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Bajo el agua de la ducha.

en Hetero: Primera vez

Era tan jovencita cuando me enamoré por primera vez, que creía estar viviendo en un mundo perfecto, que no existían problemas en el mundo, ni me podía salir algo mal en aquellos días, porque tan sólo quería pasar mis días a su lado.

Daniel fue el chico con el que perdí la virginidad, y me acuerdo como si fuera ayer ese día, os lo contaré.

 

Daniel era mi pareja por aquel entonces, pero no hablábamos nada relacionado con el sexo nunca, yo misma sabía que quería hacerlo con él, que veía que era la persona indicada, pero no me veía todavía preparada, me daba miedo que pudiera hacerme daño o que cualquier cosa saliera mal y por el motivo que fuese no hubiese forma de que fuera posible.

Pero aquella tarde mi interior y mi sexto sentido intuían que iba a suceder, que iba a hacerlo con Daniel, y que todo sería perfecto.

 

Él jugaba a baloncesto todas las tardes de los viernes después de comer, y ese día teníamos el cumpleaños de un amigo en su casa, así que fui a recogerlo del entrenamiento para acudir allí directamente. Él me saludó como siempre, con uno de esos dulces besos que me regalaba cada uno de mis días, y me dijo que tenía que ir a casa a ducharse, pero no nos daba tiempo, así que solamente subimos a su casa para que cogiera la ropa para cambiarse en casa de nuestro amigo que cumplía los años.

Cuando llegamos a casa de Jorge, nuestro amigo, ya habían llegado el resto de las personas, llegábamos un poco tarde, pero no había ningún problema porque nos quedaríamos allí hasta la madrugada y todavía ni habíamos cenado.

 

Daniel se metió al baño de Jorge para darse una ducha y cambiarse la ducha, pero se dejó la ropa en el salón, así que tuve que entrar para dársela; eché el pestillo de la puerta cuando entré y allí estaba él, desnudo en la ducha, cayendo las gotas de agua por todo su cuerpo, su pelo mojado recién lavado podía oler desde fuera, y a mí era algo que me excitaba mucho, y asomé un poco la cabeza para decirle que era yo quien había entrado al baño para darle su ropa, pero me quedé bloqueada, me lo quedé mirando detenidamente mientras se enjabonaba el cuerpo. Jamás había visto su cuerpo desnudo, y era algo de lo que me arrepentía no haberlo visto antes, porque me encantaba, y fue en ese momento cuando sentí que mi vagina se estaba humedeciendo poco a poco y se iba abriendo lentamente. Era una sensación extraña, yo nunca me había sentido así, ni nunca había visto a un hombre desnudo, ni nunca había lubricado porque estuviera excitada.

Me sentía como una principiante, pero una principiante que estaba loca por probar aquel cuerpo, por saborear cada uno de sus rincones y por sentir por primera vez su sexo dentro del mío.

 

Daniel se dio cuenta de que le estaba mirando boquiabierta y se echó a reír; yo estaba muerta de la vergüenza, pero no quería que se diera cuenta de ello, ni tampoco que aquel momento fuera un momento gracioso ni mucho menos, así que me puse seria y comencé a desabrochar los botones de mi chaqueta dejando al descubierto mi camiseta de tirantes blanca, en la que debajo no llevaba sujetador, por lo que se marcaban mis pezones a través de ella; entonces Daniel cortó su risa y fijó su mirada en mis pechos, poniéndose igual e incluso más serio que yo.

Su pene se estaba poniendo erecto poco a poco, y yo lo observaba mientras seguía cayendo el agua sobre él y mientras me seguí desnudando, ofreciéndole así  un espectáculo para sus ojos.

Me dispuse a desabrocharme mis vaqueros ajustados y me los baje lentamente quedándome tan solo con la camiseta y tanga, pero Daniel no me dio tiempo a quitarme nada más, porque me agarro de la cintura y me metió dentro de la ducha, y comenzó a besarme mientras el agua caía sobre nuestras bocas, sobre nuestros cuerpos…

 

Él cogió mi mano y la colocó sobre su miembro, enseñándome con su mano el ritmo que debía seguir para continuar masturbándole por mí misma, y así seguí haciéndolo mientras él me mordisqueaba suavemente los pezones que se transparentaban, ahora más por el agua, a través de la camiseta. Yo cada vez me iba excitando más, era una sensación nueva para mí y la cual me encantaba, quería seguir sintiéndola cada día, a cada hora.

Después me quitó la camiseta, tirándola por encima de la cortina de la ducha, y me quitó la mano de su miembro para ponérmela en su cabeza y seguir besándole; me cogió en brazos y comenzó a besarme desmesuradamente por la boca, el cuello, por mis pechos, y acabamos en el suelo de la ducha. Él cogió la tira de mi tanga por cada lado para bajármelo; estaba tan excitada que en ese momento olvidé por completo que me debería haber rasurado un poco antes, pero me daba igual, porque al poco de quitarme el tanga, Daniel comenzó a besarme el clítoris con muchísima delicadeza, jugueteando con su lengua a la vez, introduciéndola poco a poco dentro de mi vagina. Sentía placer, pero estaba un poco nerviosa y al mismo tiempo me hacía un poco de daño, pero me decidí por relajarme y dejarme llevar.

 

Daniel notó que estaba un poco tensa, así que para relajarme del todo, cogió la alcachofa de la ducha y comenzó a dispararme agua en mi sexo y a la vez su lengua me lo recorría por cada rincón, y cada vez más profundamente y se hacía más intenso y más placentero para mí. Dos minutos después de practicarme aquel cunnilingus se decidió por incluir una masturbación con un dedo suyo dentro de mí, moviéndolo despacio de dentro hacia fuera. En aquel momento no pude evitar soltar un gran gemido que debieron de oírlo el resto de las personas que había en la fiesta, pero me daba igual, yo quería seguir disfrutando y dejarme llevar hasta el final.

 

Me incorporé en el momento que sentía que me estaba mareando del placer, y me dispuse a hacerle a Daniel lo mismo; me metí su pene en la boca y comencé a lamerlo lentamente,  cerré los ojos y me dejé llevar por el ritmo de sus gemidos con el de mi cabeza de un lado para otro,  poco a poco notaba un sabor que se iba haciendo un poco más fuerte, dejando mi boca húmeda. Pensé que se había corrido, pero todavía no, tan sólo se trataba del líquido pre seminal, así que paré y cogí su mano para poner sus dedos dentro de mi sexo, caliente y húmedo, y así comenzó a masturbarme más y más rápido, y cuánto más rápido lo hacía más me gustaba, mas me ponía y más ganas tenía de correrme.

 

De repente se escuchó que alguien golpeaba la puerta, era Jorge para decirnos que se bajaban a cenar al restaurante de debajo de su casa, que nos esperaban tranquilamente en el banco de enfrente, que no tuviéramos prisa. Y desde luego que no la tuvimos; en cuanto se escuchó que se cerraba la puerta nos pusimos una toalla cada uno, porque el hecho de que nos interrumpieran nos había cortado un poco el ritmo que estábamos llevando. Así que nos tumbamos en la cama se Jorge envueltos en las toallas y seguimos acariciándonos, besándonos y seguidamente continuamos acariciando mutuamente nuestros sexos.

 

Me quitó lentamente la toalla para ver mejor mi figura desnuda, y por su sonrisa diría que le encantaba mi cuerpo. Él se quitó también la toalla, poniéndose  sobre mí, pero sin llegar a penetrarme. Nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos y entonces me dijo al oído:

-¿Estás preparada? -. Yo asentí con la cabeza e intenté relajarme, pero no hubo ningún problema, porque yo estaba abierta de sobras y estaba segura de que quería que fuera con él, y así fue; se deslizó entre mis piernas como si de mantequilla se tratase, y yo noté como algo duro y gordo iba entrando lentamente en mí. Me quejé un poco, porque noté como si algo fino se rompía y era una sensación molesta, pero Daniel me susurró:

-No te preocupes, ya está dentro, no voy a hacerte daño, te lo prometo.

Y así fue, comenzó a penetrarme lentamente, para que mi vagina se fuera acostumbrando a su grosor, cada vez su velocidad iba aumentando, y yo no dejaba de agarrarme a las toallas que habíamos dejado sobre la cama, y me coloqué una en la boca para que no escuchase mis gemidos, pero la verdad es que era inevitable, porque estaba muy excitada y no quería estropear aquel momento, así que me dejé llevar, dejé que me manejara como él deseara, colocándome de todas las maneras posibles: delante, detrás, encima, debajo, de pie, en el suelo… Y ahí fue donde terminamos de hacerlo, en el suelo de aquella habitación, bajo la estufa, ya que era febrero y todavía hacía un poco de frío.

 

El me siguió penetrando encima, sin parar, agarrándome los últimos minutos de las caderas fuertemente, sentía que se iba a correr, que las piernas le temblaban incluso más que a mí, y fue entonces cuando se apartó rápidamente de mi interior y sentí su semen caliente sobre mi vientre… Finalizando aquello con un intenso suspiro y seguidamente un suave beso en mis labios.