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Carey Carter: Viva Las Vegas

en Sadomaso

El siguiente relato es una obra de "fanfictión" usando los personajes (con conocimiento del autor) de los comics digitales "Carey Carter, Queen of Escapology", de STUDIO AD que pueden encontrarse en la web "Erotic Illusions"; el perfil del autor, bajo el nick "Artdude41" puede consultarse en la página "DeviantArt". En él se encuentran varias muestras de su trabajo.

Aunque, como digo, los personajes no son de mi creación, este relato y su argumento si es completamente original mío. Este es mi cuarto relato con estos personajes. Los otros tres pueden encontrarse tambíén en esta página.

Muchas gracias a los amigos del foro TRovadores, y en especial a "Lanza del Destino" por sus amables consejos, y a "Caronte" por  tomarse el trabajo de "destripar" la primera versión del relato y por darme la idea de usar el personaje japonés.

 

CAREY CARTER: VIVA LAS VEGAS

I

A veinticinco mil pies de altitud el aire es fino y frio. Condenadamente fino y frio. Apenas si tiene oxígeno, y su temperatura es tan baja que inhalarlo es como respirar un cuchillo.

Por fortuna, Carey Carter no estaría mucho tiempo a esa altitud. Caía a casi doscientos pies por segundo, y a esa velocidad, probablemente llegaría a las corrientes de aire denso y cálido que ascendían del suelo recalentado del desierto de Nevada antes de sufrir hipoxia o congelación de las vías respiratorias.

Por desgracia, caer a una velocidad tan alta también significaba que tenía poco más de dos minutos para encontrar el modo de abrir su paracaídas, antes de convertirse en una mancha en el suelo de Las Vegas, delante de varios cientos de miles de turistas que abarrotaban el strip en esa tarde de junio sólo para ver el vivo el desenlace del último de los retos de la célebre escapista.

Cuarenta y cinco minutos antes despegaba desde la pista 3L de la cercana base aérea de Nellis un avión de carga C-17 escoltado por un caza F-15, ambos cortesía de la Fuerza Aérea. Dejando la ciudad a su derecha, el vuelo puso rumbo sureste para alcanzar la vertical del cercano lago Mead, donde comenzó un ascenso suave, trazando círculos sobre las aguas abarrotadas de pequeñas embarcaciones de recreo.

Una vez alcanzada la altitud estipulada en el plan de vuelo, y gracias a un permiso especial de la Administración Aérea Federal, ambos aviones pondrían rumbo oeste para sobrevolar el aeropuerto internacional McCarran, el hotel Mandalay Bay, la autovía 15 con sus desvíos "Frank Sinatra" y "Dean Martin", y alcanzar finalmente el gran espacio abierto frente a la Avenida Polaris, lugar en que se realizaría el reto.

Durante todo ese tiempo, en la bodega presurizada del avión de carga, provisionalmente convertida en estudio de televisión, Carey se había estado preparando para su desafío. La acompañaba sólo su asistente Diana.

-- Dime jefa -preguntó Diana mientras ayudaba a Carey a abrocharse el cierre del top del atrevido bikini blanco con el que se presentaría ante la audiencia mundial- ¿Cómo consiguió tu manager que la Fuerza Aérea colaborase con este espectáculo? Estamos en crisis ¿sabes? y el combustible de aviación es caro...

-- Jajaja, colaboran precisamente porque estamos en crisis -contestó Carey recogiendo su melena negra en un moño para poder embutirla más adelante en la capucha de su traje de salto.- Este espectáculo es un gran negocio. Ha atraído a muchos turistas a Las Vegas, genera ingresos por derechos de televisión, merchandising... Ya sabes. Mi agente se puso en contacto con los dueños de los principales hoteles, que llamaron al alcalde de Las Vegas, que llamó al Gobernador de Nevada, que llamó a su vez al general Nosecuantos... El resultado es que tenemos total colaboración del Tío Sam.

-- ¿Y la grabación del salto?

Ese es otro asunto. Como sabes, no queremos que nadie pueda decir que el reto es un fraude. Podrían saltar conmigo otros paracaidistas con cámaras para grabar mi salto, pero entonces alguien podría decir que están para ayudarme si algo sale mal. También me podrían grabar desde helicópteros, pero no pueden volar tan alto como este avión, de modo que no podrían recoger la mayor parte del salto... La verdad es que no sabíamos que hacer. Entonces a ti, querida nerdy, se te encendió la bombillita -dijo Carey mirando con afecto a su asistente, que también era la diseñadora y fabricante de casi todos los aparatos y dispositivos que usaba en sus actuaciones. -Viniste con una de esas revistas tuyas de ingeniería...

-- Si, eso ya lo sé, os enseñé el artículo sobre el nuevo Sistema Electro-Óptico de Reconocimiento Táctico y Data-Link. Lo que quiero saber es cómo lograsteis que la empresa israelí que lo fabrica os lo prestara.

-- Pues no fue difícil. Según parece, le quieren vender ese sistema a los americanos para sus aviones espía, de modo que estuvieron encantados de prestárnoslo cuando mi mánager se lo pidió; pensaron que sería una buena publicidad que todo el mundo viese por televisión lo buena que es su calidad de imagen. Mandaron sus ingenieros para montarlo en el caza que nos acompaña y enseñar al piloto a usarlo. Me grabará desde arriba durante los dos primeros tercios del salto, después los helicópteros tomarán el relevo, y por último, las cámaras desde tierra cuando abra el paracaídas... Bueno, si lo abro.

-- ¡Pues claro que lo abrirás, jefa! ¡Si no lo abres, pierdo mi trabajo!

-- Jajaja, pues muchas gracias, querida Diana. Intentaré seguir viva, y así no tendrás que ir al paro.

-- Jefa, en serio, todo saldrá bien. Eres la mejor.

"Señorita Carey, diez segundos para la luz verde. Por favor, sitúese en su marca." El aviso del regidor que controlaba la emisión desde tierra puso fin a la charla. Carey y Diana lo escucharon a través de un "pinganillo" que llevaban en su oído.

-- Muy bien... ¡Comienza el espectáculo!

La escapista y su ayudante se colocaron delante de las cámaras, esperando que se encendiese el piloto verde que indicaría el comienzo de la emisión.

"Atención todos... Tres... Dos... Uno... ¡Entramos en el aire! ¡DESDE LOS ESTUDIOS UNIVERSAL, EN HOLLYWOOD, THE TONIGHT SHOW, HOY EN EDICIÓN ESPECIAL VESPERTINA, TENDREMOS LA RETRANSMISIÓN EN DIRECTO DESDE LAS VEGAS, NEVADA, DEL APASIONANTE RETO DE CAREY CARTER, LA REINA DEL ESCAPISMO. DEMOS UN APLAUSO A NUESTRO PRESENTADO, CONAN OOOOO´BRIIIIIAAAANNNN!

-- ¡Muchas gracias a todos! ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Graaaaacias! Esta tarde empezamos nuestro programa mucho antes de lo habitual porque como ya sabrán tenemos una retransmisión especial. Saludemos todos a la gran Carey Carter, la reina del escapismo, en directo desde un avión de la Fuerza Aérea sobrevolando La Vegas... Ahí aparece ya nuestra protagonista en pantalla y... ¡Guau! ¡Qué visión! ¡Gracias Dios mio! ¡Carey, estás impresionante! ¡Me encanta tu ropa, me encanta como la luces, y me encanta lo escasa que es! Dime Carey, ¿saltarás del avión con ese bikini? A mi parece bien, porque no puedes estar más sexy pero a lo mejor pasas un poquito de frio...

La voza guda y nasal de Conan O´Brian se escuchó con sorprendente claridad por los altavoces del avión. Su tono entusiasta y bromista debía parecer adecuado en el estudio de los Ángeles lleno de público en que se encontraba, pero en la desangelada bodega de carga en la que Carey se preparaba para jugarse la vida, sonó fuera de lugar. Sin embargo, la escapista echó mano de sus tablas escénicas y contestó en el mismo tono ligero y simpático.

-- Muy buenas tardes, Conan, y muy buenas tardes a todos los espectadores. Muchas gracias por tus piropos. Antes de despegar el piloto me ha dicho que la temperatura exterior sería de unos menos 31 grados Fahrenheit, menos 35 Celsius, de modo que si saltase con este bikini, efectivamente, pasaría un poquito de frio, jajaja. Por eso saltaré con un traje térmico confeccionado especialmente para este desafío. Está hecho de neopreno textil y polipropileno. Es más recatado que este bikini, pero me han dicho que realza mucho mi figura. Creo que te gustará. Sin embargo, Conan, debajo si llevaré este bikini. Cuando llegue al suelo, si todo marcha bien y no lo hago a una velocidad... excesiva, jajaja, espero poder celebrar el éxito tomando un daiquiri en la magnífica piscina del hotel Mandalay Bay, que patrocina este reto, y quiero estar vestida adecuadamente para la ocasión.

-- Jajaja, me encantará retransmitir eso también, Carey. Tumbada al sol de la tarde, en una piscina, con ese bikini... ¡Definitivamente quiero verlo! ¡Las copas corren de mi cargo! Di al barman que me mande la factura de los daiquiris a Los Ángeles.

Las bromas con el presentador se sucedían rápidas mientras Diana ayudaba a Carey a prepararse. Primero. la escapista se puso el cálido traje de salto de una sola pieza estilo buzo, recorrido por varias cremalleras ocultas que le permitirían quitárselo en cuestión de segundos. Después se calzó las pesadas votas militares, también con cierres rápidos de velcro. Por último, unos guantes de tejido fino (uno más grueso no le permitiría manipular ganzúas ni resortes ocultos) y un casco con una pequeña cámara montada sobre él.

-- Tengo entendido, Carey, que al contrario de lo que es normal en los saltos a gran altitud, no vas a usar mascarilla de oxígeno en este prueba.

-- Es cierto, Conan. Es una dificultad adicional a mi reto. A esta altitud el aire tiene mucho nitrógeno y muy poco oxígeno, y además está extremadamente frio. Si lo respirase, podría matarme. Deberé contener el aliento hasta que caiga unos diez mil pies y me encuentra a unos quince mil del suelo. Como ves, llevo en mi muñeca un altímetro barométrico que me avisará mediante pitidos y vibraciones del momento en que llegue a esa altitud. Durante los minutos previos al salto respiraré oxígeno puro para que mis tejidos se saturen de él y mis pulmones se preparen para su falta. Desgraciadamente en esos momentos no podré seguir disfrutando de tu conversación.

A pesar de los colores farandulescos y de los alegres logos de las marcas comerciales que patrocinaban el reto (Red Bull, Virgin, Go-Pro, Nike, etc.), el traje de salto daba a Carey un aspecto aventurero y remotamente marcial. El tejido técnico se adhería a su cuerpo como una segunda piel; todavía bromeando, la escapista improvisó varias poses seductoras en un remedo de pase de modelos, dejando que su curvilínea figura fuese acariciada por la mirada de deseo de la audiencia a través de la mirada artificial de las cámaras. Sabía que esas imágenes dispararían la venta de muñequitas "Carey" vestidas con ese atuendo.

-¿Ves como no mentía, Conan? ¿Verdad que el traje de salto me favorece?

-- Mucho Carey; estoy pensando en encargar uno para mi, aunque no sé si me sentará igual de bien... Jajaja.

-- Ahora mi ayudante Diana me pondrá el arnés inmovilizador. Como ves, consiste en cuatro grilletes de acero unidos por una barra vertical del mismo material. Los dos grilletes inferiores inmovilizarán mis muñecas, y los dos superiores, mis brazos por encima de los codos. La barra sirve para que no pueda llegar a los grilletes superiores sin librarme antes de los inferiores.

Mientras Carey hablaba, Diana terminó de colocarle el arnés. La escapista se acercó a la cámara más próxima para permitirla hacer zoom sobre sus brazos engrilletados y, estaba segura, detenerse en sus sensuales curvas de sus caderas y sus glúteos. Acto seguido se puso de perfil, erguida y con los hombros hacia atrás a causa del arnés. Sus fantásticos pechos resaltaban casi obscenamente en esa postura, y Carey permitió que las cámaras se recreasen en ellos.

El riesgo era sólo una parte del éxito de los espectáculos de Carey. La otra era el erotismo, más o menos acentuado según la audiencia a que fuesen dirigidos. Concretamente este show, por su horario, debía ser mucho más "blanco" que los que solía realizar en los late shows de las televisiones por cable, que a menudo se podrían considerar pornográficos.

La artista disfrutaba enormemente este componente sexual de su profesión. Después de tantos años dedicándose al escapismo erótico, Carey apenas si concebía ya el sexo sin ir unido al peligro y el masoquismo. Sus maratones sexuales más salvajes venían siempre tras un escape exitoso en el que hubiese estado a un segundo o un centímetro de perder la vida, después de haber pasado un buen rato exhibiéndose maniatada y casi desnuda ante la audiencia.

-- Ahora, si te parece bien, mi asistente te enseñará el paracaídas, Conan -siguió hablando Carey.- como ves, es un modelo stándar MC-5 de apertura manual, idéntico al que usan los paracaidistas civiles y militares de medio mundo. Sin embargo, en este salto habrá una novedad: yo no lo llevaré puesto cuando salte del avión.

-- Espera un momento, Carey... ¿No llevarás puesto el paracaídas cuando saltes del avión? ¿Te he escuchado bien? Ya tienes el rostro de un ángel... ¿Has conseguido que te salgan alitas de ángel tambíen?

-- Jajaja, no Conan, pero lo conseguiré sin duda si fallo en este reto. Alitas de ángel, un arpa, el halo sobre la cabeza... ¡El paquete completo! Verás: este es un desafía de "paracaidismo banzai". Cuando se abra el portón del avión, mi asistente tirará el paracaídas al vació, y yo me lanzaré detrás con los brazos inmovilizados. Mi reto consistirá en librarme de estos grilletes, alcanzar el paracaídas en el aire, ponérmelo y abrirlo, obviamente antes de llegar al suelo. Como ves, el frio de las alturas y la falta de oxígeno no serán mi única preocupación. Lo hemos preparado todo para que los espectadores de todo el mundo puedan seguir el salto completo a través de televisión. Incluso llevo una mini cámara en mi casco. ¡No os perderéis un detalle!

-- Estoy impresionado, Carey. Tu valor es incluso mayor que tu belleza. Dime, ¿Alguna vez se ha intentado algo así?

-- Si Conana. Mi colega, desgraciadamente fallecida Mira Natsume tiene el actual record mundial de paracaidismo banzai. Cincuenta segundos desde que saltó del avión hasta que abrió el paracaídas. Yo espero batirlo hoy.

-- Pobre Mira, una gran escapista a la que todos echamos de menos. Como recordarán nuestros espectadores, Mira falleció el año pasado durante un reto en el que competía contigo, Carey. Sin embargo, corrígeme si me equivoco, Mira Natsume saltó provista de una máscara de oxígeno, y además no estaba maniatada.

-- No Conan. Nadie ha intentado nunca saltar maniatado y sin oxígeno desde esta altitud. Para la audiencia de los países que usan sistema métrico, veinticinco mil pies son más de siete mil quinientos metros.

-- De modo Carey que no sólo deseas superar la proeza de tu antigua rival en tiempo, sino también en dificultad. Me parece terriblemente peligroso.

-- Es muy peligroso, Conan, pero te aseguro que es un riesgo calculado. Y en cualquier caso, soy la única en correrlo. Por motivos de seguridad, el salto se hará sobre una gran parcela de terreno sin edificar frente al hotel Mandalay Bay, de modo que si fallo el reto, no hay peligro de que caiga sobre la casa de alguien. ¡Pero eso no ocurrirá, te lo aseguro! Y ahora, si me disculpas, es el momento de comenzar mis ejercicios respiratorios. Muchas gracias a toda la audiencia por seguir este reto. ¡Nos vemos en tierra!

-- Todos te deseamos la mejor de las suertes, Carey. Estoy totalmente seguro de que tendrás éxito en tu desafío. Y ahora, mientras Carey termina su preparación, haremos una pausa para escuchar los consejos de nuestros patrocinadores.

Diana puso en el rostro de Carey una mascarilla de oxígeno y la escapista comenzó a respirar el gas puro con largas inspiraciones, dejando que sus pulmones se hiperventilasen. Esos momentos previos al reto eran los más temidos por ella. Durante los minutos anteriores, la charla con el presentador y la tensión de estar frente a la audiencia televisiva habían mantenido su mente ocupada. Sin embargo, en esos momentos de calma le resultaba difícil mantener a raya los miedos y dudas que intentaban abrirse paso en su mente y minar su determinación. Con profesionalidad comenzó a repetir mentalmente los movimientos, ensayados mil veces, que debía realizar para librarse del arnés y alcanzar el paracaídas. Unos segundos después, había recuperado su concentración y su confianza.

"Quince segundos para abrir el portón y treinta para el salto" -sonó la voz del piloto a través de los altavoces- "A veinticinco mil pies tenemos viento del este, cincuenta nudos. Despejado. Temperatura, menos treinta y cinco. En superficie, viento del este tres nudos. Temperatura, treinta y tres positivos. QNH, treinta con veintisiete pulgadas de mercurio... Condiciones ideales para el salto... ¡Abriendo el portón, abriendo el portón! Señorita Carter, la tripulación de este avión y la del escolta le deseamos mucha suerte.

"Gracias, chicos, la voy a necesitar", pensó Carey, haciendo un saludo con la cabeza a la cámara del circuito cerrado de televisión del avión. De pronto, el gran portón trasero del enorme avión de carga se abrió, y el silencio de que hasta ese momento habían disfrutado quedó sustituido por el rugido del viento. La zona de salto era muy pequeña, de modo que era imprescindible que este se realizase justo en el momento en que el piloto lo indicase, ya que había sido cuidadosamente calculado en función de la velocidad del avión y la componente de viento lateral.

Sólo faltaban diez segundos. Diana quitó a Carey la mascarilla de oxígeno, le ajustó las gafas de protección, tomó el paracaídas y ambas se acercaron al portón caminando con cuidado.

El piloto comenzó la cuenta atrás: "Cinco segundos... cuatro... tres..." Carey sonrió a la cámara instalada junto al portón y miró a su asistente a los ojos, asintiendo con la cabeza. "Dos... uno... ¡Ya!" Diana lanzó el paracaídas, y Carey todavía con la sonrisa en los labios, saltó al vacío en pos de él.

 

II

A veinticinco mil pies de altitud el aire es condenadamente fino y frio, e inhalarlo es como respirar... Bueno, eso ya lo sabemos. Carey también lo sabía. Este no era su primer salto HALO. Durante seis meses había estado entrenando saltos a gran altitud y baja apertura de paracaídas con un antiguo instructor militar. Sin embargo, era la primera vez que saltaba sin una máscara de oxígeno protegiendo su rostro, y la sensación en sus mejillas de un aire tan frío que podría congelar un vaso con agua al instante, la tomó desprevenida. Pensó que era como recibir un puñetazo de un muñeco de nieve gigante, e incluso imaginó al muñeco del cuento de Andersen que su madre solía contarle en navidades de niña, golpeándola iracundo.

"¿Será este el primer síntoma de la hipoxia?" -pensó "Pérdida de concentración, pensamientos absurdos... Además tengo nauseas, sin duda por el mar de altura... Tengo que concentrarme". Con disciplina, Carey se esforzó en dejar de pensar en esas cosas y localizar el paracaídas.

Ahí estaba, delante de ella y apenas a unos centenares de pies por debajo. Este era un momento delicado. Carey podía variar ligeramente la velocidad de caída cambiando la posición de su cuerpo y por lo tanto el rozamiento con el aire; esto le presentaba un dilema: si bajaba demasiado rápido y adelantaba al paracaídas antes de soltarse de los grilletes, no podría frenar para volver a recogerlo. Por contra, si permitía que el paracaídas le tomase demasiada delantera, corría también el riesgo de no poder alcanzarlo. Sin embargo, el mayor peligro estaba en perderlo de vista e inadvertidamente dejar que se alejase demasiado en el plano horizontal. Cuanto antes lograse librarse de los grilletes, más posibilidades tenía de terminar con bien su reto.

Haciendo caso omiso del entumecimiento de su cuerpo por el frio y de la falta de aire, Carey comenzó a maniobrar para quitarse los grilletes sobre sus codos. En teoría, debía ser sencillo. La barra vertical que los unía a los de las muñecas tenía un pequeño resorte oculto a simple vista y que al pulsarlo, los abriría. Sólo tenía que encontrarlo palpando con los dedos... ¿Palpando? Tenía las yemas de los dedos entumecidas. Había perdido casi toda la sensibilidad en ellas. "Maldita sea" -pensó- "Estos guantes son demasiado finos. Y si fuesen más grueso, tampoco notaría nada a través de la tela. Tengo que encontrar el resorte".

A ciegas, Carey empezó a apretar todos los puntos de la barra a los que llegaba con los dedos. Apenas debía llevar treinta segundos cayendo, pero le parecían treinta años. Se estaba dejando vencer por el miedo, que a su vez aumentaba la secreción de adrenalina, y esta la tensión y el gasto de oxígeno de su organismo. Inadvertidamente inspiró una bocanada de aire por la nariz y el frio le provocó tal dolor que por un momento creyó que la había perdido rota en mil pedazos, como la de una estatua alcanzada por una pedrada.

"No puedo seguir haciendo tonterías. Tengo que concentrarme... ¡De perdidos, al rio!" Con la mano izquierda se quitó el guante de la derecha esperando que por unos momentos, hasta que los dedos se le entumeciesen por completo, tendría sensibilidad suficiente para encontrar el botoncito... Y así fue. con la uña notó ligero escalón que hacia el botón en la superficie de la barra, y al apretarlo, notó como los grilletes superiores de ambos brazos se abrían, liberando sus codos.

La parte que le quedaba le había parecido la más sencilla durante los ensayos. Sólo tenía que doblarse en posición fetal para pasar bajo su cuerpo sus muñecas unidas todavía por los grilletes, hasta la parte delantera. ¿Sencillo? En absoluto. Al cambiar de postura cayendo a más de cien nudos de velocidad, casi doscientos kilómetros por hora, la escapista perdió el control de su cuerpo y comenzó a girar cada vez más rápidamente.

Abriendo las piernas y estirando los brazos por delante de su cabeza, consiguió detener la rotación de su cuerpo y estabilizar de nuevo la caída. "¡Mierda!", maldijo mentalmente mientras imitaba a Linda Blair girando frenéticamente la cabeza a un lado y otro intentando localizar el paracaídas.

En ese momento notó una vibración en su muñeca. "¡El altímetro! Ya estoy a quince mil pies y puedo respirar... ¡Pero me queda poco más de un minuto!". Carey tomó una gran bocanada de aire helado pero vivificante que le aclaró la mente. En ese momento localizó el paracaídas, y su corazón se paró durante el espacio de un latido. Estaba a su nivel, pero la distancia horizontal había aumentado mucho y no sabía si podría salvarla. Sin embargo, la escapista no se dio por vencida.

En primer lugar ladeó su cuerpo, de modo que el viento lateral la fuese empujando hacia el paracaídas. Después, se sacó de debajo de la lengua, donde lo había escondido antes de subir al avión, un pequeño alambre torcido que le serviría de ganzúa. Sin perder un segundo, comenzó a hurgar en la cerradura de las muñecas. La posición era forzada y sus manos entumecidas no tenían la habilidad acostumbrada, pero así y todo logró abrir la cerradura de ambos grilletes.

Ahora tenía que alcanzar el paracaídas. Echó una ojeada al altímetro de su muñeca. Algo más de seis mil quinientos pies, menos de mil quinientos metros. Le quedaba menos de medio minuto antes de que fuese tarde. El viento lateral la había acercado mucho al paracaídas, pero todavía estaba más allá de su alcance. Por suerte tuvo la precaución de no dejar caer la barra metálica que unía los grilletes, de alrededor de medio metro de longitud. Quizá, estirándose al máximo, podría alcanzar con ella...

¡Conseguido! Con uno de los grilletes había logrado enganchar una de las correas del paracaídas, y con cuidado fue acercando hasta poder agarrarlo con la mano. Ahora sólo era cuestión de repetir los movimientos que había ensayado un millón de veces en tierra: pasar las correas superiores por sus hombros, enganchar la hebilla rápida bajo su pecho, pasar las correas inferiores por entre las piernas y engancharlas también con sus hebillas... Ojeada rápida hacia abajo... "¡Maldición, si estoy ya casi en el suelo! ¡Diosdiosdios, donde está la anilla, donde está la anilla!"

FLAPSHHHH

"... ¿Lo he logrado? Lo he logrado. ¡Lo he logrado! ¡LO HE LOGRADO! Estoy justo sobre la zona de salto y el viento me empuja al este, justo como estaba planeado. Pero debo seguir concentrada. Ahora tengo que aterrizar."

Sin dejarse dominar por la euforia, Carey controló el paracaídas tirando de los frenos. Estaba a unas decenas de metros por encima de la autovía. Las moles de los dos edificios principales del Mandalay Bay estaban justo frente a ella, y antes, su objetivo: la gran piscina del hotel con sus palmeras y su cascada de olas artificiales. En esos momentos, varios cientos de personas abandonaban sus tumbonas y la señalaban, saltando y agitando los brazos. Ya sólo tenía que superar el Edificio de Eventos. "Va a estar justo, pero creo que lo voy a lograr", pensó mientras con el rabillo del ojo veía pasar a su derecha su propio rostro a tamaño gigante, en el celeberrimo cartel anunciado del hotel junto al desvío "Frank Sinatra" de la autovía. "MANDALAY BAY, FOUR SEASON HOTEL, PRESENTA A CAREY CARTER, LA REINA DEL ESCAPISMO".

III

"Necesitaba este bañito", pensó Carey saliendo de la bañera de mármol de la habitación privada que le había correspondido en la enorme suite que el hotel había puesto a disposición de la trouppe de los Carter. La madre de Carey, Laura, su hermana menor, Claire, y su asistente Diana descansaban en sus propias habitaciones, dispuestas alrededor del lujoso salón principal.

Las últimas horas, desde que terminó el reto, habían sido una locura casi mayor que el reto mismo. Se sentía extraordinariamente satisfecha. Todo había estado a punto de salir mal, y sin embargo, en el último momento, gracias a su habilidad y sangre fría, había logrado triunfar.

Lo mejor de todo había sido aterrizar justo donde quería: en la piscina principal del Mandalay Bay. Mientras apuraba una copita de champagne y se vestía con una elegante bata de seda estilo kimono, Carey imaginaba una y otra vez las imágenes, tal y como debieron verlas tanto las personas que se encontraban en la piscina, como el público de televisión.

En primer lugar, ella, pasando con su paracaídas frente al cartel gigante que anunciaba su propia proeza, rozando con los pies el tejado del Edificio de Eventos. Ella, aterrizando en la piscina principal, soltando los arneses y buceando hasta el fondo para, oculta de las miradas, desvestirse rápidamente del traje y las botas.

Y ante todo, fantaseaba con la imagen que, estaba segura, estaría dando la vuelta al mundo y se convertiría en un icono: ella, saliendo lentamente de la piscina por la playa artificial de mosaico, con la cascada al fondo. Bella como una nueva Venus, estilosa, felina, vestida con su minúsculo bikini blanco y adornada sólo por el brillo de sus ojos... ¡después de bajar del cielo, cayendo desde más de siete kilómetros de altura! ¿Qué gran estrella soñó alguna vez, siquiera, con hacer una entrada en escena así de espectacular?

El público había entrado en un estado de delirio y el personal de seguridad del hotel, una vez vencido su propio asombro, se tuvo que aplicar a fondo en protegerla de la adoración de sus fans. Todo el mundo quería felicitarla, tocarla, darle una toalla, una copa, un asiento, hacerle una foto, pedirle un autógrafo, unas palabras, una sonrisa, una simple mirada...

Tras un rápido reconocimiento médico, y desde la propia piscina, con un daiquiri en la mano, volvió a entrar en directo en el programa de Conan O'Brian. Después vinieron intervenciones en otra docena de programas de televisiones de todo el mundo, el photocall, la rueda de prensa, la fiesta de celebración, las felicitaciones del director y los dueños del hotel, los patrocinadores, autoridades, miembros de las Fuerzas Aéreas, celebrities del mundo del espectáculo, etc. etc. etc. Todo excitante y divertido, pero agotador. Apenas si había tenido un minuto para abrazar a su madre y a su hermana, casi tan emocionadas como ella misma, y a su asistente Diana, que había aterrizado en Nellis en el C-17 y había regresado a la ciudad en un helicóptero que el hotel había puesto a su disposición, a tiempo para la fiesta.

Ahora, ya avanzada la madrugada, mirando las luces de la ciudad desde el ventanal del salón de su suite, Carey pensaba que a pesar del cansancio físico no deseaba irse a dormir. La adrenalina todavía circulaba con fuerza por su cuerpo; sentía su mente ligera, intoxicada por la euforia y el champagne. Sentía que le faltaba algo para rematar esa jornada, y sabía exactamente que era: sexo.

No es que no hubiese tenido proposiciones. Durante la fiesta, había perdido la cuenta de todos los hombres (e incluso alguna mujer), que se le habían insinuado. Políticos, millonarios, gigolós famosos o estrellas de cine o del rock... No le interesó ninguno de ellos. Conocía bien a ese tipo de personas, fatuas, pagadas de sí mismas hasta extremos absurdos, y al mismo tiempo casi impotentes a causa del abuso de la coca y el alcohol. Ella había hecho una proeza imposible hoy, y lo último que deseaba era terminar la noche como el trofeo de que pudiese presumir en los programas de cotilleo alguno de esos "VIPs" de pacotilla.

-- ¿No puedes dormir, Carey? ¿Tú también has bebido demasiado? - dijo su hermana a su espalda con voz jovial.

-- Schisss... No levantes tanto la voz. Mamá debe de estar durmiendo.

-- Jajaja, no te preocupes. Nuestra vieja dama ha bebido más que nosotras en la fiesta y ya no soporta el champagne como antes. Seguro que ahora mismo no la despierta ni un terremoto. ¡Sigamos la fiesta, Carey! Lo de antes ha sido un aburrimiento, con tanto pez gordo baboso y tanta celebrity estúpida. ¡Estamos en la ciudad del pecado! Salgamos a ligar tu y yo juntas. No es la primera vez que lo hacemos ¿verdad?

-- No puede ser, hermanita. El hotel está lleno de fans. No podré poner ni un pie en el lobby sin que me asalten para pedirme autógrafos; eso por no hablar de los paparazzi...

-- Excusas. Si salimos por el garaje de servicio, problema resuelto. ¡Vamos, ponte un top y faldita sexy, y a quemar la ciudad!

-- Jajaja, que loquita estás... No sé si es buena idea.

-- ¿Ahora te vas a poner conmigo en plan "hermana mayor responsable"? Te recuerdo que esta tarde has saltado desde un avión sin paracaídas.

-- Jajaja, Tienes razón, como ejemplo de cordura no soy el mejor. ¡Qué demonios! ¡A quemar la ciudad!

Mientras esta conversación tenía lugar, un hombre japonés, en otra habitación varios pisos más abajo, recibía la angustiada llamada telefónica de una de las limpiadoras del hotel.

-- ¿Es usted? Acabo de ver a Carey Carter y a su hermana tomar el ascensor de servicio. Creo que van a salir del hotel por el garaje de empleados... He hecho todo lo que me ha dicho. ¿Me devolverá ya a mi niño? Por favor...

-- Si lo que me ha dicho es verdad y mantiene la boca cerrada, al amanecer recibirá un mensaje con la dirección donde puede recoger a su hijo. De lo contrario, no lo volverá a ver con vida.

El hombre colgó sin esperar a oír la respuesta de la aterrada limpiadora chicana a la que extorsionaba para que le mantuviese al tanto de los movimientos de Carey por el hotel. Rápidamente bajó el también al garaje de empleados, a tiempo de ver a las dos chicas tomar un taxi en dirección al centro de la ciudad. Para alguien como él, yakuza veterano de los bajos fondos de Tokio, hacerle un puente al motor de una de las furgonetas de la lavandería del hotel fue sólo cuestión de segundos. Seguir al taxi por las calles de Las Vegas a la distancia adecuada para no ser detectado tampoco supuso una gran dificultad.

-- ¿De verdad quieres ir a un strip-club, Claire? -charlaba Carey con su hermana mientras tanto- ¡No, si cuando yo digo que estás loquita!

-- ¿Por qué? Es una idea genial. Nadie te va a reconocer ahí. La gente ve sólo lo que quiere ver, y nadie espera encontrarte en un sitio así. Además, esos locales son muy oscuros. Y no me digas que no te da morbo que una de esas chicas te haga un lap dance...

-- ¿Pero tú cómo sabes...?

-- ¿Te crees que todavía soy una niña? Nunca me he tragado eso de que tu amiguita Kate se ha ido a vivir contigo porque tu piso es demasiado grande...

-- ¿Y tu también...? Quiero decir... ¿A ti las chicas también te gustan?

-- Pues si, en temas de sexo, últimamente yo también me he vuelto... omnívora; ya ves, debe de ser cosa de familia, porque también sé lo de mamá y esas "amigas" con las que se suele ir de vacaciones.

-- ¿Y cuando estás en la universidad sueles ir a strip-clubs?

-- No, pero siempre he tenido ganas. Por eso lo he propuesto. ¿Quién mejor para acompañarme a un sitio así que mi hermana mayor? Jajaja.

-- Señoritas, ya hemos llegado. Este es el "Badda Bing", el mejor club de strip-tease de la ciudad. Diversión garantizada. Son cien dólares.

-- ¿Cien dólares por una carrera de diez minutos?

-- No, la carrera son veinte pavos. El resto es por no avisar a los paparazzi de dónde pueden encontrar a la célebre Carey Carter.

-- ¡Vaya, el taxista nos ha salido un lince para los negocios! Anda, Carey, págale, que será más fácil que partirle la cara y luego tener que lidiar con los paparazzi. Pero nos quedamos con tu matrícula, listillo. Si algún fotógrafo nos da la lata esta noche, tenemos a gente que encontrará tu coche, lo desmontará y te lo meterá pieza a pieza por el culo.

-- Jajaja, déjalo ya, Claire Soprano, que las copas y el lap-dance nos esperan -contestó Carey entregando un puñado de billetes al taxista.

Como Clarey había previsto, nadie reparó en ellas una vez dentro del strip-club; la mirada de reconocimiento del "gorila" de la puerta desapareció tras una generosa propina que, como en el caso del taxista, Carey esperaba que bastase para disuadirlo de avisar a los fotógrafos. Una vez dentro, el excitante espectáculo del escenario era un imán demasiado poderoso para las miradas; ninguna cabeza se giró para seguir a las dos sombras que, en la penumbra del fondo del local, se movían en dirección a la barra.

-- Tu quédate aquí y pide un par de tequilas sunrise. Como yo no soy la famosa, iré a hablar con las chicas para encargar un lap dance en una sala privada. Ahora mismo vuelvo.

Un par de minutos después, Claire regresó seguida de una de las strippers. La elección de su hermana la sorprendió, aunque reconoció su buen gusto. No había elegido a ninguna de las jovencísimas "barbie silicona" de melena rubia y expresión vacía que se exhibían en el escenario y entre las mesas, si no a una menudita mujer que ya había alcanzado la treintena, de cuerpo atlético y mirada simpática y espabilada. Su rostro era más atractivo que bello, aunque sus grandes ojos pardos, ligeramente rasgados, y sus labios finos con un divertido puchero de patito no estaban faltos de hermosura.

Tras coger las copas de la barra, Carey siguió a su hermana y a la stripper hasta una de las cabinas privadas.

-- Hola chicas, ¿buscando un poco de diversión? Oye, tu cara me suena mucho... Sé que te conozco, pero ahora no recuerdo...

-- Jajaja, pues cuanto antes dejes de intentar acordarte, mayor será la propina.

-- Muy bien, guapa. Ya sabéis las reglas: se mira, pero no se toca. ¿Quién será la primera?

-- Ella será la primera. Oye, ¿las clientas generosas tampoco pueden tocar? - le preguntó Carey deslizándole un billete en el tirante del sujetador de lentejuelas.

-- Bueno, si son generosas y tan guapas como vosotras... -respondió la muchacha con un gracioso mohín, mientras se desabrochaba el sujetador con cuidado de no dejar caer el billete.

"Yo sabía que, desde que empezó la universidad, Claire se ha vuelto una juerguista, pero esto me tiene alucinada", pensaba Carey mientras observaba a su hermana disfrutar con la stripper. Al sentarse, Claire se había subido la faldita casi hasta la cintura y ahora la stripper le frotaba contra los muslos desnudos sus labios vaginales, apenas cubiertos con un tanguita. La joven a su vez acariciaba engolosinada los bonitos pechos de la profesional, pequeños, firmes y de largos y oscuros pezones.

"Vale que mi hermana está achispada, pero... Jajaja, ahora se está quitando el top, se cree que la stripper es ella". La muchacha guiñó un ojo a Carey, que captando la indirecta, le deslizó otro billete, esta vez en la liga. Tras recibir la nueva propina, la chica se aplicó en desabrochar el cierre del sujetador de su joven clienta y desnudar sus pechos, no menos firmes y bonitos.

No se podía negar que en esos momentos al menos, la stripper disfrutaba de su trabajo. Acostumbrada a los habituales borrachos sobones habituales de este tipo de locales, Carey pensó que para la chica debía ser un cambio agradable el pasar el rato con sus dos esculturales y generosas clientas. Riendo, la muchacha comenzó a besar y mordisquear levemente los pezoncillos del Claire, tan duros como los de la stripper, pero más pequeñitos y rosados.

"¡Qué bonita es mi hermanita! -pensaba Carey con una mezcla de ternura y deseo- "Tiene un cuerpecito precioso. ¿Le molestará si le acaricio los pechos? No sé... Es algo tan perverso..."

Cediendo a medias a su impulso, Carey se sentó junto a su hermana, muslo con muslo. Lentamente comenzó a recorrer con la punta de su dedo índice, apenas rozando, todo el contorno del pecho de su hermana, desde el nacimiento bajo la clavícula, hasta el pezón, inflamado por las atenciones de la stripper.

Con una risilla, Claire tomó la mano de su hermana y la hizo abarcar con su palma toda la pirámide del pecho para, acto seguido, besarla con dulzura en los labios. cuando se separaron, fue la stripper la que, todavía a horcajadas sobre el muslo de Claire, tomó el relevo con un beso mucho más apasionado y húmedo que dejó a la escapista casi sin respiración. "Este beso corre por cuenta de la casa", oyó decir a la muchacha con voz vivaz un momento después, mientras la notaba mordisquear su oreja con la naricilla metida entre su oscura cabellera...

IV

-- Jajaja, que divertido, Carey. Y tú que querías quedarte en el hotel... ¡Con lo bien que lo estamos pasando! Ya hemos compartido una chica, y ahora tenemos que compartir un chico. ¡Vamos a algún sitio donde podamos bailar y ligar! -Carey sonreía escuchando la alegre cháchara etílica de su hermana, mientras se dirigían cogidas de la cintura a la salida del strip-club.

-- Señorita Carter, es mejor que salga por la salida de emergencia, que da al callejón de atrás -dijo el portero interceptándoles el paso y señalando al fondo del local- Alguien ha debido avisar a la prensa de que está usted aquí y la están esperando unos fotógrafos.

-- El maldito taxista, seguro. ¿Pero cómo te ha podido hacer eso?

-- Ya ves, hermanita, pensabas que le habías metido el miedo en el cuerpo con tu retahíla de peli de Tarantino, pero parece que al tipo no le asustan las nenas flacuchas y de culete respingón -respondió Carey con buen humor, dando un azotito a su hermana

-- Si, pero le habías pagado...

-- Pues los paparazzi le habrá pagado más. Sólo son cosas que pasan. Ya estoy acostumbrada y no me enfado por tan poco. Al menos la propina al portero si ha servido de algo. Nos escabullimos por el callejón de atrás y asunto resuelto. Anda, empuja la puerta.

Tal y como esperaba cuando avisó a los paparazzi, el yakuza, oculto en la penumbra del callejón, vio abrirse la puerta de emergencia del club y salir por ella a la alegre pareja de hermanas. Antes de que diesen cinco pasos ya se había colocado tras ellas con sigilo; con la mano izquierda sujetó un pañuelo empapado en cloroformo contra la nariz y la boca de Carey, mientras con la derecha clavaba el silenciador de una pequeña pistola automática entre los omoplatos de su hermana.

-- Entra en la furgoneta -dijo a Claire, escupiendo las palabras en voz baja- o a ti y a tu hermana os encontrarán mañana entre esos cubos de basura con un tiro en la cabeza.

La aterrada chica ni siquiera intentó resistirse y entró como le ordenaban en la cabina de la furgoneta de lavandería. El yakuza empujó en el interior el cuerpo desmayado de Carey y entró detrás, cerrando la puerta. Un par de minutos después, también Claire se encontraba desvanecida por el cloroformo entre las grandes bolsas de tela de la colada del hotel. Instantes después, la furgoneta partía en dirección oeste, hacia el polígono de naves industriales de Lower flamingo, desierto a esas horas de la madrugada.

-- ¿Qué...? ¿Qué ha pasado? ¡Qué alguien responda! ¿Dónde estamos? -los vapores irritantes de las sales de amoniaco que el yakuza había puesto bajo la nariz de Carey la acaban de despertar de su desvanecimiento. Su hermana la abrazaba y ambas estaban desnudas, sentadas en un suelo de cemento manchado de serrín y aceite de máquina, y parpadeaban deslumbradas por unos faros de coche encendidos a pocos centímetros de su rostro, única iluminación del edificio.

-- Estamos donde nadie nos molestará, Carey-san. Este taller está abandonado, lo he comprobado esta mañana, y nadie vive por los alrededores. Gritar no le servirá de nada. Además, le apunto con un arma y dispararé a su hermana si no sigue mis instrucciones- dijo una voz procedente de la oscuridad. Carey pensó que si los reptiles hablasen, su voz sonaría exactamente así de fría e inexpresiva. A pesar del calor asfixiante de esa noche de verano, Carey sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal y agradeció el abrazo de su hermana, a la que escuchaba llorar quedamente junto a su oído.

-- ¿Quién demonios eres tú y qué quieres?

-- Tranquila, Carey-san. Le diré quién soy y que quiero a su debido tiempo. Toma, niña, -ordenó a Clarie- encadena a tu hermana con esto.

Desde la oscuridad, junto al regazo de Claire, cayeron tintineando varias cadenas de pequeños pero fuertes eslabones, junto con tres candados abiertos. La muchacha estaba paralizada por el miedo y siguió abrazada a su hermana, temblando incontroladamente.

¡PAK! Las dos chicas escucharon con un sobresalto el ruido sordo de un disparo con silenciador y sintieron una bala rebotar contra el suelo a escasos centímetros de ellas, haciendo saltar chispas y lascas de cemento.

-- Tengo poca paciencia, chica, de modo que haz lo que te digo. Y sin trucos. Revisaré las cadenas y si veo una lazada suelta o un candado sin cerrar, te lo haré pagar.

Siguiendo las instrucciones de esa voz fría que venía desde un lugar indeterminado en la oscuridad, Claire logró reunir ánimos para levantarse e ir encadenando a su hermana. Tal y como le indicó el yakuza con secas órdenes, unió sus codos a su espalda, sus muñecas, y por último, sus tobillos. Nada más cerrar el último de los candados, escucharon un ruido y vieron descender del techo en penumbras una recia soga con un nudo de horca. Sin duda su secuestrador la había lanzado desde la oscuridad, pasándola por una viga sobre sus cabezas.

-- Ahora por el lazo en el cuello de Carey-san. Bien apretado. Y no te preocupes, que no voy a colgarla. Eso estropearía la diversión. Solo voy a ahogarla un poquito, ¿sabes niña? A lo mejor, incluso le acaba gustando, JAJAJAJA.

Por primera vez Carey pudo captar una emoción humana en la voz y la risa sin humor de su torturador anónimo: un deseo sexual tan potente como pervertido. Durante los últimos minutos, en la mente confundida y asustada de Carey se había formado el pensamiento irracional de estar a merced de algún tipo de monstruo exento de humanidad. Una especie de robot "terminator" al que nada apartaría de su propósito. Sin embargo, en estos momentos, los efectos del cloroformo parecían haber desaparecido por completo y volvía a ver las cosas con la claridad habitual en una persona como ella, acostumbrada al peligro. Su hermana y ella se enfrentaban a un hombre, nada más; un hombre sádico y despiadado, pero con debilidades que, pensó, podrían manipularse. Y ninguna debilidad es mayor en un hombre que el deseo sexual. Quizá, si le daban a ese criminal un buen espectáculo, se apiadaría de ellas; o más probablemente, conseguirían distraer su atención para crear una oportunidad de escapar.

-- Claire, haz todo lo que te diga nuestro amo -dijo Carey intentando dominar el temblor en su voz. Cuanto más consiguiesen excitar sexualmente a su captor, más probabilidades tendrían de que bajase la guardia; la escapista esperaba que comportándose como una sumisa complaciente, estaría dándole justo lo que más podría estimularle.

-- Pero Carey...

-- ¡Haz lo que te digo, niña boba! Demostraremos a nuestro amo que las mujeres gaijin sabemos cuál es nuestro lugar.

Como Carey esperaba, el referirse a ella misma con ese despectivo apelativo japonés enardeció a su captor y lo hizo cometer un error. Por primera vez lo vio salir de la oscuridad y tuvo la oportunidad de echarle un buen vistazo y estudiarlo. Era un hombre al final de la veintena. Sus rasgos, apuestos, eran marcadamente orientales. Peinaba su espeso pelo negro hacia atrás con abundante gomina, y vestía un entallado traje burdeos sobre una elegante camisa oscura con el cuello abierto, sin corbata. La imagen típica del ejecutivo oriental joven y dinámico, dispuesto a probar los placeres que puede brindar la "ciudad del pecado" a quien tenga dinero para pagarlos.

Sin embargo, había dos cosas que diferenciaba a ese hombre del resto de los miles de japoneses que cada año visitaban Las Vegas en viajes de vacaciones y congresos de empresas: por un lado, los intrincados tatuajes que asomaban por el cuello y los puños de su camisa; por otro, sus ojos. "Ese bastardo podría parar un reloj con su mirada", pensó Carey bajando la suya, muy a su pesar, incapaz de soportar la intensidad de las dos ventanas a las turbias profundidades del alma del japonés, que eran sus pupilas. "Si la situación fuese otra... Dios mío, el muy cabrón resultaría terriblemente atractivo".

Una sonrisa, retorcida como un sacacorchos, afloró al rostro del yakuza como si, de algún modo, hubiese leído la mente a su víctima. En una mano sostenía la pistola automática con silenciador. En la otra, un largo látigo de cuero negro trenzado, que entregó a Claire con gesto imperioso.

-- Haz caso a tu hermana, muchacha. Si hacéis que me divierta, quizá os deje marchar... Pon la soga en su cuello. ¡Ahora! -gritó el japonés volviendo a sumergirse en la oscuridad.

Sujetando desmañadamente el látigo debajo de su axila, Claire logró finalmente ajustar la soga al cuello de su hermana. Al momento, Carey sintió un fuerte tirón que la elevó sobre las puntas de sus pies, provocándole un intenso dolor en las cervicales. A esas alturas sus ojos ya se habían acostumbrado a la luz de los focos de la camioneta, y pudo distinguir, en la penumbra, la silueta del japonés tirando del otro extremo de la cuerda y atándola para mantenerla tirante en un viejo banco de trabajo que se distinguía a  poco más de un metro de distancia. Sin duda el individuo sabía lo que hacía, ya que dejó la tensión justa para mantener a la escapista al límite de la asfixia. Mientras se mantuviese sobre las puntas de sus pies, en una postura casi de bailarina, podría tomar pequeños sorbos de aire que la mantuviesen con vida. Pero si sus piernas se cansaban y trataba de apoyar su peso en toda la planta del pie, el nudo se cerraría, estrangulándola.

-- ¡Azótala, niña! -ladró el japonés.

-- Pero...

-- ¡Hazlo, Clarie! -pudo articular Carey con voz ronca- ¡No te preocupes por mí, haz lo que dice!

Con mano temblorosa, y conteniendo los sollozos, Claire desenrolló el atroz instrumento de tortura que el japonés le había entregado. Dando un paso atrás, descargó un débil latigazo sobre el cuerpo de su hermana.

¡PAK! Un nuevo disparo amortiguado se escuchó desde la penumbra. La bala rebotó a escasos centímetros de los pies de Carey, y esta vez un trozo del suelo de cemento, o quizá un fragmento de la bala, impactó en el tobillo de la escapista, dejando una fea marca sangrante.

-- ¡Mas fuerte! O la próxima vez le dispararé a los piés, para que no se pueda sostener y se ahogue delante de ti. ¿Quieres eso?

Un nuevo azote, este dado con toda la fuerza del brazo de la chica, cruzó el torso de la escapista, enrollándose en su cuerpo y dejando un profundo verdugón rojizo. Carey apretó los dientes para no gritar, manteniendo así el aire de sus pulmones.

-- Eso está mejor. Sigue así hasta que te diga que pares.

Los latigazos se sucedieron durante muchos minutos. A veces el yacuza espetaba cortas instrucciones a Claire sobre el lugar del cuerpo de su hermana al que debía dirigirlos; los sensibles pechos, ya sangrando alrededor de los pezones, parecían ser su lugar predilecto. Claire no deja de llorar espasmódicamente, la mirada perdida, alucinada. A Carey le daba la impresión de que toda  la voluntad de resistencia de su hermana se había diluido con el pánico y que su mente estaba a punto de entrar en una especie de estado catatónico. Ella en cambio, a pesar del dolor excruciante y de la falta de oxígeno, se sentía fuerte y confiada.

Carey era escapista profesional; quizá la mejor del mundo. Estaba acostumbrada a que su vida pendiese de un hilo. El dolor y el miedo, sensaciones que paralizan a la mayoría de las personas, a ella la espoleaban. Incluso, en un momento determinado, comenzó a sentir, abrasadora, la familiar excitación erótica que solía asaltarla durante sus actuaciones. En esos momentos, dopada por los torrentes de adrenalina y endorfinas que su propio organismo producía, sentía los latigazos como caricias salvajes en su cuerpo, y su mente interpretaba la angustiosa sensación de asfixia como algo exquisitamente erótico. Era su naturaleza, y se entregaba plenamente a ella, sabiendo, además, que su propia excitación sexual enardecería la de su captor, y que de ello dependían todas sus esperanzas de que tanto ella como su hermana escapasen con vida.

En un momento determinado, perdidas todas sus inhibiciones, estiró los dedos entre sus glúteos y comenzó a  acariciar desde atrás sus ya húmedos labios vaginales. Para su parte masoquista, esa situación era un sueño feroz, una fantasía depravada hecha realidad. Todavía no sabía cómo saldría de esa situación, pero sabía que lo conseguiría. Y mientras tanto, estaba disfrutando, y esperaba que su captor también disfrutase.

Sin duda era así. El  yakuza  ya no se limitaba a dar secas órdenes a sus víctimas. Ahora, con voz ronca, también las incitaba a continuar con una mezcla deslavazada e incongruente de expresiones en inglés y japonés. Su frialdad había desaparecido. Ese sería el resquicio en la coraza de profesionalidad del criminal que podría servirles para escapar, pensó Carey.

-- ¡Estás disfrutando! Bien lo sabía. Todas las mujeres gaijin sois unas viciosas despreciables. ¡Bien, pues goza! ¡Vamos, chica, ayuda a tu hermana!

Por segunda vez, el criminal salió de las sombras para acercarse a sus víctimas. Con dedos como garfios agarró a Clarey de los hombros y la lanzó contra su hermana, que trastabilló sobre la punta de sus pies, quedando por unos segundos al borde de la asfixia.

-- ¡Acaríciala! ¡Bésala! Haz que se corra, como desea. Mayor será su humillación.

Hacía sólo un par de horas, Claire había estado acariciando y besando a su hermana en el club de strip-tease, sintiendo la excitación y el vértigo del sexo prohibido. Tras los titubeos iniciales, Carey y ella se habían entregado con pasión a los placeres del incesto, ante la divertida mirada de la stripper, que colaboró de buena gana, un beso ahí, una caricia atrevida allá.

En realidad Claire había mentido a su hermana. Hacía tiempo que fantaseaba con practicar el sexo con otra mujer, pero nunca había tenido ocasión, o más bien, nunca se había atrevido. Esa noche, la situación morbosa y una cuantas copas le habían ayudado a vencer sus inhibiciones y no se arrepentía de ello, sino todo lo contrario. Los dedos de su hermana la habían llevado a uno de los orgasmos más satisfactorios de su vida, especiado con el asombro íntimo ante su propio vicio y perversión, mucho mayores de lo que ella misma había sospechado alguna vez.

"Las hermanas Carter somos un par de guarrillas, no lo podemos negar", le había dicho a su hermana al oído riendo, mientras invitaban a la stripper a una última copa antes de abandonar el club. Sin embargo, ahora, viendo a Carey con la piel destrozada por los latigazos que ella misma le había propinado, casi ahogada al extremo de una cuerda, y aún así, intentando darse placer, se dio cuenta de que su afirmación se había quedado muy corta.

Sin saber muy bien si esos pensamientos le producían vergüenza o excitación, Claire hizo lo único que podía hacer en esos momentos: seguir las órdenes de su captor. Con delicadeza comenzó  a besar las atroces marcas en la piel de su hermana que ella misma había provocado con sus latigazos, lamiendo la sangre que moteaba lagunas de ellas. Mientras, con cierto esfuerzo, adentró sus dedos entre las piernas encadenadas y comenzó a acariciar con furia el clítoris de su Carey. Dentro de su confusión, pensó que si conseguía provocar a su hermana un orgasmo rápidamente, su captor obtendría lo que quería y las dejaría marchar.

Por fin, tras unos minutos preñados caricias de Claire e insultos del japonés, Carey llegó al clímax, y este fue tan fuerte que no pudo evitar que sus piernas se doblaran, de modo que durante unos segundos quedó totalmente colgada del cuello. Eso fue demasiado para el yakuza. De tres pasos cubrió la distancia que lo separaba de las chicas, agarro y Claire de un brazo y se la llevó a rastras hacia la cercana mesa de trabajo. En ese momento, sucedió algo que sorprendió a Carey: mientras era arrastrada, Claire tiró el látigo al suelo, que fue a caer justo a los pies de la escapista. "¿Lo habrá hecho adrede, para poner un arma a mi alcance? Creo que mi hermana está mucho más serena de lo que parece" -pensó la escapista- "Aguanta Clarie. Quizá nos has salvado a las dos".

A la luz del amanecer, que ya entraba por los altos ventanales del taller abandonado, Carey pudo ver como el yakuza apartaba con el brazo varias herramientas herrumbrosas olvidas sobre el banco de trabajo, y sentaba en él a su hermana. Ya no llevaba la pistola en la mano. Debía haberla guardado en algún bolsillo, pensó Carey. Con ella maniatada, la simple fuerza bruta le bastaba para dominar a Claire agarrándola por las muñecas; de todos modos, la muchacha apenas se resistía.

-- ¿Todavía quieres saber quién soy, perra? - dijo el criminal con voz ladina mientras desabrochaba su pantalón con una mano y mantenía a Claire sujeta del pelo con la otra.- Te lo diré. Quiero que sientas el miedo mientras me ocupo de su hermana. Quiero que te desesperes mientras esperas tu turno. Mi nombre es Yoshi Natsume. "Tiger" Natsume es el hermano mayor  de mi padre, y Mira Natsume era mi querida prima. Tu, maldita gaijin,- continuó, mientras penetraba a Claire con un gruñido- eres la culpable de la muerte de mi prima; si no la hubieses retado, ella seguiría viva. Y ahora has insultado nuevamente el honor de nuestra familia y la memoria de mi prima batiendo uno de sus logros como escapista. Mi señor tío está muy dolido. "Yoshi", -me dijo- "recae en ti la responsabilidad de restablecer el honor de la familia; debes viajar a Las Vegas y ocuparte de esa maldita mujer. Confío en ti". Eso me dijo, y haré honor a su confianza. Después de humillaros, terminaré con vosotras. Os llevaré al desierto, donde nadie os encontrará, y vuestros cuerpos alimentarán a los buitres y los coyotes. Ese será vuestro destino, y no podéis hacer nada para evitarlo, porque estáis en mis manos.

Mientras el yakuza hablaba a Carey dándole la espalda, con la voz entrecortada por la excitación y sin dejar de penetrar brutalmente a Claire, medio tumbada el banco de trabajo, la escapista trazó un plan y comenzó a ponerlo en práctica sin perder un momento. Sabía que en cuanto el criminal terminase de violar a su hermana, la oportunidad habría pasado.

El primer paso era conseguir el látigo, y eso no iba a ser fácil. A pesar de la maniobra de su hermana, el objeto todavía estaba un par de centímetros más allá del alcance de sus pies. El único modo de conseguir esos centímetros era ganárselos al nudo de la horca. No se entretuvo en pensarlo: con decisión dejó caer todo el peso de su cuerpo en el nudo, de modo que se cerrase al máximo sobre su cuello. Ahora sí, con la punta de los dedos de su pie, fue capaz de alcanzar y sujetar la parte fina del látigo.

Sólo tenía unos segundos antes de asfixiarse, y lo que le quedaba iba a ser incluso más difícil, pero siguió adelante con su plan. Dobló las rodillas, quedando otra vez colgada del cuello, para llevar la punta del látigo desde los dedos de sus pies a sus manos, encadenadas a su espalda. Ahora necesitaba pasar estas a la parte delantera de su cuerpo, lo que no podía hacer ya que sus codos seguían encadenados juntos.

No tenía ninguna ganzúa para abrir los candados, pero su baúl de mago estaba lleno a rebosar de trucos, y echó mano de uno de los más antiguos. Rápidamente y haciendo caso omiso del dolor, descoyuntó las entrenadas y flexibles articulaciones de sus dos hombros. Ahora podía juntar más todavía la parte superior de sus brazos, creando una holgura en la cadena que los unía. La gravedad y unos cuantos hábiles movimientos hicieron que en cuestión de segundos esta se deslizase hasta llegar a sus muñecas, donde quedaron detenidas. Carey no dejó que cayesen al suelo, ya que su tintineo probablemente habría alertado al yakuza a pesar de la concentración con la que se aplicaba en violar a Claire, entre brutales gemidos y gruñidos.

Ahora, en una maniobra similar a la que había hecho durante su salto unos horas antes -¿Horas? ¿No fueron días? ¿O meses? ¿O años? La mente de Carey empezaba a nublarse por la falta de oxígeno- debía, sujetando el látigo, pasar sus muñecas por debajo de sus piernas dobladas hasta  la parte delantera de su cuerpo. Sin perder tiempo siquiera para reunir ánimos, Carey dobló las rodillas, quedando de nuevo colgada del cuello... ¡Logrado! En ese momento vio al violador de su hermana alzar la cabeza entre los espasmos del orgasmo, y con sus últimas fuerzas, lanzó un fuerte latigazo hacia su cuello. La larga lengua de cuero trenzado se enrolló con fuerza en su objetivo, estrangulando al sádico en mitad de su éxtasis sexual. Instintivamente soltó las muñecas de Claire para llevarse las manos al cuello, y ese momento fue aprovechado por la muchacha para agarrar el mango de una de las oxidadas herramientas a su alrededor       -una llave inglesa, como después comprobaría- y golpear con ella al yakuza en la sien una, dos, tres, veces, notando los huesos romperse entre crujidos, hasta que el criminal cayó de lado sin sentido y sangrando por un oído.

-- ¡Ay Dios mio! ¿Está muerto? ¡Lo he matado, Carey, lo he matado! -comenzó a gritar Claire, en un desahogo histérico. Carey, al borde de la asfixia, no podía hablar, pero apuntó con los brazos en dirección al cabo de la horca que el yakuza había atado en el banco de trabajo y que mantenía la cuerda tirante. A pesar de su nerviosismo, la chica entendió el gesto y rápidamente soltó el nudo, lo que hizo que Carey cayese pesadamente al suelo. Un segundo después ya había logrado aflojar en nudo de la horca y pudo llenar de oxígeno sus pulmones.

-- ¡Sus bolsillos! -siseo con voz rasposa- ¡La pistola y las llaves!

Rápidamente la muchacha registró los bolsillos del criminal, encontrando en el de la americana la pistola con silenciador y un llavín, que supuso que abriría los candados. Así era. Libre por fin de cadenas, la escapista, con su cuerpo lleno de marcas de latigazos y sangrando por muchas de ellas agarró del brazo a la asustada Claire y sin detenerse siquiera a buscar sus ropas, la hizo salir del tétrico taller abandonado por una de las puertas de emergencia que se abrían desde dentro. El sol ya despuntaba tras las colinas Sunrise y Carey esperaba que siendo ya casi de día, podrían encontrar por la calle a personas que les ayudasen. Finalmente, tras caminar durante un par de manzanas, vieron luz en la caseta del guarda de un almacén. Golpearon la puerta y unos minutos después, el asombrado guarda jurado, tras poner sobre aviso a la policía, les ofrecía café caliente y unas toallas con que cubrirse.

Cuando la policía llego al lugar de los hechos, el pájaro había volado. Del criminal sólo quedaba un charquito de sangre en el suelo. Se establecieron controles de carretera y su retrato robot, confeccionado con la descripción que ambas hermanas facilitaron a la policía, fue suministrado a estaciones de autobús y tren y a los aeropuertos. Una orden de busca y captura para un japonés herido en la cabeza se extendió a varios estados. Todo inútil.

Claire se sintió aliviada al saber que no había matado a otro ser humano; sin embargo Carey habría preferido que hubiese sido así, y se arrepintió de no haberlo rematado ella misma cuando tuvo ocasión.

 La escapista conocía lo suficiente de las costumbres de los yacuza como para saber que, al fallar en su misión, el criminal había quedado deshonrado frente su familia y su clan mafioso. Debería expiar esa deshonra humillándose delante de sus superiores y cortando él mismo con un cuchillo uno de sus dedos, pero eso sólo sería el principio. El criminal tan sólo recuperaría su honor y su status vengándose de la persona que lo había deshonrado.

Sin duda, no sería esa la última vez que Carey, la reina del escapismo, se vería obligada sostener la mirada de la muerte, contenida en los ojos fríos y negros del yakuza Yoshi Matsume.