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Cuentos de los Reinos Sombríos

en No Consentido

PRÓLOGO

Érase una vez una tierra salpicada de reinos grandes y pequeños, hace más tiempo del que nadie puede ya recordar. Unos dicen que han transcurrido ya cien generaciones, otros dicen que más, ¿quién puede saberlo? No se conservan registros escritos de aquella época, ya que todos desaparecieron de la faz de la tierra, como si nunca jamás hubieran existido. Los cuentos de aquella época han circulado de boca en boca de generación en generación, sin que nadie pueda asegurar la veracidad de tales asertos.

 

Los reinos de aquella tierra olvidada eran gigantes unos, minúsculos otros, prósperos algunos, míseros los más... Se dice que todos estaban cubiertos de negros bosques milenarios, y que en casi todos las colinas eran niebla y los ríos neblina, reinos donde el mediodía pasaba rápidamente, se demoraba la oscuridad y el crepúsculo y la medianoche no se movía...

 

Violaciones, incesto, asesinatos, hermosas manzanas envenenadas... Todo aquello ocurría en aquellos reinos sombríos de dirigentes crueles e injustos, en tenebrosos feudos de pobres campesinos sometidos a la voluntad de sus señores... Se dice que cada día era una lucha por la supervivencia, una lucha en la que las leyes y la moralidad no parecían existir, una lucha en la que todo estaba permitido.

 

CAPÍTULO I (Las amazonas y el campesino)

 

Las dos mujeres rieron mientras arrasaban el minúsculo poblado en el claro del bosque. Pertenecían a la Horda Roja, un clan de amazonas de las bárbaras tierras heladas del Norte que recorrían los reinos más al sur, atacando y saqueando las pequeñas aldeas que allí se asentaban, salvajes cegadas por la promesa de violencia, diversión y botín. 

 

Aquella noche, en concreto, no había sido demasiado fructífera. Los habitantes del poblado habían podido huir antes de que las amazonas de la Horda Roja llegasen, logrando poner a salvo sus magras posesiones. Por lo menos, las dos mujeres habían encontrado unas botas de vino de las que habían dado buena cuenta rápidamente, con lo que ambas se tambaleaban mientras reían desaforadas por el efecto del alcohol.

 

No eran hermosas, por lo menos no en el sentido clásico, aunque eran atractivas en su salvajismo. Parecían haber cumplido hacía poco veinte inviernos y eran jóvenes, fuertes, fibrosas, acostumbradas a la violencia y el salvajismo. Vestían ropajes remendados de cuero duro, y habían pintado su piel de líneas rojas, dándoles un aire bárbaro y amenazador. Sujetaban sendas lanzas afiladas de aspecto letal. 

 

Katarsys, la amazona de cabello pelirrojo intentó recuperar el equilibrio mientras propinaba con desdén una patada a una piedra del suelo. 

 

-¡Malditos granjeros cobardes! Nos han dejado sin diversión... 

 

Tekla de Karb, una guerrera de pelo castaño e intensos ojos verdes con el rostro pintarrajeado de sangre, gruñó mostrando los dientes. 

 

-No sólo eso. Como no encontremos algo de valor, Skar nos va a despellejar vivas. 

 

De pronto se envaró, levantando una mano. 

 

-¡Espera, hermana! He oído algo... 

 

No necesitaron rebuscar mucho para encontrar el origen del sonido. Al pie de una choza se hallaba un hombre, de pie, mirándolas desafiante. El aldeano era de mediana estatura, de unos cuarenta y pocos años, varonil, con abundantes entradas y sin duda fuerte, con la rudeza de alguien que había trabajado en los peligrosos bosques toda su vida. Su porte parecía firme, pero un atisbo de miedo podía leerse en sus ojos. 

 

Ambas rieron. 

 

-¡Vaya! ¿Pero qué tenemos aquí? Un asustado conejito presto a que nos lo comamos. 

 

El hombre, Cuqtulain, dudó, quizás arrepintiéndose de no haber huido con sus compañeros mientras las salvajes avanzaban hacia él. Había oído historias sobre bárbaros caníbales, pero dio un respingo cuando la mano de una de las mujeres se cerró sobre su entrepierna. 

 

-Creo que merecemos divertirnos un poco con él. 

 

Cuqtulain intentó aparentar valor, aunque temblaba de terror. Su mujer había muerto por las fiebres amarillas hacía dos inviernos y ya no temía por su propia seguridad ni su vida. Unas salvajes no iban a expulsarle de sus tierras ancestrales. Pero su entereza se había tambaleado al tener tan cerca a aquellas dos descaradas amazonas. 

 

-¡Atrás! ¡No quiero haceros daño! Esta tierra es nuestra, no tenéis derecho a... 

 

Las mujeres rieron, divertidas ante el atrevimiento del hombre, y le empujaron dentro de la choza, derribándole sobre un camastro de paja.

 

-Pequeño renacuajo viejo, vas a ver lo que es bueno.

 

Katarsys le bajó con rudeza los pantalones del campesino, revelando una gruesa polla, grande y venosa.

 

-¡Vaya! El vejestorio está bien dotado...

 

Burlándose, ambas bárbaras jugaron rudamente con su miembro viril, pellizcándole la polla y sobándola con descaro.

 

Cuqtulain se debatió inútilmente, muerto de la humillación de ser el juguete de dos mujeres enemigas, firmemente sujeto por las fibrosas mujeres.

 

-¡Malvadas! No tenéis derecho...

 

Las risas de las mujeres inundaron sus oídos.

 

-El hombre es gordo y feo, y lleno de pelo, pero me pone bastante cachonda, creo que le voy a dejar seco.

 

La tortura prosiguió, pellizcando, acariciando, mordiendo y burlándose, hasta que Tekla de Karb metió un dedo por el culo del campesino, que se deslizó fácilmente por culpa del sudor.

 

Aquello fue demasiado para Cuqtulain, enrabiándolo hasta convertir al hombre en un león. En la sociedad fuertemente heterosexual en la que se había criado, era un gran agravio perder la virginidad anal incluso con un dedo. Su polla había crecido por los continuos sobeteos y empujó a Tekla de Karb quien, bastante ebria, cayó al suelo desde la cama quedando atontada.

 

Katarsys tuvo miedo cuando los fieros ojos del hombre se posaron en ella.

 

-No, espera...

 

Pero ya era muy tarde. Cuqtulain la agarró por el brazo y la tendió bocabajo sobre el camastro de paja.

 

-Los bárbaros como vosotras creéis que somos muñecos para vuestra diversión. Yo os enseñaré lo que merecéis.

 

El hombre retiró con facilidad la falda de arpillera de la joven, dejando al descubierto dos pálidas medias lunas de sus nalgas respingonas. Katasys pataleó futilmente y chilló asustada, sobre todo cuando notó el glande de la dura verga posándose sobre su arrugado agujerito más estrecho.

 

-Piedad, piedad... ¡Aiieeeeeggghhh!

 

La tremenda polla fue abriéndose paso por sus esponjosos intestinos, abriendo sus tiernas tripas como una cruel espada de carne. La verga tronchó finalmente su delicado ano, incrustándose en sus entrañas.

 

Katarsys gimoteó, sollozando y emitiendo pequeños grititos mientras sentía el peso del campesino sobre su espalda, inmovilizándola mientras se enseñoreaba de sus entrañas con su enorme falo.

 

-No, no... Unggg... Uffff... Ay, mmmhhh...

 

Cuqtulain, con una neblina de ira delante de sus ojos, continuó metiendo y sacando su estoque del tembloroso cuerpo de la joven, sujetándola por sus desnudas caderas y arrancando de sus labios un suspiro agónico cada vez.

 

Tekla de Karb se levantó tambaleante y pudo ver la lujuriosa escena. Quedó completamente paralizada, con la boca abierta en una exclamación de asombro al contemplar a su compañera amazona siendo sodomizada por el viril campesino maduro. Quiso huir, ayudar a su amiga, actuar, pero nada de eso pudo hacer. Gimió quedamente, mientras sentía la excitación recorrer su entrepierna, como un pulsante latido entre los labios de su sexo que cada vez se encharcaron más. La amazona se bajó sus pantalones de cuero entretejido e introdujo dos dedos en su encharcada gruta, enardecida por la morbosa visión ante ella.

 

Katarsys tenía los ojos entrecerrados, en blanco, mientras la saliva escapaba de la comisura de sus labios. El dolor de la venosa verga rompiendo su delicado ano fue dando paso a un humillante placer cada vez que la polla entraba más y más por su roto ojete, atravesando sus entrañas hasta la empuñadura.

 

-Ooohhh... -Su bravura de virago había tornado con rapidez a sumisión ante el macho que la poseía y no podía sino gemir de placer mientras entregaba su culo a su enemigo.

 

La choza quedó sumida en un silencio sólo roto por los gemidos de dolor y placer de las mujeres y el húmedo golpeteo de la carne contra la carne cada vez que el cuerpo del hombre golpeaba contra las nalgas de la mujer. En medio de la fenomenal y rítmica embestida, Cuqtulain reparó en Tekla de Karb, de pie cerca mientras le contemplaba, los dedos de su mano entrando y saliendo con un ritmo frenético, masturbándose con rapidez, gimiendo como un inocente cordero que espera su inevitable destino.

 

-¡Ven aquí, zorra, que para ti también hay ración de polla!

 

La joven castaña gritó de miedo mientras el hombre la agarraba del pelo y la ponía de rodillas. Su rostro quedó a escasos centímetros de la entrepierna del campesino y pudo contemplar con morbosa fascinación cómo Cuqtulain sacaba su venoso falo del ojete de Katarsys con un viscoso sonido para, a continuación, estrellarlo contra su rostro y sacudirlo con feroces golpes de polla.

 

Tekla gimió, cerrando los ojos mientras el hombre restregaba su enorme pollón contra su pálido rostro, embadurnándolo todo de efluvios y flujos justo antes de que, de un violento empellón, lo metiera todo en su boca.

 

-¡Así, perra, prueba el sabor del ano de tu amiga!

 

-Glubs, glab, mmm, mmm, glap, glubs...

 

La muchacha creyó ahogarse por el enorme tamaño de la verga del campesino, pero no había transcurrido mucho tiempo cuando de repente, con rapidez, la gorda polla salió de la boca de Tekla de Karb y se dirigió hacia su ano, incrustándose con dificultad. Tekla intentó hacer fuerza y cerrar su esfínter, pero fue inútil. De un potente empujón, la verga derrotó la inútil resistencia de su estrecho agujerito.

 

-¡Aaargggghhh!

 

El repentino dolor y la sorpresa al ver invadido su estrecho hoyito provocó que un chorrito de flujos y orina escapase de su coño alcanzando el cuerpo de su amiga en el suelo, empapando su ya de por sí sudada carne.

 

-¡Pero serás guarra! Me estás meando encima, cochina... -Se quejó Katarsys.

 

-Oooohhh... yo...

 

-Basta de cháchara.

 

Harto de palabrería, Cuqtulain sujetó a las dos mujeres como si fueran muñecas a las que han cortado las cuerdas y las colocó bocabajo una junta a la otra. Con brusquedad, elevó sus caderas hasta que sus nalgas quedaron levantadas, mostrando sus culitos en pompa. El campesino las contempló apreciativamente, los hermosos traseros de ambas, con los rosados labios de sus chochitos y sus oscuros agujeritos anales a la vista.

 

Tekla y Katarsys gimieron y se quejaron, mientras las rudas manos del maduro campesino retorcieron y sobetearon sus nalgas y sexos.

 

-Ouch...

 

-Ayyy...

 

Los inquietos dedos de Cuqtulain, como culebras, se internaron sin delicadeza por sus sexos y anos, haciendo que las mujeres se retorcieran, gimiendo asustadas ante lo que venía a continuación.

 

La amazona de cabellos castaños y ojos verdes, Tekla, fue la primera que gimió cuando la polla de Cuqtulain se abrió paso por su mojado coñito. La verga entraba varios centímetros, salía unos cuantos y volvía a enterrarse, invadiendo su encharcada gruta.

 

Katarsys sollozó asustada, pero interiormente se alegraba que fuera su compañera, o más bien su coño, el que albergara el tremendo estoque del lujurioso campesino en vez de ella. Pero el temor la invadió cuando Cuqtulain se volvió hacia ella sin dejar de culear a su amiga.

 

-Y tu no te preocupes que ahora vas a tener tu ración de polla.

 

Katarsys, la pelirroja amazona, gimoteó cuando la verga de aquel poderoso macho salió de las entrañas de su amiga y se empotró con fuerza en su coño.

 

Como en un lascivo juego, el pollón del hombre repartió sus atenciones entre los dos culos de las amazonas, penetrándolas por turnos, saliendo de un chochito para internarse en otro, escuchándose el gemido de cada mujer penetrada que se alternaba con el de su compañera cuando le tocaba el turno de recibir. Cuqtulain no parecía decidirse cuál de aquellos coñitos recibiría su cálido puré, pero finalmente, triunfó el escocido coño de Tekla, que recibió todos los chorros de semen del velludo hombre, inundando la tierna gruta de la joven con su hirviente esperma, resbalando grumos de su cremosa esencia por sus muslos de la copiosa cantidad que era.

 

Cuqtulain jadeó mientras se incorporaba y señaló hacia el exterior de la choza.

 

-¡Iros! Ya habéis comprendido que los campesinos del sur no somos presas indefensas. Volved al frío norte y nunca regreséis.

 

Sollozando, las dos mujeres se abrazaron y se ayudaron la una a la otra a incorporarse y caminar, siendo una tarea difícil por lo escocidas que habían quedado. Con paso dificultoso y completamente desnudas, se tambalearon hacia la salida del poblado.

 

 

 

EPÍLOGO: VARIOS AÑOS DESPUÉS

 

Cuqtulain retiró el sudor de su frente con la palma de su callosa mano, mientras con la otra sostenía el hacha con la que acababa de cortar leña. A sus más de cincuenta y cinco años, su forma física era envidiable. Un hombre rudo y musculoso, duro como el letal entorno al que los hombres y mujeres de los reinos deben adaptarse o morir. 

 

-Prepárate a morir, perro.

 

Cuqtulain levantó la vista con expresión fastidiada y cansina hacia donde provenía la voz femenina.

 

-He venido a vengar a mi madre, cerdo violador.

 

Los ojos del hombre se entornaron con algo de incredulidad. Ante él se erguía una muchacha que parecía tener no más de dieciséis años, sujetando una fina espada. Su armadura parecía venirle grande, y estar compuesta de retales de otras muchas. Su pelo era moreno, cortado muy corto y sus ojos, de una intensa mirada verde, brillaban con furia apenas contenida.

 

-Te lo aviso, niña, vete y no me hagas perder el tiempo.

 

Enfurecida, la jovencita elevó su arma pero gritó cuando Cuqtulain, de un rápido golpe, la desarmó con el mango de su hacha. La chica gimió, asustada, frotándose dolorida el dorso de la mano donde la madera del apero acababa de golpearla. Una bota del campesino se puso sobre la espada en el suelo,impidiendo que pudiera recuperar su arma.

 

-¿Quién eres, niña?

 

-¡M... Mi nombre es Ylina! Yo... yo... ¡tú violaste a mi madre hace dieciséis años! Vas a pagarlo muy caro...

 

Cuqtulain dio un paso hacia la chica, haciendo que ésta retrocediera asustada hasta chocar con la pared de la choza a sus espaldas. Con un par de movimientos, el hombre desanudó el peto de cuero endurecido de la muchacha, que cayó al suelo con un fuerte ruido, y, con ambas manos, rasgó la fina camisa de ella, dejando a la vista un pecho casi plano.

 

Cuqtulain retorció con rudeza los pezones de la chica, arrancándole quejidos de dolor.

 

-¡Ay! Ay, qué daño, basta por favor...

 

-Pero si eres una chiquilla, apenas tienes tetas.

 

-¡Tengo... ay... tengo casi diecisiete... Ouch... años! ¡Auuu!

 

Cuqtulain prosiguió con la tortura sobre los pezones de la chica, retorciéndolos y pellizcándolos. Después prosiguió hablando con voz grave.

 

-Reconozco tus ojos. Son verdes como dos mares. Tu madre acudió a mi aldea a saquearla.

 

Ylina gimoteó, mientras intentaba hablar sin chillar o lloriquear. Las callosas manos del campesino proseguían sobando y estrujando sus pechitos, ante la impotencia de la muchacha, exprimiéndolos como si fueran dos naranjas. Pronto la desnudó del todo, dejando al descubierto un joven y pálido cuerpo delgado.

 

-Mi madre era Tekla de Karb y fue una gran guerrera... ¡Pero tú la preñaste! Cuando volvió al norte, humillada, cayó en desgracia en la Horda Roja...

 

-Tu madre empuñó un arma, chica, se arriesgó a luchar y se labró su destino: su culo fue prisionero de mi cuerpo.

 

La muchacha gimió, derrotada, mientras las rudas manos de aquel hombre maduro abrían los cachetes de sus apetitosas nalgas, revelando un arrugado agujerito. Un cruel dedo del campesino se internó en el dulce calor del ano de la muchacha, abriendo y ensanchando casi con ternura el delicado ojetito.

 

-Ooohhh... Yo también he empuñado un arma... ¿también me vas a... a sodomizar?

 

-Así es, cariño. compartirás su destino. Mmmpphhh...

 

De una sola embestida, Cuqtulain la ensartó bien dentro. El ano de la chica se abrió como una flor con un sonido húmedo y viscoso.

 

-Ayyyyy... iiieaarrrggg... -¡PROUTCHHHH!

 

-Mmm... tienes un culo delicioso, como lo tenía tu madre.

 

-¿De... de verdad?

 

-Sí, pequeña, parece que has nacido para el anal.

 

Ylina gimió, mientras la gruesa verga se abría paso por su esponjoso interior, rompiendo bien su tierno culo virgen. Meneó sus brazos, debatiéndose inútilmente mientras era literalmente empalada, hasta que el intenso dolor fue remitiendo lentamente, a pesar de las fuertes embestidas en las que la gruesa polla entraba y salía de su cuerpo en frenética cabalgada.

 

-Así que ella te dio a luz a ti.

 

-S... sí...

 

-Después de que yo me la follara bien follada y la rellenara con mi cremosa leche, ¿no?.

 

-S... sí... síii...

 

-Tu pelo es negro como la noche, como el mío antes de que la plata lo tiñera. Eres mi hija, ¿verdad?

 

-Cre... creo que sí...

 

-Vaya, estoy enculando a mi propia hija.

 

-Mmm... mmffff... mi pobre culo... ufff...

 

-Me gusta, me pone cachondo desvirgar el ano de mi chiquilla, desflorar su tierno culito...

 

-Ooohhh... ¡Mmmhhh! ¡Oooouuuooohhhh!!!

 

-Y parece que a ti también... ¡¡¡Ahhh, asíii, toma toda la leche de papáaaaa!!!

 

La muchacha tembló convulsivamente al notar el caliente semen del campesino inundando sus intestinos, mientras su cuerpo se vio sacudido por un fortísimo orgasmo y sus flujos resbalaban como una cascada por sus muslos desde su chochito. Poco a poco fue quedando inerte, sujeta como una muñeca de trapo rota entre los fuertes brazos del campesino. A continuación sollozó.

 

-Lo s... lo siento, madre... te he fallado...

 

Cuqtulain gruñó mientras terminaba de vaciarse en las entrañas de su hija, lanzando sus últimos chorros en su caliente interior.

 

-Ufff... No estés triste, chiquilla. Has salido igual que tu madre, te crees una poderosa leona que al final, en cuanto cata una buena polla se vuelve una gatita hambrienta de leche.

 

Padre e hija se acostaron juntos y abrazados sobre el mullido suelo a los pies de la cabaña, la semierecta verga de Cuqtulain todavía dentro del ano de la joven. El maduro campesino depositó un beso en la nuca de la chica, que acababa de quedarse dormida, agotada y exhausta por la contienda amorosa. Contempló el estrellado cielo sobre sus cabezas, perdiéndose en sus pensamientos.

 

Su mujer había muerto hacía ya muchos años sin darle descendencia y, ahora, como un regalo de los dioses, había aparecido una hija a la que amar, cuidar y de la que disfrutar. Su rudo rostro cuajado de arrugas sonrió, por primera vez desde hacía mucho tiempo.

 

 

Y vivieron felices y comieron perdices.

 

 

 

 

Gracias por leerlo, espero que os haya gustado. Para cualquier comentario y sugerencia, no dudéis en escribir a [email protected] . No compruebo el correo todos los días pero intentaré contestar en la medida de mis posibilidades.