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Una noche en el fetish café

en Dominación

Había llegado el día tantas veces imaginado, tantas veces hablado, tantas veces soñado. Llevábamos algunos años de relación D/s y solo habíamos quedado anteriormente un par de veces para comer. Pero, por fin, quedamos para ir juntos a una fiesta en el Fetish Café.

Durante estos años habíamos dejado la relación en varias ocasiones, siempre por decisión de ella; siempre su decisión fue racional. Pero teníamos un sentimiento muy fuerte: el amor. Sentimiento en el que se basaba nuestra relación, y también nuestro juego D/s. Tanto es así, que no entiendo una verdadera relación D/s que no se base en el amor. No entiendo una relación BDSM si no es con ella.

Nos iniciamos juntos en el BDSM, a instancias de ella. Las ideas siempre fueron de ella. Los juegos los proponía ella; ella proponía y, entre los dos, desarrollábamos. Pero las ideas originales, siempre fueron de ella.

Fuimos creciendo dentro de este mundo a base de leer, experimentar, hablar, y vivir, a nuestra manera, esta experiencia. Nuestra relación BDSM había sido, hasta ese momento, la típica relación ciber, telefónica.

 

Pero había llegado el día de dar un paso más. De vivir una experiencia que llevábamos mucho tiempo deseando, imaginando como sería; y decidimos llevarla a cabo.

Habíamos quedado que pasaría a recogerme a mi hotel para irnos a cenar. Yo había reservado mesa en un restaurante muy cerca del hotel. Estaba en mi habitación, nervioso, esperándola, cuando sonó el teléfono y su voz me dijo...”ya estoy abajo”. Bajé a la recepción y allí estaba ella., espectacular, radiante. Llevaba un vestido negro, corto, ajustado a su cuerpo, medias negras, zapatos de tacón alto, Iba toda de negro. Estaba guapísima; la armonía del negro de su vestido y de su pelo, se rompía con el color azul de sus ojos, resaltándolos. Nos dimos un beso suave, apenas nos rozamos los labios, la cogí de la mano y salimos a la calle. Medía al menos un palmo más que yo. Pero eso, que como le había comentado muchas veces, me preocupaba, pasó a ser todo lo contrario. La llevaba de mi mano y me sentía realmente bien, realmente orgulloso de ella, de llevarla de mi mano, a mi lado. Cuando entramos en el restaurante, la gente la miraba, estaba realmente guapa, realmente llamativa, realmente impresionante. Alta, delgada, morena, con unos ojos azules preciosos…estaba muy elegante.

 

La cena fue una delicia. Nos pasamos la cena dándonos besitos, susurrándonos al oído, riendo, cogiéndonos de la mano. La cena ya fue inolvidable. Me sentía como nunca de feliz, de contento, de completo, y de orgulloso de tenerla a mi lado, de tenerla conmigo.

Acabamos de cenar y nos fuimos a su coche que había aparcado cerca, para ir al tan deseado e imaginado Fetish Café. Iba conduciendo ella, y yo sentado a su lado. Al sentarse, se le había subido un poco el vestido que, de por sí, ya era corto. No podía dejar de mirarle las piernas…sus largas y moldeadas piernas…aquella mujer era mi deseo, era todo lo que yo deseaba desde hacía ya mucho tiempo. Y estaba conmigo, era mía, y lo más importante de todo, me amaba, como yo a ella.

 

Cuando llegamos al Fetish, ella estaba nerviosa, preocupada, le daba un poco de miedo. Yo, la verdad, estaba tranquilo. La traté de tranquilizar, le dije...”Estate tranquila cariño, no pasará nada; relájate…no voy a soltar tu mano en toda la noche…estás conmigo, cariñito…no te preocupes”.

Nos recibió el Máster. No nos conocía, evidentemente, y salió a nuestro encuentro en la entrada. Nos preguntó si conocíamos el local, si sabíamos de qué ambiente era. Le dije que lo conocíamos de referencias; que éramos Amo y sumisa y que conocíamos el ambiente del local. Trató de informarnos de algunas reglas, pero enseguida se dio cuenta de que no era necesario y nos dijo…”pasar y disfrutar de una agradable velada y si tenéis algún problema o alguna duda, me lo decís”. Le dimos las gracias y entramos.

 

Había como unas cincuenta o sesenta personas. No dejaban de mirarla. Las mujeres con recelo, los hombres con deseo; en esos momentos pensaba que, si a esos hombres les gustaba su exterior, les gustaría muchísimo más si pudieran asomarse a su interior, cosa que, muy egoístamente, me alegré de que no pudieran hacer. Recorrimos el local para conocerlo. La llevaba de mi mano, tal y como le había dicho. Me sentía realmente orgulloso de ella, de llevarla de mi mano, de llevar a mi sumisa de mi mano. Me sentía realmente bien pensando que yo era el que la protegía, el que la cuidaba…me sentía, y me siento, realmente bien conmigo mismo siendo su Amo. Me siento totalmente su Amo; comprometido con mis responsabilidades con mi sumisa. Al entrar estaba un poco nerviosa, pero poco a poco se fue tranquilizando. Quizá la tranquilizó el verme tan seguro, tan relajado, tan orgulloso entre toda aquella gente. Después de recorrer el local, nos acercamos a la barra. Había un taburete y le dije que se sentara. Se sentó, le separé sus piernas y me metí, de pié, entre ellas. La tenía abrazada por la cintura y ella a mí. Le acariciaba la espalda con mis manos, suavemente. 

 

Conseguí que se sintiera segura, relajada. Le susurraba al oído, le besaba el lóbulo de sus orejas, le besaba con suavidad sus labios. Empezó a sentirse cómoda, relajada, empezó a sentirse protegida por mí, por su Amo. Cada momento me sentía más y más metido en mi papel de Amo, y ella más y más metida en el de mi sumisa. Quizá nos influyera el ambiente que nos rodeaba. Pero me sentía totalmente su Amo. Nunca me he sentido así con nadie. Nunca he sentido tanta necesidad de proteger, cuidar y mimar a alguien, a mi sumisa, de la manera y con la intensidad con que lo siento con ella…nunca había sentido la sensación de que alguien era mía, solo mía, de mi propiedad…era mi tesoro. Ella me había hecho su Amo. Su amor me había convertido en su Amo…un verdadero Amo…el único para ella. Me siento tan identificado como Amo suyo, que me es imposible desligar ese papel de ella. 

Mirábamos a nuestro alrededor, veíamos sumisas, y sumisos, con sus respectivos Amos y Amas. Las había que llevaban su collar, su correa, su cadena. Veíamos la expresión en la cara de esas sumisas y esos sumisos; el morbo, la sumisión en sus ojos.

 

Empecé a ver la misma expresión en mi amor, en mi sumisa. La expresión del morbo, que se va a apoderando de la mente, y esto se va reflejando en la expresión de la cara, de los ojos. Veía aflorar su sumisión, su sentimiento de sumisión hacia mí, a través de la expresión de su cara, de sus ojos. Y ese morbo intenso, tan intenso, me lo transmitía ella a mí. Estábamos realmente a gusto cuando se me acercó el Máster y me dijo si queríamos asistir a una sesión de spanking, en la que él iba a darle una “clase” a un Amo novato y su sumisa. Le dije que sí. La cogí de la mano y salimos detrás de él.

Entramos en una habitación poco iluminada, lo que le daba intimidad. Estábamos el Máster, el otro Amo y su sumisa, y nosotros. El Máster le preguntó al otro Amo si tenía algún inconveniente en que asistiéramos nosotros, a lo que respondió que no.

Había una mesa en el centro de la habitación que tenía, en uno de sus extremos, unas argollas clavadas. Apenas a un metro de la mesa, había un sillón en el que me senté. Mi sumisa se sentó en el suelo, a mi lado. Apoyaba su cabeza en mis piernas y yo la tenía cogida de la mano. Con la otra mano acariciaba su rostro, su pelo; acariciaba sus labios con la yema de mis dedos; estaba realmente relajada, se sentía realmente protegida, segura a mi lado.

 

El Amo novato ordenó a su sumisa que se desnudara, lo que ella hizo de inmediato. Luego le dijo que saludara al Máster de una manera conveniente y que se pusiera a su disposición. Yo, en esos momentos, no podía entender como un Amo podía ceder a su sumisa…algo que yo no podría hacer nunca, nunca…nunca cedería a mi amor a otro. Ella se arrodilló desnuda delante del Máster agachando su cabeza ante él y con las manos recogidas en su espalda. Permaneció así unos segundos, hasta que el Máster le dijo que se levantara y la puso en el extremo opuesto de la mesa en el que estaban las argollas. La mesa le llegaba a la altura de sus caderas. La hizo tumbarse hacia delante, apoyando todo su torso sobre la superficie de la mesa; extendió sus brazos y le puso las argollas en sus muñecas, inmovilizándola.

 

Veíamos la cara de aquella sumisa a escasamente un metro de nosotros. Veíamos la expresión de su cara. La expresión de morbo que sintió solo con el hecho de notar las argollas en sus muñecas; solo con el hecho de de sentirse inmovilizada, de sentirse entregada; veíamos la cara de puro deseo de recibir aquellas azotes que tanto deseaba.

Mi amor apretaba su cuerpo contra mi pierna, me besaba la mano; yo notaba su cuerpo caliente en mi pierna…me transmitía todo su calor. La acariciaba y la acariciaba, su pelo, sus mejillas, sus labios.

 

Le dio su primer azote no demasiado fuerte. Le siguió dando azotes cuya intensidad iba en aumento. A medida que aumentaba la intensidad de los azotes, aumentaba la intensidad del placer de aquella sumisa. Lo veíamos en su cara. Cada azote se estaba convirtiendo en un orgasmo para aquella sumisa. Su rostro era la pura expresión del placer, de intenso placer. Con cada azote emitía un gemido de placer. Ella nos miraba sin disimulo, como si quisiera mostrarnos el inmenso placer que estaba experimentando; aquel rostro nos mostraba todo el abandono al placer que estaba experimentando, sin disimulos, demostrándonos una incapacidad absoluta de control, de poder controlarse…estaba totalmente absorbida por el placer. Mi sumisa me miraba, me miraba con una expresión de morbo y deseo intensísimos. Me mostraba, en la expresión de su cara, el inmenso deseo que sentía hacia mí; el mismo que sentía yo hacia ella. Ninguno de los dos habíamos deseado tanto a alguien. Estábamos, en ese momento, entrando en la verdadera dimensión del morbo, del deseo intenso, distinto, nuevo, que provocaba una relación verdadera de BDSM, de Amo y sumisa.

 

Cuando acabó de azotarla, le soltó las argollas, la cogió de la mano y se la “entregó” a su Amo. Se vistió y salieron los tres de la habitación, casi sin percatarse de que estábamos allí. Nos dejaron solos.

 

Al dejarnos solos, mi sumisa se quedó mirándome a los ojos…no soy capaz de describir fielmente la expresión de su cara. Era una mezcla de deseo, de morbo y de amor…todo junto. Y mirándome a los ojos me dijo: “Mi Señor, le amo...le amo...”. Qué momento más intenso. Me agaché hacia ella y le besé sus labios con una pasión indescriptible.

Me levanté, la cogí de la mano y la lleve hasta la mesa. Le hice poner su torso sobre la mesa, como había hecho la otra sumisa. Le puse las argollas en sus muñecas. Me puse detrás de ella. Le subí el vestido hasta la cintura dejando al descubierto sus nalgas y la cinta de su tanga. Yo la oía gemir, gemir en voz baja…estábamos viviendo lo que ya intuíamos desde hacía mucho tiempo; un morbo tan intenso, tan indescriptible, tan nuevo para los dos…que no se puede explicar con palabras.

 

Le cogí la cinta del tanga con las dos manos y se lo arranqué con fuerza….sin miramientos. Le metí con suavidad mi dedo entre sus nalgas, y le acariciaba. Le acariciaba su sexo con una mano, y con la otra le acariciaba las nalgas. Tenía el sexo caliente, hinchado, chorreando. Le metí despacio un dedo, y enseguida me encontré con su clítoris. Lo tenía erecto completamente. Mi dedo jugaba con su clítoris mientras con la otra mano la cogía del pelo…tirando hacia atrás su cabeza…estirando de su pelo. Sus gemidos de placer me llegaban con toda claridad. Y le di su primer azote…y otro, y otro. Los iba dando aumentando la intensidad, sin llegar a ser demasiado fuertes, pero eran fuertes. Mientras la azotaba, mi dedo seguía jugando con su clítoris...su flujos me bajaban por el dedo y recorrían mi mano. Yo no acertaba a decir otras palabas más que...”te amo…te amo”…sentía un amor hacia ella...una necesidad de cuidarla, de mimarla, de protegerla indescriptibles. Estaba, como la otra sumisa, completamente fuera de control…completamente abandonada al inmenso placer que sentía. Me pidió permiso para correrse, como sabe que debe hacer, y se lo concedí. Yo estaba deseando concedérselo, estaba deseando que llegara ese momento para premiarla con un orgasmo como nunca antes había tenido. Y lo tuvo. Me bajé la cremallera de mi pantalón y saqué mi pene totalmente recto, duro como una piedra, totalmente lubricado. Y se lo metí…se lo metí despacio, hasta el fondo de su sexo. Lo metí muy despacio, como si quisiera reconocer físicamente a través de mi pene, toda la geografía del interior de su sexo… para grabarlo en mi mente. La volvía a coger del pelo, con fuerza, y tiraba de su pelo hacia atrás, levantando su cabeza. Mi pene entraba y salía despacio...pero lo metía hasta el fondo de su ser…cuando llegaba al fondo yo movía mis caderas, para que ella lo sintiera dentro, bien adentro…para que lo sintiera como algo suyo, como si formara parte de su cuerpo. Me moría de placer. Sentía que iba a correrme, sentía un placer en mi pene maravilloso. Y me corrí como en mi vida. La llené completamente, rebosando. 

 

Después de corrernos así, me desplomé literalmente sobre ella..mi torso encima de su espalda y mis manos agarradas a las suyas. Nuestras bocas estaban muy juntas, mezclándose nuestros jadeos, nuestros alientos. Mis manos agarraban las suyas…mis dedos se enredaban entre los suyos…ella lloraba, lloraba de felicidad…mientras yo no dejaba de decirle que la amaba…la amo…la amo…no soy nada sin ella.

 

Después de estar unos minutos así, inmóviles, uno encima del otro, y después de besarnos una y otra vez, después de decirnos muchas veces que nos amábamos, me incorporé, solté las argollas y salimos de aquella habitación. Ya solo queríamos estar solos, el uno con el otro… completamente solos…solo queríamos pasar el resto de la noche besándonos, y besándonos…toda la noche…yo no quería otra cosa más que eso…estar solo con ella…solo en el mundo con ella…toda la noche besándola. Así que, nos despedimos del Máster y nos fuimos a mi hotel.