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Desenfreno en el rellano

en Sexo con maduros

Lucía era una joven de 18 años que había llegado nueva a la ciudad de Madrid para comenzar sus estudios universitarios. La joven no conocía a nadie allí así que decidió ir a un bar tranquilo de la ciudad para tomarse algo e intentar conocer gente tras finalizar su jornada en clase.

 

Lucía se sentó en la barra del bar junto a un hombre vestido con camisa y pantalón de traje de unos 40 años que no dejaba de mirarla desde que entró por la puerta. Ella le saludó, con una voz suave y tímida, y aquel hombre le preguntó qué quería tomar. Lucía, avergonzada le dijo que ahora se lo pediría al camarero, pero aquel hombre insistió en invitarle a tomar algo, y ella accedió a una copa.

 

Arturo, como se llamaba el hombre, estuvo toda la noche hablando con Lucía e interesándose por ella, riendo y bebiendo más de lo que tenían planeado. A lo que ella se dio cuenta, ya era la hora de marcharse a casa y se fue a despedir, pero Arturo insistió en acompañarle a casa por si se perdía por el camino.

Una vez que llegaron los dos al portal de la joven, Arturo le miro fijamente y le agarró fuertemente de la cintura; Lucía había perdido la vergüenza con aquel hombre, así que se dirigió seguidamente hacia su cuerpo, apretándose contra él fuertemente, e introdujo la mano de Arturo bajo su falda.

 

-Está muy húmedo y caliente, tal vez necesites un poco de ayuda.- dijo él. Y ella sin pensarlo dos veces comenzó a besarle desenfrenadamente mientras introducía las llaves del portal en la cerradura. Después,  mientras subían por las escaleras, seguían besándose y él, iba desabrochándole los botones de la blusa dejando ver a simple vista que no llevaba sujetador. Arturo comenzó en una esquina del portal a lamer suavemente los pezones de Lucía mientras ella le agarraba firmemente de la cabeza e intentaba aguantar sus ganas de gemir para que ningún vecino les escuchase.

 

Lucía se guitó la blusa de golpe, quedando tan solo con sus zapatos y su falda. Seguidamente, se dispuso a aflojar el cinturón de Arturo y notaba el calor que desprendían sus pantalones, dejando al descubierto su gorda y firme polla. Lucía se arrodilló y se la metió en la boca; empezó a juguetear con su lengua y con su piercing lentamente, de manera continuada hasta que comenzó a sacudir su cabeza rápidamente de un lado a otro, provocando el sonido de su garganta chocando con la polla. Al poco rato, Arturo se dispuso a bajarle las bragas con la boca hasta las rodillas, y empezó a comerle el coño rápidamente.

 

Ella no podía más del placer, las piernas le flojeaban y se agarró en la barandilla de las escaleras tapándose con la otra mano la boca; pero a lo que se dio cuenta Arturo le estaba introduciendo dos dedos por su vagina mientras le seguía lamiendo el clítoris.

 

Lucía no podía más y comenzó a gritar descontroladamente de placer, él, le tapó la boca llevándola dentro del ascensor y comenzó a follarle de pie, tras ella, mientras observaban su imagen en el espejo. Lucía apretó el número 9 para subir a su piso y terminar allí la faena, pero aquel ascensor iba muy lento y vivía en un noveno piso, ella creía que se ahogaba allí mismo de sentir como su enorme polla le llenaba totalmente la vagina y notaba una gran presión hacia su estómago.

 

Cuando llegaron a su casa, dejaron de hacerlo durante unos pocos segundos, y al cerrar la puerta, Arturo la cogió en brazos introduciendo de golpe su polla de nuevo y dirigiéndose hacia la pared comenzó a penetrarla con más y más rapidez hasta que sentía que venía el momento y paró de golpe. Lucía comenzó a chupársela desenfrenadamente, como si nunca pudiera hacerlo más en la vida y sintió a los pocos segundos como algo caliente y espeso inundaba su paladar, ella tragó y siguió dando unos pocos lametones más hasta que comenzó a subir sus braguitas, dejando la puerta abierta para que aquel hombre se marchara y desapareciera en la noche.