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Mi oscura prisión

en Gays

Desde este rincón oscuro, dentro de la prisión, en la que me encuentro ahora mismo encerrado, escribo este doloroso relato. Para no facilitar datos, fechas, ni nombres, les diré simplemente que me llaman “El Rubio”. Cumplo pena de cárcel por homicidio en primer grado. Para que todo el mundo lo tenga claro. Según la ley, en justicia, hay diferentes grados según el crimen que hayas cometido. El mío era el más grave. No sólo había matado al hombre que me torturó y abusó de mí durante décadas, sino que me había ensañado de tal forma y con tanta depravación, que el jurado que me condenó no tuvo la menor duda de aplicarme la pena máxima para este tipo de delitos. No piensen ni por un momento que me arrepiento de nada. Al revés, si volviera a tenerle delante, volvería a matarlo, con la misma violencia y saña con la que lo hice aquel terrible día.

Mi historia comenzó hará unos doce años, cuanto yo tenía dieciséis. Mis padres fallecieron en un maldito accidente de tráfico. Éste hecho, no sólo cambiaría mi vida completamente, sino que la destrozó de dos maneras diferentes. Por una parte el dolor y la pérdida de mis seres queridos, pero por otra…

Al ser aún menor de edad, me pusieron bajo la tutela del hijo de puta que me estuvo violando y torturando durante tantos años, mi tío Julián, el hermanastro de mi madre.

Ya desde el primer momento en que crucé el umbral de su casa, pude comprobar en mis propias carnes el dolor y las vejaciones que sufriría con éste mal hombre. Sin recuperarme aún de mi pérdida, mi tío me puso a trabajar en el taller mecánico que tenía en propiedad y que llevaba él junto con otro trabajador amigo suyo. Durante la jornada de trabajo, el chico que estaba en el taller me iba enseñando poco a poco el oficio, así que esa fue la parte positiva de mi estancia en aquel infierno. La parte negativa era todo lo demás. Los insultos que profería mi tío cada vez que me equivocaba en algo, o que no hacía lo que él me pedía. Las humillaciones y malos ratos que me hacía pasar cuando había clientes delante. Las vejaciones cuando no había nadie cerca que lo pudiera evitar, y un largo etcétera con lo que tuve que vivir durante todo el tiempo.

Las condiciones en las que me tenía ese miserable eran de todo menos buenas. Dormía metido en un mísero cuartucho sobre un viejo colchón de muelles, que se me clavaban por toda la espalda. No tenía más ropa que el mono de trabajo, unos viejos pantalones vaqueros y unas raídas camisetas, así como dos pares de calzoncillos, bastante desgastados y con agujeros por la entrepierna. Comía lo que el dejaba de sobras, y malvivía sin un puto céntimo en mi bolsillo, pues a pesar de trabajar a destajo, no me pagaba nada.

Para que se hagan una idea de mi día a día, tan solo les contaré unas pocas pinceladas de lo que aquel cerdo cabrón me hacía sufrir. Me obligaba a levantarme a las siete de la mañana. Preparaba el desayuno y después fregaba todos los cacharros. Luego después de que él se duchara y acabara casi con toda el agua caliente del calentador, me tocaba a mí hacerlo, siempre bajo su asquerosa mirada, mientras él se afeitaba. Esa parte de exhibirme totalmente desnudo frente a él, me hacía sentir sucio, pues en su mirada la lujuria se desbordaba y sentía como se le caía la baba por la comisura de sus labios. Todo ello preludio de lo que a las noches me esperaba.

Una vez vestidos para ir al trabajo, mi única ropa, olía como siempre a sudor y a grasa de motor, puesto que a pesar de limpiarme a conciencia, ésta no se iba de mi cuerpo, ni de mis manos, aunque me las dejara en carne viva de tanto restregarlas con el cepillo de uñas. Yo me sentía sucio por dentro y sucio por fuera, era una sensación muy desagradable, y sin embargo, no era lo peor que tenía que sufrir.

Como ya he contado, mi tío no desaprovechaba ni una oportunidad para humillarme delante de los clientes. Recuerdo un día en el que apareció una chica joven, que estaba buenísima, y que me puso cachondo como una moto, nada más verla. Pues bien, mi tío que se dio cuenta inmediatamente de que la muchacha me atraía, me dejó como si fuera un imbécil delante de ella, pues le hizo notar que me había empalmado, y que se debía a que era el idiota de la familia, y que tenía que soportarme, ya que le había caído a él esa terrible desgracia. Me encerró en el sucio baño del taller, a oscuras, para que no me escapara. Cuando cerró la lonja, oí como bajaba la persiana y nos quedamos él y yo a solas en aquel local.

Mi tío abrió la puerta del baño, me agarró de los huevos y me sacó de allí. Me dio dos hostias en la cara, que me dejaron los papos marcados y la cabeza mareada, y me dijo que era la última vez que le dejaba en ridículo delante de una clienta. Me quitó por la fuerza el mono de trabajo y la ropa interior que llevaba y sacándose el cinturón de su pantalón, comenzó a azotarme sin piedad. Yo lloraba y pedía clemencia mientras me golpeaba tan salvajemente, pero él no aminoró los cinturonazos en mi espalda ni en mi culo. Cuando después de un buen rato se cansó de la golpiza, me derrumbé entre los neumáticos que teníamos acumulados para recauchutarlos. Yo lloraba por el dolor que me causó y por sentirme tan indefenso, y él al verme en ese estado de una patada en el costado, me dio la vuelta. El aspecto que debía presentar yo en aquellos momentos era terrible, sin embargo, él en lugar de apiadarse de mí, se puso a insultarme, me llamaba inútil, maricón, que no servía ni para darme por el culo, que era un estorbo para él, etc. Para terminar, se sacó la polla y me meo encima, y después me escupió a la cara. Yo no paraba de llorar.

Por las noches, al llegar a casa, él se tiraba en el sofá del salón mientras yo cocinaba la cena, le servía la mesa y después veíamos un rato la televisión. Normalmente, al ir a la cama, todo terminaba siempre con la violación de mi boca y de mi culo. Al principio yo luchaba porque me dejara en paz. ¡Le excitaba tanto mi resistencia! Me sobaba todo el cuerpo y me besaba metiéndome su larga lengua entre mis labios. Tan solo el olor a detritus de su aliento me revolvía el estómago, pero aquella húmeda y pegajosa lengua, era más de lo que yo podía aguantar. En cuanto estaba empalmado, se bajaba la bragueta del pantalón y me obligaba a mamarle su sucia polla. Las primeras veces, además de resistirme intenté mordérsela, pero después de dos patadas en los huevos y de dejarme doblado por la mitad, ya no volví a intentarlo. Además me di cuenta de que si no me resistía terminaba antes, que era precisamente lo que yo quería. Había días que con chuparle el rabo ya tenía bastante, y se corría en mi boca. Su leche era asquerosa, me sabía a demonios, pero era preferible a que me metiera su gorda polla por el apretado agujero de mi culo. Cuando esto pasaba, yo me sentía morir. Era como intentar meter un bate de beisbol por el agujero de un botellín de cerveza. Siempre acababa con el culo roto, sangrando y con la sensación de tener las entrañas reventadas y llenas de su asquerosa y caliente leche.

Como digo, esto ocurrió durante diez años. Al principio yo era un tímido adolescente, desamparado y sin nadie a quien recurrir, pero con el paso de los años, me convertí en un muñeco roto, no solo por el dolor y la pena de la muerte de mis seres queridos, sino por los abusos de este hombre, que consiguió hacerme sentir una auténtica mierda, que realmente no servía más que para proporcionarle placer sólo a él, pues yo nunca sentí nada más que dolor y asco. Fue tanta mi dependencia emocional por mi tío, que nunca me llegué a plantear escaparme de allí, o denunciarle por los abusos a los que a diario me sometía. Estaba como sin alma ni fuerzas para oponerme a su miserable voluntad. Me había anulado como ser humano.

Todo esto cambió de la noche a la mañana. Un buen día apareció por el taller mecánico Luis, un señor de unos cincuenta años, pero muy atractivo y con muy buen cuerpo. Yo tenía entonces 25 años a punto de cumplir los 26, y estaba tan acostumbrado al sexo con un hombre, que hacía mucho tiempo que no me fijaba en las chicas guapas. De hecho, nunca me había prendado de nadie, pues estaba tan asustado y avergonzado que no me atrevía a mirar a la cara a la gente.

Pero ese día fue distinto. Estaba yo solo en el taller, pues mi tío hacía mucho tiempo que despidió al chico que tenía trabajando para él, ya que yo había aprendido y conocía bien el oficio y me las arreglaba sin la ayuda de nadie.

Luis entró y se dirigió directamente hacia mí. Yo me encontraba tirado en el suelo, arreglando los bajos del vehículo de otro cliente. Él me dio un pequeño golpecito en el pie, para hacerme notar que estaba allí. Yo salí de debajo del coche y nada más hacerlo, me encontré con el tipo más atractivo que haya visto en toda mi vida. Vestía de traje y corbata, muy elegante y tenía una sonrisa en la boca, que nada más verla me volvió loco. Sin darme cuenta me puse cachondo y me empalmé. Él se debió de fijar, pues no apartaba la mirada de mi entrepierna. Me puse nervioso y empecé a balbucear. No atinaba a decir nada con consistencia. Al final Luis se echó a reír y yo a mi vez me puse a reír también. En esas estábamos cuando llegó mi tío y se terminó mi diversión.

Cuando Luis se marchó, después de dejarnos las llaves de su coche, mi tío Julián me arrinconó contra una pared y me dio un rodillazo en las pelotas. Estaba furioso porque me había reído con un cliente y eso le molestó muchísimo. Aquella noche me destrozó el trasero, pues me folló sin siquiera lanzarme un escupitajo en mi ojete, como solía hacerlo normalmente cuando me daba por el culo. Sentía como me iba rompiendo poco a poco por dentro, cada centímetro de su polla me desgarraba mi interior, pero ya para entonces no me quedaban más lágrimas que soltar. Sin apenas sonidos, ni quejidos, ni explosión de placer, se corrió en mis intestinos y me dejo tirado en el viejo colchón, donde caí rendido y sin poder moverme en toda la noche.

Dos días más tarde, Luis el hombre del coche, volvió a por su vehículo y como fui yo quién le atendió la última vez y le hice el arreglo, pues también fui yo quién le devolvió las llaves y le cobró la reparación, explicándole detalladamente lo que era la avería que le había ocurrido. Mi tío no dejaba de mirarnos como un halcón al acecho. Pero yo estaba tan distraído pensando en los bonitos ojos azules de Luis, y en sus dulces labios, que ni siquiera prestaba atención a las malas miradas de mi tío. Durante quince minutos estuvimos hablando él y yo, y al final, me dio su tarjeta con su teléfono, que yo me guardé bien para que no me la quitaran ni se perdiera, pues él también se había prendado de mí. Luego se marchó y volví a quedarme a solas con el salvaje de mi tío.

Aun no sé de dónde saqué el valor para llamarle, una tarde que estaba a solas en el taller. Cuando contestó mi corazón dio un vuelco. Se me secó la lengua y las palabras no me salían. Después de varios “Diga, diga” yo me atreví a hablar.

        - Hola Luis, soy el chico del taller mecánico al que llevaste hace unos días tu coche.

        - Hola, ¿qué tal estás? Llevaba varios días esperando tu llamada.

La conversación discurrió de forma amigable, y al finalizar quedamos en vernos unos días después, cuando saliera de su trabajo. Naturalmente, acabamos en su casa. Yo estaba muy nervioso y sin saber qué hacer. Le dije que era la primera vez que estaba con un hombre. Aunque lo que realmente quería decir era que era mi primera vez, voluntariamente, pero eso me lo callé. Él sí sabía qué hacer en todo momento.

Me besó apasionadamente. Su sabor era totalmente distinto al de mi tío. Se veía que Luis era un hombre muy cuidadoso con su higiene personal. Supongo que sería debido al colutorio o a la pasta de dientes que usaba, pero su beso me supo dulce, con sabor a fresa. Su lengua fue muy suave y caliente y jugueteó con mi lengua antes de penetrar en mi boca e invadirme completamente. Fue muy tierno y me besó por todo el cuerpo mientras me desnudaba poco a poco.

Yo, como era mi costumbre, me dejaba hacer, a pesar de los terribles deseos que me entraron de participar activamente, acariciando su esbelto torso y lamiendo su hercúleo pecho o pellizcándole los pezones como era la costumbre de mi tío. Pero tuve miedo, pues el acto sexual con mi Julián era siempre violento y carente de toda sensibilidad. Preferí dejarme hacer.

Como ya he dicho, fue Luis quién llevó todo el peso de aquel primer acto amoroso. Por primera vez en mi vida, supe lo que era el placer. Después de desnudarme completamente, y de besar todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies, se metió mi polla en su boca. Esto sí que era completamente nuevo para mí. Nunca antes mi tío me había tocado, o intentado darme placer de ninguna manera. Era yo quien muy de vez en cuando me masturbaba en el sucio colchón de mi cuarto, más para descargar mis doloridos cojones, que por el propio gusto de la eyaculación. Sin embargo, Luis me estaba tratando tan dulcemente, que sus labios sobre mi verga me llevaron al séptimo cielo. Nunca imaginé que las mamadas que todas las noches le hacía a mi tío, pudieran proporcionar aquella cálida sensación de bienestar y de gozo. Cuando dejó de lamerme el glande como si fuera un chupachús, me dijo era un chico precioso.

Quizás por la falta de costumbre a tanta galantería o porque mi tío Julián siempre me insultaba y me decía que era deforme, el caso es que de toda la vida, yo me había creído que era el patito feo del cuento. Así que me sorprendió escucharle decir palabras bonitas sobre mi cuerpo a Luis. Me embriagó con sus adulaciones. Por su parte, él no era consciente de lo mucho que me estaba afectando todas esas caricias y todos sus comentarios.

Empezó a hurgar con sus dedos en la entrada a mi culo. Sin pensarlo dos veces, dejé de estar tumbado boca arriba en la cama, me di la vuelta y me puse en la posición en la que mi tío prefería follarme. Es decir, yo a cuatro patas, con las piernas totalmente abiertas, para que pudiera acceder a mi ojete con más facilidad y la cabeza y el pecho apoyado en el colchó, entregado por completo a las embestidas que quisiera darme.

Luis tomo mi actitud, como una invitación y comenzó a hacer algo que yo sí que no me esperaba. Acercando su cara a mis nalgas, empezó a lamerme tiernamente mi esfínter. La primera reacción mía fue dar un respingo. No tenía ni idea de lo que me estaba haciendo, pero debo decir que me encantó. Sentí esa húmeda sensación que te embarga cuando alguien te come el culo de esa manera. Creía que me iba a correr del gusto, pues mi polla estaba ya bastante excitada con la mamada que me había proporcionado Luis, pero con mucho esfuerzo, conseguí aguantarme y no eyacular. Después noté como sus dedos iban abriéndome suavemente y dilatándome el ano. ¡Qué delicia cuando jugueteó con sus falanges en mi próstata! Ahí sí que no pude aguantarme más y solté toda mi leche en sus pulcras sábanas, dando pequeños gritos de placer. Para mí todas estas sensaciones eran totalmente desconocidas.

Cuando Luis vio mi corrida, me besó en los huevos con mucha ternura y después se puso detrás de mí, con su polla totalmente empalmada y dura como una piedra. Lo primero que noté fue su capullo acariciándome el ojete. Me recorrió un escalofrío que partía desde mi sensible culito hasta los pelos de la cabeza, fue delicioso. Al de un rato, volvió a presionar con su romo glande y poco a poco fue entrando dentro de mí. Aquel acto de amor no tenía nada que ver con lo que hacía por las noches en mi casa. Luis me estaba dando amor, placer y gozo, y mi tío simplemente se descargaba los huevos conmigo.

Durante lo que para mí fue una eternidad, me estuvo follando el culo. Sin prisas ni apremios, no sólo para su disfrute, sino para el mío propio. ¡Y cómo gocé! Como una perra en celo. Fue tan maravilloso que casi pierdo la noción del tiempo. Por desgracia para mí, Luis tenía un reloj en su mesilla y pude ver por la hora, que mi tío ya estaría furioso conmigo, pues era muy tarde y debería estar en casa preparándole la cena. Sin embargo, yo estaba tan a gusto, que no le dije que se diera prisa, y le dejé seguir con la follada hasta el final, en el que me llenó de lefa todo el culo, por dentro y por fuera. No sé ni cuantos lechazos me echó, pero debieron de ser bastantes, por la cantidad de semen que me escurría por todo mi trasero. Cuando terminó, me besó con pasión y durante un buen rato, estuvimos abrazados en su cama, sin decir una palabra. Simplemente mirándonos a los ojos y sonriendo como dos tontos.

Por fin, Luis se levantó y se fue al baño a ducharse. Yo por mi parte, me vestí a todo correr, pues no quería hacer enfadar aún más a mi tío. No me di ni cuenta de que tanto por mis nalgas como por mi ojete, estaba lleno de la leche de mi amante, pues solo me preocupaba el cabreo de Julián. Tampoco me fijé que con las prisas me había puesto los calzoncillos de marca de Luis. Salí de su casa y llegué a la de mi tío, el cual me estaba ya esperando con el cinturón en la mano. En cuanto me vio llegar empezó la paliza. Me estuvo dando golpes, todos los que quiso y más. Ni siquiera me daba en un lugar en concreto, sino por todo el cuerpo, allí donde cayese la correa. Cuando por fin se detuvo, pensé que me dejaría ya en paz, pero me equivocaba.

Me llevó arrastras a mi cuartucho, me tumbo en el viejo colchón y me desgarró la ropa. Nada más ver la marca de mi ropa interior, mi tío supo que me había estado follando con Luis. Creí que me mataba. Julián fue a la cocina y se trajo el cuchillo más grande que encontró. Me lo puso en el cuello y me dijo que me iba a matar. Luego destrozó el calzoncillo de marca y dejando el cuchillo en el suelo me dio la vuelta al cuerpo a patadas.

Al darme la vuelta y arrancarme el trozo de tela en que había convertido la ropa interior de Luis, se fijó en que ésta estaba llena de semen. Le faltó tiempo para inspeccionarme el ano, por el cual salía un goteo continuo de lefa de mi amante. Nuevamente me pateó el costado y las nalgas y a gritos histéricos me pregunto que quién era el que me había dado por el culo. Amenazó con matarme a mí y a él. Como un loco se fue a por mi cartera en busca de pistas sobre la persona que me había follado, y las encontró. Dentro de mi billetera, llevaba la tarjeta que Luis me había dado días antes. En ella aparecía no solo su nombre y teléfono sino también su dirección.

Me dijo gritando que iba a ir a su casa a matarlo. Me dijo gritando que después vendría con su cabeza debajo del brazo para que yo viera que lo había matado, y posteriormente me dijo gritando que acabaría con mi propia vida. Yo estaba roto de dolor, no por los golpes, sino por el miedo a que cumpliera su amenaza. Así que sin pensarlo agarré el cuchillo del suelo y se lo clavé en su costado.

De pronto se hizo un silencio, más desgarrador que los propios gritos. La sangre le salía a borbotones, inundando mi pequeño y viejo colchón. Sin embargo, mi tío aún no había muerto, pues me miraba con esos ojos inyectados en odio y boqueaba sin decir palabra. No sé cómo, pero consiguió sacarse del costado el cuchillo, dejándolo caer de nuevo al suelo. El ruido que hizo el metal contra las baldosas de la habitación fue lo que consiguió despertar en mí, todo el rencor y los abusos que había estado sufriendo durante tantos años. El desencadenante de mi rabia acumulada durante todo ese tiempo.

Volví a tomar entre mis manos el afilado instrumento de mi venganza. Desgarré su ropa pieza a pieza hasta dejarlo completamente desnudo, tal y como yo me encontraba en aquellos momentos. Y empecé mi carnicería particular. Me volví loco, completamente loco. No recuerdo bien que ocurrió a continuación. Mi mente estaba totalmente ida. Tan solo recuerdo que después de un rato, me vi a mí mismo empapado en sangre y a mi tío Julián  con la garganta rajada y los pezones cortados. A su vez, le había cercenado su polla y los cojones le colgaban fuera de su saco escrotal y de su esfínter sobresalía el mango del cuchillo, pues le había introducido toda la hoja por su culo.

Así estaba yo cuando llegó la policía. Al parecer con tantos gritos y golpes, los vecinos de mi tío les habían llamado, pero como siempre llegaron tarde. A mí me metieron primero en un psiquiátrico y posteriormente al juicio en la cárcel. Curiosamente, ahora, encerrado en esta celda, rodeado de asesinos, violadores, traficantes de drogas y ladrones, es cuando más seguro y tranquilo me encuentro.

De Luis nunca volví a saber nada. Supongo que es normal, a pesar de contarle mi triste historia por carta. No es fácil, aceptar lo que pasó, y todo lo que hice sobre todo porque lo hice para evitar que le hicieran daño a él. Pero cuando tan sólo has tenido un único encuentro sexual, asumir la responsabilidad de una relación tan tormentosa, es prácticamente imposible.

Mis experiencias sexuales, a pesar de lo que yo me imaginaba, no terminaron con mi ingreso en el presidio. Al revés, en realidad es aquí en donde he encontrado mi plena satisfacción, siendo el querido de uno de los jefes más depravados de las bandas de la prisión. Pero eso ya es otra historia, que ya contaré más adelante.

Hasta siempre.