miprimita.com

Viaje en avión

en Hetero: General

Un lunes por la mañana. Casi sería más correcto decir, un lunes de madrugada. Apenas me había dado tiempo a abrir los ojos. Había tenido la desgracia de que el vuelo Madrid – Buenos Aires despegaba a las 6:30 de la mañana. Allí estaba yo, semidormido, junto a la puerta de embarque a las 5:45. Los aeropuertos no saben de horas. No se porque extraña razón, sea cual sea la hora del día, hay gente que se mueve a una velocidad que a mi ese día me parecía del todo inapropiada. Sentado en una de las sillas, junto a la puerta de embarque, dormitaba. Los ojos entrecerrados. Tan solo, el subsconsciente pendiente de si comenzaba el movimiento a mí alrededor o se escuchaba la llamada para embarcar. Por delante, tenía diez horas de viaje en las que esperaba volver a echar algunza cabezada. Además, sabía que en caso de no descansar, no podría enfrentarme a la dura jornada de trabajo que me esperaba a mí llegada a la capital bonaerense. De vez en cuando, entreabría los ojos, por supuesto sin soltar el maletín con mi ordenador portatil. En mis planes tambien estaba dar un repaso a la reunión durante el viaje.

Fue una de esas veces que entreabria los ojos cuando frente a mi, justo en la silla de enfrente, comprobé que se había sentado una mujer. En la primera impresión, abrí los ojos solo lo justo para ver unos zapatos de tacon y unas pantorrillas que parecían desnudas. Pocos instantes, después al volver a abrir los ojos, alzé un poco más la vista.

Parecías tan dormida como yo. Igualmente con los ojos entrecerrados. Vestías un traje de chaqueta. No se porque razón, lo primero que pensé fue que era poco probable que fueras a coger el mismo vuelo que yo, ya que no era la ropa más apropiada para un viaje tan largo. Comencé a sentirme curioso y algo mas despierto al bajar la mirada por tu cuerpo y contemplar las piernas cruzadas. Estaba casi ensimismado cuando me percaté de que habías abierto los ojos y captado mi mirada. La desvié al instante, al saberme sorprendido. Ya no volví a cerrar los ojos. Era una sensación que me resultaba, irresistible. Intentaba analizarte. Evidentemente, me gustabas. Desprendías seguridad, atracción. Me pareció increible que a esas horas tan vespertinas se pudiera ir ya tan perfectamente arreglada, como si la reunión a la que probablemente asistías, fuera a tener lugar de forma inmediata. Nuevamente abriste los ojos y fui pillado analizandote. No se porque pero esta vez, no aparté la mirada, la sostuve y supe que me mirabas. Incluso me pareció que sonreias al saberte contemplada. La fuerza de tu mirada me hizo ceder de nuevo y me hice el despistado. Segundos después tuve esa extraña sensación… ahora era yo el observado, volví a dirigir la mirada hacia a ti y efectivamente, me estabas mirando de forma escrutadora. Algo me decía que yo también te había llamado la atención por alguna razón. Por megafonía comenzaron a sonar las voces llamando al embarque: “El vuelo de Iberia 4582 con destino….” Al contrario que la mayoría de las personas que estaban a nuestro alrededor, ambos permanecimos sentados. Como si aquella llamada no tuviera nada que ver con nosotros. Una larga fila de gente se formó a partir del mostrador de facturación. Nuevos cruces de miradas. Nuevas sonrisas. Tenías la tarjeta de embarque y me hubiera gustado tener una mirada telescopica para despejar la duda y saber si seríamos compañeros de viaje. Los minutos pasaban. La fila iba disminuyendo. Nunca he entendido esas prisas por entrar al avión cuando cada uno tiene ya su asiento asignado. Busqué en el bolsillo de mi camisa la tarjeta de embarque. Asiento asignado 27-A. Apenas quedaban 30 personas en la fila. Descrucé mis piernas y me dispuse a levantarme sin lanzarte de nuevo una ultima mirada. Casi al mismo tiempo, también descruzaste las piernas y dando un pequeño suspiro te pusiste en pie a la vez que lo hacía yo. Volvimos a sonreirnos, se había establecido un pequeño lazo a base de miradas. Al comenzar a andar, nuestra distancia se redujo. Casi de forma incosciente me atreví a dirijirte las primeras palabras: ¿Vas a Buenos Aires tú también?

Me respondiste con una sonrisa amplia: Siiiii ¡que casualidad! Y asi sin darnos cuenta seguimos el camino hacia el mostrador como se fueramos dos compañeros de trabajo o conocidos. En los momentos de espera hasta nuestra entrada al avión, mantuvimos una conversación breve, típica e incluso puede que absurda. Hubo referencias al hábito de formar fila, tal como habíamos visto y a los tipicos inconvenientes de los aeropuertos, además del gran madrugón que habíamos tenido que soportar. Pero lo más importante de esos minutos fue la sensación que tuve de que ambos nos estabamos devorando con la mirada y mostrandonos atraidos de esa forma tan quimica que solo surje en ocasiones especiales. En mi mente ya empezaba a formarse la idea de que 10 horas de viaje dan para mucho y quizá no fuera tan importante el hecho de repasar la reunión del dia siguiente. Según ibamos bajando por el tunel de entrada al avión me iba preparando para saber que decirte sin tener que hacerme el encontradizo después a lo largo del viaje. Había intentado leer tu número de asiento de la tarjeta de embarque pero, aunque iba en tu mano, estaba boca abajo. Llegamos a la puerta del avión, te dejé pasar delante de forma educada. Mi corazón se aceleró al escuchar la voz de la sobrecargo al leer tu tarjeta de embarque, 27 B. Comenzaste el camino por el pasillo, sin intención de girarte, sin embargo te vi dar un giro brusco y de sorpresa, al escuchar que me decían: siga a la señorita, su asiento es el de al lado. Desde ese momento, supe que aquel era mi día de suerte, sin lugar a dudas. Reimos de forma abierta: ¡¡que casualidad!! Mientras andabas por el pasillo, delante de mí, pude recrearme de forma discreta en la silueta que dibujaba tu cuerpo marcado en la falda. En ese mismo momento supe que el repaso a la reunión podía esperar e incluso que tampoco era tan importante el descansar un rato durante el viaje. Llegamos a nuestra fila. Te quedaste parada y me dijiste: pasa tú el asiento A es el tuyo y es la ventanilla. No pasa nada, a mi me da igual, no creo que vaya a mirar nada, seguro que me duermo, mentí. Aceptaste con una sonrisa. En mi subsconsciente me había apuntado un punto, sin saber muy bien para que. Una vez sentados y resuelto el embrollo con el cinturon de seguridad, llegó el momento de las presentaciones. Bueno… ya que parece que vamos a seguir juntos… “Me llamo Juan” “Hola, yo me llamo Olga” Te ofrecí la mano, nervioso, pero de forma amistosa me sorprendiste con el roce de tus labios en mis mejillas.

Nos vimos envueltos en una conversación fluida, casi sin darnos cuenta. Me enteré de que trabajabas para una compañía de seguros y que al igual que en mi caso, la estancia en Buenos Aires iba a ser muy corta. El tiempo pasaba rapido, nunca mejor dicho: pasaba volando. El movimiento en el pasillo por parte de las azafatas nos indicaba que iban a traernos el desayuno. Hicimos bromas, la verdad es que a esas horas, lo que apetecía era volver a dormirse. Te habías quitado la chaqueta y llevaba rato que al mirarte de reojo, mis ojos se desviaban hacia la abertura de tu escote. Sentía esa mezcla de nervios, curiosidad y a la vez algo de miedo por si era sorprendido. En un par de ocasiones pude ver el ribete blanco con encaje de la parte superior del sujetador. Mis pensamientos comenzaron a ser cada vez más libidinosos y empezaba a preguntarme si existiría alguna posibilidad. La leyenda sobre el amor en el avión era amplia y tal vez hubiera llegado el momento de comprobar si era cierta.

El desayuno, era cualquier cosa, menos apetecible. Aún así nos dedicamos cada uno a nuestra bandeja. El espacio era tan reducido que nuestros antebrazos se rozaban a cada movimiento. Por mi parte, aquel roce estaba haciendo que saltaran chispas sin que se mostraran de forma evidente, o al menos a mi me lo parecía. El movimiento que hacías al inclinarte para comer, además, ahuecaba aún mas el espacio entre tu camisa y el cuerpo, permitiendo que se viera la parte alta del sujetador por completo. No había duda, me estaba poniendo cardiaco.

Continuamos hablando sin pausa. Era como si de pronto las palabras surgieran solas y los temas iban variando. Hablamos de libros, de cine, de música. Por fin llegó el momento en que nos retiraron la bandeja y recuperamos un poco de espacio. ¡¡Que agobio!! Sí, la verdad es que yo ya tenía ganas de ponerme algo más comoda. (dijiste para mi sorpresa). Voy a ver si puedo pasar hasta el baño ¿me dejas pasar? Si claro, claro, pasa. Encoji todo lo que pude las piernas y pasaste rozandome de forma inevatible. Tuve tu cuerpo tan cerca por unos segundos, frente a mi, que me costo contener el impulso de abrazar tu cintura y besarte directamente a la altura del pecho que era lo que tenía justo enfrente de mis ojos. Te ví coger el bolso de mano que ahbías dejado en el maletero superior y saliste en direccion al baño. En tu ausencia mi mente seguía acelerada, estaba bucleado y no sabía bien como resolver esa situación. ¿Qué podría pasar? ¿Tenía algo que perder? Tal vez… si intentaba algo y mis sensaciones eran equivocadas, lo único que podía pasar era que dieramos por zanjada nuestra conversación. Al fin y al cabo, no nos conocíamos de nada. Bueno… probaré con alguna caricia algo más atrevida e insinuante. Eso era lo que estaba pensando, cuando de nuevo llegaste a la altura de nuestra fila de asientos. ¡¡Increible!! Te habías quitado el traje de chaqueta y los zapatos. En su lugar te habías puesto una especie de camisa amplia y una especie de calcetines bajos. Joeeee, y yo que había pensado que debias haber viajado poco y por eso ibas tan… arreglada. Te reiste de nuevo. Cada vez me parecía más insinuante y provocativa tu forma de reir. De nuevo pasaste rozandome las piernas, mirandome de frente. El efecto calentamiento en mi mente era inequivoco porque tuve el presentimiento al ver el movimiento de tu ropa, de que también te habías desprendido de la ropa interior. Aquella idea no me abandonó. Continuamos hablando y riendonos. Me contaste que viajas muy a menudo y que aquel era tu “set” de viaje para ir comoda. Incluso me ofreciste otro par de esa especie de calcetines tan comodos que te habías puesto para desprenderte de los zapatos. Ya habían trascurrido dos horas de vuelo y apenas me habia enterado. Te ví mirar el reloj y hacer calculos mentalmente. Mis ojos seguian desnudandote. Tus formas se marcaban de vez en cuando con algún movimiento. No podia soportar la idea de que bajo aquella camisa amplia no había nada, tan solo la desnudez de tu cuerpo. Se hizo un breve silencio. Nuestras miradas echaban fuego. Suspiramos, nos contuvimos, sin saber que sería lo correcto. No quise pensar más, hice un movimiento hacia a ti. Nuestros labios estuvieron a punto de tocarse, reiste y justo antes de rozarnos te hiciste un poco hacia atrás. Si no te importa…yo voy a intentar dar una cabezadita antes de llegar, dijiste, mientras te hacias un ovillo con tus piernas, mirando hacia la ventanilla y dandome la espalda. Fue como un jarro de agua fría para mí. Seguía sin saber muy bien que hacer. Visto lo visto, sí lo más conveniente sería echar una cabezadita y recuperarse del madrugón. Pasarón unos minutos, entrecerré los ojos, no conseguía relajarme, sentía como te movías a mi lado, inquieta. Aquel espacio era tan reducido que era imposible acomodarse sin rozarse el uno con el otro. Giré mi cuerpo hacia tu lado, apoyando la cabeza en el respaldo. La forma de tu trasero quedaba perfectamente marcada a traves de la fina tela de la camisa. Estabas practicamente encajada en el reposabrazos. Tuve una idea, pensando en tu comodidad, levanté el reposabrazos acoplandolo entre los dos asientos. Te giraste, tu gesto fue de agradacimiento, parecias incomoda por no conseguir dormir. Tengo un poco de frio, dijiste. Voy a pedir una manta, probablemente aun les queden, antes de que más gente intente dormir. Pulsé el timbre de llamada y en unos minutos nos trajeron un par de mantas. Le dimos las gracias a la azafata y ambos nos tapamos con las mantas. Esta vez te acomodaste en el asiento mirando hacia mí. Solo se te veia la cara. El espacio que había liberado el reposabrazos nos permitía estar un poco más unidos. De nuevo sentí tu aliento tan cerca… esa mirada entornada, tan sensual. No dudé esta vez en acercar mis labios a los tuyos. Un leve roce. Tus ojos se abrieron un poco más. Una sonrisa se dibujó en tus labios. Un beso algo más largo, buscando tu aprobación. Los labios se abrieron lentamente al contacto con los mios. Mi mano derecha buscó tu abrazo bajo las mantas. Sentí el roce de tu piel, directamente en mi mano. La postura ovillada de tus piernas había subido la tela de la camisa y tus muslos estaban desnudos. Tu mano izquierda también se movió bajo la manta y fue directa al interior de mi pierna. La presión de tu mano fue intensa en mi muslo a la vez que el beso se hacía pasional y el deseo se desataba entre nosotros. Miré al otro lado del pasillo, los pasajeros parecían dormidos. Mi mano comenzó a subir y bajar a lo largo del exterior del muslo desnudo. Me sentía tremendamente excitado por la situación. Los movimientos eran suaves, buscando la discreción. Nuestras lenguas se entrelazaban, buscandose, entrando y saliendo de nuestras bocas. Tu mano, ascendió por mi entrepierna. Senti la palma de la mano en mi miembro, ya completamente erecto. Me acariciabas por encima de la ropa, recreandote en mi virilidad. Miradas complices, no había palabras. El calor comenzó a ser intenso pero ahora no ibamos a desprendernos de las mantas, eran nuestra mejor coartada y nos daban la intimidad necesaria. Busqué con mi mano el interior de tus piernas. Las abriste para mí, facilitandome el paso. Tus dedos comenzaron a buscar la cremallera de mi pantalón. Era incomodo, por la situación y los nervios. No sabía bien donde atender, tus dedos se estaban atascando sin conseguir bajar la cremallera y yo ansiaba ser tocado directamente. Piel con piel. Mi mano había llegado casi a rozar tu sexo, la parte más alta e interna de tus muslos. Capté tu mirada, desesperada por la lucha en el broche. Sin dudarlo saque mi mano de entre tus piernas y fui en busca de la tuya. La aparté y acomodandome como pude en el asiento, solté el botón del pantalón y bajé la cremallera. Que liberación… Al instante tu mano volvió a palparme. Esta vez directamente, tus dedos expertos bajarón el elastico del slip. Sin prisas, sentí tu mano en mí. Abranzandome con una sola mano. Apretandome. Mi mano recuperó el espacio perdido instantes antes. Ardía en deseo y llegué donde no había tenido tiempo de llegar. Mi sorpresa fue mayor al encontrar directamente los labios de tu sexo, desnudos y sin rastro de vello. Me miraste, sabiendo que aquello me había gustado. Estabas humeda, lo noté en mis dedos y la facilidad que tenía para desplazarme, recorriendo tu coño, que se abría al contacto con mi mano. Tu mano se hacía cada vez dueña de más espacio. Acariciabas mis huevos, sopesandolos. Volvias al tronco de mi polla. Lo amasabas, lentamente. La piel de mi capullo subia y bajaba en tu mano. Mis dedos estaban empapados de ti, subia y bajaba por tu hendidura… alcanzando el clitoris en cada subida, lo notaba hinchado caliente. Mordiamos nuestros labios, reprimiendo nuestra respiración agitada. Costaba contener las ganas de gritar y de gemir. No sabía muy bien como terminaría aquello. No podía pensar. Nos dejamos llevar por el deseo y el morbo desatado. No había marcha atrás. Nos estabamos masturbando mutuamente y buscabamos el placer de forma reciproca. Dos dedos te penetraron, para no abandonarte. Tu mano comenzó a subir el ritmo y aumentar la presión sobre mi polla. El calor era intenso y sudabamos bajo las mantas. Si alguien miraba al pasar por el pasillo notaría los movimientos inequivoscos de nuestras manos pero no nos importaba, ahora ya no. Los musculos de tu coño se aferraban a is dedos, queriendolos apretar, reteniendolos en cada entrada y salida. Añadí un tercer dedo, clavandote hasta las nudillos, casi con violencia en mis manos. Miradas de pasión desbocada. Busqué con mi boca tu cuello, moordiedolo fuerte. Te sentí estremecer. Necesitaba llegar a tu oido, susurrarte, te deseo, te deseo todo… estoy a punto de correrme, cierra tu mano en el momento justo o nos pondremos perdidos los dos….Mis palabras te encendieron aun más, lo noté por las palpitaciones en tu coño. Tu también estabas llegando, lo presentía y apreté mis dedos de nuevo en ti hasta dejarlos hundidos hasta los nudillos. Un escalofrio fuerte me recorrió de los pies a la cabeza. Un latigazo fuerte sacudió mi miembro en tu mano. Lo notaste y tu mano subió cerrandose sobre el capullo. Las sacudidas de semen golpeaban en tu mano. Mis dedos seguian moviendose en tu interior…el calor se intensifico… clavaste las uñas de tu mano derecha en mi brazo, conteniendo ese impulso inequivoco. Siiiiiii, mmmmmmm, lo habías logrado… un placer mutuo y casi simultaneo. Tu mano seguia cerrada en mi miembro. Cruzamos la mirada y entendí tu pregunta sin hablar. ¿Qué hacemos? Sueltame, me mancharé pero será algo más controlado y local, dije entre murmullos y risas. Mis dedos también te abandonaron, completamente empapados. Como pudimos, nos recolocamos cada uno en nuestro asiento. Al otro lado del pasillo un pasajero pareció sonreir agradecido por el espectaculo del que había sido testigo. No pude reprimir un último impulso al separarnos, miré de forma lenta mis dedos y a continuación… los llevé hasta mi boca, saboreandote… recordandote y sin apartar la mirada de tus ojos. Nos besamos de forma tierna, alargando los ultimos instantes de placer. Creo que tengo que ir al baño a intentar recomponerme, dije. Tu risa era amplia y pícara. Como diciendo…tu te lo has buscado. Todavía con la manta cubriendo mi cuerpo, volví a pelear con la cremallera y el boton de mi pantalón. Tuve envidia al pensar en la comodidad de tu atuendo y lo apropiado que habia sido para la ocasión. Tal vez debería ponerlo en práctica para mi proximo viaje.

Andando por el pasillo hacia el baño, pude sentir como la humedad se extendía en mi interior y me reía pensando en que alguien pudiera notar aquel efecto en mí. La mala suerte hizo que hubiera alrededor de 10 personas esperando para entrar al lavabo. Pasé el rato sin saber muy bien donde mirar ni por supuesto que decir. Es una situación un tanto absurda y comica la que se da en esos momentos de espera en los que todo el mundo está ansioso por entrar pero nadie parece querer demostrarlo. Por fin, a solas en el lavabo pude limpiar con papel los restos que quedaban en mi ropa de esos momentos tan intensos y placenteros que había vivido minutos antes.

De regreso a mi asiento, seguí flotando, pensaba en cual sería tu recibimiento al llegar. Miré el reloj y calculé que aun quedaban algo más de 4 horas de vuelo. ¡¡Madre mia!! ¡¡Lo que pueden dar de sí 4 horas más!! Al llegar a nuestra fila nuevamente quedé sorprendido. Tu posición no dejaba lugar a dudas, estabas dormida Totalmente acurrucuda, las piernas casi unidas al pecho, la cabeza apoyada en el respaldo, mirando hacia mi asiento, y…la boca semiabierta, en un gesto de relax total. Sonreí, ante la situación. Además buena parte de tu cuerpo había invadido el espacio de mi asiento. No quise molestarte y como pude me acomodé en mi asiento. Tan solo acomodé mi hombro hacia tu lado para que recostaras tu cabeza. Creo que entre sueños abriste los ojos, simplemente para comprobar que era yo. Tu mano izquierda volvió a abrazarse a mi, agarrandome por la cintura. Al rato yo mismo quedé relajado por lo agradable de la situación y sin darme apenas cuenta mis ojos se cerraron para entrar en un profundo sueño.

Nos despertó el nuevo ajetreo en el pasillo para ofrecernos el servicio de comida. Pero…¡¡¿Cómo?!! ¿Qué hora es? Ufff… hemos dormido casi 3 horas. Que gustooooo. Tus ojos entrecerrados por el despertar me parecieron igual de seductores. Se nos notaba contentos por haber despertado unidos y recordar lo vivido unas horas antes. Algo en tu cabeza se activó de repente y comenzaste a moverte a un ritmo que a mi se me antojaba imposible solo despertar. Disculpa, voy al baño para volver a vestirme de persona, dijiste a la vez que te ponias de pie frente a mí. Está vez no me contuve y te abracé reteniendote a mi altura. Mis manos apretaron tus nalgas en un gesto pícaro. Te inclinaste para darme un pequeño beso en los labios y con delicadeza soltaste mis manos de tus caderas.

Tardaste un buen rato. Ya habían dejado sobre nuestras mesitas las bandejas con la comida. Al llegar de nuevo hasta a mí, recordé el porque me habías llamado tanto la atención en la sala de embarque del aeropuerto. Me felicité interiormente por la suerte que estaba teniendo ese día. Habiamos despertado con hambre y los siguientes minutos los dedicamos en forma exclusiva a la pelea con aquella especie de puzzle en que se convertía la diminuta bandeja con sus pequeños platos y envases en el interior.

Quedaba poco más de media hora de vuelo. El ajetreo a lo largo del pasillo era ahora para retirar nuestras bandejas.

No quise perder la oportunidad, ni esperar a la despedida. Entonces… ¿vuelves el miercoles? Sí, si , ya te dije, reunión ahora, según lleguemos y mañana intensivo de mañana y tarde. ¿Y tu el jueves, no? Sí yo tengo un día más. Ayyyy, que lastima no poder tener un vuelo de vuelta tan agradable como este. Risas, complices. Bueno, tal vez… nos veamos ¿no? Me gustaría, pero con la agenda tan cargada… será dificil. Por cierto… ¿en que hotel estarás? En el Intercontinetal, el que está muy cerca de Puerto Madero, me han dicho. ¡¡¿comoooo?!! La verdad es que es increíble, yo también voy al Intercontinental de Puerto Madero. Vaya, vaya, entonces no tenemos excusa eh. ¿Te doy mi telefono y me avisas para cenar esta noche? Sí claro, no lo dudes. De forma rapida busqué en mi cartera para darte mi tarjeta de visita. ¿Vienen a recogerte al aeropuerto o vas en taxi hasta el hotel? Vienen a recogerme un coche de la empresa y voy directa a la reunión sin pasar por el hotel, por eso mi forma de vestir. Más risas.

Comenzó la maniobra de aterrizaje y se hizo el silencio. De forma refleja, casi inconsciente nuestras manos se unieron enlazadas. Estabamos en Buenos Aires, no había preparado nada de la reunión durante el vuelo pero me sentía tremendamente feliz y relajado. Nos despedimos en la puerta del avión, antes de comenzar el recorrido por el tunel de acceso al aeropuerto. Caminabas unos pasos delante de mí, los pasajeros apresurados fueron intercalandose entre nosotros. Mis ojos seguian clavados en tu silueta. No giraste la mirada en ningún momento. La sala de recogida de equipajes fue el último sitio donde te ví.

Camino al hotel, en el taxi, mis pensamientos no estaban en el trabajo, ni en la reunión, tan solo pensaba en tu llamada a la hora de cenar. Pero eso es ya otra historia…