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Magic Friends

en Control Mental

El escaparate de la joyería estaba inusualmente vacío. Sarah se llevó una auténtica sorpresa cuando se percató de la ausencia de pendientes, collares y relojes en los estantes de la vidriera. En su lugar, había una pequeña nota bien a la vista con la inscripción: “Mercancía vendida”.

“Qué raro”, pensó, con la vista fija en el escaparate, “Laurel me dijo que el negocio iba mal”.

Sarah no se cansaba de decirle a su hermana mayor que la peor decisión de su vida había sido trasladar Monroe’s, la joyería de la familia, a ese local en el Centro Comercial Appletown. Lo único que Laurel ganó con eso fue quedarse sin la clientela habitual y meterse de lleno entre la competencia. Había otras dos joyerías en el centro comercial, y ambas eran más grandes y estaban mejor surtidas que la de Laurel.

La mujer entró en la tienda con la vista fija en el escaparate, reparando entonces en el curioso hilo musical que sonaba de fondo. Sarah reconoció la canción “Diamonds are a Girl’s Best Friend”, de la película “Los caballeros las prefieren rubias”. Bastante apropiada para una joyería, pensó, aunque no recordaba haber oído jamás esa versión. La música era la misma, pero la voz que cantaba no era la de Marilyn, sino una mucho más grave y potente, muy del estilo de una diva afroamericana del Soul.

Laurel siempre había estado convencida de que la música de ambiente molestaba a los clientes, así que Sarah supuso que su hermana estaba probando una nueva estrategia de mercado. ¡Y con bastante éxito! No sólo el escaparate estaba vacío; las estanterías también lo estaban. Sobre el mostrador había varias cajas junto a una selección de artículos de la tienda. Laurel debía de estar preparando un pedido de varios miles de dólares.

-¿Laurel? –llamó Sarah-. Vengo a por la pulsera para el cumpleaños de la madre de Albert. ¿Estas a la vista?

Sarah se quedó de piedra cuando su hermana salió de la trastienda sujetando una caja cargada de joyas y cantando a pleno pulmón la estrofa final de la canción. No era música de ambiente... ¡Era la voz de su hermana! Porque esa mujer... ¿era Laurel?

-¡Sarah! –exclamó, con una voz cargada de sentimiento y teatralidad, soltando la caja y extendiendo los brazos hacia su hermana menor-. ¡No te vas a creer lo que ha ocurrido!

  Ya era difícil para Sarah creerse lo que estaban viendo sus ojos. Su hermana, la tímida y reservada Laurel, con sus 42 años a cuestas, parecía haber sido víctima de uno de esos realities de cambio de imagen. La mujer había perdido el exceso de grasa que la había acompañado durante la última década y ahora cualquiera podría haberla confundido con una veinteañera. Lo único que no parecía haber adelgazado eran sus grandes pechos, aunque ahora lucían ligeramente más firmes y turgentes, sin dejar de entrever los signos de sana madurez. Las arrugas de su rostro se habían suavizado, conservando lo necesario para otorgar a su cara el aire de distinción y elegancia que toda persona entrada en años aspira a tener.

-¡Madre de Dios, Laurel! –exclamó Sarah, con la boca abierta-. ¡Estás...!

Pero lo más increíble no era que su hermana hubiese adquirido el cuerpo de una diva de Hollywood... ¡es que realmente parecía una! Su maquillaje, sus joyas, su ropa... ¡hasta su peinado estaba pensado para darle el aspecto de una versión de ébano de Marilyn Monroe! Llevaba un vestido idéntico al de la película “La tentación vive arriba”, de un blanco impoluto que resaltaba exquisitamente sobre su piel negra. Sus labios eran rojos y brillantes, como una fruta madura que pedía a gritos ser mordida, y su pelo negro parecía el resultado de al menos dos horas de peluquería. Sarah jamás había visto a su hermana sonreír tanto.

-¡Sí, lo sé! –rió la mujer, atusándose el pelo-. Me he hecho un cambio de look más acorde con el negocio. ¡Boo boo bee doo! –añadió, moviendo los pechos y guiñándole un ojo a su hermana.

-¿Pero como has...? ¿Y la tienda... ¿Qué...?

Había tantas preguntas que Sarah no sabía en qué orden formularlas.

-¡Oh! –exclamó Laurel, haciendo un gesto dramático con la mano y sonriendo-. Hace cosa de una hora llegó un señor simpatiquísimo con dos chicas muy muy guapas. Al principio no me inspiraba mucha confianza... ¿Pero te puedes creer que me han comprado toda la mercancía? ¡Y por el doble de su precio!

-¿Pero, Laurel, cómo...?

-Laurilyn, tesoro, soy Laurilyn –corrigió la morena con gesto orgulloso, metiendo joyas en una de las cajas.

-¿Laurilyn... Monroe?

-Sí, encanto. ¡Siempre ha sido mi nombre! –rió-. Al Sr. Mordecai le encanta como suena, ¡y tiene razón! ¡Laurilyn Monroe! ¡Laurilyn Monroe! ¡Boo boo bee doo! ¡Soy Laurilyn Monroe! –añadió, marcándose un bailecito improvisado.

La dueña de la joyería reía a carcajadas mientras seguía empaquetando la mercancía.

-¡Laurel! ¡Esto no tiene ningún sentido! Ayer mismo te vi y estabas... Bueno... Pesabas un poco más...

-¡Serán los dulces! –rió-. Antes de que llegaras me he zampado una caja entera de bollitos de canela “quemagrasas” que me dio el Sr. Mordecai. Y hablando de pastelitos... ¡no imaginas qué encantadoras son sus amigas! Su novia es... ¡Virgen Santa! Probablemente sea la chica más guapa que he visto en mi vida. ¡Y le encantan las joyas! Dice que la hacen sentir como una princesa. Estuvimos cantando juntas mientras le enseñaba la mercancía. Y había otra chica con la tetas enooooormes que se puso  a bailar un charleston con el Sr. Mordecai encima del mostrador. ¡No veas como se le movían las tetas!

Sarah miraba a su hermana atónita. Cada gesto, cada palabra... todo era tan sobreactuado que le estaba dando la impresión de estar viendo una película. Una película protagonizada por una Marilyn Monroe negra.

-¿Pero quién es ese Sr. Mordecai? Laurel, yo...

-¡El Sr. Mordecai es un hombre encantador, Sarah! –exclamó Laurilyn, soltando un suspiro-. Tienes que venir conmigo esta tarde a llevar a su casa las joyas. ¡Te vas a enamorar!

Sarah no pudo evitar sentirse ofendida cuando su hermana le dijo eso, sabiendo perfectamente que estaba felizmente casada. Era evidente que Laurel estaba teniendo la crisis de los cuarenta... y que estaba siguiendo una dieta milagrosa.

-Lo siento, Laurel –dijo, intentando mantener la calma-. Pero sólo he venido a buscar el regalo de mi suegra. Lo que hagas con tu vida es asunto tuyo.

-¡Oh, venga, Sarah! –dijo su hermana-. El Sr. Mordecai me prometió una propina especial si llevaba conmigo a una amiga.

-¿Una propina especial? –preguntó Sarah, levantando la ceja con escepticismo-. ¿Qué clase de propina?

-¿No es evidente, amor? –rió Laurilyn, mandando un beso-. ¡Vamos a hacer una orgía! ¡Y yo seré la primera a la que se empotre sobre la mesa del comedor!

Sarah miró a su hermana con una expresión de espanto, pero esta no se dio cuenta. Estaba demasiado ocupada cantando “Diamonds are a Girl’s Best Friend”  mientras movía sus generosas caderas siguiendo el ritmo.

****

 

Gwen regresaba a la tienda de artículos de segunda mano del centro comercial. No era el trabajo mejor pagado ni el más interesante, pero por lo menos pasaba los días tranquila y el Sr. Johnson la dejaba salir a fumar siempre que se lo pedía. La muchacha caminaba por la galería principal del centro, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros. Llevaba unos cascos puramente decorativos alrededor del cuello, parcialmente tapados por su larga mata de pelo liso teñido de rojo oscuro, muy a juego con los tonos apagados de su vestimenta. Entonces, detrás de ella, alguien soltó un chillido.

-¿Gwen? ¡¡GWEN!!

La pelirroja volvió la cabeza para encontrarse con una chica cargada de bolsas a la que no había visto en toda su vida. Era una muchacha alta de figura exuberante y una melena rubia tan perfectamente peinada que parecía salida de una película de dibujos animados. Vestía una minifalda tan corta que apenas dejaba lugar a la imaginación, a tono con un ajustado top sin mangas de color rosa con la frase “Sexy Princess” grabada con lentejuelas rojas. Una miríada de pulseras, collares y abalorios en diferentes tonalidades de rosa, pastel y magenta centelleaban con cada movimiento de la provocativa joven. Como toque final, sobre su precioso pelo rubio platino había un adorable lacito de color rosa chicle.

La chica de rosa corrió hacía Gwen, armando un auténtico escándalo con el ruido de sus zapatos de tacón sobre el frío suelo de la galería. Antes de que Gwen pudiera reaccionar, la desconocida se le echó encima y la abrazó con fuerza. La pelirroja notó que el pelo le olía a fresas.

-¿Nos conocemos de algo? –alcanzó a decir Gwen.

La desconocida al fin la soltó y levantó los brazos cargados de bolsas. Gwen notó que tenía unos pechos ridículamente grandes.

-¡Soy yo! –chilló la chica de rosa-. ¡Mandy!

La tal Mandy acabó la frase con una risita musical. Gwen se quedó mirándola sin entender nada.

-¿Mandy? –preguntó-. Mandy... ¿Amanda? ¿¡Amanda Stevens!?

-¡Sí! –la rubia comenzó a aplaudir dando saltitos.

Parecía imposible que esa especie de Barbie viviente fuese Amanda. La Amanda que ella conocía tenía menos curvas que un palo de escoba y llevaba el pelo más corto que la mayoría de los chicos de su círculo de amistades. Pero había algo familiar en esa deslumbrante cara de princesa Disney... ¿Podía ser realmente Amanda?

-¿Qué diablos te ha pasado? –preguntó la pelirroja, mirando a su amiga de arriba abajo sin acabar de creérselo.

-¡Te he echado mucho de menos, Pelozanahoria! –río Mandy, dándole otro abrazo.

Amanda era la única persona del mundo que la llamaba “Pelozanahoria”, de eso podía estar segura Gwen. ¿Pero qué sentido tenía todo aquello?

-¡Amanda, escucha! –dijo Gwen, apartando a la rubia y agarrándola por los hombros-. ¡Llevas una semana sin contestar a mis mensajes! He preguntado en tu trabajo y me han dicho que has dejado de ir. ¡Te han despedido!

La rubia no hizo otra cosa aparte de continuar riéndose con los preciosos ojos azules fijos en los de su amiga.

-He llamado a tu casa como un millón de veces y le he preguntado a todo el mundo por ti. ¡Nadie sabía nada! –continuó, Gwen, enfadada-. Y ahora apareces de improvisto disfrazada de muñeca Barbie... ¡¿y te has operado las tetas?!

-No son operadas, tonta. ¡Son mis tetas de verdad! –rió Mandy, sacando pecho orgullosa.

Con tanto griterío, la gente que paseaba por la galería comercial estaba empezando a reparar en ellas... principalmente en la minifalda de Mandy.

-Pero el amor de Dios, Amanda... ¿Dónde has estado? ¿Qué significa esto? ¡Creía que odiabas el color rosa!

-¡No, qué va! ¡Es mi color preferido, tontita! –dijo, señalando el flamante lazo que coronaba su melena-. ¡Es el color de las super-chupi-sexy princesas! ¡Mira esto!

La rubia le mostró a su amiga uno de los adornos que llevaba colgando del cuello. Había un collar con una coronita dorada con la letra “M” grabada en cursiva.

-¡Ahora soy una princesa, Gwen! –dijo, con voz cantarina.

-¡Deja de decir tonterías, Amanda!

-¡Maaaandy! –corrigió, todavía riendo-. Conocí a mi príncipe la semana pasada en el Starbucks y me fui a vivir con él... ¡Es encantador! ¡Tengo que presentártelo!

Gwen sabía que algo muy raro estaba sucediendo... Algo raro y probablemente peligroso. Seguía sin poder creer que esa chica fuese la verdadera Amanda. Algo horrible tenía que haberle sucedido, y empezaba a sospechar que ese supuesto “príncipe” tenía algo que ver con ello.

-Mira... Amanda… eh, Mandy –dijo Gwen, agarrando a la rubia por la muñeca e intentando mantener la calma-. Está claro que alguien te ha hecho algo... Debes de estar drogada o algo peor... ¡Dios, mírate! Tienes que venir conmigo a casa cuanto antes. Llamaré a la policía y...

-¡No, qué va! –exclamó Mandy, quitándole importancia a las palabras de su amiga-. ¡Estoy perfectamente! He venido de compras con mi príncipe y nuestra sirvienta –rió.

-Amanda, en serio... ¡Tienes que...!

De pronto, la rubia se soltó de la mano de Gwen, dejó las bolsas en el suelo y comenzó a mover los brazos, llamando a alguien a lo lejos. Sus pechos bailoteaban impúdicamente con cada sacudida.

-¡Mordecaaaaaaaai! –gritó, riendo a carcajadas-. ¡Mordecaaaai! ¡Estoy aquí! ¿Me ves, cariño? ¡Tu princesa rosa está aquiiiiií! ¡Eeeeres tú, mi príncipe azuuul que yooooo soñeeeeé…!

Alarmada, Gwen comprobó que dos desconocidos se aproximaban a ellas. La cosa no pintaba bien.

-A... ¡Amanda! –gritó, a punto de salir corriendo.

-¡Estoy aquí con una amiga, príncipe mío! –siguió gritando Mandy, rodeando sin previo aviso a la pelirroja con una brazo mientras seguía canturreando.

Gwen trató de zafarse, pero Mandy la tenía bien agarrada, tan cerca de ella que podía sentir el embriagador aroma de su colonia de fresa. En cuanto se quiso dar cuenta, los dos desconocidos ya estaban delante de ellas.

Uno de ellos era un hombre alto con una barba bien recortada y vestido con un elegante traje de chaqueta. Podría haber pasado más o menos desapercibido entre la multitud de no ser por la sonriente chica que llevaba agarrada a su brazo derecho. Era una muchacha bajita con el pelo negro y rizado recogido en una bonita cola de caballo, ataviada con unos ajustadísimos pantalones vaqueros y una fina camisa suelta de color blanco con las palabras “Fuck me, I’m French!” bordadas en negro. Gwen reparó en el lujoso collar de perlas que brillaba alrededor de su cuello justo ante de fijarse en los descomunales senos que asomaban a través de su escandaloso escote. Por la forma en que le temblaban las tetas con cada movimiento, Gwen dedujo que esa chica no debía llevar sujetador ni nada que se le pareciese.

-¡Oh lá lá! –exclamó la morena, levantando una mano en la que llevaba una bolsita de la joyería del centro comercial-. ¡Tu amiga es una monada, mademoiselle Mandy!

-¡Sí, sí, sí! –Mandy sonrió, dándole un beso a Gwen en la mejilla-. ¡Gwen, esta es Lulú! Es mi sirvienta. ¿Te lo puedes creer? ¡Tengo una sirvienta con las tetas gigantes! ¡Son grandes como sandías y blanditas como almohadones!

La morena se dio por aludida y obsequió a los presentes con un beso y una pose que acentuaba notablemente sus atributos.

-Amanda... te... ¡Tengo que irme! –dijo la pelirroja, asustada.

-¿Tan pronto, querida? –dijo el hombre de la barbita, sonriéndole-. ¡Estoy seguro de que Mandy y tú tenéis muchas cosas que contaros!

-Este es Mordecai, Gwen. ¡Es mi príncipe azul! –exclamó Mandy-. Mi príncipe porque yo... ¡SÍ! ¡Soy una princesa rosa! ¡Soy una princesa de cuento de hadas! Una... ¡PRINCESA! ¡Oh, sí, sí! ¡UNA PUTA PRINCESA…!

Mandy comenzó a repetir incoherencias de forma descontrolada, apretando a la indefensa Gwen contra sus pechos. La pelirroja notó que su amiga tenía los pezones duros y estaba excitándose sin ningún tipo de pudor. Gwen se quedó sin palabras cuando vio como Amanda se acariciaba la entrepierna a través de la falda con la mano que tenía libre.

-¡...una princesa cachonda que siempre viste de rosa! ¡Sí, sí! ¡Soy la princesa más cursi y más rosa del mundo! Esta princesa necesita que su príncipe se la folle... ¡¡YA!! ¡Fóllate a tu princesita, Mordecai!

Mordecai y Lulú rieron mientras veían como la autoproclamada princesa de cuento de hadas perdía la compostura y trataba de levantarse la falda en mitad del centro comercial. Gwen notaba como un sudor frío le recorría la espalda, tan conmocionada por lo que estaba ocurriendo que no reparó en que la gente que pasaba a su lado por la galería parecía no prestarles atención. Era como si de pronto se hubieran vuelto invisibles.

-Vamos, vamos, princesa –dijo Mordecai, acariciando el cuello de Lulú mientras miraba a la excitada rubia-. ¡Este no es el lugar más apropiado para dejarse llevar! Y menos teniendo unos asientos tan cómodos en la tienda de ropa deportiva. ¡Y una dependienta tan linda! ¿Te apetece que vayamos a echar un vistazo y juguemos un ratito todos juntos? Tu amiguita puede venir con nosotros si quieres.

-¡SÍ! ¡SÍ! ¡OHHH, SÍ! –gritó la rubia, que ya tenía la mano debajo de la falda y frotaba su entrepierna presa de una lujuria desenfrenada-. ¡La princesa ordena que Gwen Pelozanahoria la acompañe a la tienda! –rió, entre gemidos-. ¡La princesa necesita a alguien que le coma el coño mientras se la chupa a su príncipe azuuuoooooohhhh...! ¡OH! ¡SOY UN PRINCESAAA!

-No... no... ¡¡NO!! –gritó Gwen, viendo como los fluidos vaginales de Amanda le bajaban por sus perfectas piernas de princesa-. No sé que es esto pero no quiero formar parte de ello. ¡DÉJAME! ¡Déjame ir, rubia loca! –gritó a su amiga, presa del terror-. ¡Voy a llamar a la policía! ¡Voy a...! ¡Voy a...!

****

 

-¡... voy a correrme! Por todos los demonios del infierno... ¡Voy a correrme otra veeeeeeeez! ¡¡OOOOHH, SEÑOR DE LAS TINIEBLAS!! ¡Joder!

Gwen aullaba de placer sobre el mostrador de la tienda deportiva mientras Mordecai cabalgaba sobre ella, agarrando firmemente las largas coletas en las que llevaba recogido el pelo. Al mago debió de gustarle al aire gótico de la pelirroja, porque, en lugar de anularlo como en el caso de Mandy, lo había potenciado hasta límites exagerados.

La cara de Gwen estaba impecablemente maquillada con diversos tonos de negro y blanco, acentuando especialmente sus labios y sus grandes ojos castaños, tan repintados que parecían los de una muñequita de porcelana. Unos pendientes negros con forma de cruces invertidas colgaban de sus orejas, meciéndose descontroladamente con cada embestida de Mordecai. El resto de su vestuario consistía en unos guantes sin dedos con aspecto de telarañas y unas medias de rejilla hasta el muslo, todo ello a tono con las cintas con dibujos de calaveras que llevaba en el pelo.

-¡He sido una chica muy mala! –gritó la gótica, cerrando sus enormes ojos y levantando la cabeza-. ¡Esta niña tan mala se merece que se la follen! Oh, sí... ¡Mordecai, mago hijo de la gran puta! ¡Has jodido a mi mejor amiga y ahora me estás jodiendo a mí! ¡SÍ! ¡¡Puedo sentir cómo me penetras hasta el alma, cabronazo!! ¡Destrózame la vida, demonio de los cojones! ¡Haz que no me puta reconocer de la zorra de mi madre! ¡OH, SÍ! ¡JODER…! ¡Soy una puta de Satán!

La pelirroja continuó blasfemando y mentando al demonio hasta que ya no fue capaz de hablar y sucumbió ante el cuarto orgasmo de la tarde, cayendo extenuada sobre sus nuevas tetas, a juego con las de su amiga. Mordecai soltó sus coletas y se apartó, revelando un tatuaje con forma de murciélago que adornaba la espalda de Gwen, ligeramente por encima de su trasero respingón.

El mago contempló satisfecho el escenario. La tienda no estaba especialmente desordenada, pero algunos estantes se habían caído al suelo y los sillones estaban un poco manchados. Especialmente el asiento en el que la adorable dependienta de pelo rubio estaba recibiendo un servicio especial, cortesía de Mandy y Lulú, que iban turnándose para lamerle el coño entre risitas. Las tres estaban completamente desnudas, a excepción de la camiseta de propaganda que llevaba la dependienta, convenientemente levantada para dejar al aire sus discretos pechos.

-... no está bien... no... ¡NO! –jadeaba la dependienta, perdida en el mundo de placer al que la estaban arrastrando-. Mi jefe... se va a enfadaaaaAAAOOH, ¡JODER! ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NOOOOOOO!

La chica fue sorprendida por un intenso orgasmo que la dejó al borde del colapso y, a nivel subconsciente, hizo que se replanteara muy seriamente sus inclinaciones sexuales. Lulú aprovechó ese momento para lanzarse a la boca de la dependienta y darle un genuino beso francés, apretando fuertemente sus pechos contra los de ella.

Gwen, tumbada sobre el mostrador y con la cabeza todavía dándole vueltas, presenció la escena con los ojos entrecerrados, intentando recordar si siempre había sido bisexual o si eso era también cosa de Mordecai. En cualquier caso, se estaba poniendo cachonda de nuevo.

-¡Wendy! –exclamó Mandy, dando saltitos hacia la pelirrioja, con sus pechos rebotando con cada movimiento-. ¿Qué te ha parecido mi príncipe?

“¿Wendy?”, pensó, “¿Siempre he sido Wendy o...?”.

-A... Amanda –dijo la chica gótica, tratando de incorporarse. Aún no estaba acostumbrada al peso de su nuevo busto-. Ese hombre... Mordecai...

-¡Sí! –rió-. ¡Es un sueño hecho realidad! ¡Y folla como...!

-¡Es un mago diabólico! –gritó, con la voz entrecortada-. ¿No ves lo que nos ha hecho? Mand... ¡Amanda! Ese hombre... eh... –la pelirroja se llevó una mano a la cabeza, frustrada-. Me cuesta tanto pensar... Tengo la cabeza llena de imágenes de cementerios, telarañas y brujas... ¡Ese mamón me está convirtiendo en una especie de obsesa fetichista de Halloween! Oh, diablos…

-¡Eso es genial! –rió Mandy, aplaudiendo.

-¡No! ¡No es genial! –dijo Gwen, sentándose sobre el mostrador.

A espaldas de Mandy, Mordecai se había unido a Lulú y a la dependienta. El mago estaba follándose a la criada mientras esta exclamaba improperios en francés y hundía la cara entre los pechos de la dependienta rubia, que de pronto habían adquirido el tamaño de sandías. La pobre chica no tenía ni idea de lo que le estaba ocurriendo ni de por qué no venía nadie a ayudarla.

-Mandy... ¡Amanda! –dijo la pelirroja, haciendo un tremendo esfuerzo para no desviar la mirada hacia las tetas de la princesa-. No sé si lo que nos ha hecho tendrá solución, pero es necesario que follemos... ¡escapemos! Que escapemos de aquí mientras me chupas las te... ¡mientras ese cabrón está distraído! ¡Oh, diablos! ¿Pero qué me pasa? Estoy tan…

La pelirroja estaba intentado con todas sus fuerzas pensar con coherencia, pero era difícil hacerlo con los “¡oui! ¡oui!” y gemidos de Lulú... y con los espectaculares melones de Mandy justo delante de ella. La rubia se limitó a sonreírle tan encantadoramente que Wendy notó como volvía a humedecérsele el coño.

-Ma... Mandy... Tenemos que salir de aquí... Nosotras...

La princesa continuó sonriéndole de forma seductora. Wendy no fue capaz de seguir hablando. Sin previo aviso, Mandy tomó las coletas de su amiga y comenzó a jugar con ellas, enrollándolas entre sus dedos.

-No... ¡NO! Deja mis coletas... ¡No las toques! –dijo Wendy, sintiendo como se ponía más y más cachonda.

La preciosa carita de su amiga estaba cada vez más cerca de la suya.

-¿Sabes, Wendy? Antes me gustaba mucho el color negro... ¡Y ahora fíjate! No me imagino vistiendo algo que no sea rosa –dijo Mandy, con tono sugerente mientras seguía jugando con las coletas-. Sin embargo... debo admitir que el negro te sienta genial, cariño. ¡Estás absolutamente follable! Sí... ¡¡La princesa Mandy quiere probar un poco de este pastelito gótico!! ¡Esta princesita quiere ser una niña mala!

-Mandy... por favor –susurró Wendy, con los ojos entrecerrados y la mirada perdida en la perfecta sonrisa de su amiga-. Debemos...

Los labios de la princesa silenciaron a la chica gótica. Fue un beso largo y húmedo. Casi tan húmedo como la entrepierna de Wendy al sentir como su mejor amiga tiraba de sus coletas y apretaba sus tetas contra las suyas. ¿Ocaso importaba otra cosa en el mundo? Ni su empleo en el centro comercial, ni su vida, ni sus otros amigos... ¿Para qué necesitaba todo eso si podía irse a vivir con esa princesita de cuento de hadas y el semental de su príncipe? Sería una parodia de sí misma... ¡Podría follar y follar hasta que su coño gótico no pudiese más! ¡Y luego seguiría follando y follando porque sí! Todo oscuro… todo siniestro… Tutús de encaje y corsés de látex… ¡Telarañas y calabazas de Halloween!

-Oh... princesa –susurró Wendy, cuando Mandy dejó libre su boca y comenzó a bajar por su cuerpo, plantándole besos por el camino-. Sí... ¡Tienes razón! ¡Por Lucifer! ¡He sido una chica muy pero que MUY mala! ¡Tengo el alma negra como el carbón! Necesito un poco de rosa en mi vida... ¡Y en mi coño!

La gótica gimió y arqueó la espalda cuando notó como la lengua de la princesa se adentraba en las profundidades de su sexo.

-¡Oh, sí! ¡Sigue así, princesa cachonda! ¡Eres la mejor amiga del mundooooOOOOH! ¡Méteme esa lengua de puta que tu novio te ha dado! ¡Quiero sentirte hasta el fondo, cabronaza de rosa!

En ese momento, Mordecai giró la cabeza y sonrió ante la escena. Ahora era la dependienta la que estaba siendo embestida por su miembro viril, mientras Lulú descansaba en el suelo sobre un charco de semen con una botella vacía de Bourbon entre las tetas.

-¡Parece que el rosa y el negro se llevan de maravilla! –rió el mago, chasqueando los dedos y volviendo a centrar su atención en la preciosa dependienta, que ya apenas era consciente de lo que sucedía a su alrededor.

La gótica ni siquiera se dio cuenta de que el mago había hablado. Estaba completamente perdida en el torbellino de placer que la chica color de rosa había desatado entre sus muslos. En pleno frenesí, Wendy agarró sus propias coletas y tiró de ellas con todas sus fuerzas, exclamando, maldiciendo y gritando el nombre de su amiga. Su impecable pelo liso comenzó a cambiar de color, pasando del rojo oscuro al rojo brillante y finalmente a una tonalidad rosa chicle que fácilmente podría haber salido de una caricatura japonesa.

Por fin, la maravillosa lengua de Mandy consiguió su objetivo y Wendy alcanzó el pináculo del orgasmo, soltándose las coletas y cayendo de espaldas sobre el mostrador, incapaz de sentir nada aparte de la ráfaga de placer que experimentaba en cada centímetro cuadrado de su cuerpo.

La sonriente Mandy se levantó y soltó un gritito de sorpresa al notar el cambio en el pelo de su amiga. ¡Era rosa! Su color favorito... ¡El color que más cachonda ponía a las princesas como ella! Se puso a bailar de un lado a otro, celebrando el descubrimiento y pellizcándose los pezones mientras canturreaba algo incomprensible.

-Ya no podrás ser Pelozanahoria –rió, jugando con una de las coletas de su amiga-. ¡Serás Wendy Pelochicle! ¿Te gusta?

-No... no me tires de la co... ¡las coletas! ¡OH, JODER! ¡NO! Soy... soy... ¡¡Soy una chica muy mala...!! –dijo la gótica, mientras notaba como su entrepierna se volvía loca de nuevo-. ¡Castígame, princesa! ¡¡Castiga a esta hija de SatanaaaaaaAAAAAAH!! ¡¡OH, PUTO DEMONIO!!

Mandy se dispuso a zambullirse de nuevo entre las piernas de su amiga, pero entonces sintió el férreo brazo de Mordecai rodeándole los hombros. El mago estaba junto a ella, sonriéndole y acariciándole una teta. La princesa dejó de pensar en su amiguita de pelo rosa y centró todo su encanto en su príncipe, dedicándole sonrisa más despampanante de su repertorio.

-Princesita, me temo que vamos a tener que marcharnos ya. Dentro de media hora vamos a recibir el cargamento de joyas que compramos esta mañana y no quiero hacer esperar ni un minuto a ese bombón de chocolate de Laurilyn.

-¡Sí! ¡Sí! –exclamó Mandy, ilusionada-. ¡Mis joyas de princesa están a punto de llegar a mi mansión de princesa! ¿Has oído, Wendy? ¡La fiesta sigue en casa!

Enfuruñada por no haber podido continuar jugando con la princesa, la chica gótica le dedicó al mago una mirada llena de desprecio.

-Que sepas que te odio, hijo de puta –dijo, entre dientes-. En cuanto lleguemos a la mansión te voy a chupar la polla, pero te seguiré odiando igualmente.

Mordecai rió ante la ocurrencia de su nueva adquisición. ¡Sería una ayuda de cámara perfecta para la princesa Mandy!

-¡Uy, sí! –añadió Mandy, dando palmadas-. ¡Pero después me toca a mi, mi príncipe! Has dedicado todo el día a Wendy y a Lulú... ¡Y tu princesa rosa exige lo que se merece!

Mordecai rió, acariciando a la princesa y dándole un beso en la frente.

-Es verdad, rosita. ¡Se me ha ocurrido una idea! Lulú está un poco trompa, ¿pero qué te parece si dejamos que Wendy conduzca de camino a casa mientras tú y yo nos divertimos en el asiento de atrás? 

-¡Sí, sí, sí! ¡OH, SÍ! –chilló Mandy, abrazando a su príncipe-. ¡La princesa Mandy va a follar con su príncipe! ¡Mi coño de princesa necesita diversión! Porque... ¡SÍ! ¡Soy una princesa muy muy muy cachonda...!

Mandy volvió a caer víctima de su propia ensoñación, tocándose y magreándose bajo la atenta mirada de Wendy, que la devoraba con los ojos. Mordecai soltó una carcajada y le dio una palmadita cariñosa al trasero de la rubia, que seguía perdida en su mundo de fantasía.

Con sumo cuidado, el mago ayudó a Lulú a levantarse del suelo. La criada estaba tan borracha que, de no haber sido por la magia de su joven amo, no habría podido mantenerse en pie.

-Merci beaucou, Mon (¡hip!) Maître –rió la francesa, besándole el brazo a su señor mientras la sostenía.

Con un chasquido de los dedos del mago, las ropas de las chicas volvieron a su sitio; incluidas las de Wendy, que ahora vestía un conjunto muy parecido al de Mandy, sólo que en negro y con la inscripción “Satan’s Bitch” bien legible sobre su amplio busto.

Mientras las chicas salían y los estantes de la tienda se ordenaban solos, Mordecai se entretuvo dejando un cuantioso cheque sobre el mostrador y echándole un ojo a la dependienta, que estaba tirada en el suelo con los ojos entrecerrados, pasándose la mano por su pelo rubio y corto.

-Lamento no llevarme nada de la tienda, ricura –dijo-. Ya nos hemos gastado mucho en joyas y en casa no necesitamos pelotas de fútbol. Pero te dejo una cifra simbólica por haberte portado tan bien con las chicas. Si alguna vez quieres pasarte a jugar, mi dirección está escrita en el reverso del cheque.

El mago se marchó, dejando a la rubia desnuda, confundida y con un par de pechos de escándalo. 

¿FIN?

(¡Muchas gracias por el apoyo y los comentarios! Nada me anima más a seguir con mis historias, y la verdad es que no me importaría hacer algunas más con estos personajes. ¿Tenéis alguna sugerencia para la saga de Magic Man? ¿Qué tipo de personajes os gustaría que fueran víctima de Mordecai? ¿Haríais algún cambio en Mandy o Lulú? ¿Nuevos disfraces? ¿Algún escenario en particular?)