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Isabela (III): La puta que todas llevamos dentro

en Dominación

Había tratado de convencerme mil veces a mi misma, y sólo lograba repetir los endebles argumentos que antes había escuchado en otros, tratando de justificar sus infidelidades. Pero no podía negar algo: me sentía viva, tenía sensaciones que había olvidado, me invadía un impulso animal tan intenso, que en aquel momento, era lo que daba sentido a mi existencia, no importaba nada más, estaba colmada de excitación, y me gustaba estarlo, me lo dije a mi misma y me gusto oírlo “estoy excitada…”.

Volvía a justificarme, no significa nada, sólo sería un polvo, en un par de días de vuelta a casa y vuelta a la normalidad. Cuando llegué a la puerta de su habitación, seguía sabiendo que aquello estaba mal, pero mi cuerpo tenía la decisión tomada; mi mano, actuando con voluntad propia, aporreó la puerta pidiendo entrar.

Me abrió Carlo con su traje impecable y me invitó a pasar con un gesto educado, era una suite, estaba tan sorprendida por su lujo, que apenas pude darme cuenta de que me hablaba… tenía la habitación aparte, con una enorme cama de matrimonio que podía verse desde el salón. Una mesa central con velas, esperaba con la cena servida.

 -¿Tienes hambre?

-No mucha, la verdad

-Desnúdate, por favor

-jajaja, hoy vas al grano ¿eh?

-Quiero que te desnudes y me sirvas una copa de vino.

 Su tono era autoritario, seco. Su semblante, no dejaba dudas de que hablaba en serio, y una notable erección confirmaba su impaciencia. Me incomodó bastante, me pareció tan ordinario, tan burdo, que ni su traje de chaqueta, ni su perfume caro, ni sus modos exquisitos, podían salvarle de que le viera de pronto, como un hombre vulgar en el peor sentido de la palabra, me resultaba detestable, casi despreciable, y todo en un segundo; pero él permanecía ajeno a mis impresiones  esperando sencillamente que me desnudara y le sirviera el vino.

 -Mira Carlo, no te niego que lo de anoche estuviera bien, pero realmente no me conoces, yo no soy de la clase de mujeres que se acuesta con cualquiera, si te digo la verdad, he venido, pero preferiría…

 Carlo caminó hacia mi e interrumpiendo mi frase, me agarró firmemente del pelo y tiró obligándome a mirarle a los ojos, entonces me entró verdadero pánico.

 -Quiero marcharme Carlo, No me hagas daño Carlo.

 Como respuesta, recibí un bofetón. Luego, tiró con tanta fuerza del pelo que pensé que me lo arrancaría; así me llevó a rastras y me empujó aplastándome contra la pared, junto a la puerta, dejándome inmovilizada con su antebrazo en mi espalda. Pegó su cara a la mía, y me susurró al oído.

-Nunca tengas miedo de mi, acabarás comprendiendo que esto lo hago por tu bien, Isabela. 

La certeza de haber caído en manos de un loco, hizo que me bloqueara, y sólo fui capaz de llorar. 

Noté su gran fortaleza física cuando, sin esfuerzo, me empujó con su brazo, aplastándome contra la pared, me costaba respirar; con la otra mano, comenzó a azotarme el culo, no sé cuántas veces lo hizo, pero llegó un momento en que ya no había dolor, se disipaba en cada impacto por mi espalda y piernas convirtiéndose en calor, calor, calor…

-¿Dejas de llorar o sigo Isabela?

Los azotes me había sacado de mi estado de bloqueo, controlé la respiración y fui recuperando cierta calma. Carlo, desde atrás, introdujo en mis bragas su mano libre, y alcanzó a plantarla en mi sexo, estaba caliente, instintivamente cerré las piernas tratando de impedir su acceso. Carlo retrocedió unos centímetros y susurró en mi oído.

-Isabela, podría forzarte si quisiera.

Mientras decía esto retrocedió un poco hasta colocar un dedo en la entrada de mi ano y presionó sin penetrarlo, el mismo cuerpo que pidió entrar aquí al margen de mis pensamientos, me volvió a traicionar con un respingo y un suspiro, que me parecieron de aprobación.

 Incapaz de evitarlo, me puse a llorar de nuevo, y Carlo enfurecido, de un tirón me arrancó la falda, traté de reprimir mi pánico y mis lagrimas, concentrándome en mirar el botón de mi falda que ahora descansaba en el suelo.

 Susurró de nuevo a mi oído.

-¿A qué has venido Isabela? 

-Deja que me vaya por favor

Carlo metió de nuevo la mano, la presión de mis piernas no fue resistencia que pudiera, esta vez, impedir su avance, alcanzó su objetivo: mi sexo. Colocó varios de sus dedos en la entrada de mi vagina y los introdujo suavemente unos centímetros en mi interior, casi con respeto, y allí los dejó, en reposo y quietos.

-Contéstame Isabela ¿a qué has venido?

 Temiendo su enfado, pensé nerviosa en qué respuesta podía darle, me sentía sucia y violada con los dedos calientes de un extraño reposando en mi interior, mis rodillas se aflojaban, él se acerco de nuevo a mi oído.

 -Tu cuerpo habla Isabela, ¿notas tu humedad? Eres la típica mujer reprimida. La ternura de tu marido te llena de amor, pero necesitas otro hombre, necesitas un testigo, un cómplice, otra polla que te sacie, alguien que mire lo puta que eres cuando te sientes libre.

Oírle decir aquello me enfureció de veras, ¿quién se creía aquel imbécil pretencioso?, hice fuerza para liberarme, de haberlo conseguido, le habría dado el buen par de hostias que se merecía. Sin apenas esfuerzo, me aplastó de nuevo hasta dejarme sin respiración, dejándome inmovilizada; prosiguió con el suave, pero decidido avance de sus dedos por mi vagina, al llegar al fondo los dejó quietos. La presión a la que Carlo me sometía contra la pared, fue lo único que impidió a mi cuerpo caer al suelo, mis rodillas temblaban, y comencé a notar un sutil movimiento de follada de dedos.

-Has venido a exhibirte ante mi, necesitas sacar la puta que llevas dentro, saciar sin reglas tu deseo. 

 La follada de dedos aumentaba su ritmo con aquellas palabras.

-Te deseo Isabela, quiero poseerte, quiero que seas mía, sin miedos ni vergüenzas, sin reglas… 

 Luego con un tono de voz que era casi dulce, dijo.

 -Deseo la puta que llevas dentro Isabela.

 Aumentaba el ritmo de a follada de dedos, mis rodillas temblaban, y mi respiración estaba totalmente descontrolada, con los ojos cerrados, retumbaban en mi cabeza las palabras de Carlo.

 -Conmigo puedes ser libre Isabela, ¡puedes ser lo puta que quieras!

 Aquellos dedos me follaban ya sin piedad, sin delicadeza, sin descanso, en cada embate, la mano chocaba con mi pubis y los nudillos golpeaban dolorosamente mi clítoris. Cerraba los ojos con fuerza; yo quería desear, que aquella violación acabara pronto, pero otro deseo inconfesable empezaba a ocupar su lugar, estaba excitada.

No me quedaban ya, muchas fuerzas para resistir, la llegada de un involuntario orgasmo, pronto iba a exhibir mi deseo ante Carlo, pero un oportuno ruido vino en mi ayuda, oí la puerta del pasillo, y una corriente de aire, como una caricia, refrescó mi sexo, se abrieron mis ojos, tenía ante mi el pasillo del hotel.

Miré hacia atrás, la mano de Carlo estaba inmóvil, pero la follada no cesaba, ¡era yo! la que me movía en desesperada cabalgada, hundiendo sus dedos el lo hondo de mi sexo, refregando mi clítoris en sus nudillos en cada empujón salvaje, era yo la que follaba ansiosa su mano; me sentí avergonzada y humillada, mi cuerpo tardó en obedecerme, y fui gradualmente deteniendo los movimientos de mi pelvis, al tiempo que volvía a la realidad.

-Eres libre Isabela, puedes irte cuando quieras.

Recogí del suelo mi prenda arrancada, me vi reflejada en un espejo, el rímel corrido, la falda en la mano, totalmente despeinada, y una mancha de humedad en mis bragas. Di un paso hacia mi violador, y descargué una patada en sus huevos que casi le hace caer al suelo, sin esperar a su reacción, fui hasta la salida, pude ver cómo Carlo llegaba cojeando a la mesa y se dejaba caer en su silla, entonces reuniendo las fuerzas que me quedaban di un portazo que debió retumbar en todo el hotel.

 -Al final, se me ha abierto el apetito.

 Serví dos copas de vino y me senté, me saqué las bragas, y empapadas en mis jugos, las dejé sobre la mesa, luego, me quité el resto de la ropa, y serví la cena.