagina, que ya chorreaba flujos por doquier. Él trataba de tragarlos todos, pero cuando se lanzaba a por los que se le escapaban y corrían muslos abajo, tenía que desatender su vagina, con lo que escuchaba las quejas de ella. Abrió más la boca para copar toda su vulva, mientras volvía a mover velozmente la lengua. Movía y tragaba, movía y tragaba. Su sabor era salado, y le resultaba muy excitante, pero se atragantaría ya que los fluidos no cesaban. Tan excitado como estaba, ni siquiera oía sus salvajes gemidos de placer. Al cabo de unos minutos notó que los flujos eran cada vez mayores, y tenía la cara casi empapada de ellos. Ahora sí que notó los bruscos movimientos de sus piernas y sus temblores, claro indicativo de que se aproximaba un orgasmo. Él ya no podía más, e incluso se dio cuenta de que el mínimo roce de su pene con las sábanas le haría correrse irremisiblemente, así que rápidamente bajó su mano hasta su endurecidísimo y dolorido sexo, sin dejar de succionar su vagina, y la sintió correrse salvajemente, brutalmente. Con toda esta situación, él apenas tuvo que efectuar dos movimientos sobre su pene para notar que le sobrevenía un orgasmo intensísimo. Intentó no abandonar su coño para disfrutar de mayor placer aún pero cuando comenzó a correrse abrió la boca para gemir a gusto. Ella seguía corriéndose, y él volvió rápidamente a introducir su boca en la vulva mientras gemía y su propio orgasmo se iba apagando. Tenía su mano empapada de su propio esperma, y con ella abrió nuevamente su vagina para terminar lo que había empezado. Le palpitaban las sienes por la excitación y la intensidad de su orgasmo, pero ella aún seguía gimiendo indisimuladamente, así que siguió devorándola durante varios minutos más. Sin embargo, al cabo de un tiempo, el hecho de seguir lamiendo su sexo hizo que él comenzara de nuevo a excitarse. Así, volvió a disfrutar de su sabor, pero esta vez lo hizo más despacio, provocándola, y besando sus labios y toda la cara externa de sus muslos, esperando que ella protestara. Pero no lo hizo. Con voz temblorosa, le pidió que le hiciera el amor. Él deseaba seguir disfrutando de su sexo, pero ella ahora lo quería dentro. Su vulva estaba muy sensible ante el reciente orgasmo y ahora quería sentir su pene. Él, con una potente erección, buscó rápidamente un preservativo en la mesita de noche, pero ella le agarró de la mano

-         No. Quiero sentirte dentro

Él dudó un instante. No querían embarazos no deseados, y ella estaba en época de ovulación.

-         Tranquilo, le dijo con lascivia. Quiero que te corras en mi boca. Sal cuando yo te lo diga.

No esperó más. Se puso rápidamente encima de ella y la penetró con un solo movimiento. Estaba tan lubricada ante el reciente orgasmo y la excitación que su pene se introdujo con facilidad. Ambos sabían que ninguno de los dos duraría mucho. Él la embestía una y otra vez, golpeándola con su verga de manera acompasada, una y otra vez, hasta que ella sintió que él estaba al borde del orgasmo. Rápidamente le empujó suave pero enérgicamente para que se saliera de ella, mientras con un ágil movimiento se colocaba del revés, aún de espaldas. Él, llevando la mano a su polla, se acomodó de rodillas en la cama en lo que ella, rápidamente, apartaba su mano y sujetando el pene con  la suya, comenzaba a masturbarlo con suavidad en lo que se metía los testículos en la boca, alternativamente.  Él gemía cada vez con más fuerza, y cuando estaba a punto de correrse, ella se detenía y apretaba la punta de su pene para evitar que se corriera. Luego volvía a masturbarlo en lo que su boca nuevamente se ocupaba de los testículos. Realizó esta acción tres veces más. Él le suplicaba una y otra vez que le hiciera correrse ya, y ella finalmente decidió que ya había llegado el momento.  Bajó una mano a su vagina, y comenzó a frotarse el clítoris con fuerza, moviendo velozmente la mano, en lo que con la otra bajaba el pene de él hasta su boca. Lo masturbó y comenzó a succionar el glande con fuerza, notando que una oleada de placer se iba adueñando otra vez de su propio cuerpo.  Con un largo gemido de liberación, él comenzó a correrse justo en el momento en que también lo hacía ella. Ella gimió mientras se corría, al igual que lo hacía él, pero no abrió la boca, ya que no quería perderse ni una gota de semen. La excitante sensación del abundante, caliente y espeso líquido en su boca prolongó su orgasmo, y tragó toda la cantidad que pudo mientras su clímax iba desapareciendo a la par que el de él. Separó su boca del pene para toser con violencia, casi ahogada, pero en cuanto se recuperó volvió a introducir el pene en su boca, para volviendo a succionar con fuerza el glande. Siguió chupando el pene, ya completamente limpio y flácido, pasando lenta y suavemente la lengua por todo el glande y recorriendo todo el pene hasta la base, recogiendo ávidamente con la lengua los escasos restos de semen, asegurándose  de que no quedara nada. Al principio él quiso separar su pene de la boca de ella, ya que lo sentía ligeramente dolorido tras el reciente orgasmo, pero ella se lo estaba volviendo a chupar con tanta suavidad y delicadeza, a la par que ganas,  que notó cómo comenzaba a excitarse de nuevo, e involuntariamente comenzó a emitir pequeños gruñidos de satisfacción.  Ella también sentía la excitación crecer en su cuerpo, y decidió que quería que él volviera a correrse en su boca.  Él la dejó hacer unos segundos más, y luego se echó sobre ella en la posición del 69. Ella siguió a lo suyo, concentrada, chupando cada vez con más intensidad ahora que él volvía a tener una  fuerte erección. Él emitió un largo gemido de placer cuando ella introdujo la totalidad de su pene en su boca, cerrándola, en lo que movía velozmente la lengua sobre el sensible y enrojecido glande. La mantuvo así varios segundos, y él pensó que se moría de placer. Rápidamente se lanzó con voracidad sobre su vagina, sin rodeos, dispuesto literalmente a comérsela. Observó que sus flujos chorreaban sin cesar y caían sobre la sábana, empapando unas sábanas por otra parte ya completamente mojadas. Con un gruñido de satisfacción colocó su boca de forma que cubriera toda la vagina, y movió velozmente la lengua sobre el hinchado e hipersensible clítoris. Ello provocó un largo gemido de ella, que durante un instante extrajo el pene de su boca.  Ella no dejaba de chupar y succionar el glande con tal fuerza que le hacía contraerse. Tenía los labios blanquecinos de tanto apretarlos. A él, por su parte, le dolía la mandíbula, pero no quería apartar su boca de esa sabrosa vagina. Ella se corrió primero. Comenzó a gemir con fuerza, caprichosa, sin querer sacar el pene de la boca, y él trató de beber todos sus jugos, sin apartar ni un momento su boca. Tragó con rapidez, ávido, sujetando sus temblorosos muslos para evitar que ambos se hicieran daño.  En ese momento, notó un escalofrío recorrer su cuerpo y comenzó a correrse, aunque con menor intensidad que la vez anterior. Cuando comenzó a correrse, ella dio rápidos lengüetazos sobre su glande, para aumentar el placer de él. Cerró los ojos extasiado, chupando la vagina con mayor fuerza y sintiendo como ella apretaba sus testículos con ambas manos mientras no dejaba de castigar el glande con la lengua. Por último, subió lentamente su boca, fuertemente cerrada sobre el pene, hasta que sus labios sólo cubrieron el glande. Succionó una vez más con fuerza y extrajo el pene de la boca, completamente limpio, emitiendo un chasquido. Él fue el último, y tras abandonar su sexo, fue recorriendo la parte interna de sus muslos con la lengua, recogiendo con su boca el fruto del orgasmo de ella.  Finalmente, y como en una señal convenida por la costumbre, se echaron cada uno a un lado de la cama, profundamente satisfechos