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La poción mágica

en Amor filial

La poción mágica

Mi nombre es Carlos. Carlitos para los amigos. Esto que os voy a contar sucedió hace unos años, así que ya no tiene importancia; Así que no me vengáis con monsergas moralistas.

Este es un relato que a muchos les parecerá demasiado largo. He querido pararme en las situaciones para que comprendáis como es que llegué hasta donde llegué, de la manera más divertida posible.

Soy único hijo de una mujer separada.  Mi madre se casó joven porque se quedó preñada de mí.  Tuvo que abandonar el primer curso de la universidad  para casarse. Cuando tenía 10 años mi padre se fue a comprar tabaco y no le ha vuelto a ver. Mi madre no lo echó de menos, por que como es funcionaria, tenía un sueldo asegurado. Nos han dicho que Papá anda por Australia.

No os voy a decir mi edad ni la que yo tenía cuando sucedió lo que sucedió. Eso me lo reservo. Si os diré que mi madre tenía 35 años. Es y sigue siendo una mujer preciosa, alta, elegante y exuberante. Le gusta hacer gimnasia y mantenerse en forma. Es una morena muy guapa y aunque esté feo decirlo en un hijo, está muy buena. Mi mamá se llama Dunia.

Yo, por aquella edad, era todavía virgen, sin novia y me pasaba todo el rato masturbándome y pensando en las chicas. Físicamente, era todo lo contrario a mamá; flacucho y bajito. Estaba poco desarrollado  físicamente para mi edad por lo que aparentaba algún año menos de los que tengo. En clase me llaman “el nene”.  Soy introvertido y suelo estar de mal humos (Bueno, ahora ya no tanto) y encima con gafas de miopía. Mis amigos, cuando quieren joderme me llaman “Betty la fea”.

El caso es que quería celebrar mi cumpleaños, porque quería ser el centro de algo.  Imaginaos que con ese carácter y ese físico, era como la mascota de la clase. Normalmente salía  con chicos del instituto. Por suerte, como ya os daréis cuenta a lo largo del relato, ninguno era de mi calle.

Cuando les propuse la idea de celebrar una fiesta con refrescos, avellanas y concursos de sacos les pareció bien, pero me dijeron que ahora tenían otro concepto de organizar una fiesta guay, especialmente Ramiro, un chico con algún año más que yo, repetidor y todo un pinta.

-Tú esto me lo dejas a mí, chiquitín. Verás que “ fiestuqui” más “guay” vamos a organizar- Me dijo con aire de suficiencia. Y yo le creí.

Rápidamente cogió las riendas de la organización. Que si vamos a llamar a unas chicas que yo conozco, que si vamos a comprar alcohol.

-¿Comprar alcohol?- Le dije con cara de haber visto a un fantasma.

-¡Pues claro! ¿Cómo si no nos vamos a ligar a las tías? ¿No sabes que cuando las tías se beben dos cubatas se les adelgaza el vientre y se le bajan las bragas?-

Al principio Ramiro fue un gran impulsor de la fiesta, y poco a poco monopolizó la organización hasta que parecía más la fiesta de su cumpleaños que la mía.  

Hicimos una colecta para recaudar dinero y a mí se me encargó el trabajo de buscar un local. Yo pensé en el sótano de la casa. Mamá estaría fuera seguramente. Pero si estaba podía aparcar el coche fuera.  Se lo comenté a mamá y me dio el visto bueno.

-Ay, cariño, no te preocupes por mí. Yo no te molestaré.- Me dijo con sus ojos entornados mientras me pellizcaba un moflete mientras mi mirada se perdía por el canal de su pecho que dejaba ver su suéter escotado.

 Luego se lo comenté a mis amigos. A Ramiro no le gustó la idea. 

-¡Cómo coño vamos a hacer una fiesta con chicas con tu madre en la casa! ¡No vamos a  poder follar! ¡Va a ser complicado hasta darse el lote! ¡Las chicas van a estar cortadas!- Y mientras decía esto parecía como si fuera un gran empresario que estuviera a punto de perder un contrato millonario por culpa de una metedura de pata mía.

Le convencí de que mi madre no estaría en casa, porque mi madre iba al gimnasio y salía y que sería la primera vez en muchos años que mi madre se quedaba en casa un viernes por la noche. Y era así . Mi madre salía todos los fines de semana. No volvía muy tarde; a las tres o las cuatro. Nunca me consta que trajera a ningún hombre a casa, pero yo escuchaba sus conversaciones por teléfono desde mi cuarto. Les contaba a sus amigas sus éxitos.

La escuchaba chismorrear con sus amigas. ”por que fulanito me miraba en el gimnasio y yo me acerqué y el tío no me quitaba ojo, y cuando me iba me dijo que tal” y luego volvía a llamar a otra amiga “Quedé con Cetanito para tomar café y fuimos a este sitio, y el tío se quería pasar pero yo sólo le dejé que me tocara hasta aquí”; Y encima le preguntaba a las amiga “¿Tú crees que hice bien o debí de dejarle ir un poco más allá?”

Y yo me imaginaba la mano de uno de esos esculturistas del gimnasio manoseando los muslos de mi madre, contenidos por esas mallas negra que se le ajustaban a la piel, y marcaban su trasero fabuloso e incluso los labios de su coño y me ponía de mal humor. Aunque a veces me imaginaba que ella se dejaba, y me excitaba. Y entonces en mi imaginación, la mano subía y subía…

Lo que era organizar fiestas, a Ramiro se le daba bien, pero follar con chicas, eso era otra historia. Ramiro soñaba. ¿Cómo íbamos a follar con chicas? Se lo dije a la cara abiertamente, y Ramiro me contestó:

-Hombre de poca fe. ¡tengo un método mágico! Tengo la poción mágica de Asterix, pero en sexo. Es un producto que me trajo un conocido que tenía que deshacerse de él. Mira, esto se lo pones a las chicas en la bebida y se vuelven unas zorras, y encima luego no se acuerdan de nada -

No me lo creí. Había escuchado tantas leyendas urbanas. Que si aspirinas en refrescos con cafeína, que si unas pastillas que les dan a las vacas para ponerse en celo, un montón de historia. Ramiro, viendo mi cara de no creérmelo,  se sacó del bolsillo una caja de preservativos

–Mira lo que hemos comprado. En cuanto empiecen a caer me pides uno ¡Espera! ¡Toma uno!- Y me alargó un par de bolsitas cerradas que

Al final la fiesta se celebraría en el sótano de casa. Yo estaba impaciente. Sobre todo por el alcohol. No le había dicho  nada a mi madre de eso.

Cuando Ramiro llegó, a las 7 de la tarde con Pablo y Jaime, el coche de mamá todavía seguía en el garaje. Me enseñó las bolsas con botellas de dos litros de refresco, y también la ginebra y el ron. Escondimos el alcohol en el pequeño refrigerador  y pusimos las botellas de refresco bien visible, encima del donde esperaban los hielos. Ramiro jugó un poco con las luces, colocando unas pantallas trasparentes de colores que trajo; como unos farolillos que daban un ambiente “raro”. Fui a buscar a mamá para que se diera prisa y se fuera ya a buscar a sus amigas.

Y se me quitó el hipo al verla como se había arreglado, con unos tacones kilométricos y una falda muy corta. Llevaba un suéter ajustado, Todo su cuerpo era pura sensualidad. Se había maquillado estilo exuberancia, con labios rojos, pestañas muy cargadas  y ojos contorneados de negro y sombras en los ojos y en los mofletes.

-Pe.. Pero ¿A dónde vas?-

-Voy a bailar con las amigas- Y se echó una especie de baile, meneando las caderas. Mientras se dirigía al sótano, para llevarse el coche por la puerta del garaje.

Mis amigos se quedaron con la boca abierta, especialmente Ramiro, que no sabía cerrar la boca. -¡Vaya bombón! ¡Señora, está Usted preciosa!-

MI madre le respondíó con una frase de agradecimiento y una sonrisa pícara. Le hizo gracia las tonterías de Ramiro.  Pablo no podía apartar la mirada de las tetas de mi madre, y Javier miraba hacia abajo. Le había entrado vergüenza, porque Javier se  pone así cuando le gusta.

Me pude dar cuenta yo también que mi madre llevaba unas tangas., cuando recogió las lleves que se le habían caído. Aquella cerecita que lucía en la parte alta de la nalga derecha me encantaba.  De pequeño me dejaba tocarla. Ya no me dejaba. Normalmente la veía por arriba del borde del biquini, pero hoy estaba por debajo de la tira del tanga. Pensé que cada vez que se girara en la pista de baile con un poco de energía se le vería todo.

Tuve que aguantar un par de comentarios subidos de tono cuando mamá salió del garaje, que corté secamente, mandándolos a los tres a tomar viento.

 Estaba molesto por las impertinencias de mis amigos y por la forma de vestir y lo coqueta que se veía a mamá, pero por un lado estaba orgulloso y me confirmaba que realmente, mamá era una hembra de bandera, así que no era tan extraño que me fijara en ella y que mi imaginación se disparase de vez en cuando.

Empezaron a llegar las chicas y los otros amigos.  Ramiro me enseñó la “pócima mágica”. Era un líquido cristalino, incoloro e inodoro que yo pensé que no era más que agua. Pensé que me estaba gastando una trola.  La vertió con disimulo en la cola, -Por que la cola es lo que más les gusta a las chicas- según decía Ramiro,  esperando que hiciera efecto.

Las chicas eran simpáticas. No eran de esas estrechas a las que no sabe uno como acercarse, pero la fiesta fue un desastre. Las chicas estaban a un lado del garaje, nosotros en el otro. Ramiro se intentaba acercar pero sin mucho éxito, en parte debido a sus rudos modales y sus bromitas que no tenían gracia.  Poco a poco nos fuimos acercando, pero desde luego, aquella noche no íbamos a follar, en parte, porque las chicas no probaron la cola.

Les pregunté porque no probaban la  cola y se reían. -¿Por qué no probáis la cola? – Una y otra vez,  hasta que una de ellas me dio a entender que sabían algo.

-Mira Nene, Ramiro ha estado presumiendo tanto de su poción mágica que no nos atrevemos a tomar nada. De hecho es que no íbamos ni a venir lo que pasa es que no queríamos hacerle el feo a estos- Y dirigió la mirada hacia el otro grupo de chicos, que sí se portaban de manera normal con las chicas, sin hacer bromitas, ni tirarse eructos de ciervo  en celo.

 Luego me confesaron que habían oído hablar que en otra fiesta de Ramiro habían pasado “cosas muy raras”. Así que las chicas no bebían nada más que sorbitos de ginebra, por que esas botellas no se pueden rellenar con nada. Y así pasó la noche, con las chicas ligando con los otros chicos y conmigo, Ramiro, Javier y Pablo mirándolos a todos estupefactos y desengañados.

Las chicas se fueron pronto, y con ellas los otros chicos. La fiesta estaba muerta. Nosotros debíamos de habernos ido detrás, pero como habíamos preparado unos cubatitas con la naranja, porque la cola estaba reservada, nos quedamos un rato, para acabarnos alguna botella.

De repente empezó a abrirse la cochera y frente a nosotros estaba el morro del coche de mamá. No caí en las botellas de ginebra y ron. Mi madre las vió y esbozó una indulgente  sonrisa. No la esperaba tan pronto. Venía tensa, pero se dirigió a nosotros como ella suele dirigirse a la gente, con educación

-¿Ya estás aquí?-

-Sí, es que al final mi amiga estaba mala y no quedamos. ¿Os molesta el coche dentro?-

-No. Que va.

-¿Y la gente? ¿Y las chicas?-

-Se han ido. La fiesta ha sido un pequeño desastre.- Le dije a mamá con cara de pena.

-¡Ay! ¡Qué lástima! Y con las ganas que tenía yo de bailar.-

Creo que le dio pena vernos tan sólos, así que se animó a servirse un combinado. No nos dijo nada del alcohol.  Yo no estaba muy ebrio, la verdad, pero no me di cuenta de que mi madre se servía de la botella de cola. Mi madre detesta los refrescos que no son de cola.

Cuando caí en la cuenta, ya llevaba medio vaso. Se había propuesto arreglarnos la fiesta, así que nos animaba a bailar mientras ella se contorneaba rítmicamente en el centro del garaje, con la iluminación sugerente que habíamos arreglado.

-¡Vamos, Carlos! ¡A bailar! ¡Tú, rubio!.- El rubio era Ramiro.

 El primero en entrar a bailar fue el rubio. Luego se acercaron Pablo y Ramiro. Mamá parecía con el ánimo más alegre y no tardó en servirse un nuevo combinado. Yo no bailaba. Yo sólo observaba boquiabierto la escena. Mi madre parecía una diosa lasciva meneando la cintura y agitando el trasero.

 Ramiro me lo había explicado. Una vez que bebiera, la pócima las desinhibía y el cuerpo les pedía más bebida, y  eso ayudaba luego. Yo, en el fondo, no creía a Ramiro, por eso no le di importancia al tema. Mi madre estaba cada vez más contenta y yo la notaba rara, pero sólo eso.

De repente, Ramiro se paró y preguntó a todos  que por qué no nos íbamos a dar una vuelta. Ya estaba harto de fiesta. Le pedí permiso a Mamá para ir con ellos, porque era un poco tarde. Mamá, que estaba un poco desilusionada por nuestro abandono me lo dio. Creía que había fracasado como anfitriona.

-Bueno, Carlos. Vete pero no te vayas lejos-

Ramiro salió sin la cazadora. Este detalle no lo descubrí hasta el día siguiente. Bueno, ya os contaré.

Fuimos a la plaza. Allí estaban nuestros amigos, los que se habían ido de la fiesta. A los diez minutos, Ramiro y los otros dos dijeron que iban a comprar tabaco.  Yo me quedé con los otros amigos nuestros, porque cuando Ramiro dice que va a por tabaco, en realidad puede ser que vaya a comprar otra cosa.

A la hora o así estaba harto de esperarlos. Pensé que habían decidido irse por ahí y que me habían dejado colgado. La casa no estaba lejos así que fui andando lentamente pensando en el fiasco de fiesta y en mamá bailando entre mis amigos. Y cuando llegué a la esquina de mi calle, los ví salir de la casa, a los tres cabrones. Iban riéndose y satisfechos,  aunque se les veía un poco cansados. Me escondí y los dejé pasar para que no se dieran cuenta de que los había visto.

Entré en la casa despacio. Sospechaba que había sucedido algo que me cortaba la respiración. Miré en el salón. La ropa de mamá estaba en el sofá, desordenada. La falda encima del suéter y el sostén colgando por un lateral.

 Luego fui a la cocina. No había nada. Y pasé por el pasillo hacia su dormitorio. Mamá dormía en la cama, de cara al colchón. Estaba mal tapada. Podía ver le cerecita de su nalga. No llevaba bragas, porque las tangas, mojadas por ahí, estaban en el suelo.  Dormía profundamente.

Le bajé las sábanas poco a poco. Qué cuerpo más hermoso tenía. No noté nada, menos que el culo era perfecto. Tenía las piernas ligeramente separadas, así que puede ver su coño. Miré al suelo. Junto al tanga de color blanco vi unos papeles. Eran los envoltorios de tres preservativos. Esos cabrones se habían follado a mamá.

No puedo describir mis sentimientos en esos momentos. La observaba tumbada en la cama mientras le subía la sábana que había bajado hasta sus pantorrillas.  No vi marcas de violencia. Ni in rasguño, ni un moratón. Ella se había dejado y seguro que hasta había disfrutado.  Se me escapó entre los dientes llamarla –¡Puta!-

Pasé toda la noche imaginándome la escena. Primero seguro que se la folló Ramiro mientras Javier y Pablo observaban. Luego se la folló Javier, y Pablo sería el último.

Cuando se despertó  por la mañana, yo llevaba varias horas levantado. Pude disimular un poco.  Me pregunté a mí mismo cómo se justificaría ella que se hubiera despertado sin bragas y con la ropa en la salita.

Se dirigió a la cocina y se preparó el desayuno, y al ir a tirar a la basura algún resto, la oí decir

 -¿Esto que es?- Y luego, a continuación -¡Carlos!-.

Yo había tirado los envoltorios de los preservativos por el retrete, pero los preservativos, los tres preservativos estaban en el cubo de la basura, y naturalmente, yo era el responsable, por que como decía mamá. -¡Qué tipo de fiesta organizaste tú anoche!-

-Mamá, yo no hice nada-

-¿Y esto que es?-

-Yo no sé cómo ha aparecido eso ahí-

-Pues esto tiene que ser de algunos de tus amiguitos. ¡Y no hay nada más que tres! ¡Seguro que estuvieron en mi cuarto!-

Yo no sabía que decir. Estaba claro que mamá no se acordaba de nada de lo que le había sucedido con mis amigotes. Intenté darle pistas para ver si recordaba.- Mira mamá. Auí sólo estuvieron Ramiro y los otros dos-

-¡Ah si! ¡Ramiro! ¡El rubio! ¡Se presentaron los tres anoche buscando su cazadora!-De repente mamá se quedó callada. Me dio la sensación de que a partir de ahí se le borró la memoria. -¿Y yo como me he despertado desnuda?-Pude escuchar que se decía para sí misma.

Mi madre se dio media vuelta y se fue enfadada al cuarto de baño y se comenzó a ducharse. Mientras tanto, escondí los preservativos usados profundamente en la bolsa de basura, esperando que se le olvidara todo. Después recibí una llamada telefónica.

-Hola Nene. ¿Sabes quién soy?-

-Ramiro- Me dieron ganas de estrellar el teléfono, de mandarle a la mierda, de llamarle de todo.

-Mira, ayer me dejé la cazadora en tu casa.-

- ¡Ah! ¿Sí? Mi madre me ha dicho que vinisteis a por ella.- Le dije, para que se diera cuenta de que estaba al tanto de todo lo sucedido, pero él no se dio por enterado.

-Sí, pero tu madre se puso tan pesada. Se puso a hablar  y al final se nos olvidó recogerla- Pensé que le mataba. ¡Qué cínico! Tenía ganas de estrangularle.

-¿Y dónde está tu cazadora?-

- Debe de estar en el sótano. ¿Me la puedes traer el lunes al Instituto? ¡Es que tiene la poción mágica de Asterix. ¡Ja ja ja!-

-¡Ah! ¡Muy bien! ¡Te la llevaré! ¡Tú sin esa poción no eres nadie- Le dije con sorna, y colgué porque estaba furioso y le iba a soltar una barbaridad que me iba a costar, así que le pegué una patada a una silla. En la ducha, mamá estaba cantando. Eso era buena señal. Estaba de buen humor.

Fui al sótano. Estaba todo limpio. Mamá debió de ordenarlo todo antes de que llegaran mis amigotes. Allí estaba la cazadora,  tirada sobre una silla.  Al recogerla se cayó al suelo la caja de condones. La abrí y ví que quedaban siete. Hice la cuenta: Doce que traía menos dos que me dio y menos tres que habían usado. Hice otra cuenta. Doce dividido entre cuatro amigos, cabíamos a tres, cómo sólo me había dado dos, cogí otros dos.

Al meter la caja en el bolsillo toqué un frasco de vidrio.- ¡La poción mágica!- pensé. Abrí el bote. No olía a nada. No era un bote muy grande. Era un bote como esos que les dan a mamá de muestra de perfume.  Pensé en lo que podía hacer yo con la poción mágica. Luego pensé en lo que había hecho Ramiro y decidí engañarle, así que busqué un botecito de cristal y vertí en él  tres cuartas partes de lo que quedaba del bote, que sería para mí, y a lo que quedaba en su bote le eché agua. Metí su bote en la cazadora y guardé el mío en mi bolsillo, para ocultarlo en mi cuarto, junto a los cuatro preservativos de mi lote.

Cuando salió mamá de la ducha, tan hermosa como siempre, con el pelo mojado, me preguntó -¿Y tú por que no viniste anoche con tus amigos?-

-Pues porque querían ir a algún lado sin mí- Le lancé la indirecta. Luego fui más directo –Igual querían que no viera algo-

Mamá realmente no las cogía. Al final resulta que la pócima mágica funcionaba.

-Bueno, lo de los preservativos no lo voy a dejar pasar por alto. Supongo que tú no habrás sido. Tú estás atontado. Pero aquí no se organizan más fiestas ¡Y con el Ramiro ese no te juntes! ¡Anoche mientras bailábamos me cogió varias veces el culo!-

Me dolió que dijera que estaba atontado. Claro, si yo fuera un tipo espabilado como Ramiro, iría por ahí follándome a las madres de mis amigos. Pensé en lo bien que me sentiría si me follara a la mujer despampanante con la que vivía. Me la imaginé chillando de placer de forma exagerada mientras la penetraba. Nunca lo había pensado pero antes tampoco había pensado que era una puta.

El lunes le llevé la cazadora a ramiro al Instituto. Nada más entregársela buscó la “poción mágica” y la caja de preservativos. No se le ocurrió contarlos. –Muy bien chaval, eres un buen amigo- Me dieron ganas de pegarle una patada en los huevos.

Durante las horas que pasé en el instituto, sobre todo después del recreo, en el que Ramiro, Pablo y Javier se cachondeaban de mí, con bromas que creían que no podía entender pero que entendía perfectamente, decidí vengarme de Ramiro. Era muy sencillo. Iba a su casa cuando él no estuviera, le echaba las gotas en la bebida que estuviera bebiendo su madre y me la follaba.

Teníamos un examen, así que le “cogí prestado” a Ramiro el libro de texto. Luego le llamé y le dije que no sabía cómo tenía su libro. Insistí en llevárselo a su casa. No importaba. Aunque no estuviera porque estaba entrenando, se lo llevaría a casa.

Así que se lo llevé a casa. Me abrió una señora, bajita, gordita y muy fea. Era muy simpática, pero echarle unas gotas a esa señora hubiera sido desperdiciar lo poción mágica, así que desistí del plan.

Me causó orgullo saber que mi madre estaba mucho más buena que la suya. Volví a casa paseando y pensando en las diferencias entre una señora y otra, y acabé pensando sólo en mamá. Me vino a la cabeza su cuerpo desnudo sobre la cama, después de haber tenido sexo con mis tres amigos. Me comencé a empalmar, así que dejé el tema.

Cuando llegué a casa, los acontecimientos habían tomado un giro extraño. Llegué pensando que tendría que ponerme a estudiar inmediatamente. Me dirigí a la cocina y allí estaba mi monumental madre, con aquella ropa de gimnasia que se le ceñía al cuerpo como una segunda piel. Estaba sudada y sedienta. En su mano tenía un vaso de cola.

-¡Mamá! ¿De dónde has sacado eso?-

-Sobró de la fiesta y me he acordado que estaba en la neverita de abajo-

-¡Pero no puedes tomarla!-

-¿Por qué? Está muy rica y fresquita. No se le ha ido el gas y no la vamos tirar. Ya es el segundo vaso que me tomo.-

¿Cómo iba a explicarle a mamá que ahora podía ser presa fácil de cualquier desaprensivo. Por suerte estaba sólo yo. Yo la controlaría y evitaría que se la follara cualquiera. ¿Pero de verdad era eso lo que yo quería?

La ropa era algo brillante y resaltaba sus volúmenes. Sus caderas anchas, sus nalgas generosas pero con consistencia, sus pechos generosos. Mamá se sentó en la salita para ver un concurso de esos de la tele que a ella le gusta. Yo debía ponerme a estudiar, pero me coloqué al lado. ¿Cuánto tardaría en hacer efecto la pócima mágica? Durante la fiesta, mamá recordaba que Ramiro la magreaba el culo, pero no lo evitó. Luego recordó que mis amigos regresaron, pero no se enteró de más. Entonces comprendí que Ramiro le magreaba el culo para tantearla, para saber si la bebida hacía efecto.

Yo haría lo mismo, pero disimuladamente. Me puse cerca de ella y empecé a sobarle la pantorrilla y a regalarle el oído con su buen físico. –Ay que ver, mamá, que buena forma tienes-

-¿Sí? ¡Gracias, cariño!- La pierna de mamá estaba tensa y deseable. Estuve un rato y empecé a sobarle los muslos, primero por arriba, pero luego, mi mano se deslizaba por el interior. Ella miraba pero no me decía nada.

-Mamá, separa las piernas que te pueda acariciar bien.- Me obedeció sin rechistar. La besé en la cara y la coloqué sobre su hombro. Mientras miraba en la profundidad de su escote continué regalándole el oído y coqueteando con ella. - ¿Sabes? A veces pienso que tengo la mamá más linda del mundo y no me explico por qué no tiene un novio-

-AY, ¿Y para qué quiero yo un hombre?-

-Pues para que te de cariño- Volví a besarle la cara, en el carrillo, pero mi boca se deslizó dándole besitos por el cuello, y en la oreja. –Te quiero-

En las largas conversaciones sobre sexo mantenidas entre mi amigo Ramiro y el resto de los chicos, él mantenía que a las mujeres había que empezar tocándole las tetas, y luego el coño, así que puse la mano en el torso de mamá y le cogí el pecho. ¡Uhmmm! ¡Qué sensación! Mamá se giró y entonces busqué su boca. Pensaba que me iba a rechazar, pero sus labios se abrieron y su lengua penetró entre mis labios, así que yo hice lo mismo.

Suavemente deslicé el borde inferior de la camiseta hacia arriba e introduje la mano. Mi cuerpo se deslizó por su torso, en contacto con su piel, hasta notar el sujetador. Aquel trasto inútil no me iba a parar, así que lo subía hacia arriba. Ahora la sensación era todavía más deliciosa. No había tocado nunca una teta, y aquella suavidad aquella temperatura me ponía a cien. Le rocé los pezones con la palma de la mano y luego los cogí entre mis dedos y noté como se ponían muy duros.

Entonces mamá comenzó a tocarme el pene excitado. Pasaba la mano por la bragueta una y otra vez y mi pene no cabía en el pantalón. Entonces me apeteció lamerle los pechos. Fui a quitarle el suéter, y me equivoqué.

-¿Qué haces?- Me quedé callado. Mamá se levantó nerviosa. –Me voy a duchar.-

Pensé que lo había echado todo a perder, pero entonces puse toda la carne en el asador.

-Mamá-

-¿Qué?-

-No cierres la puerta del cuarto de baño que tengo que entrar a enjabonarte-

-Vale-. Era lo que Ramiro decía. Aparte de ponerlas cachondas, ellas obedecían a lo que les pidieras.

No iba a ser tan crápula. No iba a hacer aquello por que no estaba bien, me decía mientras se iba caminando hacia el baño, pero es que estaba tan rica que no pude evitarlo.

Así que esperé unos minutos. Escuché el grifo de la ducha y el agua salir y caer, y comencé a desnudarme en el salón. Llegué en calzoncillos al cuarto de baño y giré el tirador. Estaba abierta. Entré. Detrás de los vidrios traslúcidos de la puerta se podía ver la figura de mamá enjabonándose. Me quité los calzoncillos y corrí la puerta de la ducha.

Mamá se giró y me sonrió. Era una sonrisa sensual y llena de picardía. Se giró de nuevo, ofreciéndome su espalda.  Cogí el bote de jabón líquido y empecé a enjabonar su cuerpo. Primero la espalda y las nalgas. Le cogí el culo con toda la extensión de la mano. 

Luego le enjaboné las piernas. Primero los pies y las pantorrillas, y luego los muslos, por el exterior y por el interior, por delante y por detrás. Después le enjaboné el torso, el vientre y los pechos. Luego le enjaboné los hombros y el cuello y de nuevo los pechos.

Me miré el cipote. Quedaba entre sus nalgas. Me acerqué a mamá y me apreté a ella. Comencé a enjabonar, no sólo sus pechos, sino su vientre, y su pubis y sus labios.  Mamá se apretaba a mí, de manera que mi pene se metía a lo largo de las nalgas, porque ella era sensiblemente más alta que yo.

Entonces vi que extendía la mano y la metía entre sus piernas, y noté que me agarraba el pene lo colocaba entre los labios de su coño. Comenzó a acoplarse. Flexionaba ligeramente las rodillas y sacaba el culo hacia mí. Sentía sus nalgas clavarse en mi vientre.

La cogí de las caderas y me puse de puntillas. Mi pene sentía su vagina húmeda, caliente y suave.  Coloque mis manos en sus hombros y ella a su vez, colocó sus manos en la pared de la ducha.

La cogí del pelo y se lo eché a un lado y me eché sobre su espalda, besando su cuello y su espalda.

-Muévete, cariño- Me dijo con voz de gata en mitad del celo. Yo comencé a menearme detrás de ella. Movía las caderas de atrás hacia delante y cuando mi pene estaba dentro, apretaba el culo. Y sentía toda la suavidad del coño de mamá en mi polla.  Entonces giraba mis caderas y el pene salía, y se lo volvía a meter, para volverla a sentir mía.

-Ay, cariño. Más rápido-

Yo comencé a moverme más rápido. Yo quería hacerlo más despacio. Más dulce y romántico, pero mamá me estaba pidiendo caña. -¡Fóllame como a una perra! ¡Vamos!-

Aquella frase me estimuló tanto que decidí hacerlo con un poco de agresividad. ¿Le habría dicho aquello a Ramiro la noche de la fiesta? ¿Habría follado con ellos como una perra en celo? Me vino a la cabeza todo aquello  y se me escapó un piropo.

-¡Puta!-

Mamá pareció excitarse mucho con aquello, porque se lo noté en que se le entrecortó la respiración. Así que seguí soltándole piropos.

-¡Zorra! ¡Que el viernes te follaste a mis tres amigos!

Mamá separó una mano de la pared y noté como se estimulaba el clítoris. Sus dedos se le escapaban y me rozaban la polla.

El agua de la ducha nos caía encima. A veces le caía más a ella, a veces me caía más a mí.

Separé los brazos de su espalda y las deslicé entre sus brazos para alcanzar sus tetas húmedas, que caían. Se las estrujé suavemente y le pellizqué los pezones ligeramente. Luego se las cogí con ganas. Mientras, me movía cada vez con más velocidad y más ímpetu, y aunque ella era más grande que yo, mis embestidas hacían que se desequilibrara ligeramente.

Su respiración cada vez más entrecortada me excitaba. Sus suspiros iban dejando paso a dulces gemidos.  -¡Ay!...¡Qué rico!... ¡Ay!-

Y de vez en cuando dejaba los gemidos para preguntarme, con vocecita de enamorada -¿Te gusta?-

Sentí que me iba a correr y se lo dije. –¡Me voy a correr ya!- Entonces, mamá comenzó a moverse más contra mí, con más energía.  Me iba a correr, pero de repente se me encendió la luz de que no podía hacerlo dentro, no fuera a ser que se quedara preñada.

Entonces la saqué en el momento justo de empezar a eyacular. El semen salía de mi polla con un alto chorrito intermitente.

-¿Qué haces? ¿Por qué la sacas?- Me preguntó

-¿No querrás que te haga un hijo?-

-¡Me has jodido el orgasmo!- Mi madre se puso de mal humor. Yo me eché sobre su espalda y me puse a besarle la espalda.

Hizo ademanes de separase de mí, pero no se lo permití. –Quédate quieta- Mi pene descansaba entre sus nalgas.

No quería dejarla sin correrse, así que le propuse. -¿Por qué no nos vamos a tu cama y nos echamos otro polvo? ¡Tengo preservativos!-

La cogí de la mano y los dos nos dirigimos desnudos y mojados a su dormitorio, donde tenía una cama grande y hermosa, que estaba deshecha.

Nos abrazamos los dos. Yo le cogía las nalgas y ella se dejaba, mirándome desde una altura superior. Le buscaba los pechos para besárselos, y ella se los subía con las manos. Alcé la mirada mientras le lamía el pezón con la lengua. Ella me miraba fijamente complacida. Así estuve un buen rato, mamando de sus senos. Es lo que tiene el segundo polvo , que te puedes tomar las cosas con más tranquilidad. Pero después de un rato estaba preocupado, porque mi pene no estaba todo lo dispuesto que deseaba.

Mamá extendió su mano y me lo cogió. ¡Uy! ¡Esto hay que resucitarlo!- Y comenzó a masturbarme suavemente. Mientras lo hacía comencé a comerle la boca. Sentía que el pene volvía a crecer, pero después de un rato, dejó de crecer. Lo sentía más grande, pero poco excitado. Así que mamá decidió solucionarlo.

Se sentó en la cama y me atrajo hacia ella. Mi polla estaba a la altura de su cuello. Mamá comenzó a sobar mis muslos con sus tetas. Sentía sus pezones subir y bajar en mis muslos y luego, se alzó ligeramente. Sus tetas pasaban a un lado y otro de mi pene. Sus pezones se deslizaban por mi pubis y ella me miraba fijamente, con cara de lascivia.

Entonces agachó la cabeza y sentí como sus labios atrapaban la cabeza de mi pene, mientras lo agarraba entre las manos con decisión. 

Sentí cómo la lengua lamía mi glande mientras su mano recorría mi polla, endurecida de nuevo. Entornó los ojos y me miró con cara de corderito, mientras con la otra mano me cogía los huevos con suavidad. 

Me senté en la cama y separé las piernas para que ella pudiera colocarse entre ella. Puso sus brazos encima de mis muslos y empezó a meter mi miembro en la su boca. Sentía sus labios meterse y sacarse mi polla.  Lo repitió varias veces hasta que terminé suplicándole que no siguiera y alzando su cara con mis manos. La besé en la boca durante un rato. Fue un beso  apasionado.

Entonces me empujó y quedé tumbado en la cama. Ella avanzó sobre mi cuerpo como una gata  y colocó sus pechos en mi torso, y comenzó a frotarlos con mi cuerpo, subiéndolos y bajándolos.  Sus pezones me causaban una sensación electrizante en las costillas.  Su lengua acompañaba a sus senos en su viaje, y me lamía por donde pasaba.

Yo ya estaba de nuevo al cien por cien, así que la cogí con fuerza y la gire, de manera que ahora ella quedaba tumbada en la cama.  Fui a mi cuarto a buscar el preservativo. No atinaba a abrirlo, así que ella con sus largas uñas pintadas de rojo me ayudó. Luego me cogió el pene y los deslizó con suavidad, hasta colocármelo perfectamente. Bajó la cabeza hacia mi vientre, pero esta vez, en lugar de lamerme el glande, comenzó a jugar con mis huevos. Sentí la imperiosa necesidad de follármela.

Así que volví a hacer que se tumbara en la cama de un suave empujón. Ella me miró a los ojos con satisfacción.  Me tiré entre sus piernas y sin muchos miramientos le metí el nabo en la vagina. Ella estaba húmeda, así que entró como la seda.  Comencé a empujar como había hecho en la ducha, pero ahora nos mirábamos los dos a los ojos. Nunca me había fijado en lo bonitos que eran sus ojos. Nunca la había mirado a los ojos tan intensamente.

Colocó sus pantorrillas detrás de las mías, y comenzó a moverse contra mí, de manera sincronizada. Nuestros pubis se encontraban  y se separaban, cada vez con más fuerza, cada vez más rápido.

Me tumbé sobre ella y sentí el calor de sus senos en mi torso. Ella me abrazó. Sentía su aliento en mi cuello y sus gemidos y su respiración, cada vez más ronca y acelerada, en mi oreja.

Estaba ya próximo a eyacular por segunda vez y no sabía cuánto tiempo podría mantener ese ritmo de caderas, así que le pregunté - ¿Te corres?-

-Síííí…Cuando tú quieras-

Me quedé clavado en su vagina mientras ella se seguía corriendo, gimiendo de placer y abrazándome con fuerza, con sus brazos y ahora, con sus piernas cruzadas en mis muslos, para que no me separara de ella, para que se la dejara bien metida.  Yo me había corrido y ella también, pero sus caderas se seguían moviendo debajo de mí, mientras buscaba mi boca, y la encontraba y nos fundíamos en un beso apasionado, metiéndonos la lengua profundamente.

Estábamos los dos sudando.  Se me ocurrió que si ahora le ordenaba que se duchara, todo sería como si no hubiera pasado nada. –Venga, ahora dúchate y ponte el camisón. Debes estar muy cansada.-

Tardó su tiempo en ducharse. Yo entraba de vez en cuando y la vigilaba. Le preguntaba cómo estaba. Me decía que bien. Me quedaba observando y salía, hasta que una vez, al salir me dijo que cerrara la puerta. Por lo visto se estaba recuperando de los efectos de la poción mágica. Me pregunté cómo saldría de los efectos. ¿Saldría de golpe?

Al salir del baño, salió arropada con una toalla alrededor del cuerpo. Sus muslos bien contorneados y depilados asomaban por debajo de la toalla. Me acerqué a ella y le cerré el paso, osadamente. Mamá me besó en los labios. Fue un beso corto y poco apasionado, pero me besó en los labios. Depués la seguí hasta su dormitorio y comprobé que antes de quitarse la toalla cerraba la puerta, luego los efectos iban desapareciendo poco a poco.

A la mañana siguiente mamá habló seriamente conmigo.

-Oye ¿Por qué me tocabas los muslos ayer?-

-¡Ah! ¡No se! Yo pensé que te gustaba. Tú me dejabas. No me decías nada- Se quedó pensando. Y respondió en tono autoritario. - ¡Mira, Si te dejaba era para ver hasta donde eras capaz de llegar! ¡Si me hubiera gustado no me habría levantado para ducharme! ¡Y lo del beso en los labios, bueno, no sé por qué lo hice! ¡Pero no creas cosas que no son!-

Era evidente que mamá recordaba los principios y los finales, así que durante los días siguientes pensé que si actuaba bien, podría hacer que llegara a creer que ella me había seducido. Si administraba bien las dosis de poción mágica, conseguiría ponerla tan caliente como para que se enrollara conmigo y luego se acordara de lo sucedido. Si jugaba bien las cartas mamá terminaría pensando que era mi novia también, y a íi eso me gustaba, porque me había encantado hacerle el amor.  Por mi parte, además, tengo que confesaros que había perdido mi virginidad con ella. El examen que tenía a la mañana siguiente lo suspendí, si os pica la curiosidad.

Pero como la otra noche, las cosas se volvieron a precipitar. Era la noche del jueves y mamá se había bajado una película de miedo. Había hecho palomitas y se las comía mientras yo la observaba. Llevaba unos pantaloncitos cortos de pijama y una camiseta sin nada debajo y tenía las piernas recogidas, cruzadas frente al pecho, en señal de protección. De vez en cuando pegaba respingos de miedo y cogía un puñado de palomitas. Pensé rápidamente:  palomitas=sal, sal= sed; sed=refresco de cola.

Y diligentemente traje los restos del refresco, y otro refresco para mí, dos vasos con hielo, y para ella, la botella de ginebra. La cola tenía poco gas ya, pero con la ginebra y el hielo parecería otra cosa. Me senté a su lado y la serví.

-¡Ay! ¡Muchas gracias, cariño! ¡Eres un amor!-

Y a esperar. Al cuarto de hora me acerqué a ella en la primera escena de miedo, y aprovechando la tensión del momento, le coloqué la mano en el muslo. Ella no dijo nada, ni siquiera miró.

Empecé a sobarla descaradamente. Entonces sí que miro mi mano, pero sólo dijo un -¿Qué haces?- Pero ya está.

Comencé a lamerle la oreja y a darle besitos en el cuello. La sentí relajarse. Ya no prestaba atención a la película. Volvió su cara y me besó apasionadamente.  Entonces comencé a magrearla descaradamente. Posé mis dedos en su sexo, por encima de los pantalones y le toqué el coño, hincando mis dedos en él. –Quítate la camiseta- Le dije. Me obedeció. Comencé a tocarle las tetas mientras ella se dejaba sumisamente, mirando de reojo la película.  Bajé mi cabeza y comencé a lamer sus pezones y a mamar de ellos.  Noté como se iban endureciendo poco a poco y como se aceleraba su respiración. Puse la mano de nuevo en su coño y lo noté húmedo.

Ella se tumbó en el sofá  y yo me tumbé sobre ella y comencé a lamerle las dos tetas alternativamente, mientras mirábamos la tele de reojo  a cada grito o pista musical de pánico que escuchábamos. Me encantaba encontrar su cuerpo dulce como refugio de las escenas de miedo.

Comenzó a bajarse el pantaloncito. Al parecer quería guerra. Llevaba unas tangas, Lo noté al palpar sus nalgas desnudas y las tiras que componen la prenda.

-¿Y esto? ¿Es que pensabas salir?-

-Nooo, me las he puesto para ti- Me dijo con expresión picarona. Evidentemente era mentira, pero siempre podría utilizarlo en su contra si me echaba en cara algo. Me excité al apretar sus nalgas con mis manos.

Mamá empezó a desabrocharme la camisa y yo me desabroché la correas y el pantalón. Me tuve que levantar para terminar de desnudarme. Me quité todo menos los calzoncillos, mientras ella terminaba de quitarse el pantalón.

-¿No te quitas las bragas?-

-Si quieres que me quite las bragas tú tienes que quitarte los calzoncillos-

-Si quieres que me quite los calzoncillos, tienes que comerme el nabo-

No se lo pensó dos veces y se puso de rodillas delante de mí entre el sofá y la mesita. Sacó mi miembro por la bragueta de los calzoncillos y la cogió por la base, mientras pasaba su lengua a lo largo de mi pene, dejándola en la base del glande y moviéndola nerviosamente. Mi nabo se puso al cien por cien. Entonces abrió los labios y engulló el pene. Primero metió sólo la cabeza, y luego se lo metió entero, haciéndome sentir su lengua.

Me miró entonces, entornando los ojos. Aquello estaba consiguiendo que estallara y me iba a correr antes de lo que quería, así que separé su cabeza. Su boca se fundió con la mía, mientras le acariciaba los pechos. –Date la vuelta.- Le dije.

Se colocó de pié, de espaldas a mí y de cara a la tele. Las escenas de terror se sucedían. Yo le besé las nalgas tiernamente al principio, pero luego se las mordí. Me encantó su olor; el olor íntimo de su piel.

Le quité las bragas y la empujé ligeramente para que se pusiera en esa mesita baja que suele haber delante del sofá en los salones. En  mis pantalones tenía un pen-drive, y en el pen-drive guardaba unas escenas porno que me había bajado de internet. Saqué el pen-drive y lo conecté a la tele y ante mí apareció, en la tele enorme una escena de lesbianas. Las dos mujeres se abrazaban y se besaban, aún vestidas.

No se me ocurrió pensar si a mamá le excitarían las lesbianas. Lo cierto es que a mí me gustan mucho, así  que me coloqué detrás de ella, y me quité los calzoncillos y me coloqué el preservativo. Mamá bajaba la cabeza mientras colocaba mi polla en su sexo. La cogí por las caderas y la traje hacia mí. Mi pene entró entero.

Con el pene dentro la acariciaba la espalda y del pelo. Le agarré del pelo, y tiré para que viera como las dos mujeres se abrazaban y magreaban, ahora desnudas. Ella se resistía a mirar, pero su coño se estaba lubricando. -¡Mira la tele!- Le dije en tono autoritario mientras le daba un par de azotitos en el culo. Su cuerpo me trasmitía su excitación.

Comencé a moverme. Me encantaba ver la escena en la televisión en que una de ellas le tocaba y le comía el coño a la otra, pero más aún lo que aquella escena le producía a mamá. Empecé a estimularla con mis palabras.

-Así que esto te gusta ¿Eh?- Le decía mientras me la follaba con todas las ganas.

 -¿No tienes una amiguita que te folle?- Y continuaba follándomela mientras ella callaba y respiraba aceleradamente.

-¿Quieres que te busque una amiguita? ¿Qué tal esa amiga tuya del gimnasio?-

Comenzó a correrse.  Ahora era ella la que me estaba follando a mí, porque era ella la que se movía, metiendo y sacando mi polla de su coño.  Como yo notaba que estaba a punto de correrme, comencé a moverme rápidamente. Ella me igualó en el ritmo y antes de que nos diéramos cuenta, los dos nos corríamos y nos decíamos locuras románticas, mientras las chicas de la tele estaban únicas entre las piernas y hacían “Las tijeras”.

Después de quedar tumbado encima de ella, con la cara en su espalda durante un rato, mamá se levantó y me cogió de la mano.  Me llevó a su cama. Me quitó el preservativo y se puso a lamerme el cipote, que crecía, sin llegar a enderezarse.  Estaba sentado en la cama y ella se sentó frente a mí y me empujó suavemente hasta quedar tumbado.

Colocó sus nalgas en mis mulos, mientras me miraba sonriente. Sentí su coño en mi vientre y entonces empezó a restregarse contra mí. Sus tetas llegaban a mi cara, y entonces comenzaban un viaje de retorno hasta mi pecho. Su cara me acariciaba desaparecía por encima de mi frente.  Yo agarraba sus nalgas fuertes, que tan pronto se expandían como se contraían, y sentía mi polla crecer.

De repente sentí que me cogía el pene y se lo volvía a colocar entre los labios de su vulva.

Mi pene se deslizó en su interior. Mamá se sentó sobre mi vientre y se enderezó. Desde mi posición la veía erguirse como una diosa. Comenzó a cabalgarme.  Se movía como una amazona. Colocaba sus manos en mi pecho y se restregaba contra mí, haciendo que mi polla se moviera en su interior, entrando y saliendo y moviéndose de arriba abajo.

Yo empecé tocándole los pechos, y luego la agarré de las nalgas. Le separé las nalgas para que mi pene entrara y saliera mejor. Ella se agachó y me cogió la cara entre sus manos. Juntamos nuestras bocas y nos besamos.

Sus movimientos eran cada vez más enérgicos.  Se volvió a enderezar, colocando sus brazos por encima de mis hombros. Sus pechos quedaban delante de mi cara y yo intentaba atraparlos con mis labios.  Entonces extendió su mano y comenzó a tocarme los testículos.

Doble las rodillas y empecé a empujarla yo también.  No tardó en llegarnos otro orgasmo que en ella parecía que había desatado la locura.  La escuché gemir de placer como no lo había hecho antes. Fue maravilloso, y los dos quedamos tumbados en la cama, ella encima de mí durante un buen rato.  Luego se echó a un lado y se quedó dormida.

Cuando esa noche me dormí en mi cama me dije a mí mismo que sería la última vez.

Pero era una proposición que me iba a costar mucho cumplir. Mamá estaba callada. La veía pensativa, confusa. Me di cuenta que recordaba algo de lo que había sucedido.  Yo no me atrevía a preguntarle y ella tampoco me hacía preguntas a mí.

Un día, Ramiro, mi amigo, llegó con un ojo morado. Le costó reconocer lo que le había sucedido. Al parecer la poción mágica no había funcionado. Su profesora de clases particulares, una chica universitaria de vente y  tantos años  se había bebido todo el refresco, pero seguramente la poción había caducado. Yo sonreía irónicamente, porque sabía que la poción no había funcionado porque estaba rebajada, muy rebajada, con agua.

Una mañana mamá volvió a hacer una de esas exhibiciones que me obligaban a ir al baño a masturbarme.  Se levantó con un camisón cortísimo, en el que se le transparentaban las bragas, que eran unas tangas y los pezones, que eran oscuros y grandes.  Yo estaba desayunando,  y se colocó a mi lado, dejando reposar las caderas en mis hombros y rodeándome con los brazos.

Olí el perfume de su piel y me acordé de lo que había sucedido hacía unas semanas.  Volví a pasar toda la mañana pensando. Las muestras de cariño demostradas habían sido extrañas, y máxime yendo vestida de aquella forma. Para mí era una clara provocación sexual.

Entonces me acordé de la pócima y se me ocurrió lo siguiente: Vertería la pócima en agua y lo convertiría en hielo. El hielo se derretiría lentamente en su baso. Esto haría que la poción mágica hiciera efecto lentamente. Mamá se iría calentando lentamente. Además, la pérdida de memoria y  de voluntad sucedería más lentamente. Después, ella lo recordaría todo, pero creería que la iniciativa habría sido suya.  En mis manos estaba convencerla luego de que en realidad, deseábamos los dos lo sucedido y los dos estábamos de acuerdo.

La primera parte de mi plan la hice esa misma tarde. La segunda parte de mi plan consistía en poner los hielos en su bebida en el momento adecuado.

El chalet donde vivimos tiene una pequeña piscina. Apenas de cuatro metros por seis. Esa tarde mamá tomaba el sol. Cuando creía que yo no la veía se ponía a hacer top-less, pero yo me subía a mi dormitorio y desde mi ventana la veía.

Aquella tarde, mamá se presentó delante de mí luciendo su última compra. Era la expresión mínima del biquini. -¿Te gusta el bañador que me he comprado? Es un poco atrevido, pero como es para el chalet…-

 Al poco rato, Ella estaba tumbada en la butaca, con la parte de arriba del bañador desabrochada. Yo salí al jardín en bañador. Le serví un refresco en un vaso largo , con un par de hielos.  Mamá me sonrió y le dio un sorbo.

Me fui a bañarme y la observaba tomar el sol y beber. Como hacía calor, bebía y el hielo se derretía, y yo la observaba, y miraba entre sus muslos. Mamá se dio la vuelta. El bañador apenas le cubría las nalgas.

Al poco rato salí de la piscina. -¿Te echo crema en la espalda?- Asintió con un gesto. Fue su perdición.

Comencé por la espalda y seguí por los hombros, el cuello y la nuca. Luego continué por sus pantorrillas, la palma de los pies, los muslos, las nalgas… Mamá callaba.

-Date la vuelta, mamá-

Mamá se dio la vuelta colocándose de mala gana el sostén encima de los pechos, sin abrocharlo. Se lo aparté y ella no dijo nada. Comencé a echarle crema por la tibia, los brazos, los hombros, los muslos. En los muslos le rocé varas veces con la palma de la mano en su sexo. Abrió las piernas.

Ella estaba con los ojos cerrados tras las gafas de sol. Le eché crema en el vientre, metiendo los dedos ligeramente dentro de su tanga. Luego entre las piernas y el vientre, y finalmente en los pechos.

Después de embarduñarla con la crema, le di repetidos masajes y podía apreciar el efecto que le provocaba, en la excitación de sus pezones. Al final comencé a acariciar y a pellizcar sus pezones.

Sus pechos eran una tentación. Puse mi boca en ellos y comencé a jugar con mi lengua. Ella sólo se quejó una vez, para decir -¿Qué haces?-  La miré y comencé a besarla en la boca. Su lengua estaba ávida por la mía. Mi mano se deslizó por su vientre resbaladizo y se introdujo en su tanga. Mis dedos salían por ambos lados del minúsculo triangulito. La yema de mis dedos le rozaban el clítoris y sentía la humedad de su sexo.

-Mamá ¿Poe qué me provocas de esta manera?- Le dije haciéndome la víctima. Ella no me respondía, sólo me comía la boca y abría más las piernas.  -¡Mira como me pones!-

Y le cogí la mano y la llevé a mi miembro endurecido. Ella lo agarró con suavidad por encima de la tela del bañador, y luego metió la mano y me lo agarró con determinación. Bebió otro sorbo del refresco

-¿Nos metemos en la piscina?- Le pregunté. Asintió  con la cabeza y me cogió de la mano. Nos metimos poco a poco en la piscina. Ella sólo llevaba el tanga. 

La acorralé en una esquina de la piscina y comencé a besarla. Ella me respondía metiéndome la lengua profundamente. Le metí la mano  en el tanga, como antes. Ahora la textura de su cuerpo era distinta, por el efecto del agua fría. Me acerqué a ella hasta que sus pecho se quedaron pegados a mí.  Ella se agarró a mi cintura uniendo sus piernas detrás de mí y yo la agarré de las nalgas.  Le clavaba la polla entre los muslos, de lso que me separaba mi bañador y su estrecha tira de tanga.

Estuvimos besándonos y restregando nuestros cuerpos durante un buen rato.  Decidí dar un paso más -¿Me llevas a tu dormitorio?- Ella asintió.

Yo le insinuaba lo que debía hacer, porque era necesario hacerlo así para llevar mi plan a buen puerto. Salimos de la piscina, otra vez de la mano y nos metimos en el chalet.  Subí las escaleras detrás de ella para ver su precioso trasero contornearse cada vez que alzaba la pierna para subir un escalón. Al llegar frente a mi dormitorio me metí en él.

-¿A dónde vas?- Me preguntó. –Voy a coger un preservativo-

-Bah, no te preocupes. Tengo hecha una ligadura de trompas. No me puedes dejar preñada.- Para mí era algo sensacional poder follarme a mamá sin miedo a dejarla preñada.

Me volvió a tomar de la mano y me llevó a su dormitorio.  Nos volvimos a besar frente a la cama. Entonces, la empujé. Me miró con cara de sorpresa, al quedar sentada sobre la cama. Volví a empujarla en el hombro y entendió que quería que se tumbara.

Me agaché entre sus piernas y se las separé. El coño de mamá estaba frente a mí, totalmente depilado. Acerqué mi cara a sus muslos y saqué la lengua. Comencé a jugar con la tira del tanga. La lamía y lamía su piel, a uno y otro lada de la tira, en sus labios y en sus nalgas. Rápidamente mi olfato detectó su excitación.

Agarré sus muslos con mis brazos y los coloqué sobre los hombros. Con una mano aparté la tira del tanga y metí la lengua entre sus labios. Mamá me sabía a mar. Empecé a mover mi lengua de arriba abajo, y luego de abajo a arriba, prestándole especial atención a su clítoris, que se arrugó al sentir mi lengua.  Me acordaba de la escena de lesbianas que vimos aquella tarde y me propuse imitarlas en su buen hacer, así que cogí el dedo corazón y lo introduje en su vagina.  Mamá comenzó a moverse.

Retorcí mi dedo en su coño y también lo sacaba y lo metía, como había visto hacerlo en el vídeo. Mientras mi lengua no le daba tregua a su clítoris.  Mamá decía cosas que me animaban, porque se notaba que le gustaba aquello.

Me cogió del pelo y apretó mi cara contra su coño. Estaba como loca. Se movía armónica pero furiosamente mientras notaba su coño empapado. Hinqué mi dedo profundamente y atrapé su clítoris entre mis labios. Tiré suavemente de él y apreté un poco más.

Mamá se corría en mi boca.  Yo movía mis dedos en su coño, mientras colocaba la boca en su vagina, pegando mis labios a los suyos. Mi nariz le rozaba el clítoris y su olor impregnaba mi pituitaria. Me encantaba ese olor.

Mamá se corrió  en un orgasmo intenso que parecía haberla dejado extenuada, pero yo estaba muy excitado. Yo quería follármela, así que me quité el bañador y me tumbé a su lado. Empecé a magrearle los pechos y a besarla en la boca. Ella me respondió apasionadamente, como siempre.

-¿Por qué no te pones a cuatro patas?- Mamá obedeció de nuevo mi sugerencia.  Me coloqué detrás de ella y le besé las nalgas.  Volví a hundir mi cara entre sus muslos, pero esta vez, desde detrás. La lamí unas cuantas veces hasta volver a sentir renacer su humedad.  Me tiré sobre ella y la obligué a tumbarse.  Sentía sus nalgas, blandas, en mi vientre.  Metí mis manos entre el colchón y su cuerpo para agarrarle los pechos, mientras mi pene estaba pegado a mí, entre sus nalgas.  Le clavé mis dientes en la clavícula, suavemente.

Mamá extendió su mano y yo me alcé para que me cogiera el nabo. Lo colocó entre sus muslos. Mi glande se introducía levemente en su vagina. Bajé hasta su espalda y volví a subir. Mi pene se introdujo un poco más.  Sentía su vagina caliente y húmeda. Mamá separó las piernas para que le introdujera más mi polla.

Pero esta posición estaba bien para un rato. Yo quería verle la cara, así que me levanté y le pedí que se diera la vuelta. -¿No quieres ver mi cara mientras me corro?-  Ella volvió a obedecer mi sugerencia.

Metí mi polla en su vagina y comencé a moverme mientras ella adoptaba una postura para que yo me acoplara bien.  Sus muslos me rodeaban la cintura y sus brazos me rodeaban la espalda, de forma que estaba pegado a ella. Yo también la estreché en mis brazos y comencé a moverme de arriba abajo y de afuera hacia adentro, como un péndulo. Mi pubis golpeaba a su pubis, y mis caderas encontraban sus muslos mientras mi ariete salía y entraba una y otra vez, cada vez que mi cintura la embestía.

La follé con fuerza, porque quería que me sintiera así, como un macho furioso que necesita follarse a una hembra. Quería que recordara ese ansia, ese impulso casi animal. Quería que recordara que aquel encuentro había tenido como principal razón de ser el sexo.

Nos quedamos rendidos los dos en el colchón, sudorosos y a pesar de ello abrazados, en silencio, y así nos quedamos dormidos los dos, porque era la hora de la siesta.

Ella se despertó primero. Se vio desnuda. Me vio desnudo, y rápidamente se acordó de todo lo que había pasado. Dio un chillido ahogado de desesperación y eso me despertó. - ¡Ay,! ¿Qué hemos hecho? ¿Qué cosa loca hemos hecho?- Dijo medio llorando.  

-¿Qué ha pasado?- Dije yo con cara de extrañeza

-¿No lo ves? ¡Nos hemos acostado juntos!- Salió corriendo al baño, desnuda con las bragas en la mano. Cuando salió evitó mirarme pero continuó queriendo disculparse, queriendo explicarme. – Ha sido culpa mía. No sé qué me ha pasado. No sé por qué no te he cortado cuando has empezado a echarme crema.-

Yo miraba con cara de intentar comprender lo que obviamente yo había provocado. –Mamá, no sé. Yo creía que deseabas que sucediera-

Mamá se tapó la cara con las manos. –Sí, y yo quería que sucediera. Lo deseaba.- Y siguió queriéndose explicar. – Llevo un par de semanas o tres con unos sueños muy raros. Sueño que hago el amor con…chicos- Se quedó pensado y siguió. – Y ahora me dejo follar por tí.-

-Pero mamá. Ha sido muy hermoso.-

-¿Hermoso? Hemos follado como perros.-

-La culpa ha sido mía, mamá. Yo te he deseado desde que soy hombre. Tú has sucumbido a mis encantos- Mamá se quedó mirando incrédula. Yo creo que tú también me deseas. No deberías arrepentirte. Ha sucedido y ya está.-

Y así acabó aquella tarde.

Pasaron algunos días y volví a servir a mamá un refresco con pócima mágica, y mamá volvió a caer en mis brazos, y esta vez no le pareció tan horrible, cuando se acordó de todo lo que había sucedido

Y volví a repetir la operación varias veces hasta que se acabó el hielo. Y después no me atreví a meterle mano más, durante un par de meses.

Pero un sábado, mi madre volvió mientras yo terminaba de ver una película. La noté achispada, alegre y un poco bebida. Me dije a mi mismo que esa era mi gran oportunidad. –Ahora o nunca.-

Esperé a que se metiera en su cuarto y cerrara la luz. Entonces me denudé en el salón y entré en su dormitorio. Me metí en su cama. -¿Qué haces, Carlos?-

Y se dejó follar.

Y desde entonces me la follo siempre que me apetece.

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