miprimita.com

Viaje en autobús

en Voyerismo

Hola, mi nombre es Lucía y soy una chica de 28 años a la que le va el morbo de exhibirse un poco y ser observada. Me encanta sentir el deseo de los demás por ver mi cuerpo. Sobre todo me gusta cuando creen que me están viendo por accidente y no se piensan que me estoy dejando.

Para que me podáis imaginar, soy de estatura media y delgada. Suelo llevar media melena, sobre los hombros aproximadamente. Aunque suelo variar el color de mi pelo, ahora mismo lo tengo castaño. Mis pechos son grandes y es la parte de mi cuerpo que más miradas atrae. Uso una talla 100 con copa c por lo que podéis suponer que son dignos de ver. La verdad es que estoy muy orgullosa de mis tetas y me gusta utilizar escotes que muestren el comienzo de mis volúmenes y camisetas ajustadas que marquen perfectamente su forma. Mi culo es normalito, tengo unas nalgas muy apetitosas de palmear y agarrar.

La siguiente historia es algo que me ocurrió en un viaje en autobús de Madrid a Santander. Quizás os parezca poca cosa, pero siendo en un autobús público lleno de gente desconocida a mí me excitó bastante.

El día del viaje llevaba unos pantalones vaqueros y una blusa negra. La blusa la llevaba como suelo hacer habitualmente con un par de botones desabrochados por lo que dejaba al descubierto si mirabas desde un poco de altura el comienzo de mi canalillo y un poco de la parte superior de mis pechos.

Mi asiento estaba en la parte trasera del autobús, en la antepenúltima fila. Tenía el de la ventanilla y cuando llegué aunque el resto del autobús estaba ya bastante lleno, mi fila estaba vacía por lo que pensé que con un poco de suerte viajaría sin compañero. Dejé el bolso de viaje que llevaba en la repisa de encima de los asientos y me acomodé en mi sitio. Cuando quedaba poco para salir, llegó un chico y ocupó el asiento libre de mi lado. Intercambiamos un hola de cortesía y le hice un escaneo rápido. Parecía bastante jovencito, no tendría más de 16 o 17 años. De aspecto inseguro, llevaba una camisa roja de cuadros por dentro de unos pantalones negros. Por lo demás, no tenía nada que destacara en él. Un chico joven como otro cualquiera.

Al poco de comenzar el viaje le sonó el teléfono. Empecé a temer que fuera un pesado que se pasa todo el viaje hablando con los amigos por teléfono pero por lo que pude escuchar de a conversación parecía que se trataba de su madre preguntándole si había cogido bien el autobús y recordándole por enésima vez al parecer qué tenía que hacer al llegar a Santander.

-         ¿Tu primera vista a Santander? – Le pregunté cuando colgó el teléfono.

-         ¿Eh? ¡Ah! ¡Sí, sí! – Me contestó nervioso. Parecía sorprendido que me dirigiera a él.

-         Perdona, pero es que no he podido evitar escucharte. No te preocupes que en la estación de allí no te puedes perder. Es muy pequeña, sobre todo si comparamos con Madrid.

-         Me imagino… Sobre todo se preocupa mi madre. Es la primera vez que viajo sólo y creo que se imagina que no sabré ni salir del autobús.

-         ¡Ja, ja! Ya sabes cómo son las madres. – Le tranquilicé para que no se avergonzara. - ¿Y vas de vacaciones?

-         Sí, con mi hermano unos días. Ahora vive allí.

-         ¡Qué bien! ¡A disfrutar de la experiencia, entonces! Me llamo Lucía, por cierto.

-         Yo soy Miguel.

Tras la breve conversación, le sonreí y volví a mirar por la ventana. Mientras hablábamos, me había dado cuenta que sus ojos se desviaban cada poco tiempo hacia mis pechos. Parecía ser que no podía evitar dirigir su mirada a mi escote intentando ver algo más que el canalillo. En mi mente formé enseguida una historia para mi acompañante. Es algo que suelo hacer, a partir de pocos datos, me invento su vida. Y por lo poco que había visto, me le imaginé como un chico estudioso y responsable, siempre portándose bien y obedeciendo a mamá. Esta era la primera vez que viajaba sólo, probablemente porque su hermano se había mudado recientemente y tenía la excusa perfecta. Probablemente para él esta fuera su primera gran aventura. Y decidí que haría que su viaje fuera memorable. Su primer viaje solo y le toca al lado una chica con un buen escote. En la historia que me había inventado no encajaba que el chico hubiera tenido muchas amigas a quienes verles las tetas.

Quería ir poco a poco, así que seguí mirando por la ventana. Fuera empezaba a oscurecer y el cristal reflejaba un poco a modo de espejo, por lo que podía ver a mi acompañante sin que se diera cuenta. Me fijé que cada cierto tiempo intentaba disimular para mirar la abertura de mi blusa, seguramente intentando ver el perfil de mi pecho.

Al cabo de un rato nos trajeron la cena. Entre otras cosas había una ensalada en un bote a la que se le podía añadir una salsa. Eche la mayoría a la ensalada y aprovechando que no me miraba, dejé caer lo que quedaba de la bolsita de salsa sobre mi escote.

-         ¡Pero qué torpe que soy! ¡Por poco me mancho entera! – Exclamé un poco alto para que no pudiera evitar mirarme. – Mira, mira. – Le dije mientras me abría el escote de la blusa para que viera como la salsa de queso se deslizaba hasta el comienzo de mis pechos. Sus ojos se abrieron con asombro al ver la escena. Puse un dedo en mi teta derecha, presionándola un poco y recorrí todo mi escote recogiendo la salsa. Después me lo metí en la boca y lo chupé para limpiarlo. Repetí el gesto una vez más hasta que me limpié del todo. – Menos mal que no me ha caído en la blusa, la hubiera estropeado.

-         Sí, menos mal. Seguro que costaría un montón de limpiar. – Me contestó intentando desviar la mirada de mis tetas ahora que no tenía una excusa para observarlas.

-         ¡Y tanto! No tengo ya más manchado, ¿verdad? – Le pregunté para que pudiera mirármelas un poco más.

-         Eh… No, parece que te has quitado todo.

-         ¡Bien! Bueno, a ver si puedo comer sin echármelo todo por encima otra vez.

El resto del tiempo de comer pasó sin que ocurriera nada de interés. Intercambiamos alguna frase sobre la comida, a ver si le estaba gustando, pero poco más.

Cuando se llevaron todo, me levanté para ir al baño. Me puse a buscar unos pañuelos de papel en el bolso que había dejado en la repisa. Lo hice sin bajarlo de ahí, por lo que me encontraba en el pasillo a su lado, con los brazos en alto. Aunque los encontré enseguida, me quedé un poco más tiempo rebuscando como si no los viera. De esta forma, me tenía de pie con mis pechos prácticamente a la altura de su cara. Estoy segura de que aprovechó para mirarlos con detalle ya que los tendría a pocos centímetros de los ojos.

Cuando volví del baño, mi acompañante estaba inspeccionando la pantalla del asiento (estos autobuses tienen en cada asiento una pequeña tele para ver películas y series), eligió una película y se puso a verla. Yo me recosté un poco y me puse música mientras miraba por la ventana. Aún quedaba un par de horas de viaje.

Con la música y la modorra de después de comer me acabé quedando dormida un rato. Cuando me desperté, ya no quedaba más de media hora de viaje así que decidí que si tenía oportunidad habría que alegrarle la vista una última vez al chaval antes de que se acabara el trayecto. Al acabar la película que estaba viendo, Miguel se levantó al baño. En ese momento, aprovechando que no estaba, aflojé el siguiente botón de mi blusa de forma que estuviera atado pero que al menor movimiento mío se soltara. Ese botón quedaba ya por debajo de los pechos por lo que con él abierto, mi escote dejaría completamente a la vista mi sujetador. Llevaba puesto un sujetador negro, de encajes en la parte superior. Aunque era bonito y me realzaba las tetas, sólo dejaba al aire la parte superior de ellas. Por tanto, aunque me viera en sujetador, los pezones y las aureolas seguirían quedando completamente ocultos.

Al sentarse de nuevo en su sitio tras volver del baño, me estiré en mi asiento. Alargué las piernas y estiré mis brazos por encima de mi cabeza. Con este movimiento, la blusa quedó un poco tirante y el botón aflojado se desabrochó. Me giré para mirar a Miguel y le pregunté por la película. Mientras me contaba un poco el argumento y qué le había parecido, mi escote ya se había abierto por completo por lo que me encontraba delante de él con el sujetador al aire siendo lo único que ocultaban mis pechos de su vista.

Estaba claro que él se había dado cuenta ya que no dejaba de mirar hacia abajo, aunque intentaba disimular, para verme las tetas aprisionadas por el sujetador. Yo continué dándole conversación para que pudiera seguir disfrutando de las vistas. Un poco después, cuando volvió a bajar la vista hacia mis pechos, miré yo también y como si me acabara de dar cuenta exclamé.

- ¡Pero si se me ven todas las tetas!

- Eh… perdona… yo no… - Intentó a empezar a disculparse completamente nervioso.

- No, no. Si no es tu culpa. Si voy con las peras al aire no me extraña que me las mires. – le dije quitándole hierro al asunto.

- Lo siento…

- Jaja. Tranquilo, Miguel. No pasa nada. Además, sólo son tetas. – Le volví a tranquilizar mientras me ataba el botón de la blusa. - ¿Y se me ha soltado hace mucho?

- Eh… No, no. Ha sido ahora. – Mintió para no reconocer que llevaba minutos pudiendo ver mis pechos. – Pero tranquila… no se te ha visto nada. El… sujetador te tapaba todo.

- ¡Ah! ¡Menos mal que llevo puesto el negro! Llego a llevar uno con transparencias y se me hubieran visto las tetas completamente.

- Jaja. ¡Menos mal! – Soltó una risa nerviosa. Estoy segura de que en ese momento por su cabeza pasó la idea de que con otro sujetador podría haber visto cómo son mis pezones.

- Bueno, pues ya está. – Dije mientras me tocaba las tetas como colocándomelas en la blusa tras abrochármela de nuevo. – Al menos te habré alegrado la vista con el accidente.

- Jaja. Sí… - reconoció tímidamente.

- Eso está bien. – le contesté mientras le guiñaba un ojo.

Después de eso charlamos un poco de otros temas y el autobús llegó a la estación. Nos despedimos al salir y le deseé unas buenas vacaciones. Estaba bastante segura de que las había comenzado con buen pie.