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Caminando En Las Nubes: Miradas Internas.

en Erotismo y Amor

Caminando En Las Nubes

Capitulo XII: Miradas Internas.

Julieta salió de la habitación de Soledad, con una mezcla de emociones: alegría, por ver de nuevo a una mujer, que desde su lado más humilde, le enseñó el valor de la amistad y la nobleza. Ella muchas veces la consintió más que su propia madre (Porque cuidaba demasiado a Reyna). Soledad siempre tuvo una caricia, o una palabra amable para ella. Pero sobre todo, le enseñó a perdonar a sus padres por su abandono emocional. Por eso, y algunos otros motivos, le tenía mucho cariño.

Después de su desaparición. Se refugió en la amistad de Octavio, con el que ya estaba comprometida en matrimonio.

La aprendiz de pintora aseguró que volvería pronto, pero ni ella sabía cuándo. Soledad la siguió con la mirada, una lágrima se escapó. No era fácil para ella esa vida, estaba cansada de ocultar cosas, de aparentar ser lo que no era, de guardar silencio. Ni siquiera Miguel Ángel sabía la cantidad de secretos que ella guardaba.

Se encerró de nuevo en su cuarto. Leyó el diario, recordó tantas cosas. Comenzó a llorar apretando el mismo contra su pecho. Ya se había cansado de esa doble vida… Sin embargo no le quedaba de otra. No se sentía cómoda al utilizar a Julieta. Pero tenía que proteger su vida…

—Mi pequeña July no corre peligro de muerte, en cambio Danael… creo que hasta cierto punto, es bueno que se haya ido. Reyna, la pobrecita de esa niña ya se repondrá, y encontrará otro amor.

Recordó a Rafael, ese hombre al que odiaba tanto, a causa de él tuvo que huir dejando una vida de felicidad al lado de Miguel Ángel. Todos creían que fue por remordimientos ante su infidelidad.

Pero la verdad era muy distinta.

—¿Qué hubiera pasado si me hubiera entregado a él? ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido de los dos al mismo tiempo? Sí… intentó tomarme a la fuerza. Y al resistirme, fue cuando me molió a golpes. No podía entender que nunca sería suya —Miró en el pequeño espejo las cicatrices de los látigos—. Lo más seguro es que no me hubiera separado de mi hijo. Él sería aún un jornalero, en vísperas de casarse con alguna otra campesina. Sin esperanzas de casarse con Reyna, sin oportunidad de crecer laboralmente.

Pasó largos minutos contemplando su cuerpo marcado por el pasado. Recordaba que él no fue su único enemigo. Antes de él estuvo Manuel Rivera, su suegro, sombra que aun hoy en día la empaña. Pero después fue…

En fin. Ese cumulo de latigazos marcaron su vida.

—Tal vez, lo que me ocurrió fue lo mejor. —dijo mientras se contemplaba su rostro sin maquillaje, el cual, se enmarcaba bello y fresco a pesar de la edad. Un par de arrugas adornaban sus ojos. Dándole un toque que la hacía interesante. En sus años, llevaba una sabiduría dulce y a la vez amarga que la experiencia le había dado

—¿Por qué no confié en Miguel Ángel, por qué no pedí su ayuda? Pudo más el miedo, y la desconfianza. Tal vez si se lo decía me creería impura, o… si me hubiera creído, lo más seguro que hubiera derramamiento de sangre.

Suspiró.

—¿Por qué no te hubiera creído, y a que te refieres con derramamiento de sangre? —preguntó el susodicho quien en ese momento entraba.

—No me hagas caso. Son solo recuerdos del pasado —dijo ella dándole la espalda. Mostrando sin querer sus cicatrices.

Él se acercó, sin conocer el verdadero trasfondo de sus pensamientos. Besó con cariño esas heridas.

—Tú temor ha sido tu principal enemigo. Lo peor es que no me iste la oportunidad de compartir tu sufrimiento. —La abrazó por detrás, ella recargó su cabeza en él y suspiró. —¿Por qué no me dijiste que fue Rafael quien te infringió ese duro castigo. Créeme que hubiera actuado diferente. De hecho, tengo que tomar represalias, eso no puede quedar así. Endureció la voz

—No estés tan…

—No mientas. Recuerda que soy médico. Antes de que despertaras, las examiné. —dijo señalando a sus viejas heridas—. Recordé nuestro pasado y estoy casi seguro de quien fue. —Tomó aire para mantener la calma.

—Pero, eso no dice nada del agresor.

—Eres muy ingenua, pero, yo no lo soy más. —Sonrió con ironía, la tomo de los brazos, para hacerla girar sobre sí misma, la besó con dulzura, la apretó, ella se dejó hacer. A su lado se olvidaba de todo. Sus brazos firmes rodearon su cuerpo. La cargó, depositándola en su cama. Ella imaginó que harían el amor. Llevaba días soñando con ese momento, relajó su cuerpo y abrió los brazos, esperándolo.

Pero los pensamientos de él no iban por el mismo lugar, la cubrió con la sabana

—¿Qué haces? —Preguntó con desilusión.

—Arroparte, aun no estás del todo recuperada.

—pero… creí que ibas a amarme.

—Si es sexo a lo que te refieres, no es momento, no aun. Deberías de saber que el amor no solo se demuestra quitándote la ropa y metiéndome en tu cuerpo —Sonrió con picardía, ese gesto que a ella tanto le gustaba. Besó sus labios, se despidió y se alejó del lugar dejando a su pareja muy sorprendida.

***—**.**—***

Reyna Quintero tenía muchos días encerrada en su cuarto. No quería salir por nada del mundo. Solo de vez en cuando dejaba entrar a Julieta, era la única persona en la que en esos momentos podía confiar.

—Hermanita, Octavio y yo vamos a la Opera, Esta noche estará “El Lago de los Cisnes”.

—No tengo ganas. Vayan ustedes y diviértanse.

—Quiero que vengas con nosotros, quiero que te divertirás un rato, al menos te distraerás.

—No, y además no tengo con quien ir.

—Habrá mucha gente. Te hará bien socializar.

—Toda la gente apesta —dijo mientras se recostaba de nuevo en su cama.

—Si no vas, te torturare a cosquillas. —dijo la chica mientras llevaba a cabo su amenaza.

Entre risas no le quedo de otra más que aceptar a la hija consentida de la familia Quintero... Total, no tenía nada que perder. Se vistió de manera sencilla y salió con la pareja. La función era muy buena, Julieta se emocionaba con cada acto. Pero para Reyna, todo era frustración, el espectáculo le rememoraba las desgracias de la vida.

—La vida es una miseria, igual que “El Lago de Los Cisnes”. Dijo con desdén una vez que finalizó la obra—. ¡Es terrible ver a la pareja de enamorados morir!

“bueno, al menos él si la amaba, y dio su vida por estar con ella. No como Danael, que me traicionó”

Una vez que caminaban por la recepción del edificio, Octavio invitó a las muchachas a cenar

—No, ya quisiera ir a mi casa

—¿Por qué ya te quieres ir a tu casa, si la noche es muy bella mi bella dama?—Un muchacho de cabello rojizo y pecas en el rostro, se acercó sonriente.

—¿Víctor? —Se sorprendió Reyna, Julieta saludó al muchacho sin estar segura de quien era. Octavio lo hizo con una sonrisa al recién llegado, él sí que lo conocía, pues fueron compañeros de generación en la universidad. Claro, uno estudiaba para abogado y otro para “Administrador de Empresas”.

—Sí —Soy yo. Víctor Santiago Zepeda Anguiano —Hizo una exagerada reverencia a la muchachita—. Tenía mucho sin venir al país y me da una alegría enorme ver a esta hermosa señorita. Aunque le hace falta sonreír más.

Reyna se ruborizó ante este gesto, nunca nadie la había tratado de esa manera. Recordó los cuentos de princesas, y por un momento se sintió una de ellas.

El joven, caballerosamente se atrevió a insinuar

—Si gusta mi bella señorita, yo puedo acompañarla y hacerle ver que la vida es hermosa. —Guiñó el ojo coqueto.

Reyna vio al hijo de Andrés Zepeda. Tenía gratos momentos de infancia con él. Fue uno de sus pocos amigos. Mantuvo su mirada fija en él. No pudo evitar compararlo con Danael. Era más pequeño de estatura y ligeramente robusto. Pero sus pecas eran lo que lo hacían más gracioso, además de que sus ojos desprendían una alegría que nunca vio en su antiguo profesor. No era muy guapo. Danael tampoco lo era.

—No me veas tanto. Me voy a desgastar. —Rio, haciendo que Reyna baje la cabeza avergonzada—. No, no te creas mi pequeña dama. Solo quise hacer un chiste.

El chico pelirrojo rápido pudo entablar una platico con todos. Julieta vio en él una esperanza para recuperar la alegría de su hermana. Octavio también se alegró, porque si su cuñada tenía compañía, podría platicar íntimamente con Julieta.

Por su parte esta última recordó que últimamente él papá del joven, iba mucho a platicar con el suyo. ¿Sería simple coincidencia o… algo estaban tramando? Podía ser lo primero. Ya se había cansado de ser tan perspicaz.

Los días siguieron pasando, el joven visitaba mucho a Reyna, quien cada vez lo veía de mejor humor. Julieta dejo de preguntarse cosas. Su hermana era feliz, que era lo importante.

De Danael ya no sabía nada.

“Tal vez nunca me quiso.”

Pero para la más chica de las hermanas, era un suplicio, estar sin el joven.

—Lo amo, pero ya no me ha buscado ni nada. Tal vez lo que dice Julieta sea verdad “Él solo me quiso usar” —Comenzó a llorar después de este pensamiento.

—¿Reyna, reinita que te sucede? —Preguntó Víctor, quien llegaba en ese momento.

—Nada.

—Tú, no llorarías por nada —Sacó su pañuelo y se lo dio para limpiar sus lágrimas.

—De verdad eres un caballero.

—No puedo ser otra cosa ante una bella princesa como tú.

La chiquilla rio de buena gana.

 

***—**.**—***

Constanza miraba con agrado la evolución de sus hijas. Creía que por fin serian felices.

—Espero que ellas tengan un buen marido y no les toque la mala suerte que yo tuve. —Dijo mientras miraba a sus hijas, desde el segundo piso.

Estuvo mucho rato meditando en eso. Así estuvo un rato, recordando los malos tragos que pasó con Rafael, nunca fue romántico o caballeroso, al contrario, siempre se caracterizó por ser egoísta y soberbio. Las veces que tuvieron sexo, se tenía que hacer a su manera.

“Tantos golpes y humillaciones que me dio, hizo que todo esto me terminara gustando”

Constanza algo debió decir sin darse cuenta, pues su esposo llegó de mal humor:

—¿Así que yo soy un mal esposo? —preguntó de mala manera, mientras la jaloneaba del pelo.

—Rafael, lo siento, yo… No me refería a ti.

—Cállate —dijo mientras seguía maltratándola, la jaló con fuerza, aventándola a la cama—. Así que soy un mal marido. Ahora sabrás lo que es un mal hombre—. Se la llevó hasta su cuarto Le arrancó el vestido, y se quitó su cinturón, sus pantalones también cayeron. No se escucharon más exclamaciones de la madura mujer, pues su esposo le tapó la boca.

Julieta, quien platicaba con Octavio en el jardín. Alcanzó a escuchar la manera escandalosa de sus padres alejarse, meneó la cabeza, en un impulso quiso ir a toda prisa para allá. Pero Octavio la tomó del brazo, la abrazó con fuerza, ella cerró los ojos para no llorar, mientras se refugiaba en los brazos de su pareja.

—Tranquila… —dijo él mientras le besaba la frente

—Prométeme que tú nunca me maltrataras.

—Te lo juro —Dijo sin soltarla.

En otro extremo del jardín estaban Reyna y Víctor, escucharon todo y se acercaron.

—¿Qué pasó? —Preguntó tímida la muchachita.

—Nada —dijo Julieta sin ocultar su cara de frustración.

—Tranquilas —dijo Víctor, tratando de hacer como que no pasaba nada—. A veces un esposo debe de reprender a su esposa para que aprenda.

—¡Como te atreves a decir eso! Las mujeres tenemos los mismos derechos. —Contesto Julieta bastante airada.

—Oye… yo —Quiso defenderse el pelirrojo—. Niña, eso pasa en todos los hogares. Es algo normal.

—Creo, que tus palabras son desafortunadas —Octavio se dirigió al muchacho— La violencia no está permitida en ningún ámbito.

—Pero…

—Mejor ya no digas nada, somos tres contra uno.

Víctor se quedó pasmado, nunca espero que Octavio dijera eso. Siempre creyó que los varones tenían el poder. Si alguien más le hubiera dicho lo mismo no hubiera pensado nada, pero que se lo dijera alguien con la influencia y poder social de “su amigo”, era demasiado.

Julieta por su parte estaba muy contrariada, con un pretexto se fue hasta la biblioteca, tenía ganas de estar sola. Octavio la siguió

—Tengo tanto miedo al matrimonio por eso y más… —Dijo sentándose, frente a uno de los amplios ventanales.

—Tú me conoces, sabes que a mí no me gusta la violencia. Por eso no temas —dijo imaginándose a donde se dirigía.

—Ya sé lo que mi padre está haciendo con mi madre. No es nada bueno. —Los ojos se humedecieron de nuevo—. Hace mucho cuando era niña, yo…

—¿Te hizo daño?

—No, pero yo vi… muchas cosas… yo escuché a mi madre llorar y vi algo que en ese entonces no entendía.

—Julieta… —La quiso abrazar, pero ella no se dejó, siguió hablando:

—Era una niña, corrí asustada y me refugié debajo de mi cama.

—¿Pero que viste? —Se alteró el muchacho.

—Ellos no saben que los vi. Escuché ruidos extraños en su habitación. Estaban desnudos, él no sé exactamente que hacía, estaba detrás de ella, hincado, ella también, se encontraba de rodillas. —Exhaló un hondo suspiro—. Pero inclinada hacia adelante, la cabeza entre las almohadas. Él le daba nalgadas, gritaba improperios, mi madre lloraba. Yo era muy pequeña y no alcanzaba a comprender todo. Aun no entiendo que pasaba. Pero estoy segura que era algo malo. Sí eso es el sexo, no lo quiero.

—Julieta, tal vez no era lo que piensas. Yo tampoco sé mucho de ese tema. Nunca lo he hecho con nadie. Pero yo contigo seré amoroso, tierno. Si es como mi padre me contó alguna vez, es algo muy hermoso.

Ella se revolvió angustiada.

—No digo que hacer el amor sea algo feo. Pero lo que mis padres hicieran no era eso. No los justifiques mis padres. No ahora que soy adulta.

—Pero, tampoco puedes vivir del pasado. Mira adelante y…

—Te agradecería si me dejas sola…

—No, lo que necesitas es hablar con alguien, que te entienda y te demuestre que no todos hacemos daño. Ahora entiendo porque a veces eres arisca conmigo y no dejas que me acerque.

La abrazó, aunque ella se resistiera, por fin ella dejo de luchar, gruesos lagrimones dejo salir la muchacha. Su corazón estaba acomodando sus pedazos.

—Te amo, nunca dejare que nada malo te pase. Y créeme, que cuando hagamos el amor, te sabré respetar —dijo Octavio, sin soltarla, mientras ella con los ojos cerrados y su barbilla apoyada en su hombro, se abandonaba a otro mundo.

La muchacha estaba confundida, en momentos como esos aborrecía el matrimonio, sin embargo, estaba cómoda con Octavio ¿Lo amaba? No llegaba a tanto. Al menos, eso era lo que creía.

**.**

Reyna por su parte hablaba tranquilamente con Víctor, estaban ya a punto de despedirse. No sabía si reír o llorar. Deseaba con toda su alma, encontrar alguien como que la respetara como Octavio lo hacía con su hermana. Además de todo era guapo, tenía dinero y una buena posición económica

“Muchas mujeres quisieran alguien como él” Suspiró. “Y si mi papá me hubiera comprometido con él, no sería tan infeliz”

Pero la única persona a la que ella entregó su corazón la traicionó cobardemente. Ya no quería llorar, solo quería ser feliz.

Víctor se despidió, prometió volver pronto. Ella se concentró en la rosa roja que le dio a su llegada y sonrió. El destino tal vez no era tan malo.

***—**.**—***

En otra ocasión Julieta y Octavio platicaban de nuevo en la biblioteca.

—Octavio ¿tú que piensas de las personas que tienen sexo antes de casarse?

—Que quisieron hacerlo.

—¿Es malo?

—No, no lo creo. Es su decisión. Lo feo esta como lo ve la sociedad.

—Eres muy liberal. —dijo la muchacha mirándolo a los ojos—. No sé hasta dónde.

—No soy un libertino —Se excusó—. Solo creo en el valor de las decisiones. Yo no veo nada malo en el sexo. Las personas últimamente se reprimen mucho. Eso no es bueno para nadie. —Hizo una pausa para meditar en su siguiente pregunta—. ¿Por qué me lo preguntaste? ¿Acaso quisieras hacerlo?

—No claro que no…

—¿No temas en preguntar? Por qué… yo… July, es lo que más deseo. —Le tomó una de las manos y se separó.

—Si pero yo no… —Se concentró mirando el jardín a través de la ventana— hay cosas más importantes en la vida… Sé de tantas personas que lo han hecho antes de casarse. Tu papá, mis padres, Re… —Se enmudeció en seco al recordar a su hermana. Si no era una mala persona. ¿Por qué Danael desapareció?

Octavio la miró con detenimiento, trato de ver más allá de sus gestos y palabras. Ella sin querer le había dado una pista del porqué de la actitud de Danael.

—July, ¿qué crees que pasó con Danael, no creo que se fue solo porque sí?

—Porque es un oportunista, solo por eso.

—Sí, pero creo que hay más. No crees que está confundido por algo, y necesita la soledad.

—Sí, pero con eso destrozó el corazón de mi hermana y no se lo voy a perdonar.

Los dos guardaron silencio unos minutos. Octavio reconoció que en el fondo Julieta tenía razón. Cuando su amigo tenía todo en bandeja de plata desapareció. Por cualquier tontería. Lo que menos entendía era, porque desapareció después de “Hacer el amor con Reyna”.

Su amigo cada vez lo sorprendía más, o, mejor sería decir, lo decepcionaba.

¡Esa era la respuesta!

Si él se acostara con Julieta no la dejaría por nada del mundo. Pero, este tema, era algo que su prometida no quería tocar. No le quedaba de otra más que esperar a casarse.

***—**.**—***

La vida para Danael era muy apetecible en el pequeño pueblito. Estaba mucho más cómodo con la gente humilde. Era un buen profesor, sus alumnos progresaban notablemente. Poco a poco hacia amigos. Las amenazas de Rafael las comenzó a olvidar. Pero no podía hacer lo mismo con Reyna. Quería estar con ella, pero…

Se sentía ruin, un miserable. Quería tener algo que darle por sí mismo. Quería, pero no tenía lo suficiente para lo que ella necesitaba.

—¡Danael! —escuchó una voz femenina.

—¡Madre…!

Soledad caminaba lento, pero con actitud cariñosa. Vestía un vestido de lino blanco, contrastando con su piel dorada, bordado con algunas flores. El pelo lo llevaba recogido y estaba ligeramente maquillada. Se veía hermosa. Se acercó cariñosa:

—no entiendo lo que sucede, mi querido hijo, pero creo que cometes un error.

—Solo quiero estar solo

—Sin la mujer que amas. Eso no es vida. Yo pase mi vida entera huyendo del amor.

—No tengo lo que Reyna necesita.

—Sí lo tienes y aquí esta. —Señaló su corazón—, le das más importancia a lo superficial que a lo que verdaderamente importa.

***—**.**—***

 

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

 

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