miprimita.com

Una Ventana Francesa.

en Autosatisfacción

Johana dio una rápida mirada al hermoso jardín, contraste de pinos y flores aromáticas, la habilidad del jardinero tenía que ser mucha para lograr tal belleza.

Estaba nerviosa, no sabía si era por mostrar su parcial desnudez a un desconocido o ser tocada por él. Era su primera vez en ese lugar, no esperaba que le tocara un hombre, y peor, que fuera guapo.

Mientras se desnudaba, se percató del aroma a incienso, se envolvió en su toalla, miró a través de la ventana francesa.

—Señora, acomódese por favor.

Temblando se acomodó en la cama, después de dar una última mirada a su masajista. Sus ojos negros contrastaban con su piel blanca.

Primero una loción luego otra. Su piel se tensaba. Sintió una mano, luego otra. Poco a poco comenzó a relajarse. Se deslizaban con precisión, deseando que fueran más allá. Pero no lo hacían. Su cuerpo aceitoso soñaba con el masajista tocando sus senos. Deseaba que la mitad de su humedad fuera bien recibida, por esos dedos tan deseados, y algo más. Cerró los ojos y se dejó llevar.

 

La habitación era blanca, cual dueña y señora de la casa que era, caminó lenta pero sensualmente. Arrastraba con delicadeza la toalla, la soledad hacía que todo fuera perfecto.

Se sentó en la ventana contemplando el jardín, apoyó las plantas de sus pies en la misma. Dejó que el viento jugara con su cabellera dorada, era un deleite escuchar el canto de los pájaros. Miró las flores, el sol no tardaba en esconderse. El teléfono timbró, lo ignoró.

Lo único que faltaba para que la tarde fuera perfecta, era el sonido de un violín, eso lo arregló con su celular. La melodía la hizo cerrar los ojos. Tocó sus labios delicadamente, su otra mano se deslizo por su piel. No importaba el orden, su destino fue su vagina. Delicada, profunda, intensa. No sabía si seguir el ritmo de sus deseos o los acordes melódicos.

Un murmullo, un quejido, un suspiro, ya no sabía que seguía después. Sus pezones estaban erectos, bajó uno de sus pies por la ventana. Si ella lo deseaba en ese momento cabalgaba un corcel, una gaviota se deslizaba con ella. Si con ella estuviera un hombre sería perfecto.

Su cuerpo aperlado, hacía juego con la ventana blanca. Sus manos se deslizaban sobre su cuerpo, una en su pezón izquierdo, la otra en su vagina. El olor a sexo torturaba sus instintos.

Ya no eran dos manos, era todo lo que ella deseaba lo que se deslizaban por su piel. Su respiración fue más rápida. Su mano veloz entraba y salía por su vagina. Un dedo, luego dos. Terminaron tres. Un delicioso espasmo le recorrió la columna vertebral.

 

Abrió los ojos, el masaje había terminado.

—Señora, puede irse a cambiar

Así lo hizo la joven protagonista. Lo miró y sonrió. Él lo hizo con educación. Salió del Spa de la misma manera que vino, sola. Pero algo era seguro.

“Volvería pronto a ese lugar”