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Mi primer combate con una mujer

en Sadomaso

Cuando me libero de mi reloj de pulsera, este marca:

02:17

Me regocijo porque, aunque la esfera no lo anuncie, me hallo noctívago en la madrugada de una noche que, a priori, se presenta como las demás. Pero esta noche es especial. Horas vespertinas que abandonan a la decencia somnolienta y levantan la veda para los tabúes mas prohibidos y los vicios más inconfesables y ocultos. Comienzo a desnudarme. Me invade la misma desazón previa, la idéntica incertidumbre agorera que me visita siempre los instantes precedentes. Excitado, la adrenalina retumba en mis arterias, tensa todos los músculos de mi cuerpo. Me descubro delante del espejo del cuarto de baño, exhibiendo mi poderoso aspecto: mi protuberante pecho, mis hinchados brazos, mi cuadriculado cinturón abdominal flanqueado por los oblicuos que enmarcan esta lección de anatomía. Con este cuerpo, tengo que triunfar seguro. Y tiene que ser esta noche. Quizá esta pastilla que tengo en mis manos, me ayude a mitigar la inseguridad en la carrera a mi éxito. Tengo que dejar el listón bien alto, aguantar el tipo como lo he hecho otras veces. ¿Será este incentivo artificial la ventaja definitiva? Ya sé que puede considerarse como una trampa, pero rechazarla sería desaprovechar la oportunidad... Un sonido a mis espaldas me reclama y me aparto de mis divagaciones.

Fuera de los lavabos, el corredor solo esta iluminado por un extremo. Me dirijo a la luz. Las voces y murmullos se acrecientan a medida que me voy aproximando. Calzado, y tan solo vestido por un calzón corto oscuro y cubierto por un albornoz, irrumpo en la sala. La muchedumbre se agolpa en torno a mí, me reciben con palmas, silbidos, gritos entusiastas, jaleo en general. El ambiente es denso, esparcida una espesa niebla de humo translucido; a cada paso que doy, la suela se adhiere bajo una superficie pegajosa. Llevo ya tiempo dedicándome a los combates ilegales y he estado en un montón de lugares diferentes donde nadie hubiese imaginado que allí, dos hombres se habían machacado rodeados de individuos desconocidos que les arengaban a hacerlo, cada vez más duro, cada vez más violento. He luchado en aparcamientos subterráneos donde los vecinos aparcan su utilitario, naves industriales de cadenas de montaje y contratos precarios y solares abandonados que nunca tuvieron tanta animación antes de llegar nosotros. Esta vez es un inhóspito auditorio con las sillas dispuestas en circulo, dejando un espacio en medio que se dispone como improvisado ring. Allí me espera mi contrincante, que se balancea de un pie a otro, dando directos al aire, oculto por un albornoz de capucha, bordado a su espalda un nombre:”Medusa”.

En estas contiendas las reglas suelen ser muy laxas, la victoria se otorga cuando uno de los luchadores permanece en pie, mientras el otro no. Dispongo de un extenso currículo en esta empresa y la mayoría de combates los he solventado manteniendo mi verticalidad, los nulos quedan en minoría. Este pensamiento me hace sentir poderoso, ávido de utilizar todo mi potencial para liquidar al contrario que estaba en frente de mí. Éste, se desprende de su albornoz y, por un momento, quedo descolocado, estupefacto ante lo que veo, el factor sorpresa me desorienta por unos instantes: mi contrincante es una mujer.

Una morenaza que luce cabello hasta sus redondeados hombros; luce seria la expresión, de pocos amigos, enmarcada en un rostro hermoso, de ojos brillantes y labios carnosos. Su cuerpo es impresionante: cuando tensa sus brazos perfilados, sale a relucir la fibra de sus músculos, que tienen un tamaño proporcionado pero temible; sus senos son dos rocas exuberantes que parecen desafiar a la gravedad escalando aquel pecho cubierto por un pequeño bikini que marca los pezones de una forma impertinente y provocadora; su abdomen muestra una mayor topografía que el mio, lleno de hendiduras y prominencias que definen unas magnificas abdominales, resultado de un brutal sacrificio y entreno; por calzón, viste un tenue tanga incitador, que insinúa un pubis rasurado; sus piernas, dos columnas fuertes que la sostienen en un ágil vaivén. Ante esta portentosa mujer de físico poderoso y sexy, el auditorio se entrega en vítores y aplausos. Me siento un poco intimidado, nunca me he enfrentado a una mujer y mucho menos con un cuerpo tan excepcional como el suyo. Las pulsaciones se aceleran, un cosquilleo despierta en mis testículos y una gota de sudor resbala por mi sien. Después noto como empieza a emerger una erección, lo cual me incomoda porque no deseo quedar en evidencia delante de todo el mundo y que se notase el bulto delator en mi pantalón, que además es elástico, con lo que me veo incapaz de disimular el efecto que provoca aquella mujer en mí. Cada vez estoy más fastidiado y nervioso, y que la concurrencia se ponga de su parte, no mejora las cosas. Ella mantenía su rictus serio y no dejaba de examinarme directamente; desvío la mirada e intento apartarla de mi campo visual: cada vez más sólida mi polla, no tiene más remedio que alzarse tirado de los hilos de aquel poderoso estímulo del cual no puedo permanecer indiferente. En la contienda psicológica, me ha ganado el primer asalto.

Empezamos a caminar en espiral, un círculo peligroso que se va cerrando cada vez más; ambos con los brazos en guardia, mirándonos fijamente, escrutándonos, tratando de encontrar un atisbo de temor o recelo para ahondar en el a golpes. Aun no se qué me espera, esta excitante incertidumbre va aumentando mi desazón: es una responsabilidad mayor la mía si me derrota una mujer. Intento disimular mi inquietud y desasosiego. Me armo y me obligo a decirme a mi mismo que aquella mujer no consigue ponerme perturbarme, que no desconcentra mi actitud de guerrero profesional pero hay algo en sus ojos que parece darse cuenta de que su espectacular presencia ha hecho mella en mi. Ninguno de los dos se decide a iniciar la ofensiva, todavía. Trato de ignorar las voces que asaltan mi cabeza, que me dicen que no intervenga primero, por miedo a una terrible represalia, que lo mejor es permanecer en este status quo y esperar a su primer ataque. Estas voces resuelven que es mejor defenderse que atacar, simple y llanamente por miedo, un temor que comenzó con una chispa y ahora prende en llamarada.

De repente, ella da un paso adelante y me alcanza con su izquierda. Su puño golpea mi mejilla, girándome la cara. A este sigue otro. Se vuelve a retirar a una distancia prudente. Noto como el cutis lacerado se va calentando. Nunca había sentido en mi anatomía los puños de una mujer. Sus impactos han sido rápidos y certeros, su potencia moderada. Un par de picotazos de una avispa ágil, veloz y vigorosa. Trago saliva después de haber establecido el primer contacto físico y comprobar que, aunque yo he sido el agredido, soporto con estoicismo el ardor de mi rostro, convencido que soy capaz de tolerar más daño e incluso afligirlo. ¡Por Dios, yo soy un hombre y ella una mujer! ¡Tengo que ganar!

Vuelve a arrimarse a mi y, esta vez, extiende su brazo izquierdo, dibuja un arco en el aire desde su redondeado hombro, para flexionar su bíceps, que se hincha, y su mano, proyectil romo de dedos y nudillos, se estampa otra vez en mi cara. Inicia una serie de directos con ambos brazos, ora el izquierdo, ora el derecho, un caudal de fuerza muscular compacta que desemboca en su puño para estallar en mi cuerpo. Y de nuevo el izquierdo, para seguir con el derecho. Cada vez que me golpea, suena un estallido, como algo que se rompe en mi interior. Ella se esfuerza en dañarme: lanza gemidos de esfuerzo cada vez que me pega, son una mezcla de rabia y pasión; podrían pasar como suspiros sexuales, la situación se puede prestar a ello porque los dos lucimos semidesnudos, estamos implicados en una actividad corporal, pero en lugar de metérsela a ella, es ella la que me esta sacudiendo. Es muy rápida y los asistentes celebran sus embates. Me siento desamparado, como si todos me dieran la espalda y solo alabaran a aquella poderosa mujer. En mi cerebro se entremezclan extraños sentimientos de exasperación y alarma. Tengo que reaccionar y ponerla en su sitio.

-¡Ahora veras, puta!-oigo como las palabras brotan de mis labios, sin poder reprimir el comentario.

Me lanzo a ella y apunto un derechazo a su bonita cara, pero anticipándose, se agacha, evitando mi golpe en el vacío, encontrando mas obstáculo que el aire. ¡Joder, esta tía es rápida! Con una flexibilidad enorme que le proporcionan sus estilizadas y fibrosas piernas, a pocos centímetros de mí (estoy seguro que puede sentir el calor de mi cuerpo, oler mi excitación, percibir mi miedo), me golpea el vientre. Un dolor intenso me paraliza y me corta la respiración. Acto seguido, ella se incorpora, parece ser más alta que yo en estas distancias cortas porque estoy doblado por el golpe recibido. Me da un guantazo en plena cara que yo recibo con los dientes apretados, aun pendiente de mi recuperación. Una sonora palmada se oye en todo el local, me acaba de soltar otro bofetón en la otra mejilla. Mi cabeza esta todavía girando hacia el otro lado debido al impacto, cuando su mano, completamente extendida, con todos los dedos juntos, aterriza en mi carrillo opuesto, aplastando la piel, la carne contra el hueso del pómulo. Yo, que mido dos metros, que soy todo músculo y fuerza, me siento tan indefenso como cuando era niño y mi maestra me abofeteaba como severo castigo a una trastada. Recuerdo que acababa hundido y lloroso, un crio indefenso que asume su penitencia, perjudicando su autoestima. Así me siento ahora. La sensación de equilibrio se va perdiendo y tengo que retroceder para hacer pie y recuperarla. Necesito aspirar aire, pero, en cada aspiración el dolor del abdomen me avisa que tengo una fiera delante de mí. Me propina otro puñetazo en plena cara, con la inercia, da media vuelta y su otro brazo vuelve a encontrar mi rostro en su trayectoria. Es un golpe terrible, algo se resquebraja en mi cara al son que ella me impone. Estoy aturdido, tocado, tengo que separarme, me va a patear el culo. Pero ella, sin piedad, avanza un paso y me obsequia con un duro gancho que impacta en mi mentón, fracturándolo, envolviéndolo en un punzante dolor. Su puño obliga a mi cabeza a mirar hacia arriba y veo como un esputo de sangre que surge de mi boca, asciende en el aire. Caigo de bruces al suelo.

Todo me da vueltas y lo que consigo ver es a ella. Desde el suelo su efigie es temible, una armónica combinación anatómica de músculos y articulaciones conjugada con una aplastante belleza. Desde aquí parece una diosa, una estatua viviente que me somete a una dureza propia de la roca en la que esta esculpida. Sus piernas parecen dos columnas, sus tetas son dos balcones redondeados a punto de estallar que penden de su pecho. Parecen más hinchados, y sus pezones se han descubierto erectos, rozan la tela del sujetador casi rasgándola, que dificultosamente los cubren. Me observa tumbado en el suelo, dándome tiempo para que vuelva a llenarme de energía, su mirada parece condescendiente.

Me levanto indignado, angustiado, confuso. ¿Como he permitido que esta tía llegase a este extremo?¿Acaso no he podido? Tengo que aplastar a esta furcia, enseñarle quien manda. Ella permanece fresca, intocable. Me espera bailando sobre el parqué, exhibiendo su buen juego de piernas, como, inquietas, dan pequeños saltos para no relajar los músculos de su cuerpo. Respira de una forma marcada, repartir ostias también cansa, pero se la ve serena, en su sitio. A pesar de que he exteriorizado mi furia con muecas y fauces prietas, ella me espera golosa, en guardia. Me acerco con cautela pero, inmediatamente me sirve un derechazo, que logro evitar agachándome. Me he anticipado a su ofensiva, en su soberbia a creído ser superior a mi. Intento olvidar lo de antes. De pronto, su brazo izquierdo entra en acción y solo tiene que avanzarse para chocar contra mí, ofuscando mi campo visual. Retrocedo instintivamente. Noto una ceja hinchada que sangra y me inunda un ojo; mi sien se queja lastimada y un agudo pitido recorre mis tímpanos. Esta puta me ha cazado otra vez. El público grita:

-¡Vamos nena, patéale el culo!

-¡Venga preciosa, destruye a esa nenaza!

Ya noto distintos daños en mi cabeza para, estar vez sentir como aflora ese ardor de la vergüenza y la humillación. Esta tía buena me esta dejando en evidencia.

Vuelve a lanzarme una serie de puñetazos a diestra y siniestra. Sus nudillos revientan mis labios, maltratan mis mejillas, me nublan la vista. Cada aguijonazo, una descarga eléctrica que me aturde por instantes. Pero, en un intervalo, vuelvo en mí, y su silueta nublada y difusa se convierte en su exuberante figura: sus ojos claros que me miran, sus pezones picudos que, bajo la minúscula prenda, me apuntan, su esbelta cintura... Antes del combate, he tomado un suplemento, un elemento dopante e ilegal que resulta ser un vigorizante capaz de resucitar a un muerto, y otorgarle una fuerza sobrehumana. Ya se qué es hacer trampas, pero esta pelea también es ilegal. No hay honor entre ladrones.

Veo un hueco y lo aprovecho. Le meto un puñetazo en las costillas. Parte de mis dedos rozan uno de sus inmensos pechos. Le noto la piel dura, las carnes firmes. Es una chica tenaz, pero no inmune a mis palos. Se retuerce en una mueca de dolor. La dejo coger aire. Ahora soy yo el que bailo a su alrededor. La droga ha hecho su milagroso efecto. Mi fuerza se ha triplicado. Voy a machacar a esta puta y restablecer mi orgullo de macho. ¿Cómo se atreve a desafiar a un hombre?

Su semblante amaga indolente pero puedo ver debajo de esa mirada turquesa como anida una chispa de recelo. Yo dispongo de gasolina de sobra. Hundo mi puño en su costado. El contacto de su piel me provoca un extraño estado de excitación y ansia. Lo encaja doblando el tronco, reacciona alejándose pero manteniendo el equilibrio. Así me gusta, que aguantes la duración de lo que va a ser tu agonía. Su rostro ahora detona una expresión de disgusto y rabia.

-Pronto vas a llorar.

Reacciona aplastando nuevamente sus nudillos en mis morros.¡Puta orgullosa! ¿Pero quién te has creído? Que conserve su arrogancia es que aun desconoce su final. No se da por vencida y amaga con darme otro golpe pero atrapo su puño y lo retuerzo con fuerza. Su muñeca, su codo y hombro son nudos de puro dolor ahora. Me recreo en el momento: este monumento de mujer, con todo su cuerpo erguido, tensos todos sus músculos, atrapada en mi llave, hirviendo de dolor. Lanzo un impacto en su brazo, a la altura del triceps. La superficie es dura, más que la del saco de arena con el que practico. A pesar de ello, el choque retumba en sus articulaciones, redoblando el sufrimiento. Sin soltarla, golpeo una de sus tetas. ¡Es cómo una roca! La fuerza traspasa a la otra: no dejan de balancearse, dos enormes pelotas de carne inquietas a apenas unos centímetros de mi. Con toda mi fuerza, lanzó mi puño contra la otra ubre. Hago que continúe el brusco meneo, mientras ella aguanta entre dolorosos gemidos. El sostén salta y saca a relucir sendas guindas de sus senos: una aureola rosada rodeando unos pezones erectos. Esta visión me excita. La tengo delante, sometida a mi antojo. Su cuerpo esta arqueado y sus piernas abiertas, tiene las tetas al aire. Me acerco a ella, tanto que puedo aspirar su hálito. Yo también abro las piernas, la enorme erección que tengo me guía: me la tengo que follar. Pero antes, tengo que divertirme, seguir calentándome con esta gatita. Le meto un codazo en la frente. El golpe suena como madera chafada. Ella se desploma en el suelo. Viéndola ahí tumbada, aturdida, sangrando por la nariz, jadeando, su pecho elevándose y bajando en rítmico movimiento, sus tetas me señalan, sus bultos aun desafían la gravedad a pesar de su posición horizontal, su pequeño tanga (qué también caerá) y sus piernas abiertas, mi polla esta a punto de reventar. La noto sensible rozando el interior de mi calzón. Tengo que violarla delante de todos y sabrá quién no va a olvidar esta noche en su vida.

La chica regresa al combate. Su respiración amaina en profundos y largos suspiros. Separa su espalda del suelo y se pone a cuatro patas. Cegado por la ira, le doy una patada en los lomos y cae, otra vez, boca arriba. Alza los brazos en un acto irreflexivo de protección. Estoy dispuesto a aplastar su cráneo de un pisotón. Pero ella, en un rápido movimiento, alza su pierna, su gemelo se propulsa, su abductor su tensa y su talón se clava en mi pelvis. Atrapa parte de mi polla, que, lastimada en su rigidez, aguanta el tipo aumentando unos dolorosos latidos en la parte maltratada. Se ha aprovechado de mis reglas. O, más bien, la falta de ellas, de ahí este golpe bajo. Además de estar buenísima a la par que dura, como si de una figura que representa el poder femenino, es inteligente. Este razonamiento pasa como una chispa en mi cerebro. Me desubica de la agresiva euforia que me aporta la droga. Tan solo ha sido eso, un chispazo. Se levanta y vuelve a enfrentarse a mi. Sin tiempo a nada, le suelto un bofetón y la hago girar en redondo.

-¡Toma puta! Deberías estar en la coci...

Pero no finalizo la frase porque, al dar al vuelta al completo, regresa con su pierna el alto que impacta contra mi pecho, haciéndome retroceder varios pasos. Me alcanza y, antes de hacer su siguiente movimiento certero, me dice:

-No vas a poder follarme, cerdo.

Y estampa su codo en mi nariz, fracturándome el tabique nasal, haciendo que gotas de sangre afloren en el epicentro del impacto. Aturdido, me caigo de culo al suelo. Su mirada turquesa es desafiante ahora, sus extremidades superiores e inferiores se agitan ávidas de que me levante. Blande sus puños en el aire en un constelación nerviosa y destructiva. Me ha leído el pensamiento. Tal vez no es la primera vez que se enfrenta a un hombre, que mide sus fuerzas, semidesnuda, sudorosa y jadeante ante un oponente cuyo género (se supone) es más poderoso y superior. Entonces, ¿cual ha sido el resultado de esos supuestos combates anteriores? Otro chispazo.

Me levanto encabronado. Mis latidos retumban en mi cabeza, mi pecho aguanta una furiosa taquicardia de mi acelerado corazón. Tengo que expulsar esta agresividad o me volveré loco. Tal vez ese es el síntoma principal de esta droga. Me dejo atrapar por él. Avanzó rápidamente, me posiciono en su área desde donde me pueda alcanzar y aguardo el golpe. Previsiblemente, alza su derecha y, sabedor de su estrategia, lo evito agachándome, relamiéndome, porque ahora llega mi turno. Lanzó un gancho que estalla en su estómago. Su cuerpo se dobla y su boca se abre vomitando un sollozo e hilos desiguales de sangre. Después, disparo un directo al coño. Remacho su monte de venus con mi puño, mis dedos medio e indice penetran en su vagina y se untan en un líquido espeso y caliente. Sus piernas tiemblan, soportando la onda expansiva. Le arranco el tanga e introduzco mi mano cerrada hasta la muñeca; el interior la acoge, rodeándola de una sensación húmeda y tibia. Esta vez sí, una pierna se dobla y su rodilla toca tierra. Ahora la tengo a mi altura, cara a cara, tan cerca que sus resuellos aterrizan en la lacerada piel de mi rostro. La agarro de la parte posterior de la cabeza, enredando de un tirón sus cabellos; ella responde apretando ojos y dientes. La acerco y le paso la lengua, explorando las diversas texturas de su epidermis: transito por sus mofletes, la comisura de sus labios que presentan diversas hinchazones y lamo su plasma que tiñe su expresión, sin afear su belleza felina y arriesgada. ¡Qué delectación! Lanzo un aullido irreprimible y salvaje, como desahogo de mi esfuerzo empleado y derribo mi cabeza contra la suya, en un movimiento corto pero seco, poniendo todo mi empeño en ello. Suena un crujido y ella vuelve a precipitarse al piso.

La sangre corre furiosa por mis venas. Los latidos de mi corazón retumban veloces por todos los rincones de mi cuerpo. Me siento airado, exaltado, hambriento, eufórico; es una amalgama de sensaciones confusas que me hacen perder el control. Este es el estado al que pretendía llegar. Necesito descargar este brío como sea. Lanzar un millón de golpes hasta quedar sin aliento y después... Veo como ella gatea indefensa, retirándose en sentido opuesto a mí. Esta visión de ella, a cuatro patas, explosiona en mi cerebro, me excita de sobremanera. Veo como se mueven sus nalgas al son de sus pasos, como el surco de su culo se difumina en el perineo con la rajita de su coñito. Después de derrotarla, después de triturar sus atributos, destrozar su cara bonita, romper su presuntuoso cuerpo, me la follaré, me descargaré dentro de ella y así consumaré mi mas grandiosa victoria.

Le suelto una patada en el torso y de la fuerza del golpe, se da la vuelta, quedando boca arriba. La observo así, tumbada, desnuda, con las piernas esparcidas, jadeando exhausta, cubierta de sudor, desprendiendo un tenue vaho. La erección tensa mi polla hasta el punto que creo que va a estallar. Lucha cautiva dentro de mis prendas pero se yergue robusta. Desinhibido, en mi estado de locura adulterada, me libero del calzón y exhibo mi polla exultante, cubierta de venas que retuercen la carne, apuntando al cielo, dura y resistente como un mástil protestando con su inmovilidad en mitad de un huracán.

Ella vuelve a ponerse en pie. Su semblante aun aguanta, a pesar de ser una resistencia maltrecha y necesitada. Voy a regodearme castigándola; van a ser los preliminares que preceden al gran polvo. Estamos los dos frente a frente, desnudos. La multitud intuye mis intenciones y no deja de aullar; ella también sabe lo que va a suceder. Cierto alborozo me invade al darme cuenta de que es consciente de lo que le depara el destino más inmediato.

Me inclino un poco y conecto un jab acertando de lleno. El movimiento no cuesta casi esfuerzo. Me siento fuerte, poderoso y capaz. Cada vez que le doy un porrazo, suena un chasquido y su cráneo rebota para volver a su posición inicial y recibir otro golpe, imitando la airada y repetitiva cadencia del punching ball. La rodeo, viéndola acorralada ante mí, a merced de mis ataques, su cuerpo vira hacia el impulso de mis impactos. Respira con dificultad y sus colmados pechos desnudos suben y bajan a ritmo sincopado. Me acerco más a ella, la temperatura se eleva. Aumento la velocidad de la sucesión de puñetazos. A pesar de tambalearse cada vez que encaja uno, consigue mantener el equilibrio y aguantar la tanda de golpes. Esta rota pero todavía permanece incansable. Apunto entre sus ojos y comienzo a zurrarla de una forma tan furibunda que entro en un estado de trance. No paro de martillarla, sin alternar el otro brazo. No puedo parar. Un calambre atormenta mi tríceps y hombro, pero mi brazo parece tener vida propia y sigue disparando como un arma automática. Como un resuello desesperado de un pequeño pájaro malherido, logra cazar mi rostro con un seco croché. El daño aumenta mi cólera y le respondo con otro croché de izquierda seguido de uno derecho. Rueda sobre si misma como una veleta mareada por el viento. Vuelve a encararse a mi. A pesar de estar vencida, demuestra ser valiente, quizá con un punto de atrevimiento y temeridad. Hace ademán de enviarme su puño pero lo intercepto y lo retuerzo a placer. La mueca de su cara fragmentada me motiva y colma de gozo. Le doy un guantazo con la mano abierta e invierto el trayecto del brazo para que reciba un fuerte revés con el dorso de la misma mano. Las bofetadas resuenan en toda la sala. El respetable brama salvaje. Parece caminar por un trapecio invisible, encorvada manteniendo su guardia, los puños en alto. Me acerco a ella con el objetivo de seguir dañando su cabeza. El una presa fácil, ahora desecha y débil. Haciendo fuerza desde mi dorsal, mi puño arrasa su cara como un vendaval. Voy encadenando mis puñetazos a diestra y siniestra, a cada impacto suelto un jadeo de esfuerzo y rabia, en cada movimiento desprendo una cortina de gotas de sudor que se entremezclan en el aire con los chorros de sangre que brotan de su rostro, como una onda expansiva de mis puñetazos. Mi polla en su rigidez se niega a seguir el vaivén de mi cuerpo, apenas se agita unos centímetros, impasible su erección pura y pétrea. Pronto la ensartaré violentamente hasta empalarla.

La agarro del cuello. Ante la asfixia, ella lleva sus manos a mi tenaza que le oprime la garganta, intentando zafarse sin conseguirlo. Aprieto más y la sostengo a varios centímetros del suelo. Observo su cuerpo lánguido, expuesto como una inerte pieza de caza. Los álveos de sudor que cubren su cuerpo se van uniendo, adquiriendo más volumen, para deslizarse por el accidentado trayecto de su piel, lleno de protuberancias, recovecos y rincones. El caudal parece desembocar en su entrepierna, empapando su vello púbico, escaso pero más visible por la humedad y goteando finalmente en los abultados labios de su vagina; hay un charco debajo. Libero su cuello para estrechar su talle entre mis brazos. Exprimo cada vez más el abrazo del oso mientras ella se estremece: sus músculos se tensan, se resisten pero ceden, su aguante se apaga como una vela que expira ante la oscuridad.

Mi polla se clava en su pierna y resbala mojada a su pubis. Estoy preparado, ahora llega el momento. Mis genitales palpitan en un gozoso deseo a punto de vaciarse. Mi glande acaricia la parte interior de su muslo, la dureza de mi miembro trata de abrir un hueco entre sus piernas. Mis testículos cosquillean inquietos, meciéndose para chocar en sus carnes hasta que ese movimiento pendular se detiene. Entonces siento una presión en torno a ellos. Algo se cierra y los atrapa. Los retuerce, los estrangula, ejerce sobre ellos una presión insalvable que parece querer reventarlos. Son sus dedos que atrapan mis huevos como cinco serpientes enroscándose sobre su víctima, disminuyendo su espacio hasta casi hacerlo opaco. Intentan escapar entre sus dedos, como burbujas de carne moradas a punto de reventar. Un gruñido nace en el fondo de mi garganta y brota de mi boca en forma de alarido. Estoy paralizado, inmóvil como una estatua: me tiene cogido de los huevos.

En una distancia corta, estamos conectados, unidos los dos. Su expresión se adivina bajo sus rasgos en ruinas, y aun conservan una malograda belleza salvaje, se muestra cetrina, roqueña y amenazante. Como a cámara lenta, retrasa el brazo que tiene libre y su mano cierra sobre si misma en un amasijo de dedos, tan fuerte que sus nudillos están blancos, convirtiéndose en una bola de demolición que parece congelada en el aire, deseosa ante un edificio, decidida a reducirlo a escombros. Y, de repente, cae sobre mi. El impacto revienta en mi cara, deformándola; rompiendo el ángulo de mis labios, arrasando mis pómulos, prensando mi nariz, desplazando mi tez ante la violencia de la tempestad que me asola. Me noto mareado, se me nubla la vista, mi cuerpo se viene abajo, pierdo el equilibrio debido al fenomenal empellón de su golpe, las puntas de mis pies se vienen arriba pero permanezco sobre mis talones. Un calambre recorre todo mi cuerpo, turbándolo irremediablemente. Un tirón contrae mis entrañas. Mi escroto interrumpe bruscamente su balanceo en una quietud tensa y dolorosa. Todo mi peso oscila de una parte de mi cuerpo: me tiene agarrado de la polla, por eso no he caído al suelo redondo. Me sujeta fuerte, como si tuviera un nudo en la mitad. Aun mantengo la erección. Su tacto y la visión de su sudoroso cuerpo desnudo en movimiento la incitan y excitan. Me veo sometido por ella a una irresistible ambivalencia: es una mezcla de lívido y dolor que me dispensan sus golpes; de fogosidad, ardor y humillación, al ser notorio este linchamiento perpetrado por una mujer. Siento como mi orgullo se resquebraja, que el temor me invade y mi pene intenta ocultarse arrugado pero ella lo somete a una terrible llave que obliga a una fuerte y tensa erección. Me siento indefenso, abotargado por esta mezcolanza de sensaciones que me subyugan y embriagan.

Vuelve a golpearme y mi cuerpo se inclina hacia el otro lado. Sus trompadas son como la cabecera de un tren expreso desbocado que nada puede detener, que rompe huesos con su fuerza, que hace añicos cualquier cartílago que encuentra a su paso. Una sucesión de golpes de frente, una catarata de enormes gotas de plomo llueve en mi cabeza. Reboto en el aire porque vuelve a tirar de mí, para encontrarme otra vez en la trayectoria de su puño que vuelve a chocar contra mí. Es muy fuerte, muy rápido. Solo distingo centellazos que ciegan mis ojos, un dolor sordo como un aguijón que recorre mi cráneo, desde mi nariz hasta la coronilla. Bajo mi brazo en busca del suyo, para liberar la extremidad que atenaza mi polla, pero ella es más veloz y, al soltarme, voy a dar fuerte en mi polla ya suelta, que recibe mi golpe en toda su base aun durísima y afinada. La colisión revota en su interior, endureciéndose aun más, al sentirse herida y puesta a prueba su dolorosa rigidez. No puedo reprimir un grito de dolor. Cuando abro los ojos, veo su estilizado y atlético cuerpo desnudo en posición de ataque. Sus formas perfectas se revelan en un esplendor letal y vuelve a golpearme esforzada, entregándolo todo, dando rienda suelta a su rabia y furia. De sus dientes apretados, asoman burbujas de espuma; sus puños son pura dinamita. Un gancho me alcanza la mandíbula y noto como se resquebraja algo en su interior. Me libero de la sensación gravosa de mi paladar cuando escupo dientes fragmentados en una nube espesa de sangre y saliva.La fuerza de su topetazo me precipita hacia las butacas de los presentes. Caigo de bruces, con estrépito, sobre el regazo de varios espectadores que también caen de sus asientos. Después de instantes de desconcierto, desde un ángulo bajo, próximo al piso, veo como ella se aproxima. Me ayudan a levantarme mientras un espectador fuera de si, con los ojos saliéndose de sus cuencas y el semblante desencajado de irritación, se encara con ella, interponiéndose entre su camino y el mio, agarrándola del hombro y espetándole:

-Maldita puta, no puedes vencer a un hombre, solo eres una muj...

No puede acabar la frase porque una patada en el estómago lo dobla y lo derriba, entre resuellos y muecas de dolor. Me envían al centro de la pista, otorgándome un respiro para recuperarme, puesto que he podido huir brevemente de su brutal asedio. Llego allí, como arrastrado por una pendiente hasta que consigo restablecerme, estable sobre mis dos pies. Mi corazón martillea mis sienes, palpitantes dolores cubren cada centímetro de mi cuerpo maltratado por ella. A pesar de todo, mi firme polla sigue empinada, tirando de mis testículos, conservando esa sensación concupiscente, que me pide aguantar más este tormento. Noto un daño en mi trasero, un escozor inesperado parece introducirse dentro de mí. El gentío a mi alrededor comienza a señalarme y a reírse; suenan carcajadas y comentarios jocosos y burlones. Al mirar atrás, me doy cuenta del desencadenante de su hilaridad: parte de la pata rota de una silla a penetrado por mi culo, seguramente en la caída, y la luzco sujeta como el estoque a una res moribunda. Un nudo bloquea mi garganta, se me saltan las lágrimas, vulnerado en mi pundonor de macho, humillado en público, mancillado por una mujer poderosa y bella, que me esta dando la tunda de mi vida. Con la mirada, le suplico como un niño pequeño, que se apiade de mi, que la he subestimado en mi arrogancia y que reconozco mi error en un ruego patético y vergonzante. Sin contemplaciones, su inmisericorde respuesta se cierne sobre mi en forma de tormenta de golpes que asolan mi abdomen, amoratando mi piel, sacudiendo mis músculos como una taladradora que lucha por abrir un boquete en una superficie extrema, batiendo mis fibras, percutiendo hasta mis huesos que ceden ante esta fuerza y vigor femeninas que me están mancillando, no solo físicamente, sino que me derrumba psicológicamente, sodomizado en público, sometido a la tajante violencia que exuda esta tremenda mujer que. si en reposo resulta sorprendente, enojada se revuelve terrible sobre el pobre adversario que ose desafiarla. Ante semejante tormenta de golpes, me tenso para aguantarlos, pero al hacerlo, mi culo engulle unos centímetros más de madera. El escozor es tan insoportable como la vergüenza.

Tras un uppercut que parece partirme la barbilla en dos, mis piezas dentales se muelen entre si, llenando mi boca de sangre que mana de mis encías; cada vez que me pega, la expulso en un chorro púrpura que tiñe el suelo. La carne de mis mejillas se amolda a sus nudillos, mi rostro es como un imán que atrae sus puños. Mi cabeza sale despedida hacia el lado contrario para encontrarse con otro topetazo, que la lanza a la otra dirección. Su potencia es irresistible, su fuerza inabordable, me siento ultrajado y vencido. Mis rodillas tiemblan y comienzan a doblarse.

Las hinco en el suelo. Respiro con dificultad y, a duras penas, exhalo profundamente el aire que puedo. Llega a mi un aroma, un aliento visceral de regusto salobre que inunda mis fosas nasales e invade mi paladar. Estoy a la altura de su húmedo coño, que se muestra semiabierto ante mi, con una media sonrisa vertical. Me salpica en la cara con un líquido lechoso que empapa mi frente y resbala por mis labios, mezclándose con mi sudor y mi sangre, creando un espeso caldo ocre que gotea desde mi barbilla, cayendo sus gotas sobre mi miembro. Un puñetazo alcanza mi cara como un relámpago, crujiendo mis huesos con el sonido de un trueno. Recibo un correctivo, postrado ante ella, que me castiga vehementemente, demostrando que una mujer me puede llevar al límite, puede agotarme, mortificarme en igualdad de condiciones, con las manos desnudas y toda su anatomía también exhibida sin tapujos, demostrando su sexualidad femenina y revelándola como una arma implacable que no tiene rival.

Exhausto, voy a perder el sentido y el bombardeo de golpes por parte de ella no cesa. Mis ojos morados, mis cejas partidas, mis labios hinchados es el resultado de la revancha que esta mujer me esta dispensando. Debí de haber abandonado nada más verla. ¿Cómo se me ha ocurrido plantarle cara a una mujer? Yo soy un ser débil, frágil, diminuto, no soy oponente para una mujer. Yo sólo soy un hombre.

Me agarra del cabello y estira hacía arriba, obligándome a levantarme. Me sostiene, exhibiendo mi derrota desnuda. Mi pene también cuelga inerte, vencido, Cuantiosos ojos son testigos de mi fracaso y deshonra. El palo aun esta clavado en mi culo, introducido por su culpa, para mayor menoscabo mio; da la impresión que esta cada vez más adentro. Mi fuerza bruta, mi pundonor de macho han sido desechos en este combate que ha resultado mi mayor afrenta que no podré jamás superar. Quiero que todo esto acabe, huir de este lugar para esconderme. Siento pavor, estoy temblando de miedo, al ser consciente del martirio que es capaz de ejecutar esta mujer.

-¡Por favor, por favor! ¡Me rindo, me rindo!

-¿De qué te sirve ese pingajo que cuelga entre tus piernas?-sonríe de satisfacción.-No eres más que una piltrafa.

Coge impulso, llenando sus pulmones; sus tetas parecen crecer. Retrasa una piernas y su coño se abre dejando caer un chorro de líquido vaginal que corre sus piernas abajo. Y estampa su último puñetazo en mi cara, casi arrancándome la cabeza de cuajo. Mi vista se nubla, la planta de mis pies se despega del piso, me elevo en el aire preso de una ebria ingravidez y salgo despedido varios metros más allá, precipitándome pesadamente al suelo. La gente se agita en un estruendo. Mi última visión es verla a ella, desde una posición inferior, como alza sus brazos en señal de victoria, gritando de rabia y júbilo. Invencible e invulnerable, parece una diosa desnuda de la guerra, la más temible, destructora y perfecta luchadora. Después, me desvanezco.

Mucho tiempo pasó y aquellos acontecimientos se convirtieron en recuerdo, de esos que no se olvidaban fácilmente, que quedan gravados a fuego en la memoria. A partir de entonces, su carrera de luchador clandestino concluyó para siempre, jamás volvió a dedicarse. Comenzó a vagar por este mundo, errático, sin rumbo fijo, directo hacia ninguna parte. Su visión de las mujeres cambió para siempre, las rehuía, mostrándose timorato ante ellas, señalando una acusada desconfianza y miedo profundos. Escondía un terrible secreto, un tremendo estigma que arrastraba después de aquella fatídica noche, preservado para libarse de la humillación que acarreaba: al aterrizar al piso, la pata de la silla topó contra el suelo y le atravesó, destrozando toda su zona genital. Su virilidad había sido decapitada, en todos los sentidos. Esa fue la penitencia que tuvo que arrastrar durante el resto de su vida, por atreverse con un desafío tan sugerente y atractivo como aplastante y demoledor: enfrentarse cuerpo a cuerpo a una mujer.