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Bibbity Bobbity Prom

en Control Mental

-¿Cómo que tenéis que quedaros en la oficina hasta tarde? Mamá, no lo entiendes. ¡Esto es una emergencia!

Carla recorría el salón de un lado a otro con el teléfono inalámbrico pegado a su oreja y una mueca de enfado en su bello rostro, impecablemente maquillado. Su melena rubia rojiza estaba recogida en un elegante moño, nada acorde con el top de tirantes y los vaqueros desgastados que llevaba puestos.

-Lo siento, cielo –respondió la señora Summers, al otro lado de la línea, intentando sonar asertiva-. Pero ya sabes que tu padre y yo estamos muy ocupados esta semana con el tema de la fusión y tenemos que asistir a muchas cenas de negocios. Es una reunión muy importante.

-¡Lo mío sí que es importante, mamá! ¡Esta noche es el baile de graduación y mi vestido está roto! ¿Has oído? ¡ROTO!

-Ya te oí la primera vez, Carla. Pero te repito que tu padre y yo estamos muy ocupados esta noche. ¿Por qué no coges dinero del cajón del escritorio de tu padre y sales a comprar otro vestido? La dependienta de la tienda era muy simpática, seguro que te hace un descuento de última hora  ¿Te parece bien, cielo?

La joven colgó el teléfono sin dignarse a responder. Estaba tan cabreada que a punto estuvo de tirarse sobre el sofá y ahogar un grito apretando la cara contra los cojines, pero se acordó del peinado y el maquillaje y se contuvo. ¿Cómo podía pasarle esto precisamente a ella? ¡A Carla Summers!

Ella era sin duda la chica más guapa y popular del Instituto de Appletown Oeste, además de la capitana indiscutible del equipo de animadoras y novia del quaterback Brad Thompson, el tío más macizo del instituto y probablemente también de la ciudad. A sus dieciocho recién cumplidos, el baile de graduación representaba la culminación de una adolescencia perfecta. Se suponía que era la noche en que pasaría a la historia del instituto como la Reina de la Graduación; la noche en que todas las chicas se morirían de envidia deseando estar en su pellejo (y los chicos deseando estar en su cama). ¡Pero todos sus sueños se irían al traste por culpa de ese maldito vestido!

Carla levantó la cabeza y miró aquel desastre que colgaba de una percha en mitad del pasillo. Aquel estúpido vestido de color azul claro, con un escote perfecto y un corte exquisito. La primera vez que lo vio en la tienda se volvió loca de alegría porque era el vestido soñado para una Reina de Graduación: ostentoso pero no escandaloso, iba a juego con su pelo y se ceñía a su impresionante figura como si hubiese sido diseñado exclusivamente para ella. Pero ahora no sentía más que odio hacia ese puñetero vestido.

¿Cómo era posible que se le deshicieran las costuras? Ni siquiera estaba realmente roto ¡Era como si el maldito hilo se hubiese desintegrado! Estaba segura de que el vestido estaba perfectamente cuando salió para la peluquería. Pero nada más volver se lo encontró así... ¡Hecho un desastre! En menos de una hora, Brad pasaría a recogerla en una limusina alquilada y no había tiempo de salir a buscar otro vestido. ¡Y encima sus padres estaban demasiado ocupados como para venir a solucionar su crisis!

-¡Esto ya no puede ir a peor! –gritó, maldiciendo su suerte.

Casi de inmediato, su teléfono móvil comenzó a sonar. Era Brad.

-¿Cariño? –dijo Carla, agarrando el teléfono con lágrimas en los ojos-. ¡No te imaginas lo que acaba de pasar! ¡Es horrible!

Lo único que se oía al otro lado de la línea era una risita nasal, intercalada con sonidos de besos. Por fin, Carla oyó la voz de su novio.

-¿Carla, nena? –dijo Brad, evidentemente nervioso-. ¿Podemos hablar?

-¿Qué ruidos son esos, Brad? –preguntó Carla, secándose las lágrimas con el antebrazo y frunciendo el ceño-. ¿Estás con alguien?

-Eh... bueno... Verás, nena. Esto es más complicado de lo que me esperaba. ¿Te acuerdas de Claudia, la chica de la clase de Química?

¡Claro que se acordaba! Claudia Smith era la antítesis de Carla. La chica más insociable y menos atractiva del instituto. Había repetido curso dos veces y lo mejor que uno podía decir de ella es que al menos intentaba no estorbar demasiado.

-Pues... eh... Creo que voy a ir a al baile con ella. ¿Te parece bien? No es nada personal, Carla. Pero es que me he dado cuenta de que Claudia tiene cosas... eh... que tú no tienes. ¿Todo bien, nena?

Carla se había quedado con la boca abierta, tratando de procesar lo que acababa de oír. Su novio la estaba dejando por teléfono... la noche del baile de graduación... ¡para irse con un adefesio estrábico!

-Brad... ¡Si esto es una broma no tiene ni puta gracia! ¿¡Me oyes!?

-Lo siento, nena. ¡No te lo tomes así! Te puedo pasar con Claudia si quieres. Está aquí conmigo.

-¡No! ¡No quiero hablar con esa zorra, Brad Thompson! ¡Lo que quiero saber es cuándo mi novio se volvió loco de atar! ¿Me quieres decir con quién voy ahora al baile?

-Bueno, Claudia dice que su primo Jake podría estar interesado. Y es tu vecino de enfrente, ¿no?

-Al baile... ¿con Jake Smith? ¿El pringao del insti?

-¡Sí! –exclamaron Brad y Claudia al unísono, soltando una risa.

Carla no dijo una palabra más. Se levantó del sofá, colgó el teléfono y lo lanzó con todas sus fuerzas, haciendo trizas un gran espejo que decoraba la pared del salón. Acto seguido agarró su vestido deshecho y corrió escaleras arriba, entrando en su habitación y cerrando de un portazo. Ya no le importaba despeinarse ni estropear su maquillaje. No tenía pareja. No tenía vestido. ¡La noche más importante de su vida se había ido oficialmente a la mierda!

La joven arrojó el vestido a una esquina de la habitación y se tiró sobre la cama, hundiendo la cara en la almohada y sollozando. No sólo estaba triste. ¡Estaba enfadada! Enfada con sus padres por no estar ahí para ayudarla. Enfada con la tienda por haberle vendido un vestido defectuoso. Enfadada con Brad Thompson por haberle destrozado la vida. ¡Y enfadada con ese cabroncete pervertido de Jake Smith por el mero hecho de existir y por tener una prima tan hija de puta!

-¡Es como si el universo se hubiese vuelto en contra mía! –gritó, pataleando sobre la cama-. ¿De verdad merezco esto?

-Por supuesto que no, niña preciosa –dijo una voz femenina.

Sorprendida, Carla volvió la cabeza para encontrarse con algo inesperado. En medio de su habitación, envuelta en un halo resplandeciente, había una mujer de raza negra, contemplándola con el gesto más dulce que había visto en su vida. Por su aspecto, la mujer debía de tener más o menos la edad de su madre, aunque estaba tan bien conservada que resultaba sencillamente espectacular. Llevaba el pelo largo y ondulado decorado con una  diadema roja, a juego con la  resplandeciente túnica de seda larga que abrazaba sus generosas caderas y revelaba parte de sus morenos pechos con un escote poco pudoroso. Aquella mujer brillaba con luz propia.

-¿Qui... quién es usted? –fue todo lo que alcanzó a decir Carla, obnubilada por la puesta en escena.

La mujer la miraba con ojos entrecerrados, dedicándole la más tranquilizadora de las sonrisas. Carla tendría que haberse sentido asustada al encontrarse con una extraña en casa, pero por algún extraño motivo... se sentía completamente a salvo. Sorprendida, pero a salvo.

-Mi nombre es Tita, preciosa –dijo la intrusa, haciendo una delicada reverencia, revelando aún más su amplio busto-. Y soy un hada madrina que ha venido a ayudarte en esta noche tan especial para ti.

-¿Un hada... madrina? ¿Cómo la Cenicienta?

A pesar de lo inaudito de la situación en la que se hallaba, no le costó demasiado aceptar la idea de que la visitara un hada madrina. Carla había dejado de creer en la magia hacía más de diez años, y sabía perfectamente que las hadas sólo existían en los cuentos o en las películas para críos. Y sin embargo, aquella despampanante señora entrada en años aseguraba ser un hada de verdad... y Carla no podía hacer otra cosa que creer sus palabras. ¿Cómo iba a mentirle alguien con una sonrisa tan... plácida? Se sentía tan segura...

Tita soltó una dulce risita.

-Bueno, ese es un excelente ejemplo, querida. Aunque las cosas no van a ser exactamente como en el cuento.

-¿A qué te refieres? –preguntó Carla, alzando una ceja.

La sonriente hada puso una mano sobre su busto con teatralidad.

-Soy un hada madrina experta en hacer realidad los sueños de la gente. Pero entiendo que los sueños son complicados y que no puedo basarme exclusivamente en mi criterio. Por eso voy a necesitar tu ayuda para hacer que esta noche sea absoluta y totalmente inolvidable, preciosidad. Voy a concederte tres deseos a tu elección. ¡Puedes elegir libremente cualquier cosa que necesites para ir al baile y hacer que esta sea la mejor noche de tu vida!

La expresión de Carla fue pasando del asombro a la más absoluta fascinación, sin el menor atisbo de incredulidad. Se levantó de la cama y miró a su deslumbrante hada, tan emocionada que se le saltaron las lágrimas.

-¿Cualquier cosa que quiera?

-Cualquiera cosa que tu corazón anhele, tesoro. Siempre que tenga relación con el baile de esta noche –añadió el hada, levantando un dedo para hacer énfasis.

¡Eso era mucho mejor que el cuento de la Cenicienta! ¿Por qué dejar que el hada eligiera por ella si podía tener exactamente lo que buscaba? Pensó en su vestido destrozado, en el cabrón de Brad... ¡En todas las posibilidades que se abrían ante ella! Podría convertir aquel baile de instituto en el evento más grande de la historia si así lo deseaba... ¡Y ella sería la protagonista!

-Dios esto es... ¡Esto es fabuloso! Creía que iba a ser la peor noche de mi vida pero... pero... ¡Casi no me lo creo! ¡Cindy va a flipar cuando se lo cuente!

El hada puso sus manos sobre sus amplias caderas, todavía sonriente.

-Bueno, cariño. Recuerda que tienes que salir para el baile dentro de cuarenta minutos. ¡No querrás hacerles esperar! –dijo Tita, acariciando suavemente uno de sus pechos-. Y te aseguro que esta hada madrina está loca por conceder deseos. ¡Pide lo que quieras!

Carla ni siquiera reparó en el discreto gemido con el que el hada había acabado la frase. ¡Tenía tanta razón! El baile empezaría en breve y ella debía aprovechar bien sus deseos. La rubia miró el vestido, hecho una bola en el suelo de su habitación. Sabía por dónde empezaría.

-Hada madrina –dijo con solemnidad-. Estoy lista para pedir mi primer deseo.

-¡Oh, sí! ¡Sí! –dijo Tita, visiblemente excitada-. Vas a tener tu deseo, niña preciosa. ¡Pide  por esa boquita cualquier cosa que quieras!

En condiciones normales, a Carla le habría parecido muy poco apropiada la actitud del hada, que había comenzado a gemir y a acariciarse sin ningún pudor, impaciente por oír el deseo de la joven. A través de la seda roja, se transparentaban los pezones del hada, duros como piedras. Pero Carla no reparó en nada de eso. Tenía la cabeza en otro lugar. ¡Un lugar en el que todos sus sueños estaban a punto de hacerse realidad!

-Tita, para el baile de graduación deseo llevar el vestido de mis sueños. ¡Con todos los complementos!

-¡SÍ! ¡SÍ! ¡Niña preciosa, sí! –gimió el hada, perdiendo la serenidad y poniéndose roja de lujuria.

La belleza de ébano sacó de entre sus voluminosos pechos una deslumbrante varita mágica con incrustaciones de diamante y la alzó orgullosa.

-¡Tu deseo va a hacerse realidad como que me llamo Tita! ¡Oh, sí! ¡SÍ, CARIÑOOO!

Con la varita en una mano y la otra acariciando su entrepierna, el hada comenzó a canturrear entre gemidos, envolviendo a Carla en un torbellino de purpurina y destellos. La joven estaba tan maravillada con la magia y las luces que ni siquiera prestó atención a los gritos del hada.

-¡...gala-sadoola-magika-dooooooOOOOOH, SANTO CIELO! Vo... ¡Voy a cumplir tu deseo, primor! Bibbity Bobbity... ¡OooooaaaaAAAAOOOoooOOH! ¡SÍ! ¡SÍ! ¡SÍ! ¡BIBBITY BOBBITY! ¡OH, SÍ! ¡Tita hace tus sueños realidaaaaAAAH! ¡Ah…! ¡OOOOOOH, SÍ!

De pronto, hubo un fogonazo y Carla fue incapaz de ver nada más allá de la resplandeciente luz que envolvía todo a su alrededor. Se sentía liviana, como si estuviese flotando. Y de hecho... ¡Sí, estaba flotando, suspendida en aquel vacío fulgurante! No trascurrieron ni cinco segundos cuando la chica notó de nuevo el suelo bajo sus pies, y al instante el escenario volvió a dibujarse a su alrededor. Los destellos fueron disolviéndose poco a poco hasta que fue capaz de distinguir junto a ella la majestuosa y sonriente figura de su hada madrina, que la miraba con un gesto de ensueño mientras acariciaba cariñosamente su varita mágica. ¡Todo era tan... maravilloso!

-Tu deseo se ha cumplido, preciosidad –dijo el hada, satisfecha hasta límites insospechados por la joven-. ¡Sin duda vas a ser la más bella del baile! –añadió, mandándole un seductor beso.

Carla apenas podía creerse lo que veían sus ojos. Ya no estaba en su habitación, sino en el salón del piso de abajo, justo frente al enorme espejo que ella misma había roto en pedazos minutos atrás y que ahora lucía milagrosamente intacto. Reflejada en aquel espejo, Carla vio algo que la dejó sin respiración.

-Y bien, tesoro –dijo Tita, con una mano en la cadera y la otra blandiendo su chisporroteante varita (¿siempre había sido tan gruesa?)-. ¿Soy buena en mi trabajo o no?

Su lustrosa melena rubia estaba recogida en un exquisito moño, tan perfecto que el que le habían hecho en la peluquería no podía compararse ni de lejos. El maquillaje de su cara era digno del de una estrella de Hollywood, y el vestido... ¡El vestido! Carla creía que el vestido de la tienda se acercaba a su ideal de perfección, pero palidecía al lado de la maravilla que llevaba puesta. Era un precioso vestido largo de color azul oscuro que acababa en una ostentosa y refulgente cola de seda celeste. El escote realzaba y acentuaba sus hermosos pechos de una forma un tanto atrevida, pero muy elegante. Llevaba un par de guantes largos de satén blanco, y unos brillantes pendientes de diamante a juego con el distinguido collar con joyas incrustadas que centelleaba alrededor de su cuello. Era una visión de ensueño.

-Hada madrina... esto es... esto es... ¡No tengo palabras! ¡Jamás he estado tan guapa en mi vida!

Carla posaba frente al espejo, emocionada y orgullosa de su exuberante cuerpo y su resplandeciente vestido. ¿Quién necesitaba al capullo de Brad? ¡Si se presentaba así en el baile, todos los chicos del instituto harían cola para ser su pareja! Y probablemente incluso las chicas porque... ¡Oh, Dios! No podía dejar de mirar su reflejo. ¡Estaba embelesada!

-Pero no olvides, preciosa, que todavía tienes dos deseos esperando para convertirte en la más dichosa de las criaturas –añadió la morena, relamiéndose los labios y mirando su varita con lascivia-. Dos deseos para ti solita, querida.

-¿Eh? ¡Ah, sí!

Carla se había quedado embobada lanzándole besos a su reflejo. Su hada tenía razón; todavía quedaban dos deseos que gastar. El vestido y los complementos eran ideales, pero no iba a ser tan tonta como para desperdiciar la oportunidad de su vida. Aquella noche tenía que ser realmente inolvidable... ¡la noche más especial de su vida! Una noche que sería recordada en la historia de Appletown Oeste. Pero... ¿por qué dejarlo ahí?

-¡Tita! –dijo Carla, ajustándose uno de los guantes-. Prepárate porque ya sé cuál va a ser mi segundo deseo.

-¡Oh! ¿De verdad, primor? –exclamó el hada, acariciando distraídamente su entrepierna-. ¡Eso es fantástico! Estaré muy cach... ¡Feliz! ¡Feliz de poder cumplir tu deseo, niñita preciosa!

Tal y cómo había ocurrido la vez anterior, la serenidad y elegancia del hada parecieron desvanecerse poco a poco ante la perspectiva de un nuevo deseo. Naturalmente, Carla siguió sin darse cuenta de ello, pues estaba concentrada en lo que iba a pedir.

-Deseo que esta noche sea nombrada Reina del Baile de Graduación... ¡De todos los bailes de graduación del país, porque mi coronación va a ser retransmitida en directo en la televisión nacional!

-Sí... sí... sí... ¡OH, SÍ! ¡Piensa a lo grande, preciosa! ¡Bibbity Bobbity! ¡Bibbity Bobbity! –comenzó a gemir la morena, alzando la varita y llenando el salón de estrellitas-. Qué tus sueños... ¡AaaaaAAaaAAH… DIOS SANTO! Se… ¡Se hagan realidad!

El hada madrina volvió a perder el control, jugando con su entrepierna  y lamiendo su gruesa varita como si fuese de caramelo. Carla ni siquiera se dignó a mirarla, tan asombrada como estaba por la rutilante lluvia de polvos de hada que inundaba su salón. De pronto, la televisión se encendió.

-... muy interesante, Jerry –dijo la voz de un conocido presentador de televisión, dando las noticias en la cadena con más audiencia del país-. Pero sin duda el evento de esta noche es la retransmisión del baile de graduación del Instituto de Appletown Oeste en la casi desconocido localidad del mismo nombre. Tenemos ahí a nuestra enviada especial Diana Wilkins, dispuesta para el gran evento.

La imagen cambió a una vista general de la fachada del instituto, aunque Carla apenas podía reconocerlo con tantos adornos y tanta gente saludando a la cámara a la luz de los focos. Una periodista castaña con un bonito vestido de color rosa claro sonreía a la cámara mientras sostenía el micrófono.

-Así es, Mike. No se ha hablado de otra cosa esta última semana que de la coronación de Carla Summers, reina indiscutible de este y todos los bailes de graduación del país.

Junto a la presentadora, apareció una foto de archivo en la que Carla salía con los ojos entrecerrados, sonriendo y sacando la lengua mientras hacía el signo de la victoria con ambas manos. En la comisura de los labios asomaba algo blanco. ¡Probablemente sólo fuera leche!

-Aún no sabemos si la susodicha acudirá con pareja o no, Mike. ¡Pero no tenemos la menor duda de que su entrada va a ser espectacular! La alfombra roja ya está preparada y, a falta de media hora para que comience el evento, la pregunta que todos nos hacemos es: ¿qué vestido llevará Carla?

-Gracias, Diana –dijo el presentador, volviendo a aparecer en pantalla-. Ahora vamos con el parte meteorológico, pero no cambien de cadena porque pronto volveremos a Appletown para seguir de cerca...

Tita apagó la tele con un movimiento de su fálica varita. Ya repuesta de la emoción de conceder el deseo de Carla, el hada había recuperado su aparente pose de serenidad y pureza... salvo por la incipiente mancha de su vestido a la altura de la entrepierna y que uno de sus pechos estaba a punto de salírsele del escote.

Carla, aún sin percatarse del extraño comportamiento del hada, se puso a aplaudir, riendo como no había reído en su vida.

-¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Voy a salir en la tele! Ahora sí que voy a ser la envidia de todas en el instituto. ¡Cindy se va a morir cuando se entere! Seguro que ahora mismo está mandándome mensajes haciéndome la pelota –rió Carla-. ¡Voy a mi cuarto a por el móvil!

La bella joven se dirigió hacia las escaleras sin poder parar de sonreír, con la cola de su vestido de gala ondulando tras ella.

-Pero preciosa –dijo Tita, llamándole la atención-. ¡Todavía te queda un deseo, y el baile es dentro de media hora!

Carla se volvió para ver como el hada madrina la miraba sin molestarse en disimular un pequeño deje de impaciencia en su tranquilizadora mirada. La morena frotaba la varita con cierta inquietud, deseosa de volver a usarla.

-¡Sí, es verdad! –dijo, llevándose una mano a la cara-. ¡Todo tiene que estar listo para la hora del baile!

Carla hizo un pequeño repaso de la situación mientras regresaba al salón. Ya tenía el vestido y la atención que merecía. ¡Ahora sólo necesitaba una pareja!

-¡Hada madrina! –dijo.

-¡¿Sí?! –sonrió Tita, acariciándose una teta y moviendo la varita de un lado a otro. Cada vez se parecía más a un dildo.

-Deseo que... eh... ¡Un momento! Espera un momento.

Carla no prestó atención al mohín del hada, molesta por no haber podido usar su magia una vez más. Una idea acababa de asaltar a la joven rubia: ¿por qué iba a ir al baile con Brad, pudiendo ir con quién deseara? Brad había demostrado ser un cabrón insensible que no había tenido ningún reparo en engañarla con la chica más fea del pueblo. ¡No se merecía ser su Rey de la Graduación!

-Niña preciosa... –dijo el hada, visiblemente más impaciente. Su pelo estaba ligeramente despeinado y sus pezones bien se marcaban de forma exagerada-. ¿No ibas a pedirme un deseo, primor?

-Sí, sí... eh...

Podía desear ir con alguno de los chicos mayores que ya se habían graduado del instituto. ¿Pero era suficiente? ¡Tenía que pensar a lo grande! Tenía que desear que la acompañara algún actor de cine o un deportista de élite. Alguien guapo, famoso y con dinero... ¡La mejor pareja para aparecer en público ante todo el país! Carla sonrió. Ya sabía quién sería su rey.

-Deseo... –dijo.

-¿Sí...? –dijo Tita, sin disimular lo cachonda que se estaba poniendo.

-Deseo que mi pareja para el baile sea...

El hada ya no podía aguantarse más. Sin el menor decoro se levantó la túnica entre gemidos, revelando su coño depilado.

-¡Jake Smith! –anunció Carla, con una radiante sonrisa que, al momento, fue sustituida por una expresión de horror-. Espera... ¿qué? ¡¿Qué cojones acabo de decir?!

Carla se sintió aún más escandalizada cuando se dio cuenta de que su hada madrina estaba de rodillas en el suelo con la túnica levantada y su varita mágica convertida en un brillante dildo con incrustaciones de diamante, gimiendo y aullando como una fulana.

La rubia intentó hablar, pero sencillamente no encontraba palabras. Aquella mujer había estado tocándose y poniéndose cachonda delante de ella todo el tiempo... Incluso... ¡Oh, Dios! ¡La foto que habían puesto de ella en la televisión nacional era...! ¡Tenía la cara llena de...! ¡¿Cómo podía no haberse dado cuenta?!

-¡...un rey! –chilló el hada, metiendo y sacando el dildo mágico de entre sus piernas, envuelta en un ciclón de polvo de hadas-. ¡Un rey precioso para esta reina tan guapaaaoooOOOH, SÍ! ¡Bibbity Bobbity...! ¡Esta hada está muy cachonda! ¡Bibbity Bobbity...! ¡BIBBITY BOBBITY...! ¡BI...!

Carla retrocedió asustada cuando el hada llegó al orgasmo, descargando un nuevo fogonazo de magia. Esta vez no hubo ingravidez ni destellos, sólo silencio... y miedo.

-Po... por favor –dijo Carla. Su maquillaje lucía perfecto a pesar de las lágrimas que corrían por sus mejillas-. No... no acabo de entender lo que está ocurriendo aquí... Pero creo que esto se me ha ido de las manos... Ti... ¡Tienes que marcharte!

Era como si hasta ese momento Carla no hubiese sido capaz de percibir lo irracional de la situación... ¡Y lo potencialmente peligroso que resultaba! Pero ahora todo empezaba a tambalearse dentro de su cabeza, asustándola de una forma inconcebible.

-Ya tienes tus tres deseos, preciosa. ¡Disfruta de ellos! –fue todo lo que dijo el hada, tirada en el suelo medio desnuda, dedicándole una sonrisa llena de picardía!

En ese momento, la puerta de entrada abrió, dejando ver a la última persona con la que Carla deseaba encontrarse.

-¡Hola, bombón! –dijo Jake Smith, cerrando la puerta y ofreciéndole un escuálido ramo de flores-. ¡Caray! ¡Estás tan...! Estás muy... –el pringao soltó una risa nasal muy poco atractiva-. ¿Pu... puedo tocarte las tetas luego...?

-No... no... ¡NO, NO, NO! –gritó Carla, retrocediendo espantada-. ¡No pienso ir al baile con este bicho raro! ¡Antes prefiero no ir a ningún sitio! –miró a su hada madrina, que contemplaba la escena con una sonrisa, sentada en el suelo-. ¡Tú! ¿No decías que eras mi hada madrina? ¡Haz que este memo salga de mi casa ahora mismo!

La belleza madura comenzó a reír y, levitando elegantemente, se puso en pie sin esfuerzo. Toda su túnica estaba manchada con sus propios fluidos.

-Pero niña preciosa –dijo el hada, con teatralidad-, ¿no te acuerdas de que sólo tenías derecho a tres deseos? ¡Creo que lo dejé muy claro! Además, ¿cuándo he dicho que fuera tu hada madrina? Sólo dije que era un hada madrina.

-¿Qué...?

Carla estuvo al borde de un ataque de nervios cuando vio como la atractiva mujer negra se aproximaba a Jake Smith, moviendo sus caderas con aire seductor. El adolescente sonreía como un idiota, sin poder apartar los ojos de la mujer.

-Soy el hada madrina de Jake, ¡por supuesto! –rió, apretando el rostro del chico contra su impresionante busto-. ¡El niño más precioso y más follable del mundo! ¡Lo más bonito de Appletown y del universo! ¿Hay algo que tu hadita madrina pueda hacer por ti, príncipe precioso? –añadió, acariciando el pelo de Jake.

El chico, rojo como un tomate, comenzó a sobarle el trasero al hada sin ninguna gentileza. Se notaba que no estaba acostumbrado al contacto femenino... ¡pero vaya si le gustaba!

Carla no podía creerse lo que estaba ocurriendo ahí mismo... ¡en su salón! Y encima todo ese asunto de hadas madrinas y magia... ¡Era una auténtica locura!

-Ya... ¡Ya basta! –gritó, sin apartar los ojos de la indecente pareja.

Jake levantó la cara del entreteto de su hada y sonrió a su vecina.

-¿Algún problema, monada? –dijo, recolocándose las gafas con un dedo.

-¡¿Algún problema?! –repitió Carla, frunciendo el ceño-. ¡Ya lo creo que hay un problema! ¡Exijo saber lo que está ocurriendo aquí, pedazo de gilipollas! ¿Has pagado a una prostituta para que me drogue y me meta gilipolleces en la cabeza? –la rubia trató inútilmente de quitarse uno de los guantes-. ¿Y de dónde habéis sacado este vestido? ¿Por qué no me lo puedo quitar? ¡Mierda!

La chica no entendía nada de lo que estaba ocurriendo.

-Bueno, Carly. Creo que la respuesta es evidente, ¿no? No te costó tanto aceptar la existencia de las hadas y la magia cuando Tita se presentó en tu dormitorio hace media hora, ¿me equivoco?

-La... ¡la magia no existe, capullo! –gritó Carla, agarrando unas tijeras e intentando cortar el vestido sin éxito-. ¿Pero qué...?

-El vestido es mágico, preciosa –dijo el hada-. ¡Lo he creado especialmente para que luzca impecable tooooda la noche! Aunque ahora que lo pienso, le falta un detallito... –el hada se sacó el dildo del coño y apuntó con él a Carla-. Bibbity Bobbity... ¡Bibbity Bobbity...! ¡Con esta canción yo hago Bibbity Bobbity, Bibbity Boo…!  ¡Bibbity Boobity! ¡Boobbity Bibbity! ¡Bibbity Bobity BOOBS!

En un instante, el escote del vestido azul de Carla se retrajo sobre sí mismo, dejando al descubierto sus preciosos y turgentes pechos, que rebotaron ante la sorpresa de la joven.

-¡¿Qué...?! ¡AH! ¡AAAAAH! –gritó Carla, intentando taparse con sus brazos enguantados-. ¡OH, JODER! ¡NO!

Carla descubrió para mayor horror que sus pezones se habían vuelto tan sensibles que el mero roce de la seda de los guantes los acababa de poner erectos. Ni siquiera fue capaz de contener un leve gemido mientras intentaba taparse los pechos sin tocarlos.

-¡Ahora sí que vas a ser la estrella del baile, monada! –rió Jake, recolocándose las gafas de nuevo-. ¡Buen trabajo, Tita!

El pringao le dio una palmada en el culo a la susodicha, que reaccionó dando un saltito y soltando un “¡oh, precioso!”

-Ah, por cierto –dijo Jake, sonriéndole al hada-. Ya ha acabado el espectáculo, puedes quitarte esa túnica tan fea y volver a ponerte tu uniforme especial.

-¡Como ordenes, ahijado precioso!

Ante los ojos de la escandalizada Carla, la desgastada túnica de seda del hada se desintegró sin dejar rastro y al momento fue sustituida por un ajustado disfraz de conejita playboy de color rojo, con pajarita y colita de algodón incluidas. De la diadema que coronaba su melena negra brotaron un par de adorables orejitas blancas, y unas medias de rejilla se materializaron en las torneadas piernas del hada. Enfundada en semejante disfraz, la deslumbrante anatomía de aquella belleza de ébano lucía simplemente deliciosa, especialmente tratándose de una mujer ya entrada en años.

-¡Tachán! –dijo, alzando los brazo y provocando que su busto rebotara-. ¡Tita la conejita madrina está lista para concederle deseos a su niñito bonito! –añadió, despegándose del suelo y flotando tranquilamente junto a Jake. Acto seguido comenzó a tocarse una vez más-. Pide deseos, mi niño... ¡Pide deseos! A tu hada madrina le encantan los deseos grandes y ostentosos. ¡Son los que más cachonda me ponen! ¡OH! ¡Mi niño precioso!

-Bien, bien… -dijo Jake, mirando a la asustada Carla con gesto divertido-. Tita, deseo… ¡tocarle las tetas a Carly!

La conejita flotante asintió, radiante de alegría, y comenzó a hacer florituras con la varita mientras recitaba su conjuro.

-¡¿Cómo?! –gritó Carla, retrocediendo espantada-. ¡No te atrevas! ¡NO TE...! ¡AH!

Como activadas por un resorte, las manos de la rubia se apartaron, dejando sus senos a la vista. Pero aquello no fue más que el principio. Súbitamente, Carla notó como sus propios pechos tiraban de ella, arrastrándola por el salón directa hacia Jake Smith, que la esperaba con las manos listas para sobarla.

-¡NO! ¡NO! ¡Para esto, por favor! ¡NO!

Ya era tarde. Jake ya la tenía bien agarrada y estaba más que dispuesto a aprovecharse de la situación. Carla se vio incapaz de apartarse, en parte porque la magia del último deseo la retenía contra su voluntad, pero también por la desproporcionada ráfaga de placer que notó en el instante en que Jake comenzó a magrear sus pechos y a pellizcar sus increíblemente sensibles pezones.

Tita orbitaba alrededor de la pareja, riendo y dejando una estela de polvo de hadas a su paso.

-Oh, Carla... –susurró Jake, con la mirada fija en el busto de la joven-. Llevo años soñando con hacer esto... ¡Me la he cascado cientos de veces imaginando como sería tocarle las tetas a la capitana de las animadoras!

La chica apenas escuchaba. Estaba demasiado ocupada intentando luchar contra su muy creciente excitación y tratando de reprimir sus gemidos.

-Todo este tiempo viéndote por el instituto... soportando tu indiferencia... espiándote por la ventana de tu cuarto... ¡Y ahora eres una muñequita en mis manos!

-De... de... ¡Déjame! ¡AH! –dijo la rubia, entre jadeos, deseando poder quitarse de encimas las manos que tanto placer le estaban dando.

-No sabes cuanto me dolió cuando me enteré de que ibas a ir al baile con ese abusón de Brad. ¡El mismo tío que me encerraba en las taquillas y me tiraba de los calzoncillos!

-Tú... ¡Tú! Le... ¡Le hiciste algo a Brad! –consiguió decir Carla, en un momento de lucidez.

-¡Pues claro! Mi prima es buena gente, pero no iba a conseguir ligarse al imbécil de Brad por sus propios medios. Así que Tita y yo le echamos una mano.

-¡Sí, sí! ¡Precioso, sí! –asintió el hada, flotando en el aire y moviendo su dildo-varita-. Mi niño pidió un deseo y al momento ese chico tan malo se enamoró perdidamente de su primita Claudia.

Carla deseaba poder despotricar y lamentarse, pero el sobón de Jake parecía no aburrirse de tocarle las tetas. Y eso la excitaba cada vez más y más...

-¡Mi niño! –dijo de pronto el hada-. ¡Quedan sólo cinco minutos para el baile!

-¡Oh, mierda! Ahora que nos lo estábamos pasando bien...

Jake dejó en paz los pechos de Carla. La rubia estaba tan exaltada que retrocedió hasta quedar apoyada de espaldas a la pared, con el corazón a punto de salírsele del pecho.

-¡Tita! Deseo que aún tengamos otra media hora para poder jugar un ratito más –dijo, con una sonrisa.

-¡Oh, sí! ¡Oh, sí! –exclamó el hada-. ¡Manipular el tiempo es un deseo grande! ¡Muy grande! ¡Y me pone cachondaaaaah...! ¡OH, SÍ!

La mujer flotó por toda la habitación recitando sus palabras mágicas, haciendo que el reloj de pared del salón retrocediera media hora, así como todos los relojes del mundo. ¡E incluso afectando a la propia rotación de la Tierra! Hubo un “Bibbity Bobbity” final y el hada aterrizó junto a su ahijado, orgullosa de su trabajo.

-¡Muy bien hecho, Tita! –aplaudió Jake-. No es que sea mucho tiempo, pero será suficiente para una última toma de contacto... ¡Y después, al baile!

El pringao volvió a darle otra palmada en el trasero en agradecimiento, procediendo entonces a bajarse los pantalones.

-¿Eh? –dijo Carla, extrañada-. Espera... ¡No! ¿Qué demonios vas a hacer?

La animadora estaba de espaldas a la pared sin ninguna salida posible.

-¡No te preocupes Carla! –rió Jake, que se acababa de bajar los calzoncillos, revelando una polla que probablemente habría sido mucho más pequeña antes de conocer a su hada madrina-. No voy a hacer nada que tú no quieras hacer.

Aquellos no tranquilizó a la chica. A pesar del miedo y el sudor, su pelo y maquillaje seguían milagrosamente intactos.

-Pero lo cierto es que desearía... –añadió Jake, haciendo que Tita se pusiera en guardia-. Sí... ¡Desearía que me pidieras que follara contigo...! ¡Que me suplicaras!

-¡NO! ¡NO! ¡NOOO...! ¡Yo no...! ¡No...! –gritó asustada, viendo como el hada de Jake la apuntaba con su dildo mágico-. ¡No voy a...! ¡No pien...! ¡OH! ¡OH, DIOS! ¡JAKE! ¡Fóllame! ¡Fóllame ahora mismo, por lo que más quieras!

La expresión de terror en la cara de la animadora había sido reemplazada por una de lujuria desenfrenada. Después de forcejear con su largo vestido, Carla consiguió levantárselo y dejar libre su entrepierna, lista para recibir a la enorme polla de Jake.

El pringao no lo dudó un momento y se abalanzó sobre la rubia, penetrándola sin miramientos.

-¡Sí! ¡Fóllame! ¡Fóllame, perdedor! ¡Necesito tu leche dentro de mí como sea, joder! –gritaba Carla, mientras el chico se la empotraba contra la pared del salón-. ¡Fo...! ¡OH! ¡OOOOOH!

La animadora fue incapaz de seguir hablando porque Jake había vuelto a la carga con sus pechos, besándolos y lamiéndolos mientras seguía entrando y saliendo de su sexo. Jamás en toda su vida habría imaginado que fuese posible sentir tanto placer de golpe, pero entre su coño y sus tetas, la animadora creyó que iba a volverse loca.

Detrás de Jake, el hada madrina saltaba y reía, coreando el nombre de su ahijado. Su obsceno disfraz de conejita se había transformado en una igualmente obscena parodia de un uniforme de animadora de color rojo con pompones amarillos. Tita levantaba las piernas, agitando los pompones y enseñando su culito madurito con cada movimiento de la minúscula faldita que llevaba puesta. Su melena negra estaba recogida en dos coletas con un par de lacitos rojos sujetándolas.

-¡Dadme una J! ¡Dadme una A! ¡Dadme una K y dadme una E! ¿Qué tenemos? –cantó el hada, flotando en el aire-. ¡Seeeeeementaaaaaal! ¡Sí! ¡Mi niño precioso es un semental! ¡SÍ! ¡SÍ!

Todavía suspendida en el aire, y sin molestarse en deshacerse de los pompones, la mujer negra abrió las piernas y comenzó a jugar con el dildo que tenía profundamente enterrado entre ellas.

-Esto... ¡Esto es la caña! –exclamó Jake-. ¡Nunca imaginé que acabaría follándome a la chica más maciza del insti el día del baile!

Carla no respondió. Ser penetrada por Jake era el único pensamiento en su cabeza. Lo demás era secundario.

-Pero aún... ¡Aún se puede mejorar! –añadió el chico, entre jadeos-. Siempre me han gustado... las... ¡las chicas con gafas! ¡Estarías muy sexy con unas, Carly!

-¿Uh? –fue lo único que acertó a decir la aludida.

-¡Tita! ¡Deseo que Carly lleve gafas de pasta negra! –rió Jake-. Oh, sí... sí... ¡El rollo bibliotecaria me pone mucho!

El hada ni siquiera necesitó sacarse el dildo-varita del coño para hacer su magia. Siguió masturbándose alegremente mientras una ráfaga de polvos de hada salía de entre sus piernas, haciendo que en la preciosa carita de Carla aparecieran unas elegantes gafas de montura gruesa.

-¡Sí! ¡Sí! –exclamó Jake, riendo como un maníaco-. Siempre... ¡Siempre he querido verte con gafas como estas! Y ahora... ¡Tita! ¡Deseo que tenga las tetas más grandes...! ¡Y los ojos verdes en vez de azules! Y el pelo... ¡Me gustan las chicas con el pelo corto! ¡Deseo que tenga el pelo corto!

Tita siguió moviendo el dildo dentro de su coño, conjurando más magia y dejándola a punto de tener un orgasmo de proporciones titánicas. Un orgasmo exactamente igual que el que experimentó Carla al mismo tiempo que sus pechos crecían dos tallas, sus ojos cambiaban de color y el elaborado moño en el que llevaba recogido el pelo se convertía en un elegante corte al estilo bob.

Jake sintió como se corría, viendo como la chica con la que llevaba fantaseando toda su adolescencia se convertía en su ideal de perfección. ¡La vida podía ser tan bonita a veces!

Los tres cayeron rendido de inmediato, Carla boca arriba sobre el frío suelo con la cara de Jake apoyada sobre sus nuevos melones. Flotando distraídamente por el salón, Tita se recuperaba de su orgasmo. Había perdido el top de su disfraz de animadora y ahora tenía los pechos al aire. Un líquido resplandeciente goteaba de su entrepierna, ensuciando la alfombra del salón de los Summers.

-¿Uh? ¿Qué hora es? –dijo Jake, besando uno de los pechos de Carla y mirando el reloj de pared-. ¡Vaya! Tenemos diez minutos para llegar al baile... ¡Tita!

-¿Ah? ¿Sí, mi niño? –dijo el hada, aún con la cabeza en la nubes.

-Carly y yo tenemos que salir cuanto antes. ¡La gente nos espera!

El chico se puso en pie y ayudó a levantarse a la tambaleante Carla. Su vestido estaba perfectamente limpio, tal y como había prometido Tita.

-¿A dónde...? ¿A dónde vamos? –preguntó Carla, confusa.

-¡Al baile, Carly! –respondió Jake, subiéndose los pantalones-. Deseaste que fuera tu pareja y vamos a ir juntos. ¡Y deseo que te encante la idea!

-Sí... ¡Sí! ¡Sí! ¡Oh, Señor! ¡Tenemos que salir ya si no queremos llegar tarde!

La rubia volvía a estar tan resplandeciente como una hora atrás, cuando creía que todos sus sueños se estaban volviendo realidad. Y en cierto modo así era, ¿no? ¡Iba a ir con Jake Smith! No sabía por qué, pero ir con Jake Smith al baile parecía la cosa más genial del mundo. ¡Y además iban a salir en la tele!

-Tita, deseo que Tsuki-chan y la limusina nos esperen en la puerta –dijo Jake, mientras su pareja lo arrastraba del brazo.

El hada, todavía medio desnuda, siguió a los dos jóvenes hacia el exterior de la casa. Con un movimiento de varita, una imponente limusina de color negro apareció justo en frente de ellos. Carla no podía dejar de sonreír.

-¡Es increíble! ¡Absolutamente increíble! –exclamó, dando palmas.

Una de las puertas de atrás se abrió y una sonriente chica asiática asomó su cabecita.

Ohayo, Jeiku-san! ¡Tsuki-chan aburrida de esperar! ¡Tsuki-chan querer honorable polla-sama de Jeiku-san en coño-chan!

Carla contempló a la desconocida sin saber qué decir. Era una chica bajita y menuda, con pechos pequeños pero firmes que apenas se marcaban a través de la tela del escueto disfraz de colegiala blanco y azul que lleva puesto. Era evidente que debajo de su casi inexistente faldita marinera no había nada más aparte de su bien depilada entrepierna. La belleza asiática la miró con unos brillantes y enormes ojos castaños, dedicándole una sonrisa traviesa y un guiño juguetón. Tenía el pelo negro y corto con una adorable diadema azul con orejas de gatito.

-¿Susan...? ¿Susan Kurosawa? –preguntó Carla, reconociendo a la joven de ascendencia nipona.

Iie! ¡Iie, Kari-chan! ¡Atashi wa Tsuki-chan, ahora! ¿Ne? –sonrió la chica, saliendo de la limusina y haciendo una reverencia al tiempo que se levantaba la falda sin la menor vergüenza-. ¡Tsuki-chan muy cachonda, Jeiku-san! ¡Muy cachonda!

Carla estaba boquiabierta ante el nuevo look de Susan. Poco quedaba de aquella chica tímida y poco habladora que se sentaba al fondo de la clase. Básicamente, otra perdedora más como Jake (¡su Jake!). La rubia recordaba haberlos visto hablar por los pasillos en más de una ocasión. ¿Serían quizás amigos?

-¡Tsuki-chan! ¡Gatita cachonda! –rió Jake. Inmediatamente miró a la confundida Carla-. Susan iba a ser mi pareja en el baile en un principio. Más que nada porque ninguno de los dos tenía a nadie más con quién ir... Pero luego apareció Tita y... ¡Bueno! No voy a aburrirte con historias. Digamos que prefiero a la capitana de las animadoras que a esta cochinita traviesa –concluyó, soltando una carcajada.

Jake le dio a Carla un inesperado beso con lengua y le apretó una teta con cariño. La chica quedó tan encantada que ya no necesitó más explicaciones.

-No te preocupes, Tsuki-chan –dijo, volviéndose hacia su ex-pareja-. ¡Ahora salimos para el instituto, y ten por seguro que ahí tendrás todas las pollas que tu chochito inquieto necesita!

Hai, hai! –rió la chica-. ¡Tsuki-chan gatita cachonda! ¡Meow, meow! ¡Tsuki-chan querer ir baile a follar chicos guapos! ¡Pero primero Tsuki-chan querer honorable polla-sama de Jeiku-san en coño-chan! ¡Kudasai!

La colegiala volvió a levantarse la falda, ofreciéndole a Jake sus vergüenzas. Carla tuvo que admitir que aquella golfa tenía un culito realmente precioso.

-¡Mi niño! –dijo Tita, apareciendo detrás de ellos con una despampanante sonrisa-. ¡El baile empieza en menos de cinco minutos!

El hada se había embutido en un apretado traje de látex rojo que parodiaba un uniforme de chofer de limusinas, incluyendo la reglamentaria gorra roja sobre su melena recogida en una cola de caballo. Sus pechos estaban a un paso de salir despedidos a través del vertiginoso escote que casi llegaba hasta su ombligo.

-Ya has oído al hada, Tsuki-chan –dijo Jake, dándole una palmada en el trasero y empujándola al interior de la limusina-. Ya te daré lo tuyo por el camino. ¡Carly y yo tenemos que ser puntuales!

Hai, hai! ¡Tsuki-chan folla en limusina! ¡Tsuki-chan gusta follar!

Carla y Jake siguieron a la adorable colegiala al interior del vehículo. La rubia quedó maravillada ante aquel derroche de lujo. Ni siquiera en las películas había visto una limusina tan grande y llena de comodidades. Tenía botellas de champán, un equipo estéreo, ¡y hasta un televisor! Todavía fascinada, Carla tomó asiento junto a Jake, que ya se había situado sobre Tsuki-chan y estaba embistiéndola salvajemente mientras ella gritaba y reía sin cesar.

En condiciones normales, Carla se habría sentido molesta por la presencia de una tercera persona en la limusina la noche del baile de graduación, pero los grititos de la colegiala la estaban poniendo tan cachonda que ni siquiera le importaba. Sin miramientos, se lanzó sobre Jake y comenzó a besarlo en la boca mientras él seguía follándose a su gatita cachonda.

-Quiero ir al baile contigo, Jake –dijo Carla entre besos-. No lo entiendo... ¡Pero me pone muy cachonda ir contigo!

Carla siguió besando a Jake hasta que, por fin, Tsuki-chan llegó al orgasmo. Después de exclamar algo incomprensible en japonés, la colegiala, rodó por el asiento hasta caer en el suelo de la limusina, riendo y contorsionándose de placer.

-To... ¡Todavía no me creo que seas mía, Carla! –dijo Jake, aprovechando que Tsuki-chan estaba en el suelo para hacerle más sitio a su pareja en el asiento-. ¡Hoy es el día más feliz de mi vida!

Carla sonrió y, con una mirada llena de picardía, puso sus enguantadas manos sobre la bragueta de Jake y agarró su palpitante polla, que parecía estar lista para otra sesión.

-¿Qué...? –preguntó el chico, que no se esperaba aquel gesto por parte de la rubia-. ¿Qué haces...? ¡AH! ¡Oh, joder!

De improviso, Carla se había metido la polla de su pareja en la boca y estaba chupándola como una auténtica profesional. Sus labios, con el carmín aún impoluto, acariciaban la superficie del falo al tiempo que su lengua exploraba hasta el último rincón de su anatomía.

Aún reponiéndose de la sorpresa, Jake vio como la mampara que separa el asiento de la conductora desaparecía, revelando a una sonriente Tita que lo miraba por el rabillo del ojo.

-Mi niño, tu hada madrina se ha tomado la molestia de concederte un deseo por su cuenta. ¡Disfruta de tu mamada, precioso!

Jake sonrió a su madrina mientras la boca de Carla lo transportaba al séptimo cielo. Ya llegaban por lo menos diez minutos tarde. ¿Pero acaso importaba? Bastaba un par de palabras mágicas dichas por su hada madrina para que el reloj volviera a ponerse en hora.

-La verdad es que... ¡AH! Está chica hace unas... ¡Mamadas...! ¡OH, JODER! ¡Sí, Carly! ¡Sigue así, monada! ¡Eres una diosa! ¡Una reina! ¡Una...!

De pronto, Jake tuvo una idea sublime.

-Ti... ¡Tita!

-¿Si, precioso?

-¡Deseos! ¡Prepárate porque tengo unos cuantos deseos antes de que lleguemos al baile!

El hada por poco sacó el coche de la carretera.

La puerta de la limusina se abrió y Carla salió sonriente y con los pechos al aire, lista para recibir a las docenas de periodistas que iban a inmortalizar su gran noche. Los focos y el flash de las cámaras iluminaban el exquisito rostro de la futura reina del baile, que había decidido adoptar la misma pose y expresión que en su famosa foto de archivo, sacando la lengua y exhibiendo con orgullo los restos de la maravillosa corrida de Jake en su preciosa carita y en sus gafas de pasta. La rubia se pasó la lengua por los labios y mandó un beso a sus fans masculinos, preguntándose si le daría tiempo de chupársela a todos durante la fiesta... ¡Si Jake le daba permiso, claro!

Tras ella, siempre sonriente, Tsuki-chan salió de la limusina, levantándose la camiseta de su uniforme de colegiala y riendo ante el aluvión de fotografías que los periodistas tomaban de sus adorables pechitos locos.

-¡Tsuki-chan muy cachonda! ¡Muy cachonda! –gritó, levantándose la falda y dejando ver su entrepierna y su culete respingón. Llevaba un número de teléfono escrito con bolígrafo en uno de los glúteos-. ¡Ser número de Tsuki-chan! ¡Llamar Tsuki-chan! ¡Tsuki-chan gustar decir guarradas por teléfono! ¡Hai, hai! ¡Meow!

Acto seguido, la desvergonzada japonesita corrió a perderse entre la multitud, decidida a buscar a alguien que quisiera follársela por detrás o por delate... ¡O por ambos sitios a la vez! Follar era lo que importaba, al fin y al cabo.

Por último, Jake salió de la limusina y le tendió el brazo a su madurita hada madrina, que ahora llevaba puesto un espectacular traje de noche de color rojo pasión que ofrecía una vista inmejorable de su canalillo. El hada se abrazó fuertemente al joven al tiempo que lo colmaba de besos y achuchones y él le sobaba los pechos sin ningún disimulo ante los flashes de las cámaras.

-¡Señor Smith! ¡Señor Smith! –dijo Diana Wilkins, la corresponsal en Appletown, tendiéndole un micrófono con el logo de la cadena-. ¿Son ciertos los rumores de que es usted la pareja de la señorita Summers, la futura Reina de las Mamadas?

-Mi niño precioso no responderá a ninguna pregunta, tesoro –dijo Tita, apartando delicadamente el micrófono y guiñándole un ojo a la periodista-. Esta es la noche especial de la reina Carly. Mi niño sólo la acompaña.

Y en efecto, todas las cámaras se habían vuelto hacia la capitana del equipo de animadoras, que estaba de rodillas sobre la alfombra roja, sacándose una foto con la polla de un desinteresado fan.

-¡Ahí está la Reina de las Mamadas! –rió Jake, aplaudiendo.

Con un golpe de varita, la cara de Carla quedó libre de los restos de lefa y la rubia corrió alegremente a abrazar y a besar a su pareja. Tita se hizo a un lado educadamente, aunque sin perder la ocasión de acariciar dulcemente la espalda de su ahijado mientras él se daba el lote con la animadora.

Los tres avanzaron por la alfombra, rodeados por los periodistas y cámaras que no paraban de sacar fotos y de hacer preguntas indiscretas sobre la talla de sujetador de Carla o cuántas pollas le cabían en la boca al mismo tiempo. La rubia sólo sonreía, saludaba y mandaba besos, cogida del brazo de su acompañante.

Ante ellos apareció el pabellón de gimnasia del instituto, convenientemente decorado para la celebración. Carla recibió con emoción las miradas de adoración de sus compañeros de clase, vestidos todos con sus mejores galas para asistir a su coronación. Entre la multitud, pudo reconocer a su amiga Cindy, a la que saludó levantando la mano. Lamentablemente, la encantadora Cindy estaba demasiado ocupada siendo penetrada por el capitán del club de ajedrez mientras le comía el rabo al del club de audiovisuales, por lo que ni siquiera reparó en que había llegado su querida amiga. Carla reparó en que Cindy se había tatuado “golfa” con letras bien grandes en la frente… ¡Le quedaba sencillamente perfecto!

-Mira quien está ahí, ricura –dijo Jake, señalando a su derecha.

Carla sonrió al ver al capullo de su ex-novio Brad morreándose con la poco agraciada prima de su actual novio. Claudia sería una marginada destroza-parejas, pero Carla no le guardaba ningún rencor. ¿Cómo iba a enfadarse con la prima de Jake? La joven los perdió de vista justo en el momento en que Claudia había empezado a desabrocharle la camisa al quarterback. De hecho, la mayoría de las parejas estaban haciendo exactamente lo mismo sin el menor pudor.  Carla también se estaba poniendo cachonda como una perra en celo.

-Vamos a proceder a la coronación de la Reina de las Mamadas de este año –anunció una voz por megafonía.

Todos los asistentes dejaron sus libidinosas actividades para prestar atención al escenario que había al fondo de la pista, donde la directora del centro, la señora Rodríguez, sostenía un sobre con una sonrisa de oreja a oreja. Por algún motivo, la docente había decidido que el mejor atuendo para hacer el anuncio era un minúsculo bañador de dos piezas, tan escueto que fallaba estrepitosamente a la hora de ocultar sus vergüenzas.

-Bueno, me refiero a la reina de este año y de los siguientes. ¡Porque me complace anunciar que la primera Reina de las Mamadas del Instituto de Appletown Oeste será nombrada de forma vitalicia! Un fuerte aplauso para...

Hubo un redoble de tambores y los focos bailaron sobre los asistentes, iluminando parcialmente a varias parejas enfrascadas en actividades bastante indecentes.

-¡Carly “Tragarrabos” Summers! –anunció la directora, levantando los brazos, haciendo que su  bikini se rompiera y sus pechos morenos rebotasen libres.

Aunque ya era de dominio público que iba a ser la ganadora, Carla no pudo reprimir un grito de sorpresa cuando el foco se posó sobre ella y la gente estalló en aplausos. Sin perder un instante, agarró a Jake por la muñeca y corrió hacia el escenario, impaciente por ser coronada. La sonriente Tita siguió a la feliz pareja, flotando delicadamente sobre la multitud. Con un par de movimientos de su varita, una miríada de globos descendió del techo y en las paredes del gimnasio fueron apareciendo varias fotos proyectadas de Carla chupando pollas y sonriendo con la cara manchada de semen.

La directora Rodríguez obsequió a Carla con un educado apretón de manos y un beso en la mejilla. A Jake, en cambio, no tuvo ningún reparo en darle un beso de tornillo, mientras el adolescente salidorro aprovechaba la ocasión para romper la finísima tira de hilo que mantenía en su sitio la parte de abajo del bañador de la directora, quedando esta totalmente desnuda sobre el escenario.

Por fin, la directora dejó en paz a Jake (no sin antes apretarle la cara entre las tetas durante no menos de diez segundos) y, riendo descontroladamente, pidió otro aplauso para la feliz pareja. Carla se puso a dar saltitos de emoción al oír como todo el gimnasio coreaba su nombre, haciendo que sus generosos pechos rebotasen vertiginosamente.

-¡Gracias! ¡Muchas gracias! –dijo, con lágrimas de alegría en los ojos-. ¡Llevo años soñando con este día y todavía no me lo acabo de creer! ¡Esta noche las mamadas corren de mi cuenta!

El público volvió a aplaudir y Carla sonrió, sacando la lengua y pellizcándose los pezones. ¡Dios! ¡Estaba tan cachonda! Revoloteando por encima del escenario, Tita contemplaba la escena llena de satisfacción. Volvía a llevar puesto su apretadísimo disfraz rojo de conejita playboy.

-¡La Reina de las Mamadas debe ser coronada! –anunció, moviendo su varita mágica-. ¡Bibbity Bobbity...! ¡Bibbity Bobbity...! ¡OH, SÍ, SÍ! ¡Bibbity Bobbbity...! Con un salakaadoo… ¡DU-DU! Y un menchikaboo… ¡BU-BU! Un reina preciosa… ¡Un precioso putón! ¡Bibbity Bobbity! ¡Bibbity Bobbity! ¡Bibbity Puttity Zorritty Coñitty Bobbity Boobity Bibbity BOO!

Una deslumbrante corona de diamantes se materializó sobre la corta pero estilosa melena de Carla. Acto seguido, la directora Rodríguez le colocó una banda con la inscripción “Reina de las Mamadas” en letras mayúsculas y le hizo entrega de un enorme ramo de flores. La rubia descubrió para su sorpresa que el ramo estaba compuesto por dildos de diferentes colores y formas... ¡Era el día más feliz de su vida!

La recién coronada reina comenzó a sacar dildos del ramo y a lanzárselos al público, deseosa de compartir su alegría con sus fans.

-¡Señorita Summers! ¡Señorita Summers! –dijo alguien al pie del escenario.

Carla reconoció a la reportera Diana Wilkins abriéndose paso entre la descontrolada multitud con el micrófono en la mano y vestida únicamente con un conjunto de ropa interior bastante normalucho.

-¡Señorita Summers! ¿Puede dedicarle algunas palabras a nuestro teleespectadores? ¿Cómo siente siendo la Reina de...?

La Reina de las Mamadas se agachó en el escenario y le metió a Diana Wilkins en la boca el último dildo del ramo, con una traviesa sonrisa en su rostro. La reportera se quedó sin habla y soltó el micrófono. Algunos de los asistentes la estaban ayudando a librarse de la poca ropa que le quedaba.

-¡Quiero dar las gracias a mi novio Jake y a la madurita guarrilla de su hada madrina tetona! –anunció, poniéndose en pie y mirando a su pareja-. Mi Jake...

-Mi Carly... –susurró Jake, bajándose los pantalones y ofreciéndole la polla a la chica de sus fantasías adolescentes.

Carla se arrodilló con una resplandeciente sonrisa en los labios, a punto de usarlos para regalarle a su acompañante una nueva mamada de ensueño. Mientras se introducía el enorme falo en la boca, comprobó con alegría que detrás de Jake sus compañeros de instituto estaban haciendo cola, bajándose las braguetas y esperando su turno para recibir su bendición. ¡La bendición de la Reina de la Mamadas de Appletown Oeste! Sin duda iba a tener mucho trabajo, pero disfrutaría cada segundo y no pararía hasta que su tripita de reina estuviese a rebosar de ese dulce, dulce néctar que la volvía loca.

Sus pendientes de diamante se movían de un lado a otro con cada movimiento de su cabeza y sus gafas de pasta resbalaban por su nariz mientras Carla seguía chupando y chupando, disfrutando cada segundo. ¿Era ese su sueño? ¿De verdad quería pasar a la historia y ser conocida en todo el país como la Reina de las Mamadas? A Carla no le cabía la menor duda. Al fin y al cabo, esa hada madrina tan jodidamente follable le había prometido que todos sus sueños se harían realidad esa noche. ¿Y quién era ella para dudar del hada madrina de Jake, el machote con la polla más deliciosa que había catado en su vida?

-¡No se impacienten, señores! –dijo Jake, poniendo los ojos en blanco mientras la reina hacía su trabajo-. Esta guarrilla tiene… ¡AH…! ¡Mamadas para todos!

La gente profirió un grito de júbilo, y Carla se puso todavía más cachonda si eso era posible. En plena faena, creyó distinguir a Tsuki-chan entre la multitud, sentada en el suelo y rodeada de un coro de hombres mientras gritaba “¡Bukkake! ¡Tsuki-chan querer bukkake! ¡Hai, hai!”. ¡Sin duda ella también se lo estaba pasando de miedo!

Carla continuó chupando pollas mientras, a su lado, la directora Rodríguez bailaba desnuda y saludaba cariñosamente a sus alumnos, a los que probablemente se acabaría follando a lo largo de la semana. Y por encima del gentío, perdida en su propio mundo, el hada Tita flotaba con las piernas abiertas. Sólo llevaba puestas las orejas de algodón de su traje de conejita y jugaba con su refulgente dildo en su coñito mágico mientras recitaba su conjuro una y otra vez. Cada vez más y más cachonda porque sabía que pronto, muy pronto, alguien pediría un deseo. ¡Y ella estaría ahí para hacerlo realidad!

¡Bibbity Bobbity END!

 

(¡El baile no ha terminado! Si os gusta la historia dejad comentarios y puede que haya una continuación. Agradezco mucho las opiniones y sugerencias)