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Unidad Canina

en Zoofilia

Lara entró en la comisaría a voz en grito, siguiendo a su compañero, calentándole la oreja con reproches, traía un humor de perros. El detenido, un crío de dieciocho, al que habían pillado con dos porros, agachaba la cabeza, más avergonzado por la situación del agente que le llevaba, con una mano en el hombro, que por la suya propia. Lara no cesaba en su bronca, haciendo que todas las miradas cayesen sobre el trío, la figura del Inspector Jefe se interpuso en el camino de los policías y cortó el alboroto.

-      Ramírez, lléveselo a un calabozo. – Un guardia cincuentón y con cierta barriga, avanzó, tomó al chaval y lo condujo a su habitación para las próximas horas, para alivio de este. – Ustedes dos a mi despacho, ahora.

Lara hizo un amago de reemprender su rabieta, pero el Inspector Jefe le fulminó con la mirada para evitarlo.

-      ¿Qué es esto de entrar en la comisaria dando gritos? – El compañero miraba a suelo, ella a él.

-      Pues verá jefe, aquí mi compañero me ha dejado en evidencia delante del detenido. – Lara volvía a levantar el tono.

-      ¿Qué ha pasado? Explíquemelo, tranquilamente. – Preguntó el jefe al hasta entonces mudo policía.

-      Se ha empeñado en detener al chico ese, por una bellota de nada, vale, pero luego a sacado la defensa por un comentario del chaval y yo la he parado.

-      ¿Qué comentario? – El inspector ya se imaginaba cual era.

-      ¡Malfollada! – Soltó Lara.

Los dos hombres bajaron la mirada, ese apelativo acompañaba a Lara desde hacía mucho. Era como le llamaban sus compañeros y alguna compañera a su espalda, era la crítica machista a su mal carácter y su exceso de celo en el trabajo, que a veces no servía sino para hacer las cosas más difíciles.

-      Agente Salgado, entiendo su reacción, pero no debería recordarle que le hace falta a usted, - la liguera pausa tensó a todos en el despacho – más mano izquierda.

-      Sí, señor. – Concedió ella de mala gana.

-      Es todo, y por favor controle sus formas de ahora en adelante. Pueden irse. – Les despidió con un gesto de la mano.

-      Disculpe Inspector, me gustaría pedir el relevo de mi compañera. – La demanda no cogió por sorpresa al jefe, era la cuarta vez que se producía aquella situación.

-      Serás… - Lara se mordió el labio para reprimir el enfado, salió aventada del despacho.

El trámite se llevó a cabo, y el Inspector Jefe se sentó en su mesa a valorar qué hacer con la agente. Nadie quería patrullar con Lara, nadie soportaba sus arrebatos y no podía darle un puesto de oficina, la cosa no era mejor en su atención al público. Necesitaba estar en la calle, eso sí, con alguien que no se quejase. La llamada de la comisaría central le salvó el día, iban a enviar al agente perfecto para completar la patrulla Z08.

Lara terminó su turno, ajena a todo lo que se cocía en el despacho del inspector, no dejó de darle vueltas a lo ocurrido, a su situación personal y laboral. En el fondo no entendía cómo podía estar sola, ella, con lo buena que estaba. Metro setenta, rubia, ojos azules, delgada, en una forma excelente, mejor que muchos hombres, con unas tetas bonitas, que el uniforme no lucía, pero que estaban ahí, y un culo resultón.

Mascando aún el enfado, se fue a casa, caminó las dos callejas que separaban su portal de la boca de metro. Pasó frente al sexshop, la fachada roja, el escaparate plagado de productos, lo hizo como cualquier viandante, mirando de reojo. Dos metros superada la puerta giró sobre sus pasos y se decidió a entrar.

Discurrió por los pasillos con la cabeza gacha y cara de pocos amigos, no le hacía gracia estar allí, pero tal vez pudiese encontrar algo para aliviar sus problemas, que en el fondo no distaban tanto del comentario que le enfadaba sobremanera. Halló la sección de consoladores, y contempló la muy variada gama de productos. Sin mirar demasiado escogió uno sencillo a su parecer, liso, sin adornos y pequeño. Se encaminó a la caja algo nerviosa.

-      Cóbreme. – Dejó el consolador sobre el mostrador.

-      Pues son trece euros. – Ella buscó en su cartera. – ¿Quiere pilas? – Miró al dependiente con cierta sorpresa. – Es un vibrador, se activa en la base. – Explicó el hombre.

-      Démelas. – Así lo hizo, lo metió todo en una bolsa, y Lara con cierta vergüenza la escondió bajo la chaqueta y se fue.

En casa abrió el paquete y comprobó cómo funcionaba aquello, la vibración tenía distintos niveles de intensidad. Conforme fue aumentando la misma se empezó a reír tontamente, como una adolescente. Después de cenar se atrevió a probarlo, se desnudó completamente, contempló su cuerpo un segundo frente al espejo, definitivamente estaba buena.

Se echó en la cama y encendió el vibrador al mínimo, lo introdujo en su coño, solo un poco. Estaba frío y un temblor, de frecuencia disonante con el aparato, le recorrió el cuerpo. Sin mucha gracia se masturbó, y con alguna reticencia por su parte, llegó al orgasmo. Terminó dejando el chisme sobre la mesilla, aun se movía, algo húmedo, aquello no le había calmado, para nada.

El día siguiente no se levantó de buen humor, se presentó en la comisaría, preguntándose a quién le podrían de compañero. Al ver a Lara entrar, el Inspector Jefe le llamó a su despacho. Entró y se encontró con un agente que no conocía, acompañado de un perro, de aspecto lobuno, negro y grande, pero con cara amistosa y nada intimidante.

-      Este será su nuevo compañero. – Dijo sin más el inspector. Lara fue a estrechar la mano del hombre sentado.

-      Me temo que no, - cortó el hombre - será nuestro amigo Salus. – El policía acarició al animal en el lomo, haciéndole sacar la lengua y poner cierta cara de gusto.

-      No lo entiendo señor. – Apremió Lara a su superior para que se explicase.

-      Nos lo mandan de la central, seguridad ciudadana va a empezar a incorporar unidades caninas.

-      No se preocupe, Salus está bien entrenado, ahora le doy a usted la instrucción básica y en nada podrán patrullar juntos.

-      De acuerdo, ¿van a instalar perreras? – Ella acataría las ordenes sin mayor problema.

-      No, para nada, es importante que el perro viva con usted, ayuda a reforzar el lazo. – Explicó el maestro del animal.

-      Pero, pero…

-      Agente Salgado, le seré franco, es o el perro o un escritorio. – El jefe fue tajante.

Con resignación Lara acató las ordenes y empezó a recibir el adiestramiento para tratar con el animal. Era buena, y enseguida congenió con el perro, aprendió rápido y en cosa de una semana empezaron las patrullas. Durante ese tiempo dejó a Salus en casa, con cierta liberta, con la única prohibición de entrar en su cuarto, no quería pelos allí. Por otro lado, Lara, cada vez se daba más soltura con el vibrador, y empezaba a experimentar más placer. En esas ocasiones, y con el nuevo inquilino en casa, cuando se acercaba al clímax, este rascaba en la puerta y emitía un leve aullido, casi un sollozo. “Querrá entrar” pensaba Lara entre risas, y cuando terminaba ella, terminaba también el asedio del perro.

El cenit de la historia llegó a las dos semanas de patrulla con el nuevo compañero. A Lara le había mejorado mucho el carácter, en parte por el contacto con el perro y en parte por su desahogo sexual. Si bien, el celo por el trabajo escrupuloso no había disminuido, así en una patrulla por un instituto, pasó lo que pasó.

Salus, Lara y otro par de agentes comprobaban que no se vendiese nada en las inmediaciones del centro. Estaban allí comprobando que los chavales se comportaban, y sobre todo que con el miedo se le iba de la cabeza hacer nada malo. Pero siempre hay algunos que se creen más listos que la policía, y a esos pillaron. Les cogieron con poco, un porro aplastado en el suelo y un poco de chocolate para otro, les iba a caer una buena reprimenda y para clase, pero Lara insistió en denunciarles. Los chicos en lugar de asustarse y echarse para atrás se pusieron chulos y soltaron algunos improperios a la agente. Los compañeros tratando de poner paz, y ella volviendo a estallar, cuando escuchó:

-      Malfollada de los cojones.

Salió de la boca de uno de los jóvenes y ella echó mano de la porra, pero antes de hacer nada, Salus saltó delante y gruñó enseñando los colmillos. Los chicos retrocedieron, los otros agentes, más pendientes de Lara también se pusieron en guardia con el animal. Ella se sintió feliz, respaldada y se calmó. Dejó que los otros se ocupasen y se apartó, acariciando y dando mimos a Salus.

Al terminar ese día, paseando a casa empezó a hablar con el perro:

-      Has sido mi mejor compañero hasta la fecha. – Su mano recorrió el cuello de Salus. – El más valiente y el único que me ha dado la razón. El resto son unos machistas de mierda, pero tú eres muy bueno.

En casa le sirvió el pienso y cenó a la vez que él vaciaba el cuenco. Le sonreía y le miraba con ojos cariñosos. Esa noche con más ganas que otras se fue pronto a buscar el consolador. Aun con la puerta de la habitación abierta empezó a masturbarse. Al encender la vibración, escuchó el pateo de Salus, que terminó asomando a la puerta. Extendiendo la mano hacia el perro, Lara le detuvo en el umbral, tan obediente era que ese gesto bastó para dejarle petrificado allí. Ella estaba completamente en pelotas, y la mirada jadeante del perro le pareció obscena.

-      Quieto ahí. – Le dijo. – Ahora cualquiera se levanta a cerrar la puerta. – Se rio. – Yo tengo que terminar, tú no te muevas. – Salus seguía el dedo de ella como si le entendiese.

Lara continuó a lo suyo, al principio apartó la mirada del perro, pero este, por el contrario, no dejaba de mirar. Sentía ella esa sensación de ser observada creciendo en la base de su nuca, intentó ignorarla subiendo la potencia del vibrador. Este hizo más ruido, y Salus se puso en alerta. A ella le llegaba los movimientos del perro, debatiéndose entre desobedecer y no, por el rabillo del ojo. La sensación de calor y placer comenzó a escalarle por el vientre, gimió un poco. Salus sollozó, y captó la atención de Lara de nuevo.

El perro tenía la lengua fuera, y se había tumbado, sin dejar de mirarle, hambriento en cierto modo. Se fijó en su nariz, olfateando el aire, y se le vino la idea a la cabeza, le estaba oliendo a ella. Por algún motivo que no comprendió entonces eso calentó a Lara, sintió como se humedecía más que nunca, y Salus también lo sintió. Con un ladrido se incorporó, y empezó a escavar en el suelo, ansioso.

Lara llevada por un impulso que no comprendía se colocó en el borde de la cama, su coño empapado, sacó el consolador, lo arrojó a un lado y separó sus labios con las manos. La bocanada de olor llegó a Salus, que volvió a ladrar, entonces ella vio la polla del perro. La forma era extraña, en carne viva, y erecta. Entonces algo hizo “click” dentro de Lara.

-      Ven chico. – Dijo acompañando con un gesto de la mano.

Salus avanzó decidido, casi se arrogó sobre ella rechupeteándole. Su lengua áspera y enorme se pasó por las tetas de Lara, y esto le gustó, sin pensárselo mucho le llevó la cabeza lobuna a su entrepierna. Allí sí disfrutó de la lengua, la movía a un ritmo frenético, abarcaba todo su coño, incluso parte de su culo de un solo lametón. Tan bueno y tan leal, Salus, no separaba la cabeza de allí aun cuando Lara le soltó. Se corrió en un segundo, con es cunnilingus animal.

Los gemidos inundaron la habitación y Salus reaccionó apartándose de ella. Lara se llevó las manos al coño, para comprobar que seguía allí, el placer le había disparado el corazón, estaba sudando de apenas cinco minutos con el perro. Muerta de placer, en una nube, se revolcó en la cama, hasta quedar boca abajo, aun acariciándose y espatarrada. En aquella postura la lengua de Salus volvió a sentirla en sus nalgas, y miró hacia atrás, el perro se incorporaba con las patas de adelante subidas a la cama. Ella se sonrió, se sentía sucia pero terriblemente cachonda por lo ocurrido.

Lara estaba tan perdida en su éxtasis que no prestó atención cuando el sabueso se subió por completó a la cama y empezó a culear sobre ella. La polla de Salus le golpeaba el culo y la espalda con fuerza, y la idea más terrible se asomó a su mente, cómo se sentiría aquello dentro. Le era imposible levantarse, y muy difícil embocar al animal hacia sí, por lo que decidió, abrirse bien de piernas y levantar el culo. Costó, pero tras una buena retahíla de envites uno le acertó dentro.

Lara gritó, la polla de Salus era grande y su forma era indescriptible y desconocida para su coño. El arrebato de embestidas una vez hizo blanco fue para ella matador. Le hacía daño, y al mismo tiempo estaba tan caliente que no podía negarse necesitaba a su compañero más que nunca. El buen perro respondió durante quince minutos, al final de los cuales, el coño de Lara estaba roto y ella pedía más, condujo a su dueña a un mundo de placeres totalmente pecaminosos y oscuros que nunca dejaría. Fue extraño el momento en que el animal terminó, y al acabar le lamió con ganas de nuevo, para dejar a la mujer allí tendida hasta el día siguiente.

Con mejor humor que nunca, Lara encaró un día de perros, diluviaba, y tuvo de nuevo que recorrer el instituto. Encontró a unos chicos refugiados en un portal con un porro, sin demasiado lío se lo quitó y les mandó de vuelta a clase. Era otra, y le encantaba, su fiel compañero no se separaba de ella ni un momento, y cuando le sentía cerca al momento se empapaba, por dentro, que por fuera buena llevaba.

Se refugió en el coche patrulla, Salus a su lado, se había meneado para secarse. En su mano el porro, pequeño y aún caliente, no supo de donde salió el mechero, pero allí estaba para volver a encender aquello. Dio una calada, la lluvia era tan densa que no se veía nada. Su mano empezó a jugar en el pantalón, de uniforme, el que había jurado, de repente no le importaba nada. Se abrió el pantalón, mojó bien sus dedos en su pozo de mujer y se los dio a Salus a comer.

-      Buen chico, dame un besito.

El perro siguió la mano que descendía y…

FIN