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Magic Man

en Control Mental

Magic Man

-¡Hostia puta! –gritó Lucy, sorprendida por el ensordecedor sonido de la alarma-. ¡Mierda, mierda, mierda!

Las luces se encendieron de golpe y la ventana por la que había entrado quedó sellada por un panel blindado.

-¿Cómo coño ha sonado la maldita alarma? ¡Se suponía que la había desconectado!

En efecto, la ladrona había invertido media hora en trastear con los cables de la caja de controles escondida en el jardín trasero de la mansión, pero era evidente que algo había fallado. Tendría que haber imaginado que una casa tan lujosa dispondría de un sistema de seguridad mucho más difícil de burlar.

La chica volvió a dejar el jarrón sobre el soporte y corrió hacia la ventana sellada, buscando alguna palanca o botón que le permitiera abrirla. Era inútil. Estaba atrapada como una rata. Su única opción era salir por la puerta con el jarrón en las manos, confiando en que no la agarrasen por el camino y la mandasen a la cárcel de cabeza. Tendría que ser más lista, más astuta y más ágil que...

-A ver, ¿qué está pasando aquí? –dijo alguien, abriendo la puerta y desconectando la alarma con un chasquido de sus dedos.

La chica estaba preparada para salir a la carrera y esquivar al dueño de la mansión valiéndose del factor sorpresa. Lamentablemente, perdió el equilibrio y cayó al suelo antes siquiera de que le diese tiempo de coger el jarrón.

-¡Auch! ¿Pero qué...? –dijo desde el suelo, intentando ponerse en pie.

-No te preocupes, querida –dijo el recién llegado, soltando una carcajada. Inexplicablemente, el jarrón estaba ahora en sus manos-. Es normal tener algunos problemas de equilibrio si no estás acostumbrada. Pronto te habituarás a ello.

Ya era inútil pensar en escapar por sorpresa. Lucy levantó la cabeza y miró al dueño de la mansión con ira y frustración. Era un hombre alto de aspecto regio, probablemente no mucho mayor que ella. Tenía el pelo negro engominado hacia atrás y una perilla muy bien cuidada que le daba un aspecto un tanto siniestro. Lo único que desentonaba era su ropa: llevaba un pijama blanco de algodón con dibujos de chisteras y conejos.

“¡Qué horterada!”, pensó Lucy.

-Mira tío... –dijo-. No... no hace falta llamar a la policía. ¿De acuerdo? ¡Ya me voy! Ya he aprendido la lección.

La ladrona consiguió ponerse en pie por fin y, nerviosa, miró al hombre del pijama, impaciente por ver su reacción.

-¿Eres de Appletown, querida? –preguntó él, dejando el jarrón tranquilamente sobre una mesita que había junto a la puerta.

-¿Qué?

-Que si eres de Appletown. Yo hace sólo un par de días que llegué, pero ya me está gustando este sitio. ¡Y la casa es espectacular! No me costó demasiado convencer a los anteriores inquilinos de que se marchasen a otra parte. ¡Sí, señor! Un pueblecito tranquilo que no aparece en los mapas y en el que a nadie se le ocurriría buscar algo de valor. ¿Me equivoco?

-Eh... ¿pu... puedo irme?

-¡Por supuesto que puedes irte, ladronzuela! –rió el hombre, alzando los brazos con gesto teatral-. Ni siquiera llamaré a la policía...

-Gra... ¡Gracias! –exclamó Lucy, que realmente no se esperaba tal grado de comprensión.

-Si me haces una cubana con ese par de pechotes tan suculentos –añadió.

-¿Eh...?

La ladrona miró al hombre sin creerse lo indecente de su proposición. Ella era una ladrona... ¡pero él era un maldito pervertido!

-¡Escucha, asqueroso! –gritó, presa de una furia irracional-. No tienes ningún derecho a... ¡¡OH, DIOS MÍO!!

El dueño de la mansión contempló con gesto divertido como Lucy descubría, para su sorpresa, que su discreto busto había adquirido la forma y el imponente tamaño de un buen par de melones cantalupos... ¡O incluso más grandes!

-¿Qué demonios me ha pasado? –preguntó, con la respiración entrecortada y sin poder apartar la vista de sus nuevos pechos, que parecían a punto de reventar su jersey.

-¿Ves? Ya te dije que te acostumbrarías. Al principio cuesta mantenerse en pie porque el equilibrio se altera un poco por el exceso de masa, pero veo que ya no tienes tantos problemas.

El hombre volvió a reír. Estaba de brazos cruzados, apoyando su espalda sobre la puerta cerrada.

-¿Tú... tú me has hecho esto? ¿Cómo...?

-¡No que va! Eso te lo has hecho tu solita al intentar robarme. ¿Acaso crees que un mago como yo va a tener una alarma vulgar y corriente? ¡Pero favor! Eso es para la gente aburrida y sin recursos –el hombre sonrió-. Vamos, que mi alarma te ha puesto tetas, por si no lo has entendido.

-¡No! No entiendo... ¡No entiendo nada! –gritó Lucy.

La chica retrocedió cuando vio que el siniestro inquilino de la mansión se le acercaba.

-Deja que me presente, querida –dijo-. ¡Soy Mordecai el Magnífico!

El susodicho volvió a levantar los brazos. Tras él, una elaborada pancarta bajó del techo. Podía leerse perfectamente: “Sheldon el Magnífico”.

-Ups... –exclamó el mago, avergonzado-. Me temo que es una pancarta vieja, de antes de que eligiera mi nombre artístico. Mejor será que olvides lo que has visto...

El mago volvió a reírse y la pancarta entera estalló en llamas, desmaterializándose en cuestión de segundos. Lucy estaba boquiabierta... ¿En qué clase de casa se había colado?

-Bueno, a ver lo que tenemos –dijo Mordecai, examinando a la ladrona con gesto inquisitivo-. Las tetas (cortesía de la casa) son de sobresaliente, desde luego. El pelo negro y rizado... me gusta el color, pero quedaría mejor si te llegase hasta los hombros. Eres un poco bajita, pero tienes un buen culo, y creo que con ese nuevo par de melones la impresión general es la adecuada. ¿Pero qué hay de esa ropa? ¿Así es como entras a robar en las casas? ¿Un jersey negro? ¿Unos pantalones vaqueros? ¿Y eso que cuelga de tu cinturón es un pasamontañas? ¡Qué poca elegancia!

-¿De qué estás hablando? –gritó Lucy, incapaz de soportar durante más tiempo cómo el mago la examinaba-. No sé cómo coño estás haciendo todo esto, ¡pero no tiene ninguna gracia! Llama a la policía si quieres, ¡pero deja el numerito del mago!

-¿Por qué? ¡Si es muy divertido! Además, te estoy haciendo un favor. ¿No quieres ser una ladrona en condiciones?

-¡No! ¡Déjame! ¡Esto no...! ¡AH!

Lucy fue testigo, aterrada, de cómo sus ropas se transformaban bajo las órdenes del hechicero. Si quedaba un gramo de escepticismo en ella acerca de la veracidad de lo que estaba viviendo, se desvaneció en el acto. Aquel hombre era un mago... ¡uno de los de verdad!

Et voilà! –añadió Mordecai, triunfante-. ¿Qué te parece? ¿Estás lista para saltar por los tejados?

El jersey, los vaqueros... ¡hasta los zapatos! Todo había sido transformado en una parodia imposible de un disfraz de ladrona, que más bien parecía sacado de un cómic. Llevaba un ajustadísimo traje de látex oscuro que marcaba todas y cada una de las curvas de su anatomía, con un escote abierto que mostraba y realzaba sin pudor alguno sus nuevos e inmensos atributos. Para rematar la faena, un par de guantes y botas largas de tacón del mismo material embutían sus brazos y sus piernas, tan ajustados que parecía una misión imposible tratar de sacárselos.

-Esto... ¡Esto no puede ser real! –dijo Lucy, paralizada de puro terror.

-Lo es, ladrona –rió Mordecai-. Notarás que el traje es muy cómodo y permite la máxima movilidad. Es casi como si fueses desnuda (y no sólo porque se te marca todo) –sonrió, guiñándole un ojo a la asustada joven-. Y ahora te lo volveré a preguntar. ¿Estás lista para mi cubana? ¡Veo que tus chicas sí lo están!

En efecto, las monstruosas tetas de Lucy parecían querer salir disparadas del traje de látex para lanzarse a por la polla del mago, aunque su dueña no estaba muy por la labor de permitirlo.

-Esto es una locura... –dijo, sin poder apartar la vista del mago, retrocediendo hasta verse de espaldas contra la ventana sellada-. Escucha tío, yo sólo quería... Yo...

Un pitido incesante silenció a la asustada ladrona. El mago sacó un anticuado teléfono móvil de su bolsillo y lo miró con desgana.

-Vaya –exclamó-. Me temo que es una llamada importante, morenaza. Voy a tener que ir a mi estudio a atenderla –se encogió de hombros-. Está visto que esta noche no voy a poder acabar nada sin que me molesten. Pero no te preocupes, solucionaré esto en cinco o diez minutos.

El mago se dirigió a la puerta agarrando el jarrón por el camino y llevándoselo consigo. Antes de marcharse miró a la asustada ladrona, que todavía seguía apretada contra la pared, con los ojos abiertos de par en par.

-Espérame aquí, ¿te importa? Aunque si quieres tratar de escapar, no te cortes. Pero te adelanto que es inútil intentar salir de esta casa sin mi consentimiento – añadió, cerrando la puerta tras de sí y soltando una risotada.

En ese mismo instante, Lucy corrió de nuevo hacia la ventana, tratando una vez más de abrir el panel blindado.

-¡Joder! –exclamó-. Sólo hay una salida posible...

La ladrona miró hacia la puerta por la que el mago acababa de marcharse. Si era discreta y tenía suerte, podría llegar al recibidor y forzar la puerta de entrada. ¡Se le daban muy bien ese tipo de cosas! Ya pensaría qué hacer con ese indecente par de pechos y con ese ridículo disfraz cuando estuviese a salvo lejos de ese mago diabólico. ¡Ahora la prioridad era escapar de sus garras!

Nada más abrir la puerta, la joven se encontró con un inmenso pasillo en penumbra que se extendía de derecha a izquierda. Había puertas por todas partes. Lucy probó suerte con la que tenía enfrente, pero resultó estar cerrada a cal y canto. Desesperada, comprobó que todas tenían cerradura.

-¡Mierda! –susurró, dando un taconazo en el suelo-. ¡Estoy atrapada! Pero alguna tiene que estar abierta... ¿Qué clase de loco paranoico tendría todas las puertas de su propia casa cerradas con llave?

“¿Pero acaso no es de locos todo lo que me está pasando?”, añadió para sí.

No era una medida muy inteligente, pero la ladrona decidió ir hacia la derecha y probar todas y cada una de las puertas. Existía el riesgo de volver a encontrarse cara a cara con Mordecai, pero en esos momentos el miedo no le permitía pensar con claridad. Lucy tenía que salir de esa casa cuanto antes.

Avanzó por el pasillo, percatándose de lo incómodo que era andar con esos tacones y lo muchísimo que exageraba su silueta ese traje tan apretado. Sus pechos daban la impresión de estar a punto de reventar el escote, pero eso no parecía ser inconveniente para que se bambolearan al más mínimo movimiento. ¿De qué clase de material estaba hecho ese disfraz?

“Menos mal que no hay nadie aquí para verme”, pensó avergonzada mientras caminaba, marcando el culo a cada paso y dando algún que otro traspié por culpa del calzado.

Las primera cinco puertas estaban cerradas, lo cual hizo que la ladrona se frustrase aún más.

-¡Maldita sea!

Dio otro taconazo que hizo que todas sus curvas bailoteasen y abrió al azar una de las puertas al otro lado del pasillo. Estaba abierta.

-¡Bingo! –exclamó, rezando para que al otro lado no estuviese el mago.

Lucy se encontró en una habitación completamente a oscuras. Era poco probable que fuese el recibidor, pero a lo mejor podía salir por una ventana. En condiciones normales se hubiese arriesgado a explorar la habitación a oscuras, pero con esos taconazos podía caerse y partirse la crisma. Cerró la puerta despacio y buscó a tientas el interruptor de la luz. Cuando por fin lo encontró, descubrió para su sorpresa que se hallaba en lo que debía de ser uno de los  dormitorios principales de la mansión. Por fortuna, Mordecai no estaba a la vista. Pero había alguien más...

Acostada sobre las sábanas de seda rosadas de la gran cama de matrimonio, había una chica dormitando con el culo en pompa.

-¿Mordecai? –ronroneó la joven, desperezándose como una gatita y abriendo los ojos.

Tenía una lustrosa melena de un sorprendente rubio dorado que se derramaba sobre la colcha en forma de impecables bucles, como si en lugar de estar recién levantada acabase de salir de la peluquería. Lucy advirtió que la chica estaba prácticamente desnuda a excepción de un par de guantes largos de color rosa claro y... ¿un capirote de princesa? Sí, era un capirote de princesa a juego con el vestido de tafetán rosado que reposaba sobre el respaldo del sillón que había junto a la cama.

La ladrona intentó decir algo, pero se había quedado en blanco. La joven rubia se sentó sobre la cama y la contempló con sus enormes ojos azules con expresión de sorpresa. De pronto, sonrió. Su cara parecía la versión realista de la de una princesa sacada de una película Disney.

-¡Hola! –exclamó la chica, levantándose de un salto y deslumbrando a Lucy con su desnudez. Sus pechos eran casi tan grandes como los suyos-. ¡Soy la princesa Mandy! –añadió, haciendo una teatral reverencia y soltando una risita-. ¿Has visto por casualidad a mi príncipe azul?

-¿Qué...? –Lucy no supo cómo continuar la frase.

-¡Dios, qué tetas! –dijo Mandy, mirando con gesto de asombro infantil el inconmensurable busto de la ladrona-. Las mías también son grandes, pero no tanto. ¿Ves?

La princesa se agarró ambos senos y se los ofreció a Lucy para que los inspeccionase.

-Yo... eh... ¡Tengo que irme! –consiguió articular Lucy, retrocediendo hacia la puerta.

-¡Oh, no! ¿Cómo te vas a ir? –dijo Mandy, soltándose las tetas y agarrando a Lucy por el brazo entre risas-. Mi príncipe tiene que estar a punto de volver para seguir follándome. ¡Si te quedas a lo mejor también folla contigo!

Lucy trató de zafarse, pero esa princesita de cuento de hadas era más fuerte de lo esperado. Mandy siguió sonriéndole de una forma tan encantadora que parecía más una caricatura que una persona real.

-¡Venga! –continuó la rubia-. ¡Si te quedas un ratito dejaré que me comas mi coño de princesa! ¡Mordecai dice que sabe a fresa!

-No... ¡No! –gritó Lucy-. ¡Suéltame! ¡No voy a dejar que ese loco me atrape! ¡Tengo que...!

De pronto, la puerta se abrió. La princesa Mandy soltó a la ladrona y miró hacia el visitante. Parecía imposible, pero su sonrisa se volvió más resplandeciente.

-Así que aquí estabas, ¿eh, ladronzuela?

-¡Moooooordecaaaaaaai! –exclamó la princesa, loca de amor-. ¡Me has dejado muy solita!

Lucy retrocedió espantada, cayendo de culo sobre la cama de matrimonio. La princesa, ignorando por completo a Lucy, corrió hacia el mago mientras tarareaba entre risas Once Upon a Dream, de La Bella Durmiente.

-Ya lo sé, princesita. Odio dejarte a medias, pero ya oíste que saltó la alarma –dijo el mago, riendo mientras la princesa le rodeaba el cuello con sus enguantados brazos y comenzaba a plantarle besos a diestro y siniestro-. Y aquí tenemos a la responsable de la interrupción de nuestra fiestecilla privada – dijo, guiñándole un ojo a Lucy.

-Por lo que más quieras... ¡deja que me vaya! –dijo la ladrona, todavía sentada en la cama, pero tan tensa que estaba dispuesta a saltar hacia la puerta a la mínima oportunidad.

-Vaya, me encantaría, tesoro. Pero ya te he dicho cuáles son mis condiciones. ¿Estás lista para hacerme esa cubana?

-¿Quieres una cubana, mi príncipe? ¡Tu princesa está siempre dispuesta a todo! –sonrió Mandy, emocionada, volviendo a agarrarse ambas tetas mientras daba saltitos de puro entusiasmo.

-Luego, luego –rió Mordecai, dándole unas palmaditas en la cabeza a la princesa-. Pero ahora quiero una cubana de esa choriza que ha intentado robarme un jarrón de valor incalculable. ¿Qué me dices?

Mandy hizo un mohín de enfado tan exagerado y caricaturesco que no había forma de tomárselo en serio. Al momento volvió a sonreír.

-¡Sí! –exclamó mirando a Lucy- ¡Hazle una cubana con esas tetas gordas! ¡La princesa te lo ordena! ¡Es una orden de Su Alteza! –acabó la frase con otra risita.

-¡Por el amor de Dios! –dijo Lucy, mirando asustada a la princesa-. ¿Pero de dónde has sacado a esta loca?

Mordecai cerró la puerta con un chasquido de sus dedos y tomó asiento cómodamente en uno de los sillones. Con un gesto de su mano, una copa apareció y comenzó a beber tranquilamente.

-Verás, Lucy –dijo-. Mandy fue la primera persona que conocí al llegar a Appletown hace un par de días. Nada más bajar del tren fui a una cafetería porque me apetecía algo dulce.

Mandy comenzó a reírse como si estuviese recordando algo muy divertido. Dando saltitos, se acercó al mago y se sentó sobre sus rodillas abrazándolo con ternura y hundiéndole la cara entre sus pechos perfumados.

-Mandy trabajaba sirviendo cafés –continuó Mordecai, apartando con suavidad a la princesa para que no lo asfixiase con el abrazo-, claro que entonces respondía al nombre de Amanda y apenas vestía otro color que no fuese el negro.

-¡Y tenía el pelo negro y muy corto! ¡Parecía un chico! –rió, atusándose su imposible melena.

-Digamos que este bombón fue un poco borde conmigo cuando quise irme sin pagar. Así que le dije que, ya que ella me había dado a mí café, era justo que yo le diese algo a ella.

-¡Me dijo que me pusiera de rodillas y le chupase la polla! –rió Mandy, aplaudiendo entusiasmada-. No sé por qué me enfadé tanto en aquel momento... ¡pero de todas formas le hice la mamada delante de tooooodo el Starbucks!

-Luego le dije que el negro era un color muy triste para una chica que la chupaba tan bien –rio Mordecai, acariciándole el culo a la princesa.

-¡Y ahora estoy aquí! –exclamó Mandy-. ¡Follando y chupando todo el día, como una princesa de verdad! –la rubia comenzó a juguetear despreocupadamente con su entrepierna-. ¡Una princesa! ¡Sí, sí, sí! ¡Oh sí! ¡Soy una princesa rosa sacada de un cuento de hadaaAAAaaaaaaAAAH! –el jugueteo se convirtió en una masturbación en toda regla.

La princesa empezó a cantar Once Upon a Dream a pleno pulmón entre gemidos, mientras Mordecai disfrutaba de su bebida como si esa princesa Disney que se masturbaba y retorcía sobre su regazo no estuviese ahí.

-¡Suficiente, preciosa! –rió Mordecai, agarrando a la princesa y ensartándola con un ansia

animal.

-¡SÍ! ¡SÍ! –gritó Mandy con lágrimas de dicha en los ojos y el capirote de princesa ladeado sobre su melena impecable-. ¡Soy una princesa! ¡Me siento como una auténtica princesa! ¡Una princesa cachonda que necesita que su príncipe se la folle! ¡Folla mi coño de princesa, Mordecai! ¡Sí! ¡Sí! ¡¡SÍ!! ¡Soy una puta princesa!

La rubia siguió cantando entre jadeos y aullidos mientras se pasaba los brazos por el pelo a lo Rita Hayworth, tan perdida en su mundo de fantasía y placer que parecía estar a punto de perder las consciencia.

Lucy jamás había asistido a un espectáculo semejante. Desde la cama, horrorizada y paralizada, contemplaba en lo que había degenerado la escena en escasos minutos. ¡Ese mago estaba aún más loco de lo que pensaba! La ladrona tenía la cabeza tan embotada por el miedo que apenas fue capaz de pensar algo coherente. De un salto, se plantó frente a la puerta y la abrió sin miramientos. Corrió por el pasillo sin poder sacarse de la cabeza los gritos de Mandy, que ahora estaba cantando una canción de La Cenicienta mientras su “príncipe” seguía beneficiándosela sin descanso. Ya era tarde para ayudar a esa pobre chica, pensó Lucy. Tenía que salir de ahí cuanto antes y avisar a la policía, a los bomberos... ¡al ejército si hacía falta!

Cuando se quiso dar cuenta, Lucy ya había llegado al final del pasillo. Ante ella se extendía una lujosa y amplia escalera que daba al hall principal... ¡y la puerta de entrada estaba abierta de par en par! La ladrona estaba tan aliviada por verse al fin lejos de las garras de ese mago malvado y su princesa chalada que no le se pasó por la cabeza que pudiese ser una trampa. Y de hecho lo era.

En cuanto Lucy bajó las escaleras, las puertas se cerraron y la sala quedó a oscuras.

-¡Joder! –gritó la joven, buscando el picaporte a ciegas.

De pronto, la ladrona oyó algo a sus espaldas y se volvió asustada. Un foco se encendió en el techo a dos o tres metros de ella, iluminando a Mordecai y a su princesa, que la observaban con gesto divertido.

-¿De verdad creías que podías escaparte así como así?

El mago seguía llevando el mismo pijama con estampado de chisteras, aunque Lucy notó que estaba impecable, como si se lo hubiese acabado de poner en lugar de haberlo llevado mientras se follaba a la princesa. Mandy, por su parte, parecía haber encontrado tiempo para embutirse en el vestido de tafetán rosa que Lucy había visto en la habitación. Ahora, en lugar de ir desnuda, iba disfrazada con una versión rosada del resplandeciente vestido de Cenicienta, sólo que con un escote tan vertiginoso que no la habrían admitido ni en la más gamberra de las películas Disney. Seguía llevando los guantes y el capirote, tan bien colocado como si no hubiese pasado nada.

-¿Cómo os ha dado tiempo de llegar? –preguntó Lucy, notando que otro foco la estaba iluminando desde arriba-. ¡Maldito hijo de puta! ¡Déjame ir!

-¡Pero qué genio! ¿No crees, Mandy?

La susodicha rió, llevándose una manita enguantada a la boca.

-¡Una cubana! ¡Una cubana! –Mandy se agarró la falda del vestido y comenzó a bailotear mientras hablaba con voz cantarina-. ¡La princesa ordena a la ladrona que le haga una cubana al príncipe! ¡Porque soy una princesa!

-¿Qué me dices, choriza? –rió el mago.

-¡Estás enfermo! –gritó Lucy, volviendo a forcejear con la puerta-. ¡Sólo quiero salir de aquí! ¡No le contaré nada a nadie, lo juro!

Mordecai agarró a la princesa por la cintura y ambos se aproximaron a la enmascarada. El foco les seguía allá donde iban.

-Entiéndeme, morenaza –dijo Mordecai-. Soy muy protector con mis cosas y no me hace ninguna gracia que me quiten lo que es mío. Ese jarrón que querías llevarte me lo regaló mi maestro el escapista Absalom cuando me gradué en la escuela de prestidigitadores.

-¿Eh? –dijo Lucy.

-Bueno, vale. Lo maté y me llevé el jarrón como trofeo. Pero es algo normal entre magos tan poderosos. No quiero a nadie que me haga sombra.

-¡Nadie hace sombra a mi príncipe! ¡Y menos a su polla! –rió Mandy, mientras lo besaba en el cuello y lo achuchaba.

-El caso es que ese jarrón significa mucho para mí –continuó Mordecai, acariciando despreocupadamente el escote de la princesa-. Contiene los secretos mejor guardados de Absalom y estoy dispuesto a desentrañarlos cueste lo que cueste. ¿Lo pillas?

-Mira, tío –dijo Lucy, mirándolo a los ojos e intentando mostrarse firme. “Mierda”, pensó, “con este puñetero disfraz no hay forma de parecer seria”-. Si quieres tu jarrón puedes quedártelo. ¡Yo sólo estaba buscando algo que pudiera revender! El cabronazo de mi ex-novio me ha dejado con una deuda descomunal y tengo que pagarla como sea. No me interesan ni la magia ni los secretos del jarrón. ¡Sólo quería dinero!

Tras un silencio dramático, Mordecai profirió una sonora carcajada.

-¡Naturalmente que no tienes ni idea de lo que significa ese jarrón, gatita! –rió-. En realidad no busco castigarte, sólo divertirme un rato.

-¿Quieres que te la chupe tu princesa, mi amor? –sonrió Mandy, ilusionada.

-Quizá luego, dulzura –dijo al mago, ignorando los pucheros de la princesita-. Mira Lucy, me jacto de ser un hombre de bien (la mayor parte de las veces). Estoy dispuesto a olvidar esto.

-¿De... de verdad? –preguntó Lucy, sorprendida-. ¿Por las buenas?

-¡Naturalmente! Y fíjate que hasta te voy a ofrecer trabajo.

La morena lo miró con desconfianza.

-No... en serio... Prefiero irme de aquí y dejarte tranquilo para siempre. No hace falta que...

-Diez mil dólares al mes –dijo Mordecai, como si se tratara de calderilla.

-¿Diez mil pavos? –gritó la ladrona, recuperando al momento su escepticismo-. No... no creo que...

-Oh, venga –dijo el mago-. Necesito personal. Tenía cocineras, jardineras y hasta una secretaria en mi anterior emplazamiento. ¡Eso sí que era un buen servicio! –rió-. Pero cuando me mudé decidí que sería más divertido empezar de cero, así que les dejé la mansión a las chicas. ¡Y por lo que he oído les va bastante bien!

-¡Oh! –dijo Mandy-. ¿Podemos ir algún día a visitarlas, mi príncipe? ¿Podemos? ¡La princesa quiere ir de viaje!

-Claro que iremos, Mandy –dijo Mordecai, dándole un beso-. De hecho, todavía tengo que ir a recoger algunas cosas de la mudanza.

-Lo... lo siento pero... yo no... –intentó decir Lucy, que estaba empezando a horrorizarse ante lo que se estaba temiendo-. Tengo que...

-¡Decidido! –gritó Mordecai, dando una palmada-. Vivirás aquí y te encargarás de mantener la mansión limpia. Y no te preocupes por las deudas, que Mordecai el Magnífico se ocupará de todo.

-¡NO! ¡No...!

Mandy comenzó a reír como una niña loca. Lucy tardó unos segundos en darse cuenta de lo que le hacía tanta gracia a la princesa: el traje de ladrona sexy que Mordecai había creado para ella se había transmutado en algo mucho peor.

-¿Qué cojones...? –exclamó Lucy, mirando su ropa-. ¡Oh, Dios mío!

La ladrona llevaba el uniforme más escueto y provocativo de criada francesa que podía ser concebido. Era un disfraz de una pieza que dejaba sus hombros al descubierto, sujetándose a su busto a la par que formaba un escote tan pronunciado que apenas bastaba para contener los colosales melones de Lucy. Las largas botas de látex habían sido sustituidas por unos imprácticos tacones negros y unas medias de rejilla que se sujetaban con un liguero. La falda, decorada con un coqueto delantal blanco, era tan corta que el menor movimiento ponía en evidencia la ausencia total de ropa interior. Su pelo negro y rizado estaba impecablemente peinado y coronado por una cofia blanca de encaje. Para rematar la faena, el mago había añadido unos guantecitos de seda blancos hasta los codos. ¡Estaba escandalizada!

Lucy quiso gritar, pero ni siquiera se vio capaz de eso. Gotas de sudor perlaban su rostro exquisitamente maquillado. Muerta de terror miró a los ojos al sonriente Mordecai y dijo, con la voz entrecortada:

-Por favor... ¡Déjame ir! ¡No volveré aquí nunca más! No me conviertas en algo como... ¡ella!

La chica señaló a Mandy con una mano temblorosa. La rubia seguía riendo como una niña pequeña.

-¡Tonta! –rió Mandy-. ¡Tú eres una sirvienta! ¡Las sirvientas no pueden ser como las princesas!

El mago rodeó a la princesa con un brazo y le guiñó un ojo a Lucy.

-Venga, querida –dijo Mordecai-. ¡No me digas que no te gusta tu nuevo uniforme!

Con lágrimas en los ojos, Lucy echó a correr como si la persiguiese el mismo diablo. No podía pensar con claridad. Sabía que era imposible escapar de la mansión con ese monstruo todopoderoso acechándola, pero en su cabeza no había cabida más que para el deseo irrefrenable de huir. Su ridícula falda de sirvienta dejaba entrever una y otra vez sus bajos mientras corría presa del pánico, tropezando de vez en cuando con los exagerados tacones de

aguja.

-¡Tengo que escapar! ¡Necesito encontrar ayuda! ¡Tengo que...!

Lucy tropezó y cayó de bruces contra el suelo, dejando al descubierto su culo y una entrepierna perfectamente depilada. Se levantó como pudo e intentó sin éxito cubrir sus vergüenzas con la escueta falda. Descubrió para su horror que había llegado al final de un pasillo y que no tenía escapatoria. A lo lejos, podía escuchar las risitas de Mandy y la inconfundible voz del mago, que hablaba en tono jocoso. Se estaban acercando.

-¡Me cago en todo! –maldijo Lucy, mirando a su alrededor en busca de una salida.

Había una puerta cerrada a su derecha. Probablemente sería el primer sitio en el que Mordecai la buscaría, pero era la única vía de escape y necesitaba alejarse de él. La despampanante criada corrió hacia la puerta, dando gracias a todo lo sagrado cuando oyó el “click” que le confirmó que no estaba cerrada con llave. Las voces y risas se oían terriblemente cerca cuando

Lucy cerró la puerta tras de sí, jadeando como si acabara de correr una maratón.

-¡Oh, mon Dieu! –exclamó, doblemente sorprendida tanto por lo que acababa de ver como por la expresión que había proferido-. ¿Qué puñetas es esta habitación?

Era sin duda una sala de estar bastante lujosa con un par de sofás y algunos muebles tapados con sábanas, todo presidido por una gran lámpara de araña que alumbraba la estancia. Pero había algo distinto a las otras habitaciones de la casa. Esta estaba tan...

-¡Sucia! ¡Esto está lleno de polvo! ¡Está tan...! ¡Tan...!

La respiración de Lucy se aceleró y notó para su sorpresa que sus pezones se estaban poniendo duros. El corazón le latía incluso más rápido que durante la huida, pero ya no de terror... ¡Se estaba poniendo cachonda!

-¿Pero que la baise me está pasando? ¿Qué...? ¡Sacré bleu! –exclamó de pronto, notando una sacudida.

La morena sintió como un escalofrío en la entrepierna que recorrió todo su cuerpo hasta llegar a su impresionante busto. Sus pechos botaron al unísono y entre ellos apareció como por arte de magia un lustroso plumero negro.

-¿De dónde...? ¿Pero qué...?

Lucy no podía pensar con claridad. La visión de todo ese polvo. ¡Toda esa mugre! Y encima ese plumero que llevaba entre las tetas. No tenía ni idea de dónde había salido y le importaba una mierda. ¡Estaba tan cachonda que ya todo daba igual!

-Tengo que... escapar –susurró, mirando embobada el plumero que asomaba entre sus pechos-. Tengo que... tengo que... ¡Je dois nettoyer ce gâchis!

Como guiada por una fuerza superior, la chica tomó el plumero con una mano y comenzó a pasearse por la habitación blandiéndolo de un lado a otro, pasándolo por los sillones y muebles, levantando polvo y excitándose cada vez más y más. Mientras quitaba la suciedad con una mano, la otra estaba enterrada debajo de su minúscula falda, jugando desenfrenadamente con su coño, cada vez más húmedo.

-¡Tengo que limpiar esto! Está tan... está tan... ¡Esta tan SUCIOOOO! ¡Oh, sí, está sucio como mi coño!

La criada gritaba entre jadeos. Sus descomunales pechos subían y ajaban con cada respiración, con cada paso que daba, amenazando con reventar el vestido que apenas conseguía contenerlos.

-¡Sucio!¡ ¡Sucia! ¡Soy una sucia ladrona! –gritó, con un ligero e incipiente acento francés-. ¡Tengo que limpiar esto pronto! ¡Sí! ¡Sí...! ¡OUI! ¡OUI! ¡Necesito un plumero más grande!

De improviso, la criada se levantó la falda e introdujo el robusto mango del plumero en su coño. Tan grueso... ¡tan grande! Lucy profirió una exclamación en francés cuando notó como su sexo era invadido por su herramienta de  trabajo. Entonces, agarró con ambas manos sus faldas y comenzó a bailar un cancán, dejando completamente al descubierto su espectacular trasero y ese coño juguetón del que sólo sobresalían las plumas del plumero.

La música del cancán sonaba en su cabeza fuerte y clara mientras danzaba por la habitación, levantando el polvo con su falda, con el mango del plumero palpitando dentro de ella. Con tanto movimiento, sus pechos se habían salido del vestido y ahora saltaban y rebotaban con ella al ritmo del cancán. Ya ni siquiera se acordaba de Mordecai o de Mandy... ¡Lo único que importaba era dejar esa habitación limpia como una patena!

-¡Tengo que limpiar! ¡Tengo que limpiar! –gritó, gimiendo y jadeando, con lágrimas en los ojos. ¡Esta habitación esta tan sucia...! ¡Esta tan sucia que me pone cachondaaaaAAAAAAAOOOOH MON DIEU!!!!

Lucy fue sorprendida por un desproporcionado orgasmo, tan intenso que perdió el equilibrio y cayó sobre uno de los sillones de la habitación. La criada se contorsionaba de puro placer, agarrándose los pechos con ambas manos, frotando sus pezones y gritando como no había gritado en toda su vida mientras el plumero se iba manchando con sus fluidos vaginales.

-C'était incroyable... –susurró cuando por fin cesó aquel torrente inconmensurable de placer.

La criada quedó tendida sobre el sillón con los ojos entrecerrados y la mirada perdida, acariciándose los pechos con suavidad. Toda la habitación había quedado impoluta. Ni siquiera quedaban restos de polvo en el vestido o en el pelo de Lucy. ¡Sin duda era una excelente sirvienta!

-Hum... –ronroneó, mirando como sus manos enguantadas jugaban con sus pechos-. Tengo... ¿cómo se dice? ¡Ah, oui! ¡Grandes! J'ai très gros seins...

Su acento francés se había vuelto tan exagerado que resultaba casi paródico. Pero eso no le importaba a Lucy ni a sus tetas. Estaba deseando que su joven amo llegase con su gigantesca polla y la metiese entre sus...

Non! ¡Non! ¡MERDE! –gritó de pronto, dejando sus tetas y levantándose del sillón.

Lucy contempló horrorizada la situación en la que se encontraba. Ese bastardo de Mordecai se estaba metiendo en su cabeza. La estaba convirtiendo en una fantasía erótica viviente como había hecho con Mandy y con quién sabe cuántas otras chicas.

-Te... te... tengo que salir de aquí –dijo, con la voz entrecortada pero sin poder reprimir su acento francés-. Necesito... pensar...

-¡Pero es tan difícil pensar con un plumero metido en el coño! ¿A que sí? Lucy se dio la vuelta y ahí estaba Mordecai, sonriente, con una copa a medio terminar en la mano. A su lado, Mandy volvía a estar desnuda a excepción del capirote y uno de los guantes rosados. La princesa llevaba entre las manos una botella vacía de alguna bebida espirituosa y sonreía con gesto ausente.

-Lucy es una... (¡hip!) ¡guarra! –rió, evidentemente borracha-. Prínshipe, ¿cuándo te va a hacer esa (¡hip!) cubana? –añadió, frotando el brazo de Mordecai con sus espectaculares pechos. Sus pezones estaban duros como piedras.

-¿Te apetece una cubana, mademoiselle? –bromeó Mordecai, apurando el último trago de su copa mientras la guiñaba un ojo a Lucy.

Non! ¡Non, monsi...! ¡NO! –gritó la criada, temblando de pies a cabeza-. ¡Déjame salir de aquí! ¡No quiero pasar ni un seconde plus en este sitio!

-¿Seguro que quieres salir así, guarrilla? –preguntó Mordecai, acariciando la perfecta melena de Mandy-. ¿Qué dirá la gente cuando te vea por la calle convertida en una sirvienta tetona que se pone cachonda en cuanto ve una mota de polvo?

-No... eh... Devuélveme a la... ¡normalidad! ¡OH LÀ LÀ!

Lucy intentaba decir algo coherente, pero el mero hecho de oír la palabra “polvo” la hacía pensar en limpiar... ¡Y limpiar la ponía tan cachonda! El plumero de su coño parecía cobrar vida dentro de ella, invitándola a rendirse a sus instintos más bajos. Involuntariamente, la criada había comenzado a jugar con sus deliciosos pezones.

-Tú... ¡Tú me obligas a hacer esto! –gritó, pellizcando ambos pezones y soltando un gemido.

-No veo que haya nadie obligándote a nada, mademoiselle.

-¡La ladrona es una zorrita! (¡HIP!) –canturreó Mandy, besando a Mordecai en el cuello-. Esta princesha cashonda quiere que la ladrona se (¡hip!) meta la súper-mega-súper-giga-ultra-ultra-polla de su prínshipe entre lash... ¡TETASH! –la rubia acabó levantando los brazos en alto y soltando una carcajada tan musical que apenas parecía un sonido humano.

Lucy hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y dejó de jugar con sus súper-mega-hiper-tetas. Pero seguía tan cachonda... Trató de hablar pero las palabras no le salían... ¡y encima estaba ese maldito acento tan ridículo que no conseguía evitar! Podía notar la jocosa mirada del mago Mordecai clavada en ella y en sus gigantescas domingas. Enormes peras. Ubres monstruosas.

Pechotes colosales. Ese par de redondos y perfectos globos de carne...

J'ai des gros seins! –gritó sin poder evitarlo, sujetando ambos pechos con las manos al tiempo que arqueaba su espalda-. ¡Soy una criada cachonda con las tetas enormes!

Obnubilada, con tantas cosas nuevas metiéndose en su cabeza mientras las antiguas iban siendo reemplazadas, Lucy se dio cuenta de que, en efecto, era una criada. ¡Pero no cualquier criada! Era una criada francesa. ¡Siempre lo había sido! ¡Era una criada francesa sin ropa interior que bailaba el cancán mientras dejaba la casa como los chorros del oro! ¡Una criada que se paseaba por la mansión moviendo su culo de un lado a otro esperando a que su amo le diese lo que se merecía! Ella era...

-¡Fifí! –gritó Mandy-. ¿Puedo llamarla Fifí? –añadió, poniéndole ojitos a su príncipe.

-¡Suena estupendo, cariño! –rió Mordecai-. Pero me temo que nuestra querida criadita ya tiene un nombre. ¿No es así, mademoiselle?

Lucy miró al mago a los ojos y el último atisbo de cordura que quedaba en su ser fue engullido por la dulce ensoñación de la que fue presa. Soltó sus pechos e hizo una exagerada reverencia a su nuevo amo y señor, regalándole una seductora sonrisa.

Oui, oui! –asintió entusiasmada-. ¡Je suis Lulú Bonclivaje! ¡Soy una criada francesa! –añadió-. Aunque admito que a veces je suis un peu cochenne y me cuelo en las casas de la gente para robar –soltó una risita teatral-. ¡J'aime les policiers! ¡Ils sont si sexy cuando me intentan atrapar! ¡Et j'ai des GROS SEINS!

La criada volvió a agarrarse las domingas y se las ofreció a su joven amo en señal de sumisión.

-¡Contratada, mademoiselle Bonclivaje! –dijo Mordecai, riendo-. ¿Crees que podrás ocuparte de todos los quehaceres del hogar?

-¡Oh, Mon Maître! ¡¡Merci beaucoup!! ¡Por supuesto que podré ocuparme de todo! Je suis une professionelle... ¡avec d'énormes seins! –acabó, riendo mientras continuaba magreándose las tetas.

Mandy comenzó a reírse también, intentando imitar a la criada sin soltar la botella vacía de vino.

-¡Yo también tengo (hip) tetas grandes! –rió-. ¡Tetas grandes de princesha! ¡Tetas grandes rosas de princesha rosa! Oh... ¡OH! –exclamó, cada vez más cachonda-. ¡Soy una princesa! ¡Una princesa que siempre viste de rosa! ¡Una (hip) princesa muy cachondaaaaa!

Mandy, aún sin soltar la botella, cayó de culo sobre un sillón de color magenta que Mordecai, muy convenientemente, había hecho materializarse a sus espaldas. La princesa empezó entonces a masturbarse una vez más.

Sacré bleu! –rió Lucy-. Esa chica está muy contenta siendo una princesa, ¿non? Je... ¡OH, MON DIEU! –gritó la criada, cuando notó como Mordecai el Magnífico se situaba detrás de ella, sacando el plumero de su coño y penetrándola sin previo aviso-. ¡¡Jeune Maître!!

El mago colocó el plumero entre los enormes pechos de la criada, procediendo entonces a cogerla en peso mientras seguía entrando y saliendo de su sexo. Lulú puso los ojos en blanco y empezó a gemir y a proferir obscenidades en la lengua de Napoleón, viéndose levantada del suelo y embestida repetidamente como nunca nadie lo había hecho. Entre sus pechos, el plumero se movía de un lado a otro, haciéndole cosquillas en la cara con las plumas mientras aullaba y gemía más y más. El hecho de tener algo metido entre sus increíbles tetas la ponía todavía más cachonda si es que eso era posible.

Entre tanto, a escasos metros de ellos, Mandy estaba recostada en el sillón masturbándose incesantemente con la botella de vino mientras gritaba una y otra vez “¡soy una princesa, soy una princesa!”, sonriendo como si no hubiera mañana.

Lulú llegó al orgasmo después de sólo Dios sabe cuánto tiempo, y el frenesí fue tal que estuvo a punto de perder el sentido. Sintió como su joven amo la llenaba con su lefa y su amor, y se dio cuenta de que, como su criada cachonda particular, eso era todo lo que necesitaba para ser feliz. Eso y un policía musculoso con la polla gigante que la persiguiese para castigarla por portarse mal y ser una ladronzuela sinvergüenza. La criada profirió un grito de placer con toda la fuerza de sus pulmones al tiempo que Mordecai la volvía a depositar en el suelo, tan exhausta que no pudo ni ponerse en pie.

-Oh, Mon Maître... –susurró entre jadeos-. C'était tellement incroyable...

-Y todavía no hemos acabado, criadilla tetona –rió Mordecai, chasqueando los dedos con un deje gamberro en su expresión.

Al momento, Lulú se percató de que había vuelto al dormitorio de antes. Estaba tumbada boca arriba en la cama de sábanas de seda color de rosa de Mandy, y justo ante sus ojos, firme como un soldado, estaba la polla de su joven amo.

Ce quéquette est énorme! –fue lo único que alcanzó a decir, maravillada como estaba.

-Bueno, pequeña ramera francesa –dijo Mordecai, sonriéndole-. No sé si te acuerdas, pero me debes algo por haber intentado robarme.

Lulú cayó entonces en la cuenta.

Une branlette espagnole! –exclamó, sacándose el plumero de entre las tetas y mirando el falo ilusionada-. ¡Estoy lista, Mon Maître! ¡Et mes nichons están listas también!

-¡Esa es la actitud!

Con cuidado, el mago se situó en posición y colocó su miembro entre los grandes pechos de la sirvienta. A Lulú le sorprendió la buena técnica que parecía tener para las cubanas ¡a pesar de que jamás había hecho una! Probablemente fuesen sus genes franceses, pensó. La criada apretaba y meneaba sus tetas de un lado a otro, repasando la longitud del miembro de su amo, excitándose con cada visión de ese perfecto cilindro de carne mirándola de frente.

De improviso, en pleno frenesí, notó que algo invadía su entrepierna. Lulú estaba demasiado ocupada con su trabajo como para darle importancia, pero detrás de Mordecai, Mandy estaba recostada sobre la cama con su preciosa carita de princesa Disney enterrada bajo las faldas de la criada, degustando aquel delicioso coño francés mientras su melena quedaba impregnada con el dulce néctar que salía de él.

Lulú perdió la noción del tiempo. Para ella sólo existían la polla de su amo y ese par de gigantescos melones que debía apretar y deslizar de delante hacia atrás, una y otra vez. Poniéndose cada vez más cachonda. Desesperada por el momento en que el que el falo de su amo la recompensase. Y por fin llegó.

Súbitamente, la polla de su amo vertió su lefa sobre ella, formando un perfecto collar de perlas alrededor de su cuello y salpicando parte de su barbilla e incluso su lustrosa media melena oscura. En aquel preciso instante, su coño sucumbió ante la lengua de Mandy, regalándole el tercer orgasmo de la noche, amplificado por la indescriptible sensación de tener el miembro de su amo y señor atrapado entre sus colosales tetas. La sirvienta no recordaba haber sido más feliz en toda su vida.

El mago se levantó con delicadez y le dio un beso en cada pecho. La joven aún estaba intentado recuperarse de las emociones. Entre sus piernas, Mandy asomó su adorable cabecita, relamiéndose de gusto y soltando un hipido.

-Lo has hecho muy bien, ladronzuela –susurró Mordecai-. Tan bien que creo que te has ganado un premio por ese par de globos aerostáticos.

Lulú consiguió incorporarse y se sentó en la cama, mirando a su alrededor todavía un poco desorientada por los acontecimientos. Algo había cambiado.

-¡Oh... Mon Maître! –exclamó, abriendo los ojos como platos-. ¡C'est preocious!

La corrida de su joven amo se había convertido en un auténtico y flamante collar de perlas que brillaba alrededor de su cuello, descansando sobre su grandísimo busto.

-Así podrás llevar siempre contigo el resultado de tu primera cubana, mademosiselle Bonclivaje –añadió Mordecai, riendo.

La princesa Mandy se colocó frente a Lulú con un gran espejo de mano para que la sirvienta admirara el hermoso collar. La morena contempló su reflejo orgullosa, masajeando sus pechos con una mano mientras con la otra se atusaba su pelo rizado y negro, que caía deliciosamente sobre sus hombros. Comprobó maravillada que Mordecai también le había facilitado un antifaz negro de látex que parecía adherirse a su cara como por arte de magia. ¡Mucho más cómodo que el pasamontañas, por si decidía hacer otra incursión nocturna para robar algo! Porque ella era una criada... ¡Pero también era una sucia y asquerosa ladronzuela!

-Está claro que tengo el mejor trabajo del mundo, ¿non? –rió Lulú, mandándose un beso a sí misma-. ¡Y las tetas más follables que existen!

-Oui... (¡hip!) ¡Oui! –añadió Mandy, riendo.

¿FIN?

 

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