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Mi querido hermano y yo (segunda parte)

en Amor filial

MI QUERIDO HERMANO Y YO (Segunda parte)

Aunque ni Oscar ni yo escuchamos el sonido de nuestros despertadores, él fue el primero en abrir los ojos y al notar que nos habíamos quedado dormidos me llamó diciéndome que llegaríamos tarde a la Facultad.

Nos vestimos a las apuradas, salimos corriendo y alcanzamos a llegar a horario para rendir nuestros exámenes.

Durante el día, entre las mesas examinadoras de la mañana y el almuerzo en el Comedor Universitario después, cada uno con su grupo de compañeros, casi no tuvimos contacto entre nosotros.

Por supuesto cada vez que estábamos cerca no dejábamos de cruzar profundas miradas que  decían muchas  mas cosas de las que, seguramente,  nos hubiéramos atrevido a expresar con palabras.

Luego de almorzar volví  al departamento; Oscar, que tenía clases por la  tarde, se quedó en la Universidad.

Sola, acostada en mi cama, comencé a reflexionar sobre lo sucedido la noche anterior  y sobre nuestra relación en los últimos tiempos.

Mi infancia y mi adolescencia  a su lado, mientras vivíamos en casa de nuestros padres, se había desarrollado con toda normalidad.

Durante todo ese tiempo él me había visto como ven todos los  varones a una hermana pequeña que lo que hace la mayoría de las veces es causar molestias, ya que tenía una obligación impuesta por mandato familiar de protegerme y vigilarme, y esto no dejaba de ser una carga que debía soportar sin poder evadirse de ella.

Nunca se planteó entre nosotros ninguna otra relación que no fuera la absolutamente fraternal y solo podía rescatar como sugestivo el hecho de que, ya en mi adolescencia, Oscar miraba con desagrado a cuanto chico se acercaba a mi con intenciones de tratar de mantener algo mas profundo que una amistad. Como compensación, debo reconocer que también a mi me molestaban mucho las chicas que se acercaban a él con intención de conquistarlo y que esa actitud por parte de alguna de  mis amigas, hizo que se enfriara  mi trato con ella y que termináramos distanciándonos y  perdiendo definitivamente la amistad que nos unía.

Yo no había adquirido demasiada  experiencia sexual con muchachos durante mi adolescencia. Si bien es cierto que había salido con algunos, mi intimidad con ellos solo se había limitado a besos y caricias, los que servían para excitarme hasta límites insospechados y que indefectiblemente me llevaban, cuando en soledad rememoraba esos momentos, a proporcionarme placer masturbándome hasta quedar agotada.

Jamas se me ocurrió trasponer la frontera que la educación aprendida en  mi hogar me había impuesto y nunca concreté una relación sexual completa con ninguno de mis ocasionales enamorados.

Pero ahora que convivíamos con motivo de los estudios la relación entre Oscar y yo había cambiado radicalmente. 

Rápidamente me di cuenta que la noche anterior no  había sido casual, sino que era consecuencia de lo que nos venía ocurriendo desde que vivíamos solos y que sistemáticamente nos habíamos estado negando a nosotros mismos, como si por el hecho de negarlo no hubiera estado sucediendo.

Sin saber como, había comenzado a desearlo con tanta  intensidad, que prácticamente no había momento del día o de la noche en que mi cuerpo no estuviera  excitado sexualmente por su causa.

Ahora comprendía que a él le había estado sucediendo lo mismo.

Varias veces, a la noche mientras mirábamos televisión sentados juntos en el sillón de  la sala, lo sorprendí mirando con disimulo la desnudez de mis piernas cuando yo, haciéndome la distraída, dejaba que el camisón se deslizara hacia arriba por mis muslos.

En otras ocasiones noté los esfuerzos que hacía para apartar la vista de mis pezones cuando estos se erguían y se notaban bajo mi ropa.

Mas de una vez la erección que en esos momentos abultaba el pantalón de su pijama era indisimulable, y vanos los esfuerzos que hacía para que yo no la notara.

Era un juego muy apasionante que jugábamos ambos y que invariablemente yo terminaba a solas en mi cama, acariciándome hasta obtener un orgasmo.

Oscar supongo que apelaba también a la masturbación para aplacar su deseo.

Pero anoche las cosas  se habían presentado de distinta manera y el resultado había sido que Oscar, aprovechando una circunstancia fortuita dio el primer paso, proporcionándome tanto placer como yo nunca había experimentado.

A medida que mis reflexiones avanzaban, sentí  interiormente la imperiosa necesidad de retribuirle el maravilloso goce que me había regalado.

Por mi mente desfilaban las imágenes de lo vivido entre nosotros la noche anterior, y no podía evitar estremecerme al recordar el placer disfrutado; ese solo recuerdo alcanzaba para que mis pezones se erizaran de  excitación y mi vulva se humedeciera sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.

Mis pensamientos eran tan agradables y  me abstrajeron tanto de la realidad que cuando quise acordarme ya era la hora de preparar la cena.

Cuando él llegó comimos frugalmente y luego, tal como era nuestra rutina diaria, mientras  yo recogía la vajilla y la lavaba, Oscar se fue a dar una ducha.

Luego lo hice yo y cuando terminé, ya vestida únicamente con el camisón que usaba para dormir, me ubiqué a su lado en el sillón para mirar televisión.

Ambos, sentados tan próximos como para permitirnos sentir a mutuamente el calor que irradiaban nuestros cuerpos, fingimos durante un rato ver el programa que estaban dando.

Con disimulo lo miraba a cada instante y siempre lo sorprendía con sus ojos puestos en mí.

En un momento, sin saber aún hoy de donde extraje tanta audacia, bajé la vista con descaro hacia el bulto que su miembro erecto producía en el pantalón de su pijama y luego, elevando mi mirada de su entrepierna hasta sus ojos, le sonreí maliciosamente y  le susurré al oído que cuando se acostara iría a su dormitorio a solucionarle el problema que le estaba causando.

Rápidamente huí y temblando como una hoja, me encerré en mi dormitorio.

Había dado un paso del que ya no podía ni quería retroceder.  

Poco importaba mi poca experiencia en lo que me proponía hacer. Apelaría a lo que había leído en novelas eróticas, a  lo que había  visto en alguna fotografía pornográfica, o en algún video mirado a escondidas junto a alguna amiga.  

Estaba dispuesta a proporcionarle a Oscar el mismo placer que él me había regalado la noche anterior.

Esperé un largo rato y cuando escuche los ruidos que Oscar hacía al abandonar la sala y encerrarse en su dormitorio salí del mío, me acerqué a su puerta y golpee suavemente.

De inmediato, con la voz enronquecida, me indicó que entrara. 

Con los roles en forma inversa, prácticamente se repitió la escena de la noche anterior; esta vez era él quien esperaba tendido en la cama, con la luz apagada, solo cubierto por la sábana y yo quién entraba al dormitorio guiándome por la claridad que la luz de la sala proporcionaba al ambiente.

Poco a poco mis ojos se acostumbraron a la penumbra y comencé a distinguir sus rasgos con toda claridad.

Me senté a su lado, le  pedí que me dejara hacer y permaneciera tan quieto como yo había estado la noche anterior y comencé a besar suave y despaciosamente su rostro.

Recorrí con mis labios su rostro deteniéndome en besar sus párpados descendiendo luego en forma lenta hasta alcanzar su boca con la mía; allí me demoré mordiendo, lamiendo  toda su dulzura y metiendo mi lengua en su interior buscando establecer un juego altamente excitante con la suya.

Gimió suavemente cuando dejé sus labios y comencé a descender con mi boca por su cuerpo apartando la sábana a un lado,  tal como él lo había hecho conmigo.

Recorrí su  pecho lamiendo suavemente sus tetillas y dejándolas impregnadas de mi saliva, luego, haciendo gala de una seguridad que no tenía, dirigí mis manos y mi boca hacia su virilidad.

Tomé su falo entre mis dedos y acerqué mis labios a su glande.

Apenas podía abarcarlo con mi boca;  lo sentía palpitar y mientras mi lengua lo recorría deteniéndose en la pequeña abertura que lo coronaba, me deleité saboreando el líquido pre-seminal que manaba abundantemente 

Con mis ojos alineados con los de él, lo miré tratando de transmitirle todo el placer que estaba sintiendo mientras apasionadamente chupaba su miembro.

Contemplé la expresión de su rostro, convulsionado por el goce que mis labios y mi lengua le estaban proporcionando mientras mis dedos acariciaban muy suavemente sus inflamados testículos.

Comencé el vaivén de mi cabeza  tratando de introducir en mi boca la mayor cantidad posible de su magnífica masculinidad.

Gimió suavemente y con sus manos aparto mis cabellos para tener una visión mas plena de mi rostro.

Creo que nuestros ojos establecieron una comunicación de una plenitud tal, que el uso de las palabras nunca hubiera podido hacer posible.

Ambos estábamos transidos de placer; sabíamos que el momento del climax final estaba próximo.

Redoblé mis esfuerzos para intentar proporcionarle el mas intenso goce que jamás pudiera haber sentido anteriormente  con otra mujer; quería brindarle algo que se aproximara a lo que él me había regalado a mi, la noche anterior.

Noté como mis dientes rozaban el borde de su glande que segundo a segundo se inflamaba bajo las caricias de mi boca.

Volvió a gemir, esta vez mas roncamente, y me pidió que me apartara por que iba a eyacular.

Continué el movimiento de mi cabeza y  presioné mas fuertemente mis labios alrededor de su pene, que estaba en su  máximo grado de rigidez, mientras con mi mirada traté de hacerle comprender que deseaba continuar hasta el final.

Sus ojos, al encontrarse con los míos, expresaron el agradecimiento que sus labios no pronunciaron y su cuerpo se convulsionó  bruscamente.

Eyaculó su cálida simiente en una descarga interminable.

Mi boca recibió todo su néctar, el que degusté e ingerí con placer, no dejando que se perdiera ni una gota del mismo.

Su cuerpo, totalmente fuera de control, se estremecía sin cesar.

Mi goce era total sintiendo el placer que le estaba proporcionando a Oscar.

Continué el vaivén de mi cabeza intentando mantener alojado su pene en la calidez de mi boca y en la medida en que noté que su dureza disminuía fui haciendo movimientos cada vez mas lentos, sin dejar de fijar mis ojos en los suyos. 

Su mirada expresaba una maravillosa mezcla de satisfacción y de agradecimiento.

Con sus manos acariciaba lentamente mis cabellos.

Así, suavemente, en la medida que mis movimientos disminuían su ritmo, su respiración agitada se fue aquietando.

Cuando note su miembro absolutamente flácido cesé la felación y volví a levantar mi mirada para ver sus ojos.

Estaban cerrados.

Tal como yo la noche anterior, él estaba también dulcemente dormido.