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Manuel, el macho (3). Cita en mi casa.

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Tras el encuentro en el descampado y la foto que le envié como señal de obediencia, nuestras conversaciones por teléfono y por wassap se multiplicaron.  Reconozco que alguna vez me sentí culpable: por el sexo con otro hombre, por ser infiel a mi mujer, por la vida de doblez y falsedad que estaba llevando… Intenté, y soy sincero, dejar de comunicarme con Manuel. Sobre todo, tras alguna tarde especialmente armoniosa con Raquel, o después de hacer el amor con ella. Sin embargo, era recibir un mensaje de Manuel y ponérseme casi dura al instante. Esa sensación de obediencia y servidumbre. Ese deseo de ser humillado porque me excitaba, vayan Vds. A saber por qué. Así que fui incapaz de abandonar aquella relación con Manuel y mi papel de sumiso.

Quería que Manuel fuera mi primer hombre. El primer macho en penetrarme. A su lado, me sentía débil, pequeño, con necesidad de servirle. De alguna manera, me imaginaba que yo era su hembra. Quería saber cómo sería cuando nuestros cuerpos se fusionaran en un solo, cómo sería cuando me penetrara y me hiciera suyo de manera definitiva.

-Pero lo haremos en tu casa. La próxima vez que tu novia esté en una guardia de esas que no venga hasta el día siguiente. Yo me invento una excusa la mía y así tenemos toda la tarde para estar relajados. Te apetece, ¿verdad, putita? – me preguntó en una de nuestras conversaciones.

Yo no podía por menos que estar de acuerdo con él. Él sabía mejor que yo lo que había que hacer. Al fin y al cabo, yo sólo era una zorrita recién llegado al sexo entre hombres. Cuando mi mujer me anunció que tenía una guardia de sábado a domingo, le avisé.

-Perfecto –me respondió. Le digo a mi mujer que voy al fútbol con los amigos y listo. Ella sabe que no llego hasta tarde.  A las siete de la tarde estoy en tu casa. Lávate bien que te voy a follar el culo hasta hacerte llorar.

Toda la mañana del sábado estuve particularmente inquieto. Además, seguramente por los nervios, la noche anterior había tenido un gatillazo de escándalo con Raquel. De repente, le había dado por tener ganas. Se puso mimosa, me abrazaba y me toqueteaba. Yo me sentía frío, pero fuimos al dormitorio. Se puso un picardías para la ocasión y unas braguitas muy sexys. En verdad, tenía un cuerpo espectacular: buenos pechos, todavía jóvenes y firmes, unas caderas de hembra sana y un tono de piel ligeramente moreno. Y todo rematado por una cara de frente despejada, nariz recta, labios carnosos y una melena rubia frondosa Nos besamos, la acaricié, pero mi pene se negaba a responder. Era como si sólo respondiese ante Manuel

-¿Qué te pasa? –me preguntó tras unos escarceos fútiles.

-No sé, estoy como nervioso…

Estuvo un rato haciéndome una felación, pero mi pene, tantas veces duro como una piedra a lo largo de la semana sólo por chatear con mi macho, se negaba.

Al final, cansada, me dijo:

-Bueno, no pasa nada, lo dejamos para otro día.

Y realmente, no sentía resentimiento. Raquel era una novia ejemplar. Así pues, cuando me dio un beso en los labios de despedida, no pude evitar un amago de arrepentimiento, pero ni hice ni dije nada. Por la ventana, vi cómo su coche se perdía a lo lejos.

Como si hubieran estado coordinados todos los movimientos, recibí de pronto un mensaje de Manuel:

-Zorra, estoy  ahí en media hora. Recíbeme desnudo.

-¿Desnudo?

Pero no se dignó responderme. No tenía que darme explicaciones. Eran órdenes.

A las siete en punto estaba frente a la puerta, desnudo. Hacía algo de frío, pero no me atrevía a coger ni una camiseta.

Diez minutos después, sonó el timbre de la puerta. Abrí la puerta y ahí estaba Manuel. Me miró de arriba abajo, satisfecho por la sonrisa ladeada que lucía su rostro. Cerró la puerta tras de sí y dijo:

-Que puta más obediente. Arrodíllate y compórtate como la maricona que eres.

Esa era la señal. Me arrodillé y me abalancé a su bragueta. Le bajé la cremallera e introduje mi mano anhelante. Uf, ahí estaba, esa polla, ya semidura. Se la saqué y la olí, deleitándome en las emanaciones viriles de mi macho.

-Venga, chupa, joder.

Me la metí en la boca y comencé a chuparla. A esas alturas, aunque no un experto, ya sabía cómo complacerle. Me concentré en su capullo, que cada vez se hinchaba más. Mis babas resbalaban por el tronco de la polla y caían al suelo. Manuel gemía, entregado al placer que mi boca le proporcionaba. Me agarró entonces la cabeza y comenzó a follármela lentamente primero y más rápido después. Yo era un mero muñeco, un mero objeto para su placer. Notaba las gruesas venas, la piel tensa, el capullo gordo de aquel trozo de carne digno sólo de un macho de verdad. Yo también estaba empalmado, pero no me hacía falta mirarme el pene para saber que no había comparación posible. Ni falta que hacía. Finalmente, me sujetó la cabeza con firmeza y con un gran rugido se corrió de modo abundante y espeso. Aquellos gruesos latigazos de semen se deslizaron por mi garganta a toda velocidad. Tragué su semilla como si fuera un elixir.

-Bueno, y ahora a ver el partido. Trae unas cervezas. Y algo para picar.

Me sentí decepcionado, porque estaba muy caliente, pero cualquiera osaba llevarle la contraria. En lo que duró el partido, adquirí el nuevo rol de camarero o sirviente. Le llevaba cerveza cuando se le acaba, le serví embutido y queso… Hasta le hice spaguetti. Todo para que se sintiera contento y satisfecho. No obstante, su equipo recibió un par de goles y, cuando acabó el partido, Manuel estaba bastante cabreado.

-Me cago en la puta, coño. ¿Has visto qué arbitraje? ¡Menudo cabrón!

-A mí es que el futbol no me gusta mucho…

-Qué te va a gustar. Si eres maricón. Venga, vamos para el dormitorio, que con la mala hostia que tengo ahora, necesito desfogarme.

Inmediatamente, afluyó la sangre a mi pene.

-Je,je, ¿te has puesto palote, eh, mariquita?

Mientras caminábamos, Manuel señaló:

-Menuda casa os gastáis. Se nota que ganáis buena pasta. Tu mujer me dijiste que era médico, ¿no? Y tú profesor. Jeje, el profesor maricón, jaja.

Yo sonreía como un tontaina, incapaz de responder de algún modo digno a sus palabras.

Cuando llegamos a la habitación, Manuel se fijó en una foto de la cómoda en la que aparecíamos Raquel y yo en la playa.

-Coño, tu novia está buenísima.

-Sí…

-Uf, no imaginaba que estuviera tan buena, ¿y qué hace con un maricón como tú?

-Bueno, no siempre he sido así. Además, no sabe nada.

-Pues está para follársela. ¿Te gustaría que me la follara?

-No sé…

-Bueno, túmbate ahí, ponte a cuatro patas, con el  culo en pompa –dijo, mientras sacaba un tubito. -Esto es lubricante, para que me entre la polla por tu culo estrecho de nuevo mariquita.

Acto seguido, me untó el ano con abúndate cantidad de lubricante. Luego se colocó delante de mí y me djo:

-Chupa, zorra –y de nuevo le serví como mejor sabía. Cuando se la puse dura de nuevo, me apartó y se untó también con lubricante.

-Te voy a meter la puntita primero, zorra. Tócate también, aunque ya la tienes durita, esa pollita que tienes. Cuando te penetre, sabes que vas a ser mío ya, de manera definitiva, ¿verdad?

-¿No te pones un preservativo? Yo tengo aquí…

-Ni de coña, zorra. Tú y yo tenemos pareja. Yo estoy sano, por la cuenta que me trae, y estoy seguro que tú también, que eres nuevo en esto y eras fiel a tu mujercita. Así que te voy a follar a pelo, ¿ok?

-Vale, si es así…

Sentí su capullo rozándome la entrada del ano. Me hacía cosquillas y también me daba gustirrinín. Empujó. Uf, Su gordo capullo entró. Notaba esa masa de carne haciendo fuerza. Todavía no dolía. Como no protestaba, siguió hincándola.

-Joder, ahora duele.

-Claro, puta. Tiene que doler al principio. Pero no te preocupes, después te gustará y ya serás una maricona completa.

Y la metió un poco más. Ya ardía. Una lágrima se deslizó por la mejilla. Entonces, con un poderoso empujón, la metió toda. Grité de puro dolor.

-Quítate, por favor, me arde, me duele muchísimo.

-Cállate, coño, que ahora empieza lo bueno.

Y sin darme opción, inició un suave mete-saca que, aunque molesto al principio, poco a poco fue proporcionándome placer. Mi culo, aunque ardía, se fue acomodando a aquella prodigiosa herramienta de masculinidad. Y yo comencé a sentir un placer nunca antes sentido. Aquella polla llegaba a sitios que ni siquiera sabía que existían. Curiosamente, mi erección había disminuido, concentrado como estaba yo en el placer-dolor de las profundidades de mi recto. Su sudor caía sobre mi espalda.

-Qué culo tan estrecho, mmmm. Te estoy abriendo en canal, jeje. No vas a poder sentarte en dos días, mmmm. Te estoy montando, como un semental a su yegua, ¿te gusta, hijo de puta?

-Síiii, me encanta que estés dentro de mí.

-Sí, tu macho te está follando. Está dentro de ti, y ahora eres mío.

-Soy tuyo, te pertenezco. ¡Eres mi macho, mi amo!

-Jeje, así se habla, zorra. Anda, pajéate, que dentro de poco me voy a correr.

La combinación de sus viriles embates -notaba sus huevos azotándome las nalgas- más la paja resultó irresistible, e hizo que me corriera en pocos segundos. Manuel siguió empujando un poco más hasta que con una última estocada eyaculó su esperma por todo mi intestino. Se desplomó sobre mí, casi asfixiándome.

-Joder, putita, que culo más prieto. ¡Ahora menos, claro!

Yo sentía el culo ardiendo, mi vientre descansaba sobre las sábanas manchadas por mi propia corrida. Notaba su polla palpitante dentro de mí. La sensación de pertenecer a alguien, a Manuel, mi macho, era embriagadora y exultante. Era su zorra,  su puta, su maricona. Era feliz.