miprimita.com

Mi zoo-serendipia (3)

en Zoofilia

Las luces de la discoteca giraban sin parar con el ritmo atronador de la música. Mi cabeza giraba también y recuerdo que pensaba, desinhibida por una especie de trance alcohólico, en lo estupendo que sería follarme una buena polla siguiendo ese cadencioso retumbar.

Había salido de marcha con mis amigas Pili y Maribel de la universidad a un garito que estaba de moda últimamente. Maribel, que era la más lanzada de las tres –y la más atractiva, todo hay que decirlo- había insistido mucho. En el otro lado de la balanza, Pili –la más tranquilita- no había opinado nada y la cosa se había resuelto con mi voto a favor del plan.

-Piensa que te vendrá bien –me decía días antes Maribel- necesitas salir y despejarte, que solo vas de casa a la facultad y  de la facultad a casa.

-¡Vaya! ¡Qué considerada eres, Maribel!… Pensaba que el favor te lo hacíamos a ti por si acaso veías a Mario… -comentó Pili.

-Bah, paso de ese gilipollas. Además, seguro que en sitio este hay un montón de chicos guapos.

Como decía, el sitio estaba de moda y no era para menos. El recinto era bastante grande y contaba con varias plantas para estilos de música diferentes; aun con esas dimensiones, estaba lleno a reventar. Por suerte, Maribel conocía a uno de los porteros –un rumano enorme y rubio con el que estuvo coqueteando un poco- y pudimos entrar sin muchas esperas. Una vez dentro, empezamos a pedirnos copas y supongo que en algún momento metí la directa en eso de beber –nunca he tenido mucho aguante- y me encontré a mí misma con una exaltación eufórica gracias a la cual bailé como una loca incluso temas que no me gustaban, para seguidamente ser víctima de un bajonazo tremendo en el que la cabeza empezó a darme vueltas. Supongo que mi repentino malestar tuvo que ser evidente porque no pasó desapercibido.

-Vamos a salir un poco para que te dé el aire, anda… -me gritó Pili al oído por encima del estruendo reinante mientras tiraba de mi brazo, con inusitada fuerza, en dirección a la salida. Al volverme para comprobar si Maribel nos seguía, mi vista borrosa fue capaz de enfocarse sobre un grupo de chicos que me sonaban de vista los cuales se nos quedaron mirando.

Una vez fuera, me encontré en un callejón aledaño a la discoteca que estaba atestado de gente fumando y Pili, ahora sí dulcemente, me apoyó de espaldas contra la pared. Yo, por mi parte, intentaba que mi mundo dejara de girar y agradecí sin palabras que mi amiga se colocara a mi lado para servirme de apoyo. La verdad es que el fresco de la calle ayudaba en algo a calmar los vaivenes que sentía.

-¡Nena, nena! –me susurró emocionada Pili al poco rato- ¿no es ese que viene hacia aquí tu vecino? –No debí de darme por enterada ya que siguió insistiendo  –Sí, ya sabes, ese tan guapo que te gusta…-.

-¿Alejandro?- Dije yo cuando se me encendió la bombilla por fin.

-Hola chicas, ¿qué tal estáis?

- Holaaa…- balbuceé con un desagradable regusto amargo en la boca al tiempo que escuchaba contestar también a Maribel:

-Pues muy bien, ya ves, en la calle haciendo de niñeras –espetó con evidente malhumor.

-¡Anda Maribel! ¡Mira qué casualidad! Si es tu compañera Rosa la de danza oriental, vamos a saludarla –dijo Pili con picardía.

-¿Danza oriental? Pero si yo no…

-Sííí, vamos, vamos…

En condiciones normales, me hubiera avergonzado por cómo mis amigas forzaron una excusa para dejarme a solas con el chico que me gustaba. Claro que para eso, hubiera necesitado que mi percepción de la realidad no estuviera perjudicada. En cualquier caso, lo que era evidente es que Alejandro, mi vecino, estaba especialmente guapo esa noche. Morenazo de ojos azules infinitos, llevaba una ceñida camisa blanca con finas rayas negras verticales y unos pantalones vaqueros negros encerados los cuales le marcaban todo lo que tenían que marcar. Y os aseguro que me recreé bastante repasándolo de arriba abajo. Todo lo tenía tan mordible…

-Clara, ¿estás bien? Tienes una cara un poco rara…

-¿Eh? Estooo síí, perdona. Me parece que he bebido demasiado, no te preocupes.

-Cómo no me voy a preocupar, mujer… –me contestó rápidamente-. Y más ahora que tus amigas se han marchado y te han dejado aquí sola.- Y verdad que era, porque vi cómo las dos volvían a entrar en la disco mirándome y riéndose las muy marranas. -Por cierto –siguió Alejandro- no hemos tenido oportunidad de coincidir desde hace tiempo. Me enteré de lo que pasó con tu ex. Lo siento.

-¿Mi ex? –Estaba claro que la materia gris de mi cerebro estaba más espesa y no funcionaba a su velocidad habitual- Ah sí, bueno, rompimos. Tampoco es para tanto.

Hacía 4 meses desde que Roberto y yo lo habíamos dejado. Para no extenderme sobre eso, baste decir que no lo pasé particularmente mal. Me había desencantado de él y con mi familia y mis amigas tenía todo lo que necesitaba. Y, por supuesto, Braco me tenía bien “cubierta”.

-Me alegro, aunque ya que ahora estás sola, voy a tener que encargarme yo de que estés bien –siguió Alejandro con un sugerente tono de voz que no supe interpretar.

-No, gracias –espetó una voz extraña que se parecía a la mía. Solo podía pensar en que le iba a amargar la noche por tener que cuidar a una borracha y no quería que me viera de esa manera. No supe interpretar que estaba flirteando conmigo.

-Ya…, claro…, lo que quería decir, es que me gustas y me gustaría…

-No me hace falta –repetí insensible cortándolo sin ningún miramiento– No necesito ningún príncipe azul que venga a rescatarme, gracias. Y si necesitara alguna protección, para eso tengo a Braco que me cuida muy bien.

-Por supuesto, por supuesto. No era mi intención…, aunque Braco… tampoco es que pueda cuidarte como yo lo haría… si tú quisieras…

-¿TÚ QUÉ SABES CÓMO ME CUIDA BRACO?- La sola mención de mi perro terminó por sacarme de mis casillas y ya no podía controlarme.

-Pero…

-TE SORPRENDERÍAS DE TODO LO QUE HACE PARA “ENCARGARSE DE MÍ”.

Y así, supongo que para entretenimiento de los presentes, me di la media vuelta y me marché tambaleante en dirección a la parada de taxis.

El fresco que entraba por la ventanilla abierta del coche, junto con la adrenalina del momento, tuvieron la virtud de despejarme la cabeza. El taciturno conductor me dejó al poco rato en la puerta de casa de mi tía Carmen quien, a esas horas de la noche, estaría seguramente dormida. El único que salió a recibirme fue Braco, tan alegre de verme como siempre, moviendo la cola tan enérgicamente que los golpes que le daba a los muebles parecían tambores en el silencio de la noche.

Me dirigí a mi habitación y, después de ponerme el pijama, me dispuse a desmaquillarme en el cuarto de baño. Braco me seguía como un perrito faldero, aunque bien sabía yo que lo que le interesaba estaba debajo de mis prendas. Notaba por sus gruñidos que buscaba sexo. También para él era sábado por la noche y tenía ganas de marcha. Continuaba yo, como si nada, con mi labor de limpiarme la cara y ponerme mis cremas nocturnas, cuando se levantó sobre sus patas traseras e intentó tirarme al suelo apoyándose en mis caderas con sus patas delanteras…

-¡Pero qué haces!–susurré controlando el tono de voz para no despertar a mi tía. –¿Es que no ves que ahora estoy ocupada? Además, no estoy de humor…- Me miró lastimosamente para instantes después empezar a acariciarme los muslos y el trasero con su cabeza, moviéndola de un lado a otro rozándose contra mí. –Ainss… mira que eres zalamero… jejeje… cómo sabes apañártelas para salirte con la tuya…

Cerré el pestillo de la puerta y sin más preámbulos, pasé una pierna por encima de su cuerpo, quedando mi trasero sobre su testa y mi cuerpo pegado a su lomo. Una de mis manos palpaba suavemente sus testículos mientras la otra empezaba a masajear adelante y atrás el saco de piel que recubría su polla canina. No me costó mucho tiempo agrandar su rabo hasta hacerlo emerger.

-Buen chico Braco… ¿te he dicho alguna vez que me encanta ver aparecer tu polla? ¿Sí, verdad? ¿A que a ti también te gusta esto? Voy a hacerte una paja que se te van a quitar las penas, precioso mío…-le decía con voz queda mientras seguía con mi trabajo manual. Al poco, su palpitante trozo de carne había aumentado de tamaño hasta casi su plenitud. Hidrataba mi mano con sus propios líquidos mientras sus corvejones empujaban su instrumento por el hueco que había formado mi mano. –Ufff, esto no hay quien lo resista... ¡Esa polla está pidiendo que me la coma enterita! –Y sacándola por entre sus patas traseras me incliné un poco más para metérmela en la boca y así poder lamerla y chuparla con fruición. Me encantaba recorrerla con la lengua, notando sus venas y protuberancias para después presionarla con mis labios y hacer el vacío con mi boca mientras notaba cómo se derramaba dentro de mí. A veces me tragaba golosa algunos de los chorritos transparentes de mi amante animal y otras veces los acumulaba bajo mi lengua. Hasta que, llevada por la lujuria que siempre me embargaba, me erguí y me bajé de un tirón los pantalones y las bragas, los cuales lancé a un extremo con un gesto teatral. Me senté en el borde del váter cerrado y apoyando la espalda contra la cisterna, me abrí de piernas para mi perro.

-Cómeme, Braco o fóllame o lo que tú quieras, pero ya. Me tienes cachondísima y te necesito ya, joder.-Casi instantáneamente, unos contundentes lengüetazos me recorrieron completamente, desde el esfínter de mi ano hasta el clítoris. No pude evitar retorcerme debido al placer tan intenso e inmediato que casi era doloroso. Con cada nueva lamida, pequeñas descargas me recorrían la espalda, sobre todo cuando Braco se centraba en mi culito que se contraía y relajaba en maravilloso éxtasis. Levanté la mirada y observé que la cara de la chica que podía ver en el espejo de enfrente tenía una impresionante expresión de lujuria. –Ven aquí campeón, ya es hora de que me la claves.- En esa postura recostada como estaba, acerqué a Braco a mi cuerpo levantando ligeramente sus patas delanteras hasta que quedaron a los lados de mi pecho, acomodándome como podía para que su polla quedara más o menos a la altura de la entrada de mi coñito. Ya habíamos practicado antes el misionero pero nunca sobre una superficie tan rígida y creo que por eso nos estaba costando que acertara a penetrarme hasta que en una de las acometidas, lo consiguió. –Ohhhh, ohhhhh, sííí, mi amor, eso es… -tenía que recordar no hacer mucho ruido, no quería ser descubierta, pero sus empellones eran cada vez más y más salvajes –Dios que polla tienes, pero cómo me abres las carnes... ahhh así, más fuerte, más profundaa aaahh - En esa pose podía rodear sus caderas con una de mis piernas notando cómo sus poderosos músculos empujaban para introducirme su miembro más adentro que con cualquier otra postura, llegando incluso a mi cérvix. Al mismo tiempo, podía abrazar con ambos brazos a mi amante para que permaneciera unido a mí mientras gozábamos del sexo. Unos breves instantes después, noté cómo iba creciendo la base de su dura verga, la cual también penetraba mi vagina con cada nuevo envite acompañado de un sonido acuoso. –Córrete mi vida, córrete dentro de mí, lléname con tu leche…-le susurré al oído, lasciva, al borde del paroxismo.

Sin embargo, a esas alturas ya me dolían los glúteos por la incómoda superficie y la forzada postura. Braco empezaba a recular para separarse y yo, por mi parte, aproveché para sentarme en el suelo delante de su hinchado pene para restregármelo por la cara deleitándome con su caliente y transparente esperma sobre mi piel. Lo notaba resbalar por el contorno de mi cuello y mis pechos aunque, a intervalos, también me quedaba absorta observando cómo salía disparado de su henchido rabo, como si fuera un geiser inagotable. Mi amante era realmente excepcional; me sentía afortunada.

Desperté tan tarde la mañana siguiente que casi podría decirse que era mediodía. Me había despertado antes, zarandeada por mi tía que me decía que se iba a pasar el domingo de excursión con unas amigas, pero me había vuelto a dormir. Después de vestirme e ingerir algo ligero, me fui a pasear con Braco al cercano parque aprovechando el buen día que hacía.

Conforme iba paseando, comenzaron a llegarme paulatinamente recuerdos de la noche anterior y no pude sino sentirme mortificada por mi comportamiento.

-Madre mía –dije para mí- si es que no tengo remedio… ¡Para una vez que salgo…!. En primer lugar, me fui sin despedirme de Pili y Maribel y encima, a Alejandro, que estaba intentando ligar conmigo, voy y le monto una escenita. Con lo simpático y atento que estaba siendo conmigo… Tonta, tonta, TONTA. –me recriminé golpeándome ligeramente el muslo. Pero eso no era todo, aún quedaba la guinda del pastel. –Un momento… ¿acaso le insinué que follaba con mi perro?... –Mi corazón empezó a acelerarse y un ligero sudor frío empezó a mojar mi espalda.-No puede ser verdad, lo tengo que haber soñado… ¿no? Oh Dios mío… Puede que él no lo interpretara de esa manera, pero… ¿y si no es así? ¿Qué pensará de mí?

Mi estado de ánimo se derrumbaba por momentos. Me sentía abrumada por la mezcla de vergüenza, auto-enfado y decepción que se me empezó a formar una bola en la garganta. Mis ojos empezaron a humedecerse con los primeros sollozos de tanta como era mi pena. Braco me miraba, intuyendo que algo malo ocurría y no se apartaba de mi lado aportándome su silencioso cariño, olvidándose de todos los estímulos emocionantes que le llegarían a sus sentidos para solo estar pendiente de mí. Decidí que en mitad del parque no era un buen lugar para dejar fluir mi torrente de lágrimas y me giré para volver a casa, confiando en poder aguantar hasta entonces. Sin embargo, casi me di de bruces con Alejandro y su perro Zeus.

-Ahh, Alejandro… -intenté recomponerme con presteza para que no se notara mucho mi congoja. Con una escenita ya había tenido bastante.

-Hola Clara… Estoo, ¿cómo estás?

-Bien, bien, gracias. Esta mañana ya soy dueña de mi misma. Es por eso que quería pedirte disculpas por mi comportamiento de anoche…

-Nada, nada, no es necesario. Yo también quería decirte que lo siento. Se ve que el alcohol me afecta más de lo que pensaba y lo mismo me puse demasiado chulito...

-A mí sí que me afecta, que no me doy cuenta de las cosas y me pongo peleona…-me sentía azorada por su repentina presencia aunque he de que reconocer que el inesperado encuentro había hecho olvidar gran parte de mis dramáticas emociones.

-¡Qué curioso lo tranquilos que están Zeus y Braco hoy! ¿Verdad? Normalmente no hacen muy buenas migas.

-Tienes razón, pero no seré yo la que me queje de eso… jajajaja. –La montaña rusa de sentimientos estaba provocando que mi corazón se acelerara y buscaba ansiosamente algún tema interesante y ligero para normalizar la conversación. Aunque, antes de que pudiera decir nada más, Alejandro comentó:

-No me gustan demasiado los domingos por la tarde, ¿y a ti? Parece que esté casi pensando en el lunes y la vuelta al trabajo. Siempre intento buscarme algo para entretenerme... estaba pensando… ¿haces algo tarde?

Se había lanzado a hablar casi sin respiro entre una frase y otra, y me di cuenta en ese momento de su propio nerviosismo. Además de atractivo, casi más que la noche anterior aún con vaqueros y deportivas, resultaba adorable. Una explosión de felicidad me inundó en pecho temiendo por la resistencia de mi desbocado corazón.

-En principio no tengo nada que hacer. ¿Se te ocurre algo? –acerté a decirle un poco avergonzada.

-Pues… podríamos ver una película en mi casa y hacer palomitas. ¿Qué te parece?

-Vale, pero a condición de que la peli la elija yo, ¿ok?

-Ummmm… mmmm –se hizo el interesante sonriendo y llevándose la mano al mentón como considerando mi propuesta. –De acuerdo, pero yo también tengo una condición.

-¿Y cuál es?

-Llámame Alex.

La distribución de las habitaciones de la casa de mi vecino era similar a la nuestra y, para mi sorpresa, estaba bastante limpia y ordenada. Había supuesto que un chico trabajador viviendo solo con su perro sería más descuidado, pero no era así. En esto estaba pensando mientras admiraba su colección de DVDs de películas antiguas y modernas tratando de elegir una, al tiempo que Alejandro –me iba a costar mucho acostumbrarme a llamarlo Alex- terminaba de preparar palomitas en la cocina.

En el espacioso salón había pocos muebles; lo presidía una inmensa librería de madera que ocupaba toda una pared  y que estaba flanqueada por varios posters de películas y un hermoso cuadro de un atardecer en Paris con coloridos rasgos difusos. Debo decir que me encantaba la decoración y cada cosa que descubría nueva de él hacía que me gustara más.

-Bueno, pues esto está listo- me dijo mientras regresaba con un cuenco grande a rebosar de palomitas. -¿Has elegido ya la película?

-La decisión no ha sido fácil, aunque me decanto por la primera de “El Padrino”. ¿Qué te parece?

Se quedó dramáticamente parado en el sitio durante unos momentos, para luego, juguetonamente, decirme:

-¿Te quieres casar conmigo?

-Jajajaja, ¡anda yaaa! Venga, acerca esas palomitas para acá que se me hace la boca agua y ve poniendo la peli.

Justo después, nos acomodamos juntos en el cómodo sofá tipo chaise longue que estaba enfrente de una gran televisión de pantalla plana. Zeus se había estado paseando por la casa y por fin decidió instalarse a dormitar cerca del sofá. Como es natural, había dejado a Braco en casa. Una cosa era que empezaran a tolerarse y otra muy distinta introducir a mi perro en los dominios del otro. De lo que sí me había asegurado, era de llegar vestida apropiadamente para la ocasión, con unos vaqueros azules elásticos que eran a la par cómodos y provocativos y una camiseta azul y blanca de cuello enorme que me ponía ladeada dejándome un hombro al descubierto. La tiranta negra de mi sujetador que estaba a la vista hacía juego con mis negras braguitas tipo tanga. Me gustaba -y me gusta- ir preparada para todo, por si acaso…

Al principio de la sesión no hablamos mucho, simplemente mirábamos la pantalla y comíamos palomitas. Disfrutaba muchísimo el rato tan agradable que estaba pasando y me alegraba sobremanera que todo se hubiera aclarado entre los dos. Ocasionalmente, al ir a coger palomitas del cuenco, nuestras manos se rozaban ligeramente. Inicialmente me sobresaltaba un poco, pero luego me di cuenta de que casi me decepcionaba la ocasión en la que no nos tocábamos. En ese momento ni siquiera intuía lo velozmente que se iban a desarrollar los acontecimientos.

Aproximé la mano al cuenco semivacío y Alex, firmemente pero con dulzura, me cogió de la mano. Lo miré y lo encontré mirándome. Sus ojos eran lo más hermoso que he visto nunca y tenían un precioso brillo. Su expresión era a la vez tierna y confiada y lentamente se inclinó hacia mí. No tuve que pensar nada. Yo también me incliné hacia él y nos besamos. Despacio al principio, uniendo nuestros labios entreabiertos. Más intenso después, cuando noté que su mano libre me agarraba gentilmente la cabeza mientras yo le acariciaba la cara, el brazo, el torso… Nos separamos un poco para vernos, justo el tiempo para recuperar el resuello. Los nervios de un primer beso con una nueva pareja, ¿quién no lo recuerda? Pero era mucho más. Y yo quería mucho más.

Con una conexión instantánea, todo se precipitó. Él retiró el recipiente de las palomitas a una mesa cercana mientras yo me sentaba a horcajadas sobre él y tomando su cara entre mis manos, busqué su boca para besarla y morderla con deseo. Nuestras lenguas se enlazaron y bailaron mientras notaba como mi respiración se agitaba. Y más cuando sus varoniles manos me agarraron el culo para estrujármelo con la fuerza justa. Agarré su camiseta por la parte inferior y de un tirón se la saqué. Ahí fue cuando vi por primera vez el tatuaje tribal que le recorría el hombro izquierdo y parte del pectoral. Era evidente que se cuidaba. Pude disfrutar y acariciar sus tonificados músculos por unos momentos mientras él igualaba el juego despojándome de mi camiseta.

Nunca he tenido unos pechos grandes aunque creo que son bonitos. Y siempre me ha gustado observar la expresión de mis amantes la primera vez que los ven. Casi me parece que disfrutan más ese momento que cuando luego ven el culo o el pubis. Es como si tácitamente les dijeras: aquí están mis tetas, puedes jugar con ellas.

Así que, erguida sobre su regazo –el cual notaba palpitante- me deshice del sujetador. Sus ojos subían y bajaban mirándome la cara y el pecho con fascinación mientras sus manos, que me tenían sujeta por la cintura, no opusieron resistencia cuando las guié despacio hacia mis tetas, los cuales empezó a masajear con ligera torpeza. Acto seguido, escuché con satisfacción el gemido que surgió de su garganta cuando descendí una de mis manos hacia su entrepierna,  palpándola por encima del pantalón. Acallé el siguiente gemido comprimiendo mi boca contra la suya. La pasión de nuestros besos era impresionante. Casi parecía que quisiéramos devorarnos el uno al otro hasta que ya no puede más y, apartándolo hacia atrás con un brazo, me levanté para desabrocharle el cinturón. Me arrodillé mientras le bajaba los vaqueros hasta los tobillos y metí la mano dentro de su bóxer a rayas negras y verdes para agarrar su caliente masculinidad. Al sacar su tumefacto miembro, vi que era de tamaño normal, estupendo para mí, quizá más grueso que otros que había visto. Y mirándolo a los ojos, despacio, descendí hasta lamerle ligeramente la parte trasera del glande.

-Ooooh Diosss… -acertó a decir mientras me lo metía en la boca y empezaba a chuparlo como si fuera un cucurucho de mi sabor favorito. Recorrí con mi lengua toda su longitud hasta llegar a unos testículos bien rasuraditos. Para premiarlo por su considerada higiene, los lamí también suavemente con toda la extensión de mi lengua fuera de mi boca, al tiempo que mi mano derecha le pajeaba.

Me sentía muy mojada y cachonda. Además, el ver que él disfrutaba mucho de mis atenciones me hacía sentirme confiada. Me estaba currando una buena mamada y podía intuir las caricias y lametones que más le gustaban por cómo aumentaban sus gemidos de placer o por cómo se estremecía. Aunque llegó un punto en el que noté que sus caderas se movían casi por sí solas –ese gesto me hizo recordar la noche anterior con Braco - e intuí que era el momento de pasar a otro tema.

Me incorporé dándole un respiro y me desabroché el vaquero en frente de él para quitármelo con parsimonia. Contoneándome como una gata en celo me giré para colocarlo en una silla cercana y para que así pudiera recrearse con la visión de mi tanguita negro bien metidito por mi culo. A medio camino de la silla se encontraba mi sujetador por lo que, con un movimiento fluido, me agaché sensualmente con las piernas rectas para recogerlo y acaricié la cabeza de Zeus que seguía recostado sin duda entretenido con nuestras actividades.

Regresé a él con pasos tranquilos y sensuales, mirándolo pícaramente. Alex seguía sentado y mirándome embelesado. Me detuve de pié justo delante de él y mientras entreabría un poco las piernas le susurré con voz sugerente:

-¿Me ayudas a quitarme las braguitas? Es que tengo un poco de calor…

Se inclinó hacia delante y me las bajó lentamente. Cuando cayeron a mis tobillos, las aparté mientras comprobaba como mi compañero disfrutaba de la visión de mi vello púbico bien recortadito. Elevó ambas manos para agarrarse a mis caderas con evidente intención de inclinarse hacia mí para lamerme el chochito.

-Quieto león-le dije, juguetona. –Ya habrá otros momentos para que me saborees a tu antojo. Ahora lo que quiero es subirme encima de ti y cabalgarte, ¿te parece bien?

-Bueno, me gustaría probar tu sabor, pero si quieres darte una vuelta en mi moto-nabo… , ¿cómo podría decir que no a eso?

-¡Ostia! Jajajaja, moto-nabo dice… Anda, borrico –le dije casi con lágrimas en los ojos riéndome aún por su ocurrencia- ponte la protección que vienen curvas...

En un momento sacó un preservativo de uno de los bolsillos de su pantalón vaquero que se encontraba en el suelo puesto que, finalmente, había liberado sus tobillos de la atadura que le producían. Con maña –se notaba que había practicado muchas veces ese gesto- se lo colocó y yo, por mi parte, procedí a ponerme de nuevo a horcajadas encima de él. Agarrando su pene por la base, lo guié hacia la entrada de mi húmeda cueva. Con un poco de presión y un movimiento sencillo y natural, se introdujo lentamente para explorarla por primera vez.

-Ahhhh, sí, eso es… ooohhhh –gemí contenta al sentirme llena de su caliente y dura polla mientras me movía lentamente insertándomela y sacándomela poco a poco pero cada vez más profundamente.

-Puuuuuf, joder que bien te mueves… ¡Esto es mejor que lo que me había imaginado!

-¿Sí? ¿Te habías imaginado cómo sería hacerlo conmigo? –le pregunté curiosa mientras lo instaba a contármelo apretando mis músculos vaginales sobre su endurecido miembro.

-Jodeer, ¡ya te digo! ¡¡Aunque la realidad es mejor!!

-Y espérate, que todavía no has visto nada… -y con estas palabras aumenté el ritmo de las penetraciones mientras mis tetas, bamboleantes, quedaban a la altura de su cara. Me acerqué un poco para que pudiera enterrar su cabeza entre ellas y Alex así lo hizo, deleitándose con su calor y su suavidad.

Aprovechando el respaldo del sofá, me levanté un poco para colocarme en una postura acuclillada. Así, podía clavarme su polla hasta los huevos en mi empapado coñito. Ahora sí, caía sobre él con la potencia de una amazona cabalgando a su semental. Sus manos, colocadas bajo mis muslos, acompañaban el movimiento de mi cuerpo. El ruido lúbrico de las penetraciones era maravilloso, al igual que las sensaciones que experimentaba al mirarlo a los ojos y verme reflejada en ellos. Nos besamos con frenesí mientras seguíamos follándonos como si no hubiera un mañana. Aprisioné su lengua entre mis labios y empecé a chuparla arriba y abajo como antes había hecho con su polla, acompasando ambas penetraciones. Nuestros cuerpos no podían estar más entrelazados.

-Clara, Clara… me tienes excitadísimo… si sigues así… vas a hacer que me corra demasiado rápido…

No me lo pensé y me descabalgué de él colocándome arrodillada entre sus piernas. Con un tirón, le saqué el condón el cual se estiró increíblemente hasta liberarse con un latigazo. Separé mis rodillas mientras nos masturbaba. Una mano para él y otra mano para mí. Apenas se escuchaban las conversaciones de la película con nuestros jadeos sexuales. Aunque los míos aumentaron de nivel cuando noté que una lengua canina me lamía mi empapado sexo. No me sobresalté –de hecho, casi confieso que lo esperaba- pero Alex sí se percató.

-¡¡Zeus!! ¡¡Estate quieto!! ¡¡Fuera, chico!! ¡¡Fuera!! –exclamó con evidente agitación.

-Mmmmm… ¿pero por qué quieres echarlo? Ahhhh…-acerté a decir extasiada por tantos estímulos -¡déjalo que se divierta un poco él también! Mmmm, además… me lo hace… estupen…da…mente…

Y gozando de la visión del cunnilingus que su perro me hacía y también gracias a mis contundentes sacudidas sobre su polla, sentí cómo ésta se le hinchaba un poco más anunciando su orgasmo. La apoyé contra mis tetas y seguí masturbándolo con rapidez. Estaba supercachonda y quería su caliente leche sobre mi pecho.

-Córrete en mis tetas Alejandro, échame tu leche por encima… mmmm… sííí, vamos, quiero tu leche, dámela. DÁMELA. Mmmmm…

-JODEEEEERRRRRRRRR… - Con un fuerte espasmo orgásmico, Alex arqueó la espalda contrayendo los músculos de las piernas. Observé cómo los ojos de mi amante se quedaron en blanco en el momento del clímax al tiempo que alargados chorros de blanco esperma me caían sobre las tetas.

Como os decía, estaba muy cachonda, pero no como para llegar al orgasmo todavía. Sin embargo, su dura polla eyaculándome encima, mis continuos roces en el clítoris junto con los ásperos lengüetazos de Zeus, colmaron el vaso de mi excitación y me sobrevinieron con precipitación unas soberbias oleadas de placer físico.

-Ahhhh, sííí, Dios mío, yo también me corro, Alex, me corro… AAAAAAHHHHHH AAAAAAAAAAHH.

Las sacudidas que recorrieron mis piernas hicieron que fuera consciente del daño que me estaba haciendo en las rodillas contra el duro suelo aunque en ese momento no me importara. Estaba disfrutando de una estupenda corrida, diferente –ni mejor ni peor- que a las que me tenía acostumbrada Braco. Casi al final de los deliciosos y agónicos temblores, la totalidad del vello de mi cuerpo se puso de punta, e incluso después de unos breves momentos, sentí un ligero dolor de cabeza sin duda propiciado por la intensidad de la culminación del acto sexual.

El miembro de Alex –todavía en mi mano- se volvía flácido poco a poco, así que, con dificultad me levanté empapada de su semilla masculina. Gruñó Zeus, supongo que fastidiado por impedirle continuar con sus quehaceres, aunque tenía claro que ese día no iba a llegar más lejos con él. Me dejé caer, exhausta pero feliz –de hecho, lo más feliz que jamás me había sentido-, en el sofá. Con el movimiento, mi vecino y amante, volvió un poco en sí y me encontró a su lado. No puedo más que decir que me derretí cuando me miró sonriente.

-Ha sido increíble… -apenas acertó a decir lentamente mientras parpadeaba somnoliento.

Y así acabó mi primera cita -y mi primer polvo- con mi marido.