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Manuel el macho (4).

en Bisexuales

Manuel tenía razón: después de que me follara por primera vez, sentí que le pertenecía por completo. Cada vez que le apetecía, me llamaba y se la chupaba o me follaba. Eso sí, yo no podía llamarle a él. Tenía que estar a su disposición. Su mujer, al parecer, era algo celosa y por ello tenía que planificar bien sus movimientos. Se la chupé en el coche, en los baños de varios centros comerciales, en un cine… Me montó en el aparcamiento de un aeropuerto y en una playa.

Sin embargo, quería más. Como he contado en el último relato, Manuel me folló en la cama ‘matrimonial’, en mi casa. Tras ver a mi novia en una foto, decidió que también se la follaría. Normal, mi novia es muy guapa. Su lógica era si me folló a mí, ¿por qué no follarla a ella también? Como no era tonto, no me lo impuso de entrada, sino poco a poco, especialmente cuando me tenía entre sus piernas, mamándosela.

-Sigue chupando, maricón, que solo sirves para eso -, me decía con su pollón en mi boca. –Eres tan puta… No sé cómo una mujer como la tuya está contigo…

O mientras me penetraba, cubriendo con su enorme y musculado cuerpo mi espalda, me decía:

-Así como te follo, follaré a Raquel. ¿Te gustaría, verdad, putita?

En otras ocasiones, me sentaba encima de él, insertándome su pollón en el ano y mirándome a los ojos, me insinuaba:

-¿No te gustaría ver a tu novia en tu posición mientras tú lo ves todo? Ella contigo no puede estar satisfecha. Necesita una verga como la mía, igual que la necesitas tú.

Además, de vez en cuando me pedía dinero. Pequeñas cantidades, cien, doscientos euros… Lo cierto es que no me podía negar a nada. Su masculinidad me llenaba y me intoxicaba  a la vez. Nunca me había sentido tan dominado, humillado y a la vez tan dichoso. Creo que estaba enamorado. Lo que quiera que fuese no podría describirse con palabras.

El caso es que, después de tener sexo casi público, nos acostumbramos a mantener nuestras sesiones en casa, adaptándonos al horario de Raquel.  No sé si Manuel se fue encaprichando conmigo o era que le faltaban otros amantes, pero lo que al principio era un encuentro cada dos o tres semanas se fue convirtiendo en al menos dos a la semana.  Yo era su amante sumiso, y se esforzaba en que interiorizara mi condición: me obligaba a que le preparara la comida, a sentarme a sus pies, lamerle los dedos e incluso comenzó a mearme en la ducha después de cada polvo.

-Es para marcarte, maricón. Bien sabes que me perteneces a mí y a nadie más.  Y pronto también me pertenecerá tu novia.

Me sugirió un día que me pusiera las bragas de Raquel y que estuviera con ellas puestas siempre, incluso cuando fuera a trabajar.

-Te hará sentir más femenina, más acorde con tu tendencia natural.

Así lo hice, por supuesto. No me atrevía a negarme a nada. Además, a veces me llamaba y me pedía una foto mía con la prenda interior puesta. No se le escapaba nada. Como él decía:

-Algunos hemos nacido para machos, y otros, para zorras.

Lo cierto es que toda mi hombría desaparecía ante él, cualquier asomo de desafío o igualitarismo me lo había aplastado a pollazos o a bofetones. En cualquier caso, era feliz con mi condición. Ahora era el siguiente paso, lógico por otra parte, era cederle a Raquel.  Por lo pronto, me dijo:

-Aunque ya me has contado que apenas follas con ella, lo que no me extraña, a partir de este momento te prohíbo que tengas relaciones sexuales. Su próximo macho voy a ser yo. ¿Estás de acuerdo, putita?

-Sí…

-No pareces muy convencido. Si lo estás, no tienes más que decirlo. Nunca más volverás a chuparme la polla. No volverás a verme.

-Sí, sí. Estoy convencido… Quiero que Raquel sea tuya. Pero por favor, que no se entere que estoy de acuerdo.

-Mmm. Me parece bien, por el momento. Aparte de maricón, serás un cornudo de mierda. Vamos, lo que te mereces. Además, una buena hembra como ella necesita alguien que la haga sentir mujer.

Unos días después, en casa, se acercó a la cómoda y abrió el cajón de las bragas de Raquel.

-Ven aquí, hazme una paja con estas.

Así lo hice. Me puse de rodillas, desnudo, ante él, rodeé el grueso tronco de su miembro con las bragas, que eran estilo leopardo, rojizas, y comencé a pajearle suavemente.

-Uff, qué bien, putita. Eres una experta… Ahora chúpamela también… Dale, dale… Mmmmm, ahora lámeme el ano mientras me pajeas.  

Así lo hice sin vacilar. Por suerte, Manuel era un tío higiénico y no me causó rechazo lamerle ni meterle la lengua en el ano. Le oía suspirar y gemir, lo que me llenaba de satisfacción.

-¡Coño, que me voy a correr! – exclamó tras unos minutos, y descargó su abundante lechada sobre el interior de las bragas, dejándolas blancas y brillantes.

– ¿Te imaginas, cornudo, que se las pusiera y mi semen entrara en contacto con su chochito sin ella saberlo?

Yo tenía la polla durísima. Me miró a los ojos y me espetó:

-Raquel es mía, maricón – me dio una sacudida a la polla (cosa rarísima, porque nunca me tocaba ahí) y me corrí como un desgraciado en su puño, que parecía enorme en comparación con mi pene.

-Ahora lámeme la mano y límpiala –dijo, mientras me la pasaba por la cara sin esperar y dándome pequeños bofetones de propina.

Luego, se echó a dormir un rato. Yo me quedé a su lado, admirando aquel cuerpo musculado y tatuado que se había adueñado de mi voluntad.