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Chica anime. O de cómo le cumplí una fantasía...

en Fantasías Eróticas

Lo que ahora vengo a contarles sucedió hace un mes. Para esto, creo que deben de saber unas cosas antes de relatarles mi experiencia. 

 
Lo primero es mi amigo. Llevamos mucho tiempo de conocernos (como dos años y medio). Aunque su nombre real poco importa, aquí le diré Adrián. Si hay algo que hasta el momento nos ha permitido ser tan buenos amigos es que ambos nos hemos apoyado en los momentos más difíciles. Mientras haya mujeres y hombres que creen en que se pueden dar amistades entre hombres y mujeres sin que alguno no haya pensado cogerse (tirarse) al otro, yo lo considero improbable. Y eso me ha sucedido con Adrián. Sí, lo que hoy día suelen llamar “amigovios” o “amigos con derechos” es algo difícil de explicar, además que creo no viene al caso en este relato. Lo que sí, es confesarles que, desde la primera vez que tuve sexo con él (en otro momento contaré aquella experiencia) los encuentros sexuales fueron haciéndose más esporádicos, pero nunca han dejado de ser maravillosos. Ambos nos hemos desinhibido y poco a poco nos hemos confesado nuestras más profundas perversiones y deseos sexuales. ¿Cómo es que logré la confianza de platicarle eso a un hombre? Porque Adrián es más que un hombre, es un amigo que me ha demostrado no sólo con palabras, sino también con acciones lo mucho que me aprecia, que me respeta y me entiende. Pero vuelvo a lo de las fantasías. En mi caso, le platiqué una fantasía sexual que tengo desde hace ya varios años: hacerlo con un desconocido, y que sea más grande (en edad) que yo. Obvio, que tampoco sea un viejito senil, pero sí uno que no pase de los 35. Por su parte, Adrián me confesó que su fantasía sexual, me platicó, cogerse a una mujer que se dejara vestir como una chica de anime.  

 
Para ese entonces yo no había tratado mucho en eso del anime. De niña veía las caricaturas, pero sólo hasta ahí. No había nada que me relacionara con ese mundo, como Adrián sí lo estaba. Él veía mucho anime y me confesó que también le encanta el hentai (anime sexual) pues se masturbaba (o pajeaba) hasta venirse, con el simple hecho de escuchar cómo gemían aquellas niñas de caricatura japonesa. Incluso, una ocasión en que me quedé en su casa, me enseñó en internet una página de puro hentai, y me mostró una escena que siempre lo calentaba. Se trataba de un chico que tenía mala suerte con las mujeres y se consideraba feo. Su vida cambió cuando, por error, fue enviado a una escuela lejos de la ciudad y en la que sólo se encontraban puras mujeres de una ciudad desconocida; mujeres que nunca habían tenido contacto con hombres (pues en ese pueblo, según, no existían) por lo que al verlo y darse cuenta que se quedaría, comenzó un asedio de todas las chicas de la ciudad, mismas que le ofrecían su virginidad a cambio de ser la elegida. Yo no lo veía emocionante, lo que sí me pareció curioso es ver cómo a él se le ponía dura con sólo estar viendo ese tipo de caricaturas. Y bueno, las chicas que ponen en éstas son bastante desproporcionadas, empezando por los ojos . Ninguna mujer podría tener un pecho tan voluminoso sin tener la columna quebrada por la gravedad. O qué hay de los pelos de todos los colores y esos gemidos que no me parecen nada excitantes, muy falsos. Pero ni modo, a Adrián le gustaban y yo era su amiga. Para nada quería cambiarlo. 

 

Sucedió un fin de semana que ambos estábamos más que dispuestos a estar solos. No había un trámite de por medio. Bastaba con hablar, como todos los días, y saber entre cada una de las palabras el fondo real de la plática. A estas alturas de nuestra “amistad” bien sé cuando quiere estar conmigo y viceversa. Días antes había comprado, sin que se notara lo que tenía pensado hacer, algunas cosas que me hacían falta para el atuendo. Aún me quedaba la falda que usaba en la secundaria (azur rey con líneas rojas, de holanes), compré una camisa blanca (las de la secundaria ya no me quedaban, por el aumento de busto) y le tomé prestado a mi papá, sin que supiera, una corbata. Lo más difícil fue aprender a hacer el nudo. Cuando lo logré la guardé tal cual para que no perdiera la forma y también, en la misma maleta, llevé unos tacones que sé le gustaban. Cuando le propuse que podríamos vernos, él me dijo que su casa podía estar libre el sábado. Por lo regular, él asiste a un curso de inglés esos días mientras sus papás se van a trabajar. El viernes por la noche teníamos planeado hacerlo en su casa y me confirmó que me veía en la estación de metro de siempre. Esa misma noche -he de confesarlo- ya me sentía más que húmeda por lo que iba a hacer en unas horas más.  

 
Adrián argumentó, para no ir a su clase, que había exentado el examen y podía quedarse en casa. Sus papás lo tomaron como un merecido descanso, pues se sentían orgullosos de él, y se retiraron por la mañana sin la más leve sospecha de lo que él me pensaba hacer en su habitación. Llegué a la estación del metro a las diez de la mañana y esperé un par de minutos antes de que Adrián me llamara por teléfono para decirme que estaba en los torniquetes y no en el andén, como habíamos quedado antes. En su voz se le notaba los nervios, porque no sabía qué “sorpresa” le tenía preparada. Sólo le dije eso: “es una sorpresa”. Al llegar a su casa, me invitó a sentarme en el comedor y preparó el desayunó. No diré que es un excelente chef, aunque bien le salen los huevos con chorizo (sin albur). Mientras comíamos intentó sacar de mi las palabras que le revelaran algo sobre la sorpresa. Le dije que esperara, que no se desesperara. Después de desayunar fuimos a su habitación y nos recostamos en su cama un rato. Encendió la televisión y después de ver que no había anda bueno, decidió dejarlo en el canal de música. Se escuchaban los Beatles y eso me puso aún en mucha mayor disposición. Acostados, él comenzó a tocarme. La piel se me erizó de inmediato, mis senos comenzaron a endurecerse y los labios (ambos) a humedecerse. Me besó con delicadeza, ese beso con el que empezamos siempre, con el que sabemos lo que vendrá después, el beso que no nos arrepiente, que nos hace más cercanos pese que no podamos ser nada más que buenos amigos. Lo detuve cuando él ya se acercaba a acariciar mi entrepierna, le dije que esperara en la cama mientras preparaba la sorpresa en el baño. Él sonrió y aceptó. Me fui al baño y comencé a cambiarme de ropa, hasta quedar como una linda colegiala. Mi vagina ya ardía por dentro con el sólo hecho de pensarme enculada y penetrada sin delicadeza alguna. Así lo quería esta vez: algo salvaje, que mi amigo se saliera de sus casillas y me cogiera como una bestia. 

 

Entré sin más a la habitación. Adrián quedó perplejo desde que me vio. No pudo articular palabra alguna. Se le veía en la mirada el incendio que había provocado mi vestuario en su cuerpo. Miré de soslayo su entrepierna y pude notar cómo su pene se había puesto duro de forma inmediata. Para cuando volví a mirarle el rostro, Adrián comenzó a levantarse y me llevó a sus brazos. Me besó apasionadamente, con una desesperación que fue aumentando cada que intentaba resistirme. Pero era una resistencia planeada, quería que él sintiera como en los videos de hentai que ve, la resistencia de la chica. Él se dio cuenta, me volvió a tomar de la cintura y comenzó a tocarme los senos por encima de la camisa. Yo evitaba mirarlo mientras me sonrojaba y hacía breves gemiditos de un placer no consumado. Con un esfuerzo ya bestiario, me arrancó algunos botones de la camisa, abriéndola y mostrando el brassier morado que había elegido para la ocasión. Se quedó mirando fascinado y de inmediato se llevó uno a la boca. Estaba perdido. Mientras masajeaba el seno que no se comía, con la otra mano me tocaba el culo sin el menor de los cuidados. Eso me calentó aún más. Era la colegiala indefensa que él siempre quiso cogerse y eso me tenía con el ego en las nubes. 

 

-Te voy a coger hasta que me pidas que pare... 

 

Dijo una vez que terminó de comerse mi senos. Me empinó en la cama, me dejó con la falda y la tanga (también morada) puesta, bajó el cierre de su pantalón de mezclilla, con un dedo removió mi tanga para que pudiera entrar su pene, y sin más me la metió de un solo empujón. Sentí que me desgarraba, no había lubricado lo suficiente, pero el hecho de sentirme así, maniatada y casi casi violada, me mojó más pronto de lo que imaginaba. Adrián siguió con sus embestidas, como si nunca se hubiera cogido a nadie. Gemía como toro bravo y más cuando yo hacía gemidos similares a las chicas de hentai. Me di cuenta que eso lo ponía a cien porque cada que lo hacía él me embestía aún más duro y su pene parecía engrosar más dentro de mi vagina. Él también se percató de que me estaba encantando la tremenda cogida que me ponía, pues mi vagina comenzó a apretar su pene, aunado a lo apretada que es, no duró mucho más tiempo para que él me dijera que estaba pronto a venirse. Le dije que sacara su pene y se viniera en mi culo, en la mera entrada de mis labios vaginales. Eso hizo, cuando estaba pronto a venirse, sacó la gruesa verga que estaba dilatándose, indicio de su pronta eyaculación. Rozó la punta de su pene entre los labios exteriores de la vagina, se masturbó un poco para terminar, y sin más sentí el cálido semen que me mojaba en todo el borde de los labios. Cuando pensé que estaba por terminar, Adrián volvió a meter su verga en mi vagina, la cual estaba pronto a recibir un orgasmo. El sentir cómo metía su verga, y con ello, el semen que tenía ya corriéndome por una de las entrepiernas, me volvió loca, al grado de moverme yo y no él. Yo solita me metía ese pedazo de carne, mientras él me nalgueaba y me decía que ahora era mi turno. Mientras continuábamos así, yo me llevé una de las manos al clítoris para tocarlo y provocarme el orgasmo, seguía gimiendo y con la mano restante trataba de seguir apoyada y tocarme uno de los senos. Fue hasta que Adrián se corrió de nuevo, ahora dentro de mí, cuando sentí un orgasmo casi instantáneo. Dejé de gemir, me saqué la verga de la vagina y me tumbé en la cama. Fue un orgasmo devastador. Adrián también se tumbó en la cama, con el cuerpo sudando a mares y la verga ya reducida a un simple prepucio con semen de fuera. No dijimos nada por un par de minutos. Quizás de nuevo nos carcomía la culpa, de saber que yo tenía alguien más y él lo sabía pero tampoco hacía nada para evitar estos encuentros, estas sorpresas. Sólo atinó a decirme lo que ya sabía que diría: 

 

-Me encantó la sorpresa. 

-A mi vagina también, le dije.  

 

Nos quedamos dormidos un par de horas. Después me bañé y el me acompañó a la estación del metro. En el camino no tocamos el tema. Era la misma rutina de siempre. Me despedí de él con un beso en la mejilla. Con la idea, sin decirle, que no quería cambiar esto, pero que quizás pronto terminaría. En una de esas, se trata de un acto de despedida. 

 

Viany