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Mentes dominadas, cuerpos para jugar (2)

en Control Mental

No dormí, tenía demasiadas cosas en qué pensar, no paraba de darle vueltas a todo lo que había sucedido el día anterior y permanecí en la cama hasta que oí ruido en el salón. Me levanté y pillé a mi compañero Manel recogiendo sus cosas.

-¿Qué tal estás, Rubén?

-Muy bien, gracias. Podría volver contigo pero por si acaso creo que me quedaré unos días aquí si no te importa volver solo.

-No, claro, descansa, tienes que tener cuidado después de lo de ayer.

-Claro, gracias por preocuparte, en pocos días estoy allí, dale un beso a Lydia.

-De tu parte, amigo, que también se llevó un buen susto al verte así.

Pensé en el que se llevaría él si supiera cómo vi yo a su novia, utilizada por aquellos dos hombres a su antojo. Ya se iba a ir, en realidad era lo que deseaba para estar a solas y seguir con mis cavilaciones, pero fue pensar en Lydia y… no pude reprimirme.

-Espera, Manel. Dime una cosa, ¿tienes fotos de tu chica ahí en el móvil o en la tableta?

-Si, claro.

-¿Y subidas de tono, desnuda? -me arriesgué a preguntar, sabiendo que si el poder que por la noche tenía ya se hubiera esfumado, mi compañero se molestaría por semejante pregunta.

-Si, también, unas cuantas.

-¿Me las enseñas, por favor?

-Claro.

Manel se descolgó el bolso y sacó de él su tableta. Abrió una aplicación que requería una clave y al introducirla vi en recuadros pequeños unas quince o veinte fotos. No se distinguía muy bien así pero se notaba que el tipo de fotos era justo lo que estaba deseando ver.

-¿Me la dejas?

Me ofreció la tableta, quise recrearme abriendo una a una cada foto para ver ya a toda pantalla a la deseable Lydia en poses sexis, supongo que al dejarse fotografiar así daba por hecho que sólo las disfrutaría su novio. Cuando había abierto un par de ellas me empezaba a sentir incómodo al tenerlo a mi lado.

-Pásamelas por email, por favor -Me sentía sucio por aprovechar así mi poder pero me cortaba mirar esas fotos delante suyo y, no podía evitarlo, las quería para mí. Él asintió y guardó la tableta para irse.

Abrí la puerta y mientras le estaba despidiendo oí unas pisadas en la escalera. Eva, mi vecina de arriba bajaba justo, también es casualidad, y con un vestidito corto para más tentación. Me saludó alegremente y de nuevo fue superior a mis fuerzas y casi sin pensar la puse bajo mi control.

 -Hola, Eva, ven, pasa. Hasta pronto, Manel, y cuando me mandes las fotos olvida que lo has hecho y que yo te he pedido que me las enseñes.

Mi vecina entró y cerré la puerta. Ella y su marido, ambos jovencitos, unos 25 años, se casaron hace cosa de un año y fue cuando vinieron a vivir al edificio. Él nos cae bien a los dos, siempre muy atento y simpático, aunque ella reconozco que es un poco más arisca y mi mujer no la traga, yo sólo un poco y supongo que influye su cuerpo tan macizo y la propensión a usar ropa que lo resalta y deja poco a la imaginación. Quizás sus muslos sean un poco más gruesos de lo que parece estar de moda pero eso a mi me encanta, y sobre todo su generoso pecho que pocas veces habré visto yo sin una prenda que no regale a la vista una buena porción de canalillo.

Precisamente ahí fueron mis manos cuando la puerta quedó cerrada, apreté y amasé sus tetas con mis manos observando fijamente sus ojos, que no mostraban ningún tipo de emoción. Era increíble, la veo, hago que pase y puedo hacer lo que quiera con ella. Por la noche había pensado en ese tipo de situación y había llegado a la conclusión de que debía intentar evitar estos actos al no saber nada de la procedencia, el porqué o si tenía fecha de caducidad eso que me ocurría. No es que fuera el único tema de mi larga noche en vela pero le dediqué bastante tiempo y había llegado a una convicción que rompí en un segundo nada más que vi a Eva.

Ya pensaría en ello más adelante, ahora sólo quería seguir manoseando esas magníficas tetas, y el tacto por encima de la fina tela estaba bien pero era demasiado fácil liberarlas de aquel mínimo vestido, ya le había sacado una y con mis dedos pulgar e indice me estaba recreando retorciendo  su pezón cuando oí a Marta, que acababa de aparecer por el pasillo con su también escotadísimo camisón y me miraba con mezcla de odio e incredulidad.

-Lo siento cariño -empecé a decir cuando me di cuenta de que no necesitaba poner excusas, podía hacerle pensar lo que yo quisiera- Ven, no digas nada y besaos las dos.

Allí en mi recibidor tenía a dos de las más guapas residentes del edificio, si no las más, una arreglada para salir a la calle y otra recién levantada pero ambas igual de provocadoras, dos pares de magníficos pechos apretándose, mientras sus lenguas que no solían usar para saludarse siquiera entre ellas, estaban ahora una dentro de la boca de la otra, intercambiando saliva. Mientras, mis manos palpaban sus firmes nalgas bajo sus cortísimas prendas. Las abría bien abarcando todo lo posible y luego las cerraba todo lo que podía, mmmmmm, me encantaba ese tacto, tanto el nuevo de la vecina como el que, no por ya tan conocido, era menos placentero de mi mujer.

-Marta, desnuda a Eva. Y tú déjate hacer.

Era una delicia ver como mi vecina levantaba los brazos mientras mi mujer dócilmente sujetaba el vestido tan corto por los muslos y lo iba deslizando hacia arriba descubriendo a este privilegiado espectador el cuerpo de la morena. Besé de nuevo apasionadamente a mi vecina mientras mi mujer seguía desnudándola. La noté mucho más hábil liberando a Eva del sujetador de lo que yo nunca he conseguido con ella, y para bajarle el minúsculo tanga se agachó, y me resultó tan excitante verla de rodillas ante nuestra maleducada vecina que le dije que no se levantara.

-Eva, separa un poco las piernas, y tú, cariño, quiero que me recuerdes por qué odias tanto a esta putita mientras le lames el coño.

Mi mujer empezó a relatarme una vez más lo que la detestaba y a relatarme sus malos gestos hacia ella, sus malas contestaciones y discusiones en reuniones de vecinos, los detalles de zorra altiva y presumida que tanto la enervaban aunque esta vez con la peculiaridad de que entre frase y frase su lengua daba placer a la que criticaba. Mi vecina se notaba que lo estaba disfrutando a lo grande aunque le ordené que sofocara sus gemidos pues estábamos cerca de la puerta y no quería llamar la atención de los vecinos que pudieran pasaran, entre ellos su marido. Le dije que cuando fuera a correrse apretara fuertemente la cabeza de mi mujer contra su sexo, cosa que hizo a los pocos instantes.

Todo eso era demasiado para mi, aunque estaba deseando tirármela notaba que estaba a punto de eyacular y además no quería retenerla demasiado por si llegaba tarde a algún sitio y pudiera levantar sospechas al no saber ni ella misma la razón de esa demora. Le ordené que también se agachara ella y que se metiera mi polla en su boca. Fue notar la calidez de ese refugio y el tacto de su lengua y mi semen salió inmediatamente llenando su boca. Esta vez fue a Marta a quien di ordenes de apretar la cabeza de nuestra vecina contra mi sexo para que por acto reflejo no se apartara.

Al sacar mi polla de la boca de mi vecina y ver sus caritas, una con mi leche rebosando por las comisuras y la otra con el flujo de Eva brillando en sus preciosos labios, no pude evitar volver a hacerlas besarse y ver cómo compartían fluidos.

Fui a darme una ducha, me sentía muy sucio. Siempre he tenido fantasías bastante perversas y retorcidas, tener ahora esta poder era una gozada pero no podía evitar tener remordimientos además de miedo por si de pronto se acababa, por si salía de la ducha y ellas habían salido del trance y arruinaba mi vida por un arrebato incontrolable. Pero salí y allí estaban esperando órdenes. Le dije a mi vecina que se vistiera y saliera, que olvidara por supuesto todo lo que había ocurrido y que inventara alguna excusa si la demora le causaba algún trastorno. A mi mujer le dije que se duchara y al salir fuera como si se acabara de despertar e ir a la ducha hubiera sido su primer acto del día.

Tomé la determinación de volver inmediatamente a Barcelona. Odiaba la idea de enfrentarme a Samuel, siempre me repugnaba tener que tratar con él, pero tras el incidente por el cual me pasó el poder sentía la obligación de ir a tener una conversación para que me aclarara qué estaba ocurriendo. Tenía muchas preguntas y la única persona a la que podía hacérselas era a la persona que más odiaba.