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El Amo humilla y tortura a esta esclava

en Sadomaso

Tacones, medias, liguero, faldita de vuelo corta, una camisa negra transparente y la gabardina. Salía a comer con el Amo. 

 

En el restaurante me quité la gabardina con cuidado para que no se me levantara la falda que terminaba justo donde empezaba la puntilla de las medias, no es que me diera vergüenza, pero ver eso suele asombrar a la gente y no quería hacer un show. 

 

Comimos a gusto, con buen vino y unas copas de sobremesa, contentos, tranquilos, me gustaba ver sonriente al Amo, aunque algo me hacía pensar que no estaba sólo contento. Aunque no bebiese demasiado el alcohol siempre me sube mucho, así que pronto estuve mareada y con esa risa tonta que despierta al Amo juguetón y sádico que Él lleva dentro. 

 

Ya en el coche camino a casa el Amo me hizo desnudarme. Me quité la falda, la camisa y el sujetador. Me dijo que me metiera las bragas en la boca y que mantuviera mis manos a la espalda. 

 

Empezó a tocarme, a pellizcarme el coño con fuerza, a darme palmadas en la cara interna de los muslos… 

 

Pero yo no estaba caliente, tal vez por el alcohol, tal vez por cansancio, pero no conseguí ponerme caliente aunque todo lo que pasaba me gustaba y en otras ocasiones me había puesto cardíaca. 

 

El Amo pasaba cerca de autobuses y coches para que pudieran verme desnuda, cruzamos la ciudad sin esconderme, sin girar la cabeza por si alguien veía las bragas que llevaba metidas en la boca, hasta que me las sacó y empezó a metérmelas en el coño. 

 

Al no estar cachonda mi coño no había lubricado y las bragas me arañaban y rozaban haciendo que se me saltaran las lágrimas, me mandó meterlas totalmente mientras me humillaba y despreciaba por no estar mojada. Fue difícil meterlas, me destrocé el coño apretando y ni siquiera conseguí que entraran hasta el fondo, se quedaron a la entrada, abriéndome con un escozor fuerte. 

 

Paró en una gasolinera, me agarró del pelo y me escupió en la boca y en la cara.

 

-Ponte la gabardina y entra en la tienda a comprarme tabaco. 

 

Me puse la gabardina en el coche, pero me hizo abrochármela fuera. Hacía frío, llevaba el pelo enmarañado por los tirones que me había dado, sentía las bragas rozando dentro de mi coño, me hice un plan mental de lo que podía hacer si se me caían en medio de la tienda, no quería dejarlas allí, pero agacharme implicaba enseñarle el culo a cualquiera que estuviera por ahí. 

 

Entré, había dos hombres pagando, no les miré, no sé si se dieron cuenta de cómo iba. Cogí el tabaco y alguna cosa más y fui sonriente a pagar, de perdidos al río, si me iban a ver, al menos no parecer afectada por mi situación, si soy una esclava siendo disciplinada lo llevaré con orgullo aunque nadie lo entienda. 

 

Volví al coche. El Amo me dejó con la gabardina, pero con los brazos a la espalda hasta que llegamos a casa. 

 

Allí me hizo coger algunas cosas de la mazmorra y llevarlas al salón. Le pedí permiso para hacer pis y me lo dio, pero sin quitarme las bragas que aun ardían en mi coño. Bajé al sótano para hacerlo en el suelo, ya que una perra no tiene permiso para usar el baño. Tenía tantas ganas de hacer pis que no me costó hacerlo aun con las bragas apretándome en la zona. El pis hizo que me escocieran las heridas que me había hecho al metérmelas en seco, empapé las bragas y éstas se fueron resbalando fuera de mi coño. Intenté volver a meterlas, pero me fue imposible por mucho que lo intenté entre gemidos y lloros. 

 

Fui al salón, al Amo no le pareció mal que las bragas se hubieran salido y me ordenó que me las pusiera. Estaban frías y mojadas por el pis, también me puse los tacones nuevos, dolorosos como ninguno y difíciles para andar, al Amo le encantaron. 

 

Me hizo ponerme las muñequeras y tobilleras, una máscara de cuero con la boca cerrada por una cremallera y me mandó tumbarme en el suelo a sus pies encima de un lecho de chinchetas que se clavaron en mis tetas. Ató mis muñecas y tobillos a mi espalda y me puso la pica eléctrica en el coño agarrada por las bragas. 

 

Enseguida noté que me asfixiaba. La máscara, el estómago lleno por acabar de comer y las manos a la espalda además de estar tumbada sobre la tripa hacían que me costara respirar, pero todo empeoró cuando el Amo apoyó sus pies en mi espalda. 

 

Las chinchetas se me hundían en la carne, por las tetas, el esternón y también por los hombros. Con el peso de sus pies me entraba todavía menos aire en los pulmones y tuve que respirar deprisa para conseguir oxígeno. 

 

El Amo miraba tranquilo la televisión y de vez en cuando pulsaba el mando de la pica para electrocutarme el coño. Los calambrazos hacían que se me contrajera el cuerpo, así se me clavaban más las chinchetas y la respiración se me entrecortaba. 

 

Según dónde apoyaba sus pies podía respirar mejor, sobre todo con su pie en mi cabeza, eso me relajaba, me abría un poco la máscara y entraba algo de aire fresco, pero no duraba mucho y pronto ponía sus pies a la altura de mis tetas, no solo apoyando su peso, sino apretando más y rasgando mi piel con las suelas de sus zapatos. 

 

Poco a poco mi coño se fue acostumbrando a la electricidad, pero entonces noté algo diferente, como un pinchazo en una nalga. No reaccioné hasta que de nuevo sentí ese “pinchazo”, pero esta vez me arrancó un grito. No era un pinchazo, era un cigarro quemándome el culo. Y cuánto más tiempo lo dejaba contra mi piel, más dolor sentía. Lo posó contra mi piel varias veces, algunas solo eran golpecitos cortos, otras eran diferentes, como si me diera muchas veces en la misma zona, pero creo que lo que hacía era pasarlo rozando mi piel, tal vez dibujando su J, al menos eso imaginé mientras sentía el calor recorriendo mi cuerpo. 

 

Cambió de posición la pica eléctrica, la puso en las mucosas directamente contra el clítoris. Las descargas fueron mucho más fuertes ahí y la asfixia se hizo todavía más dura. Rogué que me soltara, no podía con la asfixia, pero no me soltó, siguió electrocutándome y aplastándome contra las chinchetas un buen rato. 

 

Me llegó un escalofrío por la espalda, jugó con un hielo por mi cuerpo bajando por mi espalda y lo empezó a empujar lentamente por mi culo. El frío pasó a arder y el agua fría resbalaba por mi coño hasta la pica eléctrica. Intenté con todas mis fuerzas relajarme para dejar entrar el hielo, pero con el miedo a que llegara una descarga me era casi imposible. 

 

El frío ardiente entró en mi y fue derritiéndose dentro mientras la electricidad atravesaba mi clítoris con más fuerza que antes. 

 

El Amo se marchó del salón, mandándome la electricidad a distancia hasta que volvió con el vibrador. Me quitó la pica eléctrica y me empezó a masturbar como premio por haber aguantado. Con los músculos agarrotados por la inmovilización, las caderas doloridas contra el suelo, asfixiada y con las chinchetas clavándose más y más, me corrí con su permiso.