miprimita.com

Bigamia

en Hetero: Infidelidad

Día 9

 

 

Hoy me despertó Marido como suele hacerlo un par de veces a la semana: yo estaba acurrucada, hecha un ovillo dentro de él, con uno de sus brazo entre la almohada y mi cuello, el otro sobe mi hombro, mis caderas en su pelvis, mi espalda contra su pecho, y sentí de pronto, entre las brumas del sueño, sus dedos acariciando uno de mis pezones y sus labios besando mi espalda desnuda. Yo no me muevo, solo espero que sus besos suban de la espalda al cuello y se detengan ahí, que su mano siga jugando con mi pezón hasta ponerlo duro, que su otra mano acaricie la curva de mis caderas.

Me empiezo a derretir cuando llega al lóbulo de la oreja y lo mordisquea con cariño, su verga se va poniendo dura entre mis nalgas. Han pasado unos diez minutos y yo apenas empiezo a mover la cadera, muy despacio, acariciando la verga con mis nalgas. Bajo la mano a mi coño porque sé que hoy no me hará sexo oral, pues ayer no me bañé de regreso del trabajo (en realidad sí que me bañé, en el hotel, tras coger con Nathaniel, pero usé gorra de baño y él no lo sabe ni debe saberlo. Mi pequeño Nathaniel, en quien me he refugiado tras la desilusión que me ha causado Marcos, quien dice que solo quiere ser mi amigo, que estoy casada, ¡bah!)

Me acaricio lentamente pensando en la verga de Nathaniel y añorando la de Marcos, que no tendré, mientras siento la de Marido entre mis nalgas, mientras gozo con sus besos y sus dedos en mi pezón, los míos deslizándose ya dentro de mi vagina (y suspiro, ¡ay de mundo tan pacato!, ¿por qué en lugar de mis dedos no puedo tener delante la verga de Nathaniel y detrás la de Marido?... así, incluso, me inauguran el ano, que aún no he entregado). Marido me da vuelta al fin y se coloca sobre mí, penetrándome con la ternura que acostumbra.

Salí temprano al trabajo: le tocaba a él llevar a la escuela a los chicos, y recordé con absoluta claridad cómo empezamos y por qué me resulta incoherente, internamente inaceptable, que me exija ser sólo suya. Fue hace casi diez años. Todavía no había Facebook, así que tardé en encontrarlo y quedamos a comer. Esa misma tarde lo hice mío, nos hicimos el uno del otro, lo cabalgué sentado en una silla mientras me lo comía a besos y le entregaba mis pezones a su boca para que los chupara, para que los estrujara, para que los mordiera si acaso quería. ¡Era suya! ¡Por fin era suya! Estaba a su mandar, todo mi ser, mi boca, que limpió su verga en el auto, de regreso del hotel hacia donde yo había dejado el mío. Se la chupé hasta beberme su semen y me quedé en mi auto, exhausta, llena, con el corazón al galope y la cabeza llena de pájaros. ¿Cómo podía así, en esas condiciones, volver a casa, al miedo? Porque Marido TAMBIÉN estaba casado (y a veces se le olvida que empezamos como adúlteros ambos).

Sin embargo, lo hice… solo por tres semanas. Regresé esa noche, loca, fuera de mí, casi deseando que Exmarido descubriera lo que acababa de hacer, pero no. Estaba casi totalmente borracho y me besó, me puso en cuatro patas, casi me violó. Casi, sin darse cuenta que esa vez, a diferencia de las últimas (a ritmo de dos o tres por mes), estaba lubricada, no seca. Quizá no le gustó, porque eyaculó casi al penetrarme. Quizá le gustaba la vagina seca, el coño rasurado. Quizá le gustaba coger con niñas, por eso lo enloquecía los primeros años, porque fui para él, o al menos eso creía, la virgencita ingenua que él convirtió en su puta. Lo hacíamos en los baños de los bares, me cogía n el tren, hacía que le chupara la verga en mitad de una fiesta casi a la vista de la gente, y todo eso me ponía bien cachonda, me bastaba tener su verga adentro para derramarme. Sí, durante tres años  me bastaba su placer para llegar al mío. Pero fue él quien cambió con mi embarazo y, sobre todo, a partir del nacimiento de nuestro hijo.

Mientras me hacía feliz en la cama, mientras me cogía detrás de las puertas, mientras me cachondeaba de camino a casa para abrirme las piernas sólo llegar, podía aguantar sus celos, sus arranques de ira (que solo una vez llegaron a un bofetón: me fui de inmediato a casa de mi madre. Me pidió perdón y no volvió a hacerlo); mientras fuera feliz en la cama, podía soportar el miedo, porque también era divertido, borracho, inteligente, guapísimo… el padre de mi hijo. Luego, lo justifiqué un año: “estoy gorda -pensaba yo-, estoy fea, el bebé nos tiene agotados”. Fue durante el segundo que me cogí a Carlos, según relaté atrás… pero el miedo campeaba aún, lo mismo que la seguridad de mi hogar. Finamente, al tercero, busqué a Marido.

Durante casi tres meses, Marido y yo nos vimos todos los miércoles en la mañana. Yo preparaba la ruta de mi divorcio, lenta pero inflexiblemente, con miedo, casi pánico, busqué un pequeño departamento para mi hijo y yo, busqué un abogado, busqué incluso terapia… aunque la mejor terapia era la dulce, la amorosa verga de Marido todos los miércoles. Le pregunté por qué no me había cogido aquella vez, siete años atrás y me salió con que era mi amigo, con que no sabía si yo quería –que creía que no-. Se sorprendió enormemente –o lo aparentó de maravilla- al enterarse de que yo era virgen; quiso no recordar que yo lo amaba perdidamente. Me escuchaba y m cogía; me besaba y me penetraba con esa verga suya que siempre, hasta la fecha, me hace llegar al orgasmo, siempre lenta, suave, con bruscos cambios de ritmo, con su lengua, sus dientes, su voz en mis oídos.

Y finalmente, muerta de miedo, hui de casa e interpuse la demanda de divorcio. Fue duro al principio, pero Exmarido terminó por entender –aunque no se lo esperaba. No sabía por qué. Increíble-. Una sola vez estuve a punto de ceder: cumplíamos años de casados, apenas hacía tres semanas que me había salido, y me invitó a cenar al restaurante de un hotel. Me suplicó y fui. Pidió una botella de buen vino y cenamos largo hablando de las cosas buenas que nuestro matrimonio había tenido. Yo le dije que me hacía falta sexo y él, al final de la cena, me subió a una habitación con espléndida vista, descorchó una botella de champán que ya había puesto a enfriar y envuelta en nubes me desvistió como la vez primera, recordándome que lo suyo era la conquista... Exmarido, el más hermoso de los hombres que han entrado en mí, con las posibles excepciones de Mariano y Franco.

Pero era obvio que se esforzaba, que mi cuerpo ya no era para él lo que antes fue, que trataba... y yo, yo me levanté en la madrugada y me miré al espejo: no quería nunca más afeitarme el coño para parecer una niña. No quería nunca más preocuparme por si el abdomen no era ya tan perfecto como cuando me presumía, ombligo al aire, por las calles de Europa. Y me fui en la madrugada, dejándole una nota. Me fui directa a los brazos de Marido... que tardó ocho meses más que yo en divorciarse. Mientras, viví sola, con mi hijo y conocí a otros hombres, de quienes Franco fue el más memorable y Salvador... el que regresa a mi memoria, a mis ganas en mis sueños nocturnos.