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Mi nueva mamá

en Amor filial

Los faros de los otros coches rompen esporádicamente la oscuridad de la noche; iluminan las gotas que trazan su trayectoria asociándose entre sí sobre el cristal de la ventana. Se reflejan en los ojos de Pablo dibujando una metáfora exacta de su estado de ánimo: triste, frío, oscuro.

Viaja lejos una vez más, lejos de sus amigos del orfanato, amigos temporales que van y vienen, entran y salen de su vida dejando una marca relativa en su recuerdo. Debería sentirse alegre y esperanzado por formar parte de una nueva familia. Después de tantos años de centro en centro ya había perdido la esperanza de encontrar un hogar más exclusivo que el de una gran sala llena de literas.

Gira la cabeza y mira a Sofía. Ella observa por la ventana sin prestarle ninguna atención. En el interior del coche reina un silencio que camina sobre el tenue ruido del motor. El chofer, uniformado, no trasmite nada con su actitud más allá de lo que transmitiría un autómata.

El hombre que va sentado a su lado es el único que habla con el chico muy de cuando en cuando. Parece abogado o notario o algo por el estilo. Mientras escucha, Pablo recuerda cómo ese hombre le ha cambiado la vida en el despacho de su tutora por la mañana: “Pablo, tu tío Franc quiere que vayas a vivir con él en su casa del norte”.

El niño supo siempre que tenía un tío pero ni si quiera recordaba haberlo visto nunca. Siempre se había encontrado completamente desarraigado en este mundo, pasando de mano en mano entre religiosos y funcionarios. Nunca pensó que un día, después de tanto tiempo, aparecería un pariente lejano que querría cobijarlo en su guarida… y !que guarida! Pablo no da crédito cuando, después de que el vehículo se adentre en el jardín, vislumbra una mansión impresionante.

Un silencio repentino rompe el monótono zumbido del motor. Solo algunos grillos lejanos sirven de telón de fondo para los portazos de las correspondientes puertas del auto. Tras subir los escalones dejan a tras el sonido de los neumáticos sobre la gravilla: Pablo, Sofía, y el señor Mediavilla entran en la lujosa estancia. La mirada del chico revolotea de un lado a otro sin parar, hay tantas cosas… cuadros, esculturas, fuentes, plantas, muebles, puertas, pasillos, salas… todo está impregnado de una esencia muy lejana a la austeridad de los edificios públicos de acogida.

Tío Franc es, realmente, el hermano de el abuelo de Pablo. Es viejo y ciego. Viste una bata y calza zapatillas. Sentado en la butaca, no deja de hacerle preguntas con un tono amable. Superada la incomodidad inicial que le provoca hablar con un desconocido con el que ni siquiera puede sintonizar la mirada, Pablo empieza a sentir la calidez de un hogar. Nada tiene que ver con el calor de la chimenea, es algo mucho más subjetivo. Por primera vez nota que un adulto siente interés por él, un interés no fingido ni estipulado como obligación en un contrato de trabajo, un interés real aunque misterioso.

Una sirvienta está poniendo la mesa mientras la cocinera está acabando de preparar la cena. Sofía está desaparecida. En un momento de pausa en la conversación, después de repasar su corta pero ajetreada vida de huérfano, Pablo intenta imaginar el papel que tendrá ella en todo esto. ¿Será la hija de tío Franc? no parece una sirvienta. Este último pensamiento se ve refrendado por la aparición de la despampanante mujer en la sala.

Durante el trayecto ella llevaba el abrigo puesto y el niño, distraído, no había reparado en ninguna anomalía de su cuerpo. Pero el vestido que lleva ahora no deja demasiado a la imaginación y permite entrever unos enormes pechos que desafían la ley de la gravedad y que a duras penas logran mantenerse cubiertos por un temerario escote que termina por debajo del ombligo.

Una elegancia extrema es lo único que separa esa prenda de algo completamente obsceno. La decencia que reina en el comedor está gravemente amenazada por el más mínimo meneo que, sin ninguna duda, podría liberar uno de esos exuberantes senos.

-Franc, Pablo, a la mesa- Con una voz gruesa a la vez que femenina.

La sirvienta se da mucha prisa para ayudar al tío Franc a levantarse y a encaminarse hacia su asiento donde le espera una suculenta cena. El niño logra por fin normalizar su expresión boquiabierta y dejar de mirar fijamente las tetas de Sofía. Ella finge no darse cuenta aunque es plenamente consciente de el efecto que causa su cuerpo en un niño de 18 años en pleno despertar sexual. Es difícil alcanzar a comprender que pasa por la mente de una mujer para que tenga tal comportamiento en su propia casa. En efecto: Ella es la esposa de tío Franc.

Todo empezó hace unos años cuando ella era su enfermera-asistenta. Franc estaba perdiendo progresivamente la visión fruto de una enfermedad letal irreversible. Paralelamente desarrollo una dependencia absoluta hacia esa mujer y un enamoramiento patológico. Él nunca se había enamorado realmente y su mundo se le trastocó; dejó a su mujer de toda la vida y se caso con Sofía.

¿Que empuja a una mujer en plenas facultades físicas y mentales a casarse con un viejo multimillonario a quien le quedan pocos años de vida? Es fácil emitir juicios a primera vista aún sin conocer los detalles. El caso es que Franc nunca ha podido ver nítidamente a su amada y su enfermedad, que empezó por privarle de su visión, poco a poco va afectando a otras funciones de su cuerpo y ya empieza a chochear.

Pablo toma partido en esa deliciosa cena sin mucho dialogo de por medio. Se encuentra en una situación comprometida intentando apartar la mirada de ese escote deslumbrante. Tiene a Sofía muy cerca y se siente observado. Sería difícil disimular un contacto visual con tan notables redondeces. En lugar de eso, observa las caras de asombro de las sirvientas; expresiones escandalizadas pero atrincheradas fuera del campo de visión de Sofía que se normalizan al entrar en escena y poner el segundo plato en la mesa.

Pablo siente confirmadas sus sospechas de que en esa mesa está ocurriendo algo realmente extraño. No se trata solo de su obsesión por los pechos grandes lo que rompe la placidez de la velada. Franc tiene la visión completamente anulada y por eso el chico no puede evitar sentirse cómplice de una situación bochornosa. Aún así, la seriedad que envuelve a esa mujer es inquietante y la solemnidad que reina entre el sonido de los cubiertos solo se rebaja con algunos comentarios simpáticos del viejo.

A pesar de todo, el niño presta suficiente atención al banquete para disfrutar de su calidad. Nunca había saboreado una comida tan elaborada. Incluso los postres hacen gala de un refinamiento sin igual hasta el punto de parecer más una decoración que un manjar en sí mismo.

Al terminar, Sofía se levanta y le dice a Franc que se va a la cama. Mientras ella camina alejándose de la mesa Pablo se permite contemplarla hasta que, inesperadamente y justo antes de cruzar el umbral de la puerta, ella gira la cabeza dejando caer un mechón de su pelo negro sobre su rostro y le dedica una mirada durante un breve instante antes de salir de la sala.

Todo cambia en un solo instante. Hasta ese momento, Pablo había interpretado la frialdad de esa mujer como algo simple y evidente, pero ese gesto fugaz desvela otra dimensión completamente diferente debajo de esa distancia. Es como si de pronto hubiera visto a otra persona escondida tras una máscara de inexpresividad. Siente que su presencia en esa casa ha cambiado la vida de esa mujer y que ella le ignoraba para mantener una pose. Intenta atar esos pensamientos con la situación vivida durante la cena y le asaltan infinidad de interrogantes.

****

Con los ojos adaptados a la oscuridad, Pablo contempla como la escasa luz de la luna que entra por la ventana ilumina sutilmente su nueva habitación. El viento sopla y describe una noche fría. Se siente afortunado de encontrarse tan bien arropado en su cómoda cama. Hace ya un buen rato que descansa pero no consigue conciliar el sueño. Hoy ha sido un día lleno de emociones pero la imagen de Sofía eclipsa todos sus otros pensamientos. Ese pelo negro, esa mirada cargada de significado en el último momento, ese par de…

Tiene la polla tiesa desde hace un buen rato pero tiene bien decidido no toquetearse más porque cada vez resulta más frustrante ser todavía un niño. Poco a poco consigue relajarse y sumergirse en otros pensamientos. El cansancio de una jornada ajetreada hace mella en él y acaba durmiéndose:

-Pablo, te traigo el vaso de agua que me has pedido-   Sofía con un camisón indecente.

-Pero si yo no te he pedido…-   desorientado y soñoliento en su cama.

-Claro que si tonto, aquí lo tienes-   sentándose muy cerca de él.

-“glup, glup, glup”-   Pablo traga mientras se le caen los ojos.

-¿Que es lo que estas mirando?-   pregunta ella indignada y amenazante.

-“glup” nada ¿porqué?-   sintiéndose descubierto y lleno de temor.

-¿Nada? !¿y este bulto en el pijama?!-

Pablo se despierta con un gran sobresalto: con la sensación de haberse tirado un vaso de agua fría por encima justo cuando su madrastra le agarraba repentinamente su pene erecto.

Aún sabiendo que solo era un sueño, no se le pasa el susto de sentirse descubierto por Sofía. El corazón le late con fuerza y su polla sigue señalando el techo sin titubear. Sabe que no conseguirá conciliar el sueño de nuevo.

De entre sus preocupaciones emerge una idea que está a punto de pasar de largo por su pensamiento pero que cuanto más permanece en un rincón de su cabeza, más se nutre de motivos que la avalan: Esa bañera que le ha mostrado la sirvienta, en el lavabo, justo antes de instalarse en su cuarto; ese pedazo de recipiente de mármol que se le ha insinuado como solo un inerte pedazo de mineral puede insinuársele a un humano; esa piscina domestica que le ha prometido telepáticamente el mejor baño de su vida…

Puede que fuera ese el momento, al fin y al cabo está en su casa. El sonido del viento le quita mucha pureza al silencio que pueda romper, la mansión es muy grande como para despertar a los otros habitantes, ¿el gasto? Una leve sonrisa de despreocupación se dibuja en su rostro. Comprende que todas las limitaciones que condicionaban su comportamiento se habían esfumado en ese día que estaba a punto de coronar con un relajante baño. Un baño que le ayudaría a relajarse y a conciliar el sueño.

En el orfanato no podía ni levantarse a mear sin que alguien se despertara por su culpa, no podía ni moverse en su propia cama sin molestar al de arriba de la litera y, por supuesto, el único sitio donde podía lavarse era una pequeña ducha que solo le escupía unos litros limitados de agua caliente. Poco a poco va tomando consciencia de lo afortunado que ha sido en un martes que había amanecido como cualquier otro.

El consenso de sus pensamientos le permite abrir el grifo sin ninguna culpabilidad y empezar a llenar su futuro emplazamiento. Hay un gran ventanal impropio de un lavabo que se va empañando lentamente. Tras una pequeña indecisión, el niño se saca la parte de arriba de su pijama.

-Pablo ¿qué haces?- La voz de Sofía absorbe de repente toda su atención.

-Na.na.nada, no podía dormir y… he pensado que podía darme un baño relajante, no creí que pudiera despertar a nadie.

-¿Pero tú crees que estas son horas para baños?-   dice ella con un tono confuso.

-Perdona Sofía, ya me voy a la cama-  avergonzado mientras recoge su pijama.

-Deja eso, nunca más vas a ponerte una prenda como esa, no entiendo como Consuelo no te ha dado ya la ropa nueva. Ese pijama ni si quiera es de tu talla y está viejo y roto.

-A… entonces…- el niño no sabe bien cómo actuar.

-Ahora ya está, ya me has despertado. Franc duerme como un tronco y además está medio sordo, no se entera de nada-

Pablo se sorprende de la manera de hablar que tiene esa mujer sobre su esposo. No parece que le respete demasiado. Sofía camina muy pausadamente hacia la bañera y toca el chorro que la está llenando. Por un momento parece que se haya olvidado de que no está sola. Súbitamente le clava la mirada y le pregunta:

-¿Quieres que venga consuelo a bañarte?-  con una expresión suspendida e incierta.

-nooo. noo.. noo. no mmmmmm no.- esbozando una sonrisa llena de inseguridad.

-Ahora eres rico Pablo, tienes derecho a que te bañen-  condescendientemente.

No sabe hasta qué punto le está tomando el pelo Durante unos segundos la mira intentando avistar algún ápice de luz que le ayude a discernir entre broma y seriedad. No lo consigue y buscando una salida le argumenta:

-no quiero despertarla, ya es muy tarde- casi susurrando.

-Ven aquí mocoso, por una vez te bañare yo- quitándose la bata de seda.

-N.no.noo.n- mientras sufre el impacto de un camisón poco razonable.

-¿qué pasa?- Con un tono marcadamente erótico.

-Tengo 18 años- Con cara de puzle desencajado.

-Ah, perdona, ¿eres demasiado mayor para que te bañe?- inclinando la cabeza.

-………….nu- Se le ha encendido una lucecita en el pensamiento.

Pablo nunca se ha caracterizado por ser miedoso y siempre era el primero en embarcarse en travesuras, peleas, fugas…

En un entorno tan nuevo se encuentra un poco descolocado pero no duda demasiado antes de bajarse los pantalones. Es consciente de que su pene no se encuentra en estado de reposo pero su vigor no es aún disparatado a pesar de la sugerente presencia de tan voluptuosa mujer.

Sofía parece distraída con la botella de jabón y eso le da confianza para meterse dentro del espumoso agua caliente y sentarse en una de las cómodas irregularidades que le ofrece la superficie. El cabal no es todavía tan generoso como cabía esperar y las partes del niño quedan totalmente expuestas. Duda en cubrirse de algún modo pero opta por acomodarse despreocupadamente intentando transmitir seguridad.

Sofía deja de fingir que lee las etiquetas de las botellas y sin apartarse el pelo de la cara le mira y se mete con él en el agua. Su camisón es tan corto que no limita sus movimientos en absoluto: al parecer, a ella no le importa mojárselo y se arrodilla frente a él mientras vierte el cremoso jabón en sus manos. No tiene intención alguna de usar esponja. Empieza a frotarle el pecho suavemente con movimientos lentos, hombros, axilas, brazos… para terminar cogiéndole ambas manos.

Pablo vive esas caricias de una manera particularmente intensa. Ni si quiera recuerda que alguien nunca le hubiera tocado más allá de lo estrictamente necesario. Sus mirada ha sido cautivada por el hechizo de los enormes pechos de su nueva mamá cuyos pezones luchan por manifestarse a través de la transparencia de tan fina tela.

Contener una mujer de tan alto calibre parece una tarea titánica para un camisón de tan pequeñas dimensiones. La polla de Pablo reclama atención a gritos rompiendo la poca moralidad que le quedaba a esa situación. Sofía deja de eludir dicho objetivo visual y abandona el rostro del niño para mirar de reojo al necesitado miembro. Suavemente susurra:

-¿Qué es lo que está pasando aquí? Yo pensaba que eras solo un niño-

-Sí, todavía soy un niño pequeño- balbucea atontadamente.

-Entonces, ¿Que le pasa a tu pene?- buscando su mirada.

Pablo la mira, pero guarda silencio. Acompañándose con una sonrisa compasiva, Sofía vuelve a inundarse la mano con el jabón de olor a coco y con toda naturalidad empieza a emplearse en la limpieza de esa firme indiscreción. El tiene un primer gesto de rechazo pero rápidamente es sofocado por su razón con una buena dosis de calma desinhibida. La timidez nunca ha tenido mucho que decir en su carácter.

La mujer está sorprendida de que un niño tenga un pollón como ese a tan tierna edad. No parecía gran cosa hace pocos minutos pero su lucha por cobrar protagonismo no parece tener fin. Sin siquiera proponérselo, el movimiento de sus manos deja de tener un carácter limpiador para convertirse inequívocamente en una paja. Los dos se dan cuenta al mismo tiempo. Ella empieza a respirar de una manera más intensa y profunda. Llena de sensualidad le pregunta:

-Pablo… ¿Te has corrido alguna vez?- En voz baja para no darle sonido a lo indecente.

Pablo mueve la cabeza a modo de negación mientras sigue resiguiendo ágilmente con la mirada a Sofía: su cara, sus tetas, sus manos en su pene… Ella se siente más sucia aún sabiendo lo que se trae entre manos. Su culpabilidad es residual ante tan morbosas sensaciones.

Apaga el grifo dado que el nivel del agua ya ha inundado los huevos de el chaval. Usa el agua para aclararle el pene y seguidamente, para sorpresa de Pablo, escupe sobre él.

-¿Sabes que es una mamada?-

Sin esperar respuesta se la mete hasta el fondo haciendo tope con la cara en el vientre del niño.

Claro que lo sabe, pero hasta ese momento solo había usado esa expresión a modo de palabra malsonante y ofensiva, nunca en otro contexto.

Sofía emplea una gran variedad de movimientos vocales mientras se realiza en su tarea: rápidos, lentos, profundos, superficiales, sonoros, mudos… se alterna con las manos para recobrar la respiración. Babea y escupe constantemente mientras empieza a gemir entrecortadamente.

Pablo no da crédito al trato que está recibiendo. Está más caliente de lo que nunca hubiera podido imaginar; asimismo, Sofía está tan cachonda que no puede esperar más y se monta encima del crío. El camisón es su única prenda y no presenta ningún impedimento para que la polla del niño penetre en su chocho sin requerir siquiera una mínima ayuda manual.

Las piernas abiertas de la mujer propician que la tela suba dejando sus grandes y redondas nalgas al descubierto. Ella empieza a gemir abiertamente mientras Pablo, alarmado, mira la puerta abierta.

-Ah, aah, aaah, tranquilo cariñoooh, sin, sin el sonotone noooh, no se enteraaaaah-

Y sigue jadeando apasionadamente. El niño la mira boquiabierto con los ojos como platos y le aprieta las tetas instintivamente. Ella sonríe y sin dejar de cabalgar, levanta los brazos para quitarse su camisón empapado y quedarse completamente desnuda. Al quedar libres, sus grandes pechos empiezan a moverse desenfrenadamente hacia uno y otro lado, en círculos, rebotando el uno con el otro…

Sus pezones no tienen demasiado relieve pero son muy grandes y tiñen una parte destacable de cada melón. Ella no para quieta y cada vez empuja con más energía y rapidez hasta que de pronto, reprime un grito para correrse abrazando fuertemente al niño quien la sujeta por la cintura.

Está un poco asustado. Es consciente de que algo ha pasado para que ella se detenga pero no sabe demasiadas cosas sobre sexo. Solo nota que no quiere que eso se detenga y empieza a comerle las tetas con gran entusiasmo. Ella le sujeta la cabeza e introduce su lengua en su boca.

Por un minuto bien entero se besan y se muerden los labios mientras el niño no puede sacar las manos de sus pechos. De pronto ella se desliza hacia abajo sumergiendo medio cuerpo y se coloca el pene enrojecido de Pablo entre sus melones.

Los aprieta con ambas manos y procede a masajearle la polla al estilo cubano. Pablo no puede dejar de mirar sus pechos mojados sumergiéndose parcialmente en cada movimiento. Empieza a dolerle el pene pero lo último que quiere en este mundo es detener ese transcurrir.

Sofía relaja los movimientos y se aparta un poco bajo la atenta mirada del niño que no puede creer lo buena que está su madre. Ella tiene su larga cabellera negra pegada al cuerpo y tapando parte de su rostro. Se acaricia el sensualmente y le dice:

-Ahora quiero que me folles por el culo Pablito-   con un tono vicioso.

A Pablo le vuelve a sonar a palabrota pero en pocos segundos asocia el significado real de la expresión. Hasta el momento su papel ha sido bastante pasivo pero ahora le toca actuar. Sofía está a 4 patas dándole el culo y se mueve de un modo pecaminoso. Decididamente Pablo se acerca y empieza a acariciarle el culo enérgicamente. Se sujeta el pene y empieza a empujar pero la contienda se presenta complicada, ella lo nota. Le da la botella y le dice:

-Ponte jabón cariño-

El chico se la embadurna bien y reemprende su misión exitosamente. La mete toda dentro y empieza a empujar con energía. La piel mojada resulta más sonora con cada envestida y el cuerpo de Sofía resulta más resbaladizo con tanto jabón de por medio. Las originales formas de la bañera parecen adaptarse a la postura que han tomado.

Los cristales del ventanal están ya completamente empañados. La acústica particular de los azulejos resaltan los gemidos de Sofía que se ven secundados por los de Pablo que cada vez está más desinhibido y más implicado en su cometido.

La coge firmemente por la cintura hasta que ve, a través de un espejo cercano, el balanceo de sus enormes tetas. No puede resistir más y alarga sus manos para sostener ese par de ubres mojadas. Sofía nota el cese del ritmo trepidante y las manos del niño recorriendo su cuerpo y oprimiendo sus pechos entre sí. Siente que su excepcional cuerpo, a veces tan incomodo, resulta perfecto para impresionar a ese niño que se está follando, abrumándolo con su voluptuosidad.

-No pares Pablo, cariño… fóllame con fuerza-

El niño obedece sumisamente y sigue empujando su polla dolorida dentro del culo de Sofía que gime holgadamente. Por unos momentos se siente mareado pero no cesa en su empeño. El oleaje causado por tan frenética actividad salpica los espejos e inunda el suelo del lavabo. La acción se prolonga durante largos minutos de frenesí:

-!Más! !más! !más! no pares Pablitooooh, !oh!- Moviendo el cuerpo y la cabeza como una loca.

Sofía vuelve a correrse, esta vez sin reprimir su gozo y sus gritos se dejan escuchar por toda la casa. Pablo sigue con todas sus fuerzas hasta que nota una sensación nueva para él. Algo que nunca antes le había ocurrido. Algo que de pronto paraliza sus movimientos y le hace poner los ojos en blanco mientras oprime su cuerpo con el de Sofía. Pablo se corre dentro del culo de la señora de la casa sintiendo un desahogo tan placentero que casi le hace perder la consciencia. Mucho más gratis en mi web, en el perfil del autor. Sus cuerpos se desvanecen sumergidos en el agua.

Después de la tormenta regresa la calma y unos segundos de quietud de ambos son suficientes para que el agua deje de tambalearse.

-Pablito, no vayas a contarle esto al tío Franc, si lo haces: seguro que te manda de vuelta al orfanato… no dirás nada ¿verdad?- con un tono muy mimoso y pausado.

Pablo hace que no con la cabeza mientras recupera el aliento. Echará un poco de menos a los otros niños pero pensándolo bien: prefiere a su nueva familia.