miprimita.com

Yo, mi, me, conmigo.

en Autosatisfacción

Hoy es uno de esos sábados de verano en los que estoy sólo en casa. Son las  cuatro y veinte de la tarde y me han entrado unas ganas enormes de masturbarme. No sé si es el aburrimiento, la soledad en la que ahora mismo me encuentro, o quizás este insoportable calor que se me pega tanto al cuerpo que no me deja ni respirar, el caso es que tengo una acuciante necesidad de agarrarme la polla y pajeármela hasta que me corra del gusto. Este hecho no tendría mayor importancia, si no fuera porque a mí, lo que de verdad me gusta, mejor dicho me apasiona y enloquece, es cascármela con cositas metidas en el culo. Me explico, cuando yo normalmente realizo actos de “amor propio” (nunca mejor dicho), para poder eyacular a gusto, necesito tener introducidos por el ano, algo duro, largo y grueso que me dilate en varios centímetros mi esfínter e intestinos. Por regla general suelo preferir las buenas, ricas y enhiestas pollas de los chicos con los que suelo follar, pero al estar solito en casa, tendré que conformarme con los diversos juguetes eróticos que poseo.

Como bien sabréis, meterse cosas por el culo requiere de cierta preparación previa. Antes de nada, tengo que asearme bien por dentro y por fuera, y para eso lo mejor es una buena lavativa. Me encanta sentir el cálido chorro del agua en mi interior. Lleno la pera de goma roja que tengo en el baño, y le pongo una cánula alargada de unos doce centímetros y terminada en una bola negra por donde sale a presión, en forma de lluvia el templado líquido. Repito esta acción unas tres o cuatro veces antes de meterme nada por detrás. Por supuesto, que no me la introduzco de forma violenta o dolorosa, para evitar esto, previamente me he aplicado una buena cantidad de crema. Mi preferida es esa de toda la vida. Sí, la que tiene una caja metálica redondeada azul oscuro; la que en la tapa tiene unas letras blancas que empiezan por Ni y acaban por Vea. Disfruto mucho con esta cremita pues no sólo la uso para aplicarme el enema, también es muy suave y deslizante, por lo que las penetraciones anales son mucho más gratificantes y satisfactorias con ella. Y al final te deja la piel de esa zona como el culito de un bebé, ¡aunque con más pelo lógicamente!

Terminado el ritual de limpieza de mi túnel del placer, permanezco sentado inerte durante unos instantes en la taza del inodoro, pues mis piernas aún me tiemblan por el esfuerzo de estar en cuclillas durante tanto tiempo. Esa es la posición que me resulta más cómoda para la inserción de la irrigadora cánula, y la posterior evacuación de los deshechos que el agua arrastre. Pasados unos minutos, ya puedo continuar con la preparación de mi preciada paja.

Lo primero que busco son mis películas pornográficas favoritas. Por supuesto, no pueden faltar algunas en las que aparezcan hombres viriles y muy bien dotados y jovencitos atractivos y con buenas nalgas tragonas. Cuanto mayor sea la diferencia de edad, más me excitan. Hay una en especial, que la he visto ya por lo menos un millón de veces, ¡y eso sin exagerar ni un poquito! (¿se nota que soy de Bilbao?) Se trata de un vídeo en el cual aparece un doctor mayor y les hace todo tipo de pruebas médicas a unos muchachos traviesos. Simplemente, me encanta. Poder ver cómo les va introduciendo por el ojete el dedo para explorarles la próstata, o meterles el termómetro en esos culitos en pompa, ¡eso no tiene precio! A mí me suele poner cardíaco perdido. Les ausculta el vientre y palpa sus genitales no dejando ni un solo centímetro de piel sin su personal revisión. Y al final les pajea y se los folla, ¿a quién no le gustaría un galeno así? ¡Sólo de recordarlo ya estoy babeando líquido preseminal por mi uretra!

Después de enchufar el vídeo, pongo sobre la cama un plástico extendido. Lo prefiero a las toallas de tela, porque luego hay que lavarlas, y a veces deja restos que no salen fácilmente, ¡ya me entendéis! Luego tengo que dar demasiadas explicaciones a mi madre, y no me apetece nada. Sin embargo, el plástico es sencillísimo de limpiar y de secar. El último paso que doy es sacar del cajón de mi mesilla de noche todos mis juguetes sexuales. Los tengo bien guardados bajo llave en una pequeña caja de caudales azul. Os diré con mucho orgullo que ya tengo una pequeña colección de ellos, la cual espero ir ampliando con el tiempo.

Lo primero que me compré hace ya bastante tiempo, fue una polla de látex, color carne, de unos 25 centímetros de larga y siete de ancha. Es muy realista, viene con las venas y protuberancias propias de una buena verga, y además lleva incorporada un par de cojones enormes, que me dan mucho morbo, por lo que acostumbro a lamerlos, meterlos en mi boca y dejarlos bien ensalivados. He visto que últimamente hay secciones enteras de éste tipo de dildos en los sex-shops que he visitado on-line, los llaman “penes de actores porno” y reflejan fielmente la herramienta del actor que más te guste, y creedme si os digo que hay algunas totalmente monstruosas, de tamaño y grosor.

Para seros realmente sincero, me cuesta mucho de primeras, y sin haberme metido algún otro dilatador, auto penetrarme con ella, a pesar de tener una ventosa en la base, pues es demasiado grande y gorda, y las veces que lo he conseguido, he terminado con el culo súper abierto, lo cual me gusta mucho, pero sangrando por tenerlo completamente roto debido a la enormidad de este juguete, lo cual no me hace mucha gracia. En su defensa, tengo que reconocer que cuando me entra toda esta masa ingente de látex por mi ano, y tengo mis intestinos rellenos de polla, a pesar de las molestias y el dolor causado, al de poco tiempo, me siento transportado a un lugar más allá del placer, estoy total y absolutamente embriagado por el gusto que me da. Toda la piel de mi cuerpo se me pone de gallina, y lo único que quiero es estar toda mi vida con él metido en el culo. Sé que nunca podré follar con un auténtico actor porno, así que esta verga de plástico va a ser lo más parecido que tengo de sentirme cerca de estas estrellas del cine erótico.

Después de este consolador, me compré un plug anal. Dado que no era posible ir a estudiar y posteriormente a trabajar con la polla de látex penetrándome las entrañas, decidí probar con uno de esos dilatadores, que se colocan en el interior de tu cuerpo y que no salen a menos que los quites tú mismo con las manos o haciendo presión con el aro del esfínter, dada su forma anatómica en forma de saeta. El plug que yo me compré no era excesivamente grande, pues mi idea era poder llevarlo puesto a todas partes, y a la vez que me fuera masajeando la próstata mientras caminaba. Es de unos 14 centímetros de largo y 4 cms. en su parte más ancha, y tiene un tacto súper sedoso. De color negro, tiene una punta redondeada para que me pueda entrar con mayor facilidad, y una base más ancha, con lo que impide su completa inserción, por lo que puedo relajarme y disfrutar sin miedo a problemas por llegar demasiado profundo.

Cómo ya os imaginaréis, lo que a lo primero fue una compra pensada para ir dilatando y abriendo la “flor de mi secreto” se convirtió con el tiempo en un vicio imposible de parar. Sin embargo, al final tuve que dejar de usarlo en público. Bueno, eso no es del todo cierto, os cuento…

Al principio de utilizarlo, como he dicho anteriormente, lo llevaba puesto a la universidad, en el último curso de carrera. Como mi casa no estaba a una gran distancia de la facultad, solía ir en transporte público, normalmente sentado, aunque también, a veces, de pie. Me lo introducía bien lubricado en el culo, y me lo ajustaba entre mis glotonas nalgas para que no se notara. Me encantaba sentir los dulces calambres que me producía al rozar constantemente mi punto P. Sentía descargas de una intensidad inenarrable, que me obligaban a realizar un esfuerzo por no gemir delante de todo el mundo. Os diré que llegaron a caérseme lágrimas del placer y el morbo que me producía llevarlo dentro. Me emputecí, si es que este término existe. No podía dejar de usarlo a diario. Hasta que un buen día, en los baños del edificio donde estudiaba, pensando que nadie me veía, pues al menos yo no vi a nadie, una señora de la limpieza, me pilló sacándomelo y volviéndolo a meter en mi culo, mientras yo gemía y temblaba de gusto. ¡Imaginaros mi vergüenza! En esos momentos me quería morir. Desde ese día, decidí usarlo únicamente en la intimidad de mi habitación. Aunque, una pareja que tuve durante un tiempo, me obligó a llevarlo puesto en una playa nudista a la que acudimos ambos, y reconozco que me excitó mucho, debido al morbo que me produjo aquella situación tan embarazosa.

El siguiente artículo que me compré fueron unas bolas tailandesas ¡Qué maravillosa compra! Os las recomiendo encarecidamente. Son una ristra de trece bolas rojas de diferentes tamaños y volúmenes, que las voy metiendo una a una, después de haberme dilatado con el plug, y las saco sin usar la mano. Repito una y otra vez la misma operación hasta que tras varios minutos, termino con las piernas temblorosas por el gran esfuerzo que supone para mi orificio realizar este durísimo pero exquisito ejercicio. Más teniendo en cuenta, que lo hago en cuclillas, encima del plástico que pongo para no manchar mi cama.

No me gusta, ni me interesa nada la escatología, pero para el que le agrade, le diré que si me vierais os parecería que estoy en plena defecación, ya que la postura, la fuerza y la sarta que sale por mi culo, son casi idénticas que cuando voy al baño a jiñar ¡Pero qué a gusto me quedo! Me sube un calambrazo por toda la columna vertebral desde mi ano, que me deja sin capacidad de sentir nada más que el boquete que queda en mi esfínter al terminar. Tardo varios minutos en recuperarme, pero eso sí, siempre puedo después de esta sesión, meterme cualquier cosa por ahí, pues está el camino tan abierto, que sin apenas resistencia, me entra casi de todo…

Y para terminar con mis juguetes, lo último que me he comprado son unas correas de cuero negro, ribeteadas con tachuelas de acero inoxidable. Son para atarme los huevos y la polla, de tal manera que me deja los cojones prietos y separados del cuerpo, evitando que se muevan de su sitio, y por otro lado, me aprisiona el rabo y lo mantienen duro más tiempo.

Pues bien, con todo este material ya dispuesto y preparado para mi uso y disfrute, y con el intestino limpio y lubricado y las correas en su sitio, dispuesto a una larga tarde de buen sexo en solitario, es cuando me dispongo a machacarme el pito (le llamo pito porque todavía no está lo suficientemente grande y duro para llamarlo polla, de hecho está muy alicaído, ¡necesita una buena sobada!) Estoy tan feliz con mi verga, que pienso en ponerle un nombre y todo, ¿se os ocurre alguno?, se aceptan sugerencias.

Mientras me la voy cascando, inicio la introducción de las bolas tailandesas hasta la última de ellas, y a la vez escucho a los actores de la película pornográfica, en una excitante escena de una fingida violación de un escolar, gemir como putas, lo que provoca que yo mismo empiece a sacar ruidos orgásmicos por mi garganta. Estoy muy cachondo, y totalmente entregado al hedonístico placer sexual. El intenso esfuerzo que realiza mi culo al expulsar las bolas de plástico repercute a su vez en la dureza de mi polla. Una vez salen la totalidad de las placenteras esferas anales, me las vuelvo a introducir una a una nuevamente, para echarlas otra vez fuera de mi cuerpo. La paja va en aumento exponencialmente y el ritmo de mi mano también. Paso al plug anal, que ahora entra en mi agujero sin necesidad de lubricante, pues ya mi ano está completamente abierto. Dejo que haga su trabajo masajeando mi próstata, mientras yo me tumbo en la cama y subo mis rodillas hasta el pecho, para tener un mayor acceso a la híper sensible zona en la que lo he introducido.

En ningún momento dejo de masturbarme con la otra mano, pues necesito que mi palpitante miembro siga enhiesto y firme para poder llegar al orgasmo cuanto antes. Estoy ansioso por correrme, por lo que hago que el dilatador que tengo introducido en el culo salga a presión de él. Es la hora en la que con más impaciencia espero, me toca auto follarme con el gran consolador de látex. Es tan enorme que por más crema que me estoy dando de nuevo en toda la región perineal y alrededores, así como en la entrada a mi gruta del placer, sé a ciencia cierta que me va a costar metérmelo, pero que al final, tras muchos intentos, lo conseguiré. Aunque también sé que me va a doler. Y aun así lo ansío desesperadamente.

Lo tengo atrapado en mi mano. Es un objeto grande, duro a la vez que flexible y de una belleza sin igual. Como me imaginaba, no me entra en la primera envestida, así que lo vuelvo a intentar, esta vez con las dos manos, presionando furiosamente contra mi agujero intestinal, con violencia por la inmensa necesidad de tenerlo penetrándome las entrañas. Quiero, no, ansío desesperadamente que me dé por detrás esa inmensa mole de plástico. Lo necesito, a pesar de saber que acabaré con el ano completamente dolorido y probablemente con sangre pues esa bestial polla me terminará por romper el culo. Y a pesar de eso, lo intento una y otra vez hasta que noto como mi esfínter acoge, no sin quejas, la roma cabeza de la bestia que me taladra el ojete, y que ya desde un principio me manda oleadas de placer y de dolor, a partes iguales, a mi cerebro. Cuando después de varios minutos, y bastante sufrimiento, consigo que la polla me llene completamente el recto, veo con tristeza que mi propia verga está amorcillada, y eso a pesar o sería mejor decir que gracias a que llevo puestas las correas de cuero, que si no seguramente la tendría otra vez blanda como el pito de un niño pequeño.

Con apasionado denuedo, y mirando nuevamente a la televisión en donde una nueva escena porno aparece en pantalla, en la cual, un trio compuesto por dos chicos jóvenes y un hombre ya de cierta edad, completamente desnudos, y en donde se ve a los chavales arrodillados, uno delante del señor comiéndole el rabo y el otro detrás lamiéndole el culo. Mientras yo continuo con el delicioso trabajo de poner mi polla a tono nuevamente. Mi ano mandándome señales inconfundibles de un atormentador placer, a la vez que voy subiendo y bajando rítmicamente todo mi cuerpo a lo largo del brutal dildo. Durante más de quince minutos, continuo con estas maniobras.

No puedo más, noto que todo mi cuerpo se arquea, pues desde mis apretados huevos, casi amoratados por la presión de las correas, estalla un inconfundible y extasiante cosquilleo que pasando por la machacada próstata y atravesando los conductos espermáticos, me obliga a expulsar muy abundantemente mi cálido y espeso semen, el cual embadurna completamente mi vientre y el rizado vello púbico que adorna ante mi polla.

Después de esta gran corrida y de esparcir mi lefa por mi cuerpo, me llevo los dedos llenos de mi leche a los labios para saborearla, pues para mí es como el más delicioso de los néctares.

Una vez recuperado mínimamente de la violenta descarga de mis cojones, me voy sacando muy despacio y girándolo lentamente, el enorme pollón que tengo penetrándome el ojete. Cuando por fin sale completamente de mi agujero, siento como si un gran vacío quedase en mi interior, como si me hubiesen extirpado una parte enorme de mi cuerpo.

Por un instante, estoy en paz conmigo mismo y con el resto del mundo. Puedo decir sin lugar a equivocarme que estoy muy feliz y muy a gusto. Al menos hasta el momento en que me doy cuenta de que se me está quedando reseca y pegada toda esa lefa que con anterioridad había soltado, por lo que necesito sin falta darme una buena, que termine de relajarme definitivamente.  

Y como os explicaba al principio, ésta es la forma en la que más me gusta masturbarme. Sé que no es la única, y posiblemente tampoco sea la mejor, pero es la que a mí más placer me da. Pero por si alguien conoce alguna otra manera de cascársela, sabed que siempre estoy “abierto” a sugerencias. Por cierto, habéis probado algún otro juguete de este tipo, si es así me encantaría que me lo recomendaseis, si realmente merece la pena.

Besos.