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Los Reinos Sombríos (Las brujas)

en Lésbicos

El bosque siempre estaba oscuro.

 

A los campesinos de la pequeña aldea de Ottisburg se les enseñaba a temerlo antes siquiera de aprender a caminar. Era siniestro, con la neblina formándose en la base de los árboles, cuya corteza negra parecía atrapar la luz del sol y oscurecer el ambiente. Los típicos sonidos de pájaros de otros bosques se apagaban, siendo sustituidos por otros de cuchicheos ahogados y conversaciones veladas. La temperatura parecía descender sin explicación aparente y borrosas sombras se deslizaban a toda velocidad a espaldas de los intrusos, captadas sólo por el rabillo del ojo. Se decía que peligrosos animales salvajes deambulaban por él y extrañas criaturas de formas indescriptibles acechaban en las lindes, prestas a atacar y devorar a cualquier desventurado que se internase en él.

 

-No vayáis al bosque y sed buenos. -Decía la abuelita mirando fijamente a los dos hermanos, pero sobre todo, a la pequeña Amina. -Las brujas se llevan a las niñas malas.

 

Su hermano Armand siempre la abrazaba intentando reconfortarla. -No te preocupes, hermanita. Yo siempre te protegeré.

 

Amina callaba. ¿Cómo decirle que le quería y le odiaba a la vez? Armand era bueno con ella. Siempre la protegía, la cuidaba, la defendía, sobre todo de las otras niñas que se reían de ella, de su fealdad, sus andares de chico, su forma de mirar a otras mujeres, se reían de ella por ser... rara. Pero también le odiaba. Envidiaba la libertad que él tenía por el hecho de haber nacido varón, odiaba ver cómo todos eran felices y estaban integrados en el pueblo, perteneciendo a una comunidad, mientras que ella se asfixiaba, sentía necesidad de gritar y gritar, y aullar hasta sentirse libre de verdad.

 

-Las brujas vienen de los bosques -decía su abuela -y adoran a los espíritus y a la naturaleza, despreciando las justas leyes de dioses y hombres. Bailan en círculos en los claros del bosque las noches de luna llena, haciendo sus brujerías y echan hacia atrás su cabeza y aúllan al cielo nocturno como si fueran lobos, hasta que se convierten en lobos. Y buscan atrapar a las chicas que han sido malas.

 

La abuela carraspeaba mientras continuaba haciendo ganchillo.

 

-Obedece a tus mayores, evita el bosque, ten cuidado con los desconocidos y las brujas y sé siempre buena.

 

La abuelita nunca supo, antes de morir, que Amina contemplaba fascinada la linde del bosque, siempre curiosa, preguntándose qué habría más allá de la aldea, cómo serían esas brujas de los cuentos de la abuela. Las imaginaba de largo pelo castaño, o negro, o rojo, suelto, libre, salvaje, y ojos vivos y arrebatadores. Y hermosas, pensaba.

 

Amina quería ver cosas hermosas. Como la dulce Magali, la hija del alcalde. Muchas veces pensaba en ella, soñando despierta. Magali no era como ella. Era alta, esbelta, preciosa, con su largo cabello rubio, recogido en una trenza dorada como el oro, y sus bellos ojos azules. Sus finos labios formaban una sonrisa muy bonita cuando reía. ¿Cómo sería besarlos? Cuando pensaba en cosas como aquella, las mejillas de Amina se sonrojaban y se alejaba a toda prisa, pensando que todo el pueblo se daría cuenta de que ella era una invertida, una sucia y pecaminosa desviada. Mala.

 

Amina no era mala, se repetía a si misma. Siempre obedecía a su madre, aguantando en silencio sus interminables discursos sobre que debía arreglarse o nunca encontraría un marido. Cosía, ordeñaba a las vacas, lavaba, limpiaba, cuidaba del ganado, almacenaba el heno mientras su hermano y sus amigos salían a cazar y recorrer el bosque. Y reprimía el fuego en ella, callaba y permanecía en silencio, aunque realmente tuviera ganas de llorar, y de gritar y de aullar a la luna.

 

Esa noche salió al bosque a pesar de que ya era de noche. Telo, el perro, se había perdido y debía encontrarlo antes de que las bestias del bosque lo hicieran primero. La luna llena refulgía sobre su cabeza, cubriéndolo todo con un manto de plata espectral.

 

-Telo, condenado perro, ¿dónde demonios estás?

 

El bosque era completamente negro. Una masa de musgo, hojas, árboles y siniestras ramas que parecían retorcidos brazos que querían agarrar a la muchacha la rodeaba. El corazón de Amina latía como un potro desbocado por el miedo. Un chasquido a su izquierda la hizo volverse sobresaltada.

 

Una forma blanca y temblorosa se acercaba a ella.

 

-Telo, por fin. ¿Dónde te habías metido, chico malo...?

 

Las palabras se congelaron en la boca de Amina, mientras el perro se lanzaba asustado a sus pies, con el rabo entre las piernas y gimiendo de miedo.

 

Amina pudo distinguir como cerca, apoyada contra un árbol, arropada en tinieblas, se hallaba una mujer que la contemplaba fijamente. Su largo pelo negro caía desgreñado y salvaje hasta sus hombros y unos enigmáticos ojos de una extraña tonalidad púrpura la contemplaban con intensidad. Sonreía. Y estaba completamente desnuda.

 

-¿Qu... quién...?

 

La desconocida se llevó burlona un dedo a sus labios, como si pidiera silencio, ssshhh, o como si compartiera un secreto con ella, y dio un paso hacia atrás. Amina dejo de verla, como si nunca hubiera estado allí. Incluso cuando avanzó hacia aquella zona, no pudo ver nada. ¿Habría sido su imaginación?

 

A su lado, Telo gemía inquieto, asustado.

 

-Tranquilo, perro tonto, ya vamos a casa.

 

Amina giró su cabeza, contemplando el bosque, antes de ponerse en camino, reluctante. Una suave brisa llevó unas palabras hasta sus oídos, acariciándolos como el suave roce de un amante.

 

Ven con nosotras.

 

Esa noche, Amina no pudo apenas dormir. Sueños y pesadillas la acosaban en un constante duermevela.

 

-Las brujas tejen sus hechizos bajo la luna llena, bailando en el bosque y no obedeciendo las leyes de los hombres, no obedeciendo a nadie salvo a ellas mismas. Y se llevan a las chicas que han sido malas. -Oía en sueños que decía la abuelita.

 

Pero la cabeza de Amina no estaba para atender consejos. Miró asustada a su alrededor. Estaba en medio del bosque, de noche, descalza, con su basto camisón blanco y su deslucida cofia. ¿Cómo había llegado allí? Los aullidos de los lobos se escucharon cada vez más cerca. Debía estar soñando, sí. A su alrededor, la irrealidad de los sueños la envolvía, pero no obstante, de alguna forma, Amina supo que aquello era real.

 

Miró a su alrededor, aterrorizada. Debía llegar a casa, rápido, antes de que las criaturas del bosque de pesadilla la atrapasen. Casi pudo distinguir a una figura oscura, imposiblemente delgada y alta, que la acechaba entre los árboles, con garras y colmillos imposiblemente largos y afilados.

 

Amina distinguió la luz de un fuego y corrió hasta llegar al claro de donde provenía. Varias mujeres bailaban salvajemente con la música de los aullidos de los lobos, a la luz de una hoguera, desnudas, salvajes, libres. Amina contuvo la respiración cuando distinguió a la joven que había visto en el bosque hacía apenas unas horas.

 

"Cuídate de las brujas"

 

Allí estaba su bruja. Era hermosa. Hermosa como los cuervos salvajes. Su belleza era hipnotizante. Su negro cabello, oscuro como el material del que está tejida la noche, llegaba hasta sus hombros, emitiendo destellos de ébano ante el resplandor de la hoguera. Su rostro era duro, salvaje, pero sus labios carnosos sonreían insinuantes. Sus pechos eran pálidos, menudos, rematados con unos pezones que desafiaban a la ley de la gravedad, sus nalgas eran rotundas y suaves a la vez, y su cintura y delgado abdomen daban paso a una entrepierna poblada de ensortijado pelo negro en la que se adivinaba un sexo secreto y delicioso.

 

Amina creyó morir de deseo contenido.

 

Pronto ambas estaban frente a frente.

 

-Ho... hola... -Balbució Amina sintiéndose estúpida. Tenía miedo de hacer o decir algo que quebrase en mil pedazos el hechizo del momento.

 

Por respuesta, la sonriente extraña se acercó a ella, hasta que Amina casi pudo notar sus pechos contra los suyos. Creyó haber muerto y estar en el cielo cuando notó la mano de la joven apoyándose sobre la base de su espalda, atrayéndola suavemente hacia sí, y los ardientes labios besando los suyos, mientras la despojaba de la cofia y del camisón.

 

Las dos mujeres hicieron el amor. Se acariciaron, se besaron, se devoraron como un par de lobos famélicos, hambrientos hasta la inanición. Se frotaron con vehemencia, con lujuria en los ojos, sujetándose por las caderas, por la espalda, por las nalgas, como si quisieran fundirse y ser un solo ser.

 

El clímax llegó pronto. Amina arqueó la espalda, gimiendo de placer. Frente a ella, la bruja chillaba y se sacudía espasmódicamente. Ambas quedaron exhaustas, sonrientes, entrelazadas, abrazadas.

 

Los labios de la bruja se posaron sobre su oreja y sus susurros penetraron en sus oídos como un soplo de aire ardiente.

 

Ven conmigo.

 

Amina se despertó desnuda en su cama. No tuvo que rozar su sexo para saber que estaba completamente encharcado. La oscuridad de la habitación la envolvía, pero casi sintió que no estaba sola. Todavía podía percibir el olor de la mujer en su piel.

 

El mes siguiente transcurrió lenta, agónicamente, como un suplicio. Amina se consumía, sus ojeras cada vez más grandes, sin apenas hablar con nadie. Armand intentaba hablar con ella, preocupado, pero la muchacha le rehuía o negaba con escasa credibilidad que algo sucediera.

 

Por fin llegó la noche esperada.

 

Plenilunio.

 

Amina salió fuera de la casa, conteniendo el aliento. Era muy tarde. El silencio lo impregnaba todo, y las ventanas de las negras cabañas de madera de la aldea permanecían apagadas, mientras el pueblo dormía. La luna llena brillaba sobre su cabeza, pareciendo cubrir con su luz los negros árboles, como una madre acaricia a sus hijos predilectos.

 

Sus ojos brillaron cuando contempló una figura femenina aguardando en la linde del bosque.

 

Amina dejó caer su camisón a sus pies, quedando desnuda. Respiró hondo y comenzó a caminar. Sin pensar, sin dudar.

 

-¡No!

 

El grito a su espalda la sobresaltó. Tras ella se acercaba Armand, asustado, con una daga en su mano. Contempló a la bruja en la lejanía y levantó el acero, queriendo interponerse entre las dos mujeres. Amina colocó suavemente su mano en su hombro, haciéndole bajar el estoque. Lentamente, Armand comprendió y sus ojos se humedecieron.

 

-Por favor... hermanita... no... no te vayas... yo... yo te protegeré...

 

La muchacha le dio un beso en la mejilla. Ambos lloraban.

 

-No se puede negar lo que uno es.

 

Armand contempló en silencio, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, cómo su hermana se internaba en el bosque hasta llegar a la bruja. Puede que la oscuridad y las lágrimas le jugasen una mala pasada, pero hubiera podido jurar que las mujeres desaparecieron y, en su lugar, dos lobos corrieron hacia la negra espesura, internándose en el bosque.