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Fuego y sangre

en Sadomaso

Llevaba casi dos días con la prohibición de usar el baño para hacer de vientre y unas cuantas horas sin permiso para hacer pis. Era difícil concentrarse con esos dolores a ráfagas y las ganas imperiosas de hacer pis.

 

Me mandó vestirme. 

 

Medias y tacones negros, liguero ancho, blusón semitransparente abierto. Fuimos a la mazmorra y me hizo tumbarme en la camilla. Me ató las muñecas por encima de la cabeza y las piernas abiertas. Para terminar de inmovilizarme pinzó mis pezones, agarrando las pinzas al gancho de la polea que colgaba sobre mí y lo elevó hasta que mis tetas quedaron estiradas a su gusto. Esas pinzas dolían mucho, eran grandes y los extremos del plástico que apretaba mi piel se me clavaban. A poco que me moviera mi cuerpo resbalaba por el respaldo de la camilla y las pinzas tiraban más. 

 

A modo de mordaza metió en mi boca las bragas con las que había tenido que hacer pis el día anterior y se aseguró de que no se salieran poniendo cinta americana por encima. 

 

Para entonces yo ya estaba temblando. Con ese miedo mi coño empezó a chorrear y Él me lo mostró mojando sus dedos. Puso su mano sobre mi frente, calmándome al momento y me dio algunas palmadas en el coño hasta que quedó irritado. 

 

Cogió el vibrador tipo Hitachi y lo posó sobre mi clítoris. Sentí placer y tranquilidad, me relajé hasta que de golpe me metió la cabeza del vibrador en el coño. La dilatación tan rápida me daba dolor, también el estar tan llena por la prohibición de ir al baño, pero la vibración seguía llegando al clítoris dándome placer. Dejó el vibrador clavado y cambió el modo para que la vibración llegara a pequeños golpes, lo cual hizo que mi excitación subiera, pero que me fuera imposible correrme. 

 

Fue dando vueltas a mi alrededor hasta que se hartó del vibrador y me lo sacó sin contemplaciones. Y sin darme cuenta le vi poniendo una tira de cordón flash sobre mi pubis. Lo encendió. Vi una pared de fuego de unos 15 cm caminando lentamente de izquierda a derecha de mi coño. Sentí el fuego entrando en la carne, escocía, ardía, parecía como si me abriera la piel. Solo fueron unos segundos, pero cuando el fuego se apagó seguía sintiendo mi piel arder. No llegaba a verlo y no podía moverme mucho por las pinzas en mis pezones que tiraban de mi con fuerza.

 

Antes de poder recuperarme puso otro trozo de cordón flash en mi coño y lo encendió rápidamente. Esta vez el fuego dibujó una J, fue más corto, pero pasó por encima de la piel ya quemada. 

 

Fue una sensación intensa, el cordón se consumió más despacio y el calor entró más en mi carne de lo que había imaginado. 

 

Ya llorando mi Amo me pellizcó un labio mayor y lo atravesó con un anzuelo. El paso por la carne fue lento y basto, entró rajando la carne con la muerte. Me agarró el otro labio y clavó otro anzuelo. El dolor fue grande, pero esperaba que me hubiera dolido mucho más dado el tamaño que tenían. 

 

Ató unas cuerdas finas a los extremos de los anzuelos y añadió pesas, que dejó colgando a los lados de la camilla. Sentí cómo se me abría el coño y cómo la punta y la muerte de los anzuelos me rozaba en las ingles, me arañaba y se clavaba.

 

Era el momento de las agujas. Mi Amo se movía con calma, tres agujas en un labio mayor, tres agujas en el otro… 

 

-Y ahora toca lo que duele. 

 

Me puso dos agujas en la parte alta de los labios menores y otras dos haciendo una cruz en el capuchón. Realmente estas últimas fueron las que más dolieron y también las que más me gustaron. Pensé que se me clavarían en el clítoris, pero ni siquiera pude asustarme por ese pensamiento, ya estaba flotando.

 

Se encendió un cigarro, mirándome, tranquilo. Sabía que me iba a quemar. Empezó con las tetas, poco a poco. Me echaba las cenizas en la tripa, a veces seguían encendidas y también quemaba. Se burlaba con gusto de mis gemidos.

 

Daba caladas como si cargase un arma.

 

Siguió con el coño. Al acercar el cigarro sentía el humo caliente que me acariciaba el clítoris y entonces notaba el calor quemándome los labios.

 

A veces se acercaba y me echaba el humo en la cara, que yo aspiraba con una mezcla de humillación y relajación. 

 

Creo que fueron dos los cigarros que compartimos de esa manera.  

 

Me puso el vibrador en el coño. Sentí un dolor espantoso por las agujas. Las notaba salir y entrar, moverse, retorcer la piel. Eran pinchazos rápidos, al ritmo de la vibración. También notaba cómo chorreaba, no sé si sangre o flujo, tal vez los dos. 

 

Dejó el vibrador apoyado contra mi coño y llegaron mil y un orgasmos. Algunas agujas salieron de mi carne por la vibración y los movimientos que hacía frotándome. La punta de los anzuelos se clavaba en mis piernas y las pesas tiraban cada vez más de mi piel atravesada.

 

No le pareció que fuesen suficientes orgasmos y añadió plástico de embalaje a la ecuación. Trajo un rollo y lo extendió sobre mi cara haciendo que inmediatamente dejara de poder respirar. Me retorcí, supliqué a través de las bragas meadas en mi boca, le intentaba mirar borroso por el plástico, pero no lo quitó hasta que ya sentía que no podía más. Intenté decirle que ya no aguantaba más, que me iba a mear encima, que me lo haría todo, pero conseguí controlarme. Y venían los orgasmos. Cuanto más tiempo pasaba atrapada por ese plástico, más fuerte era el orgasmo. 

 

Las pinzas de las tetas se soltaron, me veía supurar de los pezones un suero brillante y la piel estaba morada.  

 

Fue hacia los pies de la camilla y cogió el palo con el plug. Lo fue metiendo poco a poco en mi coño, se me movían las agujas y los anzuelos. Me sentía tan llena… y de repente otro orgasmo. 

 

Exhausta, llorando y temblando, mi Amo me desató y pude ver las marcas del fuego en mi cuerpo y mi coño ensangrentado e hinchado por la excitación y el metal.