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La mujer de la foto 3

en Voyerismo

El día siguiente llegué tarde a trabajar. Había dormido mal por el calor que pasaba por las noches. Esto, además, hacía que mi mal humor se apoderara de mi ya escasa sonrisa.

Cuando entré por la puerta ya estaban todos trabajando. Fui despacio a mi despacho y me senté. Al poco tiempo apareció mi encargado y me preguntó si me encontraba mal porque jamás había llegado tan tarde. Le contesté que no pasaba nada. También me recordó que teníamos en ese momento una reunión con los comerciales de una revista muy conocida para ver si trabajábamos con ellos. cierto. Y, al momento, se fue.

Yo dejé mi maletín al lado de la silla y me dispuse a buscar a mi empleada con la mirada. Por mucho que quisiera disimular, ella era quien estaba haciendo que mi trabajo pasase a otras prioridades. Y la encontré. Estaba con la cabeza baja, mirando algo en su ordenador. Tan solo le veía la mirada fija en su trabajo. Aquello no podía ser. Necesitaba verla mejor, debería estar más cerca de mí. Así es que puse a pensar cómo hacerlo, debería tenerla más cerca. De hecho, lo más cerca sería en mi propio despacho. Pensé que nunca había tenido secretaria, y ésta sería la mejor ocasión. Fui al despacho del encargado y se lo dije. Se quedó un poco extrañado de mi petición, pero lo entendió rápidamente y señaló, de hecho, que me vendría bien para quitarme carga de trabajo. Así que me dijo que en quién había pensado para el puesto, a lo que yo me quedé como pensando, actuando, y le dije el nombre de mi trabajadora preferida. Asintió diciendo que era una gran elección y que lo tendría todo perfecto cuando saliese de la reunión con los comerciales de la revista.

Creo que, de hecho, la decisión de la secretaría me había liberado en cierto modo de mis pensamientos más pesados y la reunión salió perfecta. Acompañé a mis nuevos clientes hasta la salida y cuando volví a mi despacho ahí estaba ella, mirándome en silencio, con una mirada entre triste y enojada.

Le di los buenos días con decisión y le comenté la nueva tarea que tendría que llevar a partir de ahora, mucho menos difícil que su antiguo trabajo. Ella se puso de pie junto a mi mesa y me dijo que si esto iba a ir en serio, iba a necesitar una renegociación de su contrato. Me pareció bien puesto que así los dos tendríamos beneficios. De hecho, le dije que ella misma preparase los documentos, pero antes de todo, y viendo que su puesto estaba oculto a toda la gente de la oficina, le dije que se levantara la falda para ver si había sido obediente. Además, le dije que si ella era buena, yo lo sería también. Y despacio, con deleite para mí y tristeza para ella, se sentó en su nueva silla y fue subiendo la falda hasta arriba del todo. Cuanta belleza había enfrente de mis ojos. Le pregunté qué le había dicho su marido a lo que respondió que no se había enterado porque lo había hecho cuando éste se fue a trabajar. Le pregunté también si le gustaba la sensación de no llevar nada bajo la ropa y este vez con una mirada de odio me dijo que no, que se sentía indefensa y más con su sexo depilado completamente, con la falda tan corta, en el transporte público, teniendo que controlar cualquier movimiento inesperado.

Yo tenía una erección tan fuerte que me estaba doliendo. Se veía desde el puesto de ella y, aunque me estaba retando con su mirada, sentí que en algún momento se le fueron los ojos hacia mi paquete. Me recosté en la silla para estar un poco más cómodo. En ese momento entró el encargado para comentarme algo del trabajo. Estuve hablando con él un rato, siempre estando yo recostado pues la erección no se iba de allí. Al irse volvía a mirarla a ella: estaba a sus cosas con la falda bajada. Le hablé y le dije que, siempre que estuviese sentada en la oficina, debería poner la falda arremangada sobre su cintura para yo poder mirar en cualquier momento, sabiendo que nadie que entrase le podría ver. Además, si tuviera que levantarse rápidamente, la propia acción de la gravedad haría que todo quedase en su sitio sin ningún problema. También que tendría que tenerlo siempre depilado, salvo el monte de Venus, que eso podía tenerlo recortadito como quisiese.

Al final de la jornada de trabajo ella su fue, con su mejora del contrato firmada, al igual que todo el mundo en la oficina. Yo me quedé un rato para que nadie me viera con mi bultó en el pantalón, me masturbé tranquilamente y me fui.

Aquella noche dormí tan profundo que volví a llegar tarde al trabajo. Pasé por el despacho del encargado para que no se acercase él a preguntar y, después, fui a la mía. Ella me dio los buenos días. Me senté y pude ver su sexo dándome también los buenos días. Y nos pusimos a trabajar, yo con una buena sonrisa.